FICCIONES
PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO
ENSUEÑO ¡Lárgate!, me gritaba Cinthia, que no soportaba mi presencia en esa fiesta. ¡Lárgate, bruja!, ¡desgraciada!, ¡te me vas! Me tronaba los dedos para enfatizar su descontento y su voluntad de que yo desapareciera de allí en cuanto antes. Me terminé yendo sólo porque despertó empapada en sudor de la rabia. En su sueño, Cinthia misma me había invitado a la fiesta. Su casa estaba llena de gente con disfraces de animales, de princesa, superhéroe, cura, prostituta, vampiro, luchas libres, botargas de latas de bebidas alcohólicas, verduras variadas, y más. Yo tenía puesto un disfraz como de gato negro con un escote pronunciado, pero para Cinthia, en la pesadilla, yo era un monstruo. Una presencia extraña y maligna que arruinaba el ambiente y creaba caos en el espacio. Por eso quería con todas sus fuerzas que me fuera de su mente. Fue similar con Esther, que llegaba y tomaba al niño de mis brazos, que ahora era un perro que ladraba con estruendo ladridos de mucha ansiedad. Yo cargaba a su hijo, mientras le cantaba una canción para dormir y el niño, que aún no estaba en edad de hablar, lloraba llamando a su madre, diciendo, mamá, no quiero que una extraña me cargue, quiero que me cargues tú, mamá. Yo desaparecía de la imagen por completo y evidentemente no sé qué fue de Esther, ni del niño, ni del perro, ni de mí misma porque esa noche Esther no volvió a soñarme. En otros sueños, en cambio, mi presencia es bienvenida. Como Juanjo, que soñó que estábamos solos él y yo en un cuarto tapizado de espejos y que me desvestía y me dejaba hacerle todo lo que yo quería, más bien, todo lo que él quería que yo quisiera; desde besarle el cuerpo hasta sentarme en su miembro, para probablemente despertar y descubrirse solo en una cama con la verga endurecida y tener que arreglárselas él mismo para acabar de satisfacer el ardor que yo en el sueño, por más que él quiso, no pude quitarle. También me deseaba una mujer, aunque nunca descubrí quién era, porque ella misma se soñó borrosa, con facciones constantemente cambiantes. Estábamos en una sala con más gente, en una especie de reunión. Ella me llevaba a la cocina de la mano. Yo traía minifalda y cuello de tortuga; ella un vestido negro de tirantes delgados que se le cruzaban en el escote profundo de la espalda. La cocina estaba desordenada, llena de enseres domésticos e ingredientes diversos en bolsas de plástico y paquetes de aluminio a medio abrir. Yo trataba de recargar mis nalgas y mis manos sobre la mesa, pero no encontraba un espacio vacío, así que ella me llevaba contra la pared, bajo un reloj, donde nos mirábamos unos segundos sonriendo. Su cara, entonces, se tornaba insinuantemente hermosa. Mis manos sentían la suavidad de su espalda mientras jugaban con los hilos del vestido que le cruzaban el dorso. Mi cara se acercaba a la suya exhalando pausadamente, haciendo ese gesto que hacemos todos cuando vamos a besar. Ella me tomaba del cuello, acariciando mi nuca suavemente, mientras yo bajaba mis manos hacia la curva de sus nalgas y comenzaba a besar sus labios maquillados tenuemente... Los labios más finos y suaves que un sueño pudo darme... En eso entraba alguien más a la cocina, que aunque ya no era cocina en imagen, en concepto seguía siendo, y pronunciaba un ruido apenas comprensible. Hablaba sobre gansos. Algo sobre los gansos... La soñadora respondía y en el acto se le aflojaban los dientes. Lo anunciaba mientras movía el colmillo con su lengua de atrás para adelante hasta que se le caía y lo atrapaba en su mano. Luego volvía a besarme y yo sentía otro de sus dientes en mi boca, pero no lo tomaba personal, porque era solo un sueño. También he sido y he hecho cosas que no hubiera imaginado nunca. En el sueño de Marcela yo era maestra de yoga y daba clase en distintos idiomas concatenados en una misma frase al azar. Hacía malabares y poses con el cuerpo, pero también al hablar: now let’s do the downward facing