FICCIONES
PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO
SOBRE LA LEY DE KAFKA En el cuento titulado ‘Ante la ley’ de Franz Kafka, el autor se limita a contar someramente la historia de alguien, supongamos que se llama Gómez, quien desea entrar a la ley y le resulta imposible porque su destino así lo dicta. Los aficionados a Kafka, que no son pocos, pero tampoco muchos, ya saben cómo termina el terrible cuento, quizá el más áspero de todos los cuentos. Quizá el mejor. Sin embargo, a pesar de su paradójico argumento, este relato no agota todas las posibilidades de la ley, ya que resulta sospechoso el silencio que mantiene su autor sobre los entresijos y laberintos interiores, lo que ha dado lugar a no pocos interrogantes y conjeturas metafísico-filológico-legales. Ciertos descubrimientos literarios han puesto de manifiesto algunas lagunas en el mapa interior de la ley. En primer lugar, en lo que se refiere a su estructura general, el cuento apenas ofrece unos pocos datos tan superficiales que resultan insuficientes. Sin embargo, estudios recientes han arrojado un poco de luz sobre algunos aspectos aislados. Hace poco se ha sabido, gracias a la moderna técnica de la fotografía aeroespacial, que el edificio de la ley posee ciertas peculiaridades que lo hacen único. Se sabe que el muro exterior es un círculo inmenso, carente por completo de ventanas. Esto ha sido confirmado por una expedición que ha tardado treinta y nueve años en rodear el edificio y ha tomado nota de su estilo arquitectónico. La infinita estructura es un conjunto de círculos concéntricos semejante al descrito por Dante en su Comedia, pero menos poblado. Todo el mundo conoce, gracias al cuento de Kafka, al guardián del primer patio y su carácter antipático y sublime. Prescindiré por ello de referirme a él, por el momento. El guardián del segundo patio amurallado, lejos de ser más poderoso que el primero, tal y como quiere dar a entender este en su conversación con el suplicante, es una persona sencilla y modesta que vive de los escasos ingresos de su trabajo, y que jamás ha sostenido la más mínima disputa por conseguir llegar a ocupar el primer puesto, es decir el de guardián exterior, que es el más prestigioso y solicitado, ya que le ha permitido protagonizar uno de los cuentos más terribles de la literatura metafísica. En su célebre ensayo Los guardianes de la ley el doctor Amadeus Lómbriz nos ha dejado la descripción detallada de los guardianes más sobresalientes. El cuarto guardián se llama Stephen Dédalus, y es un famoso actor dublinés que ejerció de arquitecto en la isla griega de Creta, donde aprendió el arte de construir mansiones incomodísimas, arte que luego aplicaría en el diseño de la ley. Aunque la ley fue construida, básicamente, para que el suplicante no lograra nunca entrar en ella, esto no significa que la imagen que el primer guardián, llamado Cirilo, le ofrece al pobre suplicante, Gómez, de solidez y unidad en las voluntades de los guardias que la habitan, sea enteramente así. Todo lo contrario. Ya desde la época de las obras, que atrajeron muchedumbres de obreros de muchos países, los conflictos y las luchas sindicales habían convertido ese magnífico proyecto en algo confuso y sangriento. Pero todo ello no fue nada en comparación con la terrible orgía de odio y terror que se organizó a la hora de elegir a los diferentes guardianes. Durante las oposiciones, a las que se presentaron más de cincuenta millones de candidatos para cubrir una sola de las plazas, que luego se redujo a ninguna, los estiramientos de chaquetas fueron tan enormes que a algunos de los jueces les fue remitido un extremo de su propia chaqueta desde otros continentes. Cuando Gómez se presentó el primer día ante las puertas, las cosas estaban muy mal. Kafka no quiso o no supo ver la putrefacción que reinaba en el interior, y se limitó a relatar los modestos hechos que atañen a la vida de Gómez, como si el destino de este fuera lo más importante en todo el asunto. Y para ello no dudó en poner en boca de Cirilo la historia de guardianes cada vez más impresentables y feos. Ahora sabemos que su relato no es más que un modestísimo episodio superficial y ajeno a los conflictos que surgieron entre los responsables de cada puerta. No solo no estaban por la labor de no dejar pasar a nadie, sino que si Gómez no se hubiera dejado engañar tan fácilmente por un cantamañanas como Cirilo y hubiera llegado a hablar con el segundo guardián, habría tenido la oportunidad de entrar en la ley hasta donde hubiera querido, pero, y esto es lo más importante, lo más seguro es que no hubiera pasado de ahí, a la vista del desastre que reinaba dentro. He aquí los nombres y las vidas de algunos de los guardianes que figuran en el erudito catálogo del Dr. Lómbriz. Cartílagus, guardián de la puerta 76. Experto en reuniones de cinco personas. Escribió el famoso ensayo Los Cinco. Usumiyo Tomiyo, encargado de vigilar la puerta número 13. Era un japonés oriundo