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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por SUSANA MONTOYA DEL ÁLAMO Cada vez que una novela se lleva a la pantalla surge el eterno dilema sobre si es mejor la película o la novela. La respuesta a esta disyuntiva sigue sin tener una solución consensuada. Y puede que nunca la tenga. Hay adaptaciones para todos los gustos: brillantes, deplorables, excesivas, ridículas, espectaculares, dignas, fieles, respetuosas, infumables… Pero lo que está claro es que es inevitable recurrir al tópico sobre nuestras preferencias. Un purista siempre las repudiará por no llegar a colmar las expectativas que se creó cuando leyó la obra en cuestión. Eso es indudable, y en eso consiste precisamente la grandeza de la literatura. Aún así, tenemos que reconocer que de vez en cuando se logra una simbiosis de lo más atractiva. Hay novelas que son en sí mismas muy cinematográficas y, por tanto, la adaptación al cine se prevé como algo natural, aunque no siempre se lleve a cabo con óptimos resultados. Los ejemplos de estos fiascos son incontables, baste citar la adaptación que hizo Roman Polanski de la obra de Arturo Pérez-Reverte El club Dumas. La película se tituló finalmente La novena puerta y es probablemente la peor película de Polanski (y una de las peores que he visto nunca), a pesar de contar con un estupendo elenco encabezado por Johnny Depp y Lena Olin. En el ángulo opuesto podríamos colocar a El Señor de los anillos de Peter Jackson, pues es sin duda una adaptación rigurosa, respetuosa y bastante fiel sobre una obra que de por sí se veía imposible de llevar al cine. Desgraciadamente, no puedo decir lo mismo de El hobbit. En abril de 1925 Francis Scott Fitzgerald publicó El gran Gatsby, seguramente el mejor reflejo de la llamada era del jazz en la literatura norteamericana. Fitzgerald sin embargo, siempre renegó de esta etiqueta alegando que «pertenecía a una generación que al crecer se encontró con todos los dioses muertos, todas las guerras perdidas y toda la fe en el hombre cuestionada». Pero fue un testigo de excepción y supo recrear como pocos esa América donde las fortunas se hacían y se perdían con la misma facilidad. El éxito de la novela fue inmediato y hoy por hoy sigue siendo uno de los mejores ejemplos de los felices años veinte en Estados Unidos. La prohibición del alcohol incentivó el consumo y la proliferación de locales clandestinos por doquier. El contrabando, los gángsters, las fiestas, los clubs de jazz… Todo era excesivo y deliciosamente libre y Hollywood se ha encargado de recrearlo hasta la saciedad. Los gángsters han adquirido un halo romántico que permanecerá en nuestras retinas para siempre. Desde el Toni Camonte de Scarface (Howard Hawks,1932) que años después se convertiría en el Tony Montana del El precio del poder (Brian De Palma, 1983); pasando por el Rocky Sullivan de Ángeles con caras sucias (Michael Curtiz,1938) con el magnífico James Cagney; el Noodles de Érase una vez en América (Sergio Leone,1984) —impresionante De Niro—; el Al Capone de Los intocables de Elliot Ness (Brian De Palma,1987) —otra vez De Niro—; el Dutch Schultz de Cotton Club (Francis Ford Coppola,1984) un más que convincente James Remar; hasta el inevitable Vito Corleone de la saga El Padrino. Más recientemente y gracias a la televisión, que se está convirtiendo en el refugio de grandes directores y guionistas, podríamos añadir a tan ilustre lista nombres como Tony Soprano de Los Soprano, con el gran James Galdonfini; Nucky Thompson de Boardwalk Empire con el genial Steve Buscemi; o Walter White/Heisenberg de Breaking Bad con el también genial Bryan Cranston. El gran Gatsby ha sido llevada a la pantalla en cinco ocasiones. La primera sólo un año después de que apareciera publicada, en 1926. De esta versión muda dirigida para la Paramount por Herbert