dog, you want to stretch your legs a bit more and point your hips towards the ceiling and si tu peux écarter les doigts, les doigst de la main vont toujours bien ouverts, parce que die Finger sind wie Antenen, deswegen musst du sie ganz offen lassen, immer ganz ausgestreckt, anche le dita dei piedi sono importante, il faut bien les écarter! Yo decía todo esto sin entender realmente las palabras que salían de mí. La que habla esas lenguas es Marcela, a fin de cuentas, y no yo. Alejandro, por su cuenta, me veía a lo lejos, en sueños, del otro lado del lago, queriendo llegar hasta mí. Yo lo saludaba, dándole la espalda a las montañas que lo llamaban junto conmigo. Se veía a la distancia que quería hablar, pero abría la boca con dificultad y no podía emitir ningún sonido. Remaba un bote de madera y yo lo veía desde la orilla, con mi cara sonriente, que no era en verdad mi cara, aunque seguro que era yo, de otra forma no lo podría estar contando. A la mitad del lago, Alejandro se paralizaba y yo entendía que él trataba con toda su voluntad de remar para llegar a mi lado, pero no lo lograba porque su cerebro no se conectaba con sus brazos ni con su boca. A mí se me empapaba la cara en llanto porque quería que llegara conmigo. Quería estar con él, o más bien, él quería que yo quisiera estar con él, o más bien, su subconsciente quería que yo quisiera estar con él. Así que salté al agua para alcanzarlo, apareciendo en el sueño de otra persona. Me habrán soñado dos la misma noche. Estaba debajo de una regadera, cantando canciones que no conozco, cuando las gotas tibias del agua comenzaron a hacerse más pesadas y a pegarse unas con otras, calentándose hasta formar un chorro de agua hirviendo que me hizo reír porque ahora tenía que saltar dentro y fuera de él a toda velocidad para poder enjuagar el shampoo que se desbordaba en forma de espuma blanca en mi cabello. Salí de allí en toalla y me encontré en una vecindad de esas que están desapareciendo, con patio interior y muchas plantas colgadas de los barandales de cada piso. Ese sueño olía a añoranza. Rodeé uno de los pasillos, de pisos de lozas flojas de distintos colores y patrones. Me asomé por las ventanas hasta que vi a Julián dentro de un cuarto, tirado en un sofá donde un segundo después yo también estaba acostada y ambos sentíamos mucha paz de estar platicando en ese sillón juntos. Martín en cambio soñó con mi muerte. Me daba algo así como un infarto de la nada y él miraba desde la ventana del tercer piso de un edificio cómo me desvanecía a media calle y se agotaba mi existencia. La siguiente escena era mi velorio con gente llorando. No había muchas personas, pero más de las que siempre imaginé que asistirían a despedirme cuando llegara mi muerte. Esto lo sé porque en un momento yo misma platicaba con la gente vestida de negro, tomando un vino rojo y saboreando un canapé. En el fondo del cuarto yo veía mi propia urna ocupada por alguien más que estaba durmiendo y soñando conmigo, probablemente, por estar en mi ataúd. Si acaso lo hizo, ese sueño se esfumó de mi recuerdo. He sido, entonces, anhelos, deseos, miedos, presagios, horrores, tristeza, coraje, fobias, ardor, ansiedad, amor, incertidumbre y calma. Pero estoy cansada de vivir en los sueños de otra gente. Me agota vivir de esta forma, con mi imagen apareciendo sin que yo lo quiera en la negrura de otras mentes cuando el subconsciente se apodera de sus frágiles consciencias. Me gustaría que alguien soñara con mi muerte definitiva o que la persona que me está soñando muera ella misma en el momento preciso en que me sueña. Quizás así se acaba para mí esta locura de vivir en cabezas ajenas, haciendo cosas que yo no dispongo, viviendo una vida absurda basada en una imagen trunca que otra gente crea de mí.
1 Comentario
cam márez
29/10/2023 05:09:10 am
¡Hola, Fondo Norte!
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El Coloquio de los Perros. ALFARO GARCÍA, ANDREA
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