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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

TRADUCCIONES

MUESTRARIO DE OTRAS LITERATURAS POSIBLES

PIERRE MAC ORLAN

22/1/2019

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Fue un curioso personaje que cambió su nombre —Pierre Dumarchey—, apelando al supuesto origen escocés de su abuela, y luego fue borrando por accidente o voluntad propia aquellos episodios de su verdadera vida que no le gustaban. Pionero del cómic, a su llegada a París, se unió al grupo de Apollinaire y de Max Jacob, con lo que su bautismo literario se inició bajo el signo del humor y de lo insólito. Su producción evoca con vitalidad un universo cosmopolita, mezcla de realidad e imaginación, en donde la aventura puede sorprendernos en cualquier calle. Su pensamiento osciló entre el del aventurero activo y el aventurero pasivo (o literario), precisado en el Petit manuel du parfait aventurier (quizás un encargo de Cendrars) y desplegado en sus Poésies documentaires, bosquejo urbano y burlón de gran riqueza “argótica”. Autor de El muelle de las brumas (1927), Orlan es conocido como el escritor de los ambientes neblinosos, de sus maleantes, de los personajes enterrados en alcohol y problemas insolubles, porque conoció en profundidad los bajos fondos de muchas ciudades europeas y los describió como nadie en sus libros, con un estilo seco pero de enorme precisión.

LA BELLA MARSIALE 

                  I
 
       En diferentes etapas de mi vida, son tres las veces que me he alojado en Marsella: tres veces, en las que la melancolía sorprendente de esta ciudad inmensa me abruma y me seduce. La alegría de Marsella está en las manifestaciones de su amable gente, mucho más que en el alma de una urbe febril y apasionada. Una ciudad de partida no puede ser feliz. Una ciudad de llegada no puede ser nada más que una ciudad de fiebre y de pasión.
       En 1906, tras una estancia de más de dos años en Italia y Sicilia, en Palermo, al pie del Pellegrino, hice una discretísima entrada en Marsella. La ciudad me pareció extraordinaria. No era ni una ciudad del sur, como Aix, ni una ciudad latina. Era una ciudad mediterránea, una ciudad secreta y luminosa, un puerto sin mareas. Al final de la Canebière, pestañeaban lucecitas, pues era de noche. El agua marina silenciosa estaba plagada de luminarias. Seguí, a mi derecha, el muelle del Puerto Viejo, pues sabía ya que iría a terminar mi noche en el ‹‹Barrio›› célebre que se eleva desde el muelle, a espaldas del ayuntamiento, hacia la cuesta de las Accoules.
          Por primera vez, por esas callejuelas mal iluminadas, vislumbré el rostro de esa Venus popular que tantas veces he evocado en esta serie de artículos. La calle vivía en un alegre desorden, más sentimental que venal. Por allí, holgazaneando codo con codo, había hombres de todos los colores y de todas las procedencias. En esa época, espectáculos parecidos eran poco habituales, y teníamos que esperar a las atracciones decenales de una Exposición Universal para poder observar un divertimento geográfico de esa importancia. En primer lugar, el barrio reservado se me reveló como una suerte de exposición colonial, de feria colonial, en donde todos los comercios exhibían este rótulo: Reservado sólo para personas mayores, sin ánimo canalla, sino complaciente. Por allí, había marineros, espahíes de bournous (1) rojos, ‹‹coloniales›› (2) con guerrera azul y charreteras color narciso, suboficiales de infantería ligera, de mando blanco (3), con túnica negra y cuello amarillo claro, pantalones rojos, quepis de fuelle galoneados en plata. Había chicas paticortas, robustas, maltesas e italianas, españolas, belgas y alemanas. Había niños, agentes de policía bonachones y esos encantadores charlatanes con los que uno no se tropieza nada más que en los grandes puertos. El viejo ‹‹Barrio›› era frecuentado por los escritores y los artistas —hubo una mesa redonda en lo de ‹‹Aline››, que a menudo estuvo rodeada por pintores y escritores, glorificados desde entonces—. En él, encontrábamos una acogida amistosa, la presencia de la aventura, pura vida sin imperativos. Dejándose ir por la fantasía de las horas nocturnas, que no desembocaban sino rara vez en broncas serias, el viejo ‹‹Barrio›› representaba una de las formas más cándidas de la libertad de vivir sin hacer daño al vecino. Las noches marsellesas peligrosas de verdad jamás fueron las que le dieron al viejo ‹‹Barrio›› su poesía, a menudo melancólica, o su aspecto de kermesse cuando un barco descargaba a sus pasajeros y a su tripulación. Los que penetraban en el interior de Marsella, procedentes del mar y, en ocasiones, de todas las latitudes, se volvían como locos.
          La vida europea les ofrecía al instante lo que deseaban. No tenían tiempo para esperar o para iniciar la conquista de una mujer bonita. Necesitaban aplacar su deseo de inmediato. Dominados de golpe por su cultura de origen, necesitaban beber el famoso vino de la tierra europea, el vino francés, comer cosas con las que antes habían soñado en las largas horas del esfuerzo, hallar de nuevo la carne amada de las mujeres de su estirpe. El viejo ‹‹Barrio››, invadido por hombres macerados en las privaciones, estallaba con una dicha súbita, desbordante. Un gentío con fantasías insospechadas colmaba las calles tristemente iluminadas, penetraba como un torrente en las casas de citas en las que el pianista, desvelado, hacía bailar a las parejas. Fuera, voceaban en todas las lenguas. El alcohol iluminaba el decorado con menos avaricia que la municipalidad. En Marsella, replegada sobre sí misma, adormilada a orillas de ese mar extrañamente silencioso, el barrio reservado llameaba como una fiesta patronal belga, y mil rostros de chicas, de soldados, de repatriados, de aventureros y de curiosos relucían tanto como sus fanales encendidos.


























