FICCIONES
PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO
EL MECÁNICO Me llamo Jon Fresno y soy mecánico de bicis en un equipo ciclista. Por eso voy conduciendo este Volvo de color naranja totalmente cubierto de publicidad. Llevo años viviendo en el País Vasco, en una población cercana a la costa de Vizcaya. La formación para la que trabajo tiene su sede en Bilbao. Es una estructura pequeña, que compite en la segunda división de las ligas de la Unión Ciclista Internacional. El trabajo está bien. Pagan bastante dinero, viajas por todo el mundo y tienes el suficiente tiempo libre para tus cosas. Si pienso en el camino que ha tomado mi vida desde que era adolescente hasta hoy, podría decir que he prosperado. Aunque no sé muy bien qué significa esa palabra. Según el diccionario, es mejorar progresivamente de situación, especialmente en el aspecto económico y social. Quizás debería decir que simplemente me ha ido bien. Esta semana hemos venido a competir a Asturias con el equipo. Todos los años por estas fechas se disputa la carrera de la región. Son los únicos días en los que vuelvo a mi tierra, al lugar en el que nací y en el que me crié. La Vuelta consta de cinco jornadas, atravesando las principales carreteras del principado. Etapas que van del oriente al occidente, pasando por sus principales ciudades: Oviedo, Gijón y Avilés. Las alas son un auténtico paraíso, con sus montes, playas y pequeñas villas. El centro, sin embargo, aglutina uno de los puntos con mayor contaminación de toda Europa, sus autopistas son un caos y el verde deja paso a un frío color grisáceo. Mi familia es originaria de esa zona. Salí de allí gracias a la bicicleta. De adolescente competía en un famoso equipo autonómico. Mi hermano mayor había sido un buen ciclista, incluso llegó a profesional, pero tuvo mala suerte con las lesiones y finalmente reencauzó su vida, convirtiéndose en fisioterapeuta. Yo aspiraba a llegar a donde él no había podido. Correr una gran vuelta, lograr victorias, salir en las revistas. Pero aquello quedó atrás. Los grandes sueños dieron paso a la realidad. Hace años, cuando yo tenía veintitrés, el director deportivo que hoy es mi jefe me ofreció hacer la parte final de la temporada con ellos como mecánico, en las carreras que tenían durante los últimos meses de competición. Habían sufrido una baja de última hora en su staff, y en el transcurso de una cena informal con otras promesas se le ocurrió hacerme esa propuesta. Por aquel entonces yo tenía un gran porvenir, pero ninguna de las ofertas que tenía encima de la mesa acababan de convencerme. Puede que el pequeño shock que había sufrido me influyera para tomar esa decisión. Para sorpresa de todos, incluido aquel tipo, acepté. Así fue como entré en este mundo. Desde entonces he trabajado en lo mismo. Me gusta y se me da bien, y es una buena forma de ganarse la vida. Si me preguntasen sobre el tema, diría que todos tenemos algo por lo que arrepentirnos, algo que no hicimos. Pero yo tomé una decisión y he de vivir con ella. Aparco al lado de los pilares del puente, en el espacio libre que hay entre dos camiones. Está empezando a amanecer y parece que va a ser una mañana fresca pero de cielos despejados. Cruzo la carretera y me acerco hacia el paseo que bordea la iglesia derruida para asomarme a la playa. A pesar de la hora, ya hay un grupo de surfistas en la orilla haciendo su calentamiento, ataviados con los trajes de neopreno. Sigo caminando y me acerco a la curva donde ocurrió el accidente. Todos los años paso por aquí cuando venimos a la carrera. Es el único momento en el que vengo a la región. Este es el lugar donde mis padres tuvieron el accidente. Estoy esperando a que llegue mi hermano para dejar juntos unas flores. Hace tiempo que este es el instante en el que nos vemos, hasta la vuelta a Asturias del año siguiente. Una corriente de aire frío llega del mar, y varias personas cargadas con mochilas pasan por la senda, supongo que hacen el camino de