TRADUCCIONES
MUESTRARIO DE OTRAS LITERATURAS POSIBLES
Quizás hoy no sea fácil hacerse una idea, siquiera aproximada, de la enorme conmoción que supuso el estreno en 1955 del documental Nuit et brouillard [Noche y Niebla], cuya realización fue encargada al gran cineasta francés Alain Resnais (1922-2014) por el Comité d’histoire de la Seconde Guerre mondiale, con motivo del décimo aniversario de la liberación de los campos. Su título, de origen incierto, que algunos relacionan con versos de una ópera de Wagner, remite al código de un decreto, firmado en 1941 por el mariscal Keitel, con el cual se pretendía perseguir los delitos de conspiración, sedición y desobediencia al III Reich en todos los territorios ocupados. En uno de sus apartados, se especificaba en concreto que todos los enemigos de Alemania, una vez arrestados, habían de desaparecer sin dejar rastro. A partir de material requisado a los propios nazis, tomas efectuadas por Resnais, música del compositor austríaco, alumno de Schönberg, Hanns Eisler, y un comentario redactado por el poeta y resistente bordelés Jean Cayrol, el filme, una obra maestra visual y textual, se convirtió en un clásico de los campos de la muerte. Sus treinta y dos minutos de duración, con el recitado del actor Michel Bouquet sobre un montaje perfecto que alternaba imágenes en blanco y negro y en color en torno a una temática de una crudeza jamás vista hasta entonces, traspasaron el ámbito de lo artístico para convertirse en un manifiesto incontestable, un golpe a las conciencias, que enfrentó con valentía, memoria y vergüenza a la creciente indiferencia y al olvido deliberados frente a la mayor barbarie de la historia de la humanidad. Su calidad como obra creativa y como documento histórico a la vez no impidió, sin embargo, que se topara en su recorrido con serios contratiempos. La censura, sin ir más lejos, puesta en marcha por un gobierno que pretendía encubrir el bochornoso papel colaboracionista del régimen de Vichy, fue uno de ellos: una imagen mostraba el quepis de un gendarme mientras custodiaba en un velódromo a presos judíos que esperaban su traslado en tren a los campos de exterminio. En el clima reaccionario en el que vivió el país durante los años cincuenta, el documental fue contestado y repudiado por gran número de políticos, que no advertían en su difusión nada más que un escollo en la renovación de lazos (básicamente económicos) con la Alemania de la postguerra. Para colmo, su exhibición fue vetada en el festival de Cannes, con lo que el escándalo se acentuó aún más, máxime cuando veteranos deportados amenazaron con manifestarse por sus calles disfrazados de presos. En medio de la confusión creada, este fue parte del escrito que Jean Cayrol publicó en el diario Le Monde, el 11 de abril de 1956: «Francia rechaza con todo esto ser la Francia de la verdad, pues la mayor matanza de todos los tiempos, no la acepta sino en la clandestinidad de la memoria... Arranca salvajemente de la historia las páginas que ya no le agradan, retira la palabra a los testigos y se hace cómplice del horror... Amigos alemanes, es la propia Francia quien hace caer su noche y su niebla sobre nuestras relaciones amistosas y cordiales.» A pesar de todo o gracias a eso, la película logró abrirse paso por las salas europeas para revelarse como la mejor arma contra aquellos que empezaban ya a mostrarse en público y sin disimulos como revisionistas o negacionistas. Tal fue su impacto e influencia, en Francia especialmente, que su emisión y estudio acabaron siendo incluidos en el programa