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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por JUANDE MERCADO El tiempo líquido que hoy es el reloj de arena de nuestras vidas hace difícil valorar en su justa medida esa década en que se vivió peligrosamente denominada acertadamente contracultura. Durante la década de los sesenta y, especialmente en Estados Unidos, se produjo un estallido juvenil vital tan sísmico que puso en jaque el status quo pacientemente construido durante la era Eisenhower. Aunque no se consiguió el ambicioso fin de que el capitalismo fuese un sistema económico puesto al servicio de la natural alegría de vivir del hombre, sí se puede afirmar, sin una glorificación fatua del pasado, que muchos de los actuales estilos de vida hedonistas y libérrimos adoptados por parte de la clase media occidental son deudores de esos cambios sísmicos originados durante la contracultura norteamericana. Quisiera centrar mi artículo en uno de esos visionarios americanos que, a principios de los sesenta, supo captar como nadie que los tiempos estaban cambiando e intuyó que (esta vez sí) el motor de cambio iba a ser una juventud ansiosa por romper la aburrida normalidad de la vida de sus padres. Me estoy refiriendo al lúcido y carismático Ken Kesey. Es curioso e, incluso, paradójico, que el hijo del fundador de una cooperativa agrícola de Oregon se convirtiera en un agitador cultural encargado de capitanear un grupo llamado Merry Pranksters (Alegres Bromistas), organizadores y protagonistas de una serie de fiestas totales lisérgicas bautizadas con el nombre de Kool Acid Test (Pruebas de Ácido) en la costa oeste: la zona del show-time por excelencia. A finales de los cincuenta, Kesey era uno de los integrantes de la bohemia de Perry Lane, cerca de Palo Alto (California), que cursaba estudios de escritura creativa en Stanford. Un amigo de este círculo, Vic Lowell, le animó a presentarse como cobaya humana en una serie de pruebas científicas auspiciadas por la CIA para estudiar los efectos de ciertas drogas sobre los humanos. Una de estas drogas fue el LSD y las pruebas acontecieron un par de años antes de que Leary y Alpert “institucionalizaran” la ingesta de LSD dándolo a consumir a sus alumnos de Harvard. Para Kesey, esta experiencia lisérgica fue su particular caída del caballo yendo hacia Damasco y, casi sin quererlo, se convirtió en el principal proselitista del LSD en la costa oeste intentando que la bohemia de Perry Lane adoptara esta droga como el nuevo elixir juvenil. Kesey empezó a trabajar como celador nocturno en el Menlo Park Hospital y, en este hospital psiquiátrico, pudo escribir en solo nueve meses Alguien voló sobre el nido del cuco, una novela que fue un superéxito de crítica y ventas y que le convirtió, con solo veintiséis años, en la nueva sensación de la literatura americana. En esta novela, un joven llamado R. McMurphy, ingresa en un hospital psiquiátrico haciéndose pasar por loco para evitar cumplir una condena en una granja penitenciaria y, soliviantado por la crueldad de la que es testigo, instiga a los enfermos a la rebelión contra la Gran Enfermera, ideóloga de las vejaciones a la que son sometidos estos con total arbitrariedad. Paradojas de la vida: en 1968, el mismo Kesey tuvo que cumplir una condena de seis meses en una granja penitenciaria por posesión de marihuana. La realidad, a veces, se inspira en la ficción. ¿Qué harían la mayoría de jóvenes escritores cuya primera novela publicada se convierte en un gran éxito literario? Seguramente, dilapidar el dinero ganado y buscar nuevo material para escribir la segunda novela. Kesey no fue una excepción pero, en cambio, innovó con un “way of life” particular que distaba, en mucho, de convertirse en otro escritor más apoltronado. Con el dinero ganado por las ventas del libro y la adaptación teatral que se hizo a continuación (guiño para mitómanos: Kirk Douglas interpretó a McMurphy), Kesey compró un rancho en La Honda, una zona boscosa de California, donde escribió Casta invencible y donde fundó una comuna que, al principio, dio cabida a unos pocos y escogidos espíritus libres. Esta comuna iba a ser el embrión primigenio de los Merry Pranksters. En una literatura tan acunada por las directrices del mercado cultural como la actual, Kesey de destapó como uno de los primeros escritores punks que, incapaz de ser víctima de su propio autoengaño, creyó que la escritura como forma artística era algo anticuado y apostó todo su capital vital y económico a descubrir nuevas formas de expresión artística que desembocaron en los espectáculos totales de experimentación sensorial que fueron la norma unos años después y que no hubieran existido sin la singular imaginación y sin la fecunda provocación de Kesey. ¿Quiénes fueron los Merry Pranksters? Un colectivo de personas tan dispares como Ken Babbs, piloto de helicópteros en Vietnam y amigo de universidad de Kesey, Page Browning, un Ángel del Infierno, y, por encima de ellos, un resucitado Neal Cassady, el amigo de correrías beat de Kerouac de En el camino, que