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FICCIONES

PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO

PAZ HINOJOSA

29/4/2022

3 Comments

 
UN AUTOR ENFADADO

      Deben saber ustedes que, hace algún tiempo, escribí un cuento. No es porque yo lo diga, pero, francamente, conseguí algo muy logrado. Humildad es verdad, decía Santa Teresa, y no voy a enmendarle la plana a tan insigne mujer haciendo gala de una falsa modestia. Qué quieren que les diga, señores, me sentía justamente satisfecho de mi obra, orgulloso de la perfecta trabazón entre forma y contenido, pues mi cuento conducía tras su lectura a las más profundas reflexiones a través de la palabra exacta.
         Por si esto fuera poco, mi obra alcanzó el merecido reconocimiento por parte de la crítica. Tengo que admitir que ninguno de esos eruditos llegó a comprender plenamente la simbología, la estructura profunda y las fuerzas actanciales que vertebran mi obra, pero sí se acercaron bastante. Además, yo gustosamente hubiera aceptado la sublime tarea de recorrer el país dando conferencias para matizar las intuiciones de mis lectores y encaminarlas hacia el venero que originó el cuento.
       Llega ahora el momento de confesar que nosotros, los escritores, aun los más elitistas, anhelamos llegar a un nutrido público. Nos envanece, es cierto, que el prestigioso profesor Zutano de la afamada Universidad X alabe nuestra obra y descubra —quizás tras un minucioso análisis estructuralista— a un reducido grupo de entendidos la perfección con la que hemos elegido cada adjetivo. Siendo esto así, no es menos verdad que todos soñamos con la alada fama y con que nuestro nombre resuene en todos los oídos, penetre en cada hogar y encuentre un hueco en sus bibliotecas.
         Pues bien, señores, también esta dicha me fue concedida. El vulgo me leyó, y las sucesivas ediciones de mi cuento se agotaron rápidamente en las librerías. Admito que estaba hinchado como un pavo ante el éxito de ventas.
         Entre los que me leyeron destacaba una jovencita de unos dieciocho años. Aquella niña, de largos cabellos rubios, era el lector ideal con el que todo autor sueña, la utopía hecha realidad. Era ese ser que imbrica la obra con su propia vida. Mi cuento se convirtió en su libro de cabecera: me leía al acostarse, despertaba con él en las manos. Siempre llevaba el ejemplar en el bolso para paladear mis palabras a la primera ocasión que se presentara, ya fuera esperando el autobús, o en el metro, o en la cola del supermercado.
         Convendrán conmigo en que era enternecedor ver cómo se deleitaba con mi obra una persona de tan corta edad, casi una criatura. Y bien que disfrutaba ella cuando leía mi cuento (no menos de tres veces al día). Yo la observaba, tras el parapeto de las líneas del texto, emocionado por el brillo de sus ojos, que dejaban traslucir la devoción con la que me seguía. Desde mi escondite, me complacía en verla devorar aquel universo nacido de mi mente. Juntos recorríamos cada página, saltando de acá para allá, de una preposición a un verbo, de una idea a otra. Nos deteníamos morosamente en cada descripción, conteníamos el aliento cuando algún peligro acechaba a nuestro héroe y sufríamos juntos con sus desdichas.
        De mi mano escalaba la joven las altas cimas de mi pensamiento. Muy satisfecho decía para mis adentros: “Qué chiquilla esta, dentro de poco, el cuento será más suyo que mío”. Y miren ustedes por dónde, ahí radicó su error. Porque eso sí que no, hay ciertas libertades que yo no le tolero a nadie.
       Quizás convendría, con el fin de que puedan ustedes seguirme mejor, explicar un poco el tema de mi cuento. En realidad, este consiste en una reflexión sobre la falacia de la felicidad y la imposibilidad del amor eterno. Para ello había situado a mis personajes (un apuesto príncipe y una delicada princesita) en un castillo medieval. Pues bien, mi joven lectora, a fuerza de recorrer las páginas de mi cuento, había terminado por conocer como la palma de su mano hasta el último rincón de mi castillo. Poco a poco se había instalado en mis dominios. Allí estaba ella, enseñoreada de aquellas vetustas piedras góticas y de sus contornos.
       Recordarán ustedes, si han leído mi obra, que escribí un final algo ambiguo, pero cualquier persona inteligente puede deducir que el príncipe no vuelve jamás al lado de la princesa. No me negarán que fue muy ingenioso recurrir al tópico lago romántico, de turbias aguas rieladas por la luna, para expresar el negro futuro de la protagonista, condenada a esperar eternamente a un amante que nunca retornará junto a ella.
         Es evidente que mi lectora cometió una gran equivocación cuando decidió, por su cuenta y riesgo, que las aguas del lago eran límpidas y cristalinas, surcadas por airosos cisnes. ¿Es que no había comprendido nada? Cada vez que la joven releía mi cuento, transformaba en algo distinto mi creación. Aquella tarde en que mi rubia amiga imaginó un alegre lago digno de Walt Disney, dejó abierta la puerta a un final feliz.
       Tuve que asistir impotente a la demolición de mi cuento. Un día era el lago, otro, mi protagonista femenina peinaba rizos negros en lugar de larga trenza. Si no se detenía aquello pronto, ni yo mismo, el autor, sería capaz de reconocer aquel ente proteico.
         Temblaba cada vez que la irresponsable muchacha posaba sus ojos en mi escrito. ¿Qué confianzas eran esas? ¿Cómo se atrevía? Me precio de ser una persona de carácter, por eso decidí frenar esa degeneración continua. Puse el caso en manos de los tribunales. Cuando entablé el proceso, esa niña impertinente estaba cambiando la disposición de las habitaciones del castillo. Eso era lo de menos, pero ella no tenía ningún derecho, como le expliqué al juez.
         Al parecer, no está muy claro quién de los dos tiene razón. Por una parte, yo alego que inscribí mi obra en el registro de la propiedad intelectual; es mía y solo mía. Por otro lado, algunos juristas sostienen que desde el Derecho Romano el uso continuado una cosa conduce a su propiedad, y así, puesto que la desconsiderada joven ha leído mi obra más que nadie, incluso más que yo, habría acabado por hacerla suya con todas las de la ley.
         Espero impaciente el resultado, la situación empeora por momentos. La última locura de esta chiquilla es para llevarse las manos a la cabeza: al regreso del príncipe, los enamorados han contraído matrimonio. En el tenebroso jardín que yo concebí celebran cada domingo una barbacoa a la que invitan a los vecinos de los alrededores.
          Además, esta ladrona que me ha arrebatado el producto del sudor de mi tinta, tiene un gusto atroz. Ha instalado una lámpara de diseño junto a la silla en la que se sentaba el anciano rey. Por si fuera poco, ha llenado los jarrones de cristal de Bohemia con ramos de margaritas. ¿Habrá flor más vulgar que las margaritas?

