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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por RUBY FERNÁNDEZ (Interior noche. Julián mira absorto un libro de arte)
—¡Escucha, escucha a todos esos cuerpos, todos esos problemas que tienes enfrente! —... —Escucha más cerca y desde adentro, intenta escuchar lo que no dice. ¿Oyes el “¿por qué?” que se quedó en la comisura de sus labios? Su soledad, cuerpos gimiendo con la angustia de Ben Webster. ¿No es maravilloso? (Julián suspira y asiente). —Por lo que veo esa desgarradora soledad te resulta cercana. —Sí, demasiado. Esa música de la que hablas, está plagada de viudos acordes para una mujer plagada de luz que vacila; como si no tuviese más que soledad para vivir, ¿entiendes? Siempre me fascinó el hastío femenino de sus cuadros, pero no entiendo el paralelismo que marcas con el saxo de ese tal Ben Webster. —Si no eres hombre de jazz y por el contrario necesitas letras para entender el lento proceso de destrucción del yo en el trasfondo silente de estos marcos, remítete a Dickinson y a sus obras, intereses comunes en eras diversas pero con un claro interés; expresar sentimientos acallados. Es el lento proceso de destrucción del yo en la soledad de una mujer como ella... Todo su mundo necesita de cuerpos en los que habitar saciando su desamparo en copas colmadas de ocaso. (Señalando al libro). Él lo explicaría así: (Voz en off y comienza a relatar como si de Hopper se tratase, a veces se saldrá del personaje). “Contornos sombreados con la desdicha de estar vivo cuando te falta alguien, cuando te falta algo. Sin embargo, sus manos imaginan días en los que no despertará, días en los que le pesará el no haber cumplido aquel sueño, el de ser libre, de ser realizada mirando menos las manijas de un reloj. Existen sensaciones que se aprehenden mucho antes de existir, estas muchachas de ojos tristes fueron creadas con el aplomo del devenir impregnado en sus contornos. La soledad de una mujer en un cuadro de Hopper es la soledad desnudándose poco a poco, es la soledad que sentimos ante las etapas que (no) se cierran. Intentar pasmarla cuesta y mucho, sentirla no tanto. Siéntate en la cama, mira por la ventana, no te quites el sombrero cuando estés en la oficina, esto será señal de que te (des)esperan en algún café de la ciudad aunque sea mentira, aunque te espere soledad lejos de archivos y de tintas bicolor. Trabaja hasta más de las doce tras la barra de algún moderno y elegante American bar, limpia copas, da consejos, aguanta sermones, apoya banalidades ajenas. Reposa en el porche de tu casa, toma el sol junto a esos que se llaman ‘tus amigos’, únicamente así podrás conquistar la apatía Americana y extrapolarla a cada centímetro de tu hacer diario. Esta es intensa y fría, su clima se impregna de invierno desamparando la piel de sus protagonistas. Es como cuando aquella chica del sombrero que vimos en la oficina daba vueltas a un café, esperando nada, esperando a nadie. Relatos con ojos ajados a golpe de soledad henchida de ayer…” Soledades hijas de un autor parco en palabras. ¿Me equivoco? —No. ¿Sabes? Si tuviésemos que seguir musicalizando este desamparo en su jurisdicción natural, introduciríamos en la juquebox más cercana una moneda para la garganta del viejo Waits y otra para la de Jhonny Cash, ya que todo no es sentirlas solas en clave de jazz. Voces con angustia transmisora, la misma que atesoró Hopper por el miedo a no hacer sentir; con el permiso de un genio he de añadir que todo llega muy lento, menos la soledad. Pintar 366 óleos para 365 +1 que nos ocupa el asunto del nadie por el nadie, de copas y superficialidades compartidas. No hay que demorarse mucho en el espacio para entender el trasunto, únicamente mira a aquella chica de mi derecha, hoy, un día de primeros de noviembre a las siete y veinte de la tarde, sentada en una céntrica cafetería de una gran ciudad, mirando a la calle, frente a ella una mesa ocupada con interminables ideas y deseos, por ansiedad y angustias, pero completamente sola, no espera a nadie. De este modo se sienten las féminas de Hopper. Ideas atrapadas en póstumos lienzos convertidos en ejemplo a seguir si quieres ser mujer dentro de una sociedad conservadora y tradicional como la que era, como la que oculta no ser. Soledad como minas anti persona. Individualidades propias observadas por individualidades colectivas a modo de peep show wenderiano en su París Texas. La soledad era eso. Soledad siendo joven de piel clara, pelo rubio y tacto recién nacido, recién probado aunque con fósil desamparo. Contornos que laten y pasan hambre de hombres, de abrazos, de puertas abiertas por donde no solo entre en viento pútrido de la calle. Está sola, está solo, las ventanas se convierten en filtros de libertad, féminas inmutadas, quietas, de aspecto reservado que evocan épocas pasadas, épocas donde primaba el blanco y negro, sonidos de cine mudo, época de Pickpocket, y todas las soledades escondidas en el trasfondo visual de una Clara Bow cualquiera. Postración de camareras de carretera sobre patines, con el mundo insomne atrapado en esferas de cristal caliente, soledades elásticas de una a siete, rígidas de dos a siete. Ahogo de cuando pagan no sientes tan siquiera un poquito. Colores cálidos para la ansiedad que sobreviene al calor de un cigarrillo, colores fríos para el desapego (como) en rutina... Y ponerle cara de felicidad, de me apetecía mucho verte, de te echaba de menos y he pensado mucho en ti aunque no haya tenido un sólo segundo para pensar en ella, y aunque lo hubiera tenido, quizá no hubiera pensado en ella. Soledad como piernas adversas que se abren, así es Hopper, así sus mujeres, entre ambos, esa chica y su gráfica soledad.
