(Crónica de los diez años del encuentro de Poesía, Música y Plástica de Puente Genil. Y de la luz) por ELENA ROMÁN El encuentro de Poesía, Música y Plástica de Puente Genil se celebra desde 2013 y ha cumplido su décimo aniversario en 2023. Lo que fue iniciado como un acto sencillo en un bar con escasos medios, se ha convertido en uno de los encuentros artísticos de referencia en el mapa literario de nuestro país. Lo que mantiene desde sus inicios es, aparte del esfuerzo de Antonio Roa, el vínculo con Puente Genil y sus poetas, que siempre han estado presentes en todos y cada uno de los encuentros. Mientras los dos primeros años se trató de un evento autogestionado por una asociación sin ánimo de lucro —Asociación Cultural Poética, que sigue liderando el encuentro, capitaneada por Antonio Roa—, a partir del tercero comienza a contar con las colaboraciones del Ayuntamiento de Puente Genil, representado en las figuras de Esteban Morales y Eva Torres, la Diputación de Córdoba y la Fundación Juan Rejano de Puente Genil, así como de empresas locales. Y aunque el encuentro haga alusión a tres de las artes mágicas que le dan sentido a la existencia humana, son más las que han ido abarcando los actos que en él han tenido y tienen cabida: danza, teatro, videopoesía, performances, programas de radio, presentaciones de libros y de revistas, mesas redondas, charlas en institutos de la localidad pontana, etc. Sorprenderá, a quien no conozca el encuentro, descubrir que esta localidad ubicada entre Córdoba y Sevilla ha acogido a autores de la talla de Ana Blandiana (quien, por aportar un par de apuntes de su extensísima biografía, fue nombrada “Poeta europea de la libertad” en 2016 en Polonia, y recibió el premio “Griffin Trust for Excellence in Poetry” de Toronto —uno de los más prestigiosos— en 2018). Pero también a Chantal Maillard, Luis Alberto de Cuenca, Yolanda Castaño, Luis García Montero, Ana Rossetti, Luz Pichel, María Xosé Queizán, Eloísa Otero, Juan Carlos Mestre, Amancio Prada, Beatriz Russo, Martirio, Juan Cobos Wilkins, Mª Ángeles Pérez López, Alejandro Céspedes, Cecilia Quílez, Teresa Gómez, Ángeles Mora, Álvaro Salvador... Y entre los nombres que no suelen ni deben faltar nos referimos a Guillermo Busutil, Concha García, Javier Lostalé, Juan de Dios García y Ángel Manuel Gómez Espada, Juana Castro, Natalia Carbajosa; las obras y escenografías de Sigfrid Monleón; las exposiciones de Víctor Almeda Estrada y de Francisco José Sánchez Montalbán; las actuaciones de Nameless; los homenajes a los poetas pontanos y a los integrantes del grupo Cántico (los que estuvieron y los que estaban). Son muchísimos más, tantos que esta crónica nunca terminaría y echaría raíces en el tiempo y se expandiría a lo alto y ancho dando sombra a la tierra desde arriba y desde abajo. En cuanto a músicos, han pasado por el encuentro Antonio Arias, María Rodés, Sr. Chinarro, Chefa Alonso, Soleá Morente, Miren Tulsa, Lorena Álvarez... Toca hacer un inciso aquí para indicar que, además de la indiscutible e irrebatible presencia del flamenco, la cosmopolita Puente Genil abraza al tango, a la danza contemporánea, al jazz, al indie, a la música coral, al rock, a la acrobacia aérea, al silencio. Primero en primavera profunda, y después y hasta ahora en octubre (con la rompedora armonía de las hojas cayendo hasta dentro de los espacios), hemos podido y seguimos pudiendo ver actos en el Teatro Circo, en el mercado de Abastos, en los institutos, en el Convento de Los Frailes, en la antigua fábrica de harinas y electricidad “La Alianza”, en la Casa de Cultura Manuel Baena Jiménez, en el interior de empresas pontanenses de membrillos, aceites, y en la sala Ricardo Molina de la Biblioteca Municipal del mismo y querido nombre, y situada ni más ni menos que en la Plaza del grupo Cántico, donde cada árbol lleva el nombre de los integrantes de la revista del grupo. Y no termina aquí. Ligado al encuentro desde 2019 tenemos el Premio Internacional de Poesía Juan Rejano, que este año ha alcanzado su quinta edición. Es la editorial Pre-Textos la encargada de una muy cuidadosa publicación de las obras ganadoras. Han resultado premiados, hasta el momento, José Daniel Espejo, Andrea López Kosak, Juan José Rodinás y Elías Prieto Sáenz de Miera.
Le pregunto a Ángel Manuel Gómez Espada —uno de los responsables de que el contenido de El coloquio de los perros sea inimitable y esponjoso—, cuál o cuáles han sido los momentos más memorables que ha vivido en el transcurso de los encuentros, y responde, cual ametralladora emocionada, lo siguiente: «2016. El concierto de Antonio Arias y su excelente trabajo con Natalia Carbajosa. El momento de sacar a cantar a una chica y marcarse con ella el himno de Puente Genil. El piano de David Montañés, la guitarra de Mariano Delgado, el cante de Álvaro Martín y el baile de Rocío Moreno. 2017. Todo el encuentro en sí y la felicidad contagiosa de Liébana y la presencia embriagadora de Soleá Morente. 2018. Sin duda, uno de los momentos más impactantes fue la posterior lectura de poemas que se hizo dentro del marco de la charla sobre la revista El coloquio de los perros. Porque se hizo dentro de una plaza de abastos, de un mercado. Una idea que a Lorca y Dalí les hubiera fascinado. El olor a pescado, los gritos y las miradas de los curiosos... Y los versos de dos premios nacionales de la crítica como Juana Castro y Ángeles Mora. Y, sobre todo, la presencia allí de Ana Blandiana y la paciente rueda de prensa que nos regaló a los medios. Y todo, en general, de Ana Blandiana. 