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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
por PEDRO GARCÍA CUETO La obra de Carlos Marzal es ya una de las visiones más interesantes de la poesía contemporánea, ya que, eludiendo cualquier regionalismo, sus poemas inciden en un ejercicio de reflexión cargada de hondura y de misterio. La trayectoria de este poeta nacido en 1961 en Valencia es brillante. Ha sido Premio Nacional de la Crítica y Nacional de Literatura en 2002 con su libro Metales pesados. También ganó el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe en 2004 con su libro Fuera de mí. Ha consolidado su capacidad creativa con la novela y el ensayo. Su primera novela, Los reinos de la casualidad (2003), fue un notable éxito de crítica y de ventas. También ha cultivado el ensayo en Poesía a contratiempo (2002), sus aforismos en Electrones (2007) y sus apuntes sobre arte en El cuaderno del polizón (2007). Su último libro, Ánima mía, es un lúcido poemario que arrastra el misterio de su voz, su deseo de descubrir a través de la palabra los mundos que envuelven al ser humano. Es necesario, sin duda alguna, comentar la evolución de su poesía, envuelta en la temática del tiempo y de su paso, pero también otros importantes temas que están vigentes en su obra, la Naturaleza, el lenguaje creador, la capacidad de asombro que supone toda vida, el amor como un efímero pero imperecedero trasunto del ser humano, envuelto siempre en su madeja. Marzal usa la ironía, una visión de la vida que no elude el humor, porque conoce los sinsabores de todo proceso vital. Como ejemplo de esa constante temática podemos ver el tiempo en el poema ‘Cae la nieve’, perteneciente a su muy valorado poemario Metales pesados. La nieve es un símbolo de la vida que se muestra como un espejo ante nosotros para reconocer el rostro que llevamos como Narciso miró las aguas del río una vez: Se derrumba la nieve sigilosa / sobre el sigilo de la nieve exánime. / Remota desfallece de blancura / su ahogada levedad en la ventisca. (vv. 1-4) Si es “sigilosa”, es que llega como la propia vida, sin darnos cuenta, cayendo sobre nosotros. El adjetivo “exánime” nos muestra la oposición con lo que da aliento a la vida, el impulso, es una nieve que “desfallece de blancura”. Es tiempo, pero tiempo que se escurre en su propia nada, como la blancura que posee: Es un advenimiento inmemorial, / un testimonio prístino del tiempo, / que ante el tiempo se postra en reverencia. (vv. 5-7) Es curioso que, siendo tiempo, se postre ante el tiempo, lo que demuestra que nada permanece, todo se escurre como si se borrase para siempre. Marzal conoce la liviandad de las cosas y aquí lo pone de manifiesto. Pero la nieve no sería nada si no llegase al ser humano, lo empapase con su presencia misteriosa, tan inefable como la propia vida: En su desierta claridad, la nieve / nos recoge a nosotros, hielo a solas, / nos ensimisma tanto en nuestra esencia / que se escucha / el caer / del pensamiento. (vv. 15-20) El dinamismo del poema es evidente, la soledad del hombre y la nieve que le envuelve hasta hacer tangible (como algo corpóreo) al pensamiento. Esa posibilidad de transformar lo intangible en real nos demuestra el poder de la nieve, afín al del tiempo. No hay que olvidar que no hay nada más complejo y sencillo que la vida, por ello, dice el poeta valenciano: Abruma en sencillez esta nevada, / su terco desgranarse inconmovible. (vv. 21-22) Es, en esencia, luz que nos ciega, la luz de su interior, que le lleva a decir: Sobre la vida, / nieva vida muda. / Muerte / sobre la muerte / nieva quedo. (vv. 23-27) Como si de una música se tratase, la nieve silencia a la vida y destapa el paso del tiempo, todo muerte. Marzal logra la maestría de combinar imágenes brillantes con la hondura de su discurso reflexivo. Este discurso acentúa sus rasgos más definidos en un siguiente libro que abre las ventanas a una madurez poética ya presentida en el anterior, muy celebrado, como ya dije. Me refiero a Fuera de mí. El tema del tiempo vuelve (uno de sus temas esenciales) en este poemario. En el poema ‘Ubi sunt’ dice: Todo está en donde estuvo, todo late / en el primer latir / de la primera aurora cautivada, / y en su cautivo corazón palpito. (vv. 1-4) Si todo es el principio, nada de lo que sucede después nos deshace del primer alumbramiento, nada nos aleja de nuestra infancia, lugar edénico, en la senda de su admirado Brines. Nada es diferente, todo está escrito ya: Todo fluye / en el mismo fluir de un mismo río, / por el agua tenaz de un cauce idéntico. (vv. 5-7) El río que es la vida, gran símbolo del tiempo