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TOCAMOS TODOS LOS PALOS, INCLUIDOS LOS DEL FLAMENCO
[JÓVENES Y EXTREMEÑOS EN EL MADRID LITERARIO DE LOS CUARENTA] por ANTONIO RIVERO MACHINA Me queda únicamente el amor de la tierra, el beso de la tarde, la mirada de un perro, el paisaje, que vuelve a ser amigo José Mª Valverde En el Madrid de la década de los cuarenta, tres jovencísimos escritores procedentes de Extremadura no solo formaron parte de los ambientes literarios de primer orden nacional, sino que llegaron a ser parte sustancial de los mismos. Los tres participaron a su manera de aquella “alta posguerra” donde nuevos movimientos generacionales trataron de retomar el pulso de una vida cultural maltrecha tras la Guerra Civil. Tanto el entonces joven filólogo pacense Manuel Muñoz Cortés (Badajoz, 1915 - Murcia, 2000), como los poetas Pedro de Lorenzo (Casas de Don Antonio, 1917 - Madrid, 2000) y José María Valverde (Valencia de Alcántara, 1926 - Barcelona, 1996), fueron parte activa en aquel Madrid de Escorial y Garcilaso, de la “Academia Musa Musae” de Manuel Machado o de las tertulias de los cafés Gijón y Lyon. No mucho mayor, pero si más implicado en el mundillo literario de los años de la República y ligado por ello a otra fase generacional, aparece el brillante filólogo y ensayista Antonio Rodríguez-Moñino (Calzadilla de los Barros, 1910 - Madrid, 1970), convertido ya entonces en personaje de referencia por aquellos ámbitos intelectuales posbélicos. Nos situamos, así pues, en la década de los cuarenta y primeros años cincuenta del siglo XX. Una serie de nombres propios —revistas, cafés, amistades, modelos literarios— viene a articular, con sus matices personales, el devenir literario de la década y la biografía de nuestros cuatro jóvenes autores a un tiempo. Dámaso Alonso, Azorín, el café Gijón, las revistas Escorial, Garcilaso, Juventud, Cuadernos hispanoamericanos, Alférez, la “Academia Musa Musae”, la Escuela Oficial de Periodismo, Dionisio Ridruejo, Eugenio d´Ors, el café Lyon… Hitos unidos y entretejidos a biografías bien diferentes: la de un bibliófilo encumbrado ya a erudito nacional, profesor “depurado” por sus veleidades con la República, como es Antonio Rodríguez-Moñino; la de un filólogo y crítico literario llamado Manuel Muñoz Cortés; la de uno de los artífices de la autodenominada “juventud creadora” y su revista Garcilaso Pedro de Lorenzo; y la del poeta y profesor de filosofía José María Valverde (Valencia de Alcántara, 1926 - Barcelona, 1996), el más joven y celebrado de ellos hoy día. Si bien no fueron los hitos antes mencionados, y en especial las revistas Escorial y Garcilaso, ni mucho menos los únicos síntomas de actividad literaria del país —como en ocasiones, erróneamente, se llega a decir—, su preponderancia y centralidad —algo oficialista, si se quiere— los convierte en el punto de partida ineludible para conocer y reconocer aquella reactivación cultural española emprendida en lo más árido de la posguerra. Por ello mismo, resultó inevitablemente para tres precoces y talentosos extremeños como Muñoz, Lorenzo y Valverde converger en estos mismos lugares. Centrándonos pues en estos tres recién llegados, cada uno lo hizo desde su ámbito natural: Valverde desde la pura creación poética, Muñoz como filólogo de prometedor perfil académico, y Lorenzo desde círculos más eminentemente periodísticos. Literatos, profesores y periodistas —de las tres cosas llegaron a ejercer—, estos jóvenes se convirtieron muy pronto en asiduos de los principales focos de la intelectualidad madrileña de aquellos primeros compases de los años cuarenta. Tres hombres distintos, en todo caso, unidos por su procedencia geográfica y que, sin embargo, no conformaron en ningún momento un grupo como tal. No nos inventaremos, por lo tanto, ninguna “escuela” donde no la hay. Cada uno llegó a aquel Madrid de los cuarenta por su camino, y por el suyo continuaría. MANUEL