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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

FICCIONES

PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO

CHUCHO MÁRQUEZ

17/12/2023

1 Comentario

 
PEQUEÑA ÉPICA DE CIUDAD GRANDE
         Esa mañana, el Gabacho sintió alivio al descender el declive de césped que llevaba a las canchas de arcilla del club de tenis ubicado en Coyoacán, pues ninguno de los partidos programados había empezado. Observó que, separados por la red, Sergio, su entrenador, y un hombre barbudo —en indumentaria de tenis que le hubiera valido una ovación en Wimbledon— discutían con agresiva pasividad. El Gabacho alcanzó a escuchar lo siguiente:
          —No, no, no —insistió el barbudo—. Ustedes llegaron tarde y perdieron el partido de singles masculino por default. Si quieren, de cualquier manera, pueden jugarlo en la cancha de atrás, pero el resultado oficial ya está dado. Además, tenemos que jugar el partido de dobles mixto en este momento, porque mi pareja trae el tiempo limitado y, pos, con las tardanzas, no se puede.
          Sergio, frustrado, replicó:
         —Ándenle pues, no tenemos más remedio. La verdad creemos que no es justo que, por cinco mugres minutos de retraso, nos hagan perder uno de los partidos. Pero está bien, su casa, sus reglas.
          Dándose la media vuelta, balbuceando maldiciones, Sergio se dirigió al césped, en donde el Gabacho se había sentado para quitarse los pants, preparándose para el partido de mixtos. Enojado, en voz baja, le dijo al Gabacho:
          —Mira, Gabacho, quiero que le pongan una buena recia a este barbón, hijo de la chingada de Berben. ¡Le ganan! ¿Entendido? ¡Claro! Como se cree dueño de su pinche club de tenis, el cabrón pone sus propias reglas. Pero también que no la amuele. ¡Nomás por cinco pinches minutos! ¡Ya ni la jode! Así que échale los kilos y dale una mano a la Yula. Ah, y acuérdate de llamarla, Chibis: ya ves que la Chibis no pudo venir hoy y Yula jugará de cachirula contigo. ¿Okey?
          —Sí, Sergio —respondió el Gabacho, mientras daba pequeños saltos para calentar, y agregó—: Nomás que no friegues, Yula es entrenadora de básquetbol y no tiene la más puta idea de cómo jugar tenis. Y ya sabes que yo soy rete zacatón para irme a la red, pues ya me he llevado algunos pelotazos en los huevos y estoy bien ciscado.
          —Tú nomás encárgate de ponerle en su madre al cabrón de Berben. Desde aquí te echamos porras —lo animó Sergio.
          —Bueno, a ver si al menos le puedo acomodar un buen pelotazo. O haré como que se me zafa la raqueta por el rumbo de su cabeza... —comentó el Gabacho, frunciendo el entrecejo, concentrándose en su plan de ataque.
          —No, hombre —lo interrumpió Sergio—, tampoco quiero que acabemos el día en la delegación. Tú nomás trata de ganarle. Que sufra. Si le ganas, ya chingamos moralmente. Es de los que no sabe perder.
          —¡Zas! —sonrió el Gabacho, yéndose a la cancha.
         
           En medio del primer set, al caminar a la línea de fondo y ponerse a rebotar la pelota varias veces contra la aplanada superficie roja —para calmar sus nervios y alterar los de sus oponentes— aprestándose a sacar, el Gabacho divagaba: «¡Straik uán! ¡Straik tú! ¡Straik trí!... ¡Pinche Yula!
 
