EL COLOQUIO DE LOS PERROS
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FICCIONES

PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO

ALBERTO BEJARANO

18/2/2019

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LA BAILARINA SONÁMBULA LLEVA LOS OJOS ABIERTOS

         La bailarina sonámbula lleva los ojos abiertos, curados de viche. Las malas lenguas, no la mía, dicen que es una imitadora bogotana de La María del Carmen de Cali, la de Andrés Caicedo, cuarenta años después. Como si fuera una llorona loca, una Susana soca o San Juan despojada de sí misma, es más bien, digo yo, una usurpadora del ritmo de su madre. Quienes todavía se cruzan con ella en algún rincón oscuro de las madrugadas heladas, atiborradas de revulus de hombres abatidos y de jóvenes apurados, saben que no miento. Hablo conmigo mismo como si estuviera hablando con ella, contigo, esfinge solitaria, patinadora mocha, fañosa saltimbanquiaodora, acompasada perra de los dioses muertos: bailarina sonámbula.
         No te vistes de seda ni a la moda ni ciñes adornos de Menina fatal. Tu pelo corto, tus gafas caídas, tus largas bufandas que colgaban de la silla, no alcanzaban a decir nada de ti, era tu corsé interior el que te definía, como buena mujer bogotana de abolengos coloniales, descendiente de vascos mercaderes que en estas tierras se enriquecieron. Judía o mora o las dos, mora Morita Mora la la la Ladina, Dima, como un lamento guajiro de contrabando apretujado bajo los rieles del tranvía quemado. El origen, tu origen, es traqueteo de bueyes cansados, de mulas embarradas, de fango, fango fango, a lo Pete Rodríguez (el pete del Boogaloo, no el conde de Pacheco).
      Sabes que estoy hablando de ti en voz alta. ¿Te chocará cuando me escuches? Tintineo de copas de fondo acompañan este relato hecho de ron roneos, de una seguidilla de flashes de la memoria que lo azotan a uno a medida que el tiempo se disuelve, lenta y a la vez presurosamente como la escarcha de los viejos nevecones que no se desfrizaban solos, a los que había que apurar manualmente, cincelarlos con cuidado, evitando que el gas saturnal se escapara de su eterno cautiverio entre los hombres. Así como hay ladrones del fuego, los hay del hielo. Los del fuego buscan la libertad, los del hielo el olvido. Los desfrizadores somos parias, animales malditos, ratas de laboratorio que roen las partidas de matrimonio de las notarias. Ronroneadores del runrún: rinrrines congelados. Las sílabas se me pegan a la lengua seca. Dejaré de dictar un momento (...), salud, brinda conmigo por los muertos, nosotros, tómate este viche curado conmigo, bailarina sonámbula. Sé que estás despierta a esta hora, como aquel gato que vimos una vez en una posada de Honda. ¿Te acuerdas? Mi voz ahora es ronca. Quizá no la reconocerías si me escuchas hablar en la radio en mi programa de madrugada para los supuestos amantes del insomnio. A estas horas, buscando quien nos desfrice, a los ropavejeros tullidos, nos toca encomendarnos a San Felipe, el santo de los no madrugadores, de las gentes de poca fe que no creen que al que madruga dios les ayuda. El que trasnocha, con salsa, el diablo le jala las patas. “No firme el papel, no firme que va...”, cantaba Willie Colón ya sin Héctor ni Rubén, “ese hombre es el diablo te digo”, el infierno no son los otros, es cosa más íntima, es levantarse temprano a hacer vueltas en una notaria, a firmar los papeles de un divorcio, a hacer un trasteo, a cambiar las guardas de la nueva casa. Rompe saragüey. Rompe, digo rompe, no digo suelta, como en otros tiempos, cuando conocí a la bailarina. Ya lo sé, no le hablo a la misma persona, ya no tienes el pelo corto ni tus gafas cuelgan, ni usas bufandas. Eres más ligera ahora. Tu pelo largo se balancea y usas vestidos mas ceñidos.
         No vibrábamos en el mismo ritmo: tú flotabas, yo volaba. Agonías en la pista. Guaracha vs boogaloo. Guerra fría no declarada en la pista. Apriétame, no, sí, gira, no, sí, no te salgas del ritmo, sigue la melodía, Shame you fuckin trumpet... Reviéntate, sigue mi solo, haz tu solo ahora, vuela, no, flotemos, mira cómo bailan los cubanos de raíz, lo que dice Carpentier, Cabrera Infante, Miguelito Cuní... No, baba o roco Richi Ray, soy el rey del boogaloo... ¿Las paces? Una tregua. No nos gustaban los mismos sitios. Tú eras Ruñidera la faisana, yo trucutú el fariseo.

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© Laura Vega
ALBERTO BEJARANO (Bogotá, Colombia, 1980). Doctor en Filosofía y profesor del Departamento de Literatura de la Universidad Javeriana. Ha publicado Litchis de Madagascar (2011), Y la jaula se ha vuelto pájaro (2014), así como cuentos en diversas revistas hispanoamericanas.