MUÑOZ CORTÉS (1915-2000) El mayor de los tres nació en Badajoz, el 25 de Julio de 1915. El puesto de su padre como gerente en el pacense teatro López de Ayala le permitió un contacto precoz con el mundo del teatro clásico castellano, que tan intensamente estudiaría en su madurez. Convive cotidianamente con compañías teatrales y pioneras proyecciones de cine, adquiriendo una pasión cinéfila directamente heredada de su padre. Lector voraz, pronto se mostró como un niño inquieto por saber. (1) Comenzó sus estudios de Magisterio en Badajoz, al tiempo que trabajaba como ayudante en la biblioteca del Centro de Estudios Extremeños. Pronto se trasladó a Salamanca para cursar sus estudios universitarios. Gran influjo produjo en el joven estudiante la figura de Miguel de Unamuno, así como la amistad con el folklorista Bonifacio Gil. De sus trabajos con las canciones populares y la literatura oral surgió su primer e íntimo éxito. Tras recoger distintas versiones de romances, se atrevió, temeroso, a enviar nada menos que a Ramón Menéndez Pidal algunas versiones no recogidas por el encumbrado erudito. La respuesta de este fue el ofrecimiento de una beca para investigar junto a él en Madrid. Aquella oferta, realizada en la primavera de 1936, hubo de posponerse tres años por motivos evidentes. Al finalizar la guerra, sin embargo, con Manuel afincado definitivamente en la capital del país, una larga y duradera colaboración entre ambos comenzaría por muchos años venideros. En el Madrid de 1940, Manuel Muñoz Cortés obtiene su licenciatura y pasa de discípulo a ayudante directo de Dámaso Alonso y Rafael Lapesa, con quienes traba una fuerte amistad —el primero de ellos apadrinó a la primera hija de Manuel—. Se inserta así el joven pacense en los círculos académicos más sobresalientes del hispanismo español fronteras adentro. Alentado por Dámaso Alonso, quien insistía en que Muñoz Cortés perfeccionara su alemán, en 1941 el extremeño viaja a la Universidad de Münster como lector de español. Entre bombardeos y estados de excepción, Manuel recorrió el país, aprendió el idioma germano y conoció personalmente a los grandes hispanistas alemanes del momento: Karl Vossler, a quien conoce en Múnich, o Ernst Robert Curtius, con quien contacta en Bonn. Aprovecha también su situación para visitar lugares centrales del pensamiento europeo, como Viena o Leipzig. Con este bagaje, el filólogo pacense se reincorporó a la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid y, entre 1942 y 1948, fue también profesor de Lengua y Redacción de la Escuela Oficial de Periodismo. Es en este Madrid de los cuarenta donde frecuenta los puntos neurálgicos de la intelectualidad nacional. Escoge para ello los círculos que, si bien oficialistas, abogaron por una reconciliación cultural y “asuntiva” de la intelectualidad española. En esta senda abrió fuego, como es sabido, la llamada Academia Musa Musae, instituida en enero de 1940. Era un proyecto alentado por “camisas viejas” como Rafael Sánchez Mazas y José María Alfaro, por el nuevo director de la RAE y ultraconservador José María Pemán, o por el entonces influyente Director de Propaganda Dionisio Ridruejo como representante del sector más puramente joseantoniano del falangismo. Los verdaderos artífices de estas reuniones literarias fueron, sin embargo, Manuel Machado y José María de Cossío, Presidente y Secretario de la “academia” respectivamente (2). Gerardo Diego, Eugenio d’Ors o Eduardo Marquina se contaban entre los contertulios de mayor renombre, si bien toda una joven intelectualidad venía a dar sentido y savia nueva a aquella propuesta de “ocio atento”. Hablamos de los Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Pedro Laín Entralgo, el mencionado Dionisio Ridruejo, Ricardo Gullón o José Antonio Maravall. Con un mismo espíritu —a un tiempo oficialista y aperturista— salía a la calle en noviembre de ese mismo año de 1940 el primer número de