           Nomás me recuerda al Nicolás Guillén. Puro straik, hombre. Pos si no es béisbol, sino tenis. La cabrona nomás no conecta con la pelota. Y yo con esta condición física de mierda por andar tragando tlacoyos hasta reventar. Ah, pero ahí ando de caliente todos los domingos en la mañana con mi Chaparrita de piña, en el Molino de Flores, antes de la llegada de la chilanguiza, zampándome tlacoyos bañados en manteca y aparte un mixiote para rematar. Cómo me encantan las Chaparritas. Chín, ya se me antojó una, pero la única chaparra que hay en este club es Yula y se me hace muy interesante que no se rasure las piernas, sus espinillas están más peludas que las mías. Tiene buen ver la canija, todo un privilegio desde la perspectiva de esta bendita línea de saque. Lástima que no me pele porque soy más chavo que ella».
           Tras volver a abanicar al aire, Yula —hoy Chibis—, se acercó en tono cómplice al Gabacho:
           —¡Gabachito! ¡Gabachito! ¡Dime qué hago!
           —Sigue jugando como lo estás haciendo, para que esto se acabe pronto. Ora sí nos hundimos mi Yul...Chibis. No me estoy concentrando bien en el juego, estamos arruinando la situación de forma estelar. Así que haz lo que puedas.
           —¡Qué mala onda, pero sugiéreme algo! ¡Siquiera para perder con dignidad!
           --Tá bueno —dijo el Gabacho—. Primero vete para la red, porque, hasta por gastar tiempo, el maldito de Berben nos va a querer quitar puntos. Nomás sostén fuertemente la raqueta frente a ti si algún tiro llega por tu rumbo. Además, ponte buza, que en el primer servicio le pego bien recio a la pelota y te puedo golpear en la nuca, al cabo que ya me debes dos pelotazos.
 
          Carlos y Edgar, compañeros de equipo de Yula y el Gabacho —todos ellos representando a su gloriosa, pero modesta, escuela de agricultura ubicada, a media hora de la capital—, sentados en la tribuna natural que ofrecía el césped al lado de la cancha, observaban la masacre. Edgar espetó:
          —¡Vamos Gabacho! ¡Tú puedes! ¡Aviéntate un as! —tras esto, le susurró a Carlos—: Estos jaitones son bien delicados, ¿No crees?
          —¿Qué es eso de jaitones? —preguntó Carlos.
          —¿No sabes? Los de la high society, los de la alta, de la jái. Los que vienen a estos clubes de tenis, nuestros anfitriones de hoy. No la gente de mi rancho.
          —Ah, esa no me la sabía. Pues más que delicados, arrogantes. Eso de quitarnos un partido por unos cuantos minutos de retraso está muy mal. ¿Cómo la ves con esta pareja dispareja? —preguntó Carlos.
          —¿Yula y el Gabacho? No hombre, este partido ya lo perdimos por definición —señaló Edgar.
          —¿Perdimos? ¡Perdieron! —sentenció Carlos—. El Gabacho le está poniendo todas las pelotas facilitas al Berben y este le tira unos remates endiablados a la pobre Yula. Parece péndulo el hombre, corriendo de un lado a otro en el fondo de la cancha. ¡Mira! ¡Ya se volvió a meter a la jardinera! ¡Pinche Gabacho! —se reía y lamentaba Carlos, meneando la cabeza—. Esto ya valió lo que se le unta al queso. Ya perdieron el primer set seis a uno, orita se los escabechan en el segundo.
          —El Gabacho ya se ve medio cansadón —comentó Edgar—, eso de andar corriendo por todos los confines del universo canchístico tratando de contestar las pelotas que Yula está abanicando al aire, pos al final sí fatiga.
          —Pos también Sergio —se quejó Carlos—, ¿cómo se le ocurre meternos en este tipo de torneos entre clubes de la Ciudad de México con los jaitones? La Chibis es la única que tiene idea de lo que hay que hacer en la cancha y, para variar, no vino hoy. Entonces tenemos que andar buscando cachirulas como las Sánchez o Yula, que de plano necesitan una valla de concreto para protegerse de los pelotazos que les atizan cuando les toca jugar.
          —Ya, no seas hojaldre —le reconvino Edgar—. Las Sánchez le meten mucho esfuerzo y entusiasmo. Si no fuera por ellas, ¿cómo cubriríamos los partidos de mujeres? Por cierto, ¿ya te fijaste en el servicio de la señora, la pareja de Berben?
          —Sí, ¡no manches! —contestó Carlos con una discreta y burlesca carcajada—. Es como si se fuera a sacar un conejo de la axila cuando levanta la raqueta. ¡Qué botanón!
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En medio del primer set...
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Ya empataron a cinco...
          En eso, Sergio, que se encontraba parado al lado de ellos, les llamó la atención:
          —Shhhh... Ya cállense, si no, nos van a querer quitar otro punto de partido.
         —Uh —dijo Edgar, con una pizca de sarcasmo—, ni que estuviéramos en Roland Garros. Pero total, nos callamos. ¡Chitón!
 
