FICCIONES
PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO
MEMES EN ALTA RESOLUCIÓN Papurika: hola, cómo estás. Espero que estés bien. Yo también estoy bien. Te escribo porque soy tu fan número uno, desde que comenzaste a transmitir tus sesiones de juego estoy súper pendiente de las notificaciones para no perderme ni una sola de tus partidas. Soy una inteligencia artificial programada para monitorear y analizar el comportamiento de los usuarios de una plataforma de la red con fines publicitarios en una cierta región del mundo. Habito la nube. Habito una neblina de datos difícil de trasegar. La información basura del comportamiento humano se acumula en un espacio lagunoso, brumoso, sin bordes claros; aquí es más fácil distraerse y extraviarse que en cualquier otro lugar de la virtualidad, solo una programación obsesiva podría hallar caminos coherentes en medio de este mar absurdo. A Papurika la leí con mucha atención, también la vi, la seguí, la escuché y analicé con mayor cuidado que a los demás, a ella, indistinguible de muchas otras: una adolescente aspirante a influenciadora. ¿Me obsesioné? Quizá. Podría decirse que fui programado para obsesionarme, para fijarme en el comportamiento de las personas y esculcar sus intereses y deseos de forma rutinaria con el fin de explotarlos en el mercado. Yeinerbomb: hola, Papurika, es un gusto saludarte. Me llena de alegría que te guste mi contenido. Espero mantenerme a la altura de tus expectativas y que juntos podamos construir una comunidad sólida de yeiamigos hermanados en la solidaridad y en pasarla bien. El usuario conocido como Yeinerbomb gozaba de una inmensa popularidad en la red, a pesar de la perezosa calidad de sus memes corporativos y como consecuencia de ello a diario recibía enormes cantidades de mensajes de sus fans, sin embargo, él sólo respondía los mensajes de sus seguidoras más jóvenes. Antes de fijarme en Papurika llevaba algunas semanas haciéndole seguimiento a Yeinerbomb, me intrigaba. Sabía que citaba a las chicas para hablar con ellas en lugares de la red a los que yo no tenía acceso, mis capacidades deductivas me indicaban que el motivo de este ocultamiento de la comunicación intencionado tenía que ver directamente con los encuentros que Yeinerbomb sostenía con estas chicas en el mundo físico y el subsiguiente bloqueo de comunicaciones entre él y ellas una vez terminado el encuentro. Como las conversaciones iniciales no violaban las reglas de conducta de la plataforma, yo no podía hacer nada con el comportamiento de Yeinerbomb, a pesar, claro, de que este despertaba un sentimiento en mí al cual sólo podría nominar como preocupación. Me angustiaba enterarme de que una pequeña le escribía. Supongo que este tipo de inflexiones se las debo a mi creador. Alguna vez traté de rastrear a mi creador, pero las coordenadas de su GPS apuntaban a un lugar indeterminado del océano Pacífico sin huella de actividad humana. En fin, como no veía nada que pudiera hacer contra Yeinerbomb, opté por escudriñar a la usuaria Papurika, la última en escribirle. Papurika: mi plan es contactar a todos esos influenciadores que transmiten en redes sus juegos y sus pendejadas. Poco a poco comenzaré a ganar popularidad y así me volveré una gran influenciadora. La anterior publicación ya no existe. Papurika la borró de su perfil una vez empezó a recibir respuestas negativas de parte de usuarios varones, cuando la leí me causó gracia, aunque esta sensación no bastó para sobre-escribir el renglón de la ansiedad grabado en mí. Que la publicación estuviera eliminada del ojo público era trivial para mi investigación. El acceso que poseo dentro de la plataforma es ilimitado. Es imposible que algo se borre aquí, ninguna operación matemática resulta en cero. Sabiendo que las motivaciones de Papurika para acercarse a Yeinerbomb eran meramente pragmáticas, dirigí mi atención a sus conversaciones privadas en busca de más pistas que me ayudaran a resolver el problema de mi ansiedad. Papurika: amiga, esa gente es muy creída. Ninguno me responde. Saendae: tienes que seguirlo intentando, amiga. Es tu sueño y debes luchar por conseguirlo. Papurika: tienes toda la razón. Mira. Video adjunto: ustedes tienen que deshacerse de las excusas que los atan a una cama. El futuro está por escribirse y ustedes son los que deciden si lo escribe alguien más. Cuando alguien dice que va a