2019. Que el encuentro se uniera al premio Juan Rejano y que lo ganara un libro tan deslumbrante como el de José Daniel Espejo. Martirio y Julián Estrada». Asimismo y como no podía ser de otra manera, Juan de Dios García (la otra mitad de El coloquio de los perros y pieza fundamental en el encuentro), coincide con Ángel Manuel al reseñar uno de los instantes más emotivos: «2016. Cuando Antonio Arias sacó a cantar a una chica que estaba trabajando como camarera ‘Quiero ser pontanés’, habanera de Emilio Pozo. Todos los que estábamos allí nos unimos al canto y fue algo inolvidable». Le hago la misma pregunta a Gema Albornoz, responsable de redes y comunicación desde 2016, que responde así: «2017. Durante el homenaje a Ricardo Molina. Tenía que entrevistar a Pablo García Baena y no le apetecía mucho, pero igualmente me acerqué a él contándole anécdotas de Vicente Núñez, paisano mío, y entonces Pablo se animó y accedió. En un momento de la entrevista nos interrumpió Ginés Liébana con su alegría desmedida. Nunca olvidaré aquella entrevista». Y aunque pudiera seguir preguntando, prefiero detenerme aquí para paladear el recuerdo de los momentos dulces vividos: como el homenaje que se le dio a María Victoria Atencia, enmarcado dentro del hermosísimo homenaje que se le hizo al programa de radio de La estación azul. 2023 ha sido el décimo aniversario del Encuentro de Poesía, Música y Plástica y de la Asociación Cultural Poética, así como el quinto aniversario del Premio Internacional de Poesía Juan Rejano. ¿Son tres cumpleaños los celebrados este año? No exactamente. Son cuatro, ya que se ha celebrado también el cuarenta aniversario de La otra sentimentalidad, y hemos podido disfrutar, a través de un emotivísimo homenaje, de los testimonios de los autores más representativos que integraron esta corriente con un fondo de tango y jazz. Me quedo, como resumen de mis vivencias personales en los encuentros a los que he asistido, con el furor de Antonio Roa y la electricidad que propicia. Y con las palabras de Elías Prieto Sáenz de Miera (Elías Gorostiaga en redes y como escritor), ganador de la V edición del Premio Juan Rejano: «Hay que perseverar». La luz es un ejemplo de ello.
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Entrevistas a Antonio Jiménez Millán, Teresa Gómez, Antonio Lafarque y Guillermo Busutil por ELENA ROMÁN ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN Me encuentro en el Espacio Infinito. Mire donde mire, veo libros. Libros que van desde el suelo hasta el techo en todas y cada una de las salas de las que se compone el Espacio Infinito. Camino de puntillas porque no quiero molestar a las personas invisibles (todas menos una) que, sentadas en mesas kilométricas, pasan páginas que parece que se pasan solas. Diviso a Antonio Jiménez Milán. Viste una chaqueta de un color entre marrón y verde, y también viste unos ojos entre grises y espejos. Es un hombre de talante despejado, voz horizontal y trato afable. El libro que sostiene en sus manos está trasladando el contenido de sus páginas al latido de Antonio. Espero a ver el traslado de unos puntos suspensivos para poder hablar con él. En unos puntos suspensivos bien colocados cabe una conversación y cabe la sabiduría. Articulista, reseñista, filólogo, maestro, traductor, ensayista, investigador, has leído y estudiado a autores de todo tipo y generación. ¿Hay alguien sobre quien sientas que todavía no has escrito lo suficiente? —le pregunto en voz baja para no desconcentrar al resto de personas que, aunque no visibles, están en la sala. «Es complicado —contesta—, todo trabajo de investigación requiere mucho tiempo y espera, pero sí, hay no una persona sino una generación entera sobre la que creo no haber escrito bastante, y es la poesía española de la posguerra. Al otro lado se encuentra la generación del 27, sobre la que sí he escrito largo y tendido. Sin embargo, y aunque he impartido clases sobre los poetas de la posguerra, no he llegado a publicar cuanto quisiera sobre ellos». Más allá del investigador tenemos al Jiménez Millán poeta, con una perspectiva única y excepcional. Frente a él, algunos libros salen y entran solos en las estanterías. Él, que ha leído a tantísimos poetas, si pudiera salir de sí y estudiarse a él mismo, no sé si se resultaría un poeta de lectura fácil o todo lo contrario. Y me responde a propósito de mi duda: «En 2019 hubo un seminario en torno a mi trayectoria a través de la Universidad de Cádiz impartido por el profesor José Jurado Morales. Y me sorprendió saber todo lo que ahí se manifestaba sobre mi poética, leer acerca de mí y fuera de mí, verme con la distancia del estudiado, acostumbrado a ser yo el investigador. Visor editó un volumen en 2020 al respecto de mi poesía, Conciencia y Memoria. La poesía de Antonio Jiménez Millán, en el que además de englobar mi poética, analizaba mi evolución durante el tiempo. También ahí me resultó difícil conocer aspectos de mi propia poesía de los que no era consciente. Después de esos dos momentos me ha resultado más fácil saber de mí fuera de mí». Le pregunto qué es la poesía para él: ¿recreación, desahogo, inventiva...? Contesta que recreación, y subrayo dicha palabra, y apoya su discurso diciendo que la memoria es fundamental, así como que sea individual y al mismo tiempo histórica. Pero también es desahogo, añade, y subrayo también esa palabra, desahogo como medio de exteriorizar las obsesiones. Por último, la poesía es inventiva, añade, a la vez que estoy también subrayándola, ya que en la escritura siempre hay ficción, al tratarse de la visión personal de cada uno. Sobre una misma anécdota, explica, podemos encontrar un sinfín de versiones diferentes según quién la cuente, por lo que cada uno está añadiendo su enfoque personal. Recreación, desahogo e inventiva se escapan, subrayadas, de mi cuaderno y se introducen en aquellos libros que tenemos alrededor. En Memoria del agua Juan Vida, que precisamente está exponiendo en estos momentos en la Biblioteca Ricardo Molina de Puente Genil a propósito del Encuentro de Poesía, Música y Plástica, ilustró alguno de sus poemas sobre Granada. Me pregunto en voz alta si esos dibujos cerraron el bucle o si le inspiraron nuevos poemas una vez ilustrados. Contesta que Juan y él se conocen desde hace tiempo y que ambos han