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JAVIER LOSTALÉ: LA POESÍA COMO LLAMA Y CENIZA

26/6/2016

1 Comentario

 
por PEDRO GARCÍA CUETO
             INTRODUCCIÓN
 
          La obra de Javier Lostalé descubre un mundo que ha ido creciendo desde su primer libro, Jimmy, Jimmy, hasta el último, La tormenta transparente, en una progresión que cree en la palabra poética y su poder redentor, como si la poesía nos aliviase del tránsito de la vida, donde el poema se convierte en fulgor, tan auténtico y tan fugaz como un acto amoroso.
          Para Lostalé, hombre de radio durante muchos años, el lenguaje es un entramado necesario para vivir, un puente para cultivar el sentido del ser, sus apariencias y sus complejidades, sus luces y sus sombras. De ese entramado nace la poética que ha ido cultivando, centrado en el instante amoroso, en lo que queda entre el hueco de dos amantes, donde el amante y el amado viven la plenitud de sus experiencias vitales. Como todo tempus fugit, el poeta canta lo que se pierde, en la línea machadiana, pero dando al verso un énfasis que rompe todo silencio, como si en el poema se cumpliese la vida entera. Para Lostalé el verso se convierte en un desvelamiento, un fulgor que atraviesa la luz y que invita al goce, nada se superpone a ese placer de decir, como si en la expresión el sentimiento inefable pudiese concretarse y volar en vuelo alto.
       Con estos mimbres, adentrarse en la poesía de Lostalé es un ejercicio apasionante, como si fuésemos los traductores de una fe en el verso y en la vida que no tiene parangón. El poema es resultado de un esfuerzo de máxima concentración, donde las palabras bailan para convertir a los versos en plena luz, en llama y ceniza a la vez.
           Si en sus primeros libros Lostalé era más narrativo, como si las historias fuesen necesarias para adornar el verso, darle forma, en su último libro, un afán más abstracto, fruto de su experiencia vital, va surgiendo, todo se centra en la luz del amor, en la conjunción de la Naturaleza, en esa efímera tormenta transparente, donde el poeta se convierte en demiurgo que traslada la luz del poema a nuestros sentidos, oírlo recitar es un apasionante camino hacia la luz de la poesía, donde el eco de su voz rompe toda distracción, nos absorbe hasta convertir un acto poético en un acto de amor.
           Por ello, se hace necesario indagar en las verdades de su poesía, abrir las ventanas de este cúmulo de verdades que hay en una obra sólida, de hermosas resonancias y que cada vez nos ha ido sorprendiendo más. No hace falta decir que la modestia del poeta convierte el poema en un vestido donde aflora la verdad de este cantor, uno de los más verdaderos, porque lo que escribe nace de un profundo amor por la poesía, con que contamos en la actualidad, en nuestro panorama poético. Su obra merece el acercamiento que pretendo hacer, para que muchos conozcan los íntimos sentidos de su lenguaje poético, un lenguaje que, al ser escuchado o leído, nos obliga a una extrema concentración, fruto de la honda luz que hay en sus versos, casi transparentes.
             JIMMY, JIMMY, UN LIBRO INAUGURAL
 
         Jimmy, Jimmy surge como un vendaval en la poesía de los años setenta, como una búsqueda infinita del sentido del ser, de su consumación vital. Su autor realiza un ejercicio virtuoso, cuya raíz anida en la luz que desvela el pasado, en su hondura vital. Para Lostalé, la poesía es diálogo profundo con el ser que le acompaña, en una clara sintonía con los demás, en un afán de iluminación que el poema va desbrozando poco a poco.
        Por ello, Jimmy, Jimmy, escrito en 1976, año de apertura y de democracia, es un libro hondo, donde Lostalé se confiesa, enamorado de los senderos de la vida, de sus luces y sombras.
        En el poema ‘Niño’ abre los cauces al pasado a la infancia, que se revive en ese afán de decir, en una mirada crepuscular, desde el hombre adulto, con el desengaño en la mirada, pero con un afán vital que va sobreviviendo a la luz cenital que desvela el pasado.