escolar de la asignatura de Historia. El comentario de Cayrol, que sufrió en sus propias carnes la terrible experiencia de la deportación durante tres años, dio cuenta, sin acritud, casi con una terrible dulzura poética, de la «mayor carnicería de almas de todos los tiempos». Ese texto escrito, magníficamente integrado en el montaje de Resnais, no fue publicado impreso en papel hasta mediados de los noventa por la editorial Fayard (es de suponer que para sortear una cierta disociación entre lo escrito y lo filmado). Su redacción está marcada una y otra vez por su puntuación sincopada y posee tanto brío en la frase corta y tanto nervio en la palabra, tanto poder de evocación, que es capaz por sí solo de hacernos imaginar la proyección del documental como si estuvieran pasando cada fotograma por delante de nuestros ojos. He aquí, pues, de forma independiente, la traducción a nuestra lengua, tan necesaria ahora como entonces, de esa noche y esa niebla angustiosas y sobrecogedoras, de cuya versión alemana se ocupó en su día nada más y nada menos que Paul Celan. NOCHE Y NIEBLA (Comentario) Guion del film de Alain Resnais Incluso un sereno paisaje... un prado por el que revolotean los cuervos, con su siega y su quema de pastos, incluso una carretera por la que pasan coches, campesinos y parejas, incluso un pueblo de veraneo, con su feria y su campanario... pueden conducirnos con toda naturalidad a un campo de concentración. Struthof, Oranienbourg, Auschwitz, Neuengamme, Belsen, Ravensbruck, Dachau, fueron en su día sólo nombres corrientes en los mapas y en las guías. La sangre ha coagulado, las bocas guardan silencio, los barracones no reciben ya nada más que la visita de una cámara. Una extraña hierba ha crecido y revestido la tierra que erosionara el pisoteo de los prisioneros. La corriente ha dejado de fluir por los cables eléctricos. No quedan otros pasos que no sean los nuestros. 1933, la máquina se pone en marcha. Para ponerla en marcha, es necesaria una nación sin notas discordantes... ...sin disputas. Hay que ponerse manos a la obra. Un campo de concentración se construye como un estadio o un hotel de lujo, con empresarios, presupuestos, competencia y, sin duda, sobornos. Nada de estilos impuestos. Eso se lo dejamos a la imaginación: estilo alpino... estilo garaje... estilo japonés... sin estilo. Los arquitectos diseñan con calma esos porches destinados a no ser franqueados nada más que una sola vez. Mientras tanto, Burger, obrero alemán, Stern, estudiante judío de Ámsterdam, Schmulzki, comerciante de Cracovia, Annette, colegial de Burdeos... viven su vida cotidiana, ajenos al hecho de que a mil kilómetros de sus casas poseen ya un lugar asignado. Hasta que llega el día en el que, concluidos los barracones, sólo faltan ellos. Con las redadas de Varsovia, los deportados de Lodz, de Praga, de Bruselas, de Atenas, de Zagreb, de Odessa o de Roma, los internos de Pithiviers (1), las redadas del Vel’ d’Hiv’ (2), los resistentes apiñados en Compiègne (3), la multitud de los que atrapan en el acto, de los que atrapan por error, de los que atrapan al azar, emprende la marcha hacia los campos. Trenes sellados, con sus cerrojos, y el hacinamiento de deportados, a centenares por vagón, sin día ni noche, el hambre, la sed, la asfixia, la locura. Por algún sitio cae un mensaje que alguien recoge. La muerte procede a su primera selección. La segunda, se hace a la llegada, en la noche y en la niebla. Hoy, en la misma vía férrea, es de día y luce el sol. La recorremos lentamente... ¿A la búsqueda de qué? ¿De las huellas de