Brenon apenas se conservan algunas escenas, entre ellas el trailer. En 1949 se volvió a adaptar protagonizada por Alan Ladd y Betty Field y dirigida por Elliot Nugent. Esta adaptación no tuvo el éxito esperado. Después de este fallido intento se llevó a cabo la que hasta ahora se conocía como la mejor adaptación de la novela, la de 1974, dirigida por el inglés Jack Clayton y protagonizada por Robert Redford y Mia Farrow. La imagen de Gatsby con su elegante smoking era indiscutiblemente Redford, al que ya habíamos visto lo bien que le sentaban los trajes a rayas en El golpe (George Roy Hill, 1973) con el permiso de Paul Newman, por supuesto. Mia Farrow era perfecta para el papel de la superficial, consentida y engañada Daisy Buchanan. ¿Lo era? ¿Podemos pensar en alguien más banal, superfluo y clasista para interpretar el papel de Daisy? Hay que reconocer que Mia Farrow se hace aborrecer fácilmente. Resulta difícil creer que fuera pareja de alguien como Woody Allen durante tanto tiempo. A pesar de que esta adaptación se tenía como definitiva y de que su éxito fue rotundo, todavía se hizo otra adaptación en 2000. Esta vez fue una película hecha para televisión y protagonizada por Toby Stephens y Mira Sorvino y dirigida por Robert Markowitz. No obstante, tengo que insistir en que hasta 2013 la adaptación de Jack Clayton era la única que se tenía en cuenta a la hora de hablar de un Gatsby cinematográfico. Jay Gatsby no podía ser otro que Robert Redford. Además de este dato, hay otra cosa que sorprende de esta adaptación y es el hecho de que el guión lo firme el mismísimo Francis Ford Coppola. Claro que como en todo, Coppola se tomó licencias para añadir cosas que no aparecen en la obra, como la escena en la que Daisy le pide a Gatsby que se ponga su uniforme, ya que fue así como se enamoró de él y éste se lo pone para bailar a la luz de las velas. Por cierto, viendo ese plano es imposible no acordarse de cuando bailaba con Meryl Streep en Memorias de África justo antes de coger el avión para ir a Mombasa. Nick Carraway le dice a Gatsby que no le exija demasiado a Daisy ya que no puede repetir el pasado y éste le insiste en que sí, que lo va a arreglar todo para que vuelva a ser como cuando se conocieron. ‘You can’t repeat the past.’ ‘Can’t repeat the past?’ he cried incredulously. ‘Why of course you can!’…’I’m going to fix everything just the way it was before’ he said nodding determinedly. ’She’ll see’. En la secuencia en la que se pone de nuevo el uniforme, Gatsby se está agarrando a ese pasado idílico que ya no volverá. Otro cambio bastante sustancial es precisamente el hecho de que Gatsby le recrimine a Daisy que no le esperase y le pregunte que por qué se casó con Tom. La respuesta de Daisy es lo que los lectores deducimos al leer la novela, aunque en ningún momento Fitzgerald lo ponga por escrito: “las niñas ricas no se casan con niños pobres”. Y ahí está precisamente una de las claves de la novela: la superficialidad de la clase alta. Gatsby es un nuevo rico y nunca llegará a ser totalmente aceptado por mucho que se esfuerce en no parecerlo. Daisy siempre se quedará con el bruto de su marido, al que detesta pero que en el fondo es igual de decadente que ella. Robert Redford nos presenta un Gatsby muy elegante, pero a la vez un poco estirado. Su presencia puede ser intimidatoria. Apenas sonríe, salvo cuando está con Daisy. Se le ve mucho más preocupado y concienzudo. En una palabra, es frío y distante. En contraste, la Daisy de Mia farrow es el paradigma de la cursilería. Con esa voz chillona y totalmente afectada, representa a la perfección a la pobre niña rica y tonta. Como le confiesa a Nick cuando se encuentran al principio de la novela/película al hablarle de su hijita y le dice que se alegró mucho cuando en el hospital le dijeron que había sido niña, «pues es lo mejor que una niña puede ser, una