de Kioto que jugó un papel protagonista en su propia vida, en la que intervino de un modo decisivo, inmiscuyéndose en sus propios asuntos de un modo tan brutal y salvaje que se vio obligado a huir a través de Siberia, en un viaje por toda Asia Central en busca de la puerta que le permitiera vigilar su propio destino. Gabriel el barroco, del que ya he hablado, que era el guardia de la segunda puerta. Fue durante un largo período de su existencia, un lector empedernido de toda la literatura que se escribió acerca de la filmografía de Tarkovski. Pasaba las largas veladas nocturnas de vigilancia leyendo a los clásicos del tema. Muchas veces daba un paseo hasta cerca de la puerta principal y allí podía escuchar las conversaciones entre Gómez y Cirilo. Los oyó hablar mucho de guerras y de modas. También de cine. Esto último fue lo que le hizo interesarse por el cineasta soviético, uno de cuyos personajes, Stalker, era guardia de una de las puertas más alejadas. Un tal Garrolura guardaba la puerta 315, y llegó a decir, en contra de la opinión del propio Kafka, que a partir de un cierto número, todas las puertas carecían de guardián, o bien este era un tanto amanerado, y si Gómez hubiera llegado hasta la puerta 141 a partir de allí todo hubiera sido coser y cantar. Pues bien, este sujeto hizo un famoso viaje hasta la puerta amarilla, que es la que hay un poco más allá de la número 69. Al volver se le oyó decir que en la 314 se escuchaba continuamente un villancico. Y que en la 628 había leído el libro Kimir, donde se afirma que el libro Kimir no existe. También traía una foto de una galería en la que había tres sillas vacías y un vaso de leche desnatada. El guardia de la puerta número 39 era un pariente lejano de Gómez, aunque este ignoraba esta circunstancia. Se llamaba Patricio Mendoza y era doctor en semiología por la universidad de Semiogrado. Había escrito una novela durante sus años de estudiante titulada La Piedra de piedra, cuya acción transcurre en la ciudad de Petrogrado, donde un hombre es acusado de asesinar a su propia bisabuela después de haberla violado con la ayuda de una mecedora de piedra gótica que había pertenecido a un comerciante judeo-húngaro natural de Piedrahita. Luego resulta que el auténtico dueño de la mecedora era también otro de los guardianes, el de la puerta número 837, el cual acusa a Mendoza de involucrarlo en asuntos tan turbios como el tráfico ilegal de mecedoras a través de los montes Urales. Según las fuentes literarias consultadas, el tal Gómez era un aficionado a la fotografía, cuya única obsesión en la vida era entrar a la dichosa ley, no se sabe con qué propósito. Al parecer, había oído decir en su pueblo que la estaban construyendo con la única finalidad de no dejarlo entrar a él, y esto le bastó para que se emperrara en la idea de entrar allí como fuera y echarle fotos a lo que fuera. El caso es que el guardia de la primera puerta, que era de una empresa de seguridad que exigía a sus empleados una sólida formación literaria y filológica, se puso un tanto quisquilloso y le contó la historia que Kafka nos ha dejado escrita, sobre vigilantes con mucha más energía negativa que él. Esta conversación llegó a oídos del tercer guardián, llamado Crémel, hasta el que llegaron también los ecos de las discusiones preliminares, pues el segundo tenía a veces su puerta abierta y hasta allí llegaban los ecos traídos por el viento del desierto. Cirilo a duras penas había conseguido mantener a raya a Gómez en su intento por entrar allí. Mediante engaños y argucias consigue que crea que eso es imposible. Además le explica con claridad que allí dentro no está permitido el uso de máquinas fotográficas, sobre todo si llevan flash. Esto no lo dice Kafka pero existe constancia de que fue así. Cierta noche, después de convencer a Gómez de que no siguiera insistiendo, Cirilo y Crémel salieron a tomar unas copas por los barrios de Praga. —¿Qué quería ese? —dijo— Crémel, quien no tenía muy claro el asunto. —Es un aficionado a la fotografía y a la ley. Mientras estaban hablando apareció en el pub una tal Felice, que era la encargada de la puerta 69. —¿Qué tal, cómo va todo por la ley? —dijo ella. Mal —dijo Cirilo— hoy he tenido una trifulca con Gómez. —Pero creo que no se le esperaba hasta el año que viene, o al menos eso me dijo Franz el otro día —dijo Felice. —Franz no se entera de nada últimamente —dijo Crémel— desde que está escribiendo esa novela del Castillo, lo que pase aquí le trae sin cuidado. —Pues creo que te ha puesto un pleito por suplantación literaria - dijo Felice. —¿A mí? —dijo Crémel— ¿por qué? —No estoy segura. —No ha sido a Crémel —dijo Cirilo— sino a ese tal Tomiyo. Está sin aparecer por su puerta más de seis meses. Según creo ha tenido problemas últimamente con la felicidad. El hombre tenía una casa de papel y fue atracado por un atracador de papel, durante la celebración del gran año del papel, quien le robó los trescientos gramos de felicidad que había