FICCIONES
PEQUEÑOS RELATOS PARA ENTENDER EL MUNDO
SELFCONSCIOUSNESS Veo. Sí. Veo. Ese ajetreo ingrávido ahí afuera, que acompaña a este silencio pesado, como de plomo, que hiere y arde en mis oídos, sólo puede significar una cosa: veo: azulejos; metal; colores fríos; monitores; cables (¿llegan hasta mí?); tubos de ensayo; batas blancas; uf, ese foco frontal, demasiado cerca, me ciega. ¿Me ignoran? ¿Dónde estoy? ¿Qué es toda esa danza lenta?, se diría viscosa y apática coreografía de un réquiem. Oh, no: algo peor: mi nombre. ¿Cómo cojones me llamo? Parecen mover los labios. Hablan; hablan entre ellos, ajenos a mí. ¿Sueño? Esa afonía, esa mudez multiplica la sensación de asepsia de la estampa. Por fin: uno ha reparado en mí, se lanza hacia aquí, abre una boca enorme, como gritando, pero no oigo nada, joder. Le siguen otro hombre y dos mujeres más. ¡Voilá! ¡Hay actividad, hay actividad! ¿Me equivoco? No, doctor, no se equivoca, los marcadores indican que no existe ningún error. ¡Extraordinario trabajo, compañeros! ¿En qué zona? En el lóbulo occipital, doctor: según esto debería estar viéndonos. Algo ocurre. Esa chica de cabello castaño y silueta esbelta, la más activa, lee y desliza entre sus dedos con destreza una tira de papel que muestra el gráfico que no cesa de vomitar una impresora. Joder. Joder. ¿Qué es este circo? No debe ser malo lo que ven, están exultantes. Sea lo que sea lo que me ha pasado, me voy a recuperar. Pero mi nombre, ¿cuál es mi nombre? No mueve los ojos, doctor. No tiene demasiada importancia, ya había previsto una posible dificultad inicial en los músculos extraoculares, tenemos esa intervención programada para esta tarde; poco a poco, enfermera. ¿Me puede confirmar si nos oye? Aguarde un instante, por favor, hasta ahora el sensor no había recogido ninguna actividad pero…, pero ¡afirmativo!, también se refleja algo en el córtex auditivo, sí, también comienza a haber picos… ¿Qué diantres dice esta otra chica que toma mi cabeza amorosamente entre sus manos? Oigo sólo graves y agudos emitidos sin claridad, parecen estar masticando ceniza. A ver: manos brazos piernas pies abdomen nalgas pecho cuello frente. Nada. Na da. No siento ninguna parte de mi cuerpo, me deben estar atiborrando a calmantes. ¿Cómo me llamo? ¡Qué enorme alegría, hemos resucitado a este caballero! Estás en buenas manos, Phillipe, se llamaba así, ¿no?, vas a quedar perfecto. 2 Negro. ¿He dormido? Todo negro. ¿Sueño de nuevo acaso? Vaya por Dios, ¿qué ha sucedido? —¡oigo con más claridad!, ¡esa voz es de hombre!—. Parece que no ve, doctor, creo que no ve, ¡ha perdido la visión! —y ahí hay una mujer—. Todo parece intacto: la córnea, la pupila, el cristalino, la retina… En la intervención sobre los nervios motores para lograr el movimiento hemos debido afectar de algún modo al nervio óptico, doctor. ¿Cómo va a ser eso, enfermera?, ¡están en lugares diferentes!, válgame el cielo, ¿en qué facultad obtuvo usted el título? Sólo intento pensar, doctor, la intervención ha sido extremadamente difícil, no estamos ante un paciente normal, esta reconstrucción… Discúlpeme, quiero decir que ya advertí que se nos entregó a esta criatura en unas condiciones lamentables. Mejor voy a tomar un café, llevo dos días sin dormir, será un milagro si lo conseguimos: ni había estado bien atendido antes, ni se adoptaron los debidos cuidados en el traslado —habla como alejándose—. No quiero ser pesimista, pero ahora mismo me huele más a cadáver que a otra cosa —¿qué mierda dice? ¡Te estoy oyendo!, ¡estoy bien!, ¡ni siquiera siento dolor! Pero, joder, ¡joder! No me escucho. Creo que tampoco puedo hablar. Es evidente: no soy capaz de articular sonido, no tengo forma de