FICCIONES
PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO
BABEL AGNÓSTICA Tenía entonces la Tierra toda una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, Sem y sus familiares hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: “Vamos, edifiquemos una gran ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo”. Y pusieron manos a la obra. Uno, que era sabio en el arte de la construcción, pasó varios meses preparando los planos, que eran los planos más ambiciosos hechos hasta entonces por los seres humanos. Sólo para proyectar la torre, empleó en los planos cientos de tablillas, que se extendían por el terreno cubriendo inmensas extensiones, y aún así estaban trazadas a una escala muy pequeña en relación con la dimensión real de la torre imaginada. Miles de hombres fueron convocados para trabajar en la ciudad y en la torre, pero pronto fue evidente que el primer proyecto iba camino a ser abandonado, dejado quizá para otro momento. Apenas montadas unas rudimentarias tiendas, la idea de alzar la torre que tocase el cielo resultó más poderosa y atractiva para todos que hacer una gran ciudad. Se decidió entonces seguir adelante sólo con la torre, y tras los correspondientes holocaustos, se procedió a dividir la población en grupos encargados de edificarla, cada uno comandado por un hijo de Sem. Los hijos de Sem eran Elam, Asur, Arfaxad, Lud y Aram. Y sus grupos se dividieron a su vez en otros, guiados por los hijos de los hijos de Sem, quienes confiaron la conducción de otros grupos a otras personas de confianza, y estos a su vez a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Se dividieron también las tablillas con los planos de la torre entre los hijos de Sem, y estos a su vez dividieron sus secciones respectivas entre sus propios hijos, y así los planos fueron seccionándose sucesivamente en trozos cada vez más pequeños hasta que todos tuvieron una clara tarea para llevar adelante. Entonces cada grupo montó a camello hacia el sitio donde le correspondía completar su parte y así los hijos de Sem se distanciaron, y así se distanciaron ellos de sus hijos, y aquellos de sus personas de mayor confianza, y estas de sus hijos. En pos de alcanzar el cielo, el arquitecto evaluó que su torre debería ser no sólo la más alta, sino también aquella cuya base cubriese la mayor superficie posible. Por eso se disgregaron las gentes, cada una con su porción de los planos, y cada grupo se vio forzado a construir, junto a su tramo de torre, un pueblo más o menos rudimentario en el que poder dormir y alimentarse. Pueblos pensados en principio para ser abandonados una vez que se completase la torre y fuese posible regresar junto a Sem a la tierra original. Pero el tiempo pasaba y la torre, si bien avanzaba, no daba nunca señales de llegar a su fin. Se sucedían así las generaciones, que se traspasaban las tablillas de los planos como si fuesen textos divinos, y cada grupo seguía avanzando con el proyecto. Es cierto que, entre los grupos relativamente más cercanos, aquellos a los que sólo separaban unos pocos kilómetros de torre, la comunicación era algo habitual. Día a día los encargados de cada sección comentaban entre sí los avances del proyecto a través de mensajeros orales. Y la torre sin duda avanzaba. Los pueblos habían ido creciendo, los hijos de los hijos de Sem habían tenido hijos, y estos hijos a su vez. Cada pueblo se había convertido en una pequeña ciudad, que se extendía hacia el territorio opuesto al muro de la torre, y así también eran cada vez más los trabajadores dedicados a la obra. Si entre las poblaciones vecinas la comunicación era frecuente y cotidiana, aquella entre las poblaciones más distantes se hacía progresivamente dificultosa. No se había detenido el flujo de mensajeros, pero las noticias que ellos traían eran con frecuencia extrañas o incomprensibles. Se pensó primero que el problema era con los mensajeros, que no memorizaban bien los mensajes o no prestaban la debida atención. Entonces los mensajes pasaron a ser escritos, pero el problema no cesó por ello. Si las respuestas de los poblados vecinos no presentaban mayor dificultad, ocurrió que las de aquellos poblados intermedios consistían con frecuencia, más que en respuestas, en preguntas acerca de ciertas palabras de los mensajes, y en esas mismas preguntas se utilizaban palabras que los autores de los mensajes originales desconocían. El contacto entre aquellos poblados muy distantes entre sí planteaba una situación mucho más preocupante. Aunque los mensajes viajasen lacrados, algo parecía estropearse en el camino: a unos y a otros los mutuos mensajes les resultaban incomprensibles. Fueron los mensajeros, encargados de viajar kilómetros y kilómetros de ida y de regreso con sus mensajes, quienes