          El poema nos habla de trenes, aquellos de la infancia, imaginación que suponía viajar con la mente a otros lugares para aliviar la soledad, pero también nos habla de la noche, como un paisaje de permanencia, como si el alma navegase en busca de su Dios, recordando los sabios versos de San Juan de la Cruz. También del verano, estación de la vida, lugar de amaneceres con el amado, de juegos y luces de alborada.
          Dice el poeta: «Los trenes pasaban hondos / con su misteriosa carga. / Y los ojos se asomaban al largo silbido. / Y no podían sentir el dolor, / pues eran aire pausado en la luz, / vida aún por nacer, soledad tibia / que busca vagamente un cuerpo».
         Sentimos el peso de la vida, en los trenes que viajan, con «misteriosa carga», también los ojos del niño, ahondado en soledades, cobijando sus espacios de vacío en ese tren en marcha, donde la vida «aún por nacer», abría un cuerpo que buscaba ya su esplendor. No hay cuerpo sin otro, parece decirnos el poeta, solo el contacto de otro ser nos explica, nos da argumento y nos salva de la insignificancia de vivir.
         Pero Lostalé ahonda en el sentido del tiempo, su bagaje existencial: «Las noches eran sólo el tránsito, / la hora que prepara el vino de la mañana; / y si una flor oscura en tus labios / señalaba la resaca, el rincón, la bicicleta, / cuando la mano…y un sol de plomo, / pronto lo olvidabas».
         Viaje al pasado, donde la noche abría su sendero para dar a luz al día, germinador, fecundo como la rosa, donde la belleza tenía tonalidades de cuerpo amado, de niñez abrigada por deseos inconfesables.
         La sensualidad del verano, terreno lleno de pasión donde el cuerpo abriga su sed, donde, recordando la tradición gallego portuguesa, en la lírica medieval, los ciervos van a beber a la fuente, lugar de encuentro para el amor. Aquí, el poeta encuentra en las abejas ese néctar que le habla de la vida que germina, como el amor naciente: «En verano las noches eran abejas / abriendo heridas y posándose luego, apenas, / sobre la sangre en celo».
         Abejas que se abrían como noches para buscar el néctar, como el niño que presagia ya el cuerpo del otro, para fantasear con el amor y la entrega, llena de luz y sensualidad.
         La diferencia del otro, del raro, anida en poemas como ‘Entre todos’, porque ya el poeta manifiesta su diferencia, su extrema sensibilidad, en un mundo que niega el afecto, lo esconde a manos llenas, por considerarlo impúdico. Aquí Lostalé nos habla del amor hacia el otro, al olvidado, al que ha vivido en el alcohol, porque la vida es sombra, si no la alienta la luz de alguien que te ame: «Le habían matado entre todos. / Cercaron su débil naturaleza / con extintas miradas / que ahora, hálito sólo, / entregaban su terrible verdad. / Con gestos le llamaban desde su fatigada belleza / porque sabían que la pureza era un difícil equilibrio de los ojos».
        Versos que resuenan como música, porque en ellos late el que es diferente, ser que se va completando con las sombras, ser mirado con extrañeza, por su extrema sensibilidad. La pureza es un don negado al raro, hombre que anida en las sombras y que parece un loco ante los demás.
          El hombre que, como nos dice en otro verso, «comenzó a amar lo oscuro», es un ser tocado por el sino del afecto, de ese mundo que solo algunos entienden, mundo que parece irrisorio, pero que esconde al hombre verdadero, el que ama la vida hasta el tuétano.
          Jimmy, Jimmy es un acto de amor, un libro que navega en los sentimientos de un poeta que ya siente la vida como herida, con su luz y sus sombras, de la luz dirá en el poema ‘Una luz’, lo que sigue: «Una luz en pliegues / iba cercándote / con un ámbito / que ya no era soledad / sino espacio hueco / en el que el pensamiento se nublaba / sin poder reducir a la verdad / algo de tu vida».
          La luz como anunciación, pero no de soledad, sino de un espacio de vacío, donde el hombre herido por la poesía y por la vida va germinando en un haz de rayos que lo consumen, con el necesario puente que necesita para transmitir su amor a los demás, la luz como pregunta herida por su misma carencia de respuesta.
