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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por DAVID BARÓ
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por PEDRO DIEGO VARELA Mil novecientos veintidós. La tierra se abre paso a través del poema: Thomas Stearns Eliot acaba de publicar The Waste Land, título que pasará a ser una de las cumbres poéticas del siglo XX en lengua inglesa. El poema, corregido y anotado por Ezra Pound, poeta cuyos cantos perduran hasta nuestros días, se ha visto sometido (no para bien en muchos casos) a una multitud inmensa de traducciones, adaptaciones e intentos de desembocar, con mayor o menor éxito, en una edición que haga justicia al poeta angloamericano. Su cuerpo, el eliotiano, se engendra en América; su espíritu, el mito poético, desemboca en una búsqueda del todo interior hacia Inglaterra. John Worthen, a través de la traducción que nos ofrece Iñaki Tofiño, narra en T. S. Eliot: Una breve biografía (L’Art de la Memòria Edicions) aspectos de la vida del poeta que resultan cruciales para entender la figura y persona del que fue el autor de obras tan importantes como The Sacred Wood o Four Quartets, entre otras. Sin embargo, su carácter y legado polifacético, reflejado en sus ensayos (no es desconocido el deseo promovido por su entorno familiar, el cual veía cosa más seria las cuestiones filosóficas que aquellas que tuvieran algo que ver con la poesía o las artes) y obras de teatro, parece haber sido apartado por gran parte de la sociedad con los años. Esto no ha de sorprendernos. Estamos frente a un olvido progresivo cuyas características no son meramente poéticas, sino culturales. Prueba de ello es que apenas existen traducciones en español de los distintos estudios literarios realizados en lengua inglesa sobre la estructura, poética y formación de Eliot. Además, obras que suponen un calado poético-ensayístico importante, como The Sacred Wood, cuya única versión realmente meritoria en español es la que nos ofrece la editorial Langre a través de su edición bilingüe de El bosque sagrado, no han tenido ni de lejos el recibimiento que requieren unos textos de tal profundidad, necesarios para lograr una representación de dónde se encuentra la teoría literaria actual. Pero, ¿por qué el lector en este punto puede preguntar por el interés de la obra eliotiana? La pregunta no es desacertada, en absoluto. Recordemos que en The Waste Land se refleja la percepción que Eliot tiene acerca de la ironía, la cual, imbuida en un mundo moderno que parece no dar tregua, se sitúa en un marco de conexión entre lo real y lo ideal. Éste es el punto; el mundo moderno ha ido perdiendo la conexión con el marco ideal, con las ideas, de forma que el sujeto se sitúa en el punto de un realismo de lo más vulgar. El ser se ve arrojado en el mundo actual, lugar del crecimiento posmoderno que desarrolla y degenera, a través de un alejamiento disimulado de las artes (poesía, teatro, cine, literatura, música...), un nuevo estadio para el ser: el malestar cultural. Este malestar, sin embargo, pasa desapercibido ante las miradas poco atentas, sin guardia; miradas que no regresan sobre el carácter de aquella tierra baldía, donde la conexión entre pasado y presente se ha perdido, desvinculándonos de todo posible arraigo a la tierra, nuestra tierra, y al carácter histórico que la precede, el cual se ha visto sepultado junto a una tradición y herencia poética enormemente despreciada. Es aquí donde, como Tiresias, personaje crucial de La Tierra Baldía y certero observador de la escena que tiene lugar desde su diván (lugar de rememoración de los paseos en los infiernos de los muertos), debe reivindicarse el poder poético de las artes, condenando al pobre infeliz que reduzca la tierra, la poesía y la cultura a algo pasado, a un artificio ya superado del que no hemos de preocuparnos en lo más mínimo. El sujeto necesita del instante recuperador de la poesía, de su destrucción posmoderna presente. En definitiva, de un avanzar hacia nuevos horizontes socioculturales; se ha de generar una nueva tierra, fértil, llena del más genuino vigor; tierra donde se prime el verbo a la anestesia metálica de las pantallas. Si esto no resulta así, el malestar cultural y poético del que nos hemos visto impresos acabará su tarea; el malestar será la analogía perfecta de un ahogamiento hacia el todo vale y nada queda. La muerte poética será, al igual que la cuarta parte de aquella tierra baldía, una muerte por agua; y nosotros, como Flebas, veremos la anegación de toda voluntad creadora, dando paso al carácter eutanásico de aquel que desprecia el poema, el arte. Y es que, al contrario que Flebas, su final será bien distinto: no será un ser lleno de valía, de hermosura exaltadora en su