FICCIONES
PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO
CONFORT Forever growing, forever leaving SWANS El cálido y familiar confort de la sala de estar a las nueve de la mañana de un sábado de diciembre cuando afuera el sol aún no ha disipado las nubes. El tacto suave de la alfombra en los pies y la visión de los hexágonos de colores que adornan su superficie. Las nubes. Tus pies desnudos. El sonido de una lámpara que se rompe. Tú. El rumor de la calefacción que da calor a las habitaciones del apartamento o una persona bipolar que, después de ingerir sustancias que han modificado su percepción a lo largo de la noche, empieza a dormir en un cuarto no muy lejano de ese hogar. La abducción o la moda como fenómeno de masas. Un jersey. Tus ojeras. El cansancio. El sueño de un adulto convencional (uno de esos que ven fútbol y waterpolo y come pasteles de carne). El sueño. Él. La cama aún caliente bajo el edredón que ha abrigado tu cuerpo durante la noche y donde se disipan las certezas que emergen en ese estado febril que es el sueño. La cama. La deriva. Movimientos nocturnos de la conciencia. La televisión como muerta, su ojo de cíclope que parece una boca negra que quizás en un mal día te engulliría: engulliría todos los recuerdos, la realidad interna y externa o tu estómago que devora cenizas y hojas, teorías fatales. La caligrafía de un cuerpo sobre el sofá: sus huellas para una posible eternidad tatuadas en el recuerdo, tatuadas o dibujadas sobre una cama, una suerte de manifiesto amoroso para un futuro que se deshace antes de llegar a la retina, antes de. Las luces de bajo consumo o de leds que, por la noche, iluminan el cuarto y que encienden el rostro de un niño que sonríe y salta y baila y habla y no concibe ideas como apocalipsis, desamor, crédito inmobiliario, implosión. Que no concibe pedir perdón. Pedir. Mentir. O, sencillamente, sus labios, solamente sus labios (¿recuerdas sus labios?). Las estanterías donde los libros descansan: 2020 de Javier Moreno, Exterminador de WSB, el I Ching, Las Mil y Una Noches, La Biblia, La pesca de la trucha en América de Richard Brautigan (Sus labios eran como carne de vaca: ¿lo recuerdas bien?). La vanidad. Mi egoísmo. El tedio. Yo. Las estanterías donde las páginas arderán como lágrimas que escuecen sobre las mejillas. William Shakespeare. Las mejillas. La cama. Él. Ella. Almas ardientes que se introducen en estados de melancolía. Sintagmas que no dicen nada. Ego sum. Palabras pronunciadas bajo los efectos del alcohol, una noche, bajo árboles de flores rojas cuando todavía es verano, cuando todavía nadie sabe nada (nadie sabe nada sobre el fin o el apocalipsis: ¿te acuerdas aún de sus labios?), cuando hay árboles que cobijan la ecuación perfecta de los amantes y sus incógnitas y adicciones futuras. Todo el futuro encapsulado en el pasado: todo el pasado encapsulado en el futuro. Lux Aeterna. Las bisectrices del presente, las interferencias que se conjugan en pretérito imperfecto: tú y yo solamente somos adictos. Las disyuntivas. Las bifurcaciones cojas (renqueantes) de un universo incompleto y que alguien sueña que sea laberinto, mundo paralelo, realidad que se multiplica en el espejo (en 1000 y un espejos: cuenta, multiplica, paga, hazlo ahora). Los recuerdos de karaokes y besos que se dieron en habitaciones iluminadas bajo el sol de mediodía (habitaciones, qué más da, habitaciones). Palabras que se hacen mantra y conciben bellas antítesis (manifiestos de frivolidad, declaraciones de superficialidad: no más, nada más, ¿pagas?). Louis Aragon tal vez. Palabras que desintegran la memoria dentro de un bucle que se hace piel y se adentra en el corazón, se vuelve insecto allí dentro, repta, se esconde en una aurícula (no más). Artrópodos que comen tu hígado. Eso. Los dogmas sociales que catalogan la realidad y establecen el statu quo, los signos de dominación y alienación: dónde estás, dónde vas, quién eres, qué harás, qué será de ti, a quién te follas, a quién no. Los nombres de dos personas desconocidas que se confunden en un acelerador de partículas (en una novela, una elipsis, un