EL COLOQUIO DE LOS PERROS
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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

TRADUCCIONES

MUESTRARIO DE OTRAS LITERATURAS POSIBLES

BRIGIT PEGEEN KELLY

14/4/2025

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HORA DE CIERRE; ISKANDARIYA
 
No pedí un escorpión, pedí un pez, pero tal vez Dios malinterpretó mi petición. Tal vez pensó que dije no «una especie de pez», sino «un pez escorpión», una petición que sin duda me habría concedido, al ser un Dios bondadoso, pero entonces se olvidó del «pez» unido al «escorpión» (porque también Dios olvida, todo lo olvida); así que en lugar de un pez comestible, cualquier pez pequeño, dulce o agrio, o incluso la bufonada grotesca del pez escorpión rayado, con una corona de espinas y una sucesión de colas, un verdadero espectáculo de pez; en lugar de eso, me dio un insecto, una peculiar criatura prehistórica, parte langosta, parte araña, parte campanero, parte hijo de una estrella caída, algo semejante a un perro desfigurado y acorazado, no algo que pueda comerse, ni con lo que dar un paseo digno de recuerdo. Es tan feo y sus pasos tan rígidos, como si caminase sobre hielo, helándose una y otra vez mientras flota en el aire, como una oreja que escucha, y luego retrocediendo rápidamente o saltando frenéticamente hacia adelante, su cola mortal realizando el baile de San Vito. Dios me dio un escorpión, una criatura venenosa, sin duda, un insecto con la mordedura del áspid de Cleopatra, pero tan pronto como lo encontré, supe que a pesar del oscuro rumor no era amante de la violencia ni enemigo de los hombres. Lo cierto es que es tímido, el escorpión, una criatura con ocho ojos, casi ciego, rehúye la luz del día y enloquece con el fuego, prefiere los lugares solitarios y no se alimenta de gran cosa y solo arroja su aguijón venenoso cuando se ve acorralado contra una pared — algo parecido a mí, pero no es lo que pedí, una cosa a la que, por accidente o por designio, ahora estoy unida. Y entonces corro las cortinas, y entonces coloco platos extraños en la mesa, y entonces camino en silencio, y entonces no hablo, y sólo dos veces, en todos estos años, me ha picado, las dos veces porque, sin pensarlo, dejé entrar la terrible luz.
Y ahora, a veces, cuando observo dormir al escorpión, veo lo bello que es, qué rara, esta criatura llamada Pulmones en Libro (1) o Libro Mortal por sus extraños órganos respiratorios. Sus pulmones son agujeros en su cuerpo, que se abren y se cierran. Y dentro de los agujeros hay membranas rígidas, dispuestas como las páginas de un libro. ¡Imagínatelo! Y cuando los agujeros se abren, las páginas se despliegan, y la sangre que circula a través de ellas toca el aire, y por este baño de aire la sangre se hace pura... Es una casa de libros, mi tímido escorpión, lleva en su vientre todos los manuscritos perecederos, un pequeño espejo de la biblioteca de Alejandría, que ardió.
(1) En el original se hace referencia a Lung Book, un tipo de órgano respiratorio presente en muchos arácnidos, como los escorpiones y las arañas. En español puede traducirse como pulmones en libro, pulmones laminares o filotráqueas. He optado por la primera opción para conservar el sintagma «libro». En cuanto a Mortal Book he decidido traducirlo de forma literal.

FRUTA CAÍDA
 
Hay un estanque abandonado en el bosque. Se encuentra en el extremo norte de un terreno, pertenece a un hombre que fue internado en un asilo hace años. Era un hombre extraño. Tan solo hablé con él una vez. Todavía se pueden encontrar estatuas de mujeres y dioses de piedra que colocó en rincones oscuros del bosque, y a veces se pueden encontrar flores que han sobrevivido al colapso de los jardines escondidos que plantó. Una vez encontré una flor que parecía un cerebro humano, creciendo al lado de una cerca, y me dejó sin aliento. Y una vez encontré, entre la maleza, un lirio blanco como la nieve... Ahora nadie cuida del terreno. Las cercas se han caído y los ciervos han crecido, y el estanque yace negro, el agua se ha ido enturbiando, las orillas se han enmarañado con malezas y hierba. Pero el estanque ya era muy viejo incluso cuando vine por primera vez. A través de los árboles vi el agua ennegrecida y humeante, y olí algo dulce, pudriéndose, y cuando me acerqué, vi formas doradas en el agua oscura, y pensé, sin pensarlo realmente, que estaba observando los reflejos de las hojas o de la fruta caída, aunque no hubiera árboles frutales cerca del estanque y tampoco fuera temporada de fruta.
Y entonces vi que las formas se estaban moviendo, y pensé que se movían porque yo me movía, pero cuando me quedé quieta, aún se seguían moviendo. Y aún tenía problemas para vislumbrarlas. Aunque las formas adquirían peso y músculo y una figura definida, me tomó mucho tiempo aceptar lo que veía. El estanque estaba lleno de carpas ornamentales, y eran grandes, más grandes que las carpas que había visto en las piscinas de los museos, grandes como trompetas, y tan doradas que eran casi  amarillas. En círculos, amplios y pequeños, se movían los peces chapados, y había tantos que no se podían contar, aunque intenté contarlos durante mucho rato. Y pensé en el hombre que era dueño del terreno en el que estaba. Pensé en cómo años atrás, en un arrebato de locura o un alto grado de certeza, debió haber repoblado el estanque con peces, y luego se olvidó de ellos, o se los arrebataron, pero aun así los peces habían crecido y aún prosperaban, hasta que fueron  muchos; sus cuerpos eran rápidos y radiantes como puños de acero o crestas de gallo. Partí trozos de mi pan y se los arrojé a las carpas, y las carpas dieron un salto, como no había visto antes hacer a las carpas, y luchaban entre sí por el pan. Y no parecían peces, sino gaviotas o lobos, mordiendo y saltando. Una y otra vez, arrojaba el pan. Una y otra vez, los peces saltaban y luchaban. Y por debajo, debajo de los peces saltarines, cerca del fondo del estanque, algo daba vueltas lentamente, una forma gigante que nunca se acercaba al cebo y nunca se dejaba ver pero se movía pacientemente entrando y saliendo de las sombras nebulosas, saliendo y entrando. Observé la forma y cuando el pan se acabó y cuando el pez dorado volvió a tranquilizarse, por fin adquirió una forma clara, y lo vi por un lapso de un  segundo o dos con gran nitidez, como si sostuviera a la pesada criatura en mis manos, el cuerpo sin lustre de una vieja carpa. Algo fragante y fétido. Un lirio y un cerebro humano unidos en un mismo cuerpo. Y entonces  el   pez   desapareció.   Se   dio   la vuelta y las sombras se cernieron sobre él. El agua se ennegreció y el vapor rezumó, y las carpas doradas se quedaron quietas, innumerables. Y ardieron   lentamente   como   flores,   o   como   fruta caída  en un jardín abandonado.

Traducción: MARÍA TORTAJADA GALLEGO


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BRIGIT PEGEEN KELLY (Palo Alto, EEUU, 1951-2016). Fue profesora universitaria en diferentes ciudades de EEUU, finalista del premio Pulitzer, obtuvo la beca del Fondo Nacional para las Artes y el premio de poesía Lamont por Canción. Su estilo revela un universo de devoción arcana, donde la naturaleza y lo religioso se imbrican en potentes imágenes de un lenguaje pagano, de belleza irreal. Kelly fundó un espacio lírico donde lo cotidiano se hace rito a través de un misticismo íntimo. Publicó tres libros: To the Place of Trumpets (1988), ganador del premio Yale Series of Younger Poets; Song (1995) y The Orchard (2005). Un agradecimiento especial merece la editoral BOA, que ha publicado la obra de Brigit Pegeen Kelly, de la que hemos tomado los textos originales para traducirlos.
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ABDELLATIF LAÂBI

8/3/2025

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IDENTIDAD
 
Soy blanco y a veces me siento negro
Soy árabe y soy de una u otra manera amazigh
Soy pro-palestino y a veces me siento en la piel y en la memoria de un judío
Soy no creyente pero el personaje religioso cuyo mensaje más me conmueve es el del Crucificado
Soy marroquí, francés, libanés, argentino, sudafricano, sirio, kurdo, ouighour, haitiano, rohingya pero secreto de Polichinela en el fondo de mí mismo me siento no español sino andaluz

LA SANGRE
 
¿Se podría determinar la composición
de la sangre
que fluye por mis venas
e incidental de mis heridas?
Lo que he concluido de ciertas investigaciones
y observaciones clínicas
a las que me sometieron
es ante todo
y después de todo
que es impura
 
Sangre humana, ¿no?

A LA ESPERA
 
Por ahí merodea
Reconozco su aliento
el ruido de sus pasos que se arrastran
su sombra
en la total oscuridad
Y siendo así
actúo como si
no sospechara nada
Amueblo honorablemente
mi espera
Tomo parte en las tareas domésticas
Leo profusamente
y sigo
escribiendo por siempre
¿Qué podría hacer más
para olvidar
que mi vida pende de un hilo?