Escorial. Rosales, Ridruejo, Panero y Vivanco son sus grandes valores literarios; Diego, Alonso, Menéndez Pidal, Baroja y D’Ors sus grandes padrinos. Si la asistencia cotidiana de Muñoz Cortés a las reuniones de Musa Musae celebradas en los bajos de la Biblioteca Nacional es segura, su participación en Escorial es constatable. Ya en el segundo número de la revista, de diciembre de 1940, aparece su primera “nota” titulada “Siglo X y siglo XI en la épica española” (pp. 341-345). Las colaboraciones continúan con artículos y reseñas en marzo (nº 5), julio (nº 9), y diciembre de 1941 (nº 14), octubre de 1942 (nº 24), enero (nº 27), agosto (nº 34), y diciembre de 1943 (nº 37-38), así como marzo (nº 41), abril (nº 42), junio (nº 44) y septiembre de 1944 (nº 47). Finalmente, vuelve a las páginas de Escorial en 1947 (nº 55) con una traducción y una reseña. También frecuentará otras revistas de primera línea académica, como la que para muchos hereda de Escorial a sus principales valedores —Panero, Rosales, etc—: la revista Cuadernos hispanoamericanos, fundada en enero de 1948. El pacense, que también visitaba a menudo la casa de Azorín o la de Eugenio D’Ors, era así mismo asiduo contertulio del café Gijón, frecuentado, además de por buena parte de los ya citados, por Camilo José Cela, Enrique Jardiel Poncela, García Pavón, Víctor García Uriarte y muy pronto por la joven plétora de poetas “garcilasistas”: José García Nieto, Rafael Romero, Jesús Juan Garcés, Eugenio Mediano Flórez, Salvador Pérez Valiente y el cacereño Pedro de Lorenzo. PEDRO DE LORENZO (1917-2000) Llegamos así al segundo de nuestros protagonistas. Hijo y nieto de militares —su abuelo murió muy joven defendiendo la plaza de Cuenca frente a los carlistas—, Pedro de Lorenzo fue también un escritor precoz. Ya con quince años envía sus primeras crónicas a periódicos regionales, frecuenta tertulias locales —en el cacereño café Viena intima con el poeta y catedrático de filosofía Eugenio Frutos— y manda su primera novela a Antonio Reyes Huertas, director del diario católico Extremadura, con la esperanza de que fuera publicada como folletín. Con dieciséis años ya tiene carnet de redactor de prensa, y en 1934, con diecisiete, pronuncia en el teatro de Cáceres un discurso que le confirma en la política como prometedor orador, haciendo campaña por toda Extremadura en favor de las derechas. Con el alzamiento militar de 1936 se une a las milicias falangistas de la región como reportero de guerra. Su militancia es recompensada al terminar la Guerra Civil. Con el título de abogado conseguido en la Universidad de Salamanca, abre bufete en Valencia de Alcántara —patria chica, recordemos, de José María Valverde—, pero pronto es llamado por la Escuela Oficial de Periodismo en Madrid —donde Muñoz Cortés ejercía como profesor— para ingresar en ella. Corría el año 1941. Recala así el joven cacereño en la Corte literaria más oficialista de la capital del país. En 1942 es llamado para dirigir en San Sebastián El Diario Vasco. Antes de terminar el año regresa a Madrid, donde colabora con periódicos del régimen como Arriba, Ya o el semanario de Camilo José Cela Juventud, en buena medida precedente directo de Garcilaso. Para el suplemento del Arriba, llamado Sí, realiza una breve antología de los nuevos poetas, destacando la vuelta a los modelos clásicos, la actitud “integradora”, la rehumanización del lenguaje poético o la preferencia temática por lo patriótico y lo religioso, destacando entre los antologados Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco (3). Añade por cuenta propia, a este prontuario de propuestas marcadamente “escurialenses”, el énfasis en la voluntad creadora. Frecuenta además la casa de Azorín, como también hace por entonces Manuel Muñoz Cortés. Y en 1943 sale a la palestra más eminentemente literaria con su manifiesto La creación como patriotismo, siendo alentada su propuesta por Gerardo Diego y