cóctel) como si en ello se dilucidara la creación de un nuevo cosmos. Tu boca. Tal vez. Cualquiera. El nihilismo que destruye y construye universos de fuego bajo el ritmo marcado por alguien que odia, apesta, respira y ama (Alguien: yo, tú, él, ella, nosotros). Pronombres que no dicen nada. Los jeroglíficos que el sistema de pensamiento inocula en la conciencia del individuo y los vaivenes del totalitarismo financiero, el sistema de pensamiento, la moral, el nuevo orden mundial. Conceptos carentes de significado o emoción: el nuevo desorden mental. La sublimación del ego en esta dialéctica de vacío y esplendor (Amo en ti todo aquello que desconozco). Una elipsis. Otra más: cuando todo es algo que no se llega a decir completamente. Una novela (¿La vas a escribir tú?). Cualquier novela (o alguien que pronuncia dos palabras: tu boca). Tú. El uso indiscriminado de un pronombre. Toda la fascinación que la realidad nos produce. El cálido y familiar confort de la sala de estar a las nueve de la mañana. El tacto suave de la alfombra en los pies desnudos. Tu boca. Tal vez. Cualquiera. Tu boca que se abre ahora. Chocolate, trufas, anestésicos. Todo eso bajo un árbol. Todo eso que, en un momento (en un parpadeo), puede desaparecer. Todas las fotos que apoyan el texto son de su autor: © Alfonso García-Villalba
1 Comentario
Recién publicado en España por la editorial Sequitur, siendo el profesor y escritor Miguel Catalán el encargado de la edición y la traducción, ofrecemos este prefacio como aperitivo para los lectores “coloquiales” que deseen acercarse a la obra de Raoul Frary (1842-1892). En el vademécum para políticos que es el Manual del demagogo (1884), el profesor y político francés del siglo XIX Raoul Frary desarrolla en registro irónico la que llama “doctrina demagógica”. A través de ella describe las pasiones populares que, como la esperanza y la envidia, juzga imposibles de satisfacer, pero cuya satisfacción al menos sí es posible prometer. El autor finge recibir la carta de un padre que solicita consejos prácticos para el triunfo de su hijo en política. Frary satisface su demanda entregándole un pequeño tratado para conducir al pueblo, habilidad necesaria para quien pretenda cursar con éxito la carrera de honores. PREFACIO. A UN JOVEN Vuestro padre, mi joven amigo, desea que ponga a vuestro servicio todo el conocimiento que yo pueda tener sobre los hombres y las cosas de la política: “Sobre todo”, me escribe, “no dé a mi hijo sino consejos prácticos. Espero que se convierta lo más pronto posible en un hombre de Estado. La elección de una opinión me interesa poco; sólo se trata de elegir el camino más corto para llegar a la celebridad, y en concreto a ese género de celebridad que conduce al poder. Deseo con impaciencia que el nombre que yo oscuramente he llevado en el fondo de mi provincia se pronuncie bajo todos los tejados y corra en los labios de todo el mundo. Estoy seguro de que mi hijo no hará nada que me pueda deshonrar; sé por otra parte que en política es casi imposible deshonrarse. Produce buen efecto que los hombres tengan una pasión; yo deseo que sea ambicioso, y cuento con usted para dirigir sus primeros pasos. (…) Usted vive desde hace mucho tiempo en París; conoce bien los signos de los tiempos; sabe por dónde sopla el viento, y de dónde va a soplar. Sírvase orientar, pues, a este novicio en el sentido del porvenir, de un porvenir próximo, pues no debe languidecer en las filas de una oposición estéril”. No tengo nada que reprochar a vuestro padre, mi joven amigo, y me conformaré estrictamente a sus deseos, que son también los vuestros. Pues habéis tenido esa rara fortuna de aprobar las máximas que se os enseñan. Comúnmente los jóvenes tienen prisa por quemar los dioses que se les ha hecho adorar. Educado en el culto al éxito, no es probable que sintáis una vocación irresistible por el idealismo y el martirio. Vuestro excelente natural os ha preservado de ese peligro, y no aspiráis más que a realizar los sueños de vuestro dichoso padre. Voy, por tanto, a ponerme en vuestro lugar, y a olvidar mis preferencias para