TRADUCCIONES
MUESTRARIO DE OTRAS LITERATURAS POSIBLES
CARTAS DE AMOR A OFELIA QUEIROZ 1 de Marzo de 1920 Ofelita: Para demostrarme tu desprecio o, por lo menos, tu indiferencia real, no era necesario el disfraz transparente de un discurso tan largo, ni de la serie de “razones” tan poco sinceras como convincentes, que me has escrito. Bastaba con decírmelo. Así, lo entiendo de la misma manera, pero me duele más. Si prefieres a tu novio antes que a mí, del que naturalmente estás muy enamorada, ¿cómo puedo tomármelo a mal? Puedes preferir a quien quieras: no tienes obligación —creo yo— de amarme ni, realmente, necesidad (a no ser que quieras entretenerte) de fingir que me amas. Quien ama verdaderamente no escribe cartas que parecen peticiones de abogado. El amor no estudia tanto las cosas, ni trata a los otros como reos a los que hay que “entallar”. ¿Por qué no eres franca conmigo? Qué empeño tienes en hacer sufrir a quien no te ha hecho mal —ni a ti, ni a nadie—, a quien ya tiene peso y dolor de sobra con la propia vida aislada y triste, y no necesita que le vengan a aumentárselos con falsas esperanzas, demostrándole afectos fingidos, y esto sin que se entienda con qué interés a no ser por pura diversión; ni con qué provecho, a no ser por auténtica burla. Reconozco que todo esto es cómico, y que la parte más cómica de todo esto soy yo. A mí mismo me haría gracia, si no te amase tanto, y si tuviese tiempo para pensar en otra cosa que no fuera el sufrimiento que tienes el placer de causarme sin que yo, a no ser por amarte, lo haya merecido, y bien creo que amarte no es suficiente razón para merecerlo. En fin… Aquí tienes el “documento escrito” que me pides. Reconoce mi firma el notario Eugenio Silva. 18 de Marzo de 1920 Agradezco mucho tu carta. He estado muy irritado y triste por todas las razones que te imaginas. Además, para que todo sea más desagradable, hace dos noches que no duermo, porque la angina me produce una saliva constante, y me sucede esta cosa tan estúpida —tener que estar escupiendo de dos en dos minutos— que no me deja descansar. Ahora estoy al mismo tiempo mejor y peor de lo que estaba esta mañana: tengo menos irritación de garganta, pero tengo otra vez fiebre, cosa que por la mañana no tenía. (Notar que esta carta va escrita en el mismo estilo que la tuya, porque Osorio (1) está aquí, al lado de la cama, desde donde estoy escribiendo, y naturalmente se da cuenta de vez en cuando para qué escribo). No puedo escribir más, por la fiebre y los dolores de cabeza que tengo. Para responder a lo que me preguntas sobre otras cosas, mi amorcito querido, (ojalá O. [sorio] no vea esto), tendría que escribir mucho más y no puedo. Me perdonas, ¿verdad? 19 de Marzo de 1920 [A las 4 de la madrugada] Mi amorcito, mi bebé querido: Son casi las cuatro de la madrugada y acabo, a pesar de tener todo el cuerpo dolorido y pidiéndome reposo, de abandonar definitivamente la idea de dormir. Hace tres noches que me pasa esto, pero la noche de hoy, desde luego, está siendo de las más horribles que he pasado en mi vida. Felizmente para ti, amorcito, no te lo puedes imaginar. No ha sido solo la angina, con la obligación estúpida de escupir cada dos minutos, lo que me ha estado quitando el sueño. Es que, sin tener fiebre, he tenido delirios, me he sentido enloquecer, he tenido ganas de gritar, de gemir en voz alta, de mil cosas disparatadas. Y todo esto no solo por influencia directa del malestar asociado a la enfermedad, sino porque