los cadáveres que se desplomaban en cuanto se abrían las puertas? ¿O bien del pisoteo de los primeros que desembarcaban, empujados a culatazos hasta la entrada del campo... entre los ladridos de los perros, los relámpagos de los reflectores y las llamas del crematorio al fondo, en una de aquellas puestas en escena nocturnas que tanto agradaban a los nazis? Primera mirada sobre el campo: otro planeta. Bajo el pretexto de la higiene, es la desnudez, de primeras, la que entrega al campo al hombre ya humillado. Rapado, tatuado, numerado, atrapado en el juego delirante de una jerarquía todavía incomprensible, vuelto a vestir con el traje azul a rayas, a menudo clasificado «Nacht und Nebel», «Noche y niebla». Marcado con el triángulo rojo de los políticos, el deportado se inicia en primer lugar con los triángulos verdes: presos comunes, entre los infra-hombres. Por encima, casi siempre otro preso común: el kapo. Algo más por encima, el intocable —han de hablarle a tres metros—: el S.S. En la cima, lejano, el comandante: preside los ritos y simula ignorar el campo... ¿Quién, por otra parte, no lo ignora...? Que, a nuestra vez, intentemos descubrir el remanente de esa realidad de los campos, despreciada por aquellos que la fabrican, impenetrable para aquellos que la sufren, resulta vano. No hay, para esos barracones de madera, para esos armazones en los que dormían de tres en tres, para esas madrigueras en las que se ocultaban, en las que comían a hurtadillas, en las que el sueño era casi una amenaza, una sola descripción o imagen que pueda devolverles su verdadera dimensión: la de un miedo permanente. Sería necesario el jergón que servía de fresquera y de caja fuerte, el cobertor por el que se peleaban, las denuncias, los juramentos, las órdenes transmitidas en todas las lenguas, las entradas repentinas del S.S., embargado por un ansia de control o de humillación. De ese dormitorio de ladrillos, de ese sueño amenazado, no podemos mostrarles nada más que su cáscara, el color. He ahí el decorado: unos edificios que bien podrían ser cuadras, granjas, talleres, un terreno empobrecido convertido en solar, con un cielo otoñal que se torna indiferente; he ahí todo lo que nos queda por imaginar de esa noche seccionada por los gritos, por el control de piojos, noche de castañeo de dientes. Hay que dormirse cuanto antes. Despertarse a garrotazos, se suceden los empujones, se buscan las pertenencias robadas. Cinco de la mañana: formación interminable en el patio de llamada... los muertos de la madrugada siempre falsean el recuento. Una orquesta interpreta una marcha de opereta durante la salida hacia la cantera, hacia la fábrica. Trabajo en la nieve, que se transforma pronto en barro helado. Trabajo en el calor de agosto, con la sed y la disentería. Tres mil españoles murieron en la construcción de esas escaleras que conducen a la cantera de Mauthausen. Trabajo en las fábricas subterráneas. Un mes tras otro, se cubren de tierra, se hunden, se ocultan, matan. Llevan nombres de mujer: Dora, Laura. Pero esos extraños obreros de treinta kilos son poco de fiar. Y el S.S. anda al acecho, los vigila, los hace formar, los inspecciona y los cachea antes de su regreso al campo. Pancartas de estilo rústico enfilan de nuevo a cada uno a su recinto. El kapo sólo tiene que hacer recuento de sus víctimas de la jornada. El deportado, por su parte, vuelve a toparse con la obsesión que gobierna su vida y sus sueños: comer. La sopa. Cada cucharada carece precio. Una cucharada de menos equivale a un día menos de vida. Se truecan dos, tres