FICCIONES
PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO
LA CASA DE LOS ÁNGELES Me miras inquisitivo con tus profundos ojos de venado y yo no puedo sostenerte la mirada, prefiero desviarla hacia la réplica del cuadro de van Gogh que cuelga en nuestra sala; me fijo en el café terraza, en las mesas dispuestas y vacías que se extienden a lo largo, en los viandantes y comensales de rostros difusos, en las ramas de un árbol que asoman con timidez, en el ambiente festivo y caluroso gracias al amarillo del farol que alumbra el café, pero esta luz resulta demasiado intensa, demasiado irreal, ¿cómo una sola lámpara de gas puede iluminar de forma cegadora al lugar? Pienso en el color azul de la noche: es demasiado claro, si la pintura hubiera pretendido imitar a la realidad, las estrellas no podrían verse. Pero a van Gogh no le importó la realidad y yo celebro tanto su capacidad de romperla, de construirla como se le dio la gana a través de sus cuadros, de su locura, de cortarse una oreja y regalársela a una prostituta; por supuesto, yo no pienso imitarlo, más bien pienso en la manera de desdibujarte el gesto de pesadumbre, tu ceño fruncido y tus ojos acusadores de: ¿Por qué lo hiciste?... ¿Qué quieres que te diga?... porque sí, porque quise, porque lo creí justo, porque si van Gogh iluminó la noche con estrellas y con un azul claro, ¿por qué yo no podía iluminar la tristeza? Eso es lo que pienso, pero no te lo digo y tú tampoco pronuncia nada, hablamos en silencio, tú con los ojos en mi hombro y yo con los míos en la pintura. Quiero decirte que no me arrepiento, que con este acto hice un bien. ¡Ay si me animara a romper el mutismo, te diría que lo planeé desde hace una semana, justo cuando mamá regresó a casa, luego de las vacaciones!, te diría: no lo siento, me alegro, ya no lloro, mi mirada ya no se pierde en el desconsuelo ni en el pasado lleno de recuerdos de sonrisas y orejitas, estoy plena de tranquilidad. Debes estar contento. Mira, cada vez que íbamos al cine o por unas cervezas y te decía: pasa por la casa de los ángeles, no lo hice con el simple propósito de ver al Caballerito, no, yo quería analizar la altitud de las rejas, del muro, medirlo, sopesar si era más alto a otros que salté en mi niñez cuando robaba gatitos, verificar las horas de ausencia de la dueña y saber finalmente si el robo era viable. Claro que lo era, muy fácil, por cierto. El muro no era muy alto, la reja no tenía alambrado de púas y al Caballerito lo mantenían en un pasillo lateral protegido, únicamente, por una puerta metálica de menos de medio metro. Decidí que hoy, miércoles, pero a la una de la tarde era excelente: estoy libre de clases por más de tres horas. David, mi cielo, tal vez si me arrepiento de algo: de mentirte. Te dije que te quedaras en la oficina del colegio, que no vinieras conmigo, que yo iría a darle de comer a Rama y a Luna, que estuvieras tranquilo, que ya sabía conducir por el barrio, que confiaras en mí y lo hiciste, me diste un beso, me temblaron las manos de nervio y de culpa porque nunca te miento. Abordé el carro, lo prendí y enfilé a la acción que nos daría paz mental, bueno más a mí que a ti. Llegué y aparqué en la puerta de nuestra casa y caminé hacia el parque. Me dominó la convicción de que mi acto era equivalente a salvar a alguien de ser atropellado, proveerle alimento al hambriento, brindarle un abrazo al atribulado, sí, sí, no sería un robo. Con esta certeza, apreté los dedos y corrí a mi destino. En la acera y en las calles no había nadie pues a esa hora los hijos están en las guarderías disfrazadas de colegios y los padres en las maquiladoras. Me detuve en la casa de los ángeles. Volteé a ver al parque y tomé conciencia del inicio de la primavera, disfruté por unos segundos de mirar los primeros retoños de hojas tiernas y pequeñas, me pareció advertir en los árboles somnolientos una sonrisa de aprobación. Les devolví la sonrisa y trepé la reja, cuando alcancé la punta, me impulsé hacia el muro que conducía al pasillo lateral y una vez ahí, brinqué al interior de éste. El caballerito estaba ahí, me esperaba, sabía que lo rescataría: me miró con unos ojos alegres de palomita que recibe pan, lo cargué y le dije: no tengas