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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por PEDRO GARCÍA CUETO Fernando del Val es periodista, pero también poeta, hombre de radio y esencialmente hombre de letras. Ha cultivado el ensayo y muy importante es su libro de entrevistas Si te acercas más, disparo, publicado por la editorial Difácil, donde ha publicado su obra esencial en el año 2017. Del Val es también un hombre de mirada atenta, ha participado en los equipos de El ojo crítico y La estación azul, entre otros. Su labor de periodista y columnista en El Mundo en Castilla y León desde 2003, además de colaborador de Turia, le hace acreedor de una notable trayectoria en nuestras letras, dada su juventud —el año que viene cumplirá cuarenta años—. Una trayectoria tan prolífica ha dado cinco libros esenciales de poemas, editados todos por Difácil, editorial que lleva siempre con buen tino César Sanz. Los libros tienen una portada elegante donde se esconde el influjo de del Val de una poesía misteriosa y profunda que merece destacar. Amanecer en Damasco se publicó en 2005 y en él vemos una poesía bien hecha, de profunda lectura; son poemas en clave, con misterio, donde el lenguaje lo es todo (esencial en la poesía de del Val); hay un afán por hacer del verso un enigma que el lector ha de traducir, porque, como siempre ha dicho Francisco Brines, hay un segundo creador tras el poeta que hace el libro, el que lo lee, este lector es traductor también, he elegido un poema del libro titulado ‘Maletas’, donde expone el tema del libro que es, en mi opinión, el afán de crear un lenguaje que nos salve de la ruina de la vida, es en esa búsqueda donde la palabra triunfa y obtiene el rédito que esperamos: El cuerpo doblado de las persianas golpeadas por el viento las copas de los árboles un rayo deja herida la atmósfera a la espera de cura. mil rayos nunca mataron un cielo pero por si acaso todo amanecer es yodo para —los— desánimos. En el poema late el deseo de crear, ese afán de sentir que la vida es siempre “amanecer” porque algo nos golpea (el viento, los árboles que cimbrean), para darnos a entender que hay que tener una fe, puede ser en la poesía, pero puede ser en aquello que nos salve de nuestra ruina vital, de la desolación por sentirnos solos ante el mundo. Hay en el lenguaje de Fernando del Val enigmas, palabras que van bailando para producir el efecto que llega al lector y que permite la imaginación que vive en el poema. El homenaje a Damasco también es hermoso, porque vuelve el amanecer, ese momento del día que le gusta al poeta, donde todo cobra sentido: Damasco, serigrafiada tras la anatomía del cristal y el bajorrelieve de tu mirada, amanece, pero a tu lado. Cuando dice el poeta en otro verso: «El ahora bien podría haber sido esta mañana» ya nos está diciendo que el tiempo es eterno. En la belleza del paisaje, en su fluir, vive la Antigüedad y la historia, la vida en todo su esplendor. Llega su homenaje a Nueva York, aquella ciudad que fascinó a Lorca para encontrar en ella la deshumanización latente de un mundo moderno siempre en perpetua construcción. Si del Val mira el paisaje neoyorkino, extrae de él heridas y cicatrices, pulsa con acertado tino el don del lenguaje que se hace poesía. Primero llegó Orfeo en Nueva York (Difácil, 2011), donde va gestando poemas como sinfonías, musicales, de enigmática misión, se vale del mito de Orfeo para ir creando poemas con mensaje, que parecen en sí aforismos, como deudas con el destino. No sé si hay una deuda latente del Jenaro Talens de Orfeo filmado en el campo de batalla, pero sí que aprecio ese deseo de hacer del poema una cámara que filma la ciudad, la va desnudando lentamente, no en vano cita a Cocteau en un poema corto: amanece el árbol de un manicomio pronto despegarán los primeros gorriones en cámara lenta filmados por Cocteau. No parece arbitraria la minúscula para el director de cine y ese afán de cámara lenta que es la vida en realidad cuando nos ponemos a pensar. Hay paisaje y cine en este libro, la ciudad admirada por tantos se convierte en algo onírico para del Val, como dice en este otro poema: mienten las cenizas