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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

FICCIONES

PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO

ADRIÁN GIORGIO

6/2/2022

4 Comentarios

 
LOS QUE SOBRAN EN EL BOTE

        Cortó, preocupado. Resultaba un pedido inusual. Llamó a los otros supervisores para averiguar si también habían recibido la orden de interrumpir el recorrido por los colegios de la zona y regresar a la editorial. Solo Lucía, del oeste.
         —Tengo un mal presentimiento.
         —Yo también, Lu.
       Dos meses atrás había sido el encargado de facturación, el último viernes fue una de las diseñadoras. ¿Habría llegado su turno? En varias ocasiones habló con Lucía sobre la posibilidad del despido. Ella estaba convencida de que era la próxima: ser madre soltera le jugaba en contra. El propio gerente comercial lo expresó en una reunión. No importaba que tuviera un título universitario y experiencia en el rubro, cuidar de una nena pequeña la “limitaba”.
          En la empresa reinaba un silencio fúnebre.
         Tomás saludó al de recepción, quien le respondió con un chasquido de lengua. “Está picante la cosa”, pensó y tragó saliva. Se dirigió a la oficina de promoción. Lucía todavía no había llegado. Colgó el abrigo en el perchero, se sirvió una taza de té para calmar los nervios. La secretaria entró detrás: el señor Müller quería hablar con él.
         —Ahora —subrayó, con severidad.
         Suspiró.
         —Enseguida voy.
         Entonces sería el primero en pasar al patíbulo. Ajustó el nudo de su corbata, revisó que tuviera los zapatos limpios, se peinó. La presencia ante todo. Golpeó con los nudillos la puerta del director general.
         El señor Müller estaba hundido en el sillón de respaldo alto, observaba su computadora con el entrecejo fruncido. Levantó su voluminoso cuerpo y le tendió una mano fría, áspera.
        —¿Cómo va, Blasco? —con un ademán le indicó que tomara asiento. De un manotazo giró la pantalla de su Mac para impedir que espiara y se inclinó sobre el escritorio—. Lo llamé porque quería hablar con usted. Estaba revisando los números del distribuidor. Aunque la temporada todavía no termina, ya sabe usted que nos sirve de termómetro. Y... Para ser honestos, no me gusta nada lo que veo. La temporada estuvo floja. Más que floja, fue mala. Lisa y llanamente. Pero eso ya lo sabía usted, ¿no?
         Asintió.
         El mercado se había reducido casi un 15% debido a la crisis económica y la especulación que se había generado con el cambio de gobierno. Tomás había perdido varias aulas; en las demás zonas tampoco había ido muy bien, según le comentaron sus colegas. Presumió que hablarían sobre la caída en ventas del año; de hecho, en el camino de vuelta había repasado los argumentos que presentaría para tan desfavorable situación. Sin embargo, comprendía que perdía el tiempo: poco le interesaría al señor Müller sus explicaciones. Cuando tomaba una decisión, nada lo hacía cambiar de opinión.
         Llamaron a la puerta. Entró la secretaria con una bandeja repleta de medialunas de manteca y café. La dejó sobre el escritorio.
         —¿Quiere algo más, señor?
         El director general contestó con un gesto, como si espantara una mosca.
         —Vaya, vaya nomás. —La joven se retiró con la cabeza baja—. ¿Quiere una, Blasco? Mire que están calentitas. Esta panadería las saca una barbaridad...
         Rechazó el ofrecimiento, no tenía hambre. Sentía una piedra en la boca del estómago. Pensaba en qué usaría la indemnización si lo echaban. ¿Le compraría la moto Kawasaki a su amigo y reemplazaría el lavarropas que ya no funcionaba bien? ¿Se iría de vacaciones al caribe, tal vez a Cancún o Punta Cana (su primo había ido el último verano y decía que las playas eran increíbles)? ¿Guardaría el dinero en el banco y gastaría solo lo necesario hasta encontrar otro empleo? Esto último con seguridad. Siempre había sido un hombre muy cobarde.