(1) El bournous es una prenda de vestir larga de lana, con mangas y una capucha puntiaguda, de origen bereber. En español, con otro uso, tenemos un derivado: albornoz. (Nota del Traductor)
(2) Soldados del ejército colonial. (N. del T.)
(3) Suboficial del ejército que es destinado fuera de su cuerpo de armas para servir en la Legión. (N. del T.)

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         En aquel tiempo, navegantes y coloniales marginados en su tierra frecuentaban aún el viejo muelle del Puerto y de la Bouterie (4), que lo escolta en paralelo. Llegaban ahí con descaro. Era lo prometido al llegar y, si se quiere, una suerte de homenaje a esa gran ciudad marítima tan indulgente, con una inteligencia clásica que se desparramaba a la perfección por toda la vida urbana de sus calles de razas extraordinarias.
         ¿Eran alegres las calles mal pavimentadas de ese viejo ‹‹Barrio›› por las cuales yo erraba con enorme timidez? No lo creo. El alcohol hundía aún más en sus agujeros de sombra a la miseria, cuando esta pretendía levantar la cabeza. El alcohol reinaba por encima de la fiesta como un maestro erudito. Afinaba cada detalle. Daba la señal para esa comedia de magia a la vez negra y luminosa, mas no tenía potestad alguna para imponerle un final.
        En ese bullicio, el bueno y el malo podían mezclarse en una tregua provisoria. Los ‹‹bares›› hacían ya centellear todos los nombres femeninos del calendario e incluso aquellos que no están en el calendario. La absenta triunfaba sin hacer presagiar el pastís (5). Comparado con el ambiente social en el que vivimos hoy nosotros, no había leyes. Por diez francos, se vivía en el viejo Barrio desde el crepúsculo de la tarde hasta el de la madrugada. En él se alternaba en pandillas felices, no por temor, como más tarde, sino porque el placer de vivir una noche estupenda no podía ser clandestino. Corría la época en la que se cantaba ‘La pequeña tonquinesa’ de Scotto (6). Los marsopas (7) habían adoptado esa encantadora evocación marsellesa de las congáis (8) tocadas con su salako (9), a orillas del arrozal. Acordeones, que nada esperaban de un futuro mundano (10), gemían canciones napolitanas o piamontesas. Se hacían oír tantas voces hermosas en esas noches cálidas que parecían la expresión más pura de esa multitud a menudo amistosa, nunca malvada.
         Los soldados ocupaban, en las noches del Barrio, la cima de la montaña, si se puede decir así. El ejército de África y el ejército de Tonkín se gastaban en él la prima de alistamiento, sin preocuparse por el mañana. Los ‹‹felices›› (11) a veces hacían estragos y organizaban peleas para obedecer a la tradición de sus charreteras verdirrojas. La Legión, al igual que hoy, acogía a los suyos en el fuerte Saint-Jean, no lejos del Barrio, dominado por sus altas murallas.
         Aquella noche de mi juventud, bebí en un barecito de la calle Lancerie, con un legionario. Marcelle, creo, era la dueña del bar. Al legionario lo llamaban con un nombre cualquiera, como a todos los legionarios. El legionario era ruidoso, iluminado por su pensamiento, que andaba lejos de ese bar. Esperaba ‹‹quemar›› con rapidez los cinco años venideros y, frente a Marcelle y a mí, a quienes no veía, pensaba ya en un retorno enriquecido por cinco años de experiencias maravillosas. Todavía no llevaba el uniforme, sino un traje de chaqueta de cheviot cuyo pantalón, muy estrecho, como era la moda por entonces, le daba el aspecto de un par de tenazas por culpa de un torso algo estrecho pero hercúleo. Hablaba y hablaba, se ‹‹calentaba›› la cabeza  e iluminaba el Bar Marcelle con un fulgor salvaje, que era sin duda el lirismo de cinco años en el Sur. Marcelle lo escuchaba asintiendo con la cabeza, y yo seguía sus imágenes en su proyección interior.
       Cuando hubo terminado su hermosa canción, se bebió un gran vaso y se agarró la cabeza entre las manos. Entonces, Marcelle se levantó y fue a cerrar el negocio.
         —No vayan a importunarlo, a jorobarlo, dijo.
El legionario hacía muecas graciosas. Vimos que tenía ganas de llorar. Entonces, Marcelle me dijo:
         —Confío en ti... Acompáñalo a Saint-Jean; está a trescientos metros.
         —¿Qué le debemos? pregunté.
         —No lo sé, dijo ella; me pagarás mañana si te quedas aquí.
         Y añadió:
         —Déjalo en manos del soldado de guardia.
         Tomé a mi compañero por el brazo, y él se levantó. No había un alma en la calle, y el mistral hacía chasquear las contraventanas y chirriar veletas invisibles. Pronto estuvimos en el muelle del Puerto. No pronunciamos una palabra hasta el momento en el que nos detuvimos delante de la pequeña pasarela que accede a la puerta del fuerte, al pie de un poste del transbordador.
         —Adiós, adiós, dijo el legionario estrechándome la mano.
         Su alta silueta un poco burlesca se recortó unos segundos en la pasarela. Cuando hubo desaparecido, subí de nuevo hacia Saint-Charles para esperar la hora del tren que debía llevarme a París. Tal fue la primera noche que pasé en el viejo Barrio. En aquella época, no escribía; no sabía que un día escribiría: estaba en la inopia.