miedo. Él respondió posando su patita en mi mejilla. Lo coloqué en la mochila, dejé espacio para que sacara la cabeza y antes de brincar eché un vistazo a las estatuas de los ángeles de arcilla blanca que estaban junto a la ventana, pese a su inmovilidad, a su blancura fría, vi en sus labios la misma sonrisa de los árboles. Dios nos bendice, murmuré y brinqué la puerta pequeña, trepé la reja, luego el muro y salté a la calle. Caminé muy rápido y cuando consideré haber avanzado un buen trecho, saqué a Caballerito de la mochila y corrí con él en brazos, llorando, hasta llegar a casa. Una vez en la entrada, Rama y Luna presintieron que lo traía de regreso pues tocaron las campanas de la puerta con mayor ahínco que de costumbre. Abrí, entramos, lo bajé y él se puso a jugar con sus padres; saltó, saltó y se revolcó con ellos. La felicidad había vuelto a la casa. Entre lágrimas, saqué la carne del refrigerador y les di de comer a los tres. Cuando terminaron, abrí la rejilla que da acceso a la sala y los cuatro corrimos entre los muebles para celebrar el rescate. Jugamos hasta que dio la hora de irme al colegio. Los dejé dormidos en sus camitas. Eso fue todo. Al llegar al trabajo, tú me notaste diferente, me dijiste de cierto brillo en mis ojos, una luz en mi gesto, un excesivo buen humor al que no estás acostumbrado; me preguntaste qué me pasaba y yo no quise contarte, decidí que al final del trabajo, cuando llegáramos a casa, presenciaras el motivo de mi resplandor. Así fue, abriste la pesada reja, metiste el carro, nos bajamos, introdujiste la llave en la primer cerradura, luego otra llave, otra cerradura y la casa nos extendió los brazos, nos dejó ver a lo que a nuestro juicio eran niños, niños saltarines que movían la colita y reían a cada ladrido… pero había uno que tú no esperabas ver: a Caballerito, ahí lo tenías, a tus pies; moviste la cabeza y dijiste mi nombre; no te respondí, me incliné, abracé a Caballerito y crucé a la sala. Aquí sigo, con la mirada en el cuadro de van Gogh, sosteniendo en brazos a un osito de ternura y fidelidad. Lo lleno de besos en su pelaje obscuro y suave de algodón; él me lame la mejilla y tú sigues con la mirada cuestionadora. Sabes, yo no quiero responderte, no con palabras. Voy a animarme a verte fijo, así: alzó la barbilla con la misma seguridad y entereza con que robé, abro los ojos para que veas en ellos mi preocupación pretérita por este ser indefenso, para que sientas mis noches de insomnio pensando en el Caballerito, en el error que cometí al venderlo a quien no sabía cuidarlo, a quien no sabía llenarlo de cariño, de mantenerlo limpio, de darle mimos, caricias y canciones; veme bien, en la mejilla aún conservo cierta dureza de cuando mi gesto se contraía en llanto cada vez que recordaba la tarde en que lo vimos en el pasillo de la casa de los ángeles, lleno de polvo, sucio, apoyado en la reja como quien busca protección, solo y asustado. Sabes bien que no tuve paz desde ese día, que me la viví orando para que sus nuevos amos lo amaran y cuidaran como nosotros, pero me cansé, me harté, yo no iba a esperar a que la providencia divina se apiadara de mi cachorro; llegué a la conclusión de que yo sería su providencia. Al diablo con esperar, con tener paciencia, con hablar con el niño para que aprendiera a cuidar a un ser tan bello. Ya sé, ya sé, comprendo que me reclamas por qué no te comenté de mi inquietud, de mis planes, que fui apresurada, que debí ponderar la posibilidad de reclamarlo de regreso, pero no, no lo consideré viable, ¿sabes por qué?: imagínate la lloradera de ese niño de cabeza redonda, con gesto bobo y santurrón rogando para que no le quitemos a su “mascota”, o el rostro duro de su madre negándonoslo para que su nene esté contento... ellos no nos lo iban a devolver, lo mejor era robarlo. Enternece tus ojos de venado, mi amor, ahora Caballerito estará seguro, limpio y bien cuidado. ¿Por qué debíamos permitir que nuestra perla durmiera en el lodo? Si quieres, para calmar tu conciencia, mañana, a media noche, cuando no nos vea nadie, vamos a esa casa y les aventamos, a los pies de los ángeles, un billete de mil pesos. Relájate y disfruta a nuestro Caballerito, míralo correr con sus padres.