         —La inflación nos ha golpeado muy fuerte, sin dudas —continuó el señor Müller y se sirvió otra medialuna. La primera la había devorado de un bocado—. Bueno, usted lo sabe bien. Vive en el mismo país. Recibe las cuentas de gas, de luz, de agua. Ve lo que aumentaron las cosas en el supermercado, el transporte, la ropa, y el papel... —Hizo una pausa dramática—. Sí, el papel se fue por las nubes. Se hace muy difícil seguir sosteniendo una editorial con precios así. En casos como estos, de crisis, hay que tener mano dura y tomar decisiones que tal vez no sean simpáticas. ¿Me entiende?
           La pregunta era una trampa: no esperaba respuesta.
          —Hágase a la idea que estamos en un bote, Blasco —expresó alzando el brazo diestro para acomodarse el reloj. Lo había comprado en Londres, como contaba a menudo. Le echó un vistazo a las agujas y prosiguió—. En el gomón entran doce y el barco se está hundiendo. No puede meter uno o dos más. Son doce y punto. Si los otros tienen que hundirse, mala suerte. Es triste pero hay que hacerlo. Es mi responsabilidad, como dueño del bote. Son decisiones que deben tomarse, por el bien de todos. —Había comenzado uno de sus acostumbrados sermones, pero Tomás ya no quería escucharlo: estaba muy cansado. Que lo dijera, que lo despidiera de una buena vez—. Yo tengo que pensar en la estabilidad del grupo. Prefiero salvar a doce. De eso también se trata la dirección, es decir, con los recursos que hay se hace lo que se puede. Y nosotros somos una PyME, no tenemos tanta espalda.
       Empezaba a enojarse. Imaginaba su situación en los meses siguientes: yendo de entrevista en entrevista, aguardando días como un idiota a que sonara el celular, sintiéndose un inepto, un incapaz.
            El señor Müller se arrellanó en su sillón. Se acariciaba la barba blanca, desprolija, con aire pensativo.
            —Iré al grano, que tengo cosas que hacer. Dígame, Blasco, ¿cómo se ve de jefe de promoción?
         La pregunta lo tomó desprevenido. La temporada había sido mala, él mismo lo había dicho. No comprendía entonces por qué le ofrecía el puesto. Tampoco se animó a preguntar qué había ocurrido con su antiguo jefe.
         —Yo necesito gente despierta, que tome las riendas del asunto, que no tenga miedo de dar su opinión, que se plante y me diga cuando las cosas van mal. No quiero una persona condescendiente que diga a todo: “Sí, por supuesto”. ¿Cree que va a poder?
            —Sí, por supuesto.
        —Excelente. Esto implica un aumento, obviamente. Por su nueva responsabilidad. No pensé bien el número todavía, lo definiré más tarde. Eso no es lo importante. Lo importante aquí es que usted se haga cargo del bote cuanto antes. Con mis observaciones, claro. Siempre con mis observaciones. Quiero compromiso de su parte, que dé el 110 % de su capacidad. Es una enorme confianza la que estoy depositando en usted. Espero que sepa valorarlo... Sí, ¡adelante! —gritó a la persona que esperaba detrás de la puerta.
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        La secretaria anunció que Lucía Hiriart había llegado, consultó si la hacía pasar. El señor Müller se deshizo de la joven contestándole que se reunirían en un momento. Tomás se levantó con timidez, entendiendo que debía marcharse. El otro lo atajó con la mano.
         —Espere, Blasco. —Se sacudió las migas que había sobre su camisa—. Como nuevo jefe de promoción es la primera tarea que tiene. Vaya y dígale que queda desvinculada de la empresa. Pídale la computadora, el celular, y el resto de las cosas. Fíjese que no se quede con ningún souvenir. Ya sabe de lo que hablo.
         —Sí, por supuesto.
         —No se quede ahí parado. ¡Vaya!
         Amagó a decir algo, pero el señor Müller ya observaba concentrado la pantalla de su computadora. Le agradeció la oportunidad, cerró la puerta detrás de él.
         Cuando volvió a su oficina, Lucía revisaba algunas cosas en el interior de su cartera. Lo saludó con un abrazo; lo observó, preocupada. La secretaria le había adelantado que se encontraba reunido con el director general.
         —¿Y? ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo?
          “Pobre”, pensó Tomás.
         —Estuvimos hablando sobre varias cosas.
         —Ajá. ¿Pero qué? ¿Seguís? ¿Habló de los sueldos? Dale, no te hagás el misterioso.
        Esto no sería fácil. Tomó asiento, unió las yemas de sus manos y con la mirada clavada en la pared, comenzó diciendo:
         —Hágase a la idea que estamos en un bote, Hiriart...