comunicarme. Medicuchos de tres al cuarto—. No hables así, mujer, que nos está oyendo —ésa debe ser la otra enfermera—. Si tú lo dices —ha sido un remoto hilo de voz—. ¡No debería usted burlarse, la actividad en el córtex auditivo indica que efectivamente nos escucha! ¡Si continúa en esa actitud, me veré obligada a apartarla del equipo! —el tipo la riñe; dejad de discutir y haced que vea, chapuceros—. Joven, mañana toca pasar de nuevo por quirófano. Vamos a recuperar tu visión, te lo garantizo. Ja, y hablar cuándo podré, que alguien me informe de algo… Negro. Negrura abisal. La conciencia de un hombre solo en el centro de la nada. 3 Azulejos; instrumental médico; colores fríos; monitores; cables, definitivamente llegan hasta mi cabeza (esta mirada rígida mía, sin vida, no sé si también sin brillo, taladrando el frente, me impide ver mis extremidades); ese maldito foco; un hombre; una mujer, la más atractiva. Vuelvo a ver. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Llevan prendas diferentes debajo de la bata: no debe ser la misma jornada inicial. Helos ahí, ignorándome de nuevo. Ella lee, siempre lee. Sorpresa: él le ha apretado largamente el trasero. Se revuelve, no violenta, sí algo incómoda. Me señala. Él parece disculparse con media sonrisa y las palmas de las manos levantadas. No, por Dios, esto ahora no: están hablando y no les oigo. Me habéis devuelto la visión cobrando por ello otra vez mi oído. Siento cansancio, desazón. Ya me habéis visto, ¿no? ¿Qué es ese pequeño bote que traes en las manos y desenroscas, bombón? Ah, colirio. Ahí asoma, la minúscula saeta que me refrescará los ojos. Va a caer de lleno en el izquierdo. Eres guapa, sí, estudiosa jovencita disecciona-jeroglíficos-de-papel-kilométricos. Mi párpado no intenta siquiera defenderlo. ¿Dónde están mis pestañas?, esa turbia y liliputiense tela de araña escorada que debiera enmarcar, sombreándolo levemente, el motivo que contemplo, abrazar aterciopeladamente cada escena que atraviesa en dirección a mi cerebro el verde de mis ojos. ¿Cayó la gota? Extraño: no sentí su humedad. Esta pesadilla no acaba: ninguna sensación me conecta con el mundo exterior. Cogito, ergo sum, tiene gracia, ¿de qué me suena eso? ¿Por qué esa reacción, muchacho?, ¿qué has visto en una de las pantallas a tu espalda que tanto te alarma?... Piensas. Estás agitado. Te acercas ahora tú también a mí con algo entre las manos. Anda, déjame verlo. Ya: un diapasón médico. Lo has golpeado contra algo y lo has colocado a la altura de mi oído derecho. Giras el rostro hacia el monitor mientras pareces sostener la vibración metálica cercana al conducto auditivo. Te diste cuenta, eh: no oigo. Claro que no oigo. ¿Nadie puede decirme quién soy de alguna manera?, sed buenos, en el intervalo en que pude escuchar con más nitidez no os oí pronunciar mi nombre; haced más llevadera esta tortura con alguna migaja de identidad que entretenga este vacío, este desconcierto. Por favor. ¿Te vas? Sí, mejor será: sal corriendo, busca ayuda, perrito. 4
No sé cómo lo hacéis, cómo conseguís abrir y cerrar mis párpados a capricho. Supongo que con los analgésicos también me estaréis administrando algo que me ayuda a dormir como un lirón cuando os interesa. ¿Sabe alguien cómo me llamo? —¿Qué va a hacer usted con las rosas, doctor? ¡Eureka!, te vuelvo a oír con nitidez, ja, que alguien me saque a bailar. —Atienda y verá, señorita, ¿lo cree una banalidad?, pues se trata de un momento clave, una prueba que de superarse nos premia con el acceso a una nueva pantalla, entramos en el nivel superior del juego; vive Dios que estamos obrando un milagro, me encanta este trabajo… Vive Dios, claro que vive: Dios somos nosotros. ¿Todo