LA GRAN FICCIÓN
 
El mundo
la vida que se desarrolla en él desde que es mundo
las ideas enfrentadas
las enfermedades que lo corroen
los crímenes que se perpetran
las riquezas que se acumulan
las miserias que lo explotan
los amores que florecen y se marchitan
las historias que se cuentan
sobre su aparición y desaparición
las catástrofes que lo devastan
las pandemias que lo enloquecen
sus civilizaciones difuntas y sus artes vivas
El mundo
desde que es mundo
es una gran ficción
que un autor genial
un ilustre desconocido
un muerto de hambre
un anarquista con el corazón de oro
está escribiendo
para engañar el hambre
el frío
y a la Parca
que golpea cada vez con más fuerza
la puerta
de su reducto
Traducción y nota: MANUEL ÁNGEL GÓMEZ ANGULO


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ABDELLATIF LAÂBI (Fez, Marruecos, 1942). Nacido en el por entonces Protectorado francés, Laâbi se crio en un entorno humilde (su padre fue artesano guarnicionero y su madre, ama de casa). De su obra, tanto narrativa como poética, se desprende un aroma inequívocamente autobiográfico. Su universo literario oscila entre el asombro maravillado y el desastre ante lo que contemplamos y vivimos. Su poesía es «acto de presencia», transparente, viva y acogedora y proclama (o lo intenta) la libertad del ser humano frente a la barbarie con un lenguaje de sorprendente sencillez. Condenado a diez años de prisión en 1972 por las autoridades marroquíes por su compromiso político, Laâbi sufrirá escarnio, exclusión social y familiar, interrogatorios humillantes y torturas. A su liberación, se exiliará en París. Premio de la libertad del Pen Club, Internacional de poesía de Rotterdam y Goncourt al conjunto de su obra (entre otros), cualquiera de sus numerosos textos poéticos o en prosa invita a una lectura atenta e inmediata, que nunca defrauda. Estos cuatro poemas pertenecen al libro La poesía es invencible (2022).
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JEAN GIONO