         Pero también es para el poeta el camino que abre un cuerpo al otro, en una sinfonía del tacto, quizá imaginado, pero tan real si el hombre sabe completarlo con la imaginación portentosa del que ya es condenado por su forma de ser: «Como tantas veces / fuiste hasta un cuerpo / buscando más el olvido / que el conocimiento del amor».
        El olvido es la renuncia, porque el conocimiento viene tamizado siempre de negaciones, de inquietudes, en el olvido muere el ser, su plena conciencia de existir y vuelve el poeta al útero materno, donde la vida es plácida, un sinsentido que no rompe la conciencia de existir.
          Indudablemente el poema es una pérdida, ya que dice «Callado, vive poderoso en tu derrota», el ser que vive en el silencio y en él triunfa, pleno por gozar de lo que cree aunque nadie comparta su plenitud vital, llena de silencios y de sombras. La victoria es derrota y en esta antítesis se entiende que el poeta triunfa en su misma negación del mundo, creando un mundo interior que se superpone y que abre cauces infinitos donde ser feliz: «Victoria sea tu tristeza / jamás cantada».
       Lostalé escribe un libro que ya va abriendo la senda a una obra llena de luz, donde los infinitos deseos de comunicación se enredan en la soledad y el vacío, pero que dan la consistencia a una obra que nace con el afán de hacerse ver, para que el otro entienda su profundo sentir hacia la vida.
         Jimmy, Jimmy es un libro que merece leer para conocer ya al poeta que dice lo que siente, envuelto en las opacas sombras de la noche de la creación, esperando el amanecer para ser devuelto al comienzo de la vida, a la niñez feliz, donde los trenes pasaban como horizontes llenos de viajes imaginarios, dobles vidas que el poeta sabe que son su sino para siempre. Muchos poemas del libro inciden en esa idea, en la negación del ser, como en ‘El muro’, donde la invisibilidad del poeta hacia los demás ya explica un tema esencial en la obra del poeta madrileño, su doble condición de ser que existe, pero que se pierde en las sombras de una doble vida, la imaginada y la que le ha tocado vivir. Un libro inaugural de la gran poesía que late en las venas de Javier Lostalé.

             DE FIGURAS EN EL PASEO MARÍTIMO A LA TORMENTA TRANSPARENTE: LOS ESPEJOS INTERIORES DEL MUNDO POÉTICO DE JAVIER LOSTALÉ
 

         Si Jimmy, Jimmy fue libro inaugural, conservando la llama de ese amor hacia la vida que supone la poesía de Javier Lostalé, Figuras en el paseo marítimo, libro publicado en 1981, significa la luz absorta en su fulgor, la leve duración de un cuerpo que se sabe destinado hacia la muerte, al destino final.
        En ese desenlace que todo destino lleva implícito, alguno de los poemas de este libro tienen una fecha, como ‘Septiembre, 1972’, donde el poeta ahonda en el verano del recuerdo, a través de un cuerpo del que solo queda ceniza: «Pleamar es hoy la vida / que en la playa ninguna descansa, / pues el espacio de tu cuerpo dejaste / en constante tensión pobladora / a cuya llamada hay que responder / sin el consuelo de poseer la voz».
          Si la vida ya no es reposo, sin espacio de zozobra, los ojos del poeta miran el cuerpo ido, su sombra en las cosas, en una búsqueda incesante de la felicidad perdida. Lostalé penetra en el libro temas que los vates de todos los tiempos han tratado a lo largo de los siglos: el mar, el amor, la sensualidad, pero dota a los poemas de una certidumbre, una luz especial que nos hace sentir la llegada de la amada desde su imaginario mental.
         Por ello, en el poema ‘Ciudad’ la mirada es importante, porque renace del tiempo, cobra certeza lo que ya es ruina, la vida a lo que ya es muerte.
         La mirada como cénit donde el poeta recobra su fe ante el cuerpo amado, aquel que supo del vértigo de los besos ante el mar: «El mar cubrió la ciudad con tu nombre / y la mirada fue éxtasis / de los años vividos desde tu espera». La ciudad en el presente, el mar en el pasado, como esas imágenes de Alberti en su Marinero en tierra o la imaginería de José Hierro en su magistral Libro de las alucinaciones, un mar romántico porque vuelve, su presencia en los ojos del amado es “éxtasis”, llama indudable de la pasión para el poeta.