preciosa tontita» [a beautiful little fool]. La banda sonora por supuesto se corresponde con la música jazz de la época, no dejan de bailar el fox trot, el charleston o el tango tan popular en los locos años veinte. La utilización de los tonos pastel en todo el vestuario y los filtros configuran una fotografía muy del estilo de la novela rosa. Los dos sentados en el jardín con los cisnes nadando graciosamente en el estanque, los ojos de Daisy brillando, las puestas de sol, todo brilla y todo es demasiado perfecto y demasiado difuminado, demasiado cursi. El año pasado el australiano Baz Lurhmann nos presentó la última y mejorada versión del clásico que nos ocupa. Esta vez Gatsby es Leonardo DiCaprio y Daisy es Carey Mulligan. Robert Redford siempre será Finch Hatton, Johnny Hooker, Jeremiah Johnson y Sundance Kid, pero ha dejado de ser Gatsby. Gatsby es ahora Leonardo DiCaprio, y me atrevería a decir que Daisy también ha pasado a ser Carey Mulligan, pues nos presenta una Daisy menos estúpida y estridente, pero al mismo tiempo frágil y vulnerable de un modo exquisito. DiCaprio no sólo se sale de la pantalla con ese smoking (literalmente, pues está rodada en 3D) sino que su sonrisa lo llena todo. Su presencia es luminosa, verlo y empezar a sonreír es todo uno. Transmite energía positiva y a la vez cierta ternura, despierta instintos maternales, es como un niño, sobre todo cuando está enseñándole a Daisy su casa. O cuando Nick ha preparado el reencuentro y le dice que se va porque ella no vendrá y que ha sido un error. Está hecho un manojo de nervios, totalmente destrozado de pensar que no vendrá o que no sabrá qué decirle. Un niño asustado, emocionado, avergonzado, ilusionado… La gama de sentimientos que DiCaprio nos muestra es impresionante. Como cuando Jordan le cuenta a Nick cómo Gatsby conoció a Daisy y le dice que la miraba como todas las chicas querrían ser miradas («the way he looked at her was the way all girls wanted to be looked at»). La mirada que le dedica desde debajo de la escalera nos lleva irremediablemente a otra escalera, la del Titanic, cuando miraba a Kate Winslet, y ya que estamos hablando de miradas desde el final de la escalera no podemos olvidar la de Clark Gable a Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó. Pero volvamos a Lurhmann. Su cine es conocido por sus excesos y por su eclecticismo. Sus películas son una experiencia visual ante todo y definitivamente no dejan indiferente a nadie. La música tiene un papel importantísimo en toda su filmografía y en una película como ésta, con más motivo. La música es un personaje más. Su gran imaginación y genial creatividad le ha llevado a fusionar a algunos de los más grandes músicos del panorama actual con el jazz más puro y tradicional. El resultado es una banda sonora prodigiosa que está presente desde los títulos de crédito hasta el final. Artistas como Jay Z, Beyoncé, Lana del Rey, Bryan Ferry con la Bryan Ferry Orchestra, Florence and The Machine, Fergie y un largo etc, pusieron todo su talento al servicio de este singular cineasta. Al hablar de los motivos que le habían llevado a mezclar todos estos ritmos dijo que si Gatsby hubiera tenido lugar en el siglo XXI habría tenido el hip-hop como música de fondo; pues tanto el hip-hop como el rap eran de origen “clandestino”, igual que el jazz en su época. Pero no solo la música es prodigiosa, todas las coreografías, las fiestas, los decorados, el vestuario, la puesta en escena, la recreación de Manhattan, la mansión de Gatsby, etc, todo es excesivo, grandilocuente y maravilloso. No en vano, tanto la dirección artística como el vestuario están nominados a los premios Oscar de este año. Con todo y con eso hay un par de detalles que estaban mejor en la de Redford. El primero es la elección de los personajes secundarios. La excepción es Wilson, que varía poco en las dos