ahorrado durante los últimos años con los ahorros de su empleo en la puerta 13. Aunque habló de ello con Kafka y luego ambos se hicieron una foto dándose la mano, creo que después un abogado que también era fotógrafo fue a su casa y le entregó el papel de la demanda. —Mala suerte —dijo Felice. —Había recurrido a un inventor de placeres para que le recomendara algo nuevo —dijo Crémel— no se le ocurrió otra cosa que decirle al pobre Tomiyo que se dedicara a escribir. Tomiyo le dijo que no se le ocurrían temas para hacerlo y el inventor de placeres le recomendó que escribiera sobre algo ya escrito, con lo que se ahorraría el trabajo de buscar un tema. —¿Y qué tiene que ver todo eso con el pleito? —dijo Felice. —Que a Tomiyo se le ocurrió la idea de escribir sobre un cuento de Franz que se llama Ante la Ley. Tomiyo afirma en su escrito que las cosas no fueron como decía el abogado de Praga, o al menos no todas. Parece que desde que está dedicado a escribir eso ya no viene a vigilar. Y Franz ya le ha dicho varias veces que su trabajo no es cambiar sus argumentos, sino estar en la puerta y vigilar —dijo Crémel. —¿Pero Franz controla personalmente las puertas? —preguntó Cirilo. —Supongo que no. De hecho no sabía la cantidad de conflictos que hay entre los guardianes. Fue el propio Tomiyo el que publicó un artículo dejando al descubierto la confusión que reinaba en la Ley. Incluso hizo una exposición fotográfica con guardianes tirándose los trastos a la cabeza. Franz lo ha denunciado por abandonar su puesto de trabajo para dedicarse a revelar secretos literarios. —Pero si Kafka no admite que existan guardias como Tomiyo, ¿cómo lo va a demandar por dejar la puerta 13? —dijo Cirilo. —Eso no es asunto mío —dijo Crémel. En ese momento vieron entrar a Gómez en el pub y acercarse hasta la barra donde pidió un Martini con hielo y sal. Cirilo trató de ocultar su cara para no ser descubierto por Gómez, pero este lo vio al darse la vuelta para ver quién había por allí. Se quedó asombrado al hallarlo en compañía de los otros dos. Cirilo saludó con cara de circunstancias y Gómez se acercó hasta ellos. Al ver a la chica lo primero que se le ocurrió fue hacerles una foto. Luego tomó asiento con ellos. —¿Cómo estás? —le preguntó Cirilo conciliador. —¿Y tú me lo preguntas? ¿Cómo quieres que esté? ¿Es que no sabes que no he conseguido avanzar ni un solo centímetro en la ley? —Vamos a ver una cosa —dijo Crémel— todos sabemos que la ley solo fue hecha pensando en ti. Pero eso no significa que tengas que entrar de cualquier manera. De hecho, los albañiles que la construyeron dejaron dicho que solo si se te negaba el paso a toda costa la ley cumpliría plenamente su propósito, y tan es así, que si te quedaras fuera para siempre, esto podría ser considerado el mayor éxito de la arquitectura enigmática y literaria moderna. —¿Quién es este sabihondo? —dijo Gómez mirando a Cirilo. —Mi nombre es Crémel y soy el tercer guardián. Pero os he oído discutir la semana pasada y estoy al tanto de todo. —Me parece que no necesito tantas coplas. —Mi nombre es Felice y soy la vigilante 69 —dijo ella presentándose y alargando la mano con suavidad. —Me alegra ver que no todos son iguales. Al día siguiente, con la excusa de que había quedado citado con Felice para hacerle unas fotos junto a la puerta 69 y de paso hacerse algunas juntos, Gómez logró convencer a Cirilo de que lo dejara entrar solo hasta la puerta 69, bajo la promesa de volver por la tarde. Esta intromisión completamente irregular alteró los nervios de muchos guardianes que vieron amenazado su puesto de trabajo, ya que ello suponía el fracaso de todo el proyecto. Casualmente Usumiyo Tomiyo se hallaba ese día en su puesto y al ver aparecer a Gómez con la cantinela de que lo dejaran pasar para ver a Felice, y que luego saldría él mismo por su propia voluntad, adoptó una actitud muy hostil y le dijo que antes de dejarlo pasar tenía que consultar con algunos críticos literarios. Gómez sabía de sobra que cualquier consulta con la crítica especializada supondría su probable expulsión inmediata de la ley y que perdería todo lo conseguido hasta allí. Se pusieron a discutir en voz alta y el alboroto llegó hasta los oídos del cuarto guardián, Stephen Dédalus, el cual se apresuró a acudir para intentar solucionar la trifulca. Como había sido uno de los maestros de obra que hizo la ley, se le consideraba una autoridad en los asuntos relacionados con la misma. —Veamos —dijo— ¿qué pasa aquí? Tomiyo le explicó lo que pretendía Gómez, por lo que se veía obligado a consultar con algunos expertos en la cuestión. El experto era un tal Bruno Policarpus, el cual comenzó a sacar tratados de literatura comparada, catálogos y antiguos poemas. Luego consultó la epopeya heroica sobre el gigante Gilgamesh, su vida y sus hazañas y sus malas relaciones con el gigante Enkidu. También consultó la Biblia, y la expulsión del paraíso terrenal por motivos más bien superfluos. Por último examinó un viejo