9/12/2024

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EL HOMBRE QUE PLANTABA ÁRBOLES
          Para que el carácter de un ser humano desvele cualidades verdaderamente excepcionales, es preciso tener la buena fortuna de poder observar sus acciones durante largos años. Si esas acciones están desprovistas de todo egoísmo, si la idea que la dirige es de una generosidad ejemplar, si es absolutamente cierto que no haya buscado recompensa en parte alguna y que haya dejado, además, marcas visibles en el mundo, estaremos entonces, sin riesgo a equivocarnos, ante un carácter inolvidable.
*****
            Hace aproximadamente cuarenta años, efectuaba una larga ascensión a pie por alturas absolutamente desconocidas para los turistas de esa viejísima región de los Alpes que penetra en la Provenza.
          Esa región limita al suroeste y al sur con el cauce medio del Durance, entre Sisteron y Mirabeau; al norte con el cauce superior del Drôme, desde su nacimiento hasta Die; al oeste, con las llanuras del Comtat Venaissin y los contrafuertes del Mont-Ventoux. Abarca toda la parte norte del departamento de Basses-Alpes, el sur del Drôme y un pequeño enclave del de Vaucluse.
            Ocurrió cuando emprendí mi largo paseo por esos desiertos, landas desnudas y monótonas, entre los 1200 y 1300 metros de altitud. No crecía en ellos más que lavanda silvestre.
          Atravesé esa comarca en su más amplia extensión y, después de tres días de marcha, me encontré en una desolación sin par. Acampé junto al esqueleto de un pueblo abandonado. Me había quedado sin agua desde la víspera y tenía que encontrarla. Esas casas agrupadas, aunque en ruinas, como un viejo nido de avispas, me hicieron pensar que debió haber ahí, en tiempos, una fuente o un pozo. Y había una fuente, pero seca. Las cinco o seis casas, sin techumbre, roídas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla de campanario desmoronado, estaban dispuestas como lo están las casas y las capillas en los pueblos vivos, pero toda vida había desaparecido.
           Hacía un hermoso día de junio de mucho sol, pero por esas tierras desamparadas y elevadas hacia el cielo, el viento soplaba con una brutalidad insoportable. Sus gruñidos en las carcasas de las casas parecían los de una fiera a la que se molesta en su comida.
           Tuve que levantar el campamento. A cinco horas de marcha de allí, seguía sin encontrar agua y nada podía darme esperanzas de encontrarla. Por todas partes había la misma sequedad, las mismas hierbas leñosas. Me pareció advertir en la lejanía una pequeña silueta negra, de pie. La tomé por el tronco de un árbol solitario. Por si acaso, me dirigí hacia ella. Era un pastor. Una treintena de ovejas recostadas sobre la tierra abrasadora descansaban junto a él.
            Me dio a beber de su cantimplora y, poco después, me llevó a su aprisco, en una ondulación de la meseta. Sacaba el agua, excelente, de un agujero natural, muy profundo, por encima del cual había instalado un chigre rudimentario.
          Aquel hombre hablaba poco. Es cosa de solitarios, pero se le veía seguro de sí y confiado en su seguridad. Algo insólito en esa comarca despojada de todo. No habitaba una cabaña sino una verdadera casa de piedra donde se veía muy bien cómo su trabajo personal había recompuesto la ruina que había encontrado a su llegada. Su techo era sólido y estanco. El viento que golpeaba sus tejas recordaba el rumor del mar sobre las playas. Su hogar estaba ordenado, su vajilla fregada, su parqué barrido, su escopeta engrasada; su sopa hervía al fuego. Observé entonces que estaba también recién afeitado, que todos sus botones estaban sólidamente cosidos, que sus ropas estaban zurcidas con el cuidado minucioso que vuelve invisibles los remiendos.
            Me hizo compartir su sopa y, cuando después le ofrecí mi petaca, me dijo que no fumaba. Su perro, silencioso como él, era sumiso sin bajeza.
         Se sobreentendió enseguida que pasaría la noche allí; el pueblo más cercano estaba todavía a más de una jornada y media de marcha. Además, conocía perfectamente el carácter de los escasos pueblos de esa región. Hay unos cuatro o cinco dispersos alejados unos de otros sobre las pendientes de esas alturas, por el monte bajo de roble blanco americano al extremo opuesto de cualquier ruta transitable.
           Están habitados por leñadores que hacen carbón vegetal. Son lugares en los que se vive mal. Las familias, apretadas unas contra otras en ese clima, que es de una extremada rudeza, tanto en verano como en invierno, exacerban su egoísmo en su incomunicación. La ambición irracional cae en la desmesura, en el deseo continuo de escapar de ese lugar.
          Los hombres se ocupan en llevar carbón a la ciudad con sus camiones y luego regresan. Las cualidades más sólidas se descosen bajo ese perpetuo flujo de cal y de arena. Se hacen la competencia por todo, tanto por la venta del carbón como por un banco en la iglesia, por las virtudes que se combaten entre ellas y por los vicios que se combaten entre ellos, y por la mezcla general de vicios y virtudes, sin descanso. Por encima, el viento incansable irrita igualmente los nervios. Hay epidemias de suicidios y numerosos casos de locura, casi siempre mortíferos.
         El pastor que no fumaba fue a buscar una bolsita y esparció por la mesa un montón de bellotas. Se puso a examinarlas una tras otra con mucha atención, separando las buenas de las malas. Yo fumaba en pipa.
          Le propuse mi ayuda. Me dijo que eso era asunto suyo. En efecto, al ver el cuidado que ponía en ese trabajo, no insistí. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando tuvo en la parte de las buenas un montón de bellotas lo bastante grande, las contó de diez en diez. Al mismo tiempo, seguía eliminando los pequeños frutos o aquellos que estaban ligeramente agrietados, pues los examinaba de muy cerca. Cuando tuvo así por delante cien bellotas perfectas, paró y fuimos a acostarnos.
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Adaptación teatral de 'El hombre que plantaba árboles'
          La compañía de ese hombre ofrecía paz. Le pedí permiso al día siguiente para descansar durante toda la jornada en su casa. Lo encontró muy natural o, más exactamente, me dio la impresión de que nada podía molestarlo. Ese descanso no era absolutamente obligatorio, pero estaba intrigado y quería saber más. Sacó a su rebaño y lo guio a los pastos. Antes de partir, remojó en un cubo de agua el saquito en el que había metido las bellotas cuidadosamente escogidas y contadas.
          Observé que a modo de cayado, llevaba una barra de hierro del grosor de un pulgar y una longitud aproximada de metro y medio. Hice como que me paseaba mientras descansaba y seguí una ruta paralela a la suya. Los pastos de sus animales estaban al fondo de una depresión. Dejó al pequeño rebaño al cuidado del perro y subió hacia el lugar en el que yo me encontraba. Temí que viniera a reprocharme mi indiscreción, pero en absoluto, era su camino y me invitó a que lo acompañara si no tenía nada mejor que hacer. Iba a unos doscientos metros de allí, a las alturas.
            Una vez llegó al lugar deseado, se puso a clavar su barra de hierro en el suelo. De ese modo, hizo un agujero en el que metió una bellota, luego volvió a tapar el agujero. Plantaba robles. Le pregunté si la tierra le pertenecía. Me respondió que no. ¿Sabía de quién era? No lo sabía. Suponía que era tierra comunal o quizás fuese propiedad de gente que no se preocupaba por ella. A él no le preocupaba saber de sus propietarios. Plantó así sus cien bellotas con un cuidado extremo.
          Tras la comida de mediodía, volvió a empezar la selección de su simiente. Insistí bastante, creo, en mis preguntas para que respondiese. Desde hacía tres años plantaba árboles por esas soledades. Había plantado cien mil. De esos cien mil, habían salido veinte mil. De esos veinte mil, contaba aún con perder la mitad, debido a los roedores o a todo aquello que es imposible prever en los designios de la Providencia. Quedaban diez mil robles que crecerían en ese lugar donde nada hubo anteriormente.
           En aquel instante, me preocupé por la edad de aquel hombre. Visiblemente, tenía más de cincuenta años. Cincuenta años, me dijo. Se llamaba Elzéard Bouffier. Había poseído una granja por los valles. Había cumplido con su vida.
          Había perdido a un hijo único, luego a su mujer. Se había retirado a la soledad en la que disfrutaba viviendo con lentitud, con sus ovejas y su perro. Había juzgado que esta comarca se moría por la falta de árboles. Añadió que, al carecer de ocupaciones importantes, había resuelto remediar ese estado de cosas.
          Como yo mismo llevaba en aquel momento, a pesar de mi joven edad, una vida solitaria, sabía conmover con delicadeza las almas de los solitarios. Sin embargo, cometí un error. Mi joven edad, precisamente, me forzaba a imaginar el porvenir en función de mí mismo y de una cierta búsqueda de la felicidad. Le dije que, dentro de treinta años, esos robles serían magníficos. Me respondió muy sencillamente que, si Dios le prestaba vida, dentro de treinta años, habría plantado tantos que esos diez mil serían como una gota de agua en el mar.
          Él estudiaba ya, por otro lado, la reproducción de las hayas y tenía pegado a su casa un vivero proveniente de los hayucos. Los ejemplares que había protegido de sus borregos con una barrera alambrada eran de gran belleza.
         Pensaba igualmente en abedules para aquellos fondos en los que, me dijo, una cierta humedad dormía a unos metros de la superficie del suelo.
           Nos separamos al día siguiente.
*****
          Un año después, estalló la guerra del 14 para la que fui reclutado durante cinco años. Un soldado de infantería apenas podía pensar en árboles. A decir verdad, la cosa en sí no me había marcado: la había considerado como un pasatiempo, una colección de sellos, y olvidado.
          Al acabar la guerra, me encontré en posesión de una prima de desmovilización minúscula, pero con el gran deseo de respirar un poco de aire puro. Fue sin idea preconcebida, salvo esa, cuando reinicié el camino por esas tierras desiertas.
           La comarca no había cambiado. Con todo, más allá del pueblo muerto, percibí en la lejanía una suerte de niebla gris que recubría las alturas como un tapiz. Desde la víspera, me había puesto a pensar de nuevo en aquel pastor plantador de árboles. «Diez mil árboles —me decía— ocupan realmente un espacio bien ancho».
          Había visto morir a demasiada gente durante cinco años como para no imaginar fácilmente la muerte de Elzéard Bouffier, y más teniendo en cuenta que, cuando uno tiene veinte años, considera a los hombres de cincuenta como ancianos a quienes no les queda sino morir. No había muerto. Estaba incluso muy lozano. Había cambiado de oficio. No poseía más que cuatro ovejas pero, a cambio, un centenar de colmenas. Se había deshecho de los corderos quienes ponían en peligro sus plantaciones de árboles. Porque, me dijo (y yo lo constaté), no se había preocupado por la guerra. Imperturbablemente, había continuado plantando.
          Los robles de 1910 tenían por entonces diez años y eran más altos que él y que yo. El espectáculo era impresionante. Estaba literalmente privado de palabras y, como él no hablaba, pasamos todo el día en silencio paseándonos por su bosque. Tenía, en tres tramos, once kilómetros en su anchura mayor. Cuando uno recordaba que todo había salido de sus manos y del alma de aquel hombre, sin medios técnicos, comprendí que los hombres podrían ser tan eficaces como Dios en otros dominios distintos al de la destrucción.
          Él había continuado con su idea y las hayas que me llegaban al hombro, esparcidas hasta donde alcanzaba la vista, lo testimoniaban. Los robles eran recios y habían superado la edad en la que estaban a merced de los roedores; en cuanto a los designios de la Providencia en sí misma para destruir la obra creada, falta le haría a partir de ese momento recurrir a un ciclón. Me mostró admirables bosquecillos de abedules que se remontaban a cinco años atrás, es decir a 1915, a la época en la que yo combatía en Verdún. Los había plantado en todos los fondos donde él suponía, con buen criterio, que había humedad casi a flor de tierra. Eran muy resueltos y tiernos, como adolescentes.
          Su creación parecía, por otra parte, producirse en cadena. No lo preocupaba; proseguía obstinadamente su tarea, muy sencilla. Pero al bajar de nuevo por el pueblo, vi fluir agua por arroyos que, en la memoria del hombre, siempre habían estado secos. Se trataba de la más formidable operación de reacción que me fuera dado contemplar. Aquellos arroyos secos habían llevado agua antaño, en tiempos muy antiguos.
          Algunos de aquellos pueblos tristes de  los que he hablado al principio de mi relato habían sido construidos sobre los emplazamientos de antiguos poblados galo-romanos de los que quedaban todavía huellas, en las que los arqueólogos habían excavado y habían encontrado anzuelos en lugares en los que, en el siglo veinte, estábamos obligados a recurrir a aljibes para tener un poco de agua.
          El viento también dispersaba ciertas semillas. Al mismo tiempo que el agua reaparecían los sauces, los sauces mimbre, los prados, los huertos, las flores y una cierta razón de vivir.
Pero la transformación se operaba tan lentamente que entraba en la costumbre sin provocar asombro. Los cazadores que subían a sus soledades para perseguir liebres o jabalíes bien habían constatado la abundancia de los arbolitos, pero lo habían achacado a la malicia natural de la tierra. Por esa razón nadie tocaba la obra de aquel hombre. Si lo hubiesen sospechado, le habrían llevado la contraria. Estaba libre de toda sospecha. ¿Quién habría podido imaginar, en los pueblos y en la administración, tal obstinación en la generosidad más magnífica?
*****
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Aunque lo parezca, Giono no es un autor infantil
          A partir de 1920, no dejé pasar un solo año sin visitar a Elzéard Bouffier. Nunca lo vi doblegarse o dudar. Y sin embargo, ¡Dios sabe si el mismo Dios lo empujaba! No evalué sus sinsabores. Bien imaginamos sin embargo que, para semejante logro, hubo de vencer la adversidad; que, para asegurar la victoria de tal pasión, hubo de luchar contra la desesperación. Durante un año, había plantado más de diez mil arces. Murieron todos. Al año siguiente, abandonó los arces para recuperar las hayas que salieron adelante mejor aún que los robles.
         Para tener una idea más exacta de ese carácter excepcional, no hay que olvidar que se ejercitaba en una soledad total, tan total que, hacia el final de su vida, había perdido la costumbre de hablar. O ¿acaso no viera la necesidad?
         En 1933, recibió la visita de un guarda forestal desconcertado. Ese funcionario le ordenó que no hiciera fuego fuera, por miedo a que pusiera en peligro el crecimiento de ese bosque natural.
         Era la primera vez, le dijo aquel hombre ingenuo, que se veía un bosque crecer solo. En esa época, iba a plantar hayas a doce kilómetros de su casa. Para ahorrarse los trayectos de ida y vuelta, pues por entonces tenía setenta y cinco años, planeaba la construcción de una cabaña de piedra en el mismo lugar de sus plantaciones. Cosa que hizo al año siguiente.
         En 1935, una verdadera delegación administrativa acudió a examinar el bosque natural. Había un alto personaje de la delegación de Montes, un diputado, varios técnicos. Pronunciaron muchas palabras inútiles. Decidieron hacer algo y, felizmente, no hicieron nada, excepto una sola cosa útil: poner el bosque bajo la salvaguarda del Estado y prohibir el paso a los carboneros. Pues era imposible no dejarse subyugar por la belleza de esos jóvenes árboles en plena salud, que ejercieron su poder de seducción sobre el mismísimo diputado.
          Entre los oficiales forestales que formaban la delegación, yo tenía un amigo. Le expliqué el misterio. Un día de la semana siguiente, fuimos ambos a la búsqueda de Elzéard Bouffier. Lo encontramos en pleno trabajo, a veinte kilómetros de donde había tenido lugar la inspección.
          Ese oficial forestal no era un amigo cualquiera. Conocía el valor de las cosas. Supo guardar silencio. Ofrecí unos cuantos huevos que había llevado como presente. Compartimos nuestro tentempié y pasamos unas horas en la muda contemplación del paisaje.
          El flanco por el que habíamos llegado estaba cubierto de árboles de seis a siete metros de alto. Recordaba el aspecto de la comarca en 1913, un desierto... El trabajo apacible y regular, el aire vivificante de las alturas, la frugalidad y sobre todo la serenidad de alma le habían dado a aquel anciano una salud casi solemne. Era un atleta de Dios. Me preguntaba cuántas hectáreas iba a cubrir aún con árboles.
          Antes de su partida, mi amigo hizo simplemente una breve sugerencia a propósito de ciertas esencias que aquel terreno parecía exigir. No insistió. «Por una buena razón —me dijo después—, porque ese hombre sabe más que yo». Al cabo de una hora de marcha, una vez la idea se abrió paso en él, añadió: «Sabe más que todo el mundo. ¡Ha encontrado una maravillosa manera de ser feliz!».
         Gracias a aquel capitán no sólo el bosque sino también la felicidad de aquel hombre fueron protegidos. Mandó escoger a tres guardas forestales para esa protección y los aterrorizó de tal forma que permanecieron insensibles a todos los sobornos que los leñadores pudieran proponerles. La obra no corrió un riesgo grave sino durante la guerra del 39. Para los automóviles que funcionaban por entonces con gasógeno, nunca había leña suficiente. Empezaron a talar los robles de 1910, pero aquellas heredades estaban tan lejos de toda red de carreteras que la empresa se reveló pésima desde un punto de vista financiero. La abandonaron. El pastor no llegó a ver nada. Estaba a treinta kilómetros de allí, continuaba apaciblemente su labor, ignorando la guerra del 39 como había ignorado al del 14. 
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Vi a Elzéard Bouffier por última vez en junio de 1945. Tenía por entonces ochenta y siete años. Yo había pues reiniciado la ruta del desierto, pero ahora, pese al descalabro en el que la guerra había dejado el país, había un autocar que hacía el servicio entre el valle del Durance y la montaña. Achaqué a ese medio de transporte relativamente rápido el hecho de que no reconociera ya los lugares de mis primeros paseos. Me parecía también que el itinerario me obligaba a pasar por lugares nuevos. Necesité del nombre de un pueblo para concluir que me encontraba aun así en esa región antaño en ruinas y desolada. Bajé del autocar en Vergons.
          En 1913, esa aldea de diez a doce casas tenía tres habitantes. Estaban asilvestrados, se detestaban, vivían de la caza con trampa; poco más o menos en el estado físico y moral de los hombres de la prehistoria. Las ortigas devoraban a su alrededor las casas abandonadas.
          Todo había cambiado. Incluso el aire. En lugar de las tormentas secas que me acogían en tiempos, soplaba una brisa blanda cargada de olores. Un rumor parecido al del agua llegaba desde las alturas: era el del viento en los bosques. Finalmente, cosa más asombrosa, oí el verdadero rumor del agua que fluía en un estanque. Vi que habían hecho una fuente, que era abundante y, lo que me impresionó más, habían plantado junto a ella un tilo que podría tener unos cuatro años, ya feraz, símbolo incontestable de una resurrección.
          Por otro lado, Vergons llevaba la huella de un trabajo para cuya tentativa es necesaria la esperanza. Así pues, la esperanza había regresado. Se habían despejado las ruinas, abatido los muretes arruinados y reconstruido cinco casas. La aldea contaba desde entonces veintiocho habitantes entre los cuales cuatro parejas jóvenes. Las casas nuevas, recién enfoscadas, estaban rodeadas de huertos en los que crecían, mezclados pero alineados, las verduras y las flores, las coles y los rosales, los puerros y los dragones, el apio y las anémonas. En lo sucesivo, era un lugar en el que daban ganas de vivir.
          A partir de ahí, hice mi camino a pie. La guerra de la que apenas salíamos no había permitido el florecimiento completo de la vida, pero Lázaro andaba fuera de su tumba. Por las laderas bajas de la montaña, veía campos pequeños de cebada y de centeno en cierne; al fondo de los valles estrechos, algunas praderas verdeaban.
          No han hecho falta más que los ocho años que nos separan de esa época para que toda la comarca resplandezca de salud y de bienestar. Sobre el emplazamiento de las ruinas que había visto en 1913, se elevan ahora granjas limpias, bien enlucidas, que denotan una vida feliz y confortable. Las viejas fuentes, alimentadas por la lluvia y la nieve que los bosques retienen, han vuelto a fluir. Canalizan las aguas. Al lado de cada granja, en bosquecillos de arce, los estanques de las fuentes desbordan sobre tapices de menta fresca. Los pueblos han sido reconstruidos poco a poco. Una población procedente de los valles, donde la tierra se vende cara, se ha instalado en la comarca, aportándole juventud, movimiento, espíritu de aventura. Por los caminos encontramos hombres y mujeres bien alimentados, muchachos y muchachas que saben reír y han recobrado la satisfacción por las fiestas campesinas. Si contamos la antigua población, irreconocible desde que vive con dulzura, y los recién llegados, más de diez mil personas deben su felicidad a Elzéard Bouffier.
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          Cuando pienso en que un hombre solo, reducido a sus simples recursos físicos y morales, ha bastado para hacer surgir del desierto esta comarca de Canaan, descubro, pese a todo, que la condición humana es admirable. Pero, cuando caigo en la cuenta de toda la grandeza de alma y de empeño en la generosidad que ha necesitado para obtener este resultado, me embarga un inmenso respeto por ese viejo campesino sin cultura que supo llevar a buen término esta obra digna de Dios.
         Elzéard Bouffier murió apaciblemente en 1947 en la residencia de ancianos de Banon.
Traducción y nota: MANUEL ÁNGEL GÓMEZ ANGULO