         Hace falta mirar, pero también sentir, por ello, la presencia del corazón, el latir que connota los afectos, desde la piel hasta el paisaje, sin duda, otro tejido que se compone de recuerdos: «Pero pasaste sin rozar / el luminoso tejido / de mi corazón pronunciándote, / y el paisaje se hizo forma triste / para que despacio se apagara».
       La trasmutación del paisaje en afecto «forma triste», porque las ciudades y sus entornos tienen vida propia, se acercan al ser para entablar un diálogo con su tristeza.
        De ahí este corazón que habla, porque todo es diálogo, desde el pálpito, todo es comunicación, desde la ausencia. La gradación que se abre ante este corazón que habla, con el paisaje de fondo y que, como una luz que va perdiendo si fulgor, se va diluyendo, en el tenue panorama del poema.
        Esta comunicación nos recuerda a la de los poetas que aman la tierra como mundo afectivo, en la estela de Antonio Machado y su Soria o Gerardo Diego ante el río Duero.
        Para Lostalé el poema es un mapa que abre señales, por ello, la simbiosis del pasado (el mar) y el presente (la ciudad), solo puede terminar con el dolor: «El mar cubrió la ciudad con tu nombre / y entre sus límites / mi cuerpo reverberó dolor».
        El cuerpo es el resultado de dos paisajes (el del pasado y el del presente) y síntesis de ese lamento final que es la pérdida del amado en el poema.
        Vuelve al pasado, evocando en la textura de ‘Hoy, de nuevo’, un poema que revela el tapiz afectivo de Lostalé, su tejido profundo.
        El mar es, de nuevo, el leit-motiv, el espacio del recuerdo, cuyas olas acunan la memoria para provocar la luz del poema. El paisaje (el mar, la niebla, las costas), son mapas afectivos donde el poeta madrileño puntúa sus sentimientos, adornando su sed de amor.
        Desde la extensión del mar como espacio abierto hasta la intimidad del pecho, aquí revelado como «niebla íntima», ya que se tiñe de gris ante el recuerdo: «Hoy, de nuevo, busco tu figura perdida, / renuevo el poso que agoniza intentando tu voz / dejo que el arco puro del mar / deposite su niebla íntima en mi pecho».
       Si es poso que agoniza es que vive ya en las cenizas del amor, con la voz como escenario al que asomarse, ahora truncado por el tiempo y la no presencia del amado.
        Para Lostalé las imágenes de la tristeza son señales, cartas abiertas sin remitente que ahondan en el paso del tiempo. Hay aceptación del engaño, en la línea de Francisco Brines y su visión de la vida como una trampa a la que ceder para seguir creyendo en un tiempo ido, donde la infancia se asoma para ver su reverso, el de la vejez y la muerte.
         Lostalé, siguiendo su destello, sabe que no se puede vivir, para no morir, en la ficción, he ahí la aceptación del engaño como “modus vivendi”, pero el poeta insiste en «pausa en mi costumbre», porque necesitamos la cordura de lo real y solo la locura ha de ser transitoria, con cauces bien delimitados, para no perder el horizonte de la vida: «Se abre entonces la locura de una pausa en mi costumbre / y acepto el engaño, que me hace vivir, / el mentido reflejo que en verdad convierte el corazón».
           La vida es oasis donde podemos ver el espejismo del amor, del afecto ido en las cosas, en los paisajes interiores.
          También sobrevuela en el poema la posibilidad del asombro, de vivir de nuevo el amor, porque todo y nada es real a aquellos que han amado, ya que como nos enseñó Lope de Vega en un célebre poema amar es un vaivén de contradicciones, risas y llantos al mismo tiempo: «Pero todo eso ya no es por ti, figura perdida, / sino por lo que incierto siempre espera / al que una vez señaló el amor».
         Con su libro La rosa inclinada (1995), llega la rosa como motivo poético, cuya hermosura casa con su brevedad, en una conjunción que da a luz el poema.