vivido en Granada y recorrido los mismos lugares, por lo que se trata de un espacio común. Juan Vida utilizó fotografías que ya tenía de esos lugares y que se acoplaron perfectamente a los poemas que Antonio había escrito rememorándolos. Ha habido entre ellos gran conexión desde siempre, y eso, además de facilitar la colaboración, se ha traslucido en el libro y sí, ha cerrado el bucle. Le pregunto si quienes pertenecieron a La Otra Sentimentalidad en Granada fueron conscientes de estar generando un nuevo movimiento poético. Él no fue uno de los tres autores que firmaron el manifiesto inicial en 1983 (Luis García Montero, Javier Egea, Álvaro Salvador), sino que se sumó posteriormente junto con Ángeles Mora, Teresa Gómez, Luis Muñoz y Benjamín Prado, entre otros. Pero por supuesto, eran conscientes de que estaban dando forma a algo distinto y que nació en contra de un excesivo culturalismo y demasiada teoría en la poesía, de estar expresándose de una manera más cercana a la vida. En estos tiempos que corren hay un sinfín de poetas pero sin una aparente línea común entre todos ellos (no sólo por lo diferente de sus estilos sino por sus temáticas, personalidad, etc.). Sobre este punto, Antonio Jiménez Millán cree que hay muchas líneas abiertas, que no se puede hablar de ellos como una generación poética. Más que una generación concreta, es una diversidad concreta. Desde la suya y hasta la de ahora han pasado tres generaciones poéticas. En La Otra Sentimentalidad también se dio esa variedad, esa no uniformidad. Cambiando de tema y a propósito del autor que más influyó en ellos (Gil de Biedma), opina Jiménez Millán que igualmente sobresaldría hoy, tal como lo hizo en su momento. Gil de Biedma compuso una obra breve pero sólida y, aunque tuvo muchos detractores, hay bastante gente para la que sigue siendo una referencia. Si Gil de Biedma viviera ahora, no se quedaría solapado por ese aluvión actual de poetas que comentábamos antes, Gil de Biedma destacaría entre todos ellos. En base a tu experiencia en el Encuentro, dime con qué momento te quedas, le pido. El entusiasmo en la gente de Puente Genil, en el público, en la gente que ha estado en el encuentro, contesta, con unos ojos más espejos que grises, feliz, y más feliz aún al escucharse a sí mismo dar esa respuesta. Hay un trasiego de libros, y en el que más se nota es en el que sostiene en sus manos y que empieza a considerar (y así lo expresa escapándose de sus manos y pegándosele al corazón) que los puntos suspensivos están extendiéndose demasiado. El libro necesita a Antonio. Antonio necesita al libro. Yo necesito quedarme en silencio en el Espacio Infinito. Tengo especial debilidad por Imposible Madame Bovary. Ni la Regenta ni ella serían lo mismo en esta sociedad en la que estamos permanentemente conectados y sin intimidad posible. ¿La poesía nos salva de todo esto, de esa pérdida de intimidad, de ese continuo estar pendiente de algo externo? Jiménez Millán contesta que Ulises y las novelas de adulterio no serían posibles actualmente, con esta conexión diaria constante, ni tampoco Ana Karenina. Las obras sobre infidelidad no tendrían fundamento alguno. En su día se tachó este texto de misógino, pero si hablaba en él de Madame Bovary y la Regenta es porque en las novelas de aquella época las protagonistas, las que cometían una infidelidad, eran mujeres, y de ahí el inspirarse en las dos. Imposible Madame Bovary es simplemente un texto irónico sobre la tecnología y sobre los géneros literarios. Finalmente, Antonio responde, para alivio de todos quienes creemos en la poesía que en parte sí, que en parte la poesía nos salva y protege de todo esto. Y dicho esto, escucho un trueno como de puntos suspensivos terminados, que asimismo se vislumbran en la sala e iluminan, por un segundo, cientos de almas dentro y fuera de los volúmenes. El libro que Jiménez Millán sostiene en sus manos continúa su traslado de palabras hasta el corazón de Antonio y yo me sitúo, de puntillas y sin mirar atrás, en el epílogo. TERESA GÓMEZ Me encuentro en el Espacio Infinito. Lo recorro corriendo y saltando a la pata coja, hasta llegar a la puerta principal despeinada y con la lengua fuera. Abro la puerta y desde el umbral diviso a Teresa Gómez. El Espacio Infinito es silencio pero sus alrededores no. Donde está Teresa, escucho risas de niños jugando al aire libre (en una piscina, en el campo, en lo planetario). Teresa Gómez me recibe con una sonrisa en la que se podría viajar al otro lado del Espacio Infinito en hora punta. Ya a su lado, descubro que su sonrisa no es el transporte sino el traslado mismo, el movimiento, el sentido de todo lo que va a suceder a continuación. Tengo una cerbatana invisible llena de preguntas. Aguardo el gesto de Teresa que me autorice a empezar a disparar y, cuando este se produce, le pregunto qué ha cambiado en su forma de entender la poesía desde aquel Plaza de abastos, el libro que escribió en su adolescencia en los 80 y que ha publicado recientemente, y en el que ya se mostraba como una voz poética verdadera. «Bueno, no era adolescente por entonces, tenía veintitantos años», me corrige, «y la palabra que define lo que ha ocurrido no es cambio sino madurez. No hay mucha diferencia —y su mirada me revela que sigue siendo casi la misma— y la que hay entre aquel ayer y este hoy es si acaso cierta pérdida de esperanza por conseguir un mundo mejor; esa ilusión ya no está». Por unos instantes Teresa pierde el brillo de su mirada, pero son tan breves que enseguida de nuevo su expresión reluce como el metal bajo un rayo de sol. La corriente poética a la que perteneció Teresa y que fue llamada La Otra Sentimentalidad, homenajeada por su cuarenta aniversario en el X Encuentro de Poesía, Música y Plástica de Puente Genil, abogó por una poesía fresca, quasi pop, de ruptura con la poesía precedente. Manteniendo la línea de la pregunta anterior, querría saber si queda algo del