cigarrillos, por una sopa. Muchos, demasiado débiles, son incapaces de defender su ración del asalto de los ladrones. Esperan a que el lodo o la nieve los acoja. Tenderse al fin, en cualquier sitio, para disponer de una agonía propia. Las letrinas, sus inmediaciones. Esqueletos con vientres de bebé iban por allí siete, ocho veces por noche: la sopa era diurética. Y, ¡ay de aquel que se tropiece con un kapo ebrio al claro de luna! Unos a otros se observaban con temor, a la búsqueda de esos síntomas pronto familiares: «hacer sangre» era señal de muerte. Mercado clandestino: lugar de compra y venta, allí se mataba a la chita callando. En él, se efectuaban las visitas. Se dibujaban los planos de un apartamento para el regreso. Se comunicaban entre ellos noticias verdaderas y falsas. Se organizaban grupos de resistencia. Allí, una sociedad adquiría forma. Una forma esculpida en el terror y, sin embargo, menos enloquecida que una orden de los S.S., expresada por medio de preceptos como los que siguen: «LA LIMPIEZA ES SALUD» «EL TRABAJO ES LIBERTAD» «A CADA CUAL LO QUE SE MERECE» «LOS PIOJOS MATAN». Y un S.S., ¿qué? Cada campo entraña una sorpresa: una orquesta sinfónica, un zoológico... invernaderos en los que Himmler cuidaba de sus plantas delicadas; el Roble de Goethe, en Buchenwald (4), en torno al cual construyeron el campo, respetando el roble. Un orfanato efímero, que es renovado sin cesar. Un barracón para inválidos. Es entonces cuando el mundo de verdad, el de los paisajes sosegados, el del tiempo anterior, puede muy bien aparecer desde lejos o no tan desde lejos. Para el deportado, se trataba de una imagen. Él ya no pertenecía nada más que a ese universo finito, cerrado, limitado por las torres de observación desde donde los soldados patrullaban el buen comportamiento del campo, apuntaban continuamente a los deportados, los mataban si se terciaba, por desgana. Cualquier cosa es pretexto para burlas, castigos, humillación... las llamadas para formar duran horas. Una cama mal hecha: veinte golpes de cachiporra. Nada de hacerse notar, nada de hacerle cruces a dios. Tienen su horca, su recinto para ejecuciones. Ese patio del barracón once, hurtado a las miradas, dispuesto para los fusilamientos, con su pared que protege del rebote de las balas. Ese castillo de Hartheim (5), hacia el que autocares con vidrios ahumados transportan a unos pasajeros a los que no se volverá a ver jamás. «Transportes negros», que parten en la noche y de los que nadie sabrá nunca nada. Pero es increíble lo que puede resistir un hombre: con el cuerpo abrasado por la fatiga, el espíritu trabaja, las manos cubiertas de vendajes, trabajan. Fabrica cucharas, marionetas, que luego oculta, monstruos. cajas. Logra escribir, tomar notas... entrenar la memoria con sueños. Puede pensar en Dios. Incluso llega a organizarse políticamente, a disputarles el control interno de la vida del campo a los presos comunes. Se encarga de los compañeros más disminuidos... Dona su alimento. Organiza ayudas solidarias. Como último recurso, empuja con ansiedad a los más amenazados al hospital, al «Soñadero». Acercarse a esa puerta suponía fantasear con una enfermedad auténtica, con la esperanza de una cama. También, el riesgo a una muerte por jeringa. Los medicamentos son de risa, las vendas de papel. La misma pomada sirve para todas las enfermedades, para todas las llagas. A menudo, el enfermo hambriento se come sus vendajes. Al final, todos los deportados se asemejan. Se ajustan a un patrón sin edad, que muere con los ojos abiertos. Había un barracón