definitivamente recogida por José García Nieto. Con este último cristaliza la idea de conformar un nuevo grupo de jóvenes escritores autodenominados como la “juventud creadora”. Junto a otros literatos en ciernes como Juan Aparicio o Jesús Juan Garcés, alumbran en ese mismo 1943 su propia revista con el significativo título de Garcilaso (4). El proyecto, primero dirigido por el propio Lorenzo y más tarde por García Nieto, perduró hasta 1946. La crítica hoy día viene a coincidir en que, tras Escorial, esta joven revista ocupa un lugar preponderante en la reactivación poética de la capital madrileña y, por ende, de toda España. Similar en algunos aspectos a la revista impulsada por Ridruejo tres años antes —en especial por su apego al régimen y por sus preferencias hacia el metro clásico—, la revista Garcilaso se nos ofrece hoy con su propia personalidad e idiosincrasia. Con su soñado proyecto generacional en marcha, Lorenzo regresa en el verano de 1943 a Valencia de Alcántara, con su familia y su bufete. Mantiene su presencia en el Madrid literario desde la distancia, enviando crónicas al diario Ya, al suplemento Sí y su gran apuesta periodístico-literaria, la revista Garcilaso. Tras su paso en 1946 por Burgos, como director nuevamente de un periódico emblemático, La voz de Castilla, regresa a Madrid para insertarse de nuevo en su vida literaria, estableciéndose ya definitivamente en 1948. Desde entonces, Pedro de Lorenzo pasará a ser un imprescindible del periodismo nacional, con constantes colaboraciones en prensa y radio, llegando a la dirección de ABC en 1968. En lo literario, la década de los cuarenta se cierra con un saldo positivo de publicaciones: dos novelas, La quinta soledad (Garcilaso, 1943) y La sal perdida (Editora Nacional, 1947); un libro de ensayos, …y al Oeste, Portugal (Editora Nacional, 1946); y un poemario, Tu dulce cuerpo pensado (Alcoma, 1947) (5). Además de sus publicaciones en Garcilaso, sus confluencias con Escorial son frecuentes —tal y como ocurrió con buena parte de los escritores de ambos “grupos”— llegando a publicar en sus páginas en julio de 1944 (nº 45) a propósito de otro poeta clásico tan reverenciado por ambos grupos como lo era Garcilaso de la Vega, el capitán Francisco de Aldana. Unos meses antes, en marzo de 1944 (nº 41) había tratado sobre el mismo autor clásico en una reseña nuestro primer protagonista, Manuel Muñoz Cortés (6). En esa confluencia entre Escorial y Garcilaso, en este ambiente oficialista de la primera poesía de los años del franquismo que también fue rehumanizadora, pretendidamente integradora, de gusto clásico, de entraña gnóstica, y exigencia formal, irrumpió un nuevo poeta, de veras joven, para el que se le abrieron todas las puertas, todas las revistas: un extremeño llamado José María Valverde. JOSÉ MARÍA VALVERDE (1926-1996) El menor de nuestros tres autores en edad, mayor en transcendencia poética y en suceso literario, debiera pertenecer por cronología a una generación posterior (7). Sin embargo, su desaforada precocidad —mayor incluso, por sorprendente que sea, que la de sus dos antecesores en este artículo— le llevó a publicar, y por lo tanto a nacer como escritor, con quienes habían llegado al mundo unos diez años antes, de media. Su llegada a Madrid también fue anterior a la de Muñoz Cortés y Pedro de Lorenzo, ya que, siendo aún muy niño, su familia se traslada desde Valencia de Alcántara a la capital de España. Hijo de un notario poeta, el estallido de la Guerra Civil le coge en Madrid cuando sólo contaba diez años de edad. Su padre, militante de la CEDA de Gil Robles, es encarcelado por el bando republicano en Valencia en 1938 de manera que el pequeño José María huye con su madre y hermanos hacia Francia, para pasar a la zona sublevada desde Irún. Al terminar la contienda la familia se reinstala en Madrid y José María Valverde retoma sus estudios de bachillerato en el emblemático Instituto Ramiro de