guiados por el carisma de Kesey, adoptaron el gamberrismo socarrón como natural forma de expresión en un mundo que estaba a un paso del Armagedón nuclear. Fue Cassady quien se encargó de conducir el mítico Furthur, un autobús escolar americano graffiteado con colores psicodélicos, durante las giras de los Pranksters por toda la geografía americana y, al igual que los beats en el pasado, pudieron admirar la proverbial habilidad de Cassady en el arte de la conducción de vehículos de motor. Todos ellos protagonizaron un viaje lisérgico desde la costa oeste a la costa este con un doble objetivo práctico: en primer lugar, acompañar a Kesey en la promoción en Nueva York de Casta invencible (1964) y, en segundo lugar, abrazar en comunión lisérgica al otro grupo apologeta del LSD llamado Liga para el Descubrimiento Espiritual, fundado por Leary y Alpert, y cuyo cuartel general se encontraba en Millbrook Farm, Nueva York. Gracias a una nevera cargada con botellas de zumo de naranja (con LSD diluído dentro) y a un gran cargamento de marihuana y speed, este viaje fue la primera piedra inaugural de una era de experimentación colectiva que buscó ahondar en el propio conocimiento personal mediante el uso de drogas cuyo fin, ya fuera perseguido voluntariamente o no, era derribar la puerta del mundo consciente para lograr aprehender la esencia de los pensamientos y sentimientos de forma natural, sin ningún tipo de esfuerzo intelectual. Al frente de la nave, Kesey ejercía su papel de “no líder” canalizando la fuerza creativa de sus Pranksters sin ningún tipo de autoritarismo y animándoles a mostrarse como eran, sin ninguna capa de barniz hipócrita. Kesey conducía su rebaño lisérgico recitando aforismos crípticos, imbuidos de cierta carga budista, muy en boga por aquella época, entre los cuales, el más famoso era “o estáis en el autobús o fuera del autobús” que era una forma de persuadir a aquellos Pranksters (y, en general, a aquellos que quisiesen participar en la revolución psicodélica en ciernes) que pudieran albergar alguna duda sobre la razón de ser de la empresa. Entre 1964 y 1966, dentro del movimiento psicodélico, la facción Prankster de Kesey tomó la delantera a la facción espiritual de Leary y se convirtió en la preferida por esa juventud estudiantil de Berkeley y aledaños que estaba en contra de la guerra de Vietnam. Leary y los suyos no vieron con buenos ojos la deriva lúdica de la revolución psicodélica que propugnó Kesey y las relaciones entre ambos próceres fueron frías, por no decir inexistentes. Al final, ambos se hicieron amigos y Kesey fue una de las últimas personas que llamó a Leary poco antes de que este falleciese en 1996. Esa juventud americana de principios de los sesenta, deseosa de tomar las riendas de su vida y de romper con el estilo de vida encorsetado de sus padres, creyó que una revolución pacífica era posible y que drogas como la marihuana o el LSD iban a ser inseparables compañeros de viaje para llevarla a cabo. Kesey fue lo suficientemente listo para percatarse de que, sin menoscabo del espíritu lúdico-hedonista de su grupo, se podía llegar a un mayor número de jóvenes organizando unos happenings lisérgicos totales llamados Pruebas de Ácido en los que se proporcionaba LSD de forma gratuita a todo aquel que lo pidiera y en los que tuvieron cabida todas las expresiones artísticas susceptibles de seducir a millares de jóvenes: música psicodélica improvisada por grupos como Grateful Dead (su líder, Jerry García, ya era amigo suyo desde los tiempos de la bohemia de Perry Lane), juegos de luces estroboscópicos y proyección de rollos de película filmados durante el famoso viaje lisérgico de costa a costa. Los Merry Pransksters se encargaron de amenizar estas fiestas disfrazados de superhéroes de cómic de Marvel y con improvisados “speeches” de Kesey o Babbs en los que exhortaban a la juventud a que expandieran sus posibilidades de percepción sensorial a través de la ingesta opípara de LSD. Tras una gira exitosa de Pruebas de Ácido por toda la costa californiana, las altas instancias políticas tomaron cartas en el asunto con el objeto de neutralizar la onda expansiva de un movimiento psicodélico que estaba creciendo sin parar y cogiendo la fuerza necesaria para poder contaminar al “cuerpo sano” de la juventud norteamericana: aquel que se limitaba a disfrutar de las fiestas de graduación en las high schools, aquel que gustaba de la retransmisión de partidos de fútbol americano, aquel que se aprovechaba de la oscuridad de los autocines drive in para magrearse impunemente. A finales de 1966, se producen dos hechos importantes que significaron dos hachazos importantes para el movimiento psicodélico y, por extensión, para la supervivencia de la contracultura como movimiento de masas: por un lado, se prohíbe el consumo de LSD (otra aleccionadora lección de la doble moral americana: ¿quién empezó a investigar sobre los posibles efectos de esta droga en los humanos? La CIA) y, por otro lado, Kesey se ve obligado a exiliarse en México porque tiene dos causas pendientes con la justicia