estuve todo el día de ayer impacientado con cosas que se están atrasando relativas a la llegada de mi familia y, encima, he recibido a través de mi primo, que vino a las siete y media, una serie de noticias desagradables, que no vale la pena contarte aquí, pues, felizmente, mi amor, no tienen nada que ver contigo. Y luego, estar enfermo exactamente en una ocasión en que tengo tantas cosas urgentes que hacer, tantas cosas que no puedo delegar en otras personas. ¿Ves, mi bebé adorado, cuál es el estado de espíritu en que he vivido estos días, estos dos últimos días sobre todo? Y no imaginas el echarte de menos loco, el echarte de menos constante que he tenido. Tu ausencia siempre, aunque solo sea de un día para otro, me abate; ¡Cuánto más no iba a sentir no verte, amor mío, hace casi tres días! Dime una cosa, amorcito: ¿Por qué te muestras tan abatida y tan profundamente triste en tu segunda carta —la que me mandaste ayer con Osorio? Comprendo que también me estés echando de menos; pero te muestras de un nerviosismo, de una tristeza, de un abatimiento tales, que me dolió inmensamente leer tu cartita y ver lo que sufrías. ¿Qué te pasaba, amor, además de estar separados? ¿Hubo alguna cosa peor que te pasara? ¿Por qué hablas en un tono tan desesperado de mi amor, como dudando de él, cuando no tienes ninguna razón para eso? Estoy completamente solo —se puede decir; pues aquí los de casa, que realmente me han tratado muy bien, lo han hecho siempre por ceremonia, y solo me vienen a traer caldo, leche o algún medicamento durante el día; no me hacen, ni era de esperar, ninguna compañía. Y entonces, a estas horas de la noche, parece que estoy en un desierto; tengo sed y no tengo a nadie que me de nada para beber; estoy medio loco por el aislamiento en el que me siento y ni tengo aquí quién al menos me vele un poco mientras yo intento dormir. Estoy muerto de frío, me voy a estirar en la cama para fingir que reposo. No sé cuándo te mandaré otra carta, o si acrecentaré todavía alguna cosa más a esta. ¡Ay, mi amor, mi bebé, mi muñequita, quién te tuviera aquí! Muchos, muchos, muchos, muchos, muchos besos de tu, siempre tuyo, Fernando. 19 de Marzo de 1920 [A las 9 de la mañana] Mi querido amorcito: Parece que ha sido remedio de santo escribirte lo que está encima. Después me fui a acostar, sin ninguna esperanza de dormirme, y lo cierto es que dormí unas tres o cuatro horas de un tirón —poca cosa, pero no te imaginas la diferencia que ha representado. Me siento mucho más aliviado, y, aunque todavía tenga la garganta irritada e inflamada, el hecho de que mi estado general haya mejorado quiere decir, bien espero, que la enfermedad va pasando. Si la mejoría se acentuase rápidamente, tal vez hoy mismo pueda ir a la oficina, aunque no mucho tiempo; y entonces yo mismo te entregaré esta carta. Espero poder ir ahí; tengo ciertas cosas urgentes de las que ocuparme que puedo dirigir desde la oficina, sin tener que ir yo en persona a los sitios, pero que desde aquí me es imposible ocuparme. Adiós, mi angelito bebé. Te cubre de besos llenos de nostalgia tu, siempre, siempre tuyo Fernando 19 de Marzo de 1920 Mi bebé pequeñito (y actualmente muy malo): La carta que te adjunto es la que te he mandado ahora a tu casa con Osorio. Espero poder entregarte mañana las dos, yendo a esperarte a la salida de la oficina Dupin (2). Sobre la información que te han dado a mi respecto no solo quiero repetirte que es completamente falsa como decirte también que la “persona