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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por CARMEN MARÍA LÓPEZ LÓPEZ En verdad, en verdad os digo: Si el grano de trigo, caído en tierra, no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto. (Evangelio de San Juan, Cap. XII, 24) LOS PERSONAJES DE DOVSTOIEVSKI. LA VIDA COMO DESTINO Cuando el hombre no ama, cuando en el corazón del hombre se engendra la tragedia, surge la ponzoña. El alma tiembla de miedo, divaga por túneles de irracionalidad, se disipa en las brumas del odio y del sentido de la culpa. La culpa, ¿qué es la culpa? ¿Acaso Raskólnikov lo sabía? Él quiso luchar contra sí mismo y contra todos, quiso ser el Superhombre nietzscheano y acabó en Siberia, recordando las palabras de Sonia y de la resurrección de Lázaro, con el Evangelio, con el Verbo, con la Palabra, con la esperanza de la fe… Dostoievski pinta en Los hermanos Karamázov la concepción trágica de la vida, unida a la profundidad religiosa encarnada en Aliosha o el padre Zósimav, un vivo sentido de la culpa y de la realidad del mal, de la fuerza redentora del dolor y la convicción de que el hombre realiza con plenitud sus propias posibilidades sólo si no anhela sustituir a Dios y reconoce la trascendencia. Dostoievski buscó en sus novelas que sus personajes, Raskólnikov o Mitia, olvidaran la prisión, pero la prisión no les olvidó a ellos. A Rodia le persiguió la culpa y aun con el Evangelio en sus manos, entendió la mentira del mundo, la absurdidad de la compasión humanitaria y la filantropía idealista. De nada sirven ideales si Raskólnikov está deportado en Siberia, si no siente el calor de la fe y aquel fervor en el alma que profesa un hombre exento de dolor. Para Dostoievski, la verdadera realidad es la que emana de la naturaleza espiritual de sus figuras. Los pensamientos de sus personajes no son opiniones, sino irradiaciones de ideas a veces irracionales. Sus vidas no son biografías, sino destinos. Los personajes sufren, aman, lloran, odian, sienten dolor o miedo… En Los hermanos Karamázov, la luz salvífica y la oscuridad demoníaca iluminan el alma de los cuatro hermanos mediante diferentes reflectores. Aliosha lucha continuamente contra la perversidad que le circunda, y aun el tenebroso Smerdiakov, hijo bastardo y resentido, tiene momentos de contemplación del misterio del mundo. Ivan cree en Dios pero niega la creación, invierte la religiosidad en una fe indefinible trozada por la locura; Dmitri, de otro lado, será el gran pecador que cree en Dios y en el bien y transforma su disipación en salvación, queriendo expiar la culpa de un delito que no ha cometido, pero que ha anhelado en el subterráneo espacio de su alma. La diferencia entre ideas divinas y demoníacas se descubre en la Sagrada Escritura, sobre todo en el Evangelio de San Juan: La verdad os hará libres. Pero hay algo más: la libertad para personajes de Dostoievski como Rodia o los Karamázov adviene cuando comemos del fruto prohibido, situándonos en un nivel idéntico al de Dios. Es la encrucijada entre elegir la libertad de la obediencia o rebelarse contra Dios, luchando contra lo eterno, traicionando la verdad del Verbo encarnado. La profundidad psicológica de los personajes de Dostoievski se trasluce cuando se colocan “más allá del bien y del mal”, iniciando una nueva senda donde el hombre, superado el resentimiento moral del hombre occidental y hegeliano, podrá vivir sin cortapisas. Raskólnikov vive de una idea: la moral utilitarista, a la luz de la cual resulta lícito el homicidio de la vieja usurera, en beneficio de los pobres explotados. Para Rodia, emblema del superhombre nietzscheano, existe una manera de querer y de hacer el bien que, paradójicamente, se invierte en destrucción y en mal. Su división entre hombres “ordinarios” y “extraordinarios” vertebra el corazón de su conciencia: Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón, etcétera, etcétera, todos, (…) habían sido criminales aunque no fuese más que porque al promulgar leyes nuevas, abolían las antiguas. Hegel decía que en la evolución de la historia el ser humano pasa por tres fases de evolución: espíritu objetivo, subjetivo y absoluto. Este último