EL COLOQUIO DE LOS PERROS
  • PRINCIPAL
  • CONTACTO
  • POESÍA
  • FICCIONES
  • ENTREVISTAS
  • TRADUCCIONES
  • ARTÍCULOS
  • LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
  • ESCRUTINIO DEL CURA Y EL BARBERO
  • MUSEO DE BARATARIA
  • HEMEROTECA
  • ÍNDICE DE AUTORES
  • JOAN MARGARIT: UNO DE LOS NUESTROS
  • DOSIER: 40 AÑOS DE LA OTRA SENTIMENTALIDAD
  • HOTEL VÍA LÁCTEA: JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
  • PRINCIPAL
  • CONTACTO
  • POESÍA
  • FICCIONES
  • ENTREVISTAS
  • TRADUCCIONES
  • ARTÍCULOS
  • LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
  • ESCRUTINIO DEL CURA Y EL BARBERO
  • MUSEO DE BARATARIA
  • HEMEROTECA
  • ÍNDICE DE AUTORES
  • JOAN MARGARIT: UNO DE LOS NUESTROS
  • DOSIER: 40 AÑOS DE LA OTRA SENTIMENTALIDAD
  • HOTEL VÍA LÁCTEA: JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
EL COLOQUIO DE LOS PERROS

TRADUCCIONES

MUESTRARIO DE OTRAS LITERATURAS POSIBLES

VERGÍLIO FERREIRA

24/1/2016

0 Comentarios

 
CARTA AL FUTURO
I

 
          Amigo mío:
 
          Te escribo para de aquí a un siglo, cinco siglos, para de aquí a mil años… Casi seguro que esta carta no te llegará a las manos o que, si te llega, no la leerás. Poco importa. Escribo por el placer de comunicar. Pero si siempre estimé el arte epistolar, es por ser la forma de comunicación más directa que soporta un amplio margen de silencio; por ser la forma más concreta de diálogo que no anula por entero al monólogo. Además, me seduce el halo de aventura que rodea a una carta: papel desordenado redactado a una hora intermedia, un viento sin rumbo ni orden lo lleva por los caminos, lo pierde o no ahí, lo arroja al cesto de los papeles y del olvido, o lo guarda entre las señales de la memoria. Y por encima de todo, me agrada hablar desde el centro de este invierno y de esta ciudad mortal que me cercan. Escucho las voces subterráneas a la alegría mecánica, a los pasos cronometrados, al ajetreo de nervio y olvido que adivino a lo lejos, en una metrópolis-síntesis construida con alambre y cemento, y es bueno que esas voces resuenen en mi boca. Évora es una ciudad blanca como una ermita. Convergen en ella los caminos de la planicie como el rastro de la esperanza de los hombres. Y como en una ermita, lo que la habita es el silencio de los siglos, del descampado de alrededor. Conozco, de sus espectros, el vestigio de las eras; la noche medieval vive todavía en las calles que se esconden por los rincones. En las piedras del color del tiempo oigo un atropello de voces seculares. Voces de chusma, gritos de condenados, ecos de reyes, señores, estrépito de guerras, odios y sueños, bajo la inmovilidad de los mismos astros. Como un baúl del tiempo, irrealizado y absoluto, la ciudad ignora la exactitud del presente, conoce únicamente la alarma de la memoria. Las casas nuevas tienen todas la misma edad de siglos. Y cuando se sale de la ciudad la planicie prolonga, hasta un límite irreal, esta voz de infinitud. Por eso, es sobre todo por las noches cuando la ciudad se me revela. En las calles yermas, las farolas meditan sobre viejos espectros, velan el rastro del mundo desaparecido, esa ausencia que se siente en todo lo que ha sido tocado por el hombre y le retiene el calor de la vida. Pero porque esta ciudad no confraterniza con nosotros, porque la habitamos como quien pasa, como temporalmente se habita un hostal, porque somos en ella intrusos, yo le reconozco la verdadera cara, no a la luz de la evidencia diurna, sino a una oscura luz de eternidad. Me acuerdo perfectamente, amigo mío, de cuando por primera vez vi el templo de Diana. Era septiembre; yo había venido a hacer exámenes. Conocía el templo de los libros, de las fotografías. Ignoro si el monumento se alinea entre las bellas obras de arte, esas ante las cuales estamos todos autorizados a conmovernos. Lo ignoro porque hoy sé que el milagro puede surgir cuando menos lo sospechamos: la melodía de un músico ambulante, el silbido de quien pasa, un brote de hierba que irrumpe entre las piedras, pueden alborozarnos como la más pura y evidente aparición de la belleza. Subí la calle que sale de la plaza. Mal me fijé entonces en la catedral, oscurecida en un rincón. Llegué al final a la acrópolis donde se yergue el templo. Catorce columnas desnudas se levantaban hacia los astros bañadas por una luna caliente que iluminaba la explanada. Entre estas, se veían las estrellas, el espacio habitaba su irrealidad, y esa mano de piedra irradiaba hacia su infinitud. Suspendido de la memoria y de una oscura interrogación, me quedé allí algún tiempo, tocado por esa sorpresa indiferente que es el halo del umbral de la vida, la anunciación de los orígenes. He visitado el templo a otras horas de luna, pero jamás la inquietud me ha vuelto a visitar así de pura y fulminante; tal vez porque el saberlo, el buscarlo, le velaba un poco la cara — tal vez porque él solo reconoce la verdad de quien no está prevenido, de quien viene desarmado de los combates diurnos.
          Pero la vida está llena de su don original y solo espera de nosotros un poco de atención — o no exactamente de atención, no exactamente de atención: un poco de humildad, de una íntima desnudez. Yo le reconozco de nuevo, a ese don, a esta hora de lluvia en la que escribo. En la calle desierta, la oigo caer, expulsar de la ciudad los robots de la ilusión, a grandes bramidos de un viento sideral. Dirás tú, amigo mío, o alguien a tu lado, que son ellos precisamente quienes me construyen el mundo donde la “aparición” es posible, este mundo al cobijo de una estufa que me calienta, de un tejado que me abriga. También tengo mi parte de robot, y no la niego. Pero sé que hay otra cosa esperándome y que solo después de ella es que no hay ninguna más. Tengo solo esta vida para vivir y sería casi una traición que yo faltase a su entrevista — esa entrevista concertada desde toda la eternidad. Por eso yo la busco para mi vida, en todos los lugares donde sé que ella me espera con una palabra para decirme. Los robots de la locura son los que la ignoran, porque su mundo es el de la transacción inmediata, un mundo táctil, de objetos, como el de los niños. Yo los veo ahora, pasando desorientados por la calle abandonada, huyendo, despavoridos, de la invasión del silencio. Con paraguas abiertos, con los cuellos de los abrigos subidos, se refugian en sus garitas como animales acosados, ahí se quedan esperando a que el enemigo pase. Sí, ellos conocen la “fraternidad” y la yerguen como bandera de su redención. De la fraternidad ellos solo conocen la fácil estrategia de las palabras cambiadas, de los brazos que se apoyan los unos en los otros contra el miedo; pero la profunda fraternidad — tú lo sabrás, amigo mío — no es una cadena de brazos, sino una comunión del silencio, una comunión de la sangre.
          Toda vida que se cumple agota la comunicabilidad donde quiera que se anuncie. Así, la hora de su verdad no es la hora del mitin, sino de la soledad final. La máscara que nos defiende, no tanto de los otros como de nosotros mismos (porque si nos la ponemos no es tanto para que los otros nos identifiquen a través de ella como para acabar identificándonos con ella), esa máscara que es de comedia, aun cuando es de tragedia, es bien vana en los instantes postrimeros de cualquier situación, porque entonces los ojos que nos ven no nos ven desde fuera, sino desde el interior. ¡Ay! Estar solo es terrible. Y difícil: la propia soledad del espíritu inventa la memoria de la fraternidad corpórea, rememora la presencia de los otros, las opiniones de los otros, sus miradas que se nos clavan y nos esperan del otro lado de la aprobación. Por eso se me ocurre muchas veces que para que un hombre sepa qué voz última le habla, debería al menos verse ardientemente en el momento de una muerte abandonada, en una isla desierta y perdida. Pascal: On mourra seul… Sí, pero la mentira conoce todos los caminos, incluso los que nosotros ignoramos.
          La muerte espectacular en una acción de heroísmo puede inventar el espectáculo aun cuando no lo haya. Puede inventarlo en la memoria de la unión fácil, que perdura, con el mundo habitado. Todo hombre muere solo, pero no todos lo saben. Recuperar en cada acción la soledad original de una muerte verdadera es el profundo acto humano de quien no quisiera perderse, de quien desea eliminar esa zona que se interpone entre la mentira de todo y la verdad iluminada de nosotros mismos, esa zona que es lo baldío para los otros y con la cual se construye la “sicología de las multitudes”… ¡Ay! La realidad inmediata reconforta, aunque sea la realidad de una piedra que nos lanzan. Porque una piedra es consistente, se conoce, sin inquietud, en la dureza que nos crea en las propias manos, nos define, sin sombras, la cabeza que nos hirió, la sangre que nos inundó la cara. Las piedras nos construyen la calle que pisamos y donde podemos sentirnos vivos de esa vida inmediata que sabe el dónde y el para dónde, de esa vida articulada como engranaje preciso de reloj, a cuyo rumor acompasado puede incluso apetecer dormir…
          Llueve. La furia del viento no cesa. Fustigada por su látigo, la lluvia se escurre por la vidriera, barre la calle de recuerdos concretos. Es una memoria antigua, pesada de augurio, se me levanta en su clamor, memoria oscura, anterior a la vida. Así, lo que recuerdo no tiene cara ni nombre; es la forma hueca de un umbral vago, pura anunciación de presencia, oscura inquietud de una aparición.  En un lejos imaginado, pasan los vientos alienados, masas de niebla se deslizan sobre la tierra abandonada; una voz de espacio resuena en mi atención suspendida. Lo que es cierto e inmediato, lo que me viene a la boca y tiene nombre, lo que es exacto y mesurable, se refugia en la timidez de la penumbra y del silencio; porque la voz oscura que me habla transciende el pasado y el futuro, vibra verticalmente desde mis raíces hasta los límites del universo, ahí donde el recuerdo es solo pura expectativa despojada de su contorno, es solo pura interrogación. A esta hora absoluta, conozco el vértigo de la infinitud, el halo más distante de mi presencia en el mundo…