tratado sobre el laberinto de Cnossos. —Aquí dice —dijo el crítico refiriéndose al Génesis— que por comerse una simple manzana fueron expulsados del paraíso. El árbol del bien y del mal estuvo presente durante aquella emocionante jornada. Hubo mordiscos y serpientes. En fin, no faltó de nada. Pero, sinceramente, no veo motivos para tomar una decisión tan drástica por una fruta tan sana y natural. Ni que fuera la única manzana. No sé qué pensar. —Eso no nos ayuda con el problema —dijo Dédalus— aquí la cuestión no es echar a nadie de ninguna parte sino, simplemente, no dejarlo entrar. Y el motivo es aún más oscuro, ya que no lo tenemos claro. Según parece la ley se hizo por recomendación de un agrimensor anónimo. Luego Kafka fue por ahí diciendo que este hombre aquí presente iba a venir con la intención de meter sus narices dentro, pero sin decir para qué ni cómo. Cuando se presentó Gómez todo estaba ya casi preparado para empezar a impedirle la entrada. Todo el mundo pensaba que lo que había dicho Kafka eran palabras que pertenecían a la propia ley, y que de alguna manera su construcción obligaba, como una consecuencia de carácter sobrenatural, a cumplir aquéllas palabras que el escritor dejó impresas. La crítica tomó cartas en el asunto y dio alas a la teoría de Kafka. Todos los críticos se hicieron una piña con el asunto y el pobre Gómez, al que habían involucrado literariamente, se vio envuelto en un dilema insencillo. O quedarse en su casa con modesta disposición, haciendo caso omiso de las habladurías, o presentarse ante la ley a sabiendas de que todo iba a estar en su contra. —Comprendo —dijo Policarpus— y estoy convencido de que un análisis profundo de las confusiones a que ha dado lugar la ley podrían ayudar a esclarecer la cuestión. De todas formas, mi consejo es que, de momento, Gómez actúe conforme a su propia conciencia. La ley es la ley, pero el alma humana tiene también sus pequeñas leyes que no son paja blanda. —Yo no aspiro a nada —dijo Gómez— y me importa un bledo la ley. Lo único que estoy intentando hacer es ir a ver a Felice, con quien tengo algunas cosas que me interesa aclarar. Entre ellas, me gustaría hacerle algunas fotos junto a su puerta. Se lo prometí y ella es una mujer que no es fácil de olvidar. Por ello necesito que la crítica literaria se pronuncie acerca de la conveniencia o no de cruzar las puertas de la ley de una forma natural, con la rotundidad que da el no saber nada de nada y el descreer de los compromisos poéticos y ontológicos de la ley. —Pero nadie debe olvidar esos compromisos —dijo Tomiyo— o de lo contrario habremos ido demasiado lejos. —¿De qué estás hablando? —dijo Gómez. —De mí mismo —dijo Tomiyo. Pero antes de que nadie pudiera contestarle apareció Stalker, que era el vigilante de la puerta 314. Según dijo había abandonado su puesto de trabajo hacía más de veinte años y erró sin ningún orden por los pasillos de la ley en busca de la persona encargada de pagarle la nómina, pues estaba sin cobrar varios lustros. Llevaba una fotografía vieja de esa persona, que era más una ficción que una realidad, y probablemente la foto aquélla la habría sacado de algún catálogo viejo y pasado de moda. Stalker tenía una amiga que era la encargada de la puerta 628. Entre ambos habían organizado una tertulia literaria en un lugar llamado la zona literaria, que poseía la virtud de que los participantes lograrían escribir versos excelentes. El guardián de la puerta 471 se llamaba Pirano y había organizado un círculo agrícola alrededor de su puerta donde se hablaba y discutía de todos los asuntos cerealistas y agropecuarios así como hortofrutícolas de la parte más fértil de la ley. Sin embargo esto no fue visto con buenos ojos por el de la puerta 96, de nombre Cardolario, que había asistido a algunas reuniones del Círculo de Viena, y en su opinión el círculo agrario poseía un radio pi veces inferior al del círculo de Viena, por lo que sostenía la superioridad de aquél con respecto a este. Igualmente afirmaba la superioridad del círculo vienés con respecto a la tertulia de Stalker. También intentó ligar con Felice, de la puerta 69, basándose en la similitud de sus números, pero a ella ése detalle no la había convencido del todo. Una mañana Gómez se presentó ante la ley con una fotografía del círculo de Viena y otra de la Tertulia de Stalker, en la que aparecían este acompañado por García Lorca, Miguel Hernández y la otra amiga que regentaba un night club en la puerta 628 y que, junto con Stalker, eran los organizadores de aquella tertulia, la cual se celebraba en la puerta 471, donde había un café llamado Tertulia 17. En la foto del círculo de Viena estaban representados Freud, Wittgenstein, Godel y Mata Hari, formando un cuadrado inscrito en un círculo de radio igual a un metro y 314 centímetros. La guardiana de la puerta 628 se llamaba Sonia. Al ver ambas fotos Cirilo le dijo a Gómez con sorna: —¿No se tratará de otro de tus trucos para que te deje entrar otra