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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por JUANDE MERCADO «Es la economía, estúpido» es un mantra que los asesores políticos suelen repetir con relativa frecuencia a muchos candidatos que aspiran a obtener la presidencia de muchos países occidentales. Si se circunscribe solo a nuestra querida España, era un mantra muy en boga durante aquellas maravillosas décadas prodigiosas de los ochenta-noventa cuando, como decía Solchaga, exministro socialista, «era muy fácil hacerse rico». La frase de marras la popularizó un asesor de Bill Clinton en la campaña presidencial norteamericana de 1992. En dicha campaña, Clinton, el candidato demócrata, se agarró a este seductor leitmotiv para diferenciarse claramente de la campaña electoral de Bush padre, el candidato republicano que optaba a la reelección con un gran logro político reciente que vender a sus compatriotas (hablamos de 1991): la disolución de la URSS. Abanderando la promesa de un incremento sustancial en las rentas de la clase media americana, Clinton ganó esas elecciones. A Bush padre le pasó lo mismo que a Churchill tras el final de la II Guerra Mundial: tuvieron que recluirse en sus acomodadas residencias porque el tren de la historia les había pasado por encima tras haber sido unas fulgurantes “film stars” de la política internacional. Como no soy un experto en política internacional pero sí creo conocer bastante bien la realidad económica-social de este bendito país que me vio nacer, crecer y hacerme ciudadano de segunda, quisiera que este artículo fuera un grito de alarma a favor de un cambio de mentalidad que potencie al cultivo del espíritu individual y colectivo. A mi modesto entender, una de las bombas de relojería a la que no se le ha dejado de dar cuerda desde la Transición ha sido el derrumbe consciente del espíritu crítico del ciudadano por parte de los poderes fácticos. Me sorprende lo mal que nos tratan y lo poco que alzamos la voz. Los masters del universo (me los imagino como esas figuras engreídas, maleducadas y sin clase extraídas de las viñetas de El Roto) con sus bocas desdentadas nos escupen su interesado credo de la siguiente guisa: «Trabaja, consume y no pienses demasiado». Durante la dictadura, sin querer parecer excesivamente iluso, en mucha gente, aparte de las consustanciales aspiraciones de libertad y democracia, anidó un deseo de construir “un hombre nuevo” de las cenizas del hombre del antiguo régimen que debía de estar dotado de una estimable libertad de juicio. Unas décadas después, se han aprobado ya siete grandes reformas educativas durante la democracia y, viendo el patio, parece una quimera conseguir un modelo educativo sólido que dure, como mínimo, una década. Aunque pienso que la construcción de un espíritu dotado de un estimable juicio crítico, capaz de diferenciar con rapidez y poco margen de error aquello que es relativamente bueno de lo que es patraña evidente incumbe, en gran parte, a la persona que lo cultiva, no es menos cierto que la tenencia de un marco educativo y social que ayude a la construcción de ese espíritu debería de ser una de las responsabilidades de un buen gobierno. Por suerte, en el mercado editorial de habla hispánica han aparecido en los últimos años unos cuantos libros que nos están ayudando a soportar los rigores de una crisis que ya dura demasiado y que nos advierten que quizás nos hemos olvidado de lo realmente importante en cualquier itinerario vital que se precie: la noble tarea de cultivar el espíritu sin esperar por ello nada a cambio. Por ejemplo, una de mis sorpresas literarias de 2014 ha sido la publicación en España de un manifiesto titulado La utilidad de lo inútil a cargo de Nuccio Ordine, un profesor de literatura italiana de la Universidad de Calabria, en la que este defiende a capa y espada el mantenimiento y el cultivo de ciertos saberes y conocimientos humanísticos y científicos porque contribuyen al bienestar social de las civilizaciones independientemente de la rentabilidad económica de estos saberes y conocimientos. Ordine, además de engancharme con un libro repleto de argumentos lúcidos y sensatos, con mucha carga de rabia contenida, me acabó de cautivar, con su elocuencia y verbo ágil, en una entrevista que le vi en Página 2, el programa literario de TVE. El librito con menos de doscientas páginas incluye también un nutritivo ensayito de Abraham Flexner, un pedagogo americano ya fallecido vinculado a la universidad de Princeton, que recoge una serie de ejemplos de investigadores y científicos que tan solo se limitaron a dar rienda suelta a su curiosidad innata por ciertos saberes sin importarles demasiado su posterior aplicación práctica. Más que trabajar se divertían con el objeto de su estudio al igual que el niño que juega gozosamente en el cuarto de los juguetes. Flexner pone el ejemplo de dos investigadores (Maxwell y Hertz) que se volcaron en el estudio de la detección y la transmisión de ondas electromagnéticas para que, con posterioridad, aprovechándose de sus fecundos trabajos, Marconi pusiera la guinda del pastel