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DOMINGO LÓPEZ

11/2/2019

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  COLEGAS
         Llegaron al barrio con todos los bártulos en una camioneta y ya venía, entre los colchones, mesas de noche y bolsas de ropa, como un mueble más, sentado en la silla de ruedas, las greñas al viento. Lo subieron al quinto piso sin ascensor y allí se quedó, mirando por la ventana. Atrás, en el pueblo, quedaba una infancia de hijo único e impedido, un chavalín raro, casi una oveja negra entre gatos, gallinas y un amigo bruto y de buen corazón al que no volvería a ver. En su nuevo hogar se pasaba las horas leyendo tebeos, esbozando monigotes e historietas, oyendo programas de heavy y rock duro y observando las nubes, los edificios y azoteas de la gran ciudad. El día de su cumpleaños le hicieron tres regalos, un estuche de rotring para dibujar, una casette de Black Sabbath del Discoplay y lo mejor de todo, sacarlo en procesión al parque. Era comienzos de verano. El padre habló con unos conocidos del bar de la esquina y antes de irse a currar de paleta lo bajaron entre todos y lo dejaron airearse, a las ocho de la mañana, bajo una acacia medio seca, solo, con una novelita barata de ciencia ficción y un bocata de salchichón. La madre quedó con los mismos muchachos en recogerlo y subirlo al mediodía, cuando acabara en la casa de señoritingos donde limpiaba. A esa hora en el parque, por llamar de algún modo a aquel terragal, solo había perros sarnosos, jeringas y algún que otro viejo buscando el sol o entregar la cuchara. Pero pronto los buitres se percatarían de él porque a los diez minutos ya le habían quitado las zapatillas deportivas, total, para lo que las vas a usar, le dijeron. A la hora, la silla de ruedas, que de fijo tenía su venta y beneficio. Los raterillos tuvieron al menos el detalle de auparlo y dejarlo sentado en la marquesina del bus. A media mañana, un par de chavalotes gitanos se apalancaron junto a él, uno a cada lado. Eran el Canina y Surmano, y este último le dijo por lo bajini, macaco, tengo una pinchosa en la buchaca, no me hagas mojarte, dame lo que tengas y no hagas el chorra. Les respondió sonriendo que lo sentía pero no tenía nada, que si querían les daba la camiseta descolorida de Iron Maiden, que ya le habían quitado las zapas, el bocata y la silla de ruedas. Los gitanitos le vieron los pinreles enfundados en los calcetines, las piernas como de palo bajo los vaqueros y se miraron, flipando.  Les contó entonces lo que le había pasado esa mañana, el puto día que cumplía quince tacos, les dijo que era nuevo en el barrio, que vivía con sus viejos, que era la primera vez en dos meses que salía de su habitación. El Canina, que era el baranda del barrio, le preguntó que cómo eran los choris. Le dijo que no se acordaba bien, que fue todo muy rápido, que no conocía a nadie por allí. Al Canina le moló que el pollo no quisiera chivarse de los manguis, que no fuera un soplón. Le aseguró que iban a recuperar la silla de ruedas. Quedaron para el domingo. Por la mañana temprano robaron un carro de supermercado, fueron a buscarlo, lo metieron dentro y los tres se largaron al Rastro. La silla estaba tuneada, les había dicho, estaba llena de pegatas y le había pintado en el espaldar del asiento la lengua de los Stones. Y en efecto, allí la encontraron. El Canijo le chamulló algo al manta que la vendía, que abrió mucho los ojos y enseguida se la devolvió. Desde aquel día se hicieron colegas, todas las mañanas iban a buscarlo a primera hora, lo bajaban y se largaban por ahí, hermanados por las risas y las mil aventuras del extrarradio. Muchos años después, esta historia de camaradería quedaría plasmada en un cómic, con el que recibiría, en silla de ruedas y firmado como Macaco, uno de los muchos premios de ilustración que ganaría a lo largo de su carrera.

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VENDRÁN TIEMPOS PEORES
Todo lo que has perdido, me dijeron, es tuyo.
José Emilio Pacheco

         Añoro también, le dije, tener simplemente diecinada, veintipocos, irme andando despacio, por la mañana, bostezando y medio en pelotas, a la playa, solo con una toalla, un libro, algunos cigarrillos y veinte pavos para la cervecita chiringuitera del mediodía. Añoro las noches sucesivas sin dormir, dejar todo pendiente porque estaba demasiado ocupado bailando, bebiendo, tratando de folletear. Añoro tumbarme en la arena y no pensar en nada, atribuirles formas fantásticas a las nubes, sonriendo, oyendo las gaviotas, las picardías y balonazos de los chaveas de robona. Añoro la caña de pescar en el espigón, no tener horarios ni bandera, manducar insaciable cualquier cosa, estar mucho rato en silencio, en mi columpio mental, aburriéndome plácidamente, a mi bola. Añoro aquel amigo tunante y perdulario, andar por ahí como pollos sin cabeza, golfantes, con las manos vacías y los bolsillos rotos, partiéndonos de risa, ignorando el carajal, tramando delirantes trapicheos, fantasiosos atracos. Añoro entrar y salir del agua, contemplar los cuerpos flexibles de las chicas al sol, ligotear con las guiris y sacarle las bragas y los cuartos. Añoro coger un tren de mala muerte, un mocoso con lo puesto, y volver dichoso y balarrasa, roto de brincar en cualquier concierto. Añoro perder sin apostar y sin importarme, hablar con la mirada burlona, disimular a la perfección la tristeza, saber —en efecto, madre— muy poco de la vida. Y añoro, le dije también, no conocer el miedo y tener ganas y que sean mías. De lo que sea.

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© Diccionario de autores gaditanos
DOMINGO LÓPEZ (Sanlúcar de Barrameda, España, 1967). Como narrador es autor de obras como La soledad y nosotros (2002), La lluvia y las rayuelas (2002), Rompiendo el protocolo (2005), Alentejo Blues y otros textos (2010) o Aniceto el Importante o la historia de un soñador de regates (2013) o el relato infantil La palabra más hermosa (2016).
Estos dos textos pertenecen al libro inédito Todo va a salir mal y nos parece estupendo.
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