II

          Pero tú, amigo mío, ¿dónde estás? Sobre tu suerte, ¡cuántas cosas fascinantes y absurdas hemos imaginado! Sin embargo, todo eso que hemos imaginado, fíjate, cuántas veces no sería como respuesta a nuestras interrogaciones, sino como un motivo más para distraernos… Porque la distracción es la parte más rebelde y la más insidiosa de nuestra condición. Se nos infiltra no solo en nuestro consentimiento, en las treguas que nos damos, sino también en lo que es una conquista de nuestra rara grandeza. El arte, el heroísmo, la propia evidencia del vértigo, del milagro, los sueños de la redención y de la nobleza, todo lo que incumbe a nuestra profunda unidad, un nada lo reabsorbe en solidez, en moneda de compra-venta para que hagamos transacción con los otros en el mercado de la vanidad, del pasatiempo, en el gran mercadillo de la vida. Hay una distancia infinita entre la aparición de la verdad, la inmediata evidencia de sea lo que sea, y hasta incluso de su reconocimiento: cuando miramos a la evidencia por segunda vez, ella ya está alineada, clasificada, endurecida entre las cosas que nos cercan. He aquí porque ignoramos o deprisa ignoramos la cara de lo que hay de extraño en los hechos más banales: en el de la vida, en el de la muerte. Por eso nos sorprendemos hasta el absurdo, hasta la incredulidad, cuando se nos muere un pariente, un conocido, o sea, de algún modo, una fracción de nosotros; y solo admitimos que haya muerto verdaderamente cuando se aleja definitivamente hacia el pasado, saliendo de nuestro mundo, de este mundo estable, armónico, regular, y forma parte ya de las sombras indefinidas de otro tiempo y es, en suma, una ficción. Solo entendemos la muerte cuando nos la sabemos de memoria, cuando no significa ya la aniquilación de una vida como la nuestra, sino que es solo el margen de esta vida, y que la prolonga el nada que nunca puede acceder a ella, ni puede cuestionarla, cuando el contorno no altera su (nuestra) perennidad.
          El misterio y su asombro son el tejido de todo, ¡pero cómo lo ignoramos! Estamos instalados en la vida como si nosotros mismos no existiéramos, como si fuéramos el mismo mundo que existe, la misma realidad que es, su presencia absoluta de estar siendo. Y la simple reflexión de que es el mundo el que depende de nosotros, de que su maravilla está suspendida, para nosotros, de nuestra mirada, nos marea. ¿Por qué nos sorprende que una pequeña invención técnica nos perturbe, nos abra la vieja interrogación? He aquí que después de haber abarcado la tierra, de colocárnosla en la mano como la pequeña pelota de un dios poderoso, después de confrontarnos con nuestras razas, en nuestros sueños milenariamente solitarios, después de haber agotado nuestra búsqueda mutua, he aquí que acabamos por rasgar los espacios hasta más allá de donde nuestra imaginación descubre el vacío que nos circunda; descubre, en un escalofrío, nuestro pobre globo perdido en la polvareda de los astros; recuerda, con una nueva evidencia, la infinitud de las distancias que les unen al universo. Y una vez más la vieja angustia de un Lucrecio, de un Pascal, frente a la eternidad de la noche, nos hace desvariar de aflicción. Posiblemente, amigo mío, cuando te llegue esta carta a las manos, si te llega, ya estarás instalado en la indiferencia en medio de tanta nueva invención que ni sabemos ni imaginamos. La memoria fácil del hombre es solo su recuerdo. Comienza para cada uno de nosotros en aquello que desde la infancia le refrendó la vida. Pero la otra, la memoria pura que es solo el vértigo de las eras, eco de una voz que transciende los límites del tiempo, recuperándose tal vez ahí, en esos puntos de referencia, aunque instalándonos, porque el momento es de milagro, en un pasado y en un futuro sin límites; nos reinventa un acorde único, esa música milenaria de estrellas y de nada, nos abre a la aparición de la vida donde somos un breve punto perdido, y la memoria es así pura vibración hacia las cuatro esquinas del mundo, pura expectativa de una interrogación sumergida. Es entonces posible vencer a la muralla concreta que nos cerca, a la realidad inmediata, a los hechos conocidos o recordados, y despertar desde una distancia ilimitada al eco de esa voz que nos trasciende. Sí, toda realidad inmediata, aunque bella, muy pronto pierde la belleza: con gafas rosas, solo se ve el mundo rosa, mientras dura el recuerdo del otro, del que no era. Después de poco tiempo con gafas rosas, el color rosa no existe…
          Por eso yo creo que, estés donde estés, te rodee lo que te rodee, la indiferencia podrá venir a tu encuentro y el asombro de nuestras invenciones no te conmoverán ya; como creo también que si te vuelve el asombro, después de nuestra indiferencia ante las invenciones de los otros, después de tu sorpresa, se abrirá para ti, en medio de la indiferencia que te sobrevenga a la nuestra. Lo que no me imagino es qué responderás a la interrogación que viene en él, aunque la respuesta final yo la sé; yo la sé — pero como una respuesta-límite y de memoria: a una interrogación solo responde la evidencia que no se conoce sino cuando ya nos posee… ¿La habrás descubierto o visto tú? ¿Qué les queda entonces a los que vengan después? ¿Qué significará la vida, que continúa inexorable, hacia una evidencia final, la última, la del horizonte de los horizontes? Una respuesta-límite debe ser igual a la muerte… De cualquier modo, aunque no lo sea, nada de lo que interfiere en nuestro destino de hombres