vez? —Nada de trucos. Con estas fotos quiero demostrar la superioridad de la tertulia de Stalker, ya que el radio de dicha tertulia, que también es circular, mide exactamente un metro y seiscientos noventa centímetros, por lo que sobrepasa al de Viena en más de trescientos centímetros. En aquel momento salía por la puerta principal Usumiyo Tomiyo acompañado por Garrolura y Dédalus, el famoso albañil irlandés. Iban con la intención de darse una vuelta por la tertulia de Cansinos, ya que habían oído decir que esa noche iba a ir Kafka, y deseaban escuchar sus opiniones acerca de la ley para corroborarlas o, en caso necesario, rebatirlas. Gómez decidió acompañarlos, ya que el truco de las fotografías no le había funcionado. Sin embargo al llegar al café donde habitualmente se celebraba dicha tertulia, les dijeron que esa noche la habían trasladado a la puerta número cinco, donde había una cafetería llamada La Quinta de Pi. Con la excusa de asistir a la tertulia, Gómez consiguió de nuevo entrar en la ley. Al llegar al pub ya habían tomado asiento algunos poetas y celebridades, entre ellos Kafka y Cansinos. También había un barbero famoso y varios andaluces de Jaén, así como algunas estudiantes de talleres literarios con su vaso de gin tonic. —La poesía exige silencio —dijo Cansinos rompiendo el silencio que reinaba. —El tamaño del silencio solo se puede medir en silencio o bien con alguna cancioncilla popular —dijo Dédalus, que se había incorporado a la tertulia con gran entusiasmo como corresponde a un gran amante de las tertulias. —Tenemos que hacer algo, o de lo contrario se quedará sin hacer —dijo Kafka. —¿Algo como qué? —preguntó Tomiyo. —No lo sé, cualquier cosa, lo que sea con tal de satisfacer al destino. El destino exige satisfacción y nosotros nunca estamos preparados para dársela —dijo Kafka. —Ese es un tema complicado —dijo Garrolura—, en cambio sería mucho más sencillo que el destino nos diera satisfacción a nosotros, a pesar de ser imposible. —¿Hablas por ti o por alguien más? —dijo Gómez. Garrolura dio un sorbo a su vaso de ron con tónica. —Hablo en nombre de todos aquellos que quieren que hable en nombre de los que no saben que no voy a hablar en su nombre. —No quiero entrar en detalles vergonzosos, pero creo que entrar en la ley no debería ser un detalle vergonzoso —dijo Gómez. —Eso lo dices porque ignoras la ley —dijo Tomiyo—, pero yo sé cómo es y no me gustaría cargar con ella. —Los empleados pueden salir por la puerta de atrás que siempre estará abierta para irse —dijo Kafka. Yo ya tengo bastantes problemas con mi padre y con un proceso que me han imputado por no sé qué. Además está el asunto ese del castillo. No tengo tiempo material para dedicar a los miles de guardianes que custodian la ley. Tendría que ser dios para poder ocuparme de todo, y aun así me vería desbordado por las súplicas constantes de todo el mundo. Que cada uno se entienda con sus asuntos. La zona comprendida entre las puertas 69 y 96 era conocida como la zona M, y era la más peligrosa literariamente. Algunos de los guardias estaban tan bien informados sobre todo tipo de asuntos que a veces escribían en las paredes frases enigmáticas para que todo el que pasara por allí no las comprendiera y mientras se esforzaba por entender su significado incomprensible los guardas aprovechaban ese momento para largarse a las afueras y hacer fotografías de todo cuanto les apeteciera. Alguno de los guardianes, como el de la puerta número 77, eran fotógrafos tan encomiables que habían conquistado el título de doctor fotográfico. Uno de ellos consiguió fotografiar un objeto tan extraño que llegó a ponerse en duda la existencia real de la fotografía misma, afirmándose que era un simple duplicado, y que tanto el objeto como su foto eran falsos. Otro logró fotografiar una piedra que había en el suelo, pero lo hizo con tanta vehemencia que parecía cosa de magia. Varios fotografiaron a personas que habían regresado de un viaje tan largo que en sus rostros se leía la perplejidad. En la puerta 700 había un célebre agricultor y mentiroso que se dio a conocer por sus estudios de agricultura literaria católica. Durante muchos años sostuvo la teoría de que la longitud media de las raíces de las matas de pimientos era diez veces pi. Esto le granjeó la enemistad de la mayoría de los agricultores de la ley, que no veían la necesidad de relacionar pi con el cultivo de los pimientos, ya fueran rojos o verdes. Hubo controversias y certámenes. Pepe, que era el nombre del agricultor, asistió con asombro a la refutación de los principios agrícolas que con tanto ahínco había establecido sobre la base de sus estudios acerca de las plantaciones postmodernas de pimientos agrarios. Vio con estupor expandirse la doctrina según la cual él mentía acerca de pi y los pimientos. —Me importa un rábano que digan que miento acerca de pi y los pimientos —dijo en un congreso acerca de la cuestión de las raíces de las plantas de pimientos y su relación con