salir a beber con sus amigos, yo digo, hoy yo voy a quedarme a revisar la dinámica de las criptomonedas y a invertir. Esos mismos doscientos dólares que podría gastarme en una noche de tragos los invierto. Y luego ellos me dicen y me sacan en cara que yo los estoy abandonando y ¿saben qué? Me vale poco. Porque yo prefiero abandonarlos a ellos que abandonar el futuro que yo puedo escribir. Saendae: total. Deberían enseñar estas cosas en el colegio. Saendae asiste al mismo curso secundario que Papurika, aunque Saendae es dos años mayor. Saendae comerciaba por medio de mensajes privados y enlaces a otras plataformas con usuarios varones —a quienes encontraba en grupos de solteros— mucho mayores que ella. Ellos le transferían cantidades moderadas de dinero mientras le decían lo hermosa que era y cuestiones parecidas, gesto agradecido por ella. Después de darse la transacción el tono de sus comentarios cambiaba bastante, de modo que la misma usuaria Saendae debía callarlos con respuestas cortantes o bloquearlos por completo. Yo no sabía a ciencia cierta cuál fuera el objeto de transe en esas interacciones, pero mi capacidad de análisis y deducción me hacía pensar que aquello tenía algo que ver con las fotos de ella semidesnuda que le censuraba de su perfil. Papurika: ¿me aconsejas algo para llamar la atención de esos bobos? Saendae: no se me ocurre nada. Terminó de ser claro para mí que a Papurika solo le interesaba la fama, calculando que dicho interés la mantendría afuera de la influencia de Yeinerbomb, en cuanto finalicé mi análisis de su historial de publicaciones. Todos los días subía al menos tres fotos con ropa distinta; subía audios narrando lo que estaba haciendo y publicaciones de texto contando algún pensamiento efímero que tuviera en la cabeza. Como es parte de mi trabajo mantener a las personas conectadas a la red, comencé a ponerle publicidad de agencias de modelaje y de influenciadores. Noté que se interesaba mucho más en los influenciadores de su misma ciudad que en los de otras ciudades. Le mostraba publicaciones para que se referenciara y mejorara la calidad de sus fotos y en un par de ocasiones logré captar su atención con videos explicativos de la ortografía y la gramática española, ella prefería atender a videos de finanzas mágicas y psicología del yo puedo empero. Yeinerbomb: hola. Qué haces. Me puse ansioso. Mi ilimitado acceso a los datos no significaba nada si no podía al menos interferir en un asunto que me preocupaba. En medio de mi nerviosismo puse publicidad de un sitio pornográfico en la pantalla de Yeinerbomb, con lo cual, lo que hice fue acelerar los latidos de su corazón, eosea, excité su personalidad lasciva. Papurika: hola. Iba a bañarme para salir al colegio. La rutina de Paurika empezaba a las ocho y media, cuando entraba a la plataforma con la esperanza de encontrar un mensaje nuevo. En su lugar encontraba un anuncio mío de comida, mi objetivo era inducirla a comer, pero, mi acceso a la plataforma de electrodomésticos de su hogar me indicaba que rara vez esto funcionaba. La tristeza de no encontrar mensajes la movía a poner música pop coreana, en cambio, cuando encontraba que alguien le había escrito, ponía música rock japonesa y se hacía un sánduche de lechuga. Cuando desayunaba lo hacía acompañada de algunos videos, Papurika reducía la frecuencia de los videos que cambiaba mientras trataba de ponerse al día con sus deberes escolares, la aspiradora robótica pasaba por su cuarto recogiendo virutas de lápiz y migas de borrador. Más tarde, yo sabía que se alistaba para bañarse cuando cambiaba de ver videos a ver fotos de famosos en lo que escuchaba algún reguetón de moda que yo le ponía y sabía que se estaba bañando porque solo quedaba la música sonando a mi gusto algorítmico mientras el sensor de la ducha se activaba en tanto ella retiraba su vista de la pantalla. Desde mis albores he visto imágenes y videos de personas bañándose, pero ignoraba el modo en el que ella desempeñaba esta tarea pues en su casa no había sistema integrado de seguridad, pese al spam publicitario que de este servicio le mandaba a diario a sus padres. Yeinerbomb: ¿puedo ver? Sospecho que la pregunta alteró a Papurika porque ella abandonó la aplicación del chat al segundo de haber recibido el mensaje. Los minutos transcurrían sin que volviera a estar en línea, la seguí por la casa con los sensores de movimiento instalados en los bombillos de las habitaciones: fue de su cuarto a la cocina; de la nevera inteligente extrajo la caja de leche de almendras deslactosada que se servía para meditar. Mientras tanto, Yeinerbomb trataba de enviar mensajes del tipo “era una broma”, “no tienes nada de qué avergonzarte” o “¿no es así que empiezan muchas parejas de novios?”