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JEAN GIONO (Manosque, 1895-1970). Narrador, ensayista y cronista francés, Giono nació y murió en su Alta Provenza. Hijo de zapatero y de planchadora, tuvo que dejar el colegio para ayudar a sus padres. Su trabajo como empleado de banca no le impedirá adquirir una formidable cultura clásica que lo inclinará hacia la literatura de manera autodidacta. Combatiente durante tres años en la Primera Guerra Mundial, se declaró pacifista en la Segunda. Esa adhesión junto a la vitola de profeta de la no violencia lo llevó a la cárcel, a la Liberación, hecho que lo llenaría de amargura y de desconfianza en el ser humano. Giono es el pintor de la Provenza trágica, el apólogo lírico de las alegrías del terruño y de la comunión con el universo, de las grandezas campesinas que reflejan un mundo carnal y próximo. Muchas de sus novelas son un canto a la fraternidad. En su amplia obra destacan Jean le Bleu y el ciclo del húsar, héroe ‘positivo’ comparable a Fabricio del Dongo.
Se ofrece su cuento más conocido, ‘El hombre que plantaba árboles’ (1953), una negación del desierto, de la guerra y de la destrucción. Un necesario regreso a la tierra fértil y a sus aguas de vida. Una resurrección frente a la barbarie de dos conflictos mundiales. Un hilo de esperanza inquebrantable en la condición humana que sorprende por su precoz reivindicación y modernidad.
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BALACHANDRAN CHULLIKKAD

23/9/2024

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PARA UN ESTUDIANTE DE MEDICINA
 
Cuando muera, te daré mi cuerpo
Examinarás mi cerebro, pero nunca rastrearás la fuente del frenesí.
Perforarás mis ojos. Ellos no tendrán el mundo que he visto.
Me cortarás el cuello.
Mi canción no será revelada.
Atravesarás mi corazón. Para entonces los truenos habrán huido.
Cortarás mis lomos. Los festivales que ha conocido no se repetirán.
Aprenderás diseccionando mis piernas.
Pero nunca podrás contar mis pasos.
Traducción y nota: BABU THALIATH

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BALACHANDRAN CHULLIKKAD (Paravoor, India, 1957). Revolucionó la poesía malayalam en los años ochenta. Graduado en Literatura Inglesa, es también orador, letrista y actor. Habiendo sido hinduísta, en 2000 abrazó el budismo. Simpatizó de adolescente con el movimiento naxalita. Luego fue marxista, hasta su experiencia soviética, tras la cual se reorganizó como socialdemócrata. Rechazó dos premios: el Sanskriti al mejor escritor joven de la India (1990) y el de la Kerala Sahitya Akademi (2001).
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russell edson

17/6/2024

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EL OTOÑO
 
Érase un hombre que encontró dos hojas y entró en la casa sosteniéndolas con los brazos extendidos y dijo a sus padres que era un árbol.
Ante esto ellos dijeron entonces ve al jardín y no crezcas en la sala o tus raíces arruinarán la alfombra.
Él dijo estoy bromeando no soy un árbol y dejó caer las hojas.
Pero sus padres dijeron mira es otoño.
 
 
THE FALL
 
There was a man who found two leaves and came indoors holding them out saying to his parents
that he was a tree.
To which they said then go into the yard and do not grow in the living room as your
roots may
ruin the carpet.
He said I was fooling I am not a tree and he dropped his leaves.
But his parents said look it is fall.

LA AUTOPSIA
 
En un cuarto trasero un hombre realiza la autopsia de un viejo impermeable.
Su mujer aparece en el vano de la puerta con una lámpara y pregunta ¿cómo va eso?
Aún falta, aún falta, todavía voy por el forro, murmura él con impaciencia.
Sólo quiero saber si has encontrado algún coágulo de sangre.
¿Un coágulo de sangre?
Para mi collar.
 
