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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por JUANDE MERCADO Suelo recordar las lecturas de mis veranos más por los libros que he releído que no por los libros que leo por primera vez. En la placidez veraniega que proporciona el gazpacho fresquito y el turismo de playa, prefiero redescubrir libros que me han dejado un poso indeleble en mi memoria que acometer la hercúlea tarea de descubrir la nueva sensación narrativa del momento. La vida es demasiado corta y, a veces, es preferible jugar sobre seguro y desempolvar aquellos clásicos atemporales antes que buscar la aguja mágica en el pajar atestado de novedades en que se han convertido la mayoría de librerías. Aplicándome esta máxima, hace unas semanas rescaté la primera novela de Norman Mailer que tiene el poético título de Los desnudos y los muertos. ¿Qué hace especial a Mailer y a Los desnudos y los muertos? En primer lugar, la razón principal para encumbrar esta novela que, a pesar de no ser perfecta sí es sumamente meritoria, es que fue escrita por un Mailer que tenía solo veinticinco años cuando fue publicada en mayo de 1948. Este prodigio de precocidad solo está al alcance de unos pocos escogidos de la cultura popular planetaria. Se me ocurre, por ejemplo, la publicación del primer disco de The Jam con un tierno Paul Weller de diecinueve añitos o el estreno cinematográfico de Ciudadano Kane de Orson Welles cuando este iba por los veintiséis. La novela narra la aventura colectiva de una patrulla de reconocimiento que desembarca en una isla japonesa durante la ofensiva norteamericana del Pacífico en el transcurso de la II Guerra Mundial y está inspirada en la peripecia real de Mailer que se alistó de forma voluntaria en el ejército para poder vivir su particular “adiós a las armas”. A diferencia de otros autores que han escrito sobre la guerra y que se han caracterizado por la exasperante lentitud para metabolizar experiencias personales en papel (estoy pensando en el poco prolífico Michael Herr y sus Despachos de guerra), Mailer tardó tan solo tres años en pergeñar una novela coral, con una caracterización de personajes dotada de una penetración psicológica cinco estrellas y una extensión nada desdeñable de casi setecientas páginas. En segundo lugar, Los desnudos y los muertos significó para Mailer alcanzar la gloria literaria instantánea sin pasar por el incómodo peaje, muy recurrente en los escritores noveles, de ver rechazada su obra por multitud de editoriales. Por ejemplo, Kerouac se convirtió en una celebridad después de una crítica de En el camino en el suplemento de The New York Times que la bautizó como la gran novela americana de finales de los cincuenta pero, por entonces, el escritor de Lowell tenía ya treinta y cuatro años y la novela había estado hibernando durante largos años en los cajones de Viking Press. De la noche a la mañana, Mailer fue coronado por la prensa literaria americana como el digno sucesor de Hemingway, con el que compartía, además del genio narrativo, una afición nada disimulada por la bravuconería masculina, por el boxeo y por la ingesta masiva de todo tipo de alcohol de alta graduación. Escribir una muy buena novela a tan temprana edad supuso dejar el listón demasiado alto para ulteriores obras. Sin duda, Mailer acusó el vértigo de no defraudar a crítica y a público y, tras Los desnudos y los muertos, tardó veinte años en escribir un libro de semejante o superior talla intelectual. Lo consiguió con Los ejércitos de la noche, que es un análisis mitad narración histórica, mitad novela de no ficción, en donde narra una famosa marcha hacia el Pentágono con el objeto de protestar contra la presencia norteamericana en Vietnam desde una perspectiva muy maileriana, es decir, con el inmenso ego de Mailer como protagonista absoluto. En tercer y último lugar, Los desnudos y los muertos fue la primera muesca en el revólver del principal tema de la obra novelística y periodística maileriana: América. América como un país digno de amar y de odiar. América para Mailer es como esa pareja poliédrica que nunca se acaba de conocer del todo y a la que unas veces colmarías de besos sin fin y otras tantas la arrojarías al suelo como una vulgar colilla. En sus novelas y en sus numerosos reportajes periodísticos, Mailer intentó comprender y explicar las luces y las sombras de un país tan extenso y complejo como América a todos los niveles posibles: político, étnico, de diferencias de clases, de estilos arquitectónicos, etc. Mailer fue capaz de escribir un fantástico ensayo sobre cómo se siente y cómo se comporta el afroamericano de los bajos fondos bajo el yugo del establishment blanco titulado El negro blanco, se convirtió en uno de los principales agitadores culturales durante la contracultura a la que le dedicó dos libros esenciales (Los ejércitos de la noche y Miami y el sitio de Chicago), fue seguramente uno de los mejores cronistas políticos del país y escribió multitud de artículos sobre las convenciones demócratas y republicanas y multitud de perfiles biográficos de presidentes o aspirantes a serlo desde principios de los sesenta hasta finales de los noventa y, por si fuera poco, poseyó el fino olfato del reportero intrépido para cubrir un combate de boxeo histórico celebrado en el Zaire, a mediados de los setenta, que tuvo a bien denominarse “el combate del siglo” entre Muhammad Ali y George Foreman. Los desnudos y los muertos: una novela coral de personajes arquetípicos americanos Un Mailer joven, ingenuo y patriota participó como soldado de una patrulla de reconocimiento en la conquista de una isla japonesa durante uno de los numerosos episodios de la guerra en el frente del Pacífico. A partir de sus vivencias personales, Mailer ficcionaliza y retrata, a través de, aproximadamente, una decena de personajes, diferentes tipos de norteamericanos pertenecientes a la vasta geografía humana del país. Como personajes destacados, de mayor a menor importancia, aparece Robert Hearn, un intelectual liberal, ayudante del general Cummings y con el que establece una particular relación amor-odio; el general Cummings, prototipo del americano del medio oeste que simpatiza de forma secreta con el fascismo; el sargento Sam Croft, el duro y frío jefe de la patrulla de reconocimiento que entiende la guerra como su hábitat natural; Red Valsen, un exminero con conciencia de clase que se mortifica por ser carne de cañón en una guerra declarada por el capital; Gallagher, un irlandés católico y antisemita invadido por la amargura de no haber sido más en la vida; Brown, un soldado cobarde y misógino que fantasea con las infidelidades de su mujer; Wilson, un borracho simpático y mujeriego que intenta vivir el presente tal y como le viene; Martínez, un mexicano que lucha por subir en el ascensor social americano participando en la guerra y, Goldstein, un judío neoyorquino que anhela convertirse en un hombre de éxito en el llamado país de las oportunidades. Mailer sitúa en un escenario bélico a esta amplia panoplia de personajes muy diferentes entre sí y cuyo objetivo común es la defensa de los valores tradicionales de libertad y democracia de la nación americana. En la guerra, estos personajes experimentan sentimientos contradictorios para sí mismos y para sus compañeros como el amor y el odio, el compañerismo y la alienación, la empatía por el sufrimiento ajeno y el egoísmo de mantenerse con vida a cualquier precio. Un lastre para la novela es el excesivo número de páginas que perjudica su tensión narrativa porque hay pasajes que se hacen pesados de leer por la profusión de diálogos intrascendentes y por las aburridas descripciones ambientales. No obstante, una lograda narración del clima psicológico vivido entre los soldados antes de una operación militar (ver la escena inicial del desembarco en la playa bajo el ataque de la artillería japonesa), las conversaciones intelectuales-filosóficas mantenidas entre el general Cummings (un arquetipo de republicano rancio) y su ayudante Hearn (un arquetipo de demócrata comprometido) donde ambos contraponen las diferentes visiones irreconciliables de Estados Unidos que aún siguen vigentes y, sobre todo, esos retratos íntimos de los personajes bautizados bajo el título de “La máquina del tiempo” que jalonan toda la novela y donde se explican sus orígenes geográficos, familiares y sociales que ayudan a entender cómo son y porqué se comportan de una determinada forma en un escenario como la guerra son tres ejemplos impagables de talento literario impropios de un escritor novel de veinticinco años. Los desnudos y los muertos es un espectacular primer libro para un autor que siempre mostró una ambición desmedida a nivel literario (muy pocos se atreverían a escribir un evangelio desde la perspectiva del hijo de Dios y menos aún se atreverían a escribir una novela sobre los supuestos orígenes judíos de Hitler) y que tuvo una trayectoria profesional llena de altibajos en la que combinó libros de primera magnitud literaria con libros fácilmente prescindibles. La ambición de Mailer es comparable a su inmenso ego y a su terrible irascibilidad. Uno se pregunta cómo es posible aunar una proverbial capacidad de comprensión para escribir sobre la condición humana por escabrosa que esta sea (una buena prueba de ello es La canción del verdugo) y, al mismo tiempo, ser capaz de cometer un acto tan abyecto como el apuñalamiento de Adele Morales, su segunda mujer, tras una burla malintencionada de esta hacia él en una fiesta.
1 Comentario
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27/8/2022 05:02:27 am
Buenos días señor / señora,
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