LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ADA SORIANO. NO DEJEMOS DE HABLAR. ENTREVISTAS A 19 POETAS (Polibea, Madrid, 2019) por YOLANDA IZARD NOTAS DE LECTURA Con placer y la atención calma que merece un libro de estas características, dedicado a dar a conocer la obra y la poética de un buen puñado de poetas, en concreto diecinueve, he abordado la lectura de estas entrevistas que trascienden el propio género conversacional para convertirse en un interesante reflejo de la variedad y riqueza de nuestra poesía actual y del modo como los poetas viven la creación literaria, su estar en el mundo de la mano de la poesía. Transcribo algunas de las notas que he tomado a lo largo de esta inmersión en sus páginas, pero adelanto que el libro ha tenido para mí un singular interés no solo porque he descubierto a algunos excelentes poetas sino también porque tanto la nota precedente como la propia entrevista y el poema final me parecen escritos y escogidos por una persona que sabe de poesía y ama la poesía y tiene un gusto poético refinado y profundo. Ada Soriano ha sabido llevar con mano firme, sensibilidad y agudeza a sus poetas a ese lugar donde la poesía dialoga con el mundo, habla.
--No dejemos de hablar. Entrevistas a 19 poetas destaca, en mi humilde opinión, por ser algo más que un libro de entrevistas al uso, y desde luego más interesante y, sobre todo, esclarecedor para el lector. Cada una de ellas viene precedida por un resumen biobibliográfico de cada poeta, con una brevedad ajustada a los fines de la publicación y consecuencia de las amplias lecturas poéticas de la entrevistadora y de un gusto poético finamente elaborado. En sus elecciones, Ada Soriano aúna conocimiento de la obra, emoción y sensibilidad poética y no huye de presentar lo complejo, lo irracional, lo intuitivo, en busca de ofrecer al lector originalidad, la expresión de la complejidad humana, variedad y calidad. —Es un libro muy cuidado. Con fuerza visual en la división de las distintas secciones de cada entrevista: una fotografía de gran tamaño del poeta; una bien escogida cita de pórtico; una aclaratoria y a veces luminosa nota biográfica y bibliográfica que no evita a prologuistas, citas ajenas, bien traídos referentes literarios; la propia entrevista, alma del libro, y un poema final (algunos deslumbrantes y en general brillantemente escogidos); todo ello en aras de dar una visión más completa y profunda del entrevistado. Estas entrevistas están también muy medidas en la búsqueda de clarificar la obra del autor, sus intereses literarios y, sobre todo, su universo poético, a través de preguntas de apariencia sencilla y muy directas que pretenden que el poeta se exprese, hable (no en vano el título es No dejemos de hablar) de lo humano y de lo divino, de su poética, de la trastienda de su alma y de sus libros (o de sus antologías o biografías). —La selección de los diecinueve poetas, como ocurre en cualquiera que se precie, obedece, como aclara la autora, a gustos personales, pero también a la cercanía. Sin embargo, ha primado la calidad poética, y esto es digno de aplauso. Y, desde mi punto de vista, también el deseo de acercar al lector a variados mundos poéticos de interés y a poetas con amplias trayectorias y reconocimientos a su espalda. —En algunas de las notas precedentes y en las propias entrevistas, a pesar de su obligada y también necesaria brevedad, se acumula toda la información de interés acerca del poeta y de su obra, pero destaco esas paráfrasis y citas bien buscadas, que denotan que la entrevistadora conoce y ha leído en profundidad a sus entrevistados. Algunas son dignas de aparecer en antologías de citas memorables, hacen reflexionar o recuerdan principios básicos de la escritura (o de la vida), y otras pertenecen a la visión de la propia entrevistadora: Intento acercarme a ella (la poesía) con el respeto que merece, escapando de lo banal y haciendo que tenga un valor de profundidad buscada y consciente. (Cleofé Campuzano, p. 17) En esa prolijidad de lo minucioso reside el enigma de nuestra vida. (Carlos Javier Cebrián, p. 31) Los poetas llevamos el alma fuera, como un exoesqueleto. (Alberto Chessa, p. 37) Un poeta hoy carece de relevancia cívica; no son noticia, sino cuando reciben algún galardón. (La entrevistadora a Antonio Enrique, p. 