cuando se posan en los tejados miente la muerte mienten las mentiras todo es acabose estamos hechos de irrealidad premeditada. Nueva York es visto como un sueño, los túneles, los metros, la soledad de los rascacielos, aparece el Hotel Plaza, King Kong, Audrey Hepburn, referencias cinematográficas que convierte del Val en acto de lenguaje, sus versos son caligrafías de idiomas que no son el nuestro, que van dando claves para entender la desolación de la ciudad amada y odiada, la gran Nueva York. Continúa esa senda con Lenguas de hielo (Difácil, 2012). Aparecen poemas cortos con algunos en prosa, que casi acaban el libro, de nuevo esa desolación, ese mundo deshumanizado de la Gran Manzana. Hay un poema que me gusta especialmente, ese homenaje a Cernuda, poeta del desencanto y de la memoria: El pájaro muerto al que se refería Luis Cernuda estrella desterrada del trono de la noche quizás asesinado a manos de alguien triste en los muros del cielo lo encuentro yo cada mañana apostado al otro lado del ventanal cojeando en la repisa lleno de la poca libertad que le cabe en el pico la desolación de la quimera nunca sabré si se refería a un animal o a un proyecto de vida. Hay algo lorquiano en estos versos: “ese pájaro muerto” que nos recuerda a su Poeta en Nueva York, porque la ciudad asesina con sus manos a la Naturaleza, tal es el poder capitalista de esa ciudad adorada por poderosos y gente de éxito, insensible a la verdad del mundo. Concluye ese “homenaje” a Nueva York con Regreso al Metropolitan (Difácil, 2013). Vemos en este libro el mismo tema de fondo, la ciudad que deshumaniza todo, donde las personas casi no son, son meros transeúntes que parecen pájaros muertos, recordando el poema anteriormente citado: an new york am new york am new york grita una mujer a mi espalda no ha demenciado no se cree más de lo que es está repartiendo el diario gratuito. Ciudad de sueños, donde la mayoría no llega a triunfar, sólo a sobrevivir, ciudad herida en los cuatro costados, como nos va mostrando en unos poemas muy esenciales, aunque recojo esta vez el final de un poema en prosa: Decía Melville, quien tanto gusta a Eduardo Lago, en Moby Dick, que los hombres que no logran superar los absurdos y las sinrazones de la vida terminan yendo al mar. Quién no es un inadaptado. Por si acaso, intento dejar en tierra cosas a recaudo, mi ordenador con poemas, libros sin publicar y así. Resume bien este libro, todos somos inadaptados, seres que ven el paso del tiempo sorprendidos, porque apenas entienden nada, un mundo que nos va deshaciendo, nos hace casi invisibles, como esos ciudadanos de Nueva York, tapados por rascacielos y por soledades.
Se trata de un libro que cierra la trilogía y demuestra que del Val es un gran poeta que entiende la sinrazón de la vida, pero que hace del lenguaje un sortilegio para ir soportándola. Y en el año 2017 llega Los años aurorales, premio Ojo Crítico, merecido premio a una labor que ha ido gestando años, a través de la poesía, su labor de periodista, sus ensayos, su libro tan interesante de entrevistas, etc. En Los años aurorales ha ido buscando la esencia de su poesía, en la estela juanramoniana, como si del Val dijera aquello de «Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas». Su lenguaje se concreta y va a la esencia, así nos deja poemas con eco, que debemos interpretar en nuestro fuero interno: sería otoño pero el aire aún conservaba un olor destellado a luz. Me quedo con esos versos, porque late la esperanza, la desolación anterior deja ese destello de luz. Puede que estemos en sombras, nos dice Del Val, pero queda algo de amanecer, el que tanto aparece en sus libros, el vacío, la inconsistencia, nuestra levedad, siempre deja algo eterno, una esperanza, un devenir, un volver a ser. Con este libro hay aurora, hay deseo de creer en la vida, en la existencia. Celebremos este libro premiado y a un poeta de mirada honda y verdadera, que ha ido gestando una obra poética cada vez más madura y llena de matices.
1 Comentario
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27/8/2022 05:55:01 am
Buenos días señor / señora,
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