quirúrgico. Con algo más de fantasía, se habrían imaginado frente a una clínica de verdad. Doctor S.S.... enfermera inquietante... Existe el decorado, pero ¿qué se esconde tras él?: operaciones inútiles, amputaciones, mutilaciones experimentales. Los kapos, como los cirujanos S.S., pueden hacer sus prácticas en él. Las grandes plantas químicas envían a los campos muestras de sus productos tóxicos. O bien compran un lote de deportados para sus ensayos. De esos conejillos de Indias, unos cuantos sobrevivirán, castrados, abrasados con fósforo. Los habrá cuya carne quedará marcada de por vida, pese al regreso. De estas mujeres, de estos hombres, consignados a su llegada, los despachos administrativos archivarán sus rostros. También sus nombres son consignados. Nombres de veintidós nacionalidades. Se rellenan cientos de registros, millares de ficheros. Un tachón rojo suprime a los muertos. Bajo la mirada de los S.S. y de los kapos privilegiados, son los deportados, los «prominentes», la crema del campo, quienes llevan esa contabilidad delirante, siempre falsa. El kapo posee su propio cuarto, en el que puede almacenar sus provisiones y recibir por las noches a sus jóvenes favoritas. Muy cerca del campo, el comandante tiene un palacete, en el que su mujer contribuye a mantener una vida de familia y a veces mundana, como en cualquier otra guarnición. Quizás con la diferencia de que ahí se aburre un poco más: la guerra no se digna a terminar. Más afortunados, los kapos poseían su burdel. Con prisioneras mejor alimentadas, pero como las demás, destinadas a la muerte. A veces, desde esas ventanas cayó un trozo de pan para un compañero del exterior. De esa manera, los S.S. habían logrado reconstruir en el campo una urbe en potencia, con hospital, barrio privado, barrio residencial e incluso —sí— una prisión. Sería inútil describir lo que ocurría en esos calabozos. En esas jaulas diseñadas para que no se pudieran mantener ni de pie ni tumbados, hombres y mujeres fueron torturados a conciencia durante días. Las bocas de aeración no retienen sus gritos. 1942. Himmler visita las instalaciones. Es preciso exterminar, pero de forma productiva. Cediendo la productividad a sus técnicos, Himmler analiza el problema del exterminio. Se estudian planos, maquetas, se ponen en práctica y son los propios deportados los que participan en las obras. Un crematorio podía tener, por qué no, aires de tarjeta postal. Más tarde —hoy—, los turistas se fotografían en él. La deportación se extiende a toda Europa. Los convoyes se extravían, se detienen, vuelven a partir, son bombardeados y, al final, llegan. Para unos cuantos, la selección ya está hecha. Para los que restan, la selección se hace al instante: los de la izquierda irán a trabajar; los de la derecha... Esas imágenes están tomadas momentos antes de una exterminación. Matar a mano toma su tiempo: se encargan latas de gas zyklon. Nada distingue una cámara de gas de un barracón ordinario. En su interior, un falso cuarto de duchas acogía a los recién llegados. Se les cerraban las puertas Se los observaba. La única señal —si bien hemos de prestar atención— lo constituye ese techo al que las uñas llenaron de arañazos. Hasta el hormigón desgarraban. Cuando los crematorios son insuficientes, se elevan hogueras. Los nuevos hornos absorbían aun así varios millares de cuerpos al día. Todo se aprovecha. Son las reservas nazis en guerra, sus graneros. Nada más que por los cabellos de mujer... ...a quince pfennigs el kilo... se elaboran telas. Con los huesos... abono... o, al menos, eso intentan. Con los