65) La novela y el relato los necesito para estar; para contar una historia desde un lugar en el mundo. La poesía la necesito para ser /… / requiere disciplina, perseverancia y pulso, mucho pulso, con las palabras. (José Luis Ferris, p. 75) Todo se mira trascendiéndolo. (Ilia Galán, p. 83) No uso formas piadosas o relamidas porque me fastidia el exceso de azúcar y en cambio gusto de lo escabroso, de cierto malestar producido por el malditismo /.../ Son oraciones que a veces recuerdan a las blasfemias. (Ilia Galán, p. 94) Muestra un estilo sentencioso y unas imágenes francamente insólitas, habitadas por una naturaleza desolada, paisajes crepusculares en los que la vida y la muerte andan entrelazadas. (La entrevistadora acerca de Manuel García Pérez, p. 99) ¿Qué opinas de la poesía actual? Me da igual lo de las capillitas y los grupos, no sé si es un período yermo o plagado de genios /… / Solo sé que me gustan y otros que no tanto (o nada). (Rafael González Serrano, p. 122) ¿No crees que una poesía como la tuya, intemporal y contemplativa, con honda raigambre en el paisaje, corre el riesgo de quedarse fuera del canon poético que tratan de imponernos? Me refiero a esa poesía enunciativa, con pretensiones de ser absolutamente moderna, incorporando las nuevas tecnologías y la actualidad más inmediata. (La entrevistadora a María Ángeles Manzano Romera, p. 138) La poesía de Marina Oroza es transgresora, inquietante y magnética. Utiliza un lenguaje sinuoso y elíptico, por lo que sus poemas oscilan entre la calma y el vértigo. (La entrevistadora, p. 145) Un proverbio africano que dice: “No te preocupes por los pasos que das sino por las huellas que dejas”. La poesía es una pintura de huellas. (María Antonia Ortega, p. 159) Igualmente destaco la paradoja de estos versos que, a mi parecer, constituyen una poética: No sucede nada distinto / pero acontece el prodigio. (La entrevistadora a Esther Peñas, p. 171) Para mí la misión del poeta es cantar y defender la riqueza universal que nos pertenece. /…/ Somos los destinatarios del universo, de sus maravillas y de sus mundos ocultos. (José María Piñeiro, p. 184) ¿Qué poesía te obliga a frotarte los ojos? La que huye del convencionalismo y del prosaísmo. /…/ Y no siempre han de ser versos redondos y memorables, sino un acento, una atmósfera extrañamente cautivadora. (José Manuel Ramón, p. 195) La poesía de mujeres está infrarrepresentada o infrapublicada. (Marisol Sánchez Gómez, p. 201) Como dice Annie Dillard, «nuestra vida es una tenue traza sobre la superficie del misterio». (María Engracia Sigüenza Pacheco, p. 218) Cuando escribir es un vicio, duele. (Rosario Troncoso, p. 228) Eso que afirmaba Novalis de que el universo está dentro de nosotros es una de las verdades con las que yo siempre he comulgado. Y tanto más en mi caso que, apartada del mundillo literario, escribo una poesía muy intimista. (Almudena Urbina, p. 236) José Luis, en una ocasión declaraste que el poeta es un guardián de la palabra, un centinela a la escucha, siempre atento a la prosodia del murmullo. (La entrevistadora a José Luis Zerón Huguet, p. 245). Me gusta escuchar a los poetas cuando hablan del hecho creador e interpretan sus poemas. Y también disfruto leyendo poéticas. (José Luis Zerón Huguet, p. 254) Podría seguir transcribiendo todo lo que tengo subrayado en el libro que me ha parecido de interés, pero para resumir solo quiero decir que Ada Soriano ha conseguido con sus escuetas preguntas huir del cliché y buscar la innovación de la respuesta, y denotan un amplio y sensible conocimiento de la obra de los poetas seleccionados. Creo que este libro muestra una parte importante de la poesía actual, pero huyendo de los nombres conocidos y tantas veces citados y en busca de esos otros cuya obra, tan importante y de tanto peso en ocasiones como aquellos, ha sido sin embargo menos nombrada a pesar de sus extraordinarios méritos, entre los cuales me permito destacar su capacidad innovadora, sus destellos verbales y cognitivos de gran profundidad, una visión personal del mundo y un estricto alejamiento de la facilidad. Todo ello más plausible ahora que nunca, pues son malos tiempos para la buena lírica, acosada por el fácil brillo de las redes sociales convertidas en espectáculo para un público que ha sustituido al lector.