 
THE AUTOPSY
 
In a back room a man is performing an autopsy on an old raincoat.
His wife appears in the doorway with a candle and asks, how does it go?
Not now, not now, I'm just getting to the lining, he murmurs with impatience.
I just wanted to know if you found any blood clots?
Blood clots?
For my necklace.

UNA TARDE SOLITARIA
 
Desde que el helecho puede ir al fregadero a beber agua, de buena gana me he impuesto la tarea de llevar dos vasos al fregadero.
Y así nos sentamos, mi helecho y yo, bebiendo juntos agua a pequeños sorbos.
 
Por supuesto, soy más complejo que un helecho, tan lleno de profundos pensamientos estoy, pero los arrincono a favor de la agradable compañía de una amistad vespertina.
 
No me importa beber agua con un helecho, es más, si por mí fuera cruzaría el cielo hasta Estocolmo bebiendo un bloody mary con un chorrito de lima.
Y así nos sentamos, bebiendo agua juntos en una tarde solitaria. El helecho contemplando sus frondas, y yo las mías.
 
 
ONE LONELY AFTERNOON
 
Since the fern can’t go to the sink for a drink of water, I graciously submit myself to the task, bringing two glasses from the sink.
And so we sit, the fern and I, sipping water together.
 
Of course I’m more complex than a fern, full of deep thoughts as I am. But I lay this aside for the easy company of an afternoon friendship.
 
I don’ mind sipping water with a fern, even though, ad I my druthers, I’d be speeding through the sky for Stockholm, sipping a bloody mary with a wedge of lime.
And so we sit one lonely afternoon sipping water together. The fern looking out of its fronds, and I, looking out of mine...

EL SUELO
 
El suelo es algo contra lo que debemos luchar.
Aunque parezca una mera plataforma para que el ser humano adopte una postura, es ese lugar al que los hombres caen.
No estoy mareado. Me elevo como una torre, como un faro; el pálido rayo de mis sentidos fluye de mi rostro.
Pero si me marease me estrellaría contra el suelo; mi rostro daría contra él; mi atención sangraría entre sus grietas.
Querido lugar horizontal, no quiero ser una alfombra. No tires de la difícil cabeza, del oscilante bulbo de espanto y sueño.
 
 
THE FLOOR
 
The floor is something we must fight against.
Whilst seemingly mere platform for the human stance, it is that place that men fall to.
I am not dizzy. I stand as a tower, a lighthouse; the pale ray of my sentiency flowing from my face.
But should I go dizzy I crash down into the floor; my face into the floor, my attention bleeding into the cracks of the floor.
Dear horizontal place, I do not wish to be a rug. Do not pull at the difficult head, this teetering bulb of dread and dream.

EL BUEY
 
Érase una vez una mujer cuyo padre se había convertido con los años en un buey.
Por las noches lo oía mugir solo en su habitación.
 
Un día levantó la vista hacia su cara y de pronto reparó en el buey.
¡Eres un buey!, gritó.
Y él empezó a mugir con su lengua grande y rosada colgando fuera de la boca.
 
Se puso delante de su periódico y empezó a pasar las páginas con la lengua, mientras evacuaba sobre la alfombra.
Cuando se dio cuenta de esto empezó a mugir de pena, y lentamente subió las escaleras hacia su habitación, y allí pasó la noche emitiendo lúgubres bramidos.
 
 
THE OX
 
There was once a woman whose father over the years had become an ox.
She would hear him alone at night lowing in his room.
 
It was one day when she looked up into his face that she suddenly noticed the ox.
She cried, you’re an ox!
And he began to moo with his great pink tongue hanging out of his mouth.
 
He would stand over his newspaper, turning the pages with his tongue, while he evacuated on the rug.
When this was brought to his attention he would low with sorrow, and slowly climb the stairs to his room, and there spend the night
in mournful lowing.

LOS FILÓSOFOS
 
Pienso, luego existo, dijo un hombre, y de inmediato su madre le dio un golpe en la cabeza diciendo le doy un golpe en la cabeza a mi hijo, luego existo.
No, no, lo entiendes todo mal, gritó el hombre.
Entonces ella le dio otro golpe en la cabeza y gritó luego existo.
No es así, no es así; se supone que tienes que pensar, no dar golpes en la cabeza, gritó el hombre.
 
...Pienso, luego existo, dijo el hombre.
Doy golpes en la cabeza, luego ambos existimos, el que los recibe y el que los da, dijo la madre del hombre.
Sin embargo, llegados a este punto el hombre había dejado de existir; inconsciente, ya no podía pensar. Pero su madre sí podía. Entonces pensó, luego existo, y luego soy mi hijo inconsciente, aunque él no lo sepa.
 
 
THE PHILOSOPHERS
 
I think, therefore I am, said a man whose mother quickly hit him on the head, saying, I hit my son on the head, therefore I am.
No no, you’ve got it all wrong, cried the man.
So she hit him on the head again and cried, therefore I am.
You’re not, not that way; you’re supposed to think, not hit, cried the man.
 
...I think, therefore I am, said the man.
I hit, therefore we both are, the hitter and the one who gets hit, said the man’s mother.
But at this point the man had ceased to be; unconscious he could not think. But his mother could. So she thought, I am, and so is my unconscious son, even if he doesn’t know it.

EL PILOTO
 
En lo alto, una ventana sucia en una habitación oscura es una estrella que un anciano puede ver. La mira. Puede verla. Es la estrella de la habitación; una peca eléctrica que ha caído de su cabeza y se ha clavado en la suciedad de la ventana.
El anciano piensa que esa estrella puede guiarlo. Piensa que puede usar el respaldo de una silla como el timón de una nave y conducir su habitación a través de la noche.
Se dice a sí mismo ¿tienes miedo, valiente capitán?
Sí, tengo miedo; no soy tan valiente.
Sé valiente, mi capitán.
Y toda la noche el anciano conduce su habitación a través de la oscuridad.
 
 
THE PILOT
 
Up in a dirty window in a dark room is a star which an old man can see. He looks at it. He can see it. It is the star of the room; an electrical freckle that has fallen out of his head and gotten stuck in the dirt on the window.
He thinks he can steer by that star. He thinks he can use the back of a chair as a ship's wheel to pilot his room through the night.
He says to himself, brave Captain, are you afraid?
Yes, I am afraid; I am not so brave.
Be brave, my Captain.
And all night the old man steers his room through the dark...

Traducción y nota: JONIO GONZÁLEZ

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RUSSELL EDSON (Connecticut, EEUU, 1935-2014). En su juventud estudió arte. Obtuvo varias becas, entre ellas la Guggenheim en 1974, y el premio Whithing en 1989. Considerado por muchos críticos el más importante autor de poesía en prosa de su país, su obra incluye novelas (Gulping’s Recital; The song of Percival Peacock), relatos breves (The Very Thing that Happens; Tick Tock; Appearances, etc., casi todos ellos con ilustraciones del propio autor), obras de teatro (The Falling Sickness: A Book of Plays), libretos de ópera (Ketchup y The Song of Percival Peacock, ambos con música de Franklin Stover), así como los siguientes poemarios: Ceremonies in Bachelor Space (1951); The Brain Kitchen: writings and woodcuts (1965), The Childhood of an Equestrian (1973); The Clam Theatre (1973); The Intuitive Journey and other works (1976); Edson’s Mentality (1977); The Reason why the Closet-Man is never sad (1977); With Sincerest Regrets (1980); The Wounded Breakfast: ten poems (1985); The Tunnel: selected poems (1994); The Tormented Mirror (2001); The Rooster’s Wife (2005) y See Jack (2009). Sobre su propio proceso creativo, escribió: «Me siento ante una página en blanco con la mente totalmente en blanco. Adonde quiera que el órgano de la realidad (el cerebro) quiera llevarme, lo sigo con el lápiz de la conciencia».
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DOMINIQUE GRANDMONT

14/6/2024

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INMUEBLE  I
 
De noche cuando los ruidos escasean
y los pasillos se suman a otros pasillos,
sé que nosotros no existimos,
sé que no volverás, que el mañana no volverá
o que el día vendrá y ocupará de golpe tu lugar
(y yo no te reconoceré y los instantes
fluirán así sin pensar nada), cuando de repente alguien viene
y no lo reconozco, no llego a verlo,
no llego a ver su rostro y los sonidos de los demás pisos
son los mismos que se responden siempre, simples destellos
en los pasillos silenciosos en los que brillan
los pilotos del temporizador como ardientes colillas en las sombras
—y así sin pensar nada, hasta que la luz emerja de nuevo
con ese profundo rumor de beso que el cemento forja a su alrededor.