los números transcendentes, dejándose llevar por un arrebato rabanístico. Pronto se averiguó que la teoría de Pepe carecía de fundamento algebraico. El valor medio de las raíces de las matas de pimientos diferían de 10 П en más de la raíz quinta de П. Como además pi, por ser un número transcendente, no podía ser raíz de ningún polinomio de coeficientes reales, menos aún lo sería de una mata de pimientos, aunque tuviera coeficientes contrarios a la ley. Y lo que se dijera acerca de las raíces bien podría ser dicho de las ramas. Pepe se había ido por las ramas al formular una teoría tan arriesgada sobre las raíces. El árbol de la ley fue plantado por uno de los guardianes más ancianos. Había sobrevivido a varios concilios y esto le valió el sobrenombre de “el Púas”. Era conocido como Paco el Púas y desde joven destacó por su habilidad para deber dinero a la gente. Incluso llegó a deber dinero a personas que no habían existido nunca y de la que no se tenía noticias. Cuando las deudas le llegaron hasta las raíces de la memoria, decidió sentarse en una silla a descansar y esperar bajo el árbol de la ley. Cuando Garrolura supo por persona interpuesta que el árbol de la ley cobijaba a un descansador, quiso hacerle una fotografía paralela, por lo que acometió la tarea de interrogar a todo el mundo. Sus preguntas comenzaron en marzo de 87 y se prolongaron por espacio de varios veranos. Todas las primaveras acudía hasta la silla de Paco a preguntarle que cómo había logrado sentarse bajo el árbol de la ley —Soy un hombre que debe demasiado dinero para estar sentado fuera de la sombra del árbol de la ley —dijo. Pronto brotó una mata de pimientos bajo el árbol de la ley. Garrolura hizo una foto en la que aparece un desierto rodeado de sombras. Esto llamó la atención de varios acreedores de Paco, que no se explicaban cómo era posible fotografiar un desierto bajo el árbol de la ley. —Venimos a que nos enseñes a fotografiar desiertos —le dijeron a Garrolura al llegar. —Me importa menos de medio pimiento todo el dinero que os debe Paco. Para mí lo único importante es que los pimientos nacidos al amparo de la ley estén todos bajo el proceder de pi y de los múltiplos de pi. —El desierto no es calculable sin pi —dijo uno de ellos. —¿Cómo puedo haceros ver que debajo de este árbol solo están permitidas las sombras cuyo perfil se someta a la octava categoría de la cifra de pi? —No te es posible hacérnoslo saber. Paco, el descansado, el salpimentado, el debedor, tomó esa silla en la que ha sido fotografiado 314 veces sin interrupción. Eso es mucho dinero. Nosotros no descansaremos hasta fotografiar a Paco recibiendo un pimiento y algo de dinero de manos de Pepe. Garrolura no salía de su asombro. Hizo venir a una hermosa bella llamada Juana y le mostró toda la escena. —¿Qué me estás enseñando? —dijo aquella. —Lo mismo que tú ves aquí. Paco ha acumulado deudas que son una maravillosa monstruosidad. Ahora comienza a darse cuenta de que en su silla todo es posible. Pepe está obligado a entregarle el pimiento central de su cosecha. El descansador de la silla del árbol de la ley fotografiado por Garrolura con un pimiento fue puesto como hoja de perejil por sus enemigos. Cuando en la ley se hizo el silencio, todos entendieron que se estaba haciendo tarde. Al otro día apareció Stalker con una bolsa de pimientos verdes e hizo un revuelto de pimientos y ajos para salpimentar la vida de Paco. La llegada de Stalker obligó a Garrolura a sacar una foto al árbol. Pero justo en el preciso instante de hacer la foto, desde lo alto de la copa del árbol algo descendía por el aire. Parecía un trozo de papel blanco por un lado. Por el otro era una imagen fotográfica en la que aparecía Dédalus acompañado por Gómez y Sonia. Los tres estaban junto a una hormigonera en la que sin duda se estaba amasando materia para construir la ley. De tal modo que en la foto de Garrolura se veía, a su vez, la foto que descendía de lo alto del árbol de la ley, además del propio árbol. Todo esto movió especulaciones y cábalas acerca de lo que podría significar aquella foto. —¿Se puede saber qué hacías con Gómez y Sonia en esta foto? —preguntó Garrolura a Dédalus mostrándole la foto que él mismo había sacado y en la que se veía la otra foto. —En esa época yo era amante de Sonia —dijo Dédalus. —¿Y Gómez, qué significa su presencia junto a vosotros dos y la hormigonera? —Por aquel entonces éramos jóvenes y necesitábamos hacer el indio. Gómez apareció un día diciendo que había recibido una carta de un agrimensor de Praga en la que le rogaba que comenzara cuanto antes a construir un almacén para dar cobijo a la ley. Gómez era un famoso psiquiatra de Jaén que había estudiado fotografía aérea con un tal Evaristo Pérez. Pero en febrero de 1918 se publicó el cuento de Kafka Ante la ley y Gómez se sintió aludido personalmente. Acto seguido se matriculó en el curso de fotografía agraria del Dr. Lombriz, en Hamburgo y más tarde fue a los Alpes con la excusa de