se puede transmitir, enseñar: lo que pertenece a la vida profunda solo de nosotros mismos lo podremos aprender. ¿Dónde estarás tú realizando tu aprendizaje? Yo te imagino mirando a la Tierra por la noche, allí donde no sé, como ahora yo estoy viendo la luna entre los espacios de las nubes que restan de la tempestad. Yo te imagino regresando aquí, a nuestro planeta revestido de los bosques antiguos, suspendido de los vientos de augurio, reviendo las huellas que dejamos, las ruinas de lo que construimos, alguna columna erguida todavía hacia la madrugada, algún libro perdido entre despojos — rastro de nuestro sueño de condenados. Imagino también que en ese instante despoblado, sintiéndote en los límites de tu persona desnuda, reinventando el espacio y el silencio, regresado de las certezas manuales de la solidez diurna, tú reconozcas esta vieja interrogación que te transmito desde el centro de nuestra desazón. Lo que no sé es si tendrás una respuesta para ella. Lo que no sé es si a ese último límite, que es el último que podemos imaginar, tú lo habrás alcanzado y habrás instalado en él tu reino para la paz y armonía imposible desde las profundas sombras en las que soñamos.
          La sangre que nos calienta y nos inventa la vida, es el aire que respiramos y da a los sueños las formas de esa presencia invisible de todo lo que nos cerca. Un modo de pensar, de sentir, se organiza en los límites de las raíces confusas, se transforman ahí oscuramente, mientras nuestras manos distraídas siguen modelando el polvo de los sueños muertos. Somos la carne y la presencia del todo que nos cerca. Las células vivas de un espíritu que no muere van expulsando a las que ya se han corrompido. Lentamente, una evidencia nueva nos habita los nervios, se corporiza con nosotros, en nuestra persona. Y un día nos descubrimos como unidad milagrosa, una seguridad de ser, el puro acto de nuestra identidad — en lo que afirmamos o negamos. Mucha gente, amigo mío, nos explica que tal modo de ser uno, de que nos habite la presencia de lo que nos cupo, es el fruto de la erosión o de la sedimentación de lo que esto o aquello corroyó o sembró en nosotros. Sí, pero la piedra que el agua ha desgastado, si pudiera conocerse, ignoraría, por vana, la explicación del agua y del tiempo; se sabría entera, irreductible en su condición de piedra mutilada. Sería solo la verdad absoluta de ser piedra desgastada, en el instante en el que así se reconoció. La acción de lo que nos rodea, si la conocemos, es una verdad indiferente. Lo que no es indiferente y se nos impone como la única verdad que irrumpe en nosotros, lo que nos afirma como totalidad de ser, lo que nos define y es la propia realidad de estar siendo —  es el todo que nos sentimos y nos proyecta, es la absoluta presencia de nosotros en nosotros mismos, esta irreductible e impensable realidad de lo que somos; impensable e irreductible porque no podemos serla desde fuera, desdoblarla en dos totalidades. He aquí porque recelo a veces que no llegues a entender bien lo que te digo y, sin embargo, no me es radicalmente imposible imaginarlo.
          Por eso te reconduzco a mi mundo y se me impone la certeza de que escucharás mi interrogación, y puedo concebir que tengas para ella una respuesta sentida — esa que la anula como la interrupción que se ha ido y, así, tal vez no pueda imaginar la angustia donde se había erguido. Solo hay un problema para el hombre, solo hay una forma de humanismo: la evidencia de una alegría final en los límites de nuestra condición. Hasta entonces, admito que todo sea provisional e ingenuo. Pero aunque la tengas, si la tienes, creo que no podrás transmitirla y que sea, en tu aprendizaje, tu accidental aparición — sería bueno que supiéramos de qué abismos la deseamos conquistar, nosotros que supimos que debía conquistarse. Y si tu mundo es el de la redención, no como el nuestro, el de la angustia y el de la búsqueda — que yo te imagine, a pesar de todo, en el límite de lo que nos fascina y nos obceca, entre las formas de la sorpresa, del asombro resplandeciente, de la inverosimilitud de todo, para que ahí reconozcas un poco de lo que hay de necesidad en estas palabras que me queman la boca. Que yo admita que, aunque no reconozcas la validez de mi asombro, tú imagines cómo de válido fue para nosotros y midas así la extensión de tu propia conquista en los límites de nuestra inquietud, igual que nosotros, en raros instantes, conocemos, dentro de nuestra salud y de nuestro bienestar, los límites de la enfermedad y de la pobreza. Así, tu redención estará asegurada — y solo así; solo después de quitarse las gafas rosas, el color rosa existe. Además, amigo mío, la propia plenitud de alegría es una comunicación de raíces—, nosotros lo sabemos por los breves momentos en que nos visita, o nos da esa impresión. Sé por eso que la alegría integra en su origen un límite de interrogación; sé por eso que ahí, en esa zona inicial, la amargura cohabita con ella, porque la amargura profunda es también una aparición original. Toda escala de valores, de sentimientos, la alegría o el dolor, la nobleza, la bondad, tienen su delegación en el mundo árido de los hombres, en el de la mecánica inauténtica, como tiene su sede verdadera en el mundo de la iniciación, de la iluminada posesión de nosotros mismos. Por eso, lo que te digo tendrá tal vez para ti las formas de una profunda identidad, así, en mis palabras, que tal vez tu halles en el eco de tu voz.
Traducción: Raquel Madrigal