       El espíritu descriptivo del poeta, su minuciosidad para saber mirar queda patente en el libro, hecho con la arquitectura del alma, como en poemas tan sorprendentes como ‘Las gafas’: «Con el aire triste y dorado de tu mano / empujaste las gafas / por la pendiente de tus pensamientos, / y sin asilo quedaron / los dos valles de silencio de tu mirada».
         La visión del hombre meditabundo, que vive la soledad de su mundo interior, queda reflejada en el «aire triste y dorado de tu mano», como si el tacto fuese ya una señal de la elegancia ante la vida, mano que escribe y sueña, la del poeta. Por ello, el asilo es reflejo de la mirada ida, ya en su plenitud de silencios.
         La descriptiva forma en que el poeta nos dice cómo las gafas quedaron huérfanas de unos ojos, se complementa con las flores que ve el poeta, ahora ya embebido de la luz de la flor, que emana suavidad y amor: «El pliegue de unas violetas / enmarcó entonces tus ojos / y te fuiste alejando / hasta alcanzar la luz quieta / del cansancio enamorado».
         La luz quieta es símbolo de esa llama que es el amor en espera, a la expectativa de un ser que llene la alcoba y la haga moverse, como un cuerpo al danzar, ante las llamas.
          Sin duda, el poeta quiere encontrar el reflejo del otro, pero busca sus gafas, las que saben mirar, algo más que una cosa, una parte de su ser: «Desprendidas de la sombra en ramas de tu frente / tus gafas fueron a la deriva / entre el vaho de un cielo de rostros. / Y en su último resplandor me besó tu memoria».
          La memoria besa porque vuelve tierna y afectiva ante el hombre que recuerda, las gafas, ya entregadas a los otros, despojadas del ser, amputadas de uno mismo, latiendo en «un cielo de rostros», ya casi sin vida.
        Bello poema, de una estructura muy cuidada y con un alto poder descriptivo en este libro magistral de Javier Lostalé.
         Otro poema del libro que quiero comentar es ‘Azul’, donde, recogiendo el color del ensueño para Rubén Darío en su célebre libro de cuentos, el poeta nos habla del color del cielo y del mar, para teñir de cromatismo todo lo que le rodea: «En la madrugada / todos los trenes tienen los ojos azules / y la memoria de un cuerpo es azul relente».
         La idea del tren como símbolo de la vida que se escapa, en esos ojos, la mirada tan importante en la poesía de Lostalé, también la memoria de un cuerpo tiene color azul también.
         Y la sensualidad que destila el poema, desde los desnudos de los cuerpos hasta el pecho en versos de gran belleza. Cito, para no extenderme demasiado, la parte final donde los amantes viven su plenitud azul, entregados al desconcierto de los besos, porque todo se inunda, plenamente, del color del mar y del cielo: «En la madrugada hay charcos de luz / que convierten la mirada de los amantes / en un escalofrío azul. / Las lámparas que se apagan en la madrugada / mantienen una lengua azul / llena de mareas y lunas de armarios. / Cuando en la mesa de mármol se destempla / es que llama el amanecer».
         La luz de la noche, teñida de azul, espera la llegada del amado ante la amada, como ocurría en la poesía mística de San Juan de la Cruz, donde la noche abre los senderos al día, en una plenitud amorosa que se cimenta en la búsqueda y el encuentro, en su deslumbramiento final.
         La luz del mármol, en su blancura, cambia el color de todo, porque la noche acaba y el amor ya se ha consumado, ante una blancura hermosa que brinda el amanecer.
         Llega Hondo es el resplandor en 1998, con poemas de gran calado existencial, uno de los más bellos se titula ‘Hijo’, es la confesión de un hombre que se siente solo ante la inmensidad de la vida, que busca la sombra de un hijo no nacido, para creer en la existencia, como sentía Umbral ante la vida casi extinta de su hijo, abocado a la muerte, en su hermoso libro de prosa poética Mortal y rosa.