por posesión de marihuana. Babbs cogió el relevo de Kesey al frente de los Pranksters mientras este estuvo exiliado pero con el hándicap insuperable de no poder irradiar el carisma especial de Kesey. No obstante, la revolución psicodélica había prendido ya en las cándidas almas de la juventud californiana y las gratas experiencias de las Pruebas de Ácido habían dejado ya su huella en ella. Durante 1967, el año en que Kesey y parte de su círculo estuvo alejado del mundanal ruido, Haight-Ashbury, dos populosas calles de San Francisco, iban a ser las pioneras de una nueva forma de vivir y organizar la sociedad. Millares de jóvenes de toda la geografía americana emprendieron su particular viaje a Ítaca para enseñar al mundo que era posible otra forma de vivir más feliz y solidaria y en la que el lucro personal iba a ser algo totalmente aborrecible. Emergieron agitadores interesados en sacar beneficio económico del movimiento como Bill Graham que, plagiando el ejemplo Prankster, mercantilizó las fiestas de los viajes lisérgicos en recintos como el Fillmore Auditorium, capaz de albergar a un gran número de universitarios ansiosos de nuevas experiencias, y otros más altruistas, como Emmet Grogan, fundador de los Diggers, colectivo contracultural que se dedicó a abrir Free Stores, establecimientos donde se repartía comida gratis por todo Haight-Ashbury, y cuyo héroe personal era, precisamente, Kesey. Estos experimentos de ingeniería social solo duraron un par de años, de 1967 a 1968, lapso en el que el gobierno americano pergeñó una estrategia para acabar con un movimiento lúdico-drogata-pacifista que amenazaba con extenderse a todos los campus universitarios norteamericanos. Dicha estrategia, concebida por mentes retorcidas (1968 fue el año en el que Nixon y sus esbirros conquistaron el gobierno), consistió en inundar Haight-Ashbury de heroína barata, una droga que inhibe completamente el deseo de querer cambiar el mundo. Sin ir más lejos, Grogan, fundador de los Diggers, murió de sobredosis en un metro de Nueva York en 1978. Kesey, cansado de su exilio forzado mexicano, decidió volver a Estados Unidos. En su vuelta a casa, vivió como un fugitivo, encerrado en la casa de un amigo. No obstante, consciente de que está protagonizando la “película” del Gran Hermano, se decantó por jugar a “policías y ladrones” utilizando las armas Prankster: apareciendo por Haight-Ashbury a plena luz del día (su altura, su musculoso cuerpo de antiguo deportista de lucha y su sombrero y botas de cowboy no le ayudaron a pasar desapercibido) y concedió una entrevista para una televisión, emitida en diferido, donde expuso su teoría de ir más allá del ácido, es decir, conseguir la misma sensibilidad perceptiva que proporciona el ácido sin tener que necesariamente ingerirlo. Sus travesuras le pasaron factura y fue detenido en una autopista, camino a Palo Alto, por el FBI. Al final, las dos causas pendientes por posesión de marihuana fueron juzgadas y, en una de ellas, se le obligó a cumplir seis meses de reclusión en una granja penitenciaria. Alguien capaz de mandar su carrera literaria al carajo cuando empezaba a despegar, ya está cansado de no poder vivir “su propia película”. De hecho, aunque no lo supiera en ese momento irrepetible vivido tan deprisa, se acababa de convertir en el primer mártir de la contracultura. En tan solo cinco años (1962-1967), fue capaz de convertirse en la gran esperanza de la literatura americana, de aglutinar a su alrededor a un grupo de amigos idealistas con el deseo compartido de profundizar en el autoconocimiento, de idear y organizar las Pruebas de Ácido que dieron a conocer la nueva era psicodélica a la juventud de la costa oeste y, en definitiva, este agitador cultural, puente entre beats y hippies, supo poner patas arriba el ideario tradicional de la juventud norteamericana. Sin él en libertad, todo los Pranksters se disgregan por Estados Unidos: Babbs se va a San Francisco, Cassady se exilia en México y allí, de borrachera en borrachera, encuentra la muerte y, Montañesa, con quien Kesey tuvo una hija, se une a los Grateful Dead. A su salida de la granja penitenciaria, Kesey decidió emprender viaje hacia su Oregón natal y retirarse a una granja con su mujer Faye y sus tres hijos. Allí sigue recibiendo visitas de numerosos Pranksters, en especial de Babbs, su fiel lugarteniente y, allí, se entera de la muerte de Cassady en México y le dedica un texto elegíaco titulado ‘El día después de la muerte de Superman’, incluido en su libro La caja del diablo. En 1998, cuando Jean-François Duval le entrevista para su libro Kerouac y la generación beat, Furthur, el autobús escolar psicodélico, está varado en la parcela, escondido entre las ramas de los árboles, vestigio glorioso de un pasado irrepetible.
2 Comentarios
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27/8/2022 04:45:42 am
Buenos días señor / señora,
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albert anaya
17/1/2024 06:26:49 pm
excelente relato de Kesey, gracias.
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