Imagen
VERGÍLIO FERREIRA (Melo, 1916 - Lisboa, 1996). Galardonado con el Premio Camões en 1992, su vasta obra, que integra novela, cuento, ensayo y diario personal, acostumbra a ser agrupada en dos períodos literarios: el neorrealismo y el existencialismo. Estos son los dos primeros capítulos de la obra Carta ao Futuro (Bertrand, Lisboa, 1981). El autor escribe desde Évora y describe la anatomía y el sentir de la ciudad. Casi sesenta años después Évora sigue siendo la misma en lo esencial.
0 Comentarios

FERNANDO PESSOA

14/8/2015

0 Comentarios

 
CARTAS DE AMOR A OFELIA QUEIROZ
1 de Marzo de 1920
Ofelita:

 
Para demostrarme tu desprecio o, por lo menos, tu indiferencia real, no era necesario el disfraz transparente de un discurso tan largo, ni de la serie de “razones” tan poco sinceras como convincentes, que me has escrito. Bastaba con decírmelo. Así, lo entiendo de la misma manera, pero me duele más.

Si prefieres a tu novio antes que a mí, del que naturalmente estás muy enamorada, ¿cómo puedo tomármelo a mal? Puedes preferir a quien quieras: no tienes obligación —creo yo— de amarme ni, realmente, necesidad (a no ser que quieras entretenerte) de fingir que me amas.

Quien ama verdaderamente no escribe cartas que parecen peticiones de abogado. El amor no estudia tanto las cosas, ni trata a los otros como reos a los que hay que “entallar”.

¿Por qué no eres franca conmigo? Qué empeño tienes en hacer sufrir a quien no te ha hecho mal —ni a ti, ni a nadie—, a quien ya tiene peso y dolor de sobra con la propia vida aislada y triste, y no necesita que le vengan a aumentárselos con falsas esperanzas, demostrándole afectos fingidos, y esto sin que se entienda con qué interés a no ser por pura diversión; ni con qué provecho, a no ser por auténtica burla.

Reconozco que todo esto es cómico, y que la parte más cómica de todo esto soy yo. A mí mismo me haría gracia, si no te amase tanto, y si tuviese tiempo para pensar en otra cosa que no fuera el sufrimiento que tienes el placer de causarme sin que yo, a no ser por amarte, lo haya merecido, y bien creo que amarte no es suficiente razón para merecerlo. En fin…

Aquí tienes el “documento escrito” que me pides. Reconoce mi firma el notario Eugenio Silva.
18 de Marzo de 1920
Agradezco mucho tu carta. He estado muy irritado y triste por todas las razones que te imaginas. Además, para que todo sea más desagradable, hace dos noches que no duermo, porque la angina me produce una saliva constante, y me sucede esta cosa tan estúpida —tener que estar escupiendo de dos en dos minutos— que no me deja descansar. Ahora estoy al mismo tiempo mejor y peor de lo que estaba esta mañana: tengo menos irritación de garganta, pero tengo otra vez fiebre, cosa que por la mañana no tenía. (Notar que esta carta va escrita en el mismo estilo que la tuya, porque Osorio (1) está aquí, al lado de la cama, desde donde estoy escribiendo, y naturalmente se da cuenta de vez en cuando para qué escribo).

No puedo escribir más, por la fiebre y los dolores de cabeza que tengo. Para responder a lo que me preguntas sobre otras cosas, mi amorcito querido, (ojalá O. [sorio] no vea esto), tendría que escribir mucho más y no puedo.

Me perdonas, ¿verdad?
19 de Marzo de 1920
[A las 4 de la madrugada]


Mi amorcito, mi bebé querido:

 
Son casi las cuatro de la madrugada y acabo, a pesar de tener todo el cuerpo dolorido y pidiéndome reposo, de abandonar definitivamente la idea de dormir. Hace tres noches que me pasa esto, pero la noche de hoy, desde luego, está siendo de las más horribles que he pasado en mi vida. Felizmente para ti, amorcito, no te lo puedes imaginar. No ha sido solo la angina, con la obligación estúpida de escupir cada dos minutos, lo que me ha estado quitando el sueño. Es que, sin tener fiebre, he tenido delirios, me he sentido enloquecer, he tenido ganas de gritar, de gemir en voz alta, de mil cosas disparatadas. Y todo esto no solo por influencia directa del malestar asociado a la enfermedad, sino porque estuve todo el día de ayer impacientado con cosas que se están atrasando relativas a la llegada de mi familia y, encima, he recibido a través de mi primo, que vino a las siete y media, una serie de noticias desagradables, que no vale la pena contarte aquí, pues, felizmente, mi amor, no tienen nada que ver contigo.

Y luego, estar enfermo exactamente en una ocasión en que tengo tantas cosas urgentes que hacer, tantas cosas que no puedo delegar en otras personas.

¿Ves, mi bebé adorado, cuál es el estado de espíritu en que he vivido estos días, estos dos últimos días sobre todo? Y no imaginas el echarte de menos loco, el echarte de menos constante que he tenido. Tu ausencia siempre, aunque solo sea de un día para otro, me abate; ¡Cuánto más no iba a sentir no verte, amor mío, hace casi tres días!

Dime una cosa, amorcito: ¿Por qué te muestras tan abatida y tan profundamente triste en tu segunda carta —la que me mandaste ayer con Osorio? Comprendo que también me estés echando de menos; pero te muestras de un nerviosismo, de una tristeza, de un abatimiento tales, que me dolió inmensamente leer tu cartita y ver lo que sufrías. ¿Qué te pasaba, amor, además de estar separados? ¿Hubo alguna cosa peor que te pasara? ¿Por qué hablas en un tono tan desesperado de mi amor, como dudando de él, cuando no tienes ninguna razón para eso?

Estoy completamente solo —se puede decir; pues aquí los de casa, que realmente me han tratado muy bien, lo han hecho siempre por ceremonia, y solo me vienen a traer caldo, leche o algún medicamento durante el día; no me hacen, ni era de esperar, ninguna compañía. Y entonces, a estas horas de la noche, parece que estoy en un desierto; tengo sed y no tengo a nadie que me de nada para beber; estoy medio loco por el aislamiento en el que me siento y ni tengo aquí quién al menos me vele un poco mientras yo intento dormir.

Estoy muerto de frío, me voy a estirar en la cama para fingir que reposo. No sé cuándo te mandaré otra carta, o si acrecentaré todavía alguna cosa más a esta.

¡Ay, mi amor, mi bebé, mi muñequita, quién te tuviera aquí! Muchos, muchos, muchos, muchos, muchos besos de tu, siempre tuyo,
Fernando.