fotografiar unos matojos que habían crecido alrededor del círculo de Viena. Esto le dio ocasión de intervenir en la famosa tertulia lógico-positivista donde hizo una foto al empirismo neocriticista de Popper, en la que aparecen varias moscas y dos o tres plumas de pollo húngaro. La foto le granjeó las puertas del gran mundo académico y la universidad de Heildelberg lo contrató para dar un curso sobre pollos y moscas sueltas. Pero al cabo de poco tiempo la prensa reveló que en la ley había crecido un árbol a cuya sombra estaba descansando un descansador. Gómez vio en esa noticia la gran oportunidad de su vida. A partir de entonces sucumbió a la tentación de fotografiar algunas cosas que luego dio a conocer. Según Dédalus, Gómez fue a entrevistarse con Kafka después de conocer la noticia de la aparición del árbol dentro de la ley. Quería organizar una expedición. —Me gustaría entrar en la ley —dijo. —No puedo ayudarte. Hay guardianes ad hoc para impedírtelo. Yo tengo un cuento escrito acerca de ti y no me gustaría tener que cambiarlo. Es un relato magnífico y un regalo del destino. —No entiendo de literatura. Yo soy fotógrafo y lo único quiero es fotografiar el árbol que ha crecido al amparo de la ley. —¿Eres acaso agrimensor? —dijo Kafka. —Soy agricultor, psiquiatra y fotógrafo agrario. Me gustan los árboles, sobre todo si nacen de manera imprevista. Espero poder hacer una exposición completa de la ley por dentro. Además he oído decir que un descansador se halla sentado permanentemente bajo ése árbol. Eso es importante para mí, que percibo en ello el símbolo de algo hermoso. —¡Maldita sea! —dijo Kafka. Me estás volviendo loco con tanta ambición. Confórmate con mirar por la rendija o por las ventanas. Tras esta agria entrevista, y siempre según Dédalus, Gómez anduvo preguntando por los alrededores del monstruoso edificio de la ley hasta que se enteró de que Garrolura estaba preparando una bienal en Mojácar con sus fotos de la ley y su árbol. Gómez adquirió una hormigonera, siguiendo las instrucciones que el agrimensor de Praga le había hecho llegar. Yendo una tarde con la hormigonera por un callejón en dirección a un paraje de las afueras, para comenzar a construir el almacén, siguiendo el consejo del agrimensor, se encontró con Garrolura que estaba tomando unas cañas acompañado de Sonia y el mismo Dédalus. Pero en aquélla época Gómez todavía no había paseado por delante de la puerta de la ley con la intención de entrar. Como el paso de la hormigonera hacía tanto ruido, ya que se hallaba en plena acción de amasar material para su edificio, esto molestó a Sonia, que se interpuso delante de Gómez y le abofeteó con inusitada energía. Gómez cayó al suelo y la hormigonera continuó su camino. Al oír el relato de Dédalus, Garrolura se puso de mal humor ya que era una historia muy extraña. —Creo que mientes en lo de Gómez y la hormigonera. ¿Cómo puede esta avanzar por la calle como si fuera un vehículo? Estos acontecimientos fueron narrados por el doctor Amadeus Lómbriz en su célebre obra completa La hormigonera y la ley. Anécdotas de la ley Anécdota número 1.- Gómez no sabía que Sonia era amante de Stalker. Por eso quiso visitarla en su piso de Praga, para preguntarle por la hormigonera. Después de aquella tarde en que fue abofeteado por Sonia, había perdido de vista la hormigonera, ya que después del bofetón, fue a pasear por el muelle y ya no pensó más en la ley. Sonia era compañera de piso de Felice, y cuando Gómez fue a su piso, Felice no estaba presente. Luego, mucho después, cuando Gómez conoció a Felice en un pub del barrio gótico de Praga, no imaginaba que Felice era conocida de Sonia. Gómez quiso entrar a la ley solo para hacerse unas fotos con Felice, pero esto le acarreó problemas con la crítica literaria. Algunos críticos publicaron artículos ridiculizando las ambiciones fotográficas de Gómez y atribuyéndole pretensiones que Gómez no tenía, pero el mundo es así. Gómez se vio obligado a escribir un largo ensayo acerca de sí mismo para exponer ante la opinión pública sus propias opiniones sobre la ley, la fotografía y la hormigonera. También habló de pollos húngaros y de Stalker. De este último hacía afirmaciones tales como que no tenía ni idea de cómo organizar tertulias literarias. Stalker era un sujeto muy complicado. Intentó llevar la polémica al terreno fotográfico y presentó algunas fotos muy bellas de terrenos baldíos con imágenes de personas llenas de dramatismo. Sin embargo cuando se enteró de que Gómez había visitado el piso de Sonia se puso como fuera de sí. Stalker había conocido a Sonia en una puerta de la ley llamada la puerta verde. Él estaba entonces bastante perdido en la ley y una tarde llegó hasta aquélla puerta con un libro debajo del brazo. Sonia se hallaba acompañada por un tal Tomiyo, de Kioto, el cual le estaba mostrando en un papel que tenía guardado en una bolsa de papel, los episodios más importantes de su vida. Para él el papel lo era todo. Lo que no pudiera