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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por HÉCTOR TARANCÓN ROYO "Un fugitivo no se oculta en un laberinto. No erige un laberinto sobre un alto lugar de la costa, un laberinto carmesí que avistan desde lejos los marineros. No precisa erigir un laberinto, cuando el universo ya lo es." Jorge Luis Borges El aleph Te levantas para trabajar y desayunas con desgana unos cereales que llevas ya demasiados años comprando. Hay algo que sabe raro. Huele a chamusquina. Pero no importa demasiado, tienes un objetivo, un apoyo, que te asalta cada vez que suena el despertador. Te aferras a ello como a un clavo ardiendo (amigos, familiares, trabajos, novios/as, trabajos, etc.), como la columna vertebral que la da sentido a tu frágil fisicidad. Y un día, después de lavarte la cara, te sientes como si te encontraras al otro lado del espejo: ¿eres tú mismo o es otra persona la que ves? Y, en ese caso, ¿cuál de todas ellas? ¿El marido ejemplar? ¿El alcohólico malhumorado? ¿El gracioso del trabajo o el falso de tu grupo de amigos? ¿No será, por casualidad, que hay algo más allá fuera del marco que nadie se ha molestado en explicar? ¿No sería una verdadera utopía salir de esa nada que todo lo consume y encontrar el punto de contacto entre las realidades? Tirar del hilo sin miedo a que se rompa. No cortarlo. Seguir el hilo de Ariadna como si fuera una metáfora del mundo, una guía entre la desesperación y el horror de la vida. La obra que vas a experimentar, Neo-Nada, es un vacío, un agujero de gusano. Te transporta, sin que lo sepas, a un mundo totalmente diferente. ¿Por qué no traer de vuelta, en esta época llena de prefijos y sufijos una acción sin conclusión? Sin más intención que la de mostrar repeticiones en las historias, nuevos conceptos, condensación de imágenes y líneas sutiles que, en todo caso, debes poder completar a tu manera. Con libertad, porque, al contrario de lo que se nos hace creer, no hay nada prefijado. Lo que puedas sentir será tuyo para siempre, será tu propia verdad, será tu secreto interior. Eso sí, tiene forma de laberinto, pero ¿cuál? ¿Existió de verdad? ¿Es todo una treta para darle profundidad a algo que no la tiene? Este cuatro de octubre la compañía teatral Onírica Mecánica inauguró la nueva temporada, en su sede Utopía, invitando a otros autores a presentar sus proyectos, como ocurre en este caso con el poliédrico Domingo Llor, que profundiza en las investigaciones que lleva realizando en estos últimos años: historias inacabadas, actualizaciones mitológicas, ausencia de historia, pura visualidad, potenciación de la imaginación, etc. Toda una trayectoria editando y produciendo vídeos que cristaliza en la exposición Out of frame (2014), que cuenta con catálogo online (http://issuu.com/domingollor), en la que las imágenes se detienen en una vigésimoquinta parte de un segundo (frame) determinado para evidenciar gestos, momentos y escenarios que pasan desapercibidos ante el rápido flujo de la vida cotidiana. Volvemos a empezar: «-¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? —Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar —dijo el Gato. —No me importa mucho el sitio... —dijo Alicia.— Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes —dijo el Gato». ¿De verdad queremos salir del laberinto? Y, en todo caso, ¿de cuál? Porque no hay un único laberinto, los hay de muchos tipos y cambian en cada momento, por lo que no existe ninguna guía fácil que permita resolverlos. ¿Merece la pena adentrarse, como Teseo, en el laberinto? ¿O ya estamos en uno sin darnos cuenta? «El drama de Ícaro es la toma de consciencia de la imposibilidad de escapar del laberinto» (MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ NAVARRO, Cuaderno […] duelo), de la ambición desmedida, de caer una y otra vez en los mismos errores, en la lógica de la abundancia, cuando todo lo que quería lo tenía a su alcance. Mejor borrón y cuenta nueva: «pero esta noche Ariadna, / mientras desfilaban rostros anodinos y ajena alegría / por la taquilla del Laberinto, / ha recordado de nuevo las promesas, / la sangre seca de su hermanastro / entre las uñas de su amado Teseo, / su lado vacío, todavía caliente, / entre las sábanas de un motel de Naxos…» (ÁNGEL PETISME, Constelaciones al abrir la nevera). ¿No vamos experimentando la sensación de que las mismas historias de siempre nos han ido acompañando desde los tiempos antiguos? ¿De qué se nos ofrecen, de manera triunfalista e hiperestetizada, al menos en el cine, una serie de estructuras, salpicadas de tópicos vergonzosos, que se repiten sin cesar? ¿No valdría la pena arriesgar, situar a Ariadna en una feria? Traer los referentes a la actualidad para desmitificar lo que la tradición ha encumbrado y conectar un hilo que está bastante más cercano de lo que nos parece: «el pasado —pensaba— estaba unido al presente por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que se derivaban los unos de los otros. Y le pareció que justo hacía un instante había visto los dos