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PAZ HINOJOSA (Granada, España). Es doctora en Filología Hispánica. Trabaja como profesora de Lengua y Literatura en un instituto. Ha sido seleccionada en algunos concursos literarios y ha publicado varios relatos en revistas y antologías. Es autora del libro de cuentos Poetas como dioses (La Fea Burguesía, 2020).
 
3 Comments
MANUEL ANGEL GOMEZ
3/5/2022 07:07:29 am

Así son las cosas. Después, irán a los toros y a la feria de quesos y a la romería y a una comunión y a dos bautizos y pasearán entre sus súbditos meneando la mano con gracejo .Y todavía le quedará tiempo para llenarte la casa de niños, perdón, de niños/niñas.
Muy bueno. Me he divertido mucho con él.

Reply
MANUEL ANGEL GOMEZ
3/5/2022 07:11:33 am

Olvidé decir que una vez que lo publicó, efectivamente, ese cuento dejó de ser suyo, así que no esperes que un juicioso y ecuánime juez se enternezca y haga una excpeción con esa impar creación...

Reply
Paz Hinojosa
5/5/2022 08:45:29 am

Me alegro de que te haya gustado. Y, por supuesto, el cuento pertenecía a los lectores, así que tenían todo el derecho del mundo a llevar a los príncipes de romerías y ferias (eso no se me ocurrió). Ese pobre autor enfadado no va a ganar jamás el pleito.

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