versiones, pues tanto George Wilson como Jason Clarke están estupendos. Sin embargo, prefiero a la Myrtle de 1974, la actriz Karen Black, secundaria de lujo durante la década de los 70 y primeros 80. Y del mismo modo me quedo con el Tom Buchanan de esa versión, pues era nada más y nada menos que Bruce Dern. Lo mismo pasa con Nick Carraway que era interpretado por Sam Waterson y estaba bastante más convincente. En la nueva versión al ver a Nick (Tobey Maguire) no puedes evitar ver a Spiderman. El otro detalle que prefiero en la versión de Jack Clayton se refiere al funeral de Gatsby. En la versión de 1974 vemos al padre de Gatsby, el señor Gatz, que es junto con Nick Carraway las dos únicas personas que asistirán a su entierro. Al ver a este pobre hombre destrozado por la muerte de su hijo entendemos un poco mejor a nuestro misterioso protagonista. Pues bien, este hecho se ha obviado en la última versión y a mí me resulta cuanto menos curioso que Luhrmann no lo incluyera en su película. En la última versión es Nick el único que acude al funeral del “gran hombre”. Probablemente Luhrmann quiso enfatizar el hecho de que estaba completamente solo, quién sabe. En la versión de Redford empezamos con un travelling de la mansión de Gatsby que se va recreando en los pequeños detalles, como el escudo con sus iniciales que está omnipresente en el suelo del vestíbulo, la colcha de la cama, el juego de tocador, el fondo de la piscina… Todo lleva su nombre. Llama la atención un sándwich apenas mordido que empieza a descomponerse. Tiene una enorme mosca encima que se está aprovechando de esta circunstancia. Ese detalle insignificante y cuanto menos extravagante, pasaría desapercibido de no ser por el hecho de que al final de la película, cuando llega el padre de Gatsby para asistir al funeral, Nick le ofrece un sándwich porque el hombre acaba de llegar de Minnesota. Nick le enseña la casa y al llegar al dormitorio de Gatsby y ver el juego de tocador dorado con sus iniciales, deja el sándwich para coger un cepillo y tocarlo con sus propias manos. Como si no diera crédito a todo lo que está viendo. En realidad no puede ni comer por el mal trago que está pasando, así que el señor Gatz deja el sándwich y éste se quedará ahí pudriéndose. No puede ser más simbólico. El principio de la película es en realidad el final. Lo último que le dice Nick a Gatsby, un poco antes de que lo mate Wilson, es precisamente que tanto Daisy como Tom están podridos y que él (Gatsby) es mucho mejor que los dos juntos. ‘They’re a rotten crowd’ I shouted across the lawn. ‘You’re worth the whole damn bunch put together’. Sin embargo será Gatsby el que se pudra, mientras que el matrimonio decadente, superficial e hipócrita perdurará y se perpetuará en esa clase burguesa de doble moral que sigue hoy día reinando y pasando por encima de los Gatsbys que se le pongan por delante. La última adaptación de la novela es, sin duda alguna, la mejor de las cinco. Esto es una opinión muy personal y aún a riesgo de enemistarme con una muy querida amiga mía debo insistir en que lo es por todo lo que he comentado (música, escenografía, fotografía…), pero sobre todo por la interpretación del grande con mayúsculas Leonardo DiCaprio. Si un actor puede regalarnos dos interpretaciones tan antagónicas como el negrero sádico de Django y acto seguido el gentleman más encantador y adorable y estar totalmente convincente en las dos, es porque es uno de los grandes y ya es hora de que empiece a reconocérsele. De cualquier forma espero que toda esta reflexión os lleve también a revisar el clásico, que siempre es más recomendable y a descubrir (si no lo conocíais ya) a un director y a unos actores excepcionales.
1 Comentario
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27/8/2022 04:55:57 am
Buenos días señor / señora,
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