         Cito solo unos versos que dicen todo, porque Lostalé desnuda su dolor, la imposibilidad del amor para dejarnos la sombra de un hijo que nunca existirá: «Desde la hora desierta de un vientre / copulas con mi sueño / hasta el vaho final del espejo en que te desvaneces. / Tapiado umbral de mi sangre / con la liana de tus labios acaricias el relámpago de mi nombre / mientras un abismo azul me coloca a tu lado».
         Sin duda alguna, la consumación amorosa no se lleva a cabo, la soledad lo asola todo, impidiendo la fecundidad, dentro de la sangre late el hijo que perpetúe su ser, pero, en realidad, todo lo que trasluce el poema, es el abismo azul, es decir, un vacío, de nuevo, el color azul, el que espera el sueño, en la eterna soledad del poeta.
        Pero también, como reverso, en una simbiosis necesario, late el poema ‘Atardecer’, dedicado al padre, porque Lostalé sabe que la familia da a la vida un sentido, hace que nuestro ser no sea insignificante, solo ante los hilos del corazón puede latir.
          Cito unos versos que me deslumbran con su belleza: «No hay tumba para el atardecer. / Su horizonte de navío lento / junta la vida y la muerte / en la blanca tiniebla de lo que va a despertar».
           Final del poema, pero versos llenos de luz, ya que en el atardecer se consuma todo, la vida y la muerte, el amor y el desamor, el padre y el hijo, en un encuentro más allá de lo carnal, plenamente espiritual, lo que da al poema una insólita belleza.
           También la sensualidad, plena de erotismo, vive en poema como ‘Cuerpo’, cuando dice el poeta madrileño: «Doy un salto entonces hacia mi entrada en ti, / y como el que salta tiemblo sólo tu frontera / al quedarme siempre antes o después».
           El acto amoroso, su entrega, quedan en el poema, porque en la exactitud del cuerpo se cumple la vida, en el acto amoroso nos eternizamos, vivimos para siempre. La frontera es siempre la distancia que queda entre dos cuerpos, el lugar donde el amado y el amante gozan el amor, un terreno que hay que escalar para llegar a la cima.
        Con La estación azul, publicado en el año 2004, el poeta nos acerca poemas en prosa, textos de gran calado existencial, cito solo el principio de La frontera, recordando el poema anterior que he comentado, ya que la frontera es el hueco que queda entre los seres, donde vive la felicidad y el desamparo o la tristeza: «Todos vivimos en la frontera, a un paso de la felicidad y a otro del abandono y el desamparo. Somos unos refugiados sin territorio que estamos pendientes de que alguien nos nombre para sentirnos habitantes de algún lugar».
          Al igual que el poema es la constatación de la existencia, la que nos habla de lo que sentimos, la capacidad de decir, en la línea de ese acto de enunciar que ha cumplido Jaime Siles en su libro Actos de habla, los demás son los que nos dotan de existencia, somos seres ensimismados, como ya lo expresó César Simón en su libro Extravío, el ser que se mira en las aguas de la nada para preguntarse por su ser, en la búsqueda de una constatación de su existencia.
         Lostalé sabe que somos mendigos en realidad, por mucho que nos vistamos de reyes, la vanidad, el dinero, son bienes fugaces, efímeros, que no nos salvan de la muerte, poderosa fuerza que nos arrastrará a todos, como nos recordó Pavese en su famoso poema ‘Vendrá la muerte y tendrá tus ojos’: «Libramos una batalla con nosotros mismos en la que somos reyes y mendigos. Mientras nos ponemos la corona del triunfo y el dinero, nuestro corazón despojado muestra sus harapos».
         Libro hondo, que nos enseña, sin atisbo de adoctrinamiento, cómo respira Lostalé en otra forma de decir, pero tan profunda como la que nos dejó en sus poemas.
         De La tormenta transparente, libro publicado en el año 2010, quiero citar un poema que resume muy bien la forma en que Lostalé ha ido tejiendo, como Penélope ante el telar, en la espera de Ulises, su obra, demostrando una calidad que no desmerece de la de otros poetas contemporáneos, sino que vuela alto para llenarnos de llama y de ceniza a sus ya fervientes admiradores, me refiero a ‘El hueco’, una de las ideas que ha germinado en sus libros, somos seres que debemos llenar el hueco para completar nuestra existencia, al lado del otro, el que nos completa como seres: «En el hueco que separa dos cuerpos desnudos / hay un cielo pálido de mañana cansada, / una circulación húmeda de silencios / pues labios en cenit aún fulgen desligados».