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ADA SORIANO. DONDEQUIERA QUE VAGUE EL DÍA (Ars Poetica, Oviedo, 2018) por ANTONIO ENRIQUE COMO EL QUETZAL QUE ASCIENDE A SUS PROMONTORIOS La poesía de Ada Soriano (Orihuela, 1963) es leve, delicada y confesional; sutil, acendrada y visionaria. Quien a ella acceda no espere imágenes tumultuosas ni una musicalidad de estruendo. Todo parece discurrir en flujo interno, serenamente y con pasión. Este es su sexto libro. Tuve yo el gozo de reseñar su primero, allá por 1993, y prologar su cuarto, Principio y fin de la soledad (2011). De este sexto que ahora nos detiene, el día de su presentación, que lo fue en la librería Códex de su ciudad natal, el eminente poeta, y biógrafo de Miguel Hernández, José Luis Ferris, dijo cosas muy ajustadas y penetrantes, pero me quedo con una de ellas, de carácter general, y es que estamos ante su mejor libro, en lo que plenamente coincido. La poesía de Ada Soriano lo es —dijéramos— “a la altura del pecho”, porque parece manar del mismo corazón: como si escribiera con tinta de sus propios latidos sobre un papel perpendicular. No hay nada accidental, nada de lucimiento. Ella es una soñadora y se limita a plasmar su visión del mundo con una naturalidad y una precisión por la que enseguida vislumbramos un oficio exigente y una independencia (tendencias o modas) que rápidamente nos congracian. Tras una lectura sin sobresaltos, cerramos el libro. Las emociones han sido muchas; sentimos una sedación dulce, una languidez que invita a seguir leyendo, esta vez de atrás hacia adelante. Pero ¿con qué nos quedamos? ¿Cuál es el sentido profundo de estos versos? ¿La honestidad, la sinceridad y verdad, como sugiere de entrada Ferris? ¡Claro que sí! Pero a mí, como lector, me gustaría ir más allá, señalar un rasgo bastante insólito en la poesía femenina actual. Y si de mí dependiera, no tendría duda: ansia de elevación. Estos versos, por su sutileza, parece que ya flotan, ingrávidos. Tal elevación es siempre hacia la luz; la luz, la apetencia de luz, es el objeto último de la poesía de Ada Soriano. Pero es que esta fuerza ascensional va trazándose desde su primer verso: El sol se ha alzado / sobre el horizonte / con una consistencia blanda / y escurridiza, / como dulce gelatina, hasta el antepenúltimo (no en vano dedicado a María Antonia Ortega), que es toda una confesión de vida: Así contemplaba yo el mundo, / alegre y luminoso / como un parpadeo de luces / en plena noche, como el quetzal que asciende / a sus promontorios / sin sentir la coacción de ocultar / su verde estela, pasando por los titulados ‘Desde la cúpula’: Una corriente de aire me eleva / y me sitúa sobre una cúpula; y ‘Osadía’: Atrévete / abre tus alas, conmina al águila. E incluso el último, dedicado al poeta José Luis Zerón, su compañero en tantas empresas humanas y literarias, que contempla asimismo ese movimiento ascensional, expreso en su estructura: A “volar”, sucede “llegar”: Volar, / alcanzar las últimas ramas…, y en la estrofa siguiente: Llegar, / producirme nuevamente / para ser nuevamente yo... El impulso ascensional es, pues, a mi entender el sentido profundo de este hermoso libro que equilibra la sensualidad visual con la táctil, y ambas con la sonoridad amable, en pleno dominio de los recursos técnicos (sinestesias, antítesis, aliteraciones, etc.). Colores y formas, la materialidad sensorial, el chispazo plástico, se conjugan armoniosamente con la temática que ilumina el texto. Se trata de la Naturaleza. Deseo de fundirse con ella, de unirse a ella como en el seno de una máter cósmica. Se percibe en esa profusión de elementos, desde sol y luna, omnipresentes en toda su trayectoria, a sus correlativas en agua y fuego, más el aire, a veces viento, plasmado en las nubes y brumas; ello, como trasfondo, porque, en un círculo más concreto, está el mundo vegetal, junto con las aves e insectos, que lejos de constituir un adorno efímero viene a ser la prolongación anímica de la autora.