desde el medievo, es el leit-motiv del poema. Lo más importante es la conjunción de los seres en uno solo, porque todo lo que pasó sigue estando, todos los que fueron viven aún en nosotros: ¿Acaso es que no sientes en tu piel / la salvaguardia de otra piel pretérita, / las sangres centinelas de tu sangre, / las sombras que fecundan a tu sombra? (vv. 6-9) La piel es la de otro que no es otra que la nuestra, en ésta viven miles de seres que ya fueron y que nos envuelve en un tiempo inmemorial. Si la piel es tacto que nos remite a otros momentos de sensualidad, no olvida Marzal la voz, esencia del ser que descubre el mundo cuando escucha la voz de la madre, que vive el goce de haber fecundado un hijo: ¿No sabes escuchar bajo la voz / los coros primordiales de las voces, / ni el ser de la palabra en cuanto somos, / ni el eco de vivir en lo que hablamos. (vv. 10-13) El ser humano que alumbra el mundo en la infancia para no olvidarlo nunca, que escucha a los demás como si fuesen su propio eco, dice al final de este hondo poema existencial: Cierra los ojos para ver más claro / y sal fuera de ti para morar contigo (vv. 25-26). Sólo adentrándose en uno, conociendo el mundo interior, podemos ver el rostro de los demás, sus voces, la huella que nos han dejado, hasta ser sólo un ser en el confín del mundo. Este poema insiste en el tiempo, en su pasar, que no es más que nuestro misterio vital y nuestro reencuentro con los demás, para vernos en un solo espejo. En Ánima mía, su último libro, vuelve la luz, esa que destilaba la nieve que caía sobre nosotros, una luz en esencia mediterránea, pero que tiene colores interiores, como si Marzal navegase ya en muchos mundos, transitase ya en esferas diferentes. El poema se llama ‘Contraalbada’ y es muy hermoso, porque refleja ese saber mirar el mundo, ese contemplar con atención lo que a otros se les escapa, pura mirada de poeta: He asistido sereno / al suave alumbramiento laborioso / con que la prima luz, / la destemplada luz recién nacida, / todavía indispuesta en grises gélidos, / confería al jardín su conjetura. (vv. 3-8) Es luz primera la que ve el poeta, una luz exenta de calor, pero llena ya de la temperatura del mundo, hermosa, como todo alumbramiento. La descripción de la naturaleza nos remite a la mirada de un poeta que descubre el mundo como un niño, pero con la orfebrería emocional del adulto enamorado de todo lo que le rodea: La pérgola del brezo, las adelfas / —quién diría que traman su veneno—, / los núbiles jazmines, / charolados de verde disciplina, / el nácar de la mesa circular, / su mármol sabedor, que nos socorre: / se ha alzado la materia, / menuda, a sus hazañas (vv. 13-20).
Ese espectáculo del mundo nos sobrecoge. ¿Quién se resiste a ese alumbramiento único de cada día en nuestro espacio, quién no se deja deslumbrar por su luz inaugural? El poeta, al ver el mundo, lo crea, como si el poder de la mirada fuese el del artesano que fragua su pieza de arte: He visto madurar, / —fui su amanuense— / por el balcón abierto, el nuevo día (vv. 21-23). El poema termina con ese deseo de darse al mundo, encontrarse con él, en necesaria lucha, como el amante con el amado: Esto que veis, también / es obra de la lucha, / la lucha de la luz, / luz de mi vida. (vv. 24-27) Un final que nos confirma a un poeta que ha ido gestando un mundo propio, tan interesante que ha encontrado su luz interior, su espacio vital para asombrar al lector. Hay muchos poemas de este último libro que confirman ese proceso literario, a la par que vital, como el muy bello ‘El aprendiz de espumas’, donde el mar y el niño se encuentran en un instante pleno que confirma otro tema esencial en la obra de Marzal, la infancia, ese Edén perdido que, en la senda de Francisco Brines y su obra magistral, ya no ha de volver. La única forma de concitarlo es cantarlo como hace Marzal en este luminoso libro que confirma una obra ya consolidada y llena de luz. El final del poema que he citado, dice: ¿Adónde fue a parar el paraíso?, pregunta que nos hacemos porque no entendemos por qué la infancia, el tiempo de la dicha, terminó tan pronto y para siempre.
2 Comentarios
M.Amparo García del Moral
24/9/2017 12:45:28 pm
Por favor estoy interesada en saber si es Usted el autor del libro "Juan Gil-Albert y el exilio español en México" y si es así me urge ponerme en contacto con Usted, respecto a algo concerniente a su reconocimiento. Gracias.
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PEDRO GARCIA CUETO
7/10/2017 06:05:07 am
Sí, soy yo, para lo que necesites, me puedes escribir, muchas gracias
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