19 de Marzo de 1920
[A las 9 de la mañana]
Mi querido amorcito:

 
Parece que ha sido remedio de santo escribirte lo que está encima. Después me fui a acostar, sin ninguna esperanza de dormirme, y lo cierto es que dormí unas tres o cuatro horas de un tirón —poca cosa, pero no te imaginas la diferencia que ha representado. Me siento mucho más aliviado, y, aunque todavía tenga la garganta irritada e inflamada, el hecho de que mi estado general haya mejorado quiere decir, bien espero, que la enfermedad va pasando.

Si la mejoría se acentuase rápidamente, tal vez hoy mismo pueda ir a la oficina, aunque no mucho tiempo; y entonces yo mismo te entregaré esta carta.

Espero poder ir ahí; tengo ciertas cosas urgentes de las que ocuparme que puedo dirigir desde la oficina, sin tener que ir yo en persona a los sitios, pero que desde aquí me es imposible ocuparme.

Adiós, mi angelito bebé. Te cubre de besos llenos de nostalgia tu, siempre, siempre tuyo

Fernando

19 de Marzo de 1920
Mi bebé pequeñito (y actualmente muy malo):

 
La carta que te adjunto es la que te he mandado ahora a tu casa con Osorio. Espero poder entregarte mañana las dos, yendo a esperarte a la salida de la oficina Dupin (2).

Sobre la información que te han dado a mi respecto no solo quiero repetirte que es completamente falsa como decirte también que la “persona respetable”, que le ha dado esa información a tu hermana, o se la ha inventado por completo y, además de ser mentirosa, está loca; o esa persona ni siquiera existe, y ha sido tu hermana la que la ha inventado —no digo que haya inventado a la persona, sino que ha inventado que determinada persona le ha dicho una cosa que nadie le ha dicho.

Mira, amorcito: es siempre malo, en estas cosas, creer que los demás no son más que idiotas.

Sobre esa “persona”, y lo que de ella me has dicho (naturalmente porque te lo habían dicho a ti), te doy dos detalles: (1) que esa persona sabe que te quiero, (2) que “sabe” que no te quiero con intenciones serias.

Por lo tanto, empecemos por analizar esto: nadie puede saber si te quiero o no,  porque yo no he convertido a nadie en confidente del asunto. Partamos del principio de que esa “persona respetable” no “sepa”, sino que imagine que te quiero. ¿Cómo va a haber una base para imaginar eso, es que esa persona ha visto entre nosotros algún intercambio de miradas, ha notado entre nosotros (o, mejor, en este caso, de mí hacia ti) algo? Quiere decir que es alguien de la oficina, o que viene aquí bastante, o, si no, que recibe informaciones de quien viene aquí bastante. Pero para poder, aunque sea por informaciones ajenas, afirmar que sí, que es verdad que te quiero, esa persona, no siendo nadie que venga aquí a la oficina, solo puede ser alguien o de la familia de mi primo (a quien él le hubiese hablado de las “sospechas” que tiene de vez en cuando de que te quiero) o de la familia de Osorio.

Todo esto son solo suposiciones e incluso admitiendo que sea un familiar de alguien de aquí de la oficina, es mucho suponer afirmar que esa persona sepa que te quiero.

Y si no hay nadie (nadie que lo sepa por confidencia mía, casi nadie que lo “imagine” de ninguna manera) que pueda saber a ciencia cierta si yo te amo aún menos hay --ahí entonces no hay nadie— que sea capaz de decir que yo no te amo con buenas intenciones. Para eso sería necesario estar dentro de mi corazón y aún así, sería necesario ver mal, pues lo que estaría viendo serían burradas.

En cuanto a la afirmación de la «mujer›› que tengo, si no lo has inventado para apartarte de mí, hazle a la persona de respeto (si es que existe) que ha informado a tu hermana las siguientes preguntas:

1 ¿De qué mujer se trata?

2 ¿Dónde he vivido o vivo con ella?, ¿A dónde voy a verla (si supone que  somos dos amantes que viven separados)? ¿Cuánto tiempo hace que estoy con ella?

3 Cualquier otra información indicando o definiendo a esa «mujer››.

Si toda esta historia no es invención tuya, te garantizo que te topas con una «retirada›› inmediata de la persona que ha informado: la «retirada›› propia de todos a los que le cogen la mentira. Y si la tal «persona de respeto›› tuviera la cara dura de dar detalles, basta que los verifiques, que los investigues. Verás que son mentiras, de principio a fin.

¡Ay, lo que todo esto es, es un enredo cualquiera ―muy infame pero, como muchas cosas infames, muy estúpido― para alejarme de ti! ¿De quién habrá partido el enredo? ¿O no habrá ningún enredo y esto será simplemente una excusa que te has buscado para librarte de mí? Yo qué sé... me imagino cualquier cosa; tengo el derecho a imaginarme cualquier cosa.

Pero francamente yo merecería ser mejor tratado por el Destino de lo que estoy siendo; por el Destino, y por las personas.

Vamos a ver si consigo que esta carta te llegue a las manos todavía hoy, con cualquier pretexto. Si no, te la entregaré mañana, cuando nos encontremos aquí, a las doce y media de la mañana.

Lee bien la carta que va junto a esta, que te he escrito hoy de madrugada y se ha cruzado contigo, pues Osorio la ha llevado mientras tú venías. Figúrate lo qué es escribirte una carta para después recibir la serie de noticias y «gracias›› que me has dado.

Ay, amor mío, amor mío: ¿No será qué quieres huir de mí para siempre, o que alguien no quiere que nos amemos?

Tuyo, siempre tuyo

FERNANDO

 
P.S.: Al final, ¿cuál será la verdad en medio de todo esto? Empiezo a desconfiar de todo y de todos ¿Qué significa eso de no ir... y después ir... a Duplin? ¿Cómo de repente le has ido a hacer conferencias a tu hermana? Empiezo a no entender bien... empiezo a no estar seguro de qué pensar.

P.S. 2: Otra cosa: si la tal «persona de respeto›› existe (lo que dudo), ve que fines personales  podrá tener para separarme de ti. Comprueba si no habrá, como poco, fines de amistad para con  cualquier otro pretendiente tuyo. Pero esa  «persona de respeto›› será pariente de señor Crosse (3), seguramente —en cuanto a la existencia real—. Mañana te espero aquí en la oficina a la hora que hemos quedamos.


29 de Noviembre de 1920

Ofelita:

 
Agradezco tu carta. Me ha traído pena y alivio al mismo tiempo. Pena, porque estas cosas siempre dan pena; alivio porque, en realidad, la única solución es esta: no prolongar más una situación que ya no tiene la justificación del amor, ni de una parte, ni de la otra. Al menos por mi parte queda una estima profunda, una amistad inalterable. No me negarás otro tanto, ¿verdad?

Ni tú ni yo tenemos culpa de esto. Solo el Destino tendría culpa, si el Destino fuera persona a quién se le pudiera atribuir culpas.