cuerpos... qué podemos añadir más... ...con los cuerpos, procuran fabricar jabón. En cuanto a la piel... 1945. Los campos se extienden, rebosan. Son ciudades de cien mil habitantes. Cartel de completo en todos ellos. La gran industria se interesa por esta mano de obra indefinidamente renovable. Existen fábricas que tienen sus campos particulares, vedados a los S.S. Steyr, Krupp, Heinkel, I.G., Farben, Siemens y Hermann Göring se abastecen en esos mercados. Los nazis podrían ganar la guerra: esas nuevas ciudades forman parte de su economía. Pero la pierden. El carbón para los crematorios escasea. El pan para los hombres escasea. Los cadáveres obstruyen las calles de los campos: el tifus... Cuando los aliados abren las puertas... ...todas las puertas... La mirada de los deportados es de incomprensión. ¿Han sido liberados? ¿Volverán a hallar su lugar en la vida cotidiana? —Yo no soy responsable —dice el kapo. —Yo no soy responsable —dice el oficial. —Yo no soy responsable... Entonces, ¿quién es responsable? En el momento en el que les hablo, el agua helada de las ciénagas y de las ruinas colma el hueco de las fosas de cadáveres, un agua helada y opaca como nuestra mala memoria. En su letargo, la guerra no deja de tener un ojo abierto. La hierba fiel ha crecido de nuevo en los patios de llamada, entre los barracones. Un pueblo abandonado aún lleno de amenazas. El crematorio está fuera de servicio. Las añagazas nazis han pasado de moda. Nueve millones de muertos penan por estos parajes. ¿Quién de nosotros vela desde este extraño observatorio para advertirnos de la llegada de nuevos verdugos? ¿De veras tienen un rostro distinto al nuestro? En algún lugar, entre nosotros, quedan kapos con suerte, cabecillas rehabilitados, delatores anónimos. Quedan todos aquellos que no creían en nada o sólo de cuando en cuando. Y quedamos nosotros, sinceros observadores de esas ruinas, que fingimos recuperar la esperanza frente a esa imagen que se aleja, como si el viejo monstruo de los campos de concentración hubiera muerto bajo sus escombros, nosotros, que fingimos, como si hubiera cura para la epidemia de los campos de concentración, que todo esto pertenece a un tiempo único y a un único país, y olvidamos mirar a nuestro alrededor sin oír esos gritos que no tienen fin. (1) Entre 1941 y 1943, más de 16 000 judíos, entre ellos 4 500 niños, fueron internados en los campos de Pithiviers y de Beaune la Rolande, a unos 50 km de Orleans y 90 de París, ambos gestionados por la administración francesa, bajo control alemán. Todos fueron conducidos a los campos [Nota del Traductor]. (2) Abreviatura de Vélodrome d’hiver, Velódromo de Invierno de París, en referencia a la redada de judíos a gran escala que tuvo lugar en julio de 1942, con la colaboración de miles de policías y gendarmes franceses [N. del T.]. (3) El grupo de Compiègne, llamado también Batallón de Francia, fue uno de los primeros grupos de la resistencia francesa. Creado en 1941 y desmantelado en 1942 por el contraespionaje alemán, sus miembros fueron deportados y en la mayoría de los casos condenados a muerte y ejecutados, según directrices del programa Nacht und Nebel o NN, ya citado [N. del T.]. (4) Las S.S. dejaron un viejo roble en medio del campo de Buchenwald, que señalaron en los mapas como el «roble grueso», recuerdo de las frecuentes visitas de Goethe a Ettersberg. Los internos le dieron el nombre de «roble de Goethe». En agosto de 1944, fue gravemente dañado por los bombardeos y, poco después, abatido. Solo el tocón de la base se conserva en el centro del campo como símbolo de memoria [N. del T.]