          Un tanto arrepentido por haber intentado asesinar a la pareja tenística de Berben mediante un tremebundo pelotazo, el Gabacho ponderaba: «¡Jijos! ¡Ora sí que me barrí a la señora! ¡Pobre! Lo bueno que la señora, ¿será señorita? Jijos, otra vez ando de caliente. Concéntrate en tu jodido juego. No creo que señorita, se ve media cuarentona. Y bueno, ¿que chingaos tiene que ver si es señorita o no? Total, la pobre hace lo que puede. Eso sí, le saca más a los pelotazos que yo». Instruyó a Yula:
          —Mira, Yul...Chibis, tienes que tratar de enviarle pelotazos a la señora, está más nerviosa que tú y yo juntos. ¿Puedes hacerlo?
       —Pues lo voy a intentar Gabachito —respondió Yula con cierto entusiasmo, mientras ambos se dirigían a la línea de fondo.
          —Tú nomás apunta bien y yo trataré también de enviarle los tiros hacia ella —dijo el Gabacho, empezando a crear una estrategia—. Tú corres bastante bien y, en una de esas, hasta nos podemos emparejar en el marcador. Que sude la gota gorda el tal Berben para ganarnos el punto. Órale Yul...Chibis. ¡Póngaseme lista! ¡O, de perdida, ponle la raqueta enfrente a lo que se te venga!
          Carlos, con una rodilla en el césped, como si esperara su turno al bat, exclamó:
          —¡Otro piñatazo de la Yula! ¡Parece que no llenó con las posadas de diciembre! Y el Gabacho más bien parece cácher. Mira, ahí va la Yul...Chibis otra vez a conferenciar con el Gabacho. Yo por lo menos ya la hubiera regañado. Ya sabes cómo nos regaña ella cuando nos está entrenando, quesque para mejorar nuestra condición física.
       —Más bien tísica —opinó Edgar—. Lo que pasa es que el Gabacho anda de chilecaldillo con la Yula, pero ella no lo pela. Fíjate cómo se le queda viendo al botecito de la Yula cada vez que ella se pone lista para el saque del Gabacho. Por eso ni la regaña... ¡Sopas! ¡Le pegó en la mera nalga! ¡Mira cómo brinca la Yula por toda la cancha sobándose, parece impala!
          Carlos y Edgar trataban de contener la risa, y hasta Sergio también.
         —¡Pinche Gabacho! ¡Nomás se puso colorado el güey! —comentó Carlos, mientras se cruzaba de brazos para no agitarse tanto.
        —Ora, ¡no se rían carajos! —intervino Sergio, luchando por poner su cara de entrenador—. Hay que solidarizarse con los nuestros.
          —Ay Sergio, —se limpiaba una lágrima Edgar—, es que no nos podemos aguantar y tú también estás que te meas de la risa por dentro.
          —Ya, calmados, ¿eh? —ordenó Sergio.
 
          Mientras tanto, en la cancha:
          —Discúlpame Chib...Yul...Chibis —expresó el Gabacho, mientras en su interior se decía: «Qué ganas de sobarle la pompa».
          —No te apures Gabachín, es parte del juego, ¿no? —dijo Yula, mientras se sobaba la nalga derecha, al tiempo que le insultaba a su puta madre al Gabacho en lo más recóndito de su mente.
         —Pos sí, —confirmó el Gabacho, diciéndole—: pónteme un poquito más abierta para que ya no te vuelva a sonar. De seguro el Berben te va a mandar la contestación por tu rumbo, pero ahora con saña, porque estás escamada con el bolazo que te acomodé. Nomás agáchate y escúdate con la raqueta cuando nos la contesten, a ver si la retachas. No trates de hacerle a la volea ni al remate, así tendremos más posibilidades de ganar el punto.
 
          Tras regresar de ir al baño, Carlos preguntó:
          —¿Cómo van nuestros héroes de pacotilla?
         Parado, más atento al juego, con las manos entrecruzadas sobre la cabeza, Edgar le informó:
        —Increíble, van ganando el segundo set cuatro juegos a dos. El Gabacho se ve cansado, pero parece que la señora de los conejos axilares está aún más cansada. Con un poco de suerte, podrían empatar el partido si logran arrebatarle el segundo set a Berben.
          Sorprendido, Carlos observó:
         —El Gabacho ya empezó a pujar al momento de sacar. Eso quiere decir que el condenado por fin ya está entrando en ritmo con su servicio. ¡Ya era hora!
          Con un dejo de acusación, Edgar agregó:
          —Como andabas en el baño, no viste que Yula hizo unos buenos tiros de dejadita que les ayudaron a decidir tres de los juegos a su favor, no importa que ella agarre la raqueta como canastilla de lacrosse. Tal vez está aplicando alguno de sus conocimientos, pues también es entrenadora de vóleibol, aparte del básquet, y creo que le está funcionando. Esto se está poniendo interesante.
 