Santiago. Sus ojos están hinchados por el madrugón y avanzan con dificultad, tal vez tienen ampollas en los pies. Saludan al pasar a mi lado y luego siguen hacia el oeste. Entre ellos hablan en algún tipo de lengua extranjera que no entiendo. Cuando acabe aquí tendré que acercarme a Llanes. Limpiar las bicicletas y hacer los últimos reglajes. Comprobar las presiones de las ruedas, ajustar todos los cambios electrónicos y asegurarme de que las baterías estén bien cargadas. El líder del equipo está bien clasificado en la general y ninguna avería debería chafarle el puesto. También tengo que tomar un café con Amanda, la periodista de un diario deportivo de tirada nacional que cubre la prueba. Hace unos meses coincidimos en un evento de nuestro patrocinador, en Bilbao, e hicimos buenas migas. Fuimos a beber unas copas por el centro y acabamos durmiendo juntos en la habitación de su hotel. El BMW negro de Capullo se detiene en el aparcamiento que da a las escaleras de la playa. Capullo es el típico pijo de manual. Lleva una camisa color salmón arremangada hasta el antebrazo. En la muñeca se puede ver una colección de pulseras de cuero. Los pantalones vaqueros, demasiado apretados, dejan sus tobillos al aire. El flequillo da la impresión de estar despeinado de una manera perfecta, pero en realidad le lleva media hora de gomina y secador hasta que se queda como a él le gusta. Lo sé porque es mi hermano. Cierra la puerta del coche y viene caminando con un ramo de flores en la mano. En el asiento del copiloto está mi madre. No se va a bajar, nunca lo hace. Es la forma que tiene de echarme la culpa sin tener que decir nada. Capullo vive fenomenal. Cuando abandonó su carrera de deportista se puso a trabajar de fisioterapeuta en la clínica privada de un amigo. Con los años abrió su propia consulta, y maneja una considerable cantidad de clientes, encantados de pagarle cien euros por sesión para que les ponga sus huesudas manos encima. Se codea con lo más selecto de la ciudad, de hecho se casó con la hija de un importante empresario. Tiene dos hijas insoportables. En un lugar no muy lejos de aquí, vive su amante. Parece tenerlo todo, pero yo sé que no es feliz. Siempre me cayó rematadamente mal, por eso traté todo el tiempo de superarle, y él se reía si no lo conseguía. En vez de un apoyo, fue el primer escollo que debía superar. A pesar de todo, recuerdo el final de la adolescencia como años felices. El ciclismo se me daba bien. El ambiente dentro de los equipos era agradable. Los compañeros eran lo más parecido a unos amigos que podía encontrar. Competir me gustaba y la sensación de la victoria es algo difícil de relatar. Aunque nunca llevé bien las derrotas. Y la mayoría de las veces no ganas, eso es así. Una de las últimas carreras de aquella temporada como sub veintitrés era en Cantabria. Mi padre trabajaba en hostelería, era camarero en la cafetería de un gran hotel. Debido a sus turnos, y a que la mayoría de competiciones eran en fin de semana, nunca podía ir a verme correr. Sin embargo, años antes había trabajado como peón de obra. A pesar de ganar menos dinero, tenía más tiempo libre y siempre que podía iba a ver a Capullo. El salón estaba lleno de sus fotos y trofeos. Yo le echaba en cara a mi padre la diferencia a la hora de tratarnos. Y sabía que eso le dolía. Por eso aquel día querían darme una sorpresa. Pidió a su jefe el fin de semana libre y cogió su flamante Ford sin decirme nada, tras hacer un turno de noche. En este mismo sitio se salieron de la carretera. Llovía. Se acumuló tanta agua que los coches hacían acuaplaning. No fue el último accidente del lugar. —Hace frío. Capullo se pone a mi lado. Posa las flores a la orilla de la carretera y se mete las manos en los bolsillos. Ahora que lo veo a él empiezo a notarlo también y me pongo a tiritar. Este pequeño homenaje que hacemos todos los años a los que murieron en aquel accidente es idea suya. Para mí supone un coñazo y siempre me digo a mí mismo que no voy