ser representado en papel es como si no existiera. Por eso siempre llevaba un gran papel dentro de la bolsa en donde apuntaba todo lo que veía y pensaba y hacía multitud de esquemas acerca de muchas cosas. Cuando Sonia vio aquél papel de Tomiyo tan lleno de dibujos y rayas y letras quedó estupefacta y empezó a enamorarse del japonés. Pero Stalker había llegado y se deslumbró por la apariencia de Sonia, que era una cosaca de Kazajstán que tenía grandes cualidades intelectuales. Había estudiado en secreto a los pollos en una granja de Ekaterimburgo, pero de eso no dijo nada a Tomiyo, el cual, confiado en sus habilidades con los papeles, creía que ya tenía a Sonia en el bote. Sin embargo, Stalker se les acercó con sigilo y cuando Tomiyo intentaba explicarle a Sonia el contenido de su gran papel, Stalker comenzó a cantar una canción sobre pollos secretos de Ucrania. Esto emocionó en tal grado a Sonia que dejó a Tomiyo con su papel desplegado y corrió a escuchar la canción de Stalker. Luego este le dijo que había recorrido muchas puertas hasta llegar allí y que pensaba reunir fuerzas poéticas para una tertulia. Cuando Gómez supo que Sonia y Felice vivían en el mismo piso de alquiler, concibió un plan para fotografiarlas a ambas y demostrar de este modo que sus relaciones con la ley eran más profundas de lo que pensaba todo el mundo. Como eran guardianas oficiales sabía que solo un hábil golpe de mano le permitiría llevar a cabo su proyecto con éxito. Contrató un detective de la agencia Pinkerton, especializado en asuntos literarios y agrícolas, y le pagó una buena suma por informarle de lo que estaba pasando dentro de la ley desde un punto de vista agrario. El agente le informó acerca del árbol que había crecido dentro de la ley y esto le sirvió a Gómez para elaborar su plan. Con una cámara de la marca Focus que llevaba un zoom potente, aprovechando un día en que Kafka acudió a inspeccionar las puertas, lo fotografió mientras se introducía y hablaba con los distintos guardianes. De este modo logró hacer una foto lejanísima en la que aparece Kafka hablando con el descansador debajo del árbol de la ley. Luego hizo una exposición en el casino en la que aparecen todas las tomas que hizo, y que tuvo un gran éxito de público y crítica. Cuando Gómez fue a la ley y se entrevistó con Cirilo, el primer guardián, tenía algunos argumentos para que lo dejaran entrar. Sin embargo no consiguió convencerlo. Varios días después se presentó acompañado por la hormigonera, en cuyo interior varios pollos aguardaban el momento de abalanzarse dentro del edificio de la ley para recorrerlo a su antojo. Esto ocasionó un gran desastre literario que estropeó todo lo que Kafka había previsto, ya que no contaba con la presencia de pollos austríacos. Sin embargo, entre la confusión ocasionada por los pollos, Gómez aprovechó para meterse allí y llegar hasta el árbol. El descansador había dejado la silla durante un rato para ir a solucionar ciertos asuntos y Gómez aprovechó para sentarse bajo el árbol de la ley.
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El Coloquio de los Perros. ALFARO GARCÍA, ANDREA
ALMEDA ESTRADA, VÍCTOR ALBERTO MARTÍNEZ, DIEGO ÁLVAREZ, GLEBIER ANDRÉS, AARÓN ARGÜELLES, HUGO ARIAS, MARTÍN ÁVILA ORTEGA, GRICEL AYUSO, LUZ BAUK, MAXIMILIANO BEJARANO, ALBERTO BELTRÁN FILARSKI, OLGA BOCANEGRA, JOSÉ BORJA, NOÉ ISRAEL CABEZA TORRÚ, JUAN CÁCERES, ERNESTO CAM-MÁREZ CAMACHO FERNÁNDEZ, GREGORIO CANAREIRA, A. D. CASTILLA PARRA, JOSÉ DAVID CASTRO SÁNCHEZ, JUAN CATALÁN, MIGUEL FONSECA, JOSÉ DANIEL
FORERO, HENRY FORTUNY i FABRÉ, CESC FUENTES, FRANCISCO FRARY, RAOUL GALINDO, DAVID GARCÉS MARRERO, ROBERTO GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARCÍA MARTÍNEZ, AMAIA GARDEA, JESÚS GIORGIO, ADRIÁN GÓMEZ ESPADA, ÁNGEL MANUEL GUILLÉN PÉREZ, GLORIA GUTIÉRREZ SANZ, VÍCTOR HACHE, MYRIAM HAROLD BRUHL, KALTON HERNÁNDEZ, JOSÉ HERNÁNDEZ, JUAN FRANCISCO HERNÁNDEZ NAVARRO, MIGUEL ÁNGEL HINOJOSA, PAZ HIRSCHFELDT, RICARDO HIRSCHFELDT, RICARDO [EL ABANDONO] JUNCÀ, JORDI KOUZOUYAN, NICOLÁS LÓPEZ, DOMINGO LÓPEZ-PELÁEZ, ANTONIO LÓPEZ LLORENTE, JORGE LÓPEZ VILAS, RAFAEL MAHTANI, VIREN MARDONES DE LA FUENTE, ALEJANDRO MARTÍN, RAIMUNDO MARTÍNEZ COLLADO, GUILLERMO MÉRIDA, JAVIER / BARRETO, SERGIO MEROÑO, ANTONIO MILLÓN, JUAN ANTONIO MIRELES, JUAN MONTERO ANNERÉN, SARA MONTOYA JUÁREZ, JESÚS NORTES, ANDRÉS OLEZA FERRER, CARLOS (DE) ORMEÑO HURTADO, AARÓN OSORIO GUERRERO, RODRIGO OTAMENDI, ARACELI OUBALI, AHMED PANZACOLA, ELIOT PARDO MARTÍNEZ, SAMUEL PÉREZ ALONSO, ALBA PIQUERAS, CARMEN PUJANTE, BASILIO QUINTANA, JULIO RECHE, DIEGO REMEDI, ROBERTO A. RODRÍGUEZ GARCÍA, JUAN AMANCIO RODRÍGUEZ OTERO, MIGUEL ROSADO, JUAN JOSÉ RUCHETTA, MAURO SÁNCHEZ LOZANO, PILAR SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ SANZ, PEDRO SCHUTZ, LOLA SEGURA, ALEJANDRO SEVILLANO, ATILANO TOMÁS, CARMEN TORTOSA, JAVIER TRENADO, ENRIQUE URTAZA, FEDERICO VIDAL GUARDIOLA, NATXO Hemeroteca
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