respetable”, que le ha dado esa información a tu hermana, o se la ha inventado por completo y, además de ser mentirosa, está loca; o esa persona ni siquiera existe, y ha sido tu hermana la que la ha inventado —no digo que haya inventado a la persona, sino que ha inventado que determinada persona le ha dicho una cosa que nadie le ha dicho. Mira, amorcito: es siempre malo, en estas cosas, creer que los demás no son más que idiotas. Sobre esa “persona”, y lo que de ella me has dicho (naturalmente porque te lo habían dicho a ti), te doy dos detalles: (1) que esa persona sabe que te quiero, (2) que “sabe” que no te quiero con intenciones serias. Por lo tanto, empecemos por analizar esto: nadie puede saber si te quiero o no, porque yo no he convertido a nadie en confidente del asunto. Partamos del principio de que esa “persona respetable” no “sepa”, sino que imagine que te quiero. ¿Cómo va a haber una base para imaginar eso, es que esa persona ha visto entre nosotros algún intercambio de miradas, ha notado entre nosotros (o, mejor, en este caso, de mí hacia ti) algo? Quiere decir que es alguien de la oficina, o que viene aquí bastante, o, si no, que recibe informaciones de quien viene aquí bastante. Pero para poder, aunque sea por informaciones ajenas, afirmar que sí, que es verdad que te quiero, esa persona, no siendo nadie que venga aquí a la oficina, solo puede ser alguien o de la familia de mi primo (a quien él le hubiese hablado de las “sospechas” que tiene de vez en cuando de que te quiero) o de la familia de Osorio. Todo esto son solo suposiciones e incluso admitiendo que sea un familiar de alguien de aquí de la oficina, es mucho suponer afirmar que esa persona sepa que te quiero. Y si no hay nadie (nadie que lo sepa por confidencia mía, casi nadie que lo “imagine” de ninguna manera) que pueda saber a ciencia cierta si yo te amo aún menos hay --ahí entonces no hay nadie— que sea capaz de decir que yo no te amo con buenas intenciones. Para eso sería necesario estar dentro de mi corazón y aún así, sería necesario ver mal, pues lo que estaría viendo serían burradas. En cuanto a la afirmación de la «mujer›› que tengo, si no lo has inventado para apartarte de mí, hazle a la persona de respeto (si es que existe) que ha informado a tu hermana las siguientes preguntas: 1 ¿De qué mujer se trata? 2 ¿Dónde he vivido o vivo con ella?, ¿A dónde voy a verla (si supone que somos dos amantes que viven separados)? ¿Cuánto tiempo hace que estoy con ella? 3 Cualquier otra información indicando o definiendo a esa «mujer››. Si toda esta historia no es invención tuya, te garantizo que te topas con una «retirada›› inmediata de la persona que ha informado: la «retirada›› propia de todos a los que le cogen la mentira. Y si la tal «persona de respeto›› tuviera la cara dura de dar detalles, basta que los verifiques, que los investigues. Verás que son mentiras, de principio a fin. ¡Ay, lo que todo esto es, es un enredo cualquiera ―muy infame pero, como muchas cosas infames, muy estúpido― para alejarme de ti! ¿De quién habrá partido el enredo? ¿O no habrá ningún enredo y esto será simplemente una excusa que te has buscado para librarte de mí? Yo qué sé... me imagino cualquier cosa; tengo el derecho a imaginarme cualquier cosa. Pero francamente yo merecería ser mejor tratado por el Destino de lo que estoy siendo; por el Destino, y por las personas. Vamos a ver si consigo que esta carta te llegue a las manos todavía hoy, con cualquier pretexto. Si