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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por JAVIER ALCORIZA [25 años después de la primera edición de Chaqueta Blanca, o el mundo en un buque de guerra de Herman Melville, traducción de José Manuel de Prada Samper, Alba, Barcelona, 1998]
1 Comentario
por DANIEL OSUNA PÉREZ ¿Has pensado alguna vez en el orden social actual? ¿Crees que el sistema, pese a no estar formado por estamentos, resiste o determina para intentar minimizar la permeabilidad de clases? ¿Eres de los que piensa que en gran medida los pobres no tienen la disciplina o determinación suficientes para salir de ahí? ¿O acaso eres de los que les exime de toda responsabilidad porque eres consciente del determinismo que rige nuestras vidas? Tampoco sería una locura concluir que no existe una sola explicación para todo. Probablemente no pienses esto último, porque el punto medio, aunque muy aristotélico, no es demasiado común en la actualidad. Quizás estas sean preguntas frecuentes en nuestra época. Victor Hugo revisó las apropiadas en la suya, el siglo XIX, y se dio cuenta de que el código civil de su tiempo estaba más centrado en castigar que en rehabilitar. La trama de Los miserables plantea una serie de errores legislativos y sociales que llevan, irremediablemente, a perpetuar la pobreza. A menudo, el ego de nuestra era nos hace pensar que la tolerancia, la justicia y los deseos de paz solo existen ahora, que los hemos inventado nosotros. Leer a los clásicos me entusiasma porque, entre otras cosas, me hace ver que esta visión adánica es tan narcisista como falsa. En todas las épocas ha habido gente que parecía ir por delante de su tiempo, que hacía avanzar la sociedad hacia donde estamos ahora mismo. Victor Hugo presenta a la sociedad francesa desde después de la Revolución hasta la insurrección de junio de 1832. Lo consigue a través de la vida de Jean Valjean y muchos otros “miserables” con los que se va topando por el camino. Valjean, un expresidiario que se contagia de la caridad y el perdón de un sacerdote, intenta rehabilitar su vida encontrándose multitud de impedimentos, incluida la propia ley. Pero esta clase de redención no está al alcance de cualquiera, pues los sacrificios que debe hacer requieren una voluntad y fortaleza mental casi sobrehumana. La novela avanza salpicada de profundas reflexiones por parte del autor sobre aspectos que van pasándole a los personajes. El contexto histórico también es importante, detallando aspectos escenográficos de la etapa napoleónica, la restauración borbónica y diferentes revoluciones o insurgencias. La lectura de Los miserables incita a sublevarte, a cambiar la sociedad y probablemente a sacrificarte por dicho cambio. Estos sentimientos son legítimos y plausibles, siempre que hayamos pasado por una gran reflexión y hayamos logrado cosechar ideas o, al menos, conclusiones propias. Desgraciadamente esto resulta dificilísimo. Lo habitual es que la gente se apropie de ideas ajenas y las haga suyas sin apenas utilizar filtro. Tal vez por esto distintos autores, entre ellos el filósofo Antonio Escohotado, hayan criticado la obra tachándola de exagerada e incluso cursi.
Entiendo que cualquier novela que inspire una revolución traiga consigo cierto tufo a propaganda y que necesite caer en el maniqueísmo o la exageración. Lo malo del lector o el espectador poco propensos a la reflexión es que creen a pies juntillas toda la argumentación que leen o ven en una ficción. Si buscamos la verdad, conviene que leamos en abundancia y con provecho, e intentemos ser críticos, actitud de escasa visibilidad hoy. Me refiero a una crítica real, honda. Si, por el contrario, uno es feliz con su intransigencia, la vida será mucho más sencilla. Eso sí, me encantaría que el grado de cerrazón —algún día buscaré un eufemismo para no ofender a nadie— al que se pudiera llegar fuese compatible con los derechos humanos y con los valores democráticos. Los miserables es una obra inmensa, recomendable para una mayoría lectora, aunque no resulte, por momentos, ligera. Recomiendo cualquiera de sus adaptaciones cinematográficas, desde la de Raymond Bernard (1934) hasta la de Tom Shankland (2018), pasando por las de Richard Boleslawski (1935), José Antonio Páramo (1971), Glenn Jordan (1978) o Bille August (1998). Aconsejable también es la visión y escucha de su musical. Quien pruebe esta novela podría convertirla, con toda naturalidad, en su clásico de cabecera. |
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