controlado en monitores? Si me sacáis de ésta, sea lo que sea que me haya sucedido, prometo regresar a la iglesia… Un momento: ¿Dios?, ¿iglesia?, ¿qué significa todo eso?, ¿qué es esto que bulle dentro de mi cabecita? Debe estar tan desfigurado y maltrecho su interior como este cuerpo exterior que miman tan primorosamente, que hasta ahora no he sentido la más mínima punzada de dolor. Terrible si una mañana despierto y me viene todo de golpe. Dios. Iglesia. Regresar a algo cuyo sentido desconozco: una palabra, un concepto que ha atravesado mi pensamiento y vuelto a huir, como un relámpago, un fogonazo cruel, una patada en la espinilla de mi cerebro, esa flaca olvidada caña huesuda que periódicamente reivindica atención con la más efectiva estrategia: un golpe certero: eh, acuérdate de que existo. —Todo correcto, doctor: Philippe dormita plácidamente aletargado en su cuna. Cuando usted quiera —Philippe, creo que me ha llamado Philippe. Ése debo ser yo. Tendré que acostumbrarme—. Debo reconocer que ese epitelio olfatorio es una auténtica obra de arte. Por cierto, veo que el saco lacrimal está intacto, ¿cree usted que conseguiremos que nuestro paciente vuelva a oler e incluso a diferenciar olores? —Créanme, confío en el sentido del olfato más que en ningún otro. Es un sentido químico: las moléculas de olor en forma de vapor despiertan muchísimas cosas en nuestro cerebro más primitivo. Este hombre era un apasionado jardinero que además cultivaba en sus ratos libres una delicada afición a la poesía; todo sensibilidad: reaccionará. —Bah, un amanerado con mal carácter, según tengo entendido. ¿Quién ha susurrado eso?, vaya, debe haber sido el otro tipejo que ronda a la chica-tarta-de-queso sin que sus dos compañeros lo sepan. Qué más da, ¡es un día maravilloso! Ya sé dos cosas sobre mí: Philippe, jardinero. —No sé si calificar su estrategia de ilusa o de perversa, doctor. —Tengan confianza una vez más: si hemos sido capaces de recuperar su vista y su oído, esto no puede fallar. Procedo a acercar las flores al paciente, atentos a monitores, por favor… Cinco segundos… Diez… Quince. ¿Eso ha sido una señal acústica? —Sí, en este instante comienza una ligera actividad en el sistema límbico, doctor. —Lo sabía. --In crescendo. Ah, ¿nos conocemos? Sí, claro que sí, hermosuras, pero de dónde, en qué lugar nos vimos antes, cuándo nos amamos… Ah, sí, venís a mí en ramo, como antorcha de belleza, llamarada escarlata, y todo lo llenáis, ah, este olor almíbar tan denso que casi puede tocarse, ¿venís y todo lo llenáis?, ¿o salís a dejar claro que ya estabais dentro?, que yo os pertenecía, que ya era todo vuestro, desde siempre… —Perfecto. Prepárense, creo que esto tendrá repercusión en prensa especializada. —Un momento, doctor, ¡doctor! …desde la misma raíz del tiempo, quedaos aquí, no me abandonéis nunca, dejad junto a mí vuestros pétalos erguidos y encrespados, cárdeno mar, voluptuoso manojo de cerezas cuya sola cercanía me alimenta… ¿Qué es esto?: veo una casa, árboles, ¿un perro?... —¿Qué ocurre? —¡Venga aquí, por favor, mire esto en la pantalla!: no sólo se ha multiplicado exponencialmente la actividad eléctrica en el sistema límbico… ¡llegan señales de la neocorteza! —¡No! —¡Sí! —Por Dios, ¿cómo no he pensado en ese riesgo? Los bulbos olfatorios también envían información a los centros avanzados donde se modifica el pensamiento consciente… —¡¿Pensamiento consciente?! —Sí, enfermera, sí: pensamiento consciente. —¡Arde la neocorteza, doctor! —¡¿Quiere decir usted que esta… criatura está pensando?! —No sólo eso, querida, ¡está recordando, nuestro jardinero está recordando! Denme ahora mismo un espejo. —¡¿Cómo?! —Lo que ha oído, ¡denme un