INMUEBLE II
 
París 1970 o 1973. Los perros, los titulares de los periódicos,
el claxon repetido de un coche en el pasaje
y los novios en taxi. La ventana
sólo entornada y toda transparencia
se agranda cuando la puerta, todas las puertas se cierran
o es sencillamente el rumor de las llaves tiradas sobre una mesa
y el cigarrillo que a sí mismo se fuma, igual que aquí. Se advierte al fondo
ese reloj parado en la escena de los teatros, cuando
el actor ya no sabe lo que hay que decir o como si, en un pasillo,
mirara de repente quién pudiera seguirlo,
ante un espejo que reflejara entonces que no hay nada frente a él,
ante un espejo olvidado de instantes muertos más fuertes que la muerte
y quizá haya alguien inmóvil en un lecho y quizá se adelante
a una cita que nadie le ha propuesto.
Unos pasos se alejan: se acercan. Hablan también por las escaleras.
Un tacón suena. Vasos tirados por los suelos.
(Domingos claros y vacíos o que sonaran del revés,
las horas mal medidas, tan lentas.
Puntos de referencia reales pero provisorios,
aviones, arrabales, pero del todo inciertos).
A veces, sólo al paso del metro se siente temblar los cristales
y la fuerza del mundo o algo primero
como un paso calmoso sobre un parqué que tiembla,
casi palabras. Martilleos
que no se oyen. No se oye
lo que está encerrado en la piel ardiente,
el tiempo afuera, de pie las voces. En frente
las grúas andan como trazadas en el cielo
y todo parece tan nuevo y la proximidad tan grande
que basta un soplo para borrarlas. El cielo está algo gris,
las cosas más bien amarillas a causa de un mediodía de otoño.
Abajo
alguien mira una moto mientras mastica un bocadillo.
Un negro con su abrigo largo, pegado a la parada del autobús,
retoca en el suelo figurillas, máscaras, cinturones,
y se sienta en el banco, de espaldas. Tiene
un gorro de lana y los transeúntes de cada día
tienen todos el mismo cuerpo, los mismos brazos, las mismas piernas.
Pero no se sabe si van
o vienen, no se sabe ya en qué momento
lo hicieron. El dedo de la mendiga es, sobre su bastón de aluminio
—cuando se para titubeante para insultar a los comercios--
rollizo, ensombrecido por la mugre y por la tierra.
Los árboles velludos hacen gestos incomprensibles
hasta el piso tercero de esos inmuebles de pesados frontones de piedra.
La estación recta marca un poco más lejos la hora,
entre columnas dóricas de hierro negro y los carteles, se ven aún
banderas en un coche, como niños que corren,
pero eso es todo. La luz recula
esta vez y, hasta el horizonte,
no se oye, de nuevo, más que el rumor de la ciudad.

Traducción y nota: MANUEL ÁNGEL GÓMEZ ANGULO

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Dominique Grandmont © Lionel Joyeux
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DOMINIQUE GRANDMONT (Montauban, Francia, 1941). Poeta y ensayista francés, es hijo de una maestra de origen bretón y de un refugiado rumano enrolado en la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Criado por una madre depresiva que lo culpará de su temprana separación y fracaso y lo mortificará a golpes e insultos, Grandmont fue apadrinado, a principios de los sesenta, por Louis Aragon, quien alabó y dio a conocer su primer libro de poemas. De formación clásica, especialista en literatura griega y checa, ha traducido a Cavafis, Elytis, Ritsos y Holan, entre otros. Pese a que siempre se consideró a sí mismo como un ser asocial al que todo el mundo daba por perdido, su creatividad y compromiso intelectual son impresionantes —ha residido y viajado por numerosos países de África y de Asia como conferenciante y activista—. Su poesía no siempre descriptiva, de una ligereza magnética, lo ha hecho acreedor a los prestigiosos premios literarios Max-Jacob por Ici-bas (1983) y Tristan-Tzara por Histoires imposibles (1994). Estos dos inéditos pertenecen a su poemario Immeubles (1978).
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SIMON ARMITAGE

21/5/2024

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CANCIÓN FOLK
 
Perdiste tu brillo en la feria,
manzano, cerezo, endrino, peral
viste desaparecer cada pétalo
entre el encanto y el resplandor
y los coches de choque y las sillas voladoras
y el algodón de azúcar y los osos bailarines,
los peces de colores y los cubiertos.
manzano, cerezo, endrino, peral
Ostentación y brillo en el aire,
pero no florecen ni aquí ni allá.
manzano, cerezo, endrino, peral
Los bosques más allá eran escasos y austeros,
las ramas peladas, sin hojas,
sin destellos de flores por ninguna parte.
manzano, cerezo, endrino, peral
Recorriste el planeta durante un año,
dormiste en las fauces de la trampa del invierno,
arrodillado ante una hoguera como una plegaria.
manzano, cerezo, endrino, peral
Entonces, despertaste una mañana en una rara
atmósfera iluminada.
Los árboles llevaban flores en el pelo,
y en la colina te detuviste a mirar
el endrino, el manzano, el cerezo, el peral,
mientras florecía por todas partes
y por todas partes.
manzano, cerezo, endrino, peral

FOLK SONG
 
You lost your sparkle at the fair,
apple, cherry, blackthorn, pear
watched every petal disappear
among the glamour and the glare
and dodgem cars and flying chairs
and candy floss and dancing bears,
the goldfish and the silverware.
apple, cherry, blackthorn, pear
Glitz and glitter in the air
but blossom neither here or there.
apple, cherry, blackthorn, pear
The woods beyond were sparse and spare,
the branches empty-handed, bare,
no glint of blossom anywhere.
apple, cherry, blackthorn, pear
You walked the planet for a year,
slept in the jaws of winter’s snare,
knelt at a campfire like a prayer.
apple, cherry, blackthorn, pear
Then woke one morning in a rare
illuminated atmosphere.
The trees wore flowers in their hair,
and on the hill you stopped to stare
at blackthorn, apple, cherry, pear,
as blossom blossomed everywhere
and everywhere and everywhere.
apple, cherry, blackthorn, pear

Traducción y nota: LUIS MACHUCA


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Simon Armitage © Alexander Williamson

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    LYR (Land Yatch Regatta), la banda del poeta laureado y músico inglés Simon Armitage, compuesta, además por sus compañeros Richard Walters y Patrick J Pearson, lanzó el 21 de marzo de 2024 su nuevo single ‘Canción folk’, cuya letra se ha publicado también en el libro de poemas y haikus de Armitage, Blossomise. Igualmente, ha anunciado la publicación de un nuevo EP de cinco canciones, con su banda, con homónimo título al libro de poemas y haikus. Las canciones son el resultado de una colaboración de 18 meses con el National Trust (organización conservacionista británica) en el marco de su campaña anual Blossomise, algo así como ‘Floración’. Esta campaña pretende tender puentes entre las comunidades y la naturaleza «en una época en la que muchos pueden sentirse desconectados» del mundo natural.
    «La floración es cada año un hito emocional extraordinario, un momento de iluminación y resurgimiento tras los oscuros meses de invierno», afirmó Armitage. «Cada vez más, hemos visto que la poesía resuena entre personas de todas las generaciones y de muy diferentes ámbitos de la vida, sobre todo cuando se adentra en el territorio musical y la interpretación».
    «Por ello, este proyecto nos parece el adecuado en el momento oportuno, diseñado para amplificar la alegría del florecimiento, animar a la gente de todo el país a sentirse inspirada por la resistencia de la naturaleza y dar la bienvenida a la primavera».
    Con motivo del Día Mundial de la Poesía (21 de marzo), Armitage publicó en Faber&Faber el libro homónimo con una serie de poemas y haikus inspirados en la estación de las flores, junto con las letras de las cinco canciones.
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MICHEL TOURNIER

19/3/2024

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 MAMÁ NOEL
        ¿Habría de conocer el pueblo de Pouldreuzic un período de paz? Desde hacía lustros, se desgarraba en la pugna entre clericales y radicales, entre la escuela religiosa de los Hermanos y la de la municipalidad laica, entre el cura y el maestro. Las hostilidades, tomadas en prenda a los colores de cada estación, viraban a legendarias luminiscencias con las fiestas de fin de año. La misa del gallo tenía lugar, por razones prácticas, el 24 de diciembre a las seis de la tarde. A esa misma hora, el maestro, disfrazado de papá Noel, repartía juguetes a los alumnos de la escuela laica. De ese modo papá Noel se convertía gracias a esas atenciones en un héroe pagano, radical y anticlerical, al cual el cura enfrentaba con el Jesusito de su belén viviente —célebre en todo el cantón—, tal y como se arroja un chorreón de agua bendita a la cara del Diablo.
          ¿Habría de observar Pouldreuzic efectivamente una tregua? Y es que el maestro, que se había jubilado, había sido sustituido por una maestra extraña a la región, a la que nadie perdía de vista para saber de qué pasta estaba hecha: doña Oiselin, madre de dos hijos —uno de ellos de tres meses— estaba divorciada, lo que se juzgaba como prueba de fidelidad laica. Pero el partido clerical triunfó nada más llegar el domingo, cuando se vio a la nueva maestra hacer una entrada inhabitual en la iglesia.
          La suerte parecía echada. Ya no habría un sacrílego árbol de navidad a la hora de la misa del gallo y el cura se convertiría en dueño y señor de la situación. Luego, grande fue la sorpresa cuando doña Oiselin anunció a sus escolares que en nada se alteraría la tradición y que papá Noel repartiría sus regalos a la hora acostumbrada. ¿Qué se traía entre manos? ¿Y quién iba a interpretar el papel de papá Noel? El cartero y el guardabosques, en los que por sus tendencias socialistas todo el mundo pensaba, aseguraban que ellos no estaban al corriente de nada. El asombro fue total cuando se supo que doña Oiselin le prestaba su bebé al cura para que hiciera de Jesusito en su belén viviente.
          En un principio, todo fue bien. El pequeño Oiselin dormía a pierna suelta cuando los fieles empezaron, con sus miradas afiladas por la curiosidad, a desfilar ante el bebé laico. La mula y el buey —una mula de verdad y un buey de verdad— parecían conmovidos junto al bebé laico, tan milagrosamente metamorfoseado en Salvador.
       Por desgracia, al inicio de los Evangelios, empezó a agitarse y sus berridos estallaron en el momento en el que el cura subía al púlpito. Jamás se había oído una voz de bebé tan estrepitosa. La chiquilla que representaba a la virgen María lo arrulló en vano contra su escaso pecho. El crío, enrabietado, entre braceos y pataleos, hacía resonar las bóvedas de la iglesia con sus furiosos gritos, y el cura no atinaba a decir una palabra.
          Al final, llamó a uno de los monaguillos y le deslizó una orden al oído. Se oyó al jovencito quien, sin quitarse el sobrepelliz, salía fuera con un rumor decreciente de zuecos.
          Minutos más tarde, la mitad clerical del pueblo, reunida al completo en la nave, tuvo una visión inaudita que se inscribiría para siempre jamás en la leyenda dorada de las tierras del sur del Finisterre bretón. Vieron a papá Noel en persona  irrumpir en la iglesia y dirigirse a grandes zancadas hacia el belén, apartar luego a un lado su gran barba de blanco algodón, desabrocharse su hopalanda colorada y ofrecer su generoso seno al Jesusito que, al instante, se serenó.
Traducción y nota: MANUEL ÁNGEL GÓMEZ ANGULO