. (5) El tristemente célebre castillo de Hartheim (Alkoven, Austria) es una hermosa construcción renacentista de principios del siglo XVII, situado a las afueras de Linz, que desde 1898 sirvió de institución de acogida para personas que no podían valerse por sí mismas. No se sabe a ciencia cierta por qué se convirtió, una vez nacionalizado por los nazis, a partir de 1940, en centro de ejecución para Austria, un sector de Baviera y una parte de Checoslovaquia. Su dirección fue encomendada al psiquiatra Rudolf Lonauer y en él murieron más de veinte mil personas, en su mayoría enfermos mentales, con la excusa de que eran internados en un «campo de reposo». Su idea de base era la de la purificación y fortalecimiento de la raza aria a partir de la eliminación de esas personas. Pero no sólo se utilizó para ese fin. Se da la circunstancia de que murieron gaseados en sus instalaciones, en este caso por su evaluación política como «combatientes rojos o comunistas de España», unos quinientos republicanos españoles. Cf. Le château de Hartheim et le «Traitement spécial 14f13», artículo de Florian Schwanninger, Revue d’histoire de la Shoah 2013/2 (N° 199), pp. 313-350 [N. del T.]. Traducción y nota: MANUEL ÁNGEL GÓMEZ ANGULO
1 Comentario
Valloncello di Cima Quattro il 5 agosto 1916 / Desfiladero de la Cuarta Cima, el 5 de agosto 1916
Valloncello dell’Albero Isolato il 27 agosto 1916 /Desfiladero del Árbol Solitario, el 27 de agosto de 1916
Bosco di Courton luglio 1918 /Bosque de Courton, julio de 1918
Bosco di Courton luglio 1918 /Bosque de Courton, julio de 1918
Vallone, il 19 agosto 1917 /Vallone, el 19 de agosto de 1917 Traducción: ROBERTO BERNAL
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TRADUCCIONES
El Coloquio de los Perros. AL HAZMI, ALI ANDRADE (DE), EUGENIO ANGELOU, MAYA ARMITAGE, SIMON BERT, BENG BERTRAND, ALOYSIUS BHATTACHARYA, DEEPANKAR BIANU, ZENO BLANCHARD, MAURICE BLANDIANA, ANA BOUCHET, ANDRÉ (DE) BOURSON, GILBERT BOUVIER, NICOLAS BRODA, MARTINE BROWN, STACIA L. BUZZATI, DINO CALVET, VINCENT CAPRONI, GIORGIO CARDOSO, RENATO F. CASTRO (DE), MANUEL CÉSAR, ANA CRISTINA CHAMBON, JEAN-PIERRE CHAVAL CHESTERTON, G. K. CONTINI, DONATELLA CORSO, GREGORY COUTO, MIA COUTO, MIA [POEMAS] DEGUY, MICHEL DELANEY SPEAR, SUSAN DELERM, PHILIPPE DIMKOVSKA, LIDIJA DOMIN, HILDE DOMINIQUE ANÉ DOMINIQUE ANÉ [OKLAHOMA 1932] DRUMMOND DE ANDRADE, CARLOS DUPIN, JACQUES ELIOT, GEORGE ESPAGNOL, NICOLE ESPANCA, FLORBELA FERREIRA, VERGÍLIO FOLLAIN, JEAN GARCIA, JUAN GINSBERG, ALLEN GONZÁLEZ LAGO, DAVID GOZIS, GEORGE GRANDMONT, DOMINIQUE HAM, NIELS HAUTECLOCQUE, XAVIER (de) HÉLDER, HERBERTO HEMINGWAY, ERNEST HIERRO LOPES, BEATRIZ HIGHTOWER, SCOTT HOGUE, CYNTHIA IGLESIAS, XOSÉ JIYAN, RÊNAS JUDICE, NUNO KALÉKO, MASCHA KANDEL, LENORE KEROUAC, JACK KHAÏR-EDINNE, MOHAMMED KHENSIN, SUMITAKU KINNELL, GALWAY LACERDA, ALBERTO (de) LAYOS, ILÍAS LÉVIS MANO, GUY LUCA, GHÉRASIM LUCIE-SMITH, EDWARD McHUGH, HEATHER MAULPOIX, JEAN-MICHEL MAWGOUD, MONTASER ABDEL MERWIN, W. S. MICHAUX, HENRI MIERMONT-GIUSTINATI, ADELINE MILTON, JOHN MONTEIRO, KRISHNA MOORE, MARIANNE MORENO, ANNA NAPORANO, FERNANDO NERVAL, GERARD (de) NILO NUNES, LUIZA OLIVEIRA (DE), ALBERTO OSORIO GUERRERO, RODRIGO PESSANHA, CAMILO PESSOA, FERNANDO PINTO DE AMARAL, FERNANDO PLATH, SYLVIA POZZI, ANTONIA PRÉVERT, JACQUES PROUST, MARCEL QUINTANA, MÁRIO RAMBOUR, JEAN-LOUIS RAMOS ROSA, ANTÓNIO RAMOS ROSA, GISELA GRACIAS RATROUT, FAHKRY RILKE, RAINER MARIA RODRÍGUEZ-MIRALLES, JORGE HEMEROTECA
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