(4) Ya desde el siglo XVII, esta calle marsellesa era conocida como enclave franco de libertinaje. En 1943, bajo el estado de excepción en la ciudad, con la excusa de que toda ella y parte del barrio servía de refugio a la Resistencia, se orquestó una salvaje operación de salubridad pública, perpetrada por los nazis y secundada por efectivos del gobierno de Vichy. Unas 20.000 personas fueron evacuadas, muchas de ellas detenidas, y más de 1.300 inmuebles reducidos a polvo con dinamita. Tras la brutalidad de la acción que acabó con parte del Viejo Puerto destruido y gran número de personas en los campos de exterminio, se escondía en realidad, al margen de una redada de judíos franceses refugiados, una gigantesca operación especulativa, gestada a través de una empresa inmobiliaria creada al efecto.
(5) Bebida alcohólica destilada de anís y regaliz, aperitivo francés por antonomasia, que se toma mezclado con agua, en partes de una por siete. Parece ser que la prohibición de la absenta obligó a las destilerías Ricard a fabricar un licor alternativo, hecho que disparó su consumo masivo en las tabernas de toda Francia. (N. del T.)
(6) La Petite Tonkinoise, canción popular francesa compuesta en 1906, letra de H. Christiné y música de V. Scotto, fue interpretada entre otros por Joséphine Baker o Maurice Chevalier. (N. del T.)
(7) Soldados de infantería de marina. (N. del T.)
(8) En la época colonial, joven indígena, concubina de un colono. (Nota del Autor)
(9) Sombrero ancho tonquinés. (N. del A.)
(10) Mondain, en español, puede traducirse como mundano en oposición a lo transcendente o religioso. También puede significar relativo a la vida de la gente adinerada. Y, por último, en un tiempo se aplicaba a la brigada policial de costumbres que se encargaba de la represión del proxenetismo. Hay un juego de palabras que mezcla los tres sentidos. Se ha preferido respetar la literalidad del término. (N. del T.)
(11) Soldados franceses de los Bat’ d’Af o BILA (Batallones de Infantería Ligera de África), conocidos por su bravura y la disciplina de hierro que sufrían en sus cuarteles. (N. del T.)