          Mientras tanto, en la cancha:
          —Ya empatamos mi Chibis. ¿Cómo la béisboleas? —dijo el Gabacho, sonriendo.
        —¿Tú crees que tenemos chance de ganarles? —preguntó Yula, con un pequeño brillo de esperanza en los ojos.
         —Sí —contestó el Gabacho con cierta seguridad—. Nomás es cuestión de que no nos secuestren los nervios. Te prometo que ya no te volveré a pegar cuando saque.
          —No te apures Gabas, ya ni me duele —sonrió Yula, provocándole al Gabacho una inesperada y momentánea arritmia en el corazón.
        —Bueno, ora sí —confirmó el Gabacho, con el pulso repuesto—. Tratemos de enviarle todos los tiros que se pueda a la señora. Creo que el Berben está bien enchilado. No sé qué tanto le dice a la señora, pero me da la impresión de que ella no le cree nada y también ella se ve cansada. Vamos a subirle todo el voltaje Chibis. ¿Zas?
          —¡Zas! —contestó Yula con un guiño, dándole otro pequeño revolcón a la bomba hemoglobínica del Gabacho.
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Se cree dueño de su pinche club de tenis...
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Increíble, van ganando...
          En ocasiones, el Gabacho era capaz concentrarse tanto en el partido como en sus pensamientos: «Sí que está enojado el Berben. Nomás está pide y pide silencio, y ya van dos veces que avienta la raqueta contra el suelo cuando mete la pata. Creo que, si pudiera, le aventaba la raqueta a la señora. Presiento que sí les vamos a poder poner en toda su progenitora. Vamos a cumplir nuestra misión. Tenemos que aprovechar la ventaja pepsicológica. Berben ha de ser un pésimo jugador de póquer, no disimula nada. De veras que, como dijo Sergio, no sabe perder. ¡As de la Yula! Ojalá que siga sacando así para robarles el partido a estos tales. ¡No, así no! ¡Chibis! ¡Chin! ¡Ya se emocionó! Se le subió el momento a la cabeza y ya empezó a tratar de rematar por todos lados». El Gabacho se frustró:
           —¡Calmada! ¡Chib...gada madre!
 
          Sergio, Edgar y Carlos se encontraban ahora todos de pie en el césped, con los brazos cruzados, como tratando de frenar la tensión que se les había metido en el cuerpo, el partido los poseía. No solo a ellos, sino también a los jugadores del equipo rival, a otros miembros del club, incluso a uno de los meseros con las bebidas; hasta la Ciudad de México entera parecía haber entrado en sobrio recogimiento, como dándole un ápice de respeto a la acción que el evento emanaba.
           Sergio concluyó: «Ya se nos aceleró la Yula».
          —¡Tranquila, Chibis! —exclamó, mientras pensaba: «Se está creciendo el Berben. Ya les metió sendos ases a los dos jumentos. No conectan ni una. Cinco a cuatro en el tercer set. ¡Ya valieron! ¡Ya valimos todos! Bueno, siquiera le echaron ganas e hicieron sudar al Berb... ¡Santo pelotazo al Gabacho! Lo bueno es que está cachetón y espero que eso le haya amortiguado el golpe».
        —¡A ver! ¡Tiempo! —pidió Sergio, haciendo una T con las manos mientras caminaba hacia el golpeado—. ¿Estás bien Gabacho?
         —Sí, Sergio, nomás me arde el cachete y no me duele tanto como en los blanquillos. Denme un par de segundos.
            —El puñetas de Berben no quiere —dijo Sergio, mirando hacia Berben, que a su vez hacía señas para continuar—, tienes que seguirle.
          —Pues órale —dijo el Gabacho—. Aprovecho el enchilamiento del pelotazo para desquitarme.
            Dirigiéndose a Yula, a su lado, dijo:
           —Yula, tienes que calmarte. Le tenemos que echar sangre fría a este guisado.
        —Es que me siento requetebién ahorita Gabas —dijo Yula con entusiasmo—. Déjame seguir jugando como lo estoy haciendo.
           --Tá bueno pues —respondió el Gabacho, hablando más con las hormonas que con el cerebro, mientras se sobaba el cachete—. Al cabo que no se acaba el mundo si perdemos.
 