y patentara la radio. No me importaría aconsejarle a muchos políticos de este país y, por extensión, a muchos líderes europeos, la lectura del manifiesto del bueno de Ordine. Dice cosas con tanto sentido común como estas: Existen saberes que son fines en sí mismos y que —precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial— pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores. [el subrayado es mío] Sí, Sr. Ordine, la teoría es esta pero, desgraciadamente, no me imagino al Sr. Dragui y a la plana mayor del Banco Central Europeo leyendo la literatura “buenista” que usted recomienda en su libro. Es harto sospechoso que el indicativo más fiable para medir el bienestar de un país aún siga siendo, en exclusiva, el PIB. Si se les preguntara a los ciudadanos de Europa, a los tecnócratas de Bruselas podría sorprenderles que estos pudieran aportar indicadores complementarios al PIB tales como la calidad medioambiental de su territorio, la conciliación entre vida profesional y vida personal, el índice de satisfacción en el desempeño de sus profesiones, etc. En otras palabras, es casi seguro que se daría más protagonismo a indicadores que ponderan eso tan difícil de medir (y, por otra parte, tan inaprensible) llamado “felicidad del ciudadano”. Por otro lado, por una economía menos apegada a los valores mercantilistas, aboga un experto en economía de formación filosófica llamado John Ralston, actual presidente del PEN Internacional, en su libro El colapso de la globalización y la reinvención del mundo. En un prólogo a una reciente edición española, Ralston enumera una serie de valores que deberían de estar presentes en cualquier discusión sobre economía (no hay que olvidar que la economía es una ciencia social) y que nuestros políticos y tecnócratas de Bruselas obvian por completo. Ralston cita los siguientes valores: La ética es un recordatorio sencillo y práctico de que la principal obligación de una civilización es fomentar el bienestar de los ciudadanos, no proteger los contratos comerciales o pagar el servicio de las deudas. La memoria es una herramienta básica de la educación. No se puede afrontar una crisis cuando se está en manos de economistas, gestores y empresarios que no conocen su historia. No conocen la historia de la deuda. No conocen la historia de la competencia. Muy poco de ellos leen algo con trascendencia. Son la generación del “informe”. La imaginación. La buena política financiera es una expresión de la imaginación. (….) Uno debe imaginar cómo escapar de un callejón sin salida económico, del mismo modo que un general imagina cómo salir de una situación de estancamiento militar. Por último, a muchos les sorprendería también el caso de elevación espiritual de un escritor pulp que, por fortuna, llegó al gran público gracias al empecinamiento de John Martin, su editor-descubridor. Estoy hablando de Charles Bukowski. Soy consciente de que es un escritor al que se le quiere o se le odia. No obstante, tanto los más fervorosos seguidores como los más desdeñosos detractores, deberían de estar de acuerdo en que, bajo la pátina de ser humano zarrapastroso, bebedor empedernido y misógino consumado, se esconde un escritor con una cultura literaria cinco estrellas. He extraído un pasaje de una colección de ensayos que responde al sugerente título de Fragmentos de un cuaderno manchado de vino donde el propio Bukowski se destapa como un lector voraz y apasionado: En cuanto a lecturas, yo estaba atiborrado, a más no poder: D.H. Lawrence, todos los escritores rusos, Huxley, Thurber, Chesterton, Dante, Shakespeare, Villon, todos los Shaw, O´Neill, Blake, Dos Passos, Hem, ¿para qué seguir? Cientos de escritores conocidos y cientos de desconocidos…. Por lo tanto, queridos amigos, contradiciendo al asesor electoral de Clinton, mi consejo para luchar contra el hastío y la alienación consustancial de este periodo histórico en el que nos ha tocado vivir es el siguiente: lean, lean y lean. Creo que la lectura es la mejor gimnasia para evitar estados anímicos derrotistas y, tras cientos y cientos de lecturas, podrán comprobar, sentados en su butaca favorita, en el silencio nocturno de su sala de estar, que algún día sufrirán un trastorno transitorio que les inducirá a pensar que están levitando por la habitación. En ese momento de iluminación súbita, como si de una experiencia religiosa se tratase, se darán cuenta de que es el espíritu el encargado de insuflar algo de felicidad en sus vidas. BIBLIOGRAFÍA CITADA
—La utilitat de l´inútil de Nuccio Ordine (Quaderns Crema, 2013). Existe una traducción en castellano titulada La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013) que, a día de hoy, va por la séptima edición. —El colapso de la globalización y la reinvención del mundo de John Ralston Saul (RBA, segunda edición, 2013). —Fragmentos de un cuaderno manchado de vino. Relatos y ensayos inéditos (1944-1990) de Charles Bukowski (Compactos Anagrama, 2013).
1 Comentario
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27/8/2022 04:20:01 am
Buenos días señor / señora,
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