espejo! —¿Está seguro? —Nunca he estado más seguro de algo en mi vida, no quiero perderme esto por nada del mundo. —Aquí tiene uno, doctor, he descolgado el espejo del cuarto de baño, no sé si es demasiado grande. —Es justo lo que necesitamos; ayúdeme, sosténgalo por su lado, avancemos despacio… Buenos días, Philippe, ¿te reconoces? ¿Qué dices? ¿Qué hacéis? ¿En qué habéis metido la pata ahora que os tiene tan alterados? Los ojos se os salen de las órbitas, el tipejo que controlaba las máquinas muestra un par de gotas de sudor en la frente, a la orilla del nacimiento del cabello, ¿qué mierda pasa?, tenéis el rostro acalorado por la tensión, se diría que vais a comerme, joder, ¿por qué me miráis así?, otra instantánea que desempolva mi cerebro, otro flash, una sonrisa, ¡es mi esposa!, ¿qué se supone que debo encontrar en ese reflejo que inclináis para que me vea?, ¿os tiemblan las manos?, ¡chapuceros!, ¡tenéis tanto miedo como yo!, ah, qué es esta tormenta de imágenes, se entrevera mi visión con mis recuerdos: ventana (hace sol ahí fuera), una malla justo tras el cristal, quizá dentro de él, pared, un gotero, mi jardín, cables, una bandeja metálica, mi pareja sigue sonriendo, mi hijo pequeño, tengo un hijo… ¿y dónde estoy yo?, un recipiente de ¿metacrilato? con un líquido transparente y denso, no, no puede ser, ¡no!, ¿qué pesadilla infernal es ésta?, ¿qué me habéis hecho?, unas manos al volante, lluvia en el cristal, los faros de un camión que patina, la base de un cráneo, ¡hay tejido facial adherido ahí!, ¡dos ojos!, ¡un oído!, ¡unas fosas nasales!, un montón de ¿carne triturada? con electrodos, ¿qué hacéis, almas del diablo?, ¡¿qué me hacéis?!... ¡Sólo soy un cerebro! —Ah, precioso: miren: está llorando…
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FICCIONES
El Coloquio de los Perros. ALFARO GARCÍA, ANDREA
ALMEDA ESTRADA, VÍCTOR ALBERTO MARTÍNEZ, DIEGO ÁLVAREZ, GLEBIER ANDRÉS, AARÓN ARGÜELLES, HUGO ARIAS, MARTÍN ÁVILA ORTEGA, GRICEL AYUSO, LUZ BAUK, MAXIMILIANO BEJARANO, ALBERTO BELTRÁN FILARSKI, OLGA BOCANEGRA, JOSÉ BORJA, NOÉ ISRAEL CABEZA TORRÚ, JUAN CÁCERES, ERNESTO CAM-MÁREZ CAMACHO FERNÁNDEZ, GREGORIO CANAREIRA, A. D. CASTILLA PARRA, JOSÉ DAVID CASTRO SÁNCHEZ, JUAN CATALÁN, MIGUEL FONSECA, JOSÉ DANIEL
FORERO, HENRY FORTUNY i FABRÉ, CESC FUENTES, FRANCISCO FRARY, RAOUL GALINDO, DAVID GARCÉS MARRERO, ROBERTO GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARCÍA MARTÍNEZ, AMAIA GARDEA, JESÚS GIORGIO, ADRIÁN GÓMEZ ESPADA, ÁNGEL MANUEL GUILLÉN PÉREZ, GLORIA GUTIÉRREZ SANZ, VÍCTOR HACHE, MYRIAM HAROLD BRUHL, KALTON HERNÁNDEZ, JOSÉ HERNÁNDEZ, JUAN FRANCISCO HERNÁNDEZ NAVARRO, MIGUEL ÁNGEL HINOJOSA, PAZ HIRSCHFELDT, RICARDO HIRSCHFELDT, RICARDO [EL ABANDONO] JUNCÀ, JORDI KOUZOUYAN, NICOLÁS LÓPEZ, DOMINGO LÓPEZ-PELÁEZ, ANTONIO LÓPEZ LLORENTE, JORGE LÓPEZ VILAS, RAFAEL MAHTANI, VIREN MARDONES DE LA FUENTE, ALEJANDRO MARTÍN, RAIMUNDO MARTÍNEZ COLLADO, GUILLERMO MÉRIDA, JAVIER / BARRETO, SERGIO MEROÑO, ANTONIO MILLÓN, JUAN ANTONIO MIRELES, JUAN MONTERO ANNERÉN, SARA MONTOYA JUÁREZ, JESÚS NORTES, ANDRÉS OLEZA FERRER, CARLOS (DE) ORMEÑO HURTADO, AARÓN OSORIO GUERRERO, RODRIGO OTAMENDI, ARACELI OUBALI, AHMED PANZACOLA, ELIOT PARDO MARTÍNEZ, SAMUEL PÉREZ ALONSO, ALBA PIQUERAS, CARMEN PUJANTE, BASILIO QUINTANA, JULIO RECHE, DIEGO REMEDI, ROBERTO A. RODRÍGUEZ GARCÍA, JUAN AMANCIO RODRÍGUEZ OTERO, MIGUEL ROSADO, JUAN JOSÉ RUCHETTA, MAURO SÁNCHEZ LOZANO, PILAR SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ SANZ, PEDRO SCHUTZ, LOLA SEGURA, ALEJANDRO SEVILLANO, ATILANO TOMÁS, CARMEN TORTOSA, JAVIER TRENADO, ENRIQUE URTAZA, FEDERICO VIDAL GUARDIOLA, NATXO Hemeroteca
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