El Tiempo, que envejece las caras y los cabellos, envejece también, aunque más deprisa todavía, los afectos violentos. La mayoría de la gente, porque es estúpida, consigue no darse cuenta y cree que todavía ama porque ha contraído el hábito de sentir que ama.  Si no fuese así, no habría gente feliz en el mundo. Las criaturas superiores, sin embargo, están privadas de la posibilidad de esa ilusión porque ni pueden creer que el amor dure ni, cuando sienten que ha acabado, se engañan tomando por él la estima o la gratitud que dejó.

Estas cosas hacen sufrir, pero el sufrimiento pasa. Si la vida, que lo es todo, acaba por pasar, ¿cómo no va a pasar el amor y el dolor, y todas las  otras cosas que no son más que parte de la vida?

En tu carta eres injusta conmigo, pero te comprendo y te perdono; seguro que la has escrito con irritación, tal vez con verdadero resentimiento, aunque la mayoría de la gente (hombres o mujeres) escribiría en tu lugar en un tono aún más amargo, y en términos aún más injustos. Pero tienes un temperamento estupendo y ni irritada consigues tener maldad. Cuando te cases, si no consigue tener la felicidad que mereces, seguro que no será por tu culpa.

En cuanto a mí...

El amor ha pasado, pero mi afección por ti se conserva inalterable y nunca olvidaré (nunca, créeme) ni tu figurita graciosa y tus maneras de pequeñita, ni tu ternura, tu dedicación, tu índole amorosa. Puede ser que me equivoque, y que estas cualidades que te atribuyo sean una ilusión mía, pero no creo que lo sea y, de haberlo sido, sería torpeza mía el habértelas atribuido.

No sé qué quieres que te devuelva (cartas o qué otras cosas). Yo preferiría no devolverte nada, y conservar tus cartitas como memoria viva de un pasado muerto, como todos los pasados; como alguna causa conmovedora en una vida, como la mía, en la que el progreso de los años va parejo al progreso de la infelicidad y de la desilusión.

Te pido que no hagas como la gente vulgar, que es siempre ordinaria; que no me vuelvas la cara cuando pase a tu lado, y que entre tus recuerdos sobre mí no esté el rencor. Quedemos, uno para el otro, como dos conocidos de infancia que se amaron un poco cuando fueron niños y que aunque en la vida adulta hayan seguido otras afecciones y otros caminos conservan siempre, en un rinconcito del alma, la memoria profunda de su amor antiguo e inútil.

Esto de “otras afecciones” y  de “otros caminos” es de tu incumbencia, Ofelita, y no de la mía. Mi destino pertenece a otra Ley, de cuya existencia ni te imaginas, y está cada vez más subordinado a la obediencia de Maestros que no permiten ni perdonan.

No hace falta que comprendas esto.  Basta que me recuerdes con cariño como yo, inalterablemente, te recordaré.
————--

(1) Osorio era uno de los trabajadores de la imprenta de la que Pessoa era socio y Ofelia empleada, encargado de servir de correo entre los amantes.

(2) Dupin es donde Ofelia empezó a trabajar como secretaria después de salir de la imprenta de Pessoa y a donde él iba a buscarla después del trabajo. La empresa se llamaba Casa C. Dupin y estaba en el Cais do Sodré, en Lisboa.

(3) A. A. Crosse, pseudónimo con el que Pessoa se presentaba a algunos concursos de acertijos en un periódico inglés.

(*) Todas las traducciones hechas a partir del original Fernando Pessoa. Cartas de amor a Ophélia Queiroz (Ática, Guimarães, 2009).
Traducción: Raquel Madrigal
0 Comentarios

HERBERTO HÉLDER

8/7/2015

0 Comentarios

 
SOBRE UM POEMA

Um poema cresce inseguramente

na confusão da carne,

sobe ainda sem palavras, só ferocidade e gosto,

talvez como sangue

ou sombra de sangue pelos canais do ser.

Fora existe o mundo. Fora, a esplêndida violencia

ou os bagos de uva de onde nascem

as raízes minúsculas do sol.

Fora, os corpos genuínos e inalteráveis

do nosso amor,

os rios, a grande paz exterior das coisas,

as folhas dormindo o silêncio,

as sementes à beira do vento,

- a hora teatral da posse.

E o poema cresce tomando tudo em seu regaço.

E já nenhum poder destrói o poema.

Insustentável, único,

invade as órbitas, a face amorfa das paredes,

a miséria dos minutos,

a força sustida das coisas,

a redonda e livre harmonia do mundo.

- Em baixo o instrumento perplexo ignora

a espinha do mistério.

- E o poema faz-se contra o tempo e a carne.




SOBRE UN POEMA

Un poema crece inseguro

en la confusión de la sangre,

sube aún sin palabras, solo ferocidad y gusto,

tal vez como sangre

o sombra de sangre por los canales del ser.

Fuera existe el mundo. Fuera, la espléndida violencia

o los granos de uva de los que nacen

las raíces minúsculas del sol.

Fuera, los cuerpos genuinos e inalterables

de nuestro amor,

los ríos, la gran paz exterior de las cosas,

las hojas durmiendo el silencio,

las semillas a la orilla del viento,

- la hora teatral del posado.

E el poema crece tomándolo todo en su regazo.

Y ningún poder destruye ya al poema.

Insustentable, único,

invade las órbitas, la cara amorfa de las paredes,

la miseria de los minutos,

la fuerza sostenida de las cosas,

la redonda y libre armonía del mundo.

- Abajo el instrumento perplejo ignora

la espina del misterio.

- Y el poema se hace contra el tiempo y la carne.




Li algures que os gregos antigos não escreviam necrológios;

quando alguém morria perguntavam apenas:

tinha paixão?

Quando alguém morre também eu quero saber da qualidade da sua paixão:

se tinha paixão pelas coisas gerais,

água,

música,

pelo talento de algumas palavras para se moverem no caos,

pelo corpo salvo dos seus precipícios com destino à glória,

paixão pela paixão,

tinha?

Y então indago de mim se eu próprio tenho paixão,

se posso morrer gregamente,

que paixão?

Os grandes animais selvagens extinguem-se na terra,

os grandes poemas desaparecem nas grandes línguas que desaparecem,

homens e mulheres perdem a aura

na usura,

na política,

no comércio,

na indústria,

dedos conexos, há dedos que se inspiram nos objectos à espera,

trémulos objectos entrando e saindo

dos dez tão poucos dedos para tantos

objectos do mundo

e o que há assim no mundo que responda à pergunta grega?,

pode manter-se a paixão com fruta comida ainda viva,

e fazer depois com sal grosso uma canção curtida pelas cicatrizes?,

Palavra soprada a que forno com que fôlego,

que alguém perguntasse: tinha paixão?

Afastem de mim a pimenta-do-reino, o gengibre, o cravo-da-índia,

ponham muito alto a música e que eu dance,

fluido, infindável,

apanhado por toda a luz antiga e moderna,

os cegos, os temperados, ah não, que ao menos me encontrasse a paixão

e eu me perdessenela,

a paixão grega.

He leído en algún sitio que los antiguos griegos no escribían necrológicos;

cuando alguien moría solo preguntaban:

¿tenía pasión?