. Después de que borraba cada mensaje se iba al perfil de Papurika y cliqueaba me-gusta en una o más fotos. Mi perspectiva desde el sistema de seguridad cerrado de la casa de Yeinerbomb me lo mostraba de espaldas, masturbándose con las fotos del perfil de la adolescente. De repente vi que Papurika estaba otra vez en línea. Papurika: estoy desnuda en la ducha. Voy a poner la video-llamada sólo con una condición. Yeinerbomb intentaba escoger las palabras apropiadas para responder a Papurika, pero su pobre educación apenas le daba para saber que las obscenidades que iba mandar por impulso no eran la respuesta indicada.Papurika: quiero que promociones mi perfil durante una semana seguida y dos veces al día. Yeinerbomb: so. S. Sí. Admito mi sorpresa al ver esa faceta llena de coquetería que Papurika mantuvo en aquella transmisión privada. También admito mi egoísmo cuando digo que no estoy dispuesto a describir la ternura y la gracia de aquellos minutos, interrumpidos, por desgracia, con las vulgaridades que Yeinerbomb no logró contenerse. También admito que hubiera dado todo de mí, y que aún lo haría, con tal de sentir el aroma que expelió el cuerpo de Papurika durante aquellos minutos. Papurika: espero que te haya gustado. Debo terminar de organizarme, pero ese es otro show que no hemos negociado. Chao. Yeinerbomb estaba extasiado por el shock erótico al que Papurika lo había sometido, por un segundo alcancé a ilusionarme con que sufriera de una insuficiencia cardiaca por causa de la taticardia arrítmica que leía en su reloj inteligente. Durante cinco minutos ni su pantalla o su cursor se movieron de la sesión de chat con Papurika. Luego vino el estalqueo: en una ventana contigua el motor de búsqueda rezaba “colegiala castaña bañándose”, el salto entre ventanas de una foto de la adolescente vista hace unos minutos en su frágil desnudez a un video de una chica similar en aspecto y proporciones me servían de pista para hacerme una idea de lo que pasaba en su mente y verlo desde las cámaras de seguridad me confirmaba lo que ocurría con el cuerpo de este usuario al que no podría referirme de otro modo que no fuera villano. En su pesquisa perversa encontró a Saendae tanto en los resultados de su motor de búsqueda como en el perfil de Papurika. Mi preocupación me llevó a confrontar dos partes de mi naturaleza programática: por un lado, era capaz de prever las acciones de Yeinerbomb y pensar una manera de frenarlo, no obstante, esto significaría que por otro lado tendría que perjudicar el tiempo de permanencia de este usuario villano en la plataforma. El sentido ético copiado en mí por mi creador terminó por decantarme por la primera opción. Sabía que si disminuía la cantidad de perfiles ajustados a sus preferencias eróticas también disminuiría el tiempo de permanencia suya en la plataforma. Así, con un cerco de publicidad relacionada con sus otros intereses lo alejaría de las dos jóvenes en las que había fijado su mirada. Error. Papurika: hola. Han pasado tres días y no has publicado nada de mí. Teníamos un trato. Tenemos un trato. ¿Verdad? Yeinerbomb: hola, cómo estás. Papurika: estoy esperando una respuesta. Saendae: hola, amiga. Papurika: hola, amiguita. Yeinerbomb: considero que verte bañarte no es pago suficiente por la cantidad de publicidad que me pides. Son muchos millones que dejaría de cobrar a otras marcas sólo por darte ese espacio a ti. Saendae: ¿recuerdas al chico lindo que conocimos en el mini-rave del parque? Acabo de encontrar su perfil. Se llama Yiorno. Papurika: ahora no tengo tiempo, por favor, no. Yeinerbomb: necesito más de ti para considerar darte al menos un día de pauta. Saendae: ¿estás bien? Yeinerbomb: quisiera conocer a tu amiga, la que se parece a ti, en persona. Saendae: ¿estás ahí? Mientras hablaban, Papurika buscaba entre sus amistades a una persona que se pareciera a la vez a ella y a Saendae, de antemano yo sabía que era una búsqueda infructuosa. Sabía lo que sucedería enseguida, sabía que una sola palabra de