vuelta, esto es, el regreso del poeta como mito. Será un ser anquilosado en su necedad, incapaz de entender siquiera de qué se está hablando cuando referimos al poema, a la simiente poética. Su descenso hacia el fondo del desconocimiento literario, vertical y marino, será una prolongación infinita de su eterna ignorancia. En cualquier caso, la obra de Eliot sigue siendo algo recóndito para muchos, síntoma del profundo desconocimiento que inunda aún el panorama cultural español, fenómeno que responde, no por casualidad, al desarraigo de la época moderna: un desvincular-se que se ve arrastrado para, más tarde, materializarse en nuestra sociedad, en el individuo que, asolado por una incapacidad gradual de descontento literario, prefiere quedar sumergido en el terreno de lo virtual, de las redes falsarias. Mucho antes, Eliot ya había señalado en American Prefaces (volumen de noviembre de 1935) cómo se produce una experiencia de la desposesión en el individuo. Experiencia que enlaza y define al ser que habita la tierra moderna, donde su conciencia del paso del tiempo, de lo que acontece, toma forma hasta el punto de acorralarlo, de situar ante sus ojos su propio aislamiento frente a la muchedumbre, aquella masa delirante que sólo muestra preocupación por verse arrojada a habitar ese aislamiento; el aislamiento a día de hoy ha de evitarse a toda costa, dejando paso al devenir más fútil e inapropiado. Tal es la incapacidad del ser moderno que, en la soledad preventiva de la posible enfermedad de una pandemia, merece poner especial atención al carácter límite que ha desarrollado, efecto extendido de la imposibilidad patente de algunos para habitarse a sí mismos; el ser humano actual, posmoderno, se ha convertido en el fruto impedido de su soledad, de la conversación y discurso interior. Frente a esto, hemos de retomar el problema de malestar cultural que aflige a la sociedad española (mal de muchos); la desposesión de lo actual debe dejar paso al futuro, a un nuevo yo que, en su dar cuenta del carácter poético, se vea desposeído de su aislamiento total, hermético, transformándose no sólo uno mismo, sino cada uno de los vínculos que nos ponen en conexión con el mundo, con la nueva tierra, la tierra fértil. Por ello, resulta conveniente añadir lo que Sanz Irles advierte en su reciente traducción de La Tierra Baldía, publicada por Olé Libros. Traducción que presta atención no sólo a la estructura rítmica del poema, sino a su propia musicalidad, inserta en una edición cuidada que, manteniendo el margen de operación textual propio del traductor, no se ve desligada en ningún momento de la fidelidad del texto original; se presenta al lector una edición bilingüe cuya introducción, texto y carácter singular resulta del todo conveniente.
Traduce Irles a propósito de la última parte del poema, Lo que dijo el trueno: «el puente de Londres cae, ay, se cae, ay, se cae». Tengan cuidado, pues, con los puentes que construyen. por LEONARDO JOSUÉ ESPINAL Existen pocos conceptos tan curiosos y conceptualmente inexactos como “la nada”, debido a la ilusoria sencillez que conlleva definirla, junto con todos los aspectos que revuelven alrededor de ella y que implícitamente describen el estado de su naturaleza. La inexactitud de esta palabra se puede demostrar fácilmente al tratar de imaginarse su aspecto físico. Probablemente visualizarían una imagen en blanco o totalmente negra, sin embargo, el blanco sigue siendo un color físico que podemos visualizar y lo mismo se puede decir de su contraparte. Entonces, ¿cómo se define un concepto totalmente desprovisto de todo elemento existente y por lo tanto visual? Un concepto completamente antónimo a la existencia, ya que solo el hecho de existir es mucho más que nada, por la simple razón de que la existencia sobrepasa sus límites definitorios y se convierte en algo; cero no es lo mismo que uno, y hay una cantidad infinita de decimales separando a estos dos valores que a simple vista están muy cerca el uno del otro, cuando en realidad no podrían ser más distantes. Y en este caso especial, quizás lo más apropiado sea preguntarnos si esta noción siquiera es físicamente factible en un mundo tan profundamente opuesto a su naturaleza. La Real Academia Española define la palabra “nada” como «inexistencia total o carencia absoluta de todo ser/una situación o estado de carencia absoluta». Una definición ligeramente abstracta y simplista al no saber con exactitud que constituye algo tan etéreo y complicado como el término en cuestión, y que a pesar de ello, sirve para cumplir con nuestras necesidades lingüísticas básicas, incluso cuando su uso carece de sentido literal. Por ejemplo: es conceptualmente erróneo decir que no hacemos, no hicimos, o no vamos a hacer nada durante un cierto período de tiempo, ya que estar inactivos, ya sea sentados, acostados, o incluso durmiendo, sigue siendo algo, y esta misma lógica abarca muchas otras instancias, por lo que no todos se conforman con la definición ordinaria de la palabra, como fue el caso de Keiji Nishitani, Tales de Mileto y Aristóteles. El primero fue el filósofo más influyente de la escuela filosófica de Kioto durante la posguerra, en razón de que él intercambió el término “nada” con “vacío”, describiendo este estado como una categoría existencial en la que las cosas regresan a su forma original, auténtica y fundamental. Tales de Mileto reflexionó tanto al respecto que llegó a la conclusión de que no podía existir algo como la inexistencia absoluta o ninguna cosa, en virtud de que él no concebía cómo el universo pudo haber nacido de un vacío total, y que debido a su naturaleza, “la nada” se convierte en algo en el preciso momento en que pensamos en ella, perjudicando todo entendimiento o debate racional al respecto. Aristóteles también concluyó que un vacío total, carente de todo elemento físico existente, sería imposible, precisamente porque, según él, la naturaleza de nuestro universo aborrece el vacío, pues nuestro mundo está repleto de su antónimo más puro y literal: todo. Este concepto encuentra muchas más complejidades cuando nos adentramos en el campo de la física, y para contemplarlo podemos proponer el famoso eufemismo del vaso medio lleno y medio vacío, agregando una posibilidad en la que el vaso está totalmente vacío... ¿O realmente lo está? Aunque a simple vista el vaso no contenga una sola gota de agua, sigue estando repleto de minúsculas partículas de aire, por lo tanto, decir que el vaso no contiene nada es literalmente incorrecto. Ahora, ¿qué sucede dentro de un sistema de vacío cuyo propósito es extraer todo elemento existente de un espacio predeterminado? Como perspectiva, un metro cúbico normalmente contiene 10^25 partículas de aire (un valor con 25 ceros, conocido como septillón), y dentro de un sistema de vacío ese número se reduce a 10^10 (10 billones de partículas de aire por metro cúbico), demostrando que incluso dentro de nuestros mejores sistemas de vacío, hechos específicamente para recrear estados de carencia absoluta, continuamos sin siquiera aproximarnos a encontrar ese fascinante estado que tanto nos elude. No obstante, si nos aventuramos hacia el mismísimo espacio, vamos a encontrar muchos puntos caracterizados por un aparente estado de vacío total, pero en realidad esos puntos están repletos de una misteriosa entidad denominada “energía oscura”, la cual produce una presión que tiende a acelerar la expansión del cosmos. Y si nos adentramos aún más, dentro del tejido atómico del universo, llegamos a los diminutos átomos para finalmente decir que dentro de ellos se encuentra un punto que constituye la carencia absoluta de todo componente físico y real. Pero la mecánica cuántica nos dice que dentro de un átomo todavía podemos encontrar niveles de energía extremadamente bajos, energía en forma de partículas que aparece y desparece gracias al campo de Higgs, el cual permea la extensa plenitud del universo en constante expansión, haciendo que las partículas generen masa al interactuar con el bosón de Higgs; una partícula elemental y la manifestación cuantificada del campo cuántico mencionado anteriormente. Sin lugar a dudas, este es un concepto verdaderamente fascinante, que se vuelve más intrincado y problemático a medida que exploramos su naturaleza y sus subsecuentes implicaciones. Tan profundamente confuso que solo el hecho de debatir al respecto es perjudicial, ya que al existir perdemos toda virtud de imaginárnosla, y filosóficamente hablando, nada en este universo tiene sentido alguno o es algo hasta que un ser consciente le dé una interpretación racional, tan antónima a la existencia que con el simple hecho de “ser” abandonamos sus bordes restrictivos y nos transformamos en el algo que eventualmente se convierte en todo, insinuando que este maravilloso universo efectivamente aborrece el vacío. Y quizás es hasta catártico entender la aparente imposibilidad de que “la nada” sea factible en una realidad en la que nos encontramos rodeados de todo. —BBC News Mundo. Por qué, científicamente, nada es imposible (17 de diciembre de 2016). —Gleiser, M., Avoiding the void: a brief History of Nothing(ness) (17 de noviembre de 2010). —Siegel, E., “What is the physics of Nothing?”, Forbes (22 de septiembre de 2016). —StarTalk. Neil deGrasse Tyson explains Nothing [Vídeo] (23 de junio de 2020). —Berger, D. L., & Liu, J. L. (eds.), “Nishitani on Emptiness and Nothingness”, en Nothingness in Asian Philosophy (2014). |
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