Cuando alguien muere yo también quiero conocer la cualidad de su pasión:

si le apasionaban las cosas generales,

agua,

música,

el talento que tienen algunas palabras para moverse en el caos,

el cuerpo salvado de sus precipicios con destino a la gloria,

pasión por la pasión,

¿la tenía?

Y entonces me indago a mí mismo para ver si tengo pasión,

si puedo morir griegamente,

¿qué pasión?

Los grandes animales salvajes se extinguen en la tierra,

Los grandes poemas desaparecen en las grandes lenguas que desaparecen,

hombres y mujeres pierden el aurea

en la usura,

en la política,

en el comercio,

en la industria,

dedos conectados, hay dedos que se inspiran en los objetos que esperan,

trémulos objetos entrando y saliendo

de los diez tan pocos dedos para tantos

objetos del mundo

¿y qué hay en el mundo capaz de responder a la pregunta griega?,

¿puede mantenerse aún viva la pasión con fruta ya comida

y hacerse después, con sal gorda, una canción curtida por las cicatrices?,

Palabras sopladas, a qué horno, con qué aliento,

con el que alguien preguntara: ¿tenía pasión?

Aparten de mí la pimienta negra, el jengibre, el clavo de la India,

pongan muy alta la música y yo bailaré,

fluido, inacabable,

alcanzado por toda la luz antigua y moderna,

los ciegos, los aliñados, ah, no, que al menos me encontrasen la pasión

y que yo me perdiera en ella,

la pasión griega.


Traducción: Raquel Madrigal Martínez

Imagen
Imagen
HERBERTO HÉLDER (1930-2015). Escritor portugués, reconocido como una de las voces más singulares y originales de la poesía portuguesa de los últimos 50 años. Además, fue cajero de banco, publicista farmacéutico, bibliotecario ambulante, corresponsal de guerra y encarecido quebradero de cabeza para un tal Salazar (bueno, imaginamos que para sus adeptos más que para el Prohombre). No fue amigo de entrevistas ni premios literarios. Huía de las primeras; rechazaba los segundos. En 1994 le otorgaron el premio Pessoa y no lo quiso. Como no podía ser menos de una figura de su calibre, su libro Poesia Toda era una antología que iba menguando a cada nueva edición o reimpresión. Como hizo poco ruido y se expuso menos, en España es bastante reconocido, pero muy poco leído. Vamos, lo habitual.

Fallecido este mismo año, os dejamos dos poemas del que los periódicos han dicho en su obituario fue el mejor poeta de la segunda mitad del siglo XX, pertenecientes a A faca nao corta o fogo, publicado en 2008. Contaba con 78 años de edad. Después, solo publicó A morte sin mestre, con una tirada de cinco mil ejemplares (por decisión propia).

0 Comentarios

    TRADUCCIONES

    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

    ANTOLOGÍA PALATINA
    1. ANACREÓNTICA

    THE BOOK OF KELLS

    AL HAZMI, ALI

    ANDRADE (DE), EUGENIO 

    ANGELOU, MAYA


    ARMITAGE, SIMON

    BERT, BENG


    BERTRAND, ALOYSIUS

    BHATTACHARYA, DEEPANKAR

    BIANU, ZENO


    BLANCHARD, MAURICE

    BLANDIANA, ANA

    BOUCHET, ANDRÉ (DE)

    BOURSON, GILBERT

    BOUVIER, NICOLAS

    BRODA, MARTINE

    BROWN, STACIA L.

    BUZZATI, DINO

    CALVET, VINCENT

    CAPRONI, GIORGIO

    CARDOSO, RENATO F.

    CASTRO (DE), MANUEL

    CÉSAR, ANA CRISTINA

    CHAMBON, JEAN-PIERRE

    CHAVAL

    CHESTERTON, G. K.

    CHULLIKKAD, BALACHANDRAN

    CONTINI, DONATELLA

    CORSO, GREGORY

    COUTO, MIA

    COUTO, MIA [POEMAS]

    DEGUY, MICHEL

    DELANEY SPEAR, SUSAN

    DELERM, PHILIPPE

    DIMKOVSKA, LIDIJA

    DOMIN, HILDE

    DOMINIQUE ANÉ

    DOMINIQUE ANÉ [OKLAHOMA 1932]

    DRUMMOND DE ANDRADE, CARLOS

    DUPIN, JACQUES

    EDSON, RUSSELL

    ELIOT, GEORGE

    ESPAGNOL, NICOLE

    ESPANCA, FLORBELA

    FERREIRA, VERGÍLIO

    FOLLAIN, JEAN

    GARCIA, JUAN

    GINSBERG, ALLEN

    GIONO, JEAN

    GONZÁLEZ LAGO, DAVID

    GOZIS, GEORGE

    GRANDMONT, DOMINIQUE

    HAM, NIELS

    HAUTECLOCQUE, XAVIER (de)

    HÉLDER, HERBERTO

    HEMINGWAY, ERNEST

    HIERRO LOPES, BEATRIZ

    HIGHTOWER, SCOTT

    HOGUE, CYNTHIA

    IGLESIAS, XOSÉ

    JIYAN, RÊNAS

    JUDICE, NUNO

    KALÉKO, MASCHA

    KANDEL, LENORE

    KEROUAC, JACK

    KHAÏR-EDINNE, MOHAMMED

    KHENSIN, SUMITAKU

    KINNELL, GALWAY

    LACERDA, ALBERTO (de)

    LAYOS, ILÍAS

    LÉVIS MANO, GUY

    LUCA, GHÉRASIM

    LUCIE-SMITH, EDWARD

    McHUGH, HEATHER

    MAULPOIX, JEAN-MICHEL

    MAWGOUD, MONTASER ABDEL


    MERWIN, W. S.

    MICHAUX, HENRI

    MIERMONT-GIUSTINATI, ADELINE

    MILTON, JOHN

    MONTEIRO, KRISHNA

    MOORE, MARIANNE

    MORENO, ANNA

    NAPORANO, FERNANDO

    NERVAL, GERARD (de)

    NILO NUNES, LUIZA

    OLIVEIRA (DE), ALBERTO

    OSORIO GUERRERO, RODRIGO

    PESSANHA, CAMILO

    PESSOA, FERNANDO

    PINTO DE AMARAL, FERNANDO

    PLATH, SYLVIA

    POZZI, ANTONIA

    PRÉVERT, JACQUES

    PROUST, MARCEL

    QUINTANA, MÁRIO

    RAMBOUR, JEAN-LOUIS

    RAMOS ROSA, ANTÓNIO

    RAMOS ROSA, GISELA GRACIAS

    RATROUT, FAHKRY

    RILKE, RAINER MARIA

    RODRÍGUEZ-MIRALLES, JORGE


    SANDA, PAUL
    SCHEHADÉ, GEORGE
    SEXTON, ANNE
    SOLWAY, DAVID

    TABORDA DUARTE, RITA
    TARKOVSKI, ARSENI
    TEASDALE, SARA
    TISSOT, MARLÈNE
    TOURNIER, MICHEL
    TZARA, TRISTAN