Maetzu. Dicho instituto es quien publica y financia su primer poemario, Hombre de Dios (Salmos, elegías y oraciones) en 1945, una serie de poemas adolescentes de deslumbrante contenido parcialmente publicado en las grandes revistas poéticas del momento: Escorial, Garcilaso y Espadaña. La hondura de esta obra naciente le convirtió en algo así como el “niño prodigio” de aquel parnaso de posguerra. No en vano, aquel libro debutante estaba prologado por Dámaso Alonso y dedicado a Camilo José Cela. Con estas credenciales, el cacereño colabora con los grandes referentes poéticos de la década: Escorial, Garcilaso, Entregas de Poesía, Fantasía, Proel, Alférez —revista que cofunda en 1947 junto a Miguel Sánchez Mazas, entre otros— y también Espadaña. En todas ellas lo hace más esporádicamente que los colaboradores afiliados a las respectivas publicaciones, demostrando cierta independencia que hoy confunde e incluso enfrenta a críticos y especialistas, quienes le sitúan ora entre los “escurialenses” —merced a la estrechísima amistad con tintes de pupilaje de Panero, Ridruejo, Rosales y Vivanco con el joven autor—, ora entre la “juventud creadora” —por las tertulias compartidas en el café Gijón y los sonetos firmados en Garcilaso—, ora entre el “desarraigo” de los de Espadaña —dada la evolución, muy posterior, del extremeño en su compromiso antifranquista, además de por su amistad en aquel mismo café Gijón de los cuarenta con Carlos Bousoño y Eugenio de Nora—. Por no mencionar quienes, por edad, sitúan a Valverde entre la llamada “Generación de los 50” (8). A todo esto, José María Valverde continúa con sus estudios, y entre 1945 y 1950 completa su carrera de filosofía en la Universidad de Madrid, rematada con una tesis doctoral dedicada a las teorías del lenguaje de Humboldt dos años más tarde. Pese a su edad, es ya miembro de pleno derecho de la nueva y pujante intelectualidad capitalina. Su consagración como poeta vendrá con La espera (1949), poemario con el que recibe en 1950 el Premio Nacional de Poesía, sucediendo al Escrito a cada instante de Leopoldo Panero, ganador en 1949, y precediendo a Tregua de José García Nieto, galardonado en 1951. Tenía apenas 23 años. LOS CAMINOS SE SEPARAN Tras compartir, aproximadamente a lo largo de toda la década de los cuarenta, un mismo hábitat social y literario —el magisterio de Gerardo Diego, Dámaso Alonso o Azorín, las revistas Escorial y Garcilaso, el café Gijón, la Escuela Oficial de Periodismo…— los caminos de estos tres jóvenes extremeños se separan. Muñoz Cortés escoge la Cátedra ofrecida por la Universidad Murcia en 1950, y desde allí desarrollará toda su labor vital y literaria. Ese mismo año, elegido como a nuestro propósito, de 1950, José María Valverde se hace cargo de un lectorado en la Universidad de Roma, donde permanecerá hasta 1955, año en el que regresa para incorporarse a la Universidad de Barcelona, donde terminará siendo Catedrático de Estética. Pedro de Lorenzo, por su parte, permanece en Madrid, en la primera línea del periodismo escrito y radiofónico. Ahora bien, si cada uno llegó a Madrid por su camino, y por el suyo continuó, sin conformar una especie de “grupo de los extremeños” a la manera de “los de Astorga” (9); de lo que no cabe duda es de su honda y sentida “extremeñidad” —valga la expresión—. Muñoz Cortés uniría desde 1950, y por medio siglo, su vida a una amadísima Murcia y, sin embargo, nunca dejó de recordar su origen extremeño. En una entrevista a la radio murciana poco antes de su muerte, en 1997, recordaba cómo su reseña a La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela —en aquel Madrid de los cuarenta…— no fue especialmente positiva, entre otros motivos, por haber incurrido en la tópica elección de Extremadura como sinónimo de atraso (10). Por otra parte, su primera aportación a la filología —esa que tanto sorprendió a Menéndez Pidal— fue recoger el romancero popular de su tierra. Pedro