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por RUBY FERNÁNDEZ La simpatía suele cotizar a la alta cada seis meses, los volúmenes no siempre me irritaron. Es la primera vez que mis manos están libres de literatura impresa, aunque le sigan pesando un par sílabas sobre las que escribir. Lejos de mis costas, cerca de las que un día fueron tuyas. Gustar de ciudades ya corridas por gentes de confianza, respira hondo para llegar al verdadero fondo de la neutra, sensual y excitante urbe de construcción razonada, personalidad ordenada, algo fría, ciudad impasible, pero ante todo, ciudad sobre la que escribir. Ríos de tinta sobre la ‘Berlín, Alexander Platz’ de Dölbin. Los pasos y cartografías de Mayorga hacen que el antiguo Berlín quiera responder a la pregunta que ayer noche te asaltó cuando volvías a casa por Stralauer Alee 1: ¿cómo sería ser judío —neutro e inservible— en una ciudad en apariencia neutral con todo lo que ello conlleva? Y mejor aún: ¿cómo sería ser músico judío de jazz en el Tercer Reich? La respuesta es el Reichsmusikkammer, o lo que es lo mismo ‘Consejo de música del Reich’ —¿no tuvimos en España algo parecido hace un tiempo? Sí, recuerden ese vídeo donde se veía a la catedrática de Música y alcaldesa de Madrid decidir lo que era o no apto para los oídos de sus queridos conciudadanos, ¡recuerden, recuerden! El Reich no queda tan lejos—. El puro jazz se prohibía por conducir el pensamiento hacia cauces que tal vez no interesaban. Por ello, ahora brota en sus calles, continúa en los suburbios, en las estaciones de trenes y callejones cercanos a estas, para acabar creciendo en estructuras y planteamientos urbanos. Estos últimos enmudecen-ensordecen al llegar al barrio diplomático, ya que la corbata aprieta demasiado en Stauffenberg Strasse y de día no se canta por no soltar un agudo tripartito no aliado. Energías alemanas muy parecidas entre sí. Idiomas bajo los pies; es como hundirte hasta el cuello en una mezcla de frío acomodo y untoso tacto bajo el techo de cualquier Zaubebar. Nueva y prepotente gloria valkiria, perímetro que delimita sentimientos encontrados. Asíncrono eretismo arquitectónico, noches anteriores, jardines de animales que desembocan en los cauces que aportan color y calor contra el direccionalismo prusiano. Pasan las horas en barrios como Mitte, en estos limbos, donde huyen los de siempre, se capitula sin condiciones. Dentro del muro se estudiaba cómo combatir. En el 52 Stalin remachó su telón de acero, el 61 fue de piedra y hormigón; como resultado, la llamada ‘franja de la muerte’. En Berlín la parca no dura para siempre y así conciencia el monumento al holocausto; «La historia no ha de repetirse», este grito recorre tu segundo plano mientras deambulas por los geométricos y estructurados brazos del estético americano-judío Eisenman. Estética racionalista sin placas, apuntes, esquelas ni patrón sentimental que guíe cómo experimentar tu soledad. Así debieron sentir el abandono los judíos de aquel tiempo, soledad pesada como un gran bloque de cemento, la cual no ha desaparecido, únicamente ha cambiado de religión y lugar. Recuerden y comparen. Alemania 1933 —salvando las distancias— fue el Ensayo sobre la ceguera que hoy vive Palestina. Aquí no existe recuerdo para el culto represivo y exterminador. Im(pro)perios que luchan por vivir unos mil años. Años después el renacido Berlín sigue oliendo igual, sigue habiendo filosofía, música, todavía quedan juguetes y memorias enterradas bajo el suelo consonante, sobreviven las ideas de algún niño, los premios Nobel siguen acumulándose en la Universidad Humblodt; todavía puedes encontrarte a Julián —aunque no es el mismo del que hablamos la otra tarde—. El que todavía sigue por aquí es Schiller con su oda a la alegría, también Beethoven con el himno de igual nombre. Ya no arden libros, ahora, prenden y confluyen ideas, religiones, proclamas. Imbricadas metrópolis llegan de la mano al lugar más bonito de la ciudad, Cafe Cinema, paredes parlantes de polvo y cultura. Pequeño reducto de libertad en