no ocuparme más que de vuestro interés. No os sorprendáis si os doy consejos que yo no quisiera seguir: no soy ambicioso. Voy a entrar en materia sin más preámbulos: haceos un demagogo. Esta palabra quizá os choque, pero las palabras sólo dan miedo a los espíritus pequeños; nada, por otra parte, os obliga a pegar tal etiqueta a vuestro sombrero. “Demagogo” es una palabra griega que quiere decir “conductor del pueblo”. Bien se podría haber aplicado a todos los hombres de Estado; el uso común lo reserva sin embargo para aquellos que sirven al pueblo como este quiere ser servido, y que se dedican sobre todas las cosas a complacerlo. Un demagogo en una república desempeña prácticamente el mismo papel que un cortesano en una monarquía, un papel que reporta muchos honores, y que no es en absoluto tan desagradable como se piensa. Hay más envidia que desprecio en todo lo malo que se ha dicho sobre el papel de los cortesanos durante los buenos tiempos de la Corte. Los más grandes señores, y no los menos virtuosos, hacían sin reparos la corte al Rey-Sol y se disputaban los empleos en su casa. Los más orgullosos aristócratas reconocían e incluso proclamaban que el servicio personal no degradaba, hasta el punto de que los oficios domésticos de palacio se transformaban en dignidades de Estado. Hoy en día nos burlamos de los chambelanes de antaño: tales burlas se deben solamente al hecho de que el soberano ya no es el mismo, pero la naturaleza humana sí sigue siendo la misma y el carácter francés no varía mucho. No somos los franceses más amantes que otros pueblos del dinero y del poder, pero sí estamos más deseosos de complacer al señor, de ir con el gentío sin perdernos y de distinguirnos sin apartarnos. Desde siempre los franceses han considerado que caer en desgracia era el más cruel de los infortunios, y que el favor era el más hermoso objeto de la ambición humana; en todo tiempo han buscado por encima de todo la sonrisa del príncipe y el aplauso del pueblo; ahora bien, hoy día el príncipe y el pueblo están confundidos. Más felices que nuestros cortesanos de siglos pasados, nuestros demagogos no tienen siquiera que elegir entre el soberano y el público. Traducción: Miguel Catalán
|
FICCIONES
El Coloquio de los Perros. ALFARO GARCÍA, ANDREA
ALMEDA ESTRADA, VÍCTOR ALBERTO MARTÍNEZ, DIEGO ÁLVAREZ, GLEBIER ANDRÉS, AARÓN ARGÜELLES, HUGO ARIAS, MARTÍN ÁVILA ORTEGA, GRICEL AYUSO, LUZ BAUK, MAXIMILIANO BEJARANO, ALBERTO BELTRÁN FILARSKI, OLGA BOCANEGRA, JOSÉ BORJA, NOÉ ISRAEL CABEZA TORRÚ, JUAN CÁCERES, ERNESTO CAM-MÁREZ CAMACHO FERNÁNDEZ, GREGORIO CANAREIRA, A. D. CASTILLA PARRA, JOSÉ DAVID CASTRO SÁNCHEZ, JUAN CATALÁN, MIGUEL FONSECA, JOSÉ DANIEL
FORERO, HENRY FORTUNY i FABRÉ, CESC FUENTES, FRANCISCO FRARY, RAOUL GALINDO, DAVID GARCÉS MARRERO, ROBERTO GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARCÍA MARTÍNEZ, AMAIA GARDEA, JESÚS GIORGIO, ADRIÁN GÓMEZ ESPADA, ÁNGEL MANUEL GUILLÉN PÉREZ, GLORIA GUTIÉRREZ SANZ, VÍCTOR HACHE, MYRIAM HAROLD BRUHL, KALTON HERNÁNDEZ, JOSÉ HERNÁNDEZ, JUAN FRANCISCO HERNÁNDEZ NAVARRO, MIGUEL ÁNGEL HINOJOSA, PAZ HIRSCHFELDT, RICARDO HIRSCHFELDT, RICARDO [EL ABANDONO] JUNCÀ, JORDI KOUZOUYAN, NICOLÁS LÓPEZ, DOMINGO LÓPEZ-PELÁEZ, ANTONIO LÓPEZ LLORENTE, JORGE LÓPEZ VILAS, RAFAEL MAHTANI, VIREN MARDONES DE LA FUENTE, ALEJANDRO MARTÍN, RAIMUNDO MARTÍNEZ COLLADO, GUILLERMO MÉRIDA, JAVIER / BARRETO, SERGIO MEROÑO, ANTONIO MILLÓN, JUAN ANTONIO MIRELES, JUAN MONTERO ANNERÉN, SARA MONTOYA JUÁREZ, JESÚS NORTES, ANDRÉS OLEZA FERRER, CARLOS (DE) ORMEÑO HURTADO, AARÓN OSORIO GUERRERO, RODRIGO OTAMENDI, ARACELI OUBALI, AHMED PANZACOLA, ELIOT PARDO MARTÍNEZ, SAMUEL PÉREZ ALONSO, ALBA PIQUERAS, CARMEN PUJANTE, BASILIO QUINTANA, JULIO RECHE, DIEGO REMEDI, ROBERTO A. RODRÍGUEZ GARCÍA, JUAN AMANCIO RODRÍGUEZ OTERO, MIGUEL ROSADO, JUAN JOSÉ RUCHETTA, MAURO SÁNCHEZ LOZANO, PILAR SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ SANZ, PEDRO SCHUTZ, LOLA SEGURA, ALEJANDRO SEVILLANO, ATILANO TOMÁS, CARMEN TORTOSA, JAVIER TRENADO, ENRIQUE URTAZA, FEDERICO VIDAL GUARDIOLA, NATXO Hemeroteca
Archivos
Julio 2024
CategorÍAs
Todo
|