                                                                                                        
                                         *****
 
        Viví mi segunda noche en el barrio de la calle de la Bouterie dos o tres años después de la guerra (12). Me encontraba en Marsella con unos amigos. Esperábamos el regreso de la misión Haart (13). Las condiciones no eran ya las mismas, al menos en lo relativo a mi situación. Marsella resplandecía toda gris a la luz de un hermoso día. Caída la noche, después de haber meditado ante un plato de chopitos suculentos, nos dirigimos hacia el barrio reservado, con nuestros sombreros bien calados en la cabeza. Si bien éramos siete, como en la canción (14) y, en esas condiciones, podíamos deambular por el adoquinado puntiagudo de la Bouterie sin temor a un atentado contra nuestros sombreros. Por otra parte, entre nosotros, varios íbamos tocados con gorras.
           Las callejuelas sombrías y sórdidas, por las que brillaban aquí y allá las luces publicitarias de una casa de placer, apenas habían cambiado. Un poco más de luz, unos cuantos rótulos luminosos más, unas cuantas chicas más, sentadas a horcajadas delante del triste mobiliario de un cuarto igual de confortable que una caja de cerillas. Aquella noche, una multitud bastante ruidosa ocupaba la calzada de las callejuelas en cuesta: tiradores senegaleses, marroquíes y cabileños de civil me parecieron conformar el elemento esencial. Toda esa gente vociferaba y gesticulaba con las manos. Formaba grupos frente a chicas bien peinadas, que fumaban cigarrillos y buscaban en los rostros las huellas, incluso las más discretas, de un deseo. Aquella noche, nos demoramos bebiendo y escuchando las confidencias de un pianista de ‹‹casa››. Ese buen hombre, nada joven, conocía la crónica local en sus más mínimos detalles.
         —El barrio ya no existe, decía entre dos valses. Ya no existe lo familiar, por emplear su expresión. Están los ‹‹bucos›› (15), los napolitanos y esos mafiosi (16) italianos, que no sueñan nada más que con heridas y chichones. Ayer, sin ir más lejos, después de la medianoche, ‹‹tumbaron›› a un tipo en la esquina de la calle. Eso pone en apuros al comercio; ya nadie quiere venir por estos rincones. Los propios navegantes abandonan el barrio. Y yo, señor, puesto que vivo cerca de la puerta de Aix, tengo que atravesar el barrio al alba. El placer es todo mío. Regreso con la cabeza dentro de los hombros, señor, con la cabeza metida en las solapas de mi chaqueta, como una tortuga en su concha. Prefiero pasar por los muelles para alcanzar al paseo de Belzunce. Cuando llego a casa, no puedo impedirme lanzar un ¡uf! de satisfacción.
          Invitamos al pianista a un coñac. La velada amenazaba con ir para largo, cuando el ruido de un altercado llegó hasta nosotros. Una mujer abrió una ventana y advertimos a un hombre que huía. En la acera, no se adivinaba un cuerpo tendido en la sombra nada más que por un par de zapatos de una medida imponente.
            —¡Los bucos, otra vez! dijo una voz en la calle.
        Agentes ciclistas recogían ya a la víctima, que sólo estaba herida. El hombre se mostró a plena luz, bajo una lámpara. Era probablemente marroquí. Gemía como un niño.
            Dos o tres mujeres encendieron cigarrillos. Se veían en la noche las pequeñas brasas rojas que se reanimaban cada vez que ellas aspiraban una bocanada de humo. Y luego se hizo el silencio. Ese acontecimiento, unido a la fatiga, nos indicó el camino del puesto. Abandonamos el barrio reservado, en el que la alegría de vivir se nos antojó ampliamente sobrevalorada.
         —Todo cambia, dijo uno de nosotros. No es porque envejezcamos, sino porque desde la guerra el mundo se ha vuelto más cabrón, eso es todo.
          Los muelles estaban desiertos. Camino de la Bolsa, cerca de esa inmensa plaza que es una forma de paraíso para los jugadores de petanca, un bar poblado de indigentes relucía, con sus lámparas a media luz. A lo lejos, un primer tranvía chirrió en una curva. Marsella, la honesta y melancólica Marsella, se desperezaba en un sanísimo olor a fauna marina. Oímos resonar los zuecos de las pescaderas.