advirtieron el progresivo cambio en la, hasta entonces, única lengua. Pero sus voces fueron desoídas y, en más de un caso, sus lenguas (las de sus bocas) fueron cortadas, o sus cabezas. Era imposible. Imposible pensar que cualquier otro pudiese no comprender un mensaje tan claro como el que cada uno enviaba. Además, todos, según su propia opinión, seguían hablando la misma lengua. Debía, por lo tanto, estar sucediendo algo diferente, y no en pocos casos los hombres más prestigiosos de un pueblo interpretaron la mala comunicación o el pronto no tan inusual silencio ajeno como una señal de hostilidad. Paralelamente la torre seguía creciendo, pero se producían fallos en la construcción que, imperceptibles en los primeros años, empezaban a notarse con el paso del tiempo. Al principio fueron apenas discontinuidades en la ornamentación externa, en la forma de algunos ventanales, diferencias sutiles de distancia entre una y otra puerta. En ocasiones, las diferencias no eran ya tan nimias. Si alguien se hubiese tomado el trabajo de recorrer los muros de forma exhaustiva, habría notado cómo la imagen de Noé, que en forma de estatua debía repetirse bajo las ventanas alrededor de toda la torre, iba degenerándose progresivamente en la figura de un león, luego en la de un elefante y tras innumerables metamorfosis volvía a ser la de Noé. Eso no hubiera bastado, de cualquier modo, para interferir en el proyecto, pero pasado un tiempo se hizo evidente que otras cosas tampoco iban bien. Numerosas columnas aquí y allá parecían no resistir el peso y provocaban el derrumbe de pequeñas secciones. Todo se resolvía reconstruyendo la parte caída y reforzando en cada caso las columnas o lo que fuera necesario. Pero así surgieron también nuevas desconfianzas. Cada pueblo dudó de la destreza técnica de su vecino y de aquel de más allá para respetar lo escrito en los planos. Todos estaban convencidos de estar leyéndolos meticulosamente. Y, sin embargo, la realidad era que ninguno de los pueblos podía ya leer los planos como era debido. Las distancias que los separaban, los climas y situaciones diversos con los que convivían, habían modificado sus costumbres y su lenguaje, de tal manera que, muerto siglos atrás el arquitecto, ya nadie en la tierra hablaba ni podía comprender sin errores la lengua única original. Pese a las guerras que nacieron entre unos y otros pueblos, la torre siguió por varios siglos su ascenso triunfal hacia los cielos. Un ascenso que al fin resultó efímero, pues las sucesivas inexactitudes de cálculo y medidas tornaron los pisos superiores más y más endebles. Así, llegado un punto (y un punto paradójicamente muy, pero muy cercano a los cielos), una brisa débil bastó para que la torre fruto de tanto esfuerzo se derrumbase fatalmente quedando reducida a tristes e inútiles escombros.
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El Coloquio de los Perros. ALFARO GARCÍA, ANDREA
ALMEDA ESTRADA, VÍCTOR ALBERTO MARTÍNEZ, DIEGO ÁLVAREZ, GLEBIER ANDRÉS, AARÓN ARGÜELLES, HUGO ARIAS, MARTÍN ÁVILA ORTEGA, GRICEL AYUSO, LUZ BAUK, MAXIMILIANO BEJARANO, ALBERTO BELTRÁN FILARSKI, OLGA BOCANEGRA, JOSÉ BORJA, NOÉ ISRAEL CABEZA TORRÚ, JUAN CÁCERES, ERNESTO CAM-MÁREZ CAMACHO FERNÁNDEZ, GREGORIO CANAREIRA, A. D. CASTILLA PARRA, JOSÉ DAVID CASTRO SÁNCHEZ, JUAN CATALÁN, MIGUEL FONSECA, JOSÉ DANIEL
FORERO, HENRY FORTUNY i FABRÉ, CESC FUENTES, FRANCISCO FRARY, RAOUL GALINDO, DAVID GARCÉS MARRERO, ROBERTO GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARCÍA MARTÍNEZ, AMAIA GARDEA, JESÚS GIORGIO, ADRIÁN GÓMEZ ESPADA, ÁNGEL MANUEL GUILLÉN PÉREZ, GLORIA GUTIÉRREZ SANZ, VÍCTOR HACHE, MYRIAM HAROLD BRUHL, KALTON HERNÁNDEZ, JOSÉ HERNÁNDEZ, JUAN FRANCISCO HERNÁNDEZ NAVARRO, MIGUEL ÁNGEL HINOJOSA, PAZ HIRSCHFELDT, RICARDO HIRSCHFELDT, RICARDO [EL ABANDONO] JUNCÀ, JORDI KOUZOUYAN, NICOLÁS LÓPEZ, DOMINGO LÓPEZ-PELÁEZ, ANTONIO LÓPEZ LLORENTE, JORGE LÓPEZ VILAS, RAFAEL MAHTANI, VIREN MARDONES DE LA FUENTE, ALEJANDRO MARTÍN, RAIMUNDO MARTÍNEZ COLLADO, GUILLERMO MÉRIDA, JAVIER / BARRETO, SERGIO MEROÑO, ANTONIO MILLÓN, JUAN ANTONIO MIRELES, JUAN MONTERO ANNERÉN, SARA MONTOYA JUÁREZ, JESÚS NORTES, ANDRÉS OLEZA FERRER, CARLOS (DE) ORMEÑO HURTADO, AARÓN OSORIO GUERRERO, RODRIGO OTAMENDI, ARACELI OUBALI, AHMED PANZACOLA, ELIOT PARDO MARTÍNEZ, SAMUEL PÉREZ ALONSO, ALBA PIQUERAS, CARMEN PUJANTE, BASILIO QUINTANA, JULIO RECHE, DIEGO REMEDI, ROBERTO A. RODRÍGUEZ GARCÍA, JUAN AMANCIO RODRÍGUEZ OTERO, MIGUEL ROSADO, JUAN JOSÉ RUCHETTA, MAURO SÁNCHEZ LOZANO, PILAR SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ SANZ, PEDRO SCHUTZ, LOLA SEGURA, ALEJANDRO SEVILLANO, ATILANO TOMÁS, CARMEN TORTOSA, JAVIER TRENADO, ENRIQUE URTAZA, FEDERICO VIDAL GUARDIOLA, NATXO Hemeroteca
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