          Sergio, algo deleitado con la actitud de la pareja, reflexionaba: «Qué bueno que le tocó sacar al Gabas. Le está dando a la pelota con toda su madre y hasta con la mamá de Yula también. Y la Yula ahora sí que se está haciendo a un lado. ¡Híjole!».
          Edgar reportó:
          —Ya empataron a cinco en el tercer set, Sergio. No, si está bien enchilado el Gabacho. Ni siquiera le da oportunidad a Yula de tocar la pelota. A ver si no avienta la raqueta al entrecejo de Berben.
          —No, no creo que lo haga —dijo Sergio—, el Gabacho nomás ladra.
 
          Un rato después, incrédulo, Sergio exclamó:
          —¡Punto para partido!
         —¿Ya? ¿Tan pronto? —dijo Carlos sorprendido, tras dejar de observar a una bella joven jaitona pecosa de ojos azules, a la que estaba considerando echarle los perros—. ¿Cómo lo hicieron? Son la peor pareja de tenis mixto que he visto en mi vida.
          Sin hacerle caso, Sergio se dijo apenas perceptiblemente:
        —No sé cómo se me ocurren estas estúpidas ideas de meterlos a este tipo de torneos para que se fogueen. Me va a dar una úlcera por puro amor al arte.
 
          Después de sacar, Berben le pegó a la contestación del Gabacho con un tiro flojo elevado, un globo. Su idea era ganarle el tanto a la Chibis pasando la pelota muy por encima de ella para que no la pudiera contestar. Pero Chibis tomó la raqueta con sus dos manos, desplazándose hacia atrás, levantó sus codos lo más alto posible —de tal forma que la cabeza de la raqueta le tocaba los omóplatos—, lista para dar el piñatazo más espectacular que se haya visto en la historia del tenis.
          El Gabacho no pudo hacer nada, un grito —¡déjamela!— se quedó atrapado en su garganta. Chibis estaba en mejor posición para rematar. Al ver la preparación de Chibis para dar el golpe, el Gabacho decidió que ya estaba perdido el tanto y mejor se dedicó a estudiar el primaveral y saludable físico de su compañera de juego.
        Chibis, pareció usar toda su técnica de básquetbol de la que era dueña para levantar el vuelo con un salto inesperado. Emitió un gran pujido, como los del Gabacho al sacar, que acompañó el movimiento de sus brazos en el intento de asestar el colosal golpe a la pelota que —grácilmente— pretendía pasar por encima de ella. El esfuerzo no fue suficiente. Sin embargo, la punta de la raqueta rozó con firmeza la velluda superficie de la pelota amarilla. Y, sin que este fuera el objetivo, la pelota agarró un efecto giratorio brutal en reversa de tal modo que, casi por encantamiento, flotó, zumbando, en dirección a la cancha de los oponentes, apenas al otro lado de la red frente a Yul...Chibis. Al rebotar en el suelo de la cancha contraria, el formidable efecto de reversa que llevaba la pelota hizo que esta se devolviera de inmediato —pasando por encima de la red, sin dar oportunidad a los oponentes para tocarla— a los pies de Yula, quien reaccionó, e intentó pegarle nuevamente. Pero sólo abanicó al aire. La pelota se fue rebotando tranquilamente hacia el fondo de la cancha hasta detenerse en la pared más allá de la línea de saque. Inconscientemente, todos se quedaron inmóviles por un momento —mientras sus sinapsis procesaban lo que acababa de pasar— envueltos en otro breve silencio que, como un pequeño homenaje, les brindó la ciudad.
        No muy seguro, el Gabacho dirigió su mirada a la derecha, e, inquisitivamente, pensó: «¿Por qué están saltando Sergio, Edgar y Carlos? ¿Ganamos? ¿A poco sí ganamos?».
         —¡Ganamos mi Yul...Chibis! —le gritó a una Yula que corría hacia él, con los brazos abiertos, borboteando de felicidad.
Glosario
¿cómo la béisboleas?: ¿cómo la ves?
andar de caliente: excitado
andar de chilecaldillo: obsesionado
blanquillos: testículos
botanón: divertido
botecito: trasero
cachirula: impostora
cácher: jugador que atrapa la pelota que envía el lanzador en un partido de béisbol
canija: desgraciada, sentido admirativo
chaparra: mujer de baja estatura
Chaparrita: marca de bebida mexicana
chilanga: persona originaria de la Ciudad de México
chilanguiza: multitud de personas de la Ciudad de México
ciscado: traumatizado
con toda su madre: con todas sus fuerzas
de perdida: por lo menos
default: por abandono
dejadita: golpe leve con raqueta para que la pelota pierda potencia y sea difícil de alcanzar
delegación: oficina de la policía
echar los perros: coquetear
echarle los kilos: esforzarse
enchilado: enojado
enchilamiento: ofuscación
escamado: con miedo tras sufrir un susto
güey: persona tonta
hojaldre: eufemismo de ojete, mala persona, persona despreciable
jardinera: maceta grande, generalmente alargada, que contiene plantas de ornato
jijos: asombro
le saca: le teme
más chavo: más joven
me barrí a: destruí a
mixiote: carne de borrego cocida al vapor envuelta en la cutícula de pencas de maguey
no friegues: no fastidies
no pelar: no hacerle caso a alguien que tiene un interés romántico en uno
no manches: eufemismo de no mames, expresión vulgar de asombro o incredulidad
pants: pantalones deportivos
piñatazo: dar un golpe con un palo en forma similar al intento de quebrar una piñata
pompa: nalga
poner una buena recia: dar una tunda o paliza
ponerle en su madre/progenitora: dar una tunda o paliza
ponte buzo: ponte alerta
posadas: fiestas previas a la navidad en las que se quiebran piñatas
puñetas: masturbador, infame
que no la amuele: que no perjudique la situación
retachar: contestar
escabechar: matar, eliminar, en este caso derrotar
singles: individuales
sonar: pegar
tlacoyo: tortilla gruesa ovalada de maíz rellena de frijoles, comida de la calle
turno al bat: en partidos de béisbol, el turno del jugador para tratar de batear la pelota, a veces el bateador espera su turno con una rodilla en el suelo
valer lo que se le unta al queso: valer nada, perder
ya chingamos: ya triunfamos
ya ni la jode: maldición de frustración
ya valieron/ya valimos: ya perdieron/perdimos, ya no hay esperanza
zacatón: cobarde