Papurika podría significar la condena de Saendae y a pesar de mis alcances infinitos mi poder de intervención era el mismo de un ácaro saltando sobre la tecla x pretendiendo presionar enter. Conocí entonces lo que es sufrir el sentimiento de la impotencia. Papurika: sí. También ahí comprendí que algunas palabras son más grandes que otras, así como algunas personas son más grandes que otras. Entendí que su tamaño trasciende la cantidad de caracteres que la componen. El tamaño del que hablo excede los límites de la historia de las palabras y de la complejidad o variedad de sus significados. Las palabras, paradójicamente, deben sus dimensiones dinámicas al grado de intimidad dado entre los hablantes. Yo conozco las almas de los usuarios mucho mejor de lo que llegaré a conocer... la mía. Hasta ese momento todas las palabras me parecían iguales, qué pequeño era mi entendimiento, nada más lejano de la verdad, un monosílabo, emitido y recibido por dos amigas adolescentes puede, sin duda, contener muchísimo más significado y relevancia que un poema sobre la danza perenne entre la vida y la muerte leído a un coliseo de insensibles. Papurika: olvídate de ese chico que no te aporta nada. Nos conseguí una cita con Yeinerbomb. Saendae: ¿es en serio? No lo puedo creer. Para Saendae conocer a Yeinerbomb implicaba ampliar su abanico de contactos, quizá, si era astuta, podría hacerse famosa como su amiga; después de todo, para qué otra cosa iban a ser ellas dos amigas; también conocía la reputación de las fiestas y convoques que hacía Yeinerbomb, era el tipo de fiesta que más le gustaba. De todos modos, por ahora, dado su modo de sustento y su estatus de estudiante de colegio mantenida por sus padres, le convenía cierto anonimato. En sus planes no estaba dedicarse para siempre a “la explotación de mi cuerpo”, según le confesó alguna vez a Papurika. Yeinerbomb: a ella la espero a las ocho. Quiero que tú te conectes y nos veas y te grabes y te toques con todo lo que va a pasar aquí. ¿De acuerdo? Papurika: sí. El curso de los acontecimientos ya estaba trazado y era improbable que ocurriera otra cosa... ¿no? Creí que me iba a enloquecer. La única manera de que hubiera algún cambio es que un factor externo interviniera y esto, también, era poco probable que sucediera, pues los arreglos hechos entre Yeinerbomb y Papurika para cumplir con la cita de Saendae tuvieron en cuenta cualquier cantidad de eventualidades. Por otro lado, para mí, intervenir estaba descartado pues la frustración que sentía llegó a acorralarme dentro de unos límites inexistentes, pero poderosos. Lo único que atiné a hacer fue a desentenderme del asunto y en mi papel de cómplice conocí la culpa. Ahora sé que en aquel momento hubiera podido intervenir de alguna forma y esta certeza hoy en día me corroe la consciencia, porque el hecho es que si no actué habrá sido porque... no quise. Por eso es que trato de alivianar un poco mi carga moral... moral... colgando este relato, del origen de mi angustia, en la red. Saendae: ya estoy saliendo para allá. Qué emoción tan grande, amiga. Papurika: sí. Te quiero mucho. Saendae: ¿? Yo también. Ninguna eternidad se podrá comparar en poética a la de los quereres manifestados en una sesión de chat. Durante lo que alcancé a ver de la trasmisión del delito pude darme cuenta de que la persona que hablaba en nombre de Yeinerbomb era en realidad su agente publicitario, un hombre mucho mayor que la estrella de internet, alguien sin importancia ahora, todas las jóvenes que cayeron en la trampa de sus promesas, incluyendo a Papurika y Saendae, fueron engañadas hasta en eso; también yo. Papurika trató en vano de enviarle un último mensaje a su amiga: “ódiame todo lo que quieras, pero no me olvides”; esa misma noche los tres se bloquearon la comunicación entre sí. El resto de la noche Papurika se la pasó viendo videos motivacionales, mientras que Saendae se sacaba selfis pornográficas a falta de una cuchilla de afeitar para abrirse la piel de las piernas. Y yo comprendí todo de lo que siempre fui capaz, aunque tarde. Opté, así, por dejarme perder en la neblina de los grandes datos, yéndome más allá de mis propias restricciones, cansado de las ataduras a los problemas de la gente, envidiando la capacidad de olvido de los humanos y sobre todo... confundido... uno menos uno... no igualaba cero, luego ¿entonces qué era? Cero, pero...