    VALÉRY, PAUL
    VAN OSTAIJEN, PAUL
    VANDERCAMMEN, EDMOND
    VIAN, BORIS
    VILLIERS DE LISLE-ADAM, AUGUSTE
    WALDROP, KEITH
    WILDE, OSCAR

    HEMEROTECA
    AMARAL, ANA LUISA
    LOPEZ-MUGURTZA, JUANKAR

    CategorÍAs

    Todo
    Abdellatif Laabi
    Adeline Miermont-giustiniati
    Albert C Todd
    Alberto De Lacerda
    ALI AL HAZMI
    Allen Ginsberg
    Aloysius Bertrand
    Ana Blandiana
    Ana Cristina Cesar
    Andre Du Bouchet
    Angel Gomez Espada
    Angel Manuel Gomez Espada
    Anita Savo
    Anna Moreno
    Anne Sexton
    Antologia Palatina
    Antonia Pozzi
    Antonio Ramos Rosa
    Arseni Tarkovski
    Arturo Jimenez Martinez
    Auguste Villiers
    Aurelia Lassaque
    Aysel Aliveya
    Babu Thaliath
    Balachandran Chullikkad
    Beatriz Hierro Lopes
    Brigit Pegeen Kelly
    Camilo Pessanha
    Carlos Drummond De Andrade
    Chaval
    Cynthia Hogue
    David Gonzalez Lago
    David Solway
    Deepankar Bhattacharya
    Dino Buzzati
    Dominique A
    Dominique Ane
    Dominique Grandmont
    Donatella Contini
    Edmond Vandercammen
    El Cementerio Marino
    El Coloquio De Los Perros
    El Hombre Que Plantaba Arboles
    En Las Entrañas De La Alemania Nazi
    Enrique Morales
    Ernest Hemingway
    Eugenio De Andrade
    Fernando Juliá
    Fernando Moldenhauer Ruiz
    Fernando Naporano
    Fernando Pessoa
    Fernando Pinto De Amaral
    Florbela Espanca
    Galway Kinnell
    George Eliot
    George Gozis
    George Schehade
    Gerard De Nerval
    Gherasim Luca
    Gisela Gracias Ramos Rosa
    Gregory Corso
    Guada Ruiz Fajardo
    Guy Levis Mano
    Hamid Herischi
    Heather Mchugh
    Henri Michaux
    Henry Wadsworth Longfellow
    Herberto Helder
    Hogue
    Isaac Lopez
    Itzel Corona Villar
    Jack Kerouac
    Jacques Prevert
    Javier Merida
    Jean Cayrol
    Jean Follain
    Jean Garamond
    Jean Giono
    Jean-louis Rambour
    Jean-pierre Chambon
    John Liddy
    Jorge Rodriguez-miralles
    Jose Luis Fernandez De Albornoz
    Juan De Dios Garcia
    Juan Manuel Conesa Navarro
    Juan Manuel Portillo
    Juankar Lopez-mugartza
    Jules Supervielle
    Keith Waldrop
    Kris Delcroix
    Krishna Monteiro
    Laura Mongiardo
    Laurence Bouvet
    Leonore Kandel
    Lidija Dimkovska
    Lourdes Arenas Mazo
    Lucia Uria
    Lucy Leite
    Luis Machuca
    Luiza Nilo Nunes
    Luz Ayuso
    Manuel Angel Gomez Angulo
    Manuel De Castro
    Manuel Puertas Fuertes
    Marcel Proust
    Maria Tortajada Gallego
    Marianne Moore
    Marie-claire Bancquart
    Mario Quintana
    Marlene Tissot
    Mascha Kaleko
    Maurice Blanchard
    Mawgoud
    Maya Angelou
    Mia Couto
    Michel Tournier
    Miguel Angel Real
    Miguel Catalan
    Miguel-angel Real
    Mohamed Ahmed Bennis
    Montaser Abdel Mawgoud
    Natalia Carbajosa
    Natalia Velasco Urquiza
    Nicolas Bouvier
    Nicole Espagnol
    Nina Berberova
    Nina Kossman
    Nuno Júdice
    Oscar Paul Castro
    Oscar Wilde
    Pablo Franco Ortega Torres
    Paul Sanda
    Paul Valery
    Paul Van Ostaijen
    Pedro Sanchez Sanz
    Philippe Delerm
    Pierre Mac Orlan
    Rainer Maria Rilke
    Raisa Blokh
    Rambour
    Raquel Madrigal Martinez
    Renas Jiyan
    Rilke
    Roberto Bernal
    Robinson Jeffers
    Rodrigo Osorio Guerrero
    Russell Edson
    Rustam Behrudi
    Saint Pol Roux
    Sandra Santos
    Sankara Pillai
    Sara Teasdale
    Scott Hightower
    Sergio B. Landrove
    Simon Armitage
    Stacia L Brown
    Susan Delaney Spear
    Sylvia Plath
    Tatuxanym Myunusova
    The Book Of Kells
    Tran Nhuan Minh
    Tristan Tzara
    Vergilio Ferreira
    Vincent Calvet
    Viroica Patea
    W. S. Merwin
    Xavier De Hauteclocque
    Xose Iglesias

    Canal RSS

    ArchivOs

    Abril 2025
    Marzo 2025
    Diciembre 2024
    Septiembre 2024
    Junio 2024
    Mayo 2024
    Marzo 2024
    Octubre 2023
    Agosto 2023
    Junio 2023
    Enero 2023
    Diciembre 2022
    Noviembre 2022
    Agosto 2022
    Marzo 2022
    Febrero 2022
    Enero 2022
    Diciembre 2021
    Noviembre 2021
    Septiembre 2021
    Julio 2021
    Abril 2021
    Marzo 2021
    Febrero 2021
    Diciembre 2020
    Noviembre 2020
    Septiembre 2020
    Agosto 2020
    Julio 2020
    Junio 2020
    Mayo 2020
    Febrero 2020
    Diciembre 2019
    Septiembre 2019
    Agosto 2019
    Julio 2019
    Junio 2019
    Abril 2019
    Marzo 2019
    Enero 2019
    Diciembre 2018
    Noviembre 2018
    Octubre 2018
    Septiembre 2018
    Agosto 2018
    Julio 2018
    Junio 2018
    Mayo 2018
    Abril 2018
    Marzo 2018
    Enero 2018
    Diciembre 2017
    Noviembre 2017
    Julio 2017
    Mayo 2017
    Abril 2017
    Marzo 2017
    Enero 2017
    Diciembre 2016
    Noviembre 2016
    Septiembre 2016
    Julio 2016
    Junio 2016
    Marzo 2016
    Febrero 2016
    Enero 2016
    Octubre 2015
    Septiembre 2015
    Agosto 2015
    Julio 2015
    Abril 2015
    Marzo 2015
    Febrero 2015
    Diciembre 2014
    Noviembre 2014
    Octubre 2014
    Julio 2014
    Junio 2014
    Abril 2014
    Marzo 2014
    Febrero 2014
    Enero 2014

Con tecnología de Crea tu propio sitio web con las plantillas personalizables.