espíritu de aquella generación en la poesía actual, si cree que influenció a los de después, a los de ahora. Una brisa mueve un avión de papel en dirección a nosotras, nos recoge, nos deja bajo la sombra de un árbol. La respuesta de Teresa es rotunda: «Sí, es evidente, se trató de una explosión poética que todavía produce efecto; sigo advirtiendo influencias en la gente joven (sobre todo la de Granada), que aún cita y rememora a los poetas que integramos aquella corriente». Dime, le pido, nombres de mujeres que pertenecieron a La Otra Sentimentalidad. Teresa no tiene que esforzarse por buscar nombres ni recordarlos, los tiene bien presentes: «Ángeles Mora, Inmaculada Mengíbar, yo». Dime, prosigo, cuál de ellas te parece absolutamente imprescindible. «Ángeles», responde, también sin dudar, «quien por cierto no fue incluida en la antología que fue publicada al respecto de La Otra Sentimentalidad en 1983». ¿Por qué? —le pregunto, y me froto los ojos porque he creído ver una cometa donde primero había una niña: ahora no está ninguna de las dos. «Porque ella no era tan constante y, obviamente, porque era mujer. Siento», añade, «si me pongo pesada con esto, pero es que tenemos que seguir insistiendo, tenemos que continuar luchando por ser visibilizadas». Si seguimos poniéndonos pesadas —digo— es porque sigue ocurriendo, porque se sigue echando a un lado a las mujeres, y mientras siga ocurriendo, tendremos que seguir siendo pesadas. Teresa asiente, mientras todas las niñas que viven en el Espacio Infinito nos rodean en ese momento y, al cabo de unos segundos, desaparecen. ¿Puede un poema cambiarle la vida a alguien? ¿Se te ha dado algún caso (que te haya cambiado a ti un poema ajeno o que un poema tuyo se la haya cambiado a alguien)? —le pregunto. «Sí», responde con los ojos tan brillantes como las estrellas que pasan de largo porque todavía no es de noche a su pesar. Y se explica: «Cuando se vive una soledad extrema, nos reconcilia encontrar ese mismo sentimiento en un poema. Recuerdo a una chica cuyo marido murió, que me confesó que leía todos los días mi poema ‘Palabras’ porque le reconciliaba con aquella pérdida, y eso siempre es alentador». Le pregunto ahora si hay algún tema recurrente que, cuando está escribiendo un poema, le dé la sensación de que está abusando de ese concepto, que le haga decir “Oh, no, otra vez estoy hablando de lo mismo”. Dice que quizás el amor sea en ella un tema redundante, ya que de hecho La espalda de la violinista es un libro que habla en una gran parte sobre el amor. Pero también el tiempo, añade, y convengo con ella en que todos los poetas, inconscientemente, estamos hablando siempre del tiempo. Y también el aspecto social, apuntilla, ya que es un enfoque que siempre ha abordado y que ahora siente más necesario aún con la profunda crisis ética, ecológica y de valores que estamos viviendo. Seis horas y un árbol después (aunque en realidad son unos segundos) de haberle hecho esta pregunta, Teresa cae en la cuenta de algo que siempre ha estado absolutamente presente en su poética. «Las palabras», dice, y de pronto se asoma una chiquilla con flequillo contando hacia atrás, «en mis poemas siempre estoy hablando de las palabras». Al pronunciar la palabra “palabras”, la niña se aniña. ¿Crees —pregunto ahora— que es un indicativo de buena salud artística la celebración de encuentros como este de Puente Genil en el que estamos, más allá del Espacio Infinito? Y responde: «Sí, en los encuentros siempre se conoce gente interesante y se propicia un ambiente idóneo para la cultura y el arte, y en concreto este de Puente Genil me parece necesario y hermoso, ya que conmemora los cuarenta años de La Otra Sentimentalidad. Además, en este aniversario es vital reivindicar el papel de las mujeres en el arte y en la vida en general. Porque solemos referirnos a lo ocultas que estaban las mujeres de la Generación del 27 y que, poco a poco han ido saliendo a la luz» así como ocurrió con las mujeres de la generación beatnik, apuntillo, que hasta hace poco no se han reivindicado sus nombres, «pero es que también quedaron encubiertas las mujeres de la generación de los 50, y las de... Todas las generaciones. Porque en realidad, han quedado tantas y tantas mujeres en el anonimato... Es una pena». En base a tu experiencia en el Encuentro, dime con qué momento te quedas, le pido. El avión de papel nos recoge nuevamente y atravesamos un túnel figurado en el que vemos cómo madura el membrillo. «¿Puedo decir tres?», me pregunta al aterrizar el avión de papel, tan ilusionada que, aunque me esté llamando a gritos el Espacio Infinito, tengo que contestarle que sí, que claro que sí. «Me han emocionado especialmente las historias personales de Antonio Roa —su empuje, su pasión— y la de Carmen Castellote (la última poeta del exilio republicano, cuya vida ha sido escenificada en el encuentro), y por último reencontrarme con gente a la que quiero y que significa mucho para mí, así como haber conocido a gente nueva de quien me llevo muy buenos recuerdos». A la pata coja otra vez pero sin correr, regreso al Espacio Infinito y de nuevo todo es silencio. Necesito acabar la entrevista con una palabra, una sola palabra de las que tanto le gustan a Teresa. Saltando y corriendo (ahora sí) acudo a la ventana. Teresa no se ha ido todavía, la veo de pie en el mismo sitio. Ella sabía que se me había olvidado algo. Asomada a la ventana grito: «¡Teresa! ¡La poesía es sanadora, la poesía es transformadora, la poesía es...!». Y Teresa, con su gran y acogedora sonrisa, transformándose en esa niña que antes contaba hacia atrás y transformándose en ese avión de papel que no podía estar quieto si no era verano, antes de darle fin a la entrevista, afirma: «¡Imprescindible! ¡La poesía es imprescindible!». Y Teresa, niña y avión a la vez, se aleja muy muy despacio. ANTONIO LAFARQUE Me encuentro en el Espacio Infinito. Percibo como un rumor de olas y una