el que el desorden de la memoria queda a las puertas. Berlín se derrite al ver pasar a una chica sin ropa interior. Estaciones de tren que se vuelven sexos fortuitos que no alcanzaremos a pronunciar. Ciudad de golpes ensayados, de pequeñas cosas que pasan desapercibidas, tejido urbano a base de coincidencias encontradas. Berlín es una ciudad de plazas y sensaciones a raudales, es una ciudad con una capacidad de conversión acojonante. Viví allí doce años. Es —y te hace ser— desde el alemán más sincrónico hasta el más relajado personaje. Knnopke Imbiss en la zona oriental está muy bien. Siempre hay un día dentro de un viaje digno de recordar en el que comer tal vez sea lo de menos, pues te quedan muchas cosas que sentir. Pasea por Prenzlauer Berg y pregunta por Julián. Al oírnos, los tranvías de Schönhauser Allee preguntan si España sigue igual que cuando murió Franco. A nosotros solamente nos queda asentir con gesto apadrinador y explicar que en su día fue diferente, aunque ahora —como casi todo— estemos volviendo a ese mal cauce. —¿Pero están siendo perseguidos? —Sí, perseguidos, asfixiados y encarcelados tanto a nivel moral, físico, económico y espiritual. Manitou y una pitillera de indio americano abandonada con orden y acato. Patios de puertas cerradas y ventanas abiertas, así son los alemanes. Puedes convertirte en nómada buscando calles por su fría epidermis de segunda mano, dejando que sea ella la que decida tu próximo futuro. Quizás, quieras cambiar de religión por la que profesan aquellas piernas que —sin plan maestro— llegan al Max und Moritz del Sugar man y a sus dibujos de escritor. Hombre capital de día, amante lenta aunque apresurada de noche. Ha de ser docto en el elegante acto de desvestir, ya que esta masculina Dietrich, no se deja seducir por escenas de amor a la italiana ni por ciudades sin río que buscan llevarla a la cama, ni tan siquiera por individuos que prometen devolverle el amor que le está haciendo desde que llegaron. Oh my Darling Clementine. —Si supiera cantar, me salvaría... Vi a una chica que escribía en la cubierta de un barco navegando por el Spree de Berlín, estaba sentada en la última fila, escuchaba un audio proveniente del otro lado del atlántico. Decía algo de retensar lo que se destensó, de mirarse los pies y preguntarles qué sintieron al empezar a sufrir esa ciudad. ¿Y si la otra mitad no ha sentido lo mismo? ¿El río aquí funciona como en la ‘Roma’ de Aristarain?
—¡Recuerda siempre los ejes X, Z, Y! Julián todavía sigue esperando en el extremo del Cafe Cinema, reescribiendo su historia mientras tiene un rato para observar. De pronto, su espectro visual se amplia. Observa, pero no encuentra punto en que merezca la pena profundizar. Únicamente el chico que come llama su atención, se llama Marcos y él nunca estuvo en Berlín. Piensa en cómo acercarse a él, tal vez use el tópico de hacerse pasar por extranjero en su propia ciudad. Le contará lo que sintió la primera vez que bajó las escaleras del Konzerthaus o cómo en Alexander Platz se llueve de manera diferente a la que le enseñaron en el oeste de Europa. Tal vez le cuente sobre Lecorbusier, Van der Rohes, Gehry, Schinkel,Piano, Izosaki y cómo Berlín es para él ciudad de arquitectos y museos. Puede que lo lleve ante Friedrich y sus Edades del hombre, así comprobará que este no suena igual en todos los países. Peristilo de la Alte Nationalgalery y el Pergamon Museum huelen a clase empezada hace siete años. ¿Cómo recordar cuando se fue feliz en un lugar tan apartado del origen? Nick Cave fuma Camel en los alrededores de Pérgamo. La ciudad sigue sonando mientras hago la maleta, oigo la música que procede del callejón cercano a Warschauer Straße, Berlín y su amante masculinidad sigue diferenciándose de las demás urbes en su neutro e intenso respirar, no puede decirse que haya sido un flechazo al por mayor, pero sí es el comienzo de una relación que al por menor bien pinta estable. Adiós, ciudad solvente y en obras, te volveré pronto. |
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