LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MARÍA JOSÉ CORTÉS / JOSÉ MARÍA CARNERO. AHORA (Cuadernos del Laberinto, Madrid, 2016) por MANUEL GUERRERO CABRERA En estos tiempos inciertos en los que la poesía amorosa se vende con la etiqueta del falso sentimentalismo juvenil, da gusto encontrar un libro tan candoroso, maduro y sugerente en el amor como Ahora. Un poemario escrito a cuatro manos y entre dos corazones que firman María José Cortés y José María Carnero. La primera, nacida en Madrid en 1971, ha publicado Palabras derramadas (Vitrubio, 2008), Cicatrices de asfalto (Cuadernos del Laberinto, 2013) y El libro de los dones (Cuadernos del Laberinto, 2016), además de recibir el XVII Premio de Poesía Erótica Cálamo de Gijón en 2002 y ser finalista del Premio Adonais de Poesía en tres ocasiones; José María Carnero nace en Madrid en 1948 y es autor de Lluvia en el cristal (Vitruvio, 2002), Aroma de mandrágora (2007), Mientras la vida pasa (Vitruvio, 2008), Amaranta (Visión net, 2008), Adarve (s/f), Desamparo (Visión net, 2013) y Olor a nada (Vitruvio, 2016), a la que hay que añadir su obra pictórica. Lo más destacado de Ahora es que todo el libro, como conjunto, funciona como un único poema; es decir, los más de cincuenta textos pueden articularse como una obra unida, por la coherencia de las imágenes, propuestas e, incluso, estilo, al que cada uno es a sí mismo fiel, pero en el que no evitamos encontrar influencias mutuas, más allá de los motivos expuestos:
A esta idea de unidad contribuye el concepto de «Ahora», que llega a ser tan significativo que sobresale del concepto de tiempo y ha de escribirse con mayúscula, un «Ahora» que también se manifiesta de manera lírica con su persistente presencia al inicio del verso:
Una constante en todos los poemas es el empleo arriesgado de las imágenes (lluvia, noche, palabra…), en aras de la originalidad y de causar mayor interés en la lectura («la tarde un bosquejo de los dedos/ la noche el desafío de un tacón sobre las sábanas», escribe María José Cortés). Los ojos, la mirada o la pupila son elementos muy presentes en el poemario, motivos empleados por ambos poetas, que, a medida que nos adentramos en el libro, van ganando más fuerza. Anotemos que ambos hacen uso de ellos en su primer poema: «Ahora que me han visto tus ojos» (María José) y «A veces me miras con ojos de niña sorprendida» (José María). ¿Cómo no recordar a Gustavo Adolfo Bécquer en aquello de «que el alma que hablar puede con los ojos, / también puede besar con la mirada»? A través de este continuo asomo a las miradas de ambos llegamos a sus almas enamoradas, como en otro conocido poema del sevillano, hasta comprender que al final:
Ese «presagio de eternidad» se intuye y se descubre poco a poco en ambos. En verdad, la poesía, y con esto parafraseo a Raquel Lanseros, se reduce a hablar del paso del tiempo, de ahí que «ahora» sea el adverbio elegido por los amantes, un adverbio que confirma el avance del tiempo y que, a la vez, logra que no pase, el instante eterno. José María Carnero lo plasma de forma excelente así: “Tras la fugacidad del tiempo / la noche nos aguarda. […] / Ahora es… ese tiempo que no pasa…” Por último, creo necesario dejar una muestra de la íntima conexión que hay entre María José y José María en los textos, que se presenten por parejas, lo que nos llevó a afirmar que Ahora puede leerse como un único gran poema. Me centro en los poemas de las páginas 30 y 31, en los que hallamos diversos puntos en común que cada poeta trata de manera diferente, pero que se complementan mágicamente; de nuevo, la mirada (los ojos), las venas y las cuchillas:
Ahora es un poemario amoroso fuera de lo convencional y de la corriente juvenil-amorosa imperante. Frente al vacío de esta tendencia, por el contrario, en María José Cortés y José María Carnero encontramos versos llenos de imágenes, deseo y entrega, con los que vibrar y sentir el amor que se tienen dentro y fuera de esas páginas en el momento eterno de la vivencia de este sentimiento.
Ahora es siempre, amor… eternamente ahora… ahora… ahora. (Carnero)
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JESÚS AGUADO. LA INVENCIÓN DE LA PÓLVORA. CIENCIA Y POESÍA EN LA ANTIGUA CHINA (El orden del mundo, Lucena, 2017) por MANUEL GUERRERO CABRERA POESÍA SOBRE CIENCIA CHINA DE JESÚS AGUADO PARA UN NUEVO ORDEL DEL MUNDO En consideración con el modo en que está el planeta que habitamos, desde el presidente de una de las potencias mundiales negando el científicamente demostrado cambio climático, además de su controvertida postura en diversos asuntos como la inmigración; hasta la indiferencia de los organismos europeos con los refugiados de guerra de Siria, sin obviar la continua violación de derechos humanos en varios países asiáticos y africanos, varias veces permitida por los países de régimen democrático –de todo tipo–; no resulta trivial ni fortuito que una colección de poesía se llame «El orden del mundo». Porque la poesía es necesaria y, de frágil, se hace esencial con la delicadeza de esta colección, que se presenta como heredera de «Las 4 estaciones», que desde la localidad cordobesa de Lucena se publicó en los primeros años del siglo XXI a autores de primera línea (Luis Alberto de Cuenca, Joan Margarit, Mark Strand, María Rosal, Izet Sarajlic…) en una cuidada y bella edición, que entonces dirigió Lara Cantizani y que ahora vuelve a ejercer la dirección junto a su amigo y también poeta Jacob Lorenzo. El primer número ha correspondido a Jesús Aguado (Madrid, 1961), prolífico autor, ganador, entre otros premios, del Hiperión en 1990 por Los amores imposibles, y, sobre todo, un gran conocedor y amante de lo oriental; así, este primer número se titula La invención de la pólvora. Ciencia y poesía en la antigua China: una breve muestra de científicos de una lejana China (en el tiempo y en el espacio) a los que Aguado ha reescrito una biografía, entre la verdad y la ficción, que complementa con poemas de su autoría sobre cada uno de ellos. De nuevo, hay que hablar de delicadeza, pues nadie mejor que este poeta para acercarnos con su prosa y versos claros a estos autores: Lu Ban, Mo Zi (o Mo Ti), Zhang Heng, Shen Kuo, Chu Shih-Chieh y el imprescindible Li Po (o Li Bai), junto a la pólvora, sin duda, uno de los inventos chinos más conocidos. Ahora son los dragones los que huyen de nosotros.
Ya han comprobado, en sus colas y escamas chamuscadas, que nuestro fuego es más poderoso que su fuego. En esta línea de los inventos chinos, este número presta una gran importancia a los puentes colgantes, de tal manera que es la imagen de la cubierta, plasmada con brillante exquisitez en una serigrafía de tinta roja sobre el fondo blanco roto. Este puente, que es símbolo de la unión de dos tierras, de dos mundos, de acercamiento y de entendimiento, no es sino una declaración de intenciones en «El orden del mundo». Valgan estos agudos versos de Aguado sobre Li Po como complemento a lo expuesto: Amigo, dame un puente colgante y luego márchate a donde quieras porque con él podré alcanzarte cuando un abismo se abra entre nosotros y las lágrimas rