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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por PEDRO PUJANTE Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es autor de una variada y nutrida suerte de títulos, entre los que encontramos novela, ensayo, artículo literario y cuento. Su deambular funambulista y promiscuo por los géneros ha producido libros tan originales como inclasificables: Historia abreviada de la literatura portátil (1985) o Bartleby y compañía (2001), por citar algunos ejemplos. En sus propuestas más metaliterarias abundan constantes alusiones y referencias a autores y libros, siendo en muchas de ellas escritores los principales protagonistas, doppelgängers más o menos reconocibles del propio Vila-Matas, pliegues de su personalidad literaria. Su obra y su biografía se funden, constituyendo un universo literario original, repleto de guiños a su propia realidad y vida como escritor, inscribiéndose en la tradición de la autoficción. Sin embargo, quizá por distanciarse, en Dublinesca (2011) es un editor el protagonista, y a diferencia de la mayoría de sus autoficciones novelescas, está escrita en tercera persona. Si tenemos en cuenta que el capítulo sexto de Ulises está regido por el Hades y por la muerte comprenderemos que, en cierta manera, Dublinesca reproduce este motivo de un modo igualmente desenfadado y desmitificador que el autor de Dublineses. Para Riba, protagonista de la novela, la muerte no es otra que la de la literatura. El fin del mundo es para Samuel Riba (y por supuesto para su alter ego Vila-Matas. Este afirmó en una entrevista: «Para construir ese personaje partí de mí y luego le fui dando forma con cosas de editores que he conocido», el fin mismo de la literatura. Y para celebrar el fallecimiento del mundo literario no se le ocurre otra cosa que acudir a Dublín. Leemos en la página 24: «Podría ir a celebrar los funerales de la galaxia Gutenberg a la catedral de Dublín, que es San Patrick, si no recuerdo mal». De este modo, el entierro simbólico de la literatura al que acude Riba en Dublinesca es un claro guiño al entierro de Digman en Ulises, proyectando un paralelismo entre ambas obras que servirá de hilo conductor para la novela de Vila-Matas. ¿Qué es Dublinesca? Si nos limitamos a recoger el argumento, podríamos decir que el libro trata de un cansado editor, Samuel Riba, que al final de su vida laboral y emocional —acaba de deshacerse de su editorial—, triste, acabado, solo y vacío decide celebrar el entierro de la literatura en la capital de Irlanda. El título Dublinesca proviene de un poema de Philip Larkin, que según Vila-Matas trata «sobre el entierro de una vieja prostituta al que sólo acuden compañeras de profesión». Y después añade Vila-Matas: «Esa vieja puta, pensé, podría ser la literatura». Al igual que en Ulises, en Dublinesca se respiran ironía y autoparodia. Si Joyce pone en tela de juicio al ser humano, enclavando el universo y el periplo de la mayor hazaña jamás contada de la literatura (La Odisea) en una ciudad irlandesa, en un día trivial de junio, Vila-Matas parte de esta premisa desacralizadora para enterrar nada más ni nada menos que a la Literatura por un editor barcelonés fracasado en una ciudad extranjera para él. De hecho, a pesar del tono melancólico y otoñal de algunos de los pasajes de Dublinesca, como ocurre en el joyceano capítulo VI, el resultado es sumamente divertido, delirante y muy autocrítico. De hecho, en Dublinesca nos dice el narrador sobre Ulises que este capítulo sexto es «triste, una meditación sobre la muerte, el más triste que ha leído en su vida». Sin embargo, al igual que toda la obra de Vila-Matas, está teñido de sarcasmo e ironía. Las aproximaciones al tema de la muerte son escamoteadas con pensamientos banales, un asunto demasiado serio, que dijera Wilde, para tomárselo en serio. El humor es uno de los ingredientes, al igual que en la obra de James Joyce, de Dublinesca. Para comenzar, el solo hecho de plantear la hiperbólica tarea de enterrar a la Literatura resulta hilarante, absurdo, cómico, descabellado. Samuel Riba es un antihéroe especular de Leopold Bloom. De hecho, a lo largo de su periplo dublinés, Riba comenzará a mutar y a sentirse identificado con él: No está muy seguro, pero diría que Bloom, en el fondo, tiene muchas cosas de él. Personifica al clásico forastero. Tiene ciertas raíces judías, como él. Es un extraño y un extranjero al mismo tiempo. Bloom es demasiado autocrítico consigo mismo y no lo suficientemente imaginativo para triunfar, pero suficientemente abstemio y trabajador para fracasar del todo. Bloom es excesivamente extranjero y cosmopolita para ser aceptado por los provincianos irlandeses, y demasiado irlandés para no preocuparse por su país. (Dublinesca, página 60) Como vemos, Samuel Riba desde el comienzo empieza a establecer paralelismos con el protagonista joyceano. Se percata de la mediocridad que caracteriza a ambos, y de este modo inicia lo que será para él su particular y privada odisea por Dublín. Pero más que una odisea, será una uliseada vertebrada por el sexto capítulo: «…y se concentra en el capítulo sexto que quiere revivir en Dublín y que inicia después de las once de la mañana…» (Dublinesca, página 130). Comienza así su ruta joyceana tras los pasos de Bloom en el citado capítulo de camino al Prospect Cemetery. Es evidente que Dublinesca es algo más que una novela de corte tradicional. Hay, como en la obra de Joyce y de otros novelistas modernistas, un intento de escapar de los clichés clásicos, de adoptar una mirada original y de valerse de un lenguaje innovador, un intento de aprehender una realidad más compleja y dilatada que la que la novela decimonónica trataba de mostrar. Si hemos comentado que adopta Ulises, en concreto su sexto capítulo, como hipotexto, también es cierto que las referencias literarias, culturales, cinematográficas o musicales son muy variadas y nutren la trama. Sin contar, los juegos apócrifos (su biblioteca imaginaria es infinita) a los que Vila-Matas es muy dado y que dificultan la tarea de quien quiera rastrear sus influencias. Samuel Riba, en sus divagaciones literarias, en su devenir triste y melancólico, se rodea de sus propias fantasmagorías y fantasmas. Y recuerda aquella descripción del espectro que se halla en Ulises y que Vila-Matas incluye literalmente en su novela: «—¿Qué es un fantasma? —preguntó Stephen—. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres». En definitiva, otra versión de la desaparición, otra metáfora de la defunción de la literatura, que refleja las preocupaciones por el constante cambio y las crisis estética y cultural que los autores modernistas han sentido padecer. Y que su sucesor Riba/Vila-Matas muestra igualmente. Más adelante, la lluvia incesante de la ciudad irlandesa y el recuerdo de una frase de Samuel Beckett («Al final del muelle, en el vendaval, nunca lo olvidaré, allí todo de golpe me pareció claro. Por fin la visión») evocan en Samuel Riba la imagen de la gabardina, la Macintosh, que aparece en el sexto capítulo de Ulises. Esta gabardina la viste un desconocido que asiste al entierro de Paddy Dignam. Nadie sabe quién es. Leemos en el sexto capítulo: «¿Quién será ese larguirucho de ahí con el impermeable? Me gustaría saber quién es. Daría cualquier cosa por averiguarlo». Esta primera referencia al desconocido que viste una Macintosh (un impermeable) hace reflexionar a Samuel Riba sobre el significado que más relevancia tiene hoy día el término ‘Macintosh’: un ordenador personal. Y de nuevo, se vale Vila-Matas de esta dicotomía (impermeable antiguo/ordenador moderno) para plantearnos ingeniosamente el dilema de su héroe, el salto de la era Gutenberg a la era digital, la muerte de la vieja literatura a manos de un mundo tecnificado. A lo largo de la novela de Joyce este desconocido llamado Macintosh aparecerá en sucesivas ocasiones (diez veces en total, nos aclara el narrador de Dublinesca). Y más adelante se nos plantea la curiosa cuestión: ¿y si el misterioso señor larguirucho de la gabardina Macintosh no fuese sino el propio autor de la obra: el señor Joyce? ¿Y si el propio Joyce se hubiese incluido en la novela, como un personaje marginal, como si se tratase de un imprevisto autorretrato, disimulado entre los cientos de personajes que deambulan por el ficticio Dublín del 16 de junio de 1906? Vila-Matas conduce a su Bloom-Riba al Prospect Cemetery. Reproduce el itinerario y los acontecimientos de Ulises, en un paralelismo cada vez más confluyente y paródico. Intercala fragmentos de Ulises y los adultera con citas propias. También se toparán los personajes vila-matianos en repetidas ocasiones con el «larguirucho del mackintosh». Se preguntan, como en la obra de Joyce, quién será. «Riba sigue con la mirada al desconocido del impermeable y al poco rato lo ve adentrarse en la niebla y poco después borrarse, desaparecer en ella. No vuelve a verle más». Ese misterioso hombre podría ser el propio James Joyce, nos aclara el narrador de Dublinesca. «En este mismo camposanto, en otros días, Bloom llegó a ver a su creador». Y por supuesto, al lecto-espectador de la novela Dublinesca le podría igualmente parecer que ese que en ella aparece no fuese sino el propio Vila-Matas. Interrogando a Enrique Vila-Matas al respecto nos revela: «Escribí todo el libro para poder llegar a esa secuencia en la que el personaje me miraría. Me daba miedo pensar que llegaría a ese momento. Pero finalmente llegué. Y me dio miedo». Quizá, como Unamuno en Niebla, Vila-Matas ha querido enfrentarse a su criatura ficcional y en el espejo extraño de su propia literatura se ha visto a sí mismo, a través de la mirada de su personaje. Si bien Ulises es una obra compleja, densa y variada, que opera en muchas direcciones y rica en registros, vocabulario y técnicas narrativas, el capítulo sexto es, de un modo aislado, bastante asequible para una lectura significativa y ofrece muchas de las claves de la poética de Joyce y de su novela. Además, como hipotexto de Dublinesca hace que ambas lecturas se complementen y enriquezcan, creando un puente intertextual de gran interés para el lector actual. Borges escribió: «cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro». En este sentido, podemos igualmente afirmar que, como dijera Borges, Don Enrique Vila-Matas, caballero de la Orden del Finnegans, arroja luz sobre su precursor, James Joyce y sobre su Ulises. Lo hace comprensible de algún modo, lo rescribe parcialmente y nos lo acerca a través de Dublinesca para que mediante una lectura complementaria, reflexiva y comparativa podamos disfrutar y desentrañar aspectos literarios que comparten ambos escritores, ambos libros, ambos tiempos. En definitiva, Vila-Matas inventa a Joyce. BIBLIOGRAFÍA
—Barón, Emilio, Literatura comparada. Relaciones Literarias Hispano-inglesas (siglo XX), 1999, Universidad de Almería. —Borges, Jorge Luis, ‘Kafka y sus precursores’ en Otras inquisiciones, 1952, Buenos Aires, Sur. —Burger, Peter, Teoría de la vanguardia, 1987, Barcelona, Península. —Joyce, James, Ulises, traducción de Enrique Castro y Beatriz Blanco, 1991, Barcelona, Anagrama. —Joyce, James, Ulises, traducción de José María Valverde, 1983, Barcelona, Bruguera. —Joyce, James, Ulises, traducción de José Salas Subirat, 1945, Buenos Aires, Santiago Rueda. —Vila-Matas, Enrique, Dublinesca, 2011, Random House. —Vila-Matas, Enrique, Fuera de aquí, 2013, Galaxia Gutenberg. —Vila-Matas, Enrique, Chet Baker piensa en su arte, 2011, Random House.
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