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MICHEL TOURNIER (París, 1924 - Choisel, 2016). Impregnado de cultura alemana en años en los que estudiarla parecía como poco desacertado, Tournier fue un escritor de familia acomodada que remó a contracorriente en un universo literario dominado por unos experimentalismos tanto del desfalleciente surrealismo como de su pariente el Nouveau Roman, y a los que nunca prestó oídos. En su opinión, la expresión, las formas tradicionales bien podían esconder en su esencia mucha más originalidad de la que aparentaban. Así, dio comienzo a una obra que, basada en sus estudios de filosofía, reinterpretó los mitos, revisó el cuento clásico y lo convirtió en uno de los escritores más populares de Francia. Sus libros se vendieron por millones y sus trabajos se estudiaron tanto en los institutos como en la universidad. No exento de un afilado sentido del humor, casi cáustico, demostró que en el mundo moderno se esconden más supersticiones y leyendas, relictos de épocas pretéritas olvidadas, de lo que las apariencias dejan translucir en el día a día.
Este relato extraído del volumen Le coq de bruyère [El urogallo] manifiesta su originalidad e ingenio a la hora de narrar. De lectura obligatoria son sus maravillosas novelas Viernes o los limbos del pacífico, El rey de los alisos o Los meteoros.
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HEATHER McHUGH

18/10/2023

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WHAT HE THOUGHT
                                                                                      for Fabbio Doplicher
 
We were supposed to do a job in Italy
and, full of our feeling for
ourselves (our sense of being
Poets from America) we went
from Rome to Fano, met
the mayor, mulled
a couple matters over (what’s
a cheap date, they asked us; what’s
flat drink). Among Italian literati
 
we could recognize our counterparts:
the academic, the apologist,
the arrogant, the amorous,
the brazen and the glib—and there was one
 
administrator (the conservative), in suit
of regulation gray, who like a good tour guide
with measured pace and uninflected tone narrated
sights and histories the hired van hauled us past.
Of all, he was the most politic and least poetic,
so it seemed. Our last few days in Rome
(when all but three of the New World Bards had flown)
I found a book of poems this
unprepossessing one had written: it was there
in the pensione room (a room he’d recommended)
where it must have been abandoned by
the German visitor (was there a bus of them?)
to whom he had inscribed and dated it a month before.
I couldn't read Italian, either, so I put the book
back into the wardrobe's dark. We last Americans
 
were due to leave tomorrow. For our parting evening then
our host chose something in a family restaurant, and there
we sat and chatted, sat and chewed,
till, sensible it was our last
big chance to be poetic, make
our mark, one of us asked
                                             “What’s poetry?
Is it the fruits and vegetables and
marketplace of Campo dei Fiori, or
the statue there?” Because I was
 
the glib one, I identified the answer
instantly, I didn't have to think—“The truth
is both, it’s both”, I blurted out. But that
was easy. That was easiest to say. What followed
taught me something about difficulty,
for our underestimated host spoke out,
all of a sudden, with a rising passion, and he said:
 
The statue represents Giordano Bruno,
brought to be burned in the public square
because of his offense against
authority, which is to say
the Church. His crime was his belief
the universe does not revolve around
the human being: God is no
fixed point or central government, but rather is
poured in waves through all things. All things
move. “If God is not the soul itself, He is
the soul of the soul of the world”. Such was
his heresy. The day they brought him
forth to die, they feared he might
incite the crowd (the man was famous
for his eloquence). And so his captors
placed upon his face
an iron mask, in which
 
he could not speak. That’s
how they burned him. That is how
he died: without a word, in front
of everyone.
                     And poetry--
                                        (we’d all
put down our forks by now, to listen to
the man in gray; he went on
softly)--
                  poetry is what
 
he thought, but did not say.

LO QUE ÉL PENSÓ
                                                                                para Fabio Doplicher
 
Supuestamente íbamos a hacer un trabajo en Italia
y, bien ufanos con nosotros mismos
(con nuestra conciencia de ser
Poetas Norteamericanos), viajamos
de Roma a Fano, conocimos
al alcalde, meditamos
sobre un par de asuntos (qué significa
cheap date, nos preguntaron; qué significa
flat drink). Entre los literatos italianos
 
reconocimos a nuestros iguales:
el académico, el apologista,
el arrogante, el apasionado,
el descarado y el ocurrente; y había un
 
responsable (el conservador), con traje
gris reglamentario que, como un buen guía turístico,
a un ritmo pausado y tono neutro describía
las vistas y las historias por las que nos conducía la furgoneta alquilada.
De todos ellos, era el más político y el menos poético,
o eso parecía. En nuestros últimos días en Roma
(cuando ya todos los Bardos del Nuevo Mundo se habían marchado excepto tres)
encontré un libro de poemas escrito
por este tan discreto: ahí estaba,
en la habitación de la pensione (por él recomendada)
donde debía haber sido abandonado por
el visitante alemán (¿llenaban ellos un autobús?)
dedicado y fechado hacía un mes.
Tampoco yo sabía italiano, así que volví a guardar
el libro en el fondo del armario. Los norteamericanos rezagados
 
regresábamos al día siguiente. Para la tarde de la víspera
escogió nuestro anfitrión un restaurante familiar, y allí
nos sentamos y charlamos, nos sentamos y comimos,
hasta que, sintiendo que era nuestra última
gran ocasión de ser poéticos, dejar
nuestra impronta, alguien preguntó:
                                                 “¿Qué es poesía?
¿Es la fruta y la verdura y
el mercado del Campo dei Fiori, o
la estatua de la plaza?” Como yo era
 
la ocurrente, en seguida di con
la respuesta, no tuve que pensar: “Las dos cosas
son ciertas, las dos cosas”, les solté. Pero eso
fue lo fácil. La respuesta fácil. Lo que vino después
me dio una lección sobre lo difícil,
pues nuestro infravalorado anfitrión tomó la palabra,
de pronto, con una pasión creciente, y dijo:
 
La estatua representa a Giordano Bruno,
a quien trajeron a la plaza pública para quemarlo
por su ofensa contra
la autoridad, que es como decir
la Iglesia. Su crimen fue creer
que el universo no gira alrededor
del ser humano: Dios no es
un punto fijo ni el gobierno principal, sino que
se derrama en oleadas entre todas las cosas. Todas las cosas
se mueven. “Si Dios no es la propia alma, Él es
el alma del alma del mundo”. Esa fue
su herejía. El día que lo trajeron
para morir, temían que pudiera
soliviantar a la multitud (era famoso
por su elocuencia). Así que sus captores
le pusieron sobre el rostro
una máscara de hierro, la cual
 
le impedía hablar. Así es
como lo quemaron. Así
murió: sin una palabra, delante
de todo el mundo.
                              Y poesía –
                                       (todos
habíamos soltado ya los cubiertos para escuchar
al hombre de gris; continuó
en voz baja) –
                    poesía es lo que
 
él pensó, aunque no lo dijera.