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CHUCHO MÁRQUEZ (Culiacán, México, 1962). Creció en Texcoco. Ha sido investigador agrícola en alfalfa, cuidador, amo de casa y analista de datos. Actualmente es traductor de software. Ha publicado relatos en Molino de Letras (México), Agradecidas señas (Texas) y The Sun Magazine (Carolina del Norte). Escritor en ciernes, cuando el tiempo lo permite. Empírico en las artes de: paternidad, piano, guitarra, tortillas de maíz y pan. Hijo de Elvira y Fidel. Reside en Kansas.
1 Comentario
Javier Baez Bonorat link
23/12/2023 02:05:31 am

PEQUEÑA ÉPICA DE CIUDAD GRANDE, Fue una de las primeras cosas que leí de Chucho y me conecte casi inmediatamente. Dejando al lado el hecho de que también soy mexicano, también vivo fuera de México ya por muchos años, y si no me equivoco tengo la misma edad que él, PEQUEÑA ÉPICA DE CIUDAD GRANDE, tiene una frescura legitima en el uso de decenas de palabra exclusivamente de México y tal vez específicas de la ciudad de México. No tengo ni la capacidad ni el conocimiento suficiente para poder explicar el origen, la necesidad o el uso de tales palabras pero lo que sí quiero expresar es que las echo muchísimo de menos su use. Hablar así es casi un ejercicio mental, un juego en el cual no hay ganadores o perdedores. El uso de muchas de esas palabras oculta por alguna razón inexplicable lo que realmente se quiere decir y al mismo tiempo dice las cosas de una manera muchísimo más rica.
El mérito de PEQUEÑA ÉPICA DE CIUDAD GRANDE, es en dos partes en mi modesta opinión; La primera, es un texto no pretencioso, no intelectualizado fresco y hasta divertido. La segunda, con el uso de esas decenas de palabras que solo mexicanos y sobre todo los chilangos entienden, Chucho nos coloca en el centro del relato y no deja salir al lector hasta que este lee la última palabra.
Felicitaciones a coloquio de los perros por L selección de PEQUEÑA ÉPICA DE CIUDAD GRANDE.

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