(12) El autor se refiere a la Primera Guerra mundial o Gran Guerra, en la que participó directamente, fue herido de gravedad y le fue concedida la Cruz de Guerra en 1916. (N. del T.)
(13) La misión Haart se dividió en dos fases. Aquí se habla de la primera, denominada Crucero negro. Desde octubre de 1924 hasta junio de 1925, con el fin de promover el uso del automóvil y la creación de un mercado colonial, André Citroën organiza una misión de exploración que pretendía unir el África septentrional con el África occidental a través del desierto del Sahara. G.-M- Haart y L. Audouin-Dubreil fueron los encargados de dirigirla, trazando ellos mismos, a medida que avanzaban, las pistas que luego tomarían los vehículos. La misión se convirtió en un evento popular de gran impacto, alimentado por el humanismo colonial, y dio lugar a numerosas exposiciones, una de ellas en el Louvre, en la que se mezclaban objetos africanos, muestras botánicas y coches Citroën, estrellas principales de la misión. (N. del T.)
(14) Nous étions sept: se trata de una cancioncilla muy popular desde las trincheras de la primera gran guerra, con música de E. Duhem y letra de Queyriaux & Chicot, inspirada en la vida militar, en la que siete soldados salen del cuartel a pasear. Su partitura original, de la que aún pueden encontrarse ejemplares originales en librerías de antiguo, se vendió en cuartillas sueltas, como era habitual en su época. (N. del T.)
(15) Biques, en el original: cabras o machos cabríos, en su etimología profunda de origen italiano; es un término racista con el que se designaba a la población árabe del norte de África. En gastronomía, su sentido se ha deslizado para designar en lenguaje familiar el queso de cabra. (N. del T.)
(16) En italiano en el original. (N. del T.)


       En esa época, no obstante, el barrio reservado no era un lugar peligroso al cien por cien. Es raro que los verdaderos malhechores elijan lo que se denomina barrios reservados para dedicarse en ellos a sus ocupaciones. Las calles del placer están sometidas a la vigilancia de la policía, que conoce más o menos a todos sus habitantes. Las chicas y sus rufianes no son los únicos que viven por esas callejuelas, por esas callejas sórdidas y sin aire. Ahí vive buena gente, como en el barrio chino de Barcelona (17). Hay una población diurna y una población nocturna. En Marsella, el barrio reservado no ocupa nada más que dos calles y algunas callejas, cuyo verdadero interés explicaré más adelante. Es un pequeñísimo rincón de Marsella, en el que no obstante uno se puede extraviar sin querer, pues se enreda en esta vieja ciudad tan curiosa, que se extiende por detrás del ayuntamiento y accede al muelle del Puerto a través de callejuelas que recuerdan a los Gradoni di Chiaia, en Nápoles. Tal cual es, con su población de solteronas sumisas y de pobres gentes cuya miseria es grande, es menos peligroso que ciertas calles bien iluminadas y aseadas con sus bares de relumbrón.
       Ya en 1906, cuando lo vi por primera vez, las grandes bandas marsellesas, que recordaban a las bandas de Belleville, Grandes-Carrières y la Goutte-d’Or, en París, no le hacían ascos a que se hablara de ellas. Las más célebres no vivían en el barrio reservado y dejaron su nombre entre la clase peligrosa. Fueron las de Saint-Jean, Saint-Mauron y, un poco más tarde, Belle-de-Mai. Los facinerosos que formaban parte de ellas podían compararse a los caballeros de fortuna que, en París, se peleaban por los favores de Casque-d’Or (18). En Marsella o en París, las costumbres del hampa eran parecidas. Los chavales de la Belle-de-Mai o de Saint-Jean obligaban a trabajar a sus mujeres en el viejo barrio. Mientras ellos, se ocupaban de otros puntos estratégicos. La represión fue, por lo demás, bastante severa. Los chulos de la ‹‹bella Marsiale››, como ellos llamaban a su ciudad, sintieron pasar el viento de los grilletes. Llegó la calma, y luego la película se desarrolló según las modas del momento, como veremos en otro capítulo.
       Observo que un poco por todas partes, por el mundo, los funcionarios de la policía encargados de la vigilancia de los barrios reservados dicen que nunca ocurre nada realmente peligroso en ellos. Es evidente que la crónica del asesinato apenas es rica en hazañas que tengan por testigos a las paredes agrietadas de la Bouterie. Hay peleas, peleas entre gente con las mismas costumbres, ajustes de cuentas y hazañas de borrachos a menudo desafortunadas. En ellos puede fumarse ‹‹tufiana›› (19), si acaso. Pero el campo de actividad del hampa menor sigue siendo tan restringido que desanima a los más hábiles. La vigilancia de los barrios reservados es relativamente fácil. Forman una especie de absceso, en ocasiones monstruoso, que purga la ciudad. En ellos es posible puntear con el bisturí.
       En Berlín, por ejemplo, en el que esos barrios no existen, en donde no hay casas de citas, la prostitución se extiende por doquier. O al menos se extendía por doquier, hasta no hace más de dos años. Desconozco lo que la dictadura de Hitler habrá podido cambiar en ese aspecto. Se han cerrado algunos cabarets de invertidos, cuya insolencia ingenua era exagerada. Pero ahí no estaba el peligro. Estaba alrededor de la Alexanderplatz (20), en ciertos hoteles siniestros de la Ackerstrasse, en la Mulakstrasse, y en esos bares de apariencia apacible en los que se calentaban, junto a un pequeño brasero, pillos infinitamente peligrosos. Ahí, el crimen se disimulaba bajo el tupido velo de la miseria. Por allí hubo redadas de una dureza particular; los schupos (21) y los ‹‹azulones››, que son particularmente detestados por los malhechores, más que los policías de civil, saben algo de eso.
      Mas henos aquí, lejos de ‹‹Marsiale››, la hermosa chica con maneras de diosa cuya sonrisa ilumina todo el Mediterráneo. Una vez más he conocido la pesadumbre del que la abandona. Hay que ser joven para ver bien Marsella y conocer sus favores. Y no es sin melancolía el que uno se valga de esta certeza.
         Hoy, en decadencia, he vuelto a tomar la ruta que había seguido ‹‹en los tiempos de mi juventud loca›› (22). Me he encontrado otra vez con el legionario de 1906 —¿no, Maurice Gugliero? (23)—, que ya no portaba el uniforme. Con él ha sido con quien me he fumado una pipa por las calles del viejo puerto, por las calles mortificadas del viejo barrio, ya acechado por los picos y las palas de las empresas de demolición.