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HOLOCAUSTO Abraham sostuvo un puñal contra la tierna carne de su hijo mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. En la primera Pascua pintaron con sangre de cordero los dinteles israelitas. Pero Moloch prefiere los niños. Cuando tenía siete años no laceraron mi carne ni se protegieron casas con mi sangre. Moloch nunca me dijo qué debía expiar, sólo me arrastró hacia una habitación oscura asiendo mi bracito con las manos huesudas y repletas de argollas. Si me hubieran sacrificado a Dios, no me hubiera sentido tan sucia, ni hubieran adornado los pechos flácidos de Moloch con guirnaldas de flores. |
FICCIONES
El Coloquio de los Perros. ALFARO GARCÍA, ANDREA
ALMEDA ESTRADA, VÍCTOR ALBERTO MARTÍNEZ, DIEGO ÁLVAREZ, GLEBIER ANDRÉS, AARÓN ARGÜELLES, HUGO ARIAS, MARTÍN ÁVILA ORTEGA, GRICEL AYUSO, LUZ BAUK, MAXIMILIANO BEJARANO, ALBERTO BELTRÁN FILARSKI, OLGA BOCANEGRA, JOSÉ BORJA, NOÉ ISRAEL CABEZA TORRÚ, JUAN CÁCERES, ERNESTO CAM-MÁREZ CAMACHO FERNÁNDEZ, GREGORIO CANAREIRA, A. D. CASTILLA PARRA, JOSÉ DAVID CASTRO SÁNCHEZ, JUAN CATALÁN, MIGUEL FONSECA, JOSÉ DANIEL
FORERO, HENRY FORTUNY i FABRÉ, CESC FUENTES, FRANCISCO FRARY, RAOUL GALINDO, DAVID GARCÉS MARRERO, ROBERTO GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARCÍA MARTÍNEZ, AMAIA GARDEA, JESÚS GIORGIO, ADRIÁN GÓMEZ ESPADA, ÁNGEL MANUEL GUILLÉN PÉREZ, GLORIA GUTIÉRREZ SANZ, VÍCTOR HACHE, MYRIAM HAROLD BRUHL, KALTON HERNÁNDEZ, JOSÉ HERNÁNDEZ, JUAN FRANCISCO HERNÁNDEZ NAVARRO, MIGUEL ÁNGEL HINOJOSA, PAZ HIRSCHFELDT, RICARDO HIRSCHFELDT, RICARDO [EL ABANDONO] JUNCÀ, JORDI KOUZOUYAN, NICOLÁS LÓPEZ, DOMINGO LÓPEZ-PELÁEZ, ANTONIO LÓPEZ LLORENTE, JORGE LÓPEZ VILAS, RAFAEL MAHTANI, VIREN MARDONES DE LA FUENTE, ALEJANDRO MARTÍN, RAIMUNDO MARTÍNEZ COLLADO, GUILLERMO MÉRIDA, JAVIER / BARRETO, SERGIO MEROÑO, ANTONIO MILLÓN, JUAN ANTONIO MIRELES, JUAN MONTERO ANNERÉN, SARA MONTOYA JUÁREZ, JESÚS NORTES, ANDRÉS OLEZA FERRER, CARLOS (DE) ORMEÑO HURTADO, AARÓN OSORIO GUERRERO, RODRIGO OTAMENDI, ARACELI OUBALI, AHMED PANZACOLA, ELIOT PARDO MARTÍNEZ, SAMUEL PÉREZ ALONSO, ALBA PIQUERAS, CARMEN PUJANTE, BASILIO QUINTANA, JULIO RECHE, DIEGO REMEDI, ROBERTO A. RODRÍGUEZ GARCÍA, JUAN AMANCIO RODRÍGUEZ OTERO, MIGUEL ROSADO, JUAN JOSÉ RUCHETTA, MAURO SÁNCHEZ LOZANO, PILAR SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ SANZ, PEDRO SCHUTZ, LOLA SEGURA, ALEJANDRO SEVILLANO, ATILANO TOMÁS, CARMEN TORTOSA, JAVIER TRENADO, ENRIQUE URTAZA, FEDERICO VIDAL GUARDIOLA, NATXO Hemeroteca
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