de Lorenzo, por su lado, se vanagloriaba de ser “extremeñísimo” al nacer en Casas de Don Antonio, perteneciente a la provincia de Cáceres y a la Diócesis de Badajoz a un tiempo (11). Lorenzo, por poner sólo otro ejemplo, reivindicó en un pregón a la Semana Santa madrileña de 1972 que «Lejos de Extremadura, yo soy un extremeño que no quisiera ser nada si, para serlo, hubiere de no ser extremeño» (12). A su vez, José María Valverde, por pura biografía el “menos extremeño” de los tres —recordemos que siendo muy niño se traslada con su familia a la capital madrileña—, no esconde su insoslayable nacimiento en la Raya hispanoportuguesa: «¿Debo decir algo de mí? Que nací en Extremadura, en la raya de Portugal, en 1926», escribe en su “Poética y metafísica” inserta en la célebre Antología consultada de la joven poesía española de Francisco Ribes de 1952 (13). En 1996, en la Gazetilla de la UBEX, Ángel Campos Pámpano recogía la siguiente declaración de Valverde: «Mi infancia, en realidad es madrileña. Sin embargo, soy extremeño por los dieciséis costados: mi bisabuelo Valverde tejía y vendía paños en Valencia de Alcántara; mi bisabuelo Fructuoso Pacheco, en Cáceres, era llamado ‘el Pantalonino’, lo que sugiere que había dejado el calzón campesino por la prenda burguesa, pero yo soy valentino porque mi madre quiso llevarme a nacer junto a su madre» (14). Tres años atrás, en 1993, Valverde había regresado a Extremadura para una lectura de poemas en Badajoz —donde Muñoz Cortés naciera— y una emocionada visita a su Valencia de Alcántara —donde Lorenzo abriera su despacho de abogado—, superando un largo desencuentro con su patria chica (15). Tres vidas, tres caminos. Un pacense, un cacereño, y uno que se jactaba de ser ambas cosas. Justamente tres, como el planteamiento, nudo y desenlace de esta historia. Valverde murió primero, en Barcelona. Cuatro años más tarde también se marcharon, por ese otro camino que tarde o temprano todos tomamos, Manuel Muñoz Cortés, en Murcia, y Pedro de Lorenzo, en Madrid. Barcelona, Murcia y Madrid. Tres destinos cuyo origen radica en Extremadura —Valencia de Alcántara, Badajoz y Casas de Don Antonio, respectivamente—. Pero no es este el ejercicio de pequeño-chovinismo de un extremeño que no nació en Extremadura. Lo que aquí nos interesa no es tanto el planteamiento, sino el nudo: Madrid. Aquel Madrid inmediato a la guerra, cuarentón, donde un puñado de jóvenes voces acudió a retomarle el pulso a la literatura española. Tres de ellas, y alguna más como la excepcional de Rodríguez-Moñino, nacieron en Extremadura. Notas
(1) Seguimos las indicaciones dadas por la semblanza del pacense ofrecida en María del Mar Albero Muñoz, “Perfil de Manuel Muñoz Cortés”, Tonos digital nº. 2. Murcia, Universidad de Murcia. (2) Para un análisis del papel desempeñado por esta “academia”, véase Federico Utrera, “La academia Musa Musae”, en Castilla. Estudios de Literatura, nº 3 (2012), pp. 229-248. Valladolid. Universidad de Valladolid. (3) Véase, Rafael Alarcón Sierra, “Corazón doble: Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, la forja de una escritura y una amistad”, Espéculo. Revista de estudios literarios, nº especial Luis Rosales (Abril 2012), Madrid, Universidad Complutense de Madrid. <http://www.ucm.es/ info/ especulo/ lrosales/ r_alarcon.html> (4) Meses antes de 1936, año del cuarto centenario del fallecimiento de Garcilaso de la Vega, se venía preparando el terreno con sonetos como los de Miguel Hernández en El rayo que no cesa (1934-1935) o los de Luis Rosales en Abril (1935), por citar solo dos ejemplos. La revalorización de Garcilaso, no obstante, venía fraguándose desde años atrás —referiremos solo el famoso “Si Garcilaso volviera…” de Alberti en su Marinero en tierra (1925)—. En todo caso, con el alumbramiento del régimen franquista la lectura ejercida sobre el poeta toledano por parte de los poetas de Falange se encuentra marcadamente