extensión de arena. Es sabido que en el Espacio Infinito hay de todo pero... ¿También un mar?, ¿también un desierto? También y de repente, Antonio Lafarque. Me hace una señal con la mano mientras con la otra sujeta una caracola. Acudo lo más rápido que puedo, teniendo en cuenta que un paso me hunde en la arena y el siguiente me saca de ella. Antonio —le digo avanzando por el camino que me lleva a su lado—, eres editor, comisario de exposiciones, amante de la fotografía... ¿Cuál de estos frentes te aporta mayores alegrías y cuál mayores sudores? Me mira al principio con sorpresa en sus ojos y a continuación con mucha, mucha, mucha serenidad en su voz. Y me responde: «Soy muy feliz haciendo a la vez todo eso, y cuando digo “a la vez” quiero decir “al mismo tiempo”. El agobio es mi gasolina. Pero si tuviera que elegir me quedaría con las tareas de editor (editor-editor para entendernos), con mis Papeles del Náufrago —comparto la isla de la palmera con otro editor, Aníbal García, y el maquetador, Jesús Carretero—, y como editor literario en Litoral y volúmenes de ensayo. Soy un editor amateur muy modesto, alejado de intereses mercantiles. De hecho, las publicaciones de Papeles del Náufrago son no venales. Los libros se distribuyen gratuitamente a una serie de autores y personas interesadas en la literatura, gracias al patrocinio de pequeñas empresas almerienses que confiaron en el proyecto, y que son: Arte 21 (galería de arte), La Dulce Alianza (confitería), Antonio Torres (asesoría administrativa), El Faro de Recóndito (librería), Amelia Artés (clínica dental) y La Parada (bar de copas). Edito más por placer que por dar salida a una serie de títulos. Respecto a esto último, editar no es muy diferente de escribir. La gente escribe por pura autocomplacencia. Luego puede venir la entrega a los demás, el reto de gustar a un público, etcétera. Editar me seduce porque es complicado (hay que borrar de la mente las “irrefutables” seguridades gramaticales, ortotipográficas, etcétera, asumidas con el paso de los años para dar paso a las novedades. El aprendizaje es una carretera de doble sentido, aunque evidentemente el carril más ancho es el que va hacia mí, pero el otro es el que me permite hacer llegar al autor unas sugerencias con vistas a mejorar el texto... Sin herir su ego. El ego hay que respetarlo, incluso si es un ego soberbio». Tras esta última palabra el desierto-playa en el que nos encontramos, se extiende un megatetrakilobyte más. La poesía siempre ha caminado por la cuerda floja, siempre ha estado “a punto” de evanescerse, siempre ha estado amenazada por las circunstancias del momento (otros géneros más populares, nuevas tecnologías, cuestionabilidad de la calidad de nuevos autores y/o tendencias). Pero ahí sigue persistiendo —divago, algo apesadumbrada porque cuando ya creía alcanzarle una inmensidad de arena nos ha vuelto a separar—. ¿Crees que la poesía seguirá entre nosotros o que está a punto de...? De su caracola salen voces, la mía cuando pregunto, la suya cuando responde. Lafarque coge la idea al vuelo y responde inmediatamente: «Está a punto de... No morir. Bécquer lo expresó de manera inmortal en la rima IV: ...podrá no haber poetas; pero siempre / habrá poesía. Qué voy a decir yo después de Bécquer». Tratándose de una entrevista a Antonio Lafarque tengo que mencionar a Joan Margarit, cuya obra conoce como pocos. Margarit decía que el lector que termina un libro de poesía es una persona diferente. Sin embargo, los lectores de poesía no somos muchos. Le pregunto si cree que si todo el mundo leyera poesía seríamos, de verdad, mejores personas. Me responde con una pregunta: «¿Diferentes o mejores? Mejores, rotundamente no en el sentido moral o ético que se le suele atribuir. No hay una relación causa-efecto. Estoy convencido de que entre los millones de lectores de poesía en el mundo hay un porcentaje nada desdeñable de miserables, sinvergüenzas, villanos y ruines. Carezco de datos estadísticos que sustenten esta afirmación, pero a ver quién me demuestra lo contrario. Diferentes, rotundamente sí. Como sabes, la poesía de Margarit cuenta en primera persona historias, muchas de ellas terribles. Sin embargo, cuando en las notas epilogales de sus libros hace de esas historias el punto de partida para la definición de una poética literaria y vital, el significado se ha reelaborado y el mensaje continúa siendo claro aunque ya no es directo. En este caso concreto, Joan hablaba de calidad humana refiriéndose a calidad de lector. Somos diferentes porque hemos entendido el poema. La cita es un alegato contra la poesía voluntariamente ininteligible, a propósito de las vanguardias aficionadas a la oscuridad conceptual, en palabras del poeta». Acompañadas de sus últimas palabras ha venido una ola. Se ha puesto en pie junto a Antonio, lo ha atravesado, y sin alterar ni un ápice su ropa ni su compostura (las de Lafarque), ha continuado su camino (la ola). Litoral, Papeles del Náufrago... Los nombres de los proyectos que te mueven el corazón implican un mar por medio. Almería, Málaga, son ciudades que también implican un mar que te mueve el corazón. ¿La poesía es ciudad costera o de interior? —le pregunto, inspirada por la ola que acaba de marcharse. «Es casual. No tengo un vínculo sentimental o profundo con el mar, al menos no de forma desaforadamente romántica. Me gusta contemplarlo, pero si durante la contemplación me asaltan cuestiones supuestamente trascendentales (quién soy, adónde voy, qué habrá en las estrellas y chorradas similares) le doy la espalda a las olas y vuelvo a la seguridad emocional del terreno firme. Soy un tipo de secano que, por casualidad, entró en Litoral gracias a la generosidad de Lorenzo Saval y José Antonio Mesa Toré, con los que tengo una deuda impagable. Respecto a Papeles del Náufrago, intenté que el nombre aglutinase la labor editorial (Papeles) y la situación del lector de poesía en la comunidad