se ha independizado de la naturaleza y produce el arte, la filosofía… Hegel creyó ver en Napoleón al espíritu absoluto montado a caballo, igual que Raskólnikov en la confesión ante la piedad de Sonia argumenta: Yo quería ser un Napoleón. Para Rodia el crimen es una protesta contra la anormalidad del régimen social… […] Aversión por la Historia: sólo se encuentran en ella monstruosidades y estupideces. Se dice que todo esto es indispensable para que en la mente del hombre se establezca la distinción entre el bien y el mal. ¿Pero para qué queremos esta distinción diabólica pagada a tan alto precio? Toda la sabiduría del mundo es insuficiente para pagar las lágrimas de los niños, dice Iván a Aliosha antes del discurso de El Gran Inquisidor. UN EPÍLOGO AL SIGLO XIX: LOS HERMANOS KARAMÁZOV En las atmósferas de Dostoievski respiramos un aire de dolor, de maldad, de pecado, de sufrimiento, de culpa, de pena, de delito y castigo, cualidades que hacen del hombre un ser trágico. Como escribió Nietzsche, una de las pruebas de la conciencia de poder en el hombre es el hecho de que pueda reconocer el carácter horrible de las cosas sin una fe final. En efecto, ni Raskólnikov ni tres de los hermanos se redimen de forma completa. Sólo Aliosha se salva de la ponzoña de los Karamázov, aun con el dolor por la muerte de Iliusha, contrafigura de su familia, paradigma que ofrece la posibilidad de amar. En el Epílogo de Los hermanos Karamázov (cap. III. El entierro de Iliúshechka. Discurso ante la piedra), nos conmueven las palabras de Aliosha en el entierro de Iliusha, ante algunos muchachos, como Kolia, antes de separarse para siempre. Era un chico excelente, bueno y valeroso, sentía el honor y la amarga ofensa de que su padre había sido objeto, y contra la cual se levantó (…) No olvidaremos lo bien que nos sentíamos aquí, todos juntos, unidos por el noble sentimiento que durante este tiempo de amor a nuestro pobre muchacho ha podido hacernos mejores de lo que en realidad éramos. Los chicos se habían emocionado, “¿Por qué hemos de hacernos malos?”, continúa Aliosha. Hay que luchar por la honradez y por la bondad. El final de Los hermanos Karamázov, después de tanta vileza y crueldad desperdigada en sus páginas, se convierte en un canto a la vida que entona el propio Alexei, henchido de amor: ¡Ay, niños, ay, querido amigos, no temáis la vida! ¡Qué bella es la vida cuando uno hace algo bueno y justo! Ese es el “telos” de la literatura: hacer mejores a los hombres, que los sueños se cumplan o se lastren, llegando a fracasar. La religión nos salvará y hará que nos levantemos de entre los muertos y resucitemos y volvamos a vernos todos, también a Iliusha, igual que en Crimen y castigo Raskólnikov, deportado en Siberia durante siete años, sostiene entre sus manos el Evangelio, la palabra evangélica que Sonia le había enseñado, redimiéndole de la angustia que quiso horadar su alma. Epílogo: Debajo de su almohada tenía el Evangelio. Lo cogió maquinalmente. Aquel libro era propiedad de ella, pues era el mismo en que ella le había leído la resurrección de Lázaro. Palabras evangélicas hallamos también en Anna Karénina, con la revolución religiosa que nos propone Tolstói: No resistáis al mal, de suerte que a los hombres no ha de unirlos el Estado, que es poder y fuerza, sino un “impulso eterno de fraternidad”. Si el odio, el deseo de poder o la culpa nos engañan, junto a nosotros está la fe, el amor y la esperanza. Después de tanto odio y resentimiento, como en “La balsa de la Medusa” de Géricault, levantaremos un lienzo blanco. Estas palabras de amor se encuentran en las reflexiones del príncipe Andréi Bolkonsi de Guerra y paz, porque todo lo que existe, existe solamente porque amo. El amor es la vida y el amor es la muerte. Cree lo que el corazón te dice. / Los cielos no dan testimonio (“El gran Inquisidor”, Los hermanos Karamázov). Bibliografía
—Dostoievski, Fiódor (1979), Los hermanos Karamázov, Barcelona, Bruguera. —Dostoievski, Fiódor (1988), Crimen y Castigo, 3ª ed., Barcelona, Planeta.
1 Comentario
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27/8/2022 04:30:40 am
Buenos días señor / señora,
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