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FICCIONES

PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO

AARÓN ORMEÑO HURTADO

19/5/2018

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LO MALDITO EN LO BENDITO

         La saliva hierve sobre la plancha donde su mamá fríe hamburguesas. Escupimos. Tenemos que aprovechar la ausencia de adultos para hacer esta pequeña travesura y presenciar lo efímero de nuestra baba en tan alta temperatura. No hay nada que hacer esta noche. El aire sopla con el aliento del mar y mañana se tendrá que regresar al colegio. La pesadez en toneladas para levantarse. Qué crueldad esa manera de empezar los días, haciendo cosas involuntarias como asistir al colegio. Me despido de Marlon y dejamos de pensar en aquellas raras cosas que nos explicó el profesor de Educación Familiar. Asistimos a un colegio religioso. En realidad nos tratan como pacientes de alteraciones mentales, supongo.
         Débilmente trato de aferrarme al sueño. El silencio es bullanguero. No me deja dormir. El cuerpo lo siento incómodo. Leo, escucho música, miro televisión. Quedan tres horas para ir al colegio. Por fin quedo dormido. Despierto. No tengo ganas de bañarme. No tengo ganas de presentarme ante el mundo: esa cuadra entera a la que amo y odio, con sus canchas de fulbito donde soy tan feliz y sudoso. Es un buen colegio dicen. Los pelícanos del muelle de pescadores del Callao vuelan sobre los recreos y espero que defequen al padre Sorde en la cabeza. Siempre nos lleva a un salón con tres televisores y audífonos. Nos dicen que el rock es basura, que es malo, que solo lleva al homosexualismo porque los cantantes promueven su ideología. Después tenemos que ir a una misa en honor a no sé quién. No recuerdo bien. No he prestado nada de atención. Solo pienso en la salida para irme a comer nísperos acaramelados. Sorde es prácticamente sordo. No escucha a nadie que no sea el director. En la misa nos hablan cosas tiernas e interesantes. Yo espero las canciones que son de lo más melodiosas. Me encanta ese cancionero, pero detesto a Sorde que vende la religión como si fuese un menú. Tengo quince años y me siento tan muerto. Entro a un templo y veo a Cristo sangrando, eso me deprime quince veces más. ¿Acaso no podían magnificarlo sonriendo? Veo a la virgen María y me quedo maravillado. No se trata de la belleza de una imagen de yeso. Se trata de la capacidad de alumbramiento, de nacimiento, de la esperanza de parir algo nuevo.
         Una vez Sorde me encontró tomando con unos compañeros en un retiro. Habíamos metido una botella de ron y estábamos en un cuarto. Localizó la botella en mi mochila. Me la había sacado de mi casa, de una reunión que hubo en las vísperas de mi reposo espiritual. Siempre me sentía como una hojarasca que alguien debía pisar de alguna buena vez, y hacerme crujir sin nada más. Necesitaba algo para mí, algo que no estuviera en la prédica que se opacaba más en mi cerumen. Apareció Sorde y notó que había estado bebiendo. No lo pude ocultar. Me envió al patio de la casa de retiro en Cieneguilla. Temblaba de frió. Ya muy de madrugada lo notó y me dejó entrar a mi habitación. Mientras me gritaba, imaginaba miles de cosas para no prestarle atención, entre ellos, los goles que días anteriores miré en un especial sobre Teófilo Cubillas. Creo que desde ahí nació mi enemistad. Yo tuve la culpa, pero le notaba un placer en hacer sentir mal a los demás.
         Cada uno de mis amigos es un saco repleto de historias. Algunas sórdidas y otras mansas. A Guillermo le dicen “azul”. Creo que tiene ese apodo por que le gusta el blues y como nadie puede pronunciar alguna palabra en otro idioma, le dicen la traducción. O creo que se lo dicen por su afición a la pintura y porque a veces llega con las manos manchadas. César es como él se define: un explorador del sexo. Tiene toda la pornografía posible y fue el primero que me dijo la palabra masturbar, cuando yo ni siquiera sabía de qué se trataba. Walter era una persona dedicada a ver televisión. No existe programa que no haya visto, ni telenovela que por lo menos no sepa su argumento. Caminamos por las calles y a veces vamos al colegio de mujeres que está a algunas cuadras del nuestro. Verdaderamente preferimos ir al cine entre nosotros, sin compañía, aunque nos llamen antisociales.