literaria (Náufrago). Hay topicazo en el nombre, pero me sonaba bien. La poesía no es costera ni de interior porque no entiende de recintos. Ella corre, navega y vuela en libertad». Dime el título de un libro que te haya acompañado durante toda (o casi toda) la vida —le pido. Mira hacia el horizonte como un marinero a la puerta de una casa situada millas más adelante, y finalmente responde: «Las Rimas y leyendas de mi paisano Gustavo Adolfo. Reconozco que la sevillanía tiene un peso incontestable en la decisión. No me importa. Yo era un adolescente lector de novelas de aventuras y policiacas, de las que estaba bien surtida la modesta biblioteca de mi padre (esos tomos se rozaban con los de Alberti y García Lorca, por ejemplo), quien un día, como el que no quiere la cosa, me dijo: “Léete esto a ver qué te parece”. Era el volumen de las Rimas y leyendas de la colección Austral, quinta edición de 1942, con la estampación del comercio donde lo compró, Librería Sanz, en calle Sierpes 90, próxima a la plaza de San Francisco. Era una librería maravillosa, con un largo mostrador de madera, estanterías rebosantes y pilas de libros en el suelo que tenías que ir sorteando. Los libreros iban enfundados en guardapolvos de color beige y el encargado lucía un espléndido mostacho. Sanz era una librería decimonónica, en el más adorable de los significados de esta palabra menospreciada, casi una librería de viejo por su atmósfera. Evidentemente, conservo ese ejemplar de las Rimas y leyendas que cambió el rumbo de mis lecturas». ¿Cumplirán cien años Litoral y Papeles del Náufrago? —le pregunto ya por fin junto a él, con esperanza y un gesto que me ha salido mitad guiño mitad tic. Suelta la caracola. De nuevo me mira sorprendido: «Supongo que estás de broma cuando me preguntas por el cumpleaños centenario de Papeles del Náufrago. Nuestro afán de perdurar es menos que nulo. ¡Acabamos de cumplir un año! Estamos aprendiendo a andar sin caernos. Litoral está a punto de ser centenaria, aunque conviene matizar: centenaria con una siesta (junio 1929-julio 1944) y un prolongado sueño (septiembre 1944-mayo 1968) entre medias. Que despertara en fecha tan simbólica como mayo de 1968 fue un buen augurio. Intentamos llegar incólumes a 2026. Nos hace tanta ilusión que ya tenemos varias ideas para celebrar el acontecimiento». Te preguntaba antes por la poesía, si le augurabas larga vida —continúo. Ahora te hago la misma pregunta pero en cuanto al panorama editorial literario: si goza de buena salud, o si crees que la Inteligencia Artificial (por decir algo amenazador y actual) terminará, también, con los editores. La pregunta le parece interesante, creo (menos mal). Vuelve a agarrar la caracola: «No soy “médico literario”, por lo que aventurar un diagnóstico me parece atrevido. Además, carece de valor porque el mundillo de la edición profesional me es ajeno. Posiblemente un editor profesional pintará un panorama desalentador: buenos autores pero escasísimas ventas, falta de apoyos institucionales, problemas con distribuidores, costes de producción elevados... En cuanto a la inteligencia artificial tengo una opinión tan simple como poco inteligente: me parece que la expresión es un oxímoron. Si es inteligencia no puede ser artificial. Recurriendo a un ejemplo muy popular: si es militar no puede ser música. La inteligencia artificial me recuerda a la cerveza sin alcohol, la sobrasada vegetal y la muñeca hinchable. Cumplen su papel pero elevarlas a elementos categóricos es de memos. Claro que por qué molestarse en cambiarles el nombre si el negocio funciona». Miro a mi alrededor. En este Espacio Infinito un soplo de aire modela rostros conocidos en la arena. Los dos nos damos cuenta del detalle. Continuo: este no es el primer año que acudes al Encuentro de Poesía, Música y Plástica de Puente Genil. Dime un momento entrañable que recuerdes, algo que destacarías: «Todos los momentos que guardo tienen relación con personas. Primero, haber conocido a Antonio Roa, un personaje irrepetible al que cariñosamente llamo Antonio Proa por razones evidentes. Segundo, reencontrarme con Juan de Dios García, al que “culpo” públicamente de haberme metido el gusanillo de la edición, a Manolo Borrás, un editor que adoro y envidio, y al polifacético Guillermo Busutil con el que comparto afinidades de variado pelaje. Tercero, haber podido saludar a autores con los que mantengo amistad y correspondencia y veo en contadísimas ocasiones, caso de Luis Alberto de Cuenca. Por último, engordar la lista de amistades contigo, Ángel Manuel y otros nombres. Seguro que me olvido de alguien». La misma ola que pasó antes, o una muy parecida, viene ahora hacia mí. Pero a mí no me atraviesa sin calarme, sino que me arrastra unos metros y yo, con júbilo, me dejo arrastrar agradeciendo el halago recibido. Para ir cerrando, le hago una pregunta comprometida y le advierto que si prefiere no mojarse (literalmente) puede inventarse la respuesta, y así cada cual que decida qué creer): ¿podrías darme el nombre de un autor a quien no hayas publicado en ninguno de los medios en los que has trabajado y te gustaría mucho, mucho, mucho hacerlo? Duda unos segundos (esto me lo acabo de inventar), pero su voz es firme, cuando responde: «Por Litoral han pasado todos o casi los poetas que leo con asiduidad, y bastantes que leo menos porque me “llegan” menos. Aun así, en la revista tienen hueco porque no puedo suplantar el gusto de los lectores por el mío. Sería un acto de prepotencia inadmisible en un editor literario. Estoy convencido de que si dispusiera de tiempo suficiente, esos autores para mí menores subirían en mi escalafón personal. Cambiando el rumbo de la pregunta, echo en falta a escritores a los que me hubiera gustado conocer en persona. Carlos Barral, Fernando Quiñones y Javier Egea encabezan una lista que el tiempo, inmisericorde, se ocupa en alargar». Comienza a oscurecer y eso es clara señal, en