no, te la entregaré mañana, cuando nos encontremos aquí, a las doce y media de la mañana. Lee bien la carta que va junto a esta, que te he escrito hoy de madrugada y se ha cruzado contigo, pues Osorio la ha llevado mientras tú venías. Figúrate lo qué es escribirte una carta para después recibir la serie de noticias y «gracias›› que me has dado. Ay, amor mío, amor mío: ¿No será qué quieres huir de mí para siempre, o que alguien no quiere que nos amemos? Tuyo, siempre tuyo FERNANDO P.S.: Al final, ¿cuál será la verdad en medio de todo esto? Empiezo a desconfiar de todo y de todos ¿Qué significa eso de no ir... y después ir... a Duplin? ¿Cómo de repente le has ido a hacer conferencias a tu hermana? Empiezo a no entender bien... empiezo a no estar seguro de qué pensar. P.S. 2: Otra cosa: si la tal «persona de respeto›› existe (lo que dudo), ve que fines personales podrá tener para separarme de ti. Comprueba si no habrá, como poco, fines de amistad para con cualquier otro pretendiente tuyo. Pero esa «persona de respeto›› será pariente de señor Crosse (3), seguramente —en cuanto a la existencia real—. Mañana te espero aquí en la oficina a la hora que hemos quedamos. 29 de Noviembre de 1920 Ofelita: Agradezco tu carta. Me ha traído pena y alivio al mismo tiempo. Pena, porque estas cosas siempre dan pena; alivio porque, en realidad, la única solución es esta: no prolongar más una situación que ya no tiene la justificación del amor, ni de una parte, ni de la otra. Al menos por mi parte queda una estima profunda, una amistad inalterable. No me negarás otro tanto, ¿verdad? Ni tú ni yo tenemos culpa de esto. Solo el Destino tendría culpa, si el Destino fuera persona a quién se le pudiera atribuir culpas. El Tiempo, que envejece las caras y los cabellos, envejece también, aunque más deprisa todavía, los afectos violentos. La mayoría de la gente, porque es estúpida, consigue no darse cuenta y cree que todavía ama porque ha contraído el hábito de sentir que ama. Si no fuese así, no habría gente feliz en el mundo. Las criaturas superiores, sin embargo, están privadas de la posibilidad de esa ilusión porque ni pueden creer que el amor dure ni, cuando sienten que ha acabado, se engañan tomando por él la estima o la gratitud que dejó. Estas cosas hacen sufrir, pero el sufrimiento pasa. Si la vida, que lo es todo, acaba por pasar, ¿cómo no va a pasar el amor y el dolor, y todas las otras cosas que no son más que parte de la vida? En tu carta eres injusta conmigo, pero te comprendo y te perdono; seguro que la has escrito con irritación, tal vez con verdadero resentimiento, aunque la mayoría de la gente (hombres o mujeres) escribiría en tu lugar en un tono aún más amargo, y en términos aún más injustos. Pero tienes un temperamento estupendo y ni irritada consigues tener maldad. Cuando te cases, si no consigue tener la felicidad que mereces, seguro que no será por tu culpa. En cuanto a mí... El amor ha pasado, pero mi afección por ti se conserva inalterable y nunca olvidaré (nunca, créeme) ni tu figurita graciosa y tus maneras de pequeñita, ni tu ternura, tu dedicación, tu índole amorosa. Puede ser que me equivoque, y que estas cualidades que te atribuyo sean una ilusión mía, pero no creo que lo sea y, de haberlo sido, sería torpeza mía el habértelas atribuido. No sé qué quieres que te devuelva (cartas o qué otras cosas). Yo preferiría no devolverte nada, y conservar tus cartitas como memoria viva de un pasado muerto, como todos los pasados; como