         Por las mañanas nuevamente a rezar y escuchar las palabras de Sorde. Siento las mismas nauseas de los más pequeños de la primaria en su primer día, cuando terminan desparramando sus desayunos y entrando en pánico por sentirse alejados de sus padres en un lugar con tanta gente nueva. En realidad me siento un extraño, pero dicen que existe una sola religión certera: la católica. Al frente del colegio hay un templo evangelista donde tocan música interesante. Además tienen buenísimos instrumentos a comparación de nuestro templo. Ellos saltan y al parecen la pasan bien, pero de un momento a otro están muy tristes pidiendo perdón, al igual que los católicos. Un día pasé con Guillermo y César por su acera y vimos a un compañero salir de ahí. Nos miramos, nos preguntamos entre nosotros, pero jamás le preguntamos algo a él. Nadie vio nada, nadie supo nada. Siempre se decía que él era evangelista y estaba en el colegio católico porque era el que le quedaba más cerca.
           El lunes no es el mejor día porque es el primero de labores, pero bueno, ya estoy en el colegio. No sé quién toca un pito. Nos meten a todos al salón de clases. Sorde dice colérico que se han robado la llave de su cajón donde tiene dinero. Pero por qué pensará que el culpable estará entre nosotros. Nos grita. Su saliva salpica en los rostros de los que están más próximos a él. Gordo, alto, con el cabello corto, afeitado, perfumado, pulcro en su ropa, pero tan endiablado que solo tocarlo sería quemarse. Toca la puerta el conserje y le dice que corra, que su madre está en el teléfono y que necesita hablar con él. Sale y todos empezamos a insultarlo a su espalda, le mentamos la madre y engrandecemos cualquiera de sus defectos, como sus labios dilatados o sus orejas irónicamente exageradas como si en realidad supiera escuchar a sus alumnos.
            No tarda mucho. Regresa furioso y mira alrededor. Nada le importa más que vengarse. Observa con odio como si tuviera un arma incandescente con la mira a la deriva. Tocan de nuevo la puerta. Es nuestro tutor que pregunta qué está sucediendo. Al dar la espalda nuevamente, insultamos a Sorde y como un rinoceronte pasa entre todos con una gran fuerza hasta mandar una tenaz cachetada en el rostro de Marlon. Nadie sabe por qué empeñó su castigo en él, solo miramos la marca del denario que ha quedado en su acalorado pómulo. Todos nos paramos haciéndole frente al sacerdote y con ganas de molerlo a golpes. Sorde dice que jamás seremos buenos católicos y que jamás seremos algo en la vida. Odio con tanta intensidad por primera vez en mi vida. Cuando Rubén –el más fornido de la clase- se acercaba al sacerdote como un púgil, el tutor gritó un elevado “carajo” que detiene los ánimos de todos.
         Pasó una semana y el padre ya no estaba. Contaron que se había ido a otro colegio de la congregación. Que exigieron su traslado. Que no era saludable mantener tensiones entre los docentes y el alumnado. Tanto se ha dicho y poco es lo que creo. Todos casi reprobamos en conducta. Ahora es la clausura del año escolar y nos están haciendo rezar por él. Todos lo odiamos. Nadie extraña a quien no quiso. Todos piden para que le vaya bien pero por dentro solo desean que le lluevan piedras. Miro la imagen de la Virgen y lloro porque he conocido lo que es el odio y creo en todo y en nada. He comprado pastillas para acabar con mi maldita gripe, pero mejor las boto. Prefiero comprar otras con somnolencia y estar atontado por un rato. Abro el inodoro y ellas se van en el remolido de agua. Tiemblo por odiar tanto. Odio haber odiado, odio a quien me enseñó a odiar. Pienso en las cruces que llevan las personas, en la pesada madera que marca la espalda, en si los rosarios ahorcarán el odio tan humano como la idiotez. Miraré el horóscopo para entretenerme imaginando tontas probabilidades de mi futuro. Tengo frío, pena y asco de todo.

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AARÓN ORMEÑO HURTADO(Lima, Perú, 1983) es poeta, periodista y realizador audiovisual. Es autor del poemario Contrabajo y huesos (Paracaídas, 2014) y ha publicado cuentos en la revista Correo semanal (Lima).
Relato inédito
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