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ADRIÁN GIORGIO (Buenos Aires, Argentina, 1988). Estudió Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. Es editor de literatura, redactor publicitario y corrector. Imparte talleres de narrativa y escritura creativa en la Universidad Tecnológica Nacional.
Ha publicado la novela Nuestra herejía no era ciega (Modesto Rimba, 2016) y el libro de cuentos El amor es un cliché (Textos intrusos, 2017).
4 Comentarios
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21/9/2022 03:42:41 am

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Saludos,

La Sra. Jane Freeman.

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Alberto Damian
21/10/2022 07:07:56 am

Buen día,
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Responder
Alberto Damian
19/2/2023 11:08:15 pm

ADRIÁN GIORGIO

6/2/2022 2 COMENTARIOS

LOS QUE SOBRAN EN EL BOTE

Cortó, preocupado. Resultaba un pedido inusual. Llamó a los otros supervisores para averiguar si también habían recibido la orden de interrumpir el recorrido por los colegios de la zona y regresar a la editorial. Solo Lucía, del oeste.
—Tengo un mal presentimiento.
—Yo también, Lu.
Dos meses atrás había sido el encargado de facturación, el último viernes fue una de las diseñadoras. ¿Habría llegado su turno? En varias ocasiones habló con Lucía sobre la posibilidad del despido. Ella estaba convencida de que era la próxima: ser madre soltera le jugaba en contra. El propio gerente comercial lo expresó en una reunión. No importaba que tuviera un título universitario y experiencia en el rubro, cuidar de una nena pequeña la “limitaba”.
En la empresa reinaba un silencio fúnebre.
Tomás saludó al de recepción, quien le respondió con un chasquido de lengua. “Está picante la cosa”, pensó y tragó saliva. Se dirigió a la oficina de promoción. Lucía todavía no había llegado. Colgó el abrigo en el perchero, se sirvió una taza de té para calmar los nervios. La secretaria entró detrás: el señor Müller quería hablar con él.
—Ahora —subrayó, con severidad.
Suspiró.
—Enseguida voy.
Entonces sería el primero en pasar al patíbulo. Ajustó el nudo de su corbata, revisó que tuviera los zapatos limpios, se peinó. La presencia ante todo. Golpeó con los nudillos la puerta del director general.
El señor Müller estaba hundido en el sillón de respaldo alto, observaba su computadora con el entrecejo fruncido. Levantó su voluminoso cuerpo y le tendió una mano fría, áspera.
—¿Cómo va, Blasco? —con un ademán le indicó que tomara asiento. De un manotazo giró la pantalla de su Mac para impedir que espiara y se inclinó sobre el escritorio—. Lo llamé porque quería hablar con usted. Estaba revisando los números del distribuidor. Aunque la temporada todavía no termina, ya sabe usted que nos sirve de termómetro. Y... Para ser honestos, no me gusta nada lo que veo. La temporada estuvo floja. Más que floja, fue mala. Lisa y llanamente. Pero eso ya lo sabía usted, ¿no?
Asintió.
El mercado se había reducido casi un 15% debido a la crisis económica y la especulación que se había generado con el cambio de gobierno. Tomás había perdido varias aulas; en las demás zonas tampoco había ido muy bien, según le comentaron sus colegas. Presumió que hablarían sobre la caída en ventas del año; de hecho, en el camino de vuelta había repasado los argumentos que presentaría para tan desfavorable situación. Sin embargo, comprendía que perdía el tiempo: poco le interesaría al señor Müller sus explicaciones. Cuando tomaba una decisión, nada lo hacía cambiar de opinión.
Llamaron a la puerta. Entró la secretaria con una bandeja repleta de medialunas de manteca y café. La dejó sobre el escritorio.
—¿Quiere algo más, señor?
El director general contestó con un gesto, como si espantara una mosca.
—Vaya, vaya nomás. —La joven se retiró con la cabeza baja—. ¿Quiere una, Blasco? Mire que están calentitas. Esta panadería las saca una barbaridad...




Rechazó el ofrecimiento, no tenía hambre. Sentía una piedra en la boca del estómago. Pensaba en qué usaría la indemnización si lo echaban. ¿Le compraría la moto Kawasaki a su amigo y reemplazaría el lavarropas que ya no funcionaba bien? ¿Se iría de vacaciones al caribe, tal vez a Cancún o Punta Cana (su primo había ido el último verano y decía que las playas eran increíbles)? ¿Guardaría el dinero en el banco y gastaría solo lo necesario hasta encontrar otro empleo? Esto último con seguridad. Siempre había sido un hombre muy cobarde.
—La inflación nos ha golpeado muy fuerte, sin dudas —continuó el señor Müller y se sirvió otra medialuna. La primera la había

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Alberto Damian
20/4/2023 04:15:46 am

Buen día,
¿Necesita un préstamo urgente para resolver sus necesidades financieras? Otorgamos préstamos con un mínimo de $ .2,000.00 hasta un máximo de $ .200,000.00 de comodidad duradera, de 1 a 15 años a una tasa de interés muy baja del 3% .we son confiables, eficientes, rápidos y dinámicos, con un préstamo 100% garantizado también da (euros, libras y dólares) ¿Necesita un gran capital para iniciar su negocio o expansión? ¿Has perdido la esperanza y piensas que no hay salida y que las cargas financieras permanecen? Por favor, no dude en contactarnos para una posible cooperación comercial: [email protected]

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