politizada. En su prólogo al tomo primero de Poesía Heroica del Imperio (1940), Luis Felipe Vivanco definió arquetípicamente los porqués de la elección de Garcilaso como gran referente poético castellano desde la óptica del “Grupo Escorial”. En esta senda se inscribía el título escogido para la nueva revista de la “juventud creadora”. Inicialmente, se barajó la propuesta de “Larra” como cabecera, a instancias del propio Pedro de Lorenzo; sin embargo, su prosa periodística de carácter crítico no se ajustaba al ideal de poesía y creación al servicio de la Patria como lo hacía el autor de las Églogas. (5) La quinta soledad, la primera novela de Lorenzo, a la sazón censor de prensa del régimen, fue sin embargo retirada por la propia censura al poco de confirmarse su publicación. (6) Manuel Muñoz Cortés, “El capitán Francisco de Aldana. Poeta del siglo XVI (1537-1578), de A. Rodríguez-Moñino”, Escorial, nº 41, tomo XIV (marzo de 1944), pp. 157-160. (7) Uno de los primeros en reivindicar esta reformulación generacional fue Joaquín Marco, quien habla de Valverde como “un poeta mal situado por la crítica tradicional en el actual panorama de la poesía española contemporánea” en su artículo “Los Años inciertos de José María Valverde”, Historia y crítica de la literatura española, Francisco Rico Manrique (coord.), Vol. 8, Tomo 1, 1981 (Época contemporánea, 1939-1975, por Domingo Ynduráin (coord.)), p. 241. (8) Sobre esta especie de indeterminación generacional reflexiona José-Carlos Mainer: “Valverde nunca gustó de las etiquetas. Y, sin embargo, distaba mucho entonces de saber que no iba a ser nada fácil catalogarle a él mismo y que en la eventual discusión de su pertenencia generacional reside buena parte de su secreto: ¿fue el benjamín de la generación de 1936, pese a ser en rigor un «niño de la guerra», como nacido que fue en 1926? ¿Ha de contar como miembro de mucho peso de la «generación de los cincuenta», ya que solo lleva un año a Benet y Sánchez Ferlosio, tiene la misma edad que José Manuel Caballero Bonald, Ángel Crespo, Jesús Fernández Santos, Ana María Matute y Alfonso Sastre, y un año menos que Ángel González? La precocidad confunde y por eso Valverde fue —como solía decir con buen humor— «ascendido de generación»” (“La palabra poética: José María Valverde en 1952”, en Archivo de filología aragonesa, Vol. 59-60, 2, (2002-2004), pp. 2021-2042). (9) Nos referimos a los hermanos Juan y Leopoldo Panero, Ricardo Gullón y Luis Alonso Luengo. Todos ellos jóvenes amigos procedentes de la localidad leonesa, comenzaron a destacar en el Madrid literario de la preguerra. Fue Gerardo Diego quien les bautizó como la “Escuela de Astorga”, desde la prestigiosa tercera página de ABC, cerca ya del culminar de la década de los cuarenta (ABC, 3-III-1948, p. 3). (10) Misma consideración reserva a Los Santos Inocentes de Miguel Delibes, siempre con algo de sentido del humor. Véase la entrevista: Jacinto Nicolás y Diego Muñoz, “Entrevista a D. Manuel Muñoz Cortés”, en Tonos digital: Revista electrónica de estudios filológicos, nº. 2, 2001 [http://www.um.es/ tonosdigital/znum2/ entrevistas/ Entrevistas.htm] (11) Santiago Castelo, Pedro de Lorenzo, Madrid, Epesa, 1973, p. 12. (12) Ibidem, p. 17. (13) Francisco Ribes, Antología consultada de la joven poesía española (edición facsimilar de la realizada en 1952). Josefina Escolano (ed.), Prometeo, Valencia, 1983. (14) La Gazetilla de la UBEx, 1996. (15) Sobre ello, véanse las reflexiones de Álvaro Valverde en “Valverde, 10 años” en el periódico Hoy (27-V-2006). Disponible en red: <http://www.hoy.es/ pg060527/prensa/ noticias/Articulos_Opinion/ 200605/ 27/ HOY-OPI-237.html> Sobre ello, véanse las reflexiones de Álvaro Valverde en “Valverde, 10 años” en el periódico Hoy (27-V-2006). Disponible en red: <http://www.hoy.es/ pg060527/prensa/ noticias/Articulos_Opinion/ 200605/ 27/ HOY-OPI-237.html>
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