1 Comentario
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21/9/2022 03:58:04 am
Buenos días señor / señora,
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El Coloquio de los Perros. ALFARO GARCÍA, ANDREA
ALMEDA ESTRADA, VÍCTOR ALBERTO MARTÍNEZ, DIEGO ÁLVAREZ, GLEBIER ANDRÉS, AARÓN ARGÜELLES, HUGO ARIAS, MARTÍN ÁVILA ORTEGA, GRICEL AYUSO, LUZ BAUK, MAXIMILIANO BEJARANO, ALBERTO BELTRÁN FILARSKI, OLGA BOCANEGRA, JOSÉ BORJA, NOÉ ISRAEL CABEZA TORRÚ, JUAN CÁCERES, ERNESTO CAM-MÁREZ CAMACHO FERNÁNDEZ, GREGORIO CANAREIRA, A. D. CASTILLA PARRA, JOSÉ DAVID CASTRO SÁNCHEZ, JUAN CATALÁN, MIGUEL FONSECA, JOSÉ DANIEL
FORERO, HENRY FORTUNY i FABRÉ, CESC FUENTES, FRANCISCO FRARY, RAOUL GALINDO, DAVID GARCÉS MARRERO, ROBERTO GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARCÍA MARTÍNEZ, AMAIA GARDEA, JESÚS GIORGIO, ADRIÁN GÓMEZ ESPADA, ÁNGEL MANUEL GUILLÉN PÉREZ, GLORIA GUTIÉRREZ SANZ, VÍCTOR HACHE, MYRIAM HAROLD BRUHL, KALTON HERNÁNDEZ, JOSÉ HERNÁNDEZ, JUAN FRANCISCO HERNÁNDEZ NAVARRO, MIGUEL ÁNGEL HINOJOSA, PAZ HIRSCHFELDT, RICARDO HIRSCHFELDT, RICARDO [EL ABANDONO] JUNCÀ, JORDI KOUZOUYAN, NICOLÁS LÓPEZ, DOMINGO LÓPEZ-PELÁEZ, ANTONIO LÓPEZ LLORENTE, JORGE LÓPEZ VILAS, RAFAEL MAHTANI, VIREN MARDONES DE LA FUENTE, ALEJANDRO MARTÍN, RAIMUNDO MARTÍNEZ COLLADO, GUILLERMO MÉRIDA, JAVIER / BARRETO, SERGIO MEROÑO, ANTONIO MILLÓN, JUAN ANTONIO MIRELES, JUAN MONTERO ANNERÉN, SARA MONTOYA JUÁREZ, JESÚS NORTES, ANDRÉS OLEZA FERRER, CARLOS (DE) ORMEÑO HURTADO, AARÓN OSORIO GUERRERO, RODRIGO OTAMENDI, ARACELI OUBALI, AHMED PANZACOLA, ELIOT PARDO MARTÍNEZ, SAMUEL PÉREZ ALONSO, ALBA PIQUERAS, CARMEN PUJANTE, BASILIO QUINTANA, JULIO RECHE, DIEGO REMEDI, ROBERTO A. RODRÍGUEZ GARCÍA, JUAN AMANCIO RODRÍGUEZ OTERO, MIGUEL ROSADO, JUAN JOSÉ RUCHETTA, MAURO SÁNCHEZ LOZANO, PILAR SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ SANZ, PEDRO SCHUTZ, LOLA SEGURA, ALEJANDRO SEVILLANO, ATILANO TOMÁS, CARMEN TORTOSA, JAVIER TRENADO, ENRIQUE URTAZA, FEDERICO VIDAL GUARDIOLA, NATXO Hemeroteca
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