a volver, pero es el único momento en el que veo a mi familia, y aunque me fastidie reconocerlo, siento que es algo que necesito hacer. Ni Capullo ni yo somos muy de verbalizar lo que sentimos, así que el silencio se hace eterno. Por fin él vuelve a abrir la boca. —Tus sobrinas han preguntado por ti. Quieren que te pases a cenar antes de que acabe la carrera este domingo. —Puede que lo haga. —Espero que sí, sabes que siempre eres bienvenido. Odio las mentiras de Capullo, su necesidad de quedar bien. Durante años he sufrido su condescendencia. Le gusta hacerme sentir como alguien inferior. —Mamá está mejor. Ya sabes que ella no te echa la culpa. Es solo que aún siente un gran dolor. Y tú eres muy hermético. Eso tampoco ayuda mucho. Capullo saca su paquete de caramelos de naranja y se echa un par a la boca, como que no quiere la cosa. Como si lo que me hubiera dicho no tuviera la mayor trascendencia. Me ofrece uno pero no acepto. —Sé que no fue mi culpa. Por eso lo llaman accidente. No hace falta que lo recalques, porque con eso haces que parezca que piensas lo contrario. Siempre tenemos poco que decirnos, y no nos hacen falta muchas frases para llegar al conflicto. Unas veces lo origino yo. Otras veces él se pone a gritar. Hemos elegido no ser una familia, o tal vez lo hicimos hace muchos años, antes de que nada de esto pasase. Parece que sus sesiones de meditación tienen éxito, o tal vez se ha vuelto adicto a los calmantes, porque permanece sereno y no se altera con mis frases. —¿Sigues saliendo con aquella chica que trabajaba de camarera? —No. Lo dejamos. Últimamente estoy viendo a otra persona. Pero aún no sé si es algo serio. Creo que me gusta de verdad, si eso te interesa. —Espero que seas feliz. No la cagues. Aunque no lo creas, nos preocupamos por ti. Se quita las gafas de sol y me mira, con expresión que muestra afecto. Puede que alguien les hablara de mis problemas con la bebida y de esa época que pasé hace unos meses. Tengo un momento de debilidad en el que me sincero. —Últimamente he vuelto a montar en bici. En una de esas de gravel que están tan de moda. Me hace sentir bien. Mejor que cuando competía incluso. Y ya no fumo. Se vuelve a poner las gafas y mira a las flores. —Perdona que me meta en tu vida. No te sientas obligado a contarme esas cosas. —No tiene importancia. Al otro lado de la carretera mi madre permanece sentada en el asiento del copiloto, con la vista clavada en la guantera. Un poco más allá, en la arena de la playa, un enorme tractor de color verde se interna hasta la orilla para recoger ocle. Se supone que hacemos todo esto para mantener vivos en nuestra memoria a aquellos que nos dejaron, para brindarles nuestro homenaje. Pero yo solo logro pensar que ahora hace frío y que la bruma que viene del mar trae ese intenso olor a algas. No puedo superar toda esta historia porque no creo que haya nada que superar, y que los demás se empeñen en que me muestre culpable y dolido no hace sino que me enfade. —Puedes probar a ir al coche y hablar con ella. —Tal vez el año que viene. —Tal vez. Bueno, he de irme. Por cierto, me gusta tu nuevo tatuaje. ¿Qué es? Miro las figuras geométricas que llevo pintadas en el brazo. Decido que prefiero no dar una explicación y zanjar así esta conversación. —Son solo formas sin ningún significado. —Formas sin ningún significado. Supongo que viniendo de ti eso tiene sentido. Nos vemos en doce meses, imagino. Cruza la carretera y se sube al BMW. Veo un camión enorme y un montón de coches que lleva detrás, que lo siguen a velocidad cansina. Una vez el extraño convoy pasa de largo, Capullo se incorpora a la carretera y da la vuelta por donde vino. Yo me doy prisa para regresar a Llanes cuanto antes. Arranco el motor y espero un segundo. En la radio suenan los pitidos que indican la hora en punto. A lo lejos veo el automóvil que se aleja. Tengo la sensación de que tardaré más de lo normal en volver a verlos, de que algo nuevo empieza, aunque no sé qué puede ser.