Ambas vertientes, desde luego, inciden en el amor. Un sentido amoroso pocas veces expreso, hecho de insinuaciones íntimas, como en los poemas ‘Entrega’ y ‘Arrebato’, o simplemente de ternura, como en ‘Tus ojos’. Un sentido del amor, en definitiva, que deja traslucir, tantas veces, el pálpito maternal: Oh vientres maternales / que danzáis cerca de los arroyos, clama en el poema que otorga epígrafe al libro. Está toda ella, Ada, aquí: sus rumores, sus añoranzas, una tristeza infinita, como también los miedos. Un miedo inconcreto, subyacente, como en el poema ‘Caballos’, que lo es a la irrupción fálica, a mi entender; los miedos, y las aprensiones inasibles, como en ‘Desvelos’. Más otras muchas pulsiones de su vida cotidiana y sentimental, sorpresas gratificantes del presente libro: el silencio de la casa cuando todos duermen, la visión desde la ventana de los paseantes cruzando una pasarela o de unas niñas disfrazadas de monjas junto a un puente… Y la madre, esa madre en el poema ‘Las paredes curvas’, a la que se le pregunta: ¿Cómo salir del pozo donde me hallo / si mis manos no pueden adherirse / a las paredes curvas? Cuánta hondura y sensibilidad en este poema, que lo es en carne viva. Quien la vida le haya deparado la fortuna de conocer a Ada Soriano tal vez coincida conmigo en que su obra parte de una extrema cuanto extraña modestia, muy consciente de la complejidad del arte poético, una humildad cordial desde la que teje estos poemas que se asoman muchos de ellos a la verdad de lo infinito. Pareciera sumida en el sopor de su interioridad absoluta; pareciera perdida en el laberinto existencial de su emotividad caliente y tantas veces sobrecogedora. Pero esta mujer, conceptuada con acierto como “rara avis” por el poeta y crítico José Manuel Ramón, cuando asume su creatividad lenta, reflexiva, llena de matices, sabe muy bien lo que hace. Inquiere, pregunta al mundo, se enaltece, crea burbujas de plasticidad, recuerda, se lamenta, y todo lo olvida para cantar. Cantar la vida, soñándola, sí, pero de otra manera: la del desbordamiento interior. Se eleva, esto es, como ese quetzal que busca, planeando bajo el cielo, el promontorio donde asentarse. Y mirar desde arriba, que es el lugar escogido por esta poeta esencial. ADA SORIANO. CRUZAR EL CIELO (Celesta, Madrid, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ La editorial madrileña Celesta publica este libro en el número 18 de su Colección Piel de sal, un conjunto de diecinueve poemas donde conviven en armonía el sentimiento y el pensamiento, la emoción y la reflexión. José Luis Zerón Huguet redacta el texto de la contracubierta, donde desvela algunas de las claves necesarias para desentrañar la poética de una autora con una interesante obra, que se remonta a 1987 con la plaqueta Anúteba, y que alcanza ahora su quinto poemario extenso. Ada Soriano ha sido, además, codirectora de la influyente revista de creación literaria Empireuma, con sede en su ciudad natal, que tantos y buenos poetas ha proporcionado a nuestra lírica actual, como el propio Zerón, Manuel García Pérez o José Manuel Ramón. Una cita de Chantal Maillard, que inspira el título del libro, da paso a poemas compuestos por lo general en verso libre, con algunos destellos en forma de endecasílabos y alejandrinos, donde la autora se expresa con elegancia y una aparente sencillez que, en verdad, es fruto de una consecuente depuración estilística, pues Ada Soriano sabe trasminar la epidermis de las cosas con la precisión de la palabra exacta, sin adornos superfluos que comprometan la veracidad del verso. En ‘Luna de invierno’ y ‘Rocío del mar’ la naturaleza y su sereno espectáculo —la contemplación de una luna nueva o del vaivén del mar y sus contornos—, se traduce en versos de gran sensualidad donde la noche arropa esa mirada atenta que sabe conjugar los elementos que la naturaleza le ofrece para dar un paso más allá, donde reside la profundidad de lo que representa. Sin embargo, en ‘El beso’ el cuerpo humano se convierte en protagonista, aquí la naturaleza se supedita al deseo, en una mágica