el Espacio Infinito, de que debemos ir terminando para regresar, él a su isla, yo a mi cabeza. Aunque él no es poeta (yo hubiera jurado que sí), quiero acabar la entrevista con algo poético: «Al atardecer, ¿mejor la fotografía o mejor el poema?». Antonio agarra su caracola, se la coloca junto al corazón, y dice: «¿Por qué no ambos?». El Espacio Infinito de pronto es tierra y más tierra. No hay rastro de Antonio Lafarque. Una gaviota, en alguna parte, se ríe. Yo intento imitarla y me marcho volando. GUILLERMO BUSUTIL En el Espacio Infinito, me encuentro. Veo a un hombre de espaldas con un sombrero de copa en la mano. Es Guillermo Busutil. Me pregunto qué habrá en su sombrero: ¿una paloma, un conejo, un ramo de rosas? Si se lo preguntara abiertamente resultaría demasiado brusca. Creo que, entre otros poderes, tiene el de leer la mente, porque de repente se da la vuelta y hay algo, no sé si en su mirada o en su sonrisa o posiblemente en ambas, que me da a entender que sabe lo que estoy pensando. Le saludo, me saluda, convenimos que ya es hora de que cambie el tiempo, y le pregunto, a sabiendas de que tiene muchas otras facetas además de la de periodista cultural (escritor, gestor cultural, crítico de arte y literario, etc.), si cree en un periodismo cultural objetivo desde la resistencia, ya que resistir también es posicionarse. Guillermo se cambia las gafas por unas de sol, y contesta que él cree en un periodismo cultural activo, independiente, posicionado desde el conocimiento, el pensamiento crítico, el rigor de los hechos y cuyo lenguaje tenga capacidad de traducirle al lector, al oyente, al espectador, lo que hay detrás de las palabras, de las imágenes, de las creaciones estéticas y los acontecimientos. Otra cosa —continúa— es que este periodismo va desapareciendo a causa de diferentes motivos: la mediocridad del producto de las empresas de comunicación, y de la sociedad en general, de la dictadura de la inmediatez, de la banalización de la mirada, del lenguaje y de la cultura en sí misma, y de la tendencia política a silenciar la crítica. Entonces desde esa actualidad el periodismo cultural, y el general, se convierten en una resistencia. Pero insiste, el periodismo es compromiso y debe estar en primera línea. Siguiendo con esta misma faceta, y ya que Guillermo ha sido Premio Nacional de periodismo cultural y Premio Andalucía de la Crítica, le pido que me diga algo bueno y algo malo de recibir un premio. Su chistera se mueve ligeramente. Guillermo suspira y no sé si ha advertido dicho movimiento o si es que no le parece alarmante que un objeto tan inerte y elegante se mueva solo. El caso es que contesta que los premios llegan y también pasan de largo. Confiesa haber sido más o menos afortunado, en el sentido de tener premios muy importantes como el Francisco Valdés de artículos periodísticos, el de Andalucía de la Crítica por un libro de cuentos que fue elegido entre los diez mejores libros de España de 2012, y el Nacional que ha premiado su larga trayectoria. Recibirlos, afirma, conlleva la satisfacción de sentirse reconocido por un jurado prestigioso o por su mismo gremio, por un trabajo o tu labor, sobre todo el Nacional (que es muy difícil que te lo den y al que ni siquiera te presentas, y supone gasolina para seguir trabajando como cada día, precisa). Pero no dan de comer ni abren puertas, como mucho sanean heridas y recompensan el esfuerzo. Ahora el sombrero se mueve como si algo estuviera a punto de salir de su interior. Me centro en la siguiente pregunta: «Como escritor», introduzco, «pasas del cuento al aforismo y en ambos campos te comportas como la tinta y otros estados líquidos, adaptándote al espacio sin dejar de ser tú mismo. ¿Te ha tentado algún aforismo para ser convertido en relato? ¿Y a la inversa: un relato tuyo ha sido —o ha podido ser— reconvertible en aforismo?». Guillermo vuelve a suspirar y vuelve a cambiar sus gafas de sol por las de vista. Lo hace porque ya no son necesarias: el sol se ha echado hacia un lado. Y al fin responde que el aforismo lo ha utilizado más en sus artículos literarios y políticos. Le asaltan como un relámpago en mitad de la construcción de un argumento, a veces son el fogonazo que crea la idea a desarrollar y en ocasiones los acierta en forma de broche. En los relatos, prosigue, los hay también pero en menor medida porque la estructura, los ritmos, son más narrativos. Lo que sí se puede constatar es que en su libro Papiroflexia hay aforismos que funcionan perfectamente como microrrelatos, porque están pensados así. Igual que otros son un poema cerrado, un haiku, una greguería o una libélula del lenguaje y del pensamiento. Y al pronunciar la palabra “libélula”, es precisamente eso, una libélula, lo que sale del sombrero. Al contacto con el exterior, la libélula se multiplica por cien y el Espacio Infinito sufre una ligera sacudida. ¿Ha sido un sueño? Guillermo no se muestra sorprendido. Algo me dice que no debiera extenderme mucho con esta entrevista, no tardar más de la cuenta, porque puede pasar de todo. En twitter Busutil se define como «escritor zurdo». Según la Universidad de Abertay, en Reino Unido, las personas zurdas tienden a razonar más que las diestras, son más inteligentes y creativas. Le pregunto: «¿Qué ves de cierto en esa afirmación?, ¿crees que el hecho de que domine un hemisferio u otro tiene que ver con la manera de ser?». Sonríe ante mi ingenua confusión, y me explica que utiliza el término zurdo como concepto moral, ya que es el lado desde la rebeldía ante la oficialidad de la consensuada normalidad. Es el ángulo desde el que reflexiona, piensa y articula su lenguaje Guillermo Busutil. Y zurdo como lado desde el que mira la realidad, las cosas, la vida, y que le permite ver y descubrir todo lo que queda fuera del plano orlado. Los escritores, los pintores, los cineastas —refiere— vemos el mundo desde ese espacio de lo zurdo y por eso jugamos con ventaja