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El Coloquio de los Perros. ALFARO GARCÍA, ANDREA
ALMEDA ESTRADA, VÍCTOR ALBERTO MARTÍNEZ, DIEGO ÁLVAREZ, GLEBIER ANDRÉS, AARÓN ARGÜELLES, HUGO ARIAS, MARTÍN ÁVILA ORTEGA, GRICEL AYUSO, LUZ BAUK, MAXIMILIANO BEJARANO, ALBERTO BELTRÁN FILARSKI, OLGA BOCANEGRA, JOSÉ BORJA, NOÉ ISRAEL CABEZA TORRÚ, JUAN CÁCERES, ERNESTO CAM-MÁREZ CAMACHO FERNÁNDEZ, GREGORIO CANAREIRA, A. D. CASTILLA PARRA, JOSÉ DAVID CASTRO SÁNCHEZ, JUAN CATALÁN, MIGUEL FONSECA, JOSÉ DANIEL
FORERO, HENRY FORTUNY i FABRÉ, CESC FUENTES, FRANCISCO FRARY, RAOUL GALINDO, DAVID GARCÉS MARRERO, ROBERTO GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARCÍA MARTÍNEZ, AMAIA GARDEA, JESÚS GIORGIO, ADRIÁN GÓMEZ ESPADA, ÁNGEL MANUEL GUILLÉN PÉREZ, GLORIA GUTIÉRREZ SANZ, VÍCTOR HACHE, MYRIAM HAROLD BRUHL, KALTON HERNÁNDEZ, JOSÉ HERNÁNDEZ, JUAN FRANCISCO HERNÁNDEZ NAVARRO, MIGUEL ÁNGEL HINOJOSA, PAZ HIRSCHFELDT, RICARDO HIRSCHFELDT, RICARDO [EL ABANDONO] JUNCÀ, JORDI KOUZOUYAN, NICOLÁS LÓPEZ, DOMINGO LÓPEZ-PELÁEZ, ANTONIO LÓPEZ LLORENTE, JORGE LÓPEZ VILAS, RAFAEL MAHTANI, VIREN MARDONES DE LA FUENTE, ALEJANDRO MARTÍN, RAIMUNDO MARTÍNEZ COLLADO, GUILLERMO MÉRIDA, JAVIER / BARRETO, SERGIO MEROÑO, ANTONIO MILLÓN, JUAN ANTONIO MIRELES, JUAN MONTERO ANNERÉN, SARA MONTOYA JUÁREZ, JESÚS NORTES, ANDRÉS OLEZA FERRER, CARLOS (DE) ORMEÑO HURTADO, AARÓN OSORIO GUERRERO, RODRIGO OTAMENDI, ARACELI OUBALI, AHMED PANZACOLA, ELIOT PARDO MARTÍNEZ, SAMUEL PÉREZ ALONSO, ALBA PIQUERAS, CARMEN PUJANTE, BASILIO QUINTANA, JULIO RECHE, DIEGO REMEDI, ROBERTO A. RODRÍGUEZ GARCÍA, JUAN AMANCIO RODRÍGUEZ OTERO, MIGUEL ROSADO, JUAN JOSÉ RUCHETTA, MAURO SÁNCHEZ LOZANO, PILAR SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ SANZ, PEDRO SCHUTZ, LOLA SEGURA, ALEJANDRO SEVILLANO, ATILANO TOMÁS, CARMEN TORTOSA, JAVIER TRENADO, ENRIQUE URTAZA, FEDERICO VIDAL GUARDIOLA, NATXO Hemeroteca
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