extremos de la cadena: y cuando tocó uno de ellos el otro tembló» (ANTÓN CHÉJOV, El estudiante). Todo se encuentra, en realidad, en la habilidad del lector: «Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas» (JORGE LUIS BORGES, Pierre Menard, autor del Quijote). Los referentes actualizados pueden ofrecer nuevas cuestiones, aclaraciones, y nuevos debates, como bien supo ver el propio Borges al decir que si Pierre Menard, escritor ficticio, pusiera por escrito palabra por palabra la obra homónima de Cervantes resultaría otra diferente, pues el contexto sería bastante diferente y, lógicamente, su valoración también. Cortamos en muchas ocasiones los comienzos de las historias: supongamos que al final entramos en el laberinto movidos por una sensación extraña. Quizá porque lo vimos tan claro como Aquiles cuando tuvo que decidir entre la cotidianidad aburrida y la fama espectacular. La dualidad típica, el cruce, la escisión, el destino trágico: ¿salvar a toda una ciudad de un monstruo que los devora cual Saturno? ¿O preguntarse siquiera por qué el monstruo merece la muerte? («—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió» JORGE LUIS BORGES, El aleph). Si el monstruo no ofreció ningún atisbo de barbarie ¿significa eso que era culpable realmente? A veces no hay héroe ni villano, ni prometida, ni recompensa. Nada. Esta es la historia de tu vida. Pero tienes que darte cuenta. Y que, algún día, nos engañamos a nosotros mismos y nos decimos: «he conseguido salir, he superado este obstáculo, este dolor, la vida en sí misma». Que lo hemos conseguido, hemos batido el duelo y el dolor ha terminado por irse. ¿Sería entonces lógico volver a Ítaca? La respuesta es no. Podríamos volver, regresar con la familia, con la amada, pero los años habrían erosionado la poca autenticidad que quedaba en todo eso. Todo habría cambiado, y tú mismo serías diferente. Tendrías que huir o terminarías por volverte loco. Porque, al fin y al cabo, «somos nómadas, nuestro carácter es errante. Siempre en movimiento, sin reposo. En la búsqueda es donde nos encontramos sin llegar nunca a nada» (SERGIO DEL MOLINO, La hora violeta). El reposo lo destruiría todo, mientras que el viaje revitalizaría la búsqueda. Mejor, la no-búsqueda, el no-descubrimiento. El impulso dinámico humano por hacer algo y no coger polvo: «avanzar // dejar atrás la casa / perder amigos y salud / dinero / y avanzar / y avanzar / y avanzar / remando como un héroe / y estar más lejos cada vez de Ítaca // y avanzar más / aún / igual que un camicace ciego / hacia ninguna parte» (NATXO VIDAL, La niña que jugaba a la pelota con los dinosaurios). Pero nunca logramos escapar de nuestro perseguidor. De tanto pensarlo somos nuestro propio enemigo. El minotauro se autodecapita, Teseo se suicida debido a su sed de sangre: «como nosotros, no imaginarían entonces que, muy pronto, aquel territorio laberíntico en el que sólo podían moverse conducidos por el dogal invisible de los celadores se iba a convertir en algo parecido a un hogar. O en un antihogar: un espacio que, precisamente por ser la antítesis de un hogar, acaba convirtiéndose en él» (SERGIO DEL MOLINO, La hora violeta). Nos acostumbramos a vivir con nuestros miedos en el aire. No los palpamos, pero están ahí, presentes en todo momento como una premonición largamente enunciada que se cumplirá algún día. Y, en todo caso, volar a ras de suelo, casi a pie de la vida, a pie de página: «qué bueno haberme dado la vuelta / a mitad de tantos caminos, / elegir otros que ni siquiera lo parecen, / desmitificar las oportunidades, / los beneficios, el orgullo. // La gente lo llama perder trenes, / pero trenes —como dice / Jorge Riechmann en su poema— / solo son los que conducen a uno mismo. // Billetes por favor. / Salimos cuando a mí me lo parezca» (JOSÉ ALCARAZ, Edición anotada de la tristeza). Intentando seguir el hilo de la vida que Ariadna nos tendió desde nuestro nacimiento para no perdernos por las calles, los portales, ¿el laberinto contemporáneo? Francisco Jarauta rescata de El aleph borgiano la opacidad del mundo, la ausencia de luz de nuestras ciudades, la incapacidad de vislumbrar nuestro entorno, nuestra vida. No vemos más que paredes, tocamos a nuestro alrededor pero lo único que sentimos es frialdad, una ausencia de emociones sin precedentes. Deslocalizados, emplazados en una corriente tecnológica que ya no tiene lugar para el tiempo del cuerpo humano, vas a asistir a «una narración extensa que vertebre todo eso y lo sitúe en un plan, una estructura mayor. Un mapa donde uno pueda guiarse, y desplazarse dentro del propio mapa. Hágalo grande, gigantesco; porque se trata de perderse en él» (JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ, Los monos insomnes). https://www.youtube.com/watch?v=DrQWuCNpNpk RESUMEN DE LA OBRA https://www.youtube.com/watch?v=MRDuMZmBXvI "neo-nada" [galería de imágenes]
1 Comentario
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27/8/2022 04:24:49 am
Buenos días señor / señora,
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