         Lo que queda, la pausa de nuestro dolor, cuando buscamos al otro, es el hueco, el que hace que nos acerquemos, con pudor, al amado, para divisar nuestra propia existencia. Vuelve la mirada, tema esencial en su poesía, fuerza que explica lo que es el ser humano, ya germinando una luz cenital, que el otro ha de desvelar: «En el hueco que separa dos miradas / crepitan las ramas mojadas del deseo, / y amanece una marisma de vuelos encendidos / que pronto se desvanece en humo azul / donde tiembla, virgen, la respuesta».
        Las miradas y su hueco, donde vive el deseo, ante el decoro de nuestra existencia, nuestra inacción, ya que dudamos del éxito de nuestro intento, la inseguridad permanece en el ser, late dentro de nosotros, por ello, tantas historias se deshacen como humo, por el miedo a no ser correspondidos.
          Pero también el silencio, porque tanto esfuerzo por decir, tanto afán de cantar la vida, como ocurre en la poesía de Lostalé, no evita el silencio del poema, las líneas no dichas que completa el lector, en otro poema secreto, el que hace cada uno, como bien nos dijo el maestro Brines, un poema que vivirá para siempre en nosotros, doliéndonos hasta en el tuétano: «En el hueco que separa dos silencios / algo se clausura con debilidad de rosa, / mientras la tristeza fluye como un astro de luz fija / que besa la memoria con los últimos sonidos. / No existe distancia entre dos silencios / sino solo el espacio transparente de una lágrima, / la sepultada aurora del vacío».
        Lostalé nos conduce, con mano sabia, al ser que va muriendo, como una rosa bella que se extingue, ante un silencio, donde la memoria lo es todo, pasado que hemos de evocar para no perder el hálito vital. Termina el poema con un tono triste, ya que la aurora que es luz que hace nacer el día viene adjetivada por un término del campo semántico de la tumba: sepultada, una aurora sepultada es un vuelo fracasado, como el amor, en esta Tormenta transparente que deja ver los silencios y los ecos de la mejor poesía de Javier Lostalé.
             JAVIER LOSTALÉ: UN POETA QUE CANTA LA VIDA Y SU SILENCIO
 

         La poesía de Lostalé es llama y ceniza, lugar de apasionamiento, pero también de desencanto, un hueco que queda entre los seres que se aman o entre las líneas del poema, ante ese lector que hace suyas las palabras del poeta madrileño.
        Temas como el cuerpo, la mirada, el desnudo, el azul, las fronteras, la rosa, han ido dotando a su poesía de una gran calidad, con una voz única, que ha ido madurando, hasta dejar algunos de los mejores poemas de amor de nuestra poesía actual, a lo que se une su gran generosidad y demostrado amor por la palabra en tantos años de radio, donde la poesía ha ido creciendo, hasta hacerse un tesoro de incalculable validez.
         Concluyo con un inédito, el poema ‘Nunca’, poema corto, pero de gran mensaje, para todos los que quieran hacer suya la voz de Lostalé: «Nunca pasó por aquí, / pero yo lo vi hasta el punto de nacer. / Nada dijo, / y con sus palabras / respiré la más honda rosa de su jardín. / Ahora regreso hacia donde no está / para que tome mi vida / con su sombra de eternidad».
         Como el poema que busca al ser ido, quizá él mismo en otro tiempo, la poesía de Lostalé lucha con los espejismos de la vida, porque allí donde respiramos, ante la incertidumbre del ser, está nuestra verdad, somos sombras llenas de luz que un día, aunque fuese por breve tiempo, iluminamos a otro ser, solo así podemos saber que hemos vivido, con la poesía de Lostalé se vive, sus luces y sombras se quedan en nosotros porque es verdadera, late sincera desde el corazón de un hombre que ha sufrido y amado, como tantos de nosotros, una gran poesía del amor y el desamor, que hay que celebrar.

1 Comentario
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