Nota y traducción: NATALIA CARBAJOSA
Fuente: Hinge & Sign: Poems 1968-1993 (Wesleyan University Press, 1994)

Foto
HEATHER McHUGH (San Diego, EEUU, 1948). Tres días y medio en Roma dan para muy poco. En medio de una colosal resaca de estímulos, la turista (que más bien quisiera ser viajera) se aferra al humilde y bellísimo volumen que compró en una librería inglesa, la antología titulada Poems of Rome, y se da cuenta de que ahí está el poso, el recuerdo y la introspección desglosados poema a poema; ahí las percepciones que son de todos los que han caminado por la ciudad antes que ella. Y entonces rescata con nitidez, por ejemplo, ese momento en que, perdida entre los puestos del mercado, alzó la vista y vio la estatua de alguien a quien ella misma dedicó un poema hace años. Así se fija para siempre su viaje, sin el peligro de olvidarlo, como las fotos que se van quedando en cualquier dispositivo de almacenamiento para una posteridad inútil. Valga como muestra el poema que aparece aquí traducido. Poesía: realidad aumentada.

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RÊNAS JIYAN

16/8/2023

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ANTES QUE ME CUELGUEN
 
Antes que me cuelguen
cuéntenme de trigos brillantes
con quienes comparto destino
quienes, por mi tristeza,
decapitan la hoja de la guadaña
con sus cuellos
 
Antes que me cuelguen
cuéntenme del coraje del levantamiento de los trigos decapitados
y si sus cargadores están llenos, vacíenselos en el aire para nosotros
 
Antes que me cuelguen
de mi cuenta
o con los oros de mi esposa
cómprenme una vida cargada con catorce balas
 
Antes que me cuelguen
si me pidieran mi último deseo
como siempre preguntan los verdugos
mi deseo es, escuchen:
¡Van a chupar mi prepucio cortado!
 
Antes que me cuelguen, abran mis ojos
les ordeno que abran mis ojos
y si son hombres, ¡miren dentro de ellos!
 
Después que me hayan colgado
violen mi cadáver con lujuria colosal
celebren su victoria eterna
con el vino y la carne asada
de mi cadáver
¡Soy veneno!
Después que me coman,
¡monten sus caballos de hierro
al infierno...!
Traducción y nota: Jiyar Homer & Elías Olaviaga


Foto
RÊNAS JIYAN (Qoser, Kurdistán, 1974). Recibió su licenciatura en educación de la Universidad de Dicle. Doz Editorial publicó Janya (1999), su primer poemario ampliamente leído. En 2002, las autoridades turcas en Mardin lo arrestaron junto con otros doce acusados de estudiar el idioma kurdo; todos fueron encarcelados y torturados. Jiyan dedicó su segundo libro, Banco de sangre (2003), a arrojar luz sobre la psicología social de los kurdos y su tercer libro, una tragedia titulada En el baño (2006), a estudiar la violencia humana, el mal y el enojo. El 30 de septiembre de 2016 fue nuevamente arrestado y encarcelado por las autoridades turcas y liberado una semana después, el 6 de octubre. Aunque vive en Turquía, donde tanto su lengua materna como su solidaridad con los kurdos del otro lado de la frontera son delitos, Rênas Jiyan sigue escribiendo. Esta es la primera vez que una muestra de su poesía aparece en español con su permiso.
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    TRADUCCIONES

    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

    ANTOLOGÍA PALATINA
    1. ANACREÓNTICA

    THE BOOK OF KELLS

    AL HAZMI, ALI

    ANDRADE (DE), EUGENIO 

    ANGELOU, MAYA


    ARMITAGE, SIMON

    BERT, BENG


    BERTRAND, ALOYSIUS

    BHATTACHARYA, DEEPANKAR

    BIANU, ZENO


    BLANCHARD, MAURICE

    BLANDIANA, ANA

    BOUCHET, ANDRÉ (DE)

    BOURSON, GILBERT

    BOUVIER, NICOLAS

    BRODA, MARTINE

    BROWN, STACIA L.

    BUZZATI, DINO

    CALVET, VINCENT

    CAPRONI, GIORGIO

    CARDOSO, RENATO F.

    CASTRO (DE), MANUEL

    CÉSAR, ANA CRISTINA

    CHAMBON, JEAN-PIERRE

    CHAVAL

    CHESTERTON, G. K.

    CHULLIKKAD, BALACHANDRAN

    CONTINI, DONATELLA

    CORSO, GREGORY

    COUTO, MIA

    COUTO, MIA [POEMAS]

    DEGUY, MICHEL

    DELANEY SPEAR, SUSAN

    DELERM, PHILIPPE

    DIMKOVSKA, LIDIJA

    DOMIN, HILDE

    DOMINIQUE ANÉ

    DOMINIQUE ANÉ [OKLAHOMA 1932]

    DRUMMOND DE ANDRADE, CARLOS

    DUPIN, JACQUES

    EDSON, RUSSELL

    ELIOT, GEORGE

    ESPAGNOL, NICOLE

    ESPANCA, FLORBELA

    FERREIRA, VERGÍLIO

    FOLLAIN, JEAN

    GARCIA, JUAN

    GINSBERG, ALLEN

    GIONO, JEAN

    GONZÁLEZ LAGO, DAVID

    GOZIS, GEORGE

    GRANDMONT, DOMINIQUE

    HAM, NIELS

    HAUTECLOCQUE, XAVIER (de)

    HÉLDER, HERBERTO

    HEMINGWAY, ERNEST

    HIERRO LOPES, BEATRIZ

    HIGHTOWER, SCOTT

    HOGUE, CYNTHIA

    IGLESIAS, XOSÉ

    JIYAN, RÊNAS

    JUDICE, NUNO

    KALÉKO, MASCHA

    KANDEL, LENORE

    KEROUAC, JACK

    KHAÏR-EDINNE, MOHAMMED

    KHENSIN, SUMITAKU

    KINNELL, GALWAY

    LACERDA, ALBERTO (de)

    LAYOS, ILÍAS

    LÉVIS MANO, GUY

    LUCA, GHÉRASIM

    LUCIE-SMITH, EDWARD

    McHUGH, HEATHER

    MAULPOIX, JEAN-MICHEL

    MAWGOUD, MONTASER ABDEL


    MERWIN, W. S.

    MICHAUX, HENRI

    MIERMONT-GIUSTINATI, ADELINE

    MILTON, JOHN

    MONTEIRO, KRISHNA

    MOORE, MARIANNE

    MORENO, ANNA

    NAPORANO, FERNANDO

    NERVAL, GERARD (de)

    NILO NUNES, LUIZA

    OLIVEIRA (DE), ALBERTO

    OSORIO GUERRERO, RODRIGO

    PESSANHA, CAMILO

    PESSOA, FERNANDO

    PINTO DE AMARAL, FERNANDO

    PLATH, SYLVIA

    POZZI, ANTONIA

    PRÉVERT, JACQUES

    PROUST, MARCEL

    QUINTANA, MÁRIO

    RAMBOUR, JEAN-LOUIS

    RAMOS ROSA, ANTÓNIO

    RAMOS ROSA, GISELA GRACIAS

    RATROUT, FAHKRY

    RILKE, RAINER MARIA

    RODRÍGUEZ-MIRALLES, JORGE


    SANDA, PAUL
    SCHEHADÉ, GEORGE
    SEXTON, ANNE
    SOLWAY, DAVID

    TABORDA DUARTE, RITA
    TARKOVSKI, ARSENI
    TEASDALE, SARA
    TISSOT, MARLÈNE
    TOURNIER, MICHEL
    TZARA, TRISTAN

    VALÉRY, PAUL
    VAN OSTAIJEN, PAUL
    VANDERCAMMEN, EDMOND
    VIAN, BORIS
    VILLIERS DE LISLE-ADAM, AUGUSTE
    WALDROP, KEITH
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    Cynthia Hogue
    David Gonzalez Lago
    David Solway
    Deepankar Bhattacharya
    Dino Buzzati
    Dominique A
    Dominique Ane
    Dominique Grandmont
    Donatella Contini
    Edmond Vandercammen
    El Cementerio Marino
    El Coloquio De Los Perros
    El Hombre Que Plantaba Arboles
    En Las Entrañas De La Alemania Nazi
    Enrique Morales
    Ernest Hemingway
    Eugenio De Andrade
    Fernando Juliá
    Fernando Moldenhauer Ruiz
    Fernando Naporano
    Fernando Pessoa
    Fernando Pinto De Amaral
    Florbela Espanca
    Galway Kinnell
    George Eliot
    George Gozis
    George Schehade
    Gerard De Nerval
    Gherasim Luca
    Gisela Gracias Ramos Rosa
    Gregory Corso
    Guada Ruiz Fajardo
    Guy Levis Mano
    Hamid Herischi
    Heather Mchugh
    Henri Michaux
    Henry Wadsworth Longfellow
    Herberto Helder
    Hogue
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    Jacques Prevert
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    Jean Cayrol
    Jean Follain
    Jean Garamond
    Jean Giono
    Jean-louis Rambour
    Jean-pierre Chambon
    John Liddy
    Jorge Rodriguez-miralles
    Jose Luis Fernandez De Albornoz
    Juan De Dios Garcia
    Juan Manuel Conesa Navarro
    Juan Manuel Portillo
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    Mia Couto
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    Miguel-angel Real
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    Montaser Abdel Mawgoud
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    Natalia Velasco Urquiza
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    Pedro Sanchez Sanz
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    Rainer Maria Rilke
    Raisa Blokh
    Rambour
    Raquel Madrigal Martinez
    Renas Jiyan
    Rilke
    Roberto Bernal
    Robinson Jeffers
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