alguna causa conmovedora en una vida, como la mía, en la que el progreso de los años va parejo al progreso de la infelicidad y de la desilusión. Te pido que no hagas como la gente vulgar, que es siempre ordinaria; que no me vuelvas la cara cuando pase a tu lado, y que entre tus recuerdos sobre mí no esté el rencor. Quedemos, uno para el otro, como dos conocidos de infancia que se amaron un poco cuando fueron niños y que aunque en la vida adulta hayan seguido otras afecciones y otros caminos conservan siempre, en un rinconcito del alma, la memoria profunda de su amor antiguo e inútil. Esto de “otras afecciones” y de “otros caminos” es de tu incumbencia, Ofelita, y no de la mía. Mi destino pertenece a otra Ley, de cuya existencia ni te imaginas, y está cada vez más subordinado a la obediencia de Maestros que no permiten ni perdonan. No hace falta que comprendas esto. Basta que me recuerdes con cariño como yo, inalterablemente, te recordaré. ————-- (1) Osorio era uno de los trabajadores de la imprenta de la que Pessoa era socio y Ofelia empleada, encargado de servir de correo entre los amantes. (2) Dupin es donde Ofelia empezó a trabajar como secretaria después de salir de la imprenta de Pessoa y a donde él iba a buscarla después del trabajo. La empresa se llamaba Casa C. Dupin y estaba en el Cais do Sodré, en Lisboa. (3) A. A. Crosse, pseudónimo con el que Pessoa se presentaba a algunos concursos de acertijos en un periódico inglés. (*) Todas las traducciones hechas a partir del original Fernando Pessoa. Cartas de amor a Ophélia Queiroz (Ática, Guimarães, 2009). Traducción: Raquel Madrigal
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TRADUCCIONES
El Coloquio de los Perros. AL HAZMI, ALI ANDRADE (DE), EUGENIO ANGELOU, MAYA ARMITAGE, SIMON BERT, BENG BERTRAND, ALOYSIUS BHATTACHARYA, DEEPANKAR BIANU, ZENO BLANCHARD, MAURICE BLANDIANA, ANA BOUCHET, ANDRÉ (DE) BOURSON, GILBERT BOUVIER, NICOLAS BRODA, MARTINE BROWN, STACIA L. BUZZATI, DINO CALVET, VINCENT CAPRONI, GIORGIO CARDOSO, RENATO F. CASTRO (DE), MANUEL CÉSAR, ANA CRISTINA CHAMBON, JEAN-PIERRE CHAVAL CHESTERTON, G. K. CONTINI, DONATELLA CORSO, GREGORY COUTO, MIA COUTO, MIA [POEMAS] DEGUY, MICHEL DELANEY SPEAR, SUSAN DELERM, PHILIPPE DIMKOVSKA, LIDIJA DOMIN, HILDE DOMINIQUE ANÉ DOMINIQUE ANÉ [OKLAHOMA 1932] DRUMMOND DE ANDRADE, CARLOS DUPIN, JACQUES ELIOT, GEORGE ESPAGNOL, NICOLE ESPANCA, FLORBELA FERREIRA, VERGÍLIO FOLLAIN, JEAN GARCIA, JUAN GINSBERG, ALLEN GONZÁLEZ LAGO, DAVID GOZIS, GEORGE GRANDMONT, DOMINIQUE HAM, NIELS HAUTECLOCQUE, XAVIER (de) HÉLDER, HERBERTO HEMINGWAY, ERNEST HIERRO LOPES, BEATRIZ HIGHTOWER, SCOTT HOGUE, CYNTHIA IGLESIAS, XOSÉ JIYAN, RÊNAS JUDICE, NUNO KALÉKO, MASCHA KANDEL, LENORE KEROUAC, JACK KHAÏR-EDINNE, MOHAMMED KHENSIN, SUMITAKU KINNELL, GALWAY LACERDA, ALBERTO (de) LAYOS, ILÍAS LÉVIS MANO, GUY LUCA, GHÉRASIM LUCIE-SMITH, EDWARD McHUGH, HEATHER MAULPOIX, JEAN-MICHEL MAWGOUD, MONTASER ABDEL MERWIN, W. S. MICHAUX, HENRI MIERMONT-GIUSTINATI, ADELINE MILTON, JOHN MONTEIRO, KRISHNA MOORE, MARIANNE MORENO, ANNA NAPORANO, FERNANDO NERVAL, GERARD (de) NILO NUNES, LUIZA OLIVEIRA (DE), ALBERTO OSORIO GUERRERO, RODRIGO PESSANHA, CAMILO PESSOA, FERNANDO PINTO DE AMARAL, FERNANDO PLATH, SYLVIA POZZI, ANTONIA PRÉVERT, JACQUES PROUST, MARCEL QUINTANA, MÁRIO RAMBOUR, JEAN-LOUIS RAMOS ROSA, ANTÓNIO RAMOS ROSA, GISELA GRACIAS RATROUT, FAHKRY RILKE, RAINER MARIA RODRÍGUEZ-MIRALLES, JORGE HEMEROTECA
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