conjunción que alcanza su cénit en ‘Venus cabalga sobre el arco de la luna’ y, sobre todo, en ‘Ceremonia interior’. Veamos un ejemplo de éste último: Mi cuerpo es una revolución de hormonas, / un caos, una batalla campal. / Mis miembros están condolidos, resignados a su óxido. / Mi cuerpo es un nido de esporas que se dilata y se comprime. El poema ‘Mariposas’ recrea en tres partes las fases de la metamorfosis de los gusanos de seda en una vieja caja de zapatos con respiraderos hechos por el hombre. Poema de transición que recrea con precisión de entomólogo esa transformación vital en una mariposa que exhibe su delicada feminidad / agitando sin temor sus bellas alas. Aquí aparece uno de los vocablos recurrentes de todo el poemario, el cielo, preferentemente nocturno, que la autora cruza con sus versos con la luna como cómplice. Tras un delicado homenaje a Anne Sexton en ‘Una tarde de primavera’, el poemario alcanza su punto de inflexión en el poema ‘Te amo’, el más extenso del libro, un canto de amor a la naturaleza, al mar al margen de documentos de banca y firmas ante el notario, al hombre, a pesar de sus imperfecciones, y, ante todo, a la Poesía, a los grandes poetas de América: Whitman, Dickinson, Poe, y a los poetas suicidas: Kleist, Maiakovski, Storni, Pozzi, Pavese, Plath, Celan, Pizarnik, Sexton, porque cruzasteis el cielo como estela de avión que parte de una nube / como estrellas que se fugan para volver a reencontrarse.
De nuevo el cielo se erige en escenario para la acción del poema. Así, en ‘La espada del Arcángel’ describe, como si de un lienzo se tratara, la batalla celestial entre San Miguel y Satanás. Y en ‘Agorafobia’ la autora es capaz de superar el miedo al vacío gracias al cielo azul y el sol que lo ilumina. Los poemas ‘Viaje’ y ‘Carpas en el río’ son impresiones al paso por el paisaje que el talgo y su velocidad y el fluir del agua, respectivamente, imprimen en la memoria. ‘Hacia la concreción’ es una acerba crítica contra la fama y la popularidad, realmente efímeras, que desvirtúan la esencia del hombre, que sólo se muestra verdadera al compartir venturas y miserias. ‘Una ciudad del sur’ recrea una sensitiva visita a Granada junto al hijo, la percepción del recorrido por sus barrios de arquitectura árabe y la Alhambra. En ‘Atardecer en una plaza’ Ada Soriano se entrega a una reflexión sobre el paso del tiempo (un ogro que peca de gula), desde un vago recuerdo de la infancia hasta el crepúsculo que alarga las sombras sobre la fuente de Neptuno, donde los sentidos se embriagan. En el poema que da título al libro, la autora retoma la emblemática figura de Sylvia Plath para trazar un sucinto recorrido poético por su tormentosa vida: Primero en Boston, Sylvia. / Después en Londres, Sivvy. En ‘El despertar de la memoria’ nos hace testigos de cómo un lienzo de Gabriel Miró desencadena un viaje de regreso a la infancia, a la vieja casa por donde la luz de la memoria ilumina cada estancia hasta reencontrarse con su abuela: la belleza de una mujer siempre enlutada, / el cabello recogido, la piel limpia / y el alma rendida a la anarquía. Es precisamente la vuelta al pasado la que da título al último poema, donde la autora recuerda desde el hospital en que está ingresado el padre a la espera de un pronóstico, frente a la pesadilla de la incertidumbre, y donde la frialdad de un cubo le recuerdo al del magnetófono donde suena ‘El Bardo’: la triste historia de un payaso y su chica de alto rango. Aquí el presente y el pasado (un tiempo ya gastado y compartido) se entrecruzan al son de la voz del padre grabada en una cinta mientras hombres y mujeres de ropa blanca le estudian minuciosamente. Como señala José Luis Zerón, Eros y Logos se fusionan en una poesía que siempre, aun en los momentos de dolor, aspira a una especie de belleza única, dado que se imbrica con la biografía de la autora, y donde conviven en perfecto equilibrio lo lírico y lo discursivo, una feliz combinación que a veces recuerda a José Hierro, donde siempre impera la ternura. |
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