(17) A este barrio le dedica Mac Orlan el capítulo V del libro.
(18) Su verdadero nombre era Amélie Élie (1878-1933), famosa prostituta del París huysmansiano, que se vio envuelta en una guerra entre “Apaches”, bandas criminales del norte de París a finales del XIX. El cineasta francés Jacques Becker se inspiraría en su vida para el rodaje de la película de 1952, protagonizada por la gran actriz Simone Signoret. (N. del T.)
(19) Término de origen indochino que significa opio. En la obra de Mac Orlan, incluida su poesía, el uso del argot es nota común. (N. del T.)
(20) Alfred Döblin (1878-1957) y su famosa novela de 1929 son citados en el capítulo VI de Calles secretas, consagrado a Berlín. (N. del T.)
(21) Miembros de la Schutzpolizei, literalmente policía de protección, la que se encargaba de la seguridad pública en las ciudades alemanas. (N. del T.)
(22) Alusión a un verso de François Villon (1431?-1470±), poeta por el que Mac Orlan sentía gran admiración. (N. del T.)
(23) Según nuestro autor, Gugliero escribió Mystères de Marseille. Esa apreciación de Orlan es inexacta, cuando no errónea. Parece ser un lapsus, porque Gugliero, sin que el traductor haya podido esclarecer si existió realmente o no, es un personaje de novela negra, inspector de la Sûreté urbana de Marsella. Se puede leer una descripción de este policía en un libro de 1934, titulado Ma belle Marseille, novela del cineasta, guionista y compositor Carlo Rim (1902-1989). En el número 159 del 7 de abril de 1934 de la revista ilustrada, creada por Gallimard y dirigida por Florent Fels, VOILA-L’hebdomadaire du reportage, aparece una reseña de las Mémoires de l’inspecteur Gugliero, que no ha podido ser consultada. Existe asimismo, cómo no, una novela con el título Los misterios de Marsella, escrita en 1867 por Émile Zola, que nada tiene que ver con el capítulo que nos ocupa. (N. del T.)