a cruzar las fronteras, a permear realidad y ficción, a poner el foco en escenas, emociones, personajes e historias que no existen en el lado de lo diestro o que en lo diestro esconden el misterio de las costuras que les descubrimos los zurdos. También dice en su cabecera de twitter que «lo que cuenta es tener una forma honesta y tranquila de entenderse con la vida y con el mar». Con la vida bien, está claro, pero... ¿Por qué con el mar? Al nombrar el mar, el sombrero vuelve a revolverse como si nuevamente fuera a expulsar algo. Guillermo, impasible a los movimientos de su chistera, comenta con acierto que la vida viene del mar: ese territorio y espacio —según sus palabras— en el que convergen la belleza, el silencio, la soledad, la ausencia de horizontes, la violencia de las tormentas, los sueños y sus secretos, los enigmas de los espejismos y de lo abisal, la supervivencia, los monstruos y otros miedos, las islas, lo desconocido... Así que mejor entenderse con el mar. El inmarcesible, el que somos, el que utilizamos para asomarnos dentro de nosotros y para cicatrizar con la espuma de su sal, concluye. A Guillermo le apasiona el cine. Me pregunto para mis adentros si, en el caso de que pudiera zambullirse en una película, sería director o actor, y de qué película. Efectivamente me lee los pensamientos, porque se apresura en confirmar que sí, que el cine es una de sus madres de la mirada y del lenguaje. Su amor por él nació en la pasión de su madre por el cine y en los cines de barrio. En su infancia llevó sus enseñanzas a los juegos en los que creaba películas y repartía papeles entre los amigos, y después a sus inicios de narrador. En la adolescencia le descubrieron los cineforum y se educó en las cinematecas que más tarde le convirtieron en crítico de cine. Hubo una época, prosigue, en la que pensaba en hacerse director de cine porque le gusta la dirección teatral, la interpretación, la mirada del detalle y la global, el juego de los enfoques, el personaje de la sombra y el de la música. Es, dice, como ser director de orquesta de imágenes y de acciones. Y, de hecho, el cine está muy presente en sus relatos. Le gustan todos los géneros, pero iría en la línea de Jarsmusch, de Wender, de John Ford, de Ken Loach. De cada uno de ellos adquiere una lección traducida desde su historia.
Yo estiro los días, pero lo que hace Guillermo es multiplicarlos. ¿Cómo lo hará? ¿De qué manera comienza el día para una persona tan activa, mentalmente hablando, como él? (sé que hace ejercicio...). Volviendo a cambiarse las gafas (ahora tocan las oscuras porque el sol se ha recolocado enfrente y enérgico), me aclara que lo primero que hace por las mañanas es respirar el cielo y el mar. Durante cinco minutos siente ambos con los ojos abiertos, alejándose hacia su interior, dibujando lo que las estrellas le dejan completar, escuchando la melodía de la marea. Luego los vuelve a respirar con los ojos cerrados unos pocos minutos, y ya vestido de deporte recorre de perfil sus costados hasta llegar al gimnasio a las 7 de la mañana. Tiene la inmensa suerte de ir a uno con una cristalera desde la que cada día se ven los rojos del amanecer, y después el tránsito de los barcos. Dos horas y regresa para afrontar el trabajo con mucha energía azul. Es muy afortunado, insiste. Y como el Espacio Infinito estos días ha rodeado el X Encuentro de poesía, música y plástica de Puente Genil, me corresponde pedirle que, habiendo sido conductor de dicho encuentro durante varios años, me indique un momento con el que se queda de entre todas las ediciones y por qué. Asegura que las dos últimas han sido especiales. La de 2022 de homenaje a La estación azul porque fue la primera en la que la gala de los dos días la diseñó como un relato escénico, el de una estación de trenes en la que Guillermo era el guardagujas, relacionando las intervenciones con secuencias acordes. Y también subraya la de esta última edición, donde La Otra Sentimentalidad ha sido homenajeada, porque la vio en su cabeza desde el principio. Diseñó la narrativa-escena en torno al bar La Tertulia de Granada, donde surgió el movimiento y la secuencia de entrevistas. También se ha encargado de la creación y edición del audiovisual de bienvenida. Ha sido emocionante, manifiesta, por la complicidad que tiene con ellos (los poetas de La Otra Sentimentalidad) al haber sido compañero de creatividad cultural en aquellos años, por reunirlos a todos juntos, sin excepción alguna, como había ocurrido en homenajes anteriores a su poesía. Ha sido un trabajo duro preparar la cohesión de todo, la profundidad y fluidez de las entrevistas personales, los puentes de relación entre parejas y el juego de subirlas de dos en dos, administrar los tiempos, la fluidez... Cree que el resultado ha sido bastante satisfactorio y para él ha sido un buen broche. Tiene razón en creerlo, porque sin duda lo ha sido (esto lo digo yo, influenciada por el vaivén en el que ahora se ve inmersa su chistera). La chistera, como auguraba en el paréntesis de justo arriba, se mueve más que en ningún otro momento. El Espacio Infinito, contagiado por este movimiento se convulsiona hasta volverse transparente y entonces comienza a echar a volar. Es difícil explicar cómo se ve lo que hace algo transparente pero hoy a estas horas todo es posible. El Espacio Infinito me arrastra con él para recordarme que formo parte de su composición, yo, que me creía otra. Mientras tanto, el sombrero de copa de Guillermo lo arrastra para conservarlo en su interior, donde no necesitará ningún tipo de gafas (algo sabido y característico de las chisteras). Antes de desaparecer él dentro de la chistera y yo dentro del Espacio Infinito, me da tiempo a preguntarle si prefiere las letras o los números. Los dos, responde. Le gusta el Kama-sutra y la magia que se produce en la combinación entre ellos. Me lo imaginaba. |
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