Traducción y notas: Manuel Ángel Gómez Angulo

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PIERRE MAC ORLAN (Péronne, 1883 - Saint-Cyr-sur-Morin, 1970). Novelista, ilustrador, periodista y poeta francés, vivió una juventud miserable y viajera con cuyos inagotables recuerdos armaría toda su obra. En 1934, publicó Calles secretas, reportaje sobre los barrios de prostitución de distintas ciudades mediterráneas y de Europa.
He aquí la traducción del capítulo VII, primera parte dedicada a Marsella.

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    TRADUCCIONES

    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

    ANTOLOGÍA PALATINA
    1. ANACREÓNTICA

    THE BOOK OF KELLS

    AL HAZMI, ALI

    ANDRADE (DE), EUGENIO 

    ANGELOU, MAYA

    BERT, BENG


    BERTRAND, ALOYSIUS

    BHATTACHARYA, DEEPANKAR

    BIANU, ZENO


    BLANCHARD, MAURICE

    BLANDIANA, ANA

    BOUCHET, ANDRÉ (DE)

    BOURSON, GILBERT

    BOUVIER, NICOLAS

    BRODA, MARTINE

    BROWN, STACIA L.

    BUZZATI, DINO

    CALVET, VINCENT

    CAPRONI, GIORGIO

    CARDOSO, RENATO F.

    CASTRO (DE), MANUEL

    CÉSAR, ANA CRISTINA

    CHAMBON, JEAN-PIERRE

    CHAVAL

    CHESTERTON, G. K.

    CONTINI, DONATELLA

    CORSO, GREGORY

    COUTO, MIA

    COUTO, MIA [POEMAS]

    DEGUY, MICHEL

    DELANEY SPEAR, SUSAN

    DELERM, PHILIPPE

    DIMKOVSKA, LIDIJA

    DOMIN, HILDE

    DOMINIQUE ANÉ

    DOMINIQUE ANÉ [OKLAHOMA 1932]

    DRUMMOND DE ANDRADE, CARLOS

    DUPIN, JACQUES

    ELIOT, GEORGE

    ESPAGNOL, NICOLE

    ESPANCA, FLORBELA

    FERREIRA, VERGÍLIO

    FOLLAIN, JEAN

    GARCIA, JUAN

    GINSBERG, ALLEN

    GONZÁLEZ LAGO, DAVID

    GOZIS, GEORGE

    HAM, NIELS

    HAUTECLOCQUE, XAVIER (de)

    HÉLDER, HERBERTO

    HEMINGWAY, ERNEST

    HIERRO LOPES, BEATRIZ

    HIGHTOWER, SCOTT

    HOGUE, CYNTHIA

    IGLESIAS, XOSÉ

    JUDICE, NUNO

    KALÉKO, MASCHA

    KANDEL, LENORE

    KEROUAC, JACK

    KHAÏR-EDINNE, MOHAMMED

    KHENSIN, SUMITAKU

    KINNELL, GALWAY

    LACERDA, ALBERTO (de)

    LAYOS, ILÍAS

    LÉVIS MANO, GUY

    LUCA, GHÉRASIM

    LUCIE-SMITH, EDWARD

    MAULPOIX, JEAN-MICHEL

    MAWGOUD, MONTASER ABDEL


    MERWIN, W. S.

    MICHAUX, HENRI

    MIERMONT-GIUSTINATI, ADELINE

    MILTON, JOHN

    MOORE, MARIANNE

    MORENO, ANNA

    NAPORANO, FERNANDO

    NERVAL, GERARD (de)

    NILO NUNES, LUIZA

    OLIVEIRA (DE), ALBERTO

    PESSANHA, CAMILO

    PESSOA, FERNANDO

    PINTO DE AMARAL, FERNANDO

    PLATH, SYLVIA

    POZZI, ANTONIA

    PRÉVERT, JACQUES

    PROUST, MARCEL

    QUINTANA, MÁRIO

    RAMBOUR, JEAN-LOUIS

    RAMOS ROSA, ANTÓNIO

    RAMOS ROSA, GISELA GRACIAS

    RATROUT, FAHKRY

    RILKE, RAINER MARIA

    RODRÍGUEZ-MIRALLES, JORGE

    SANDA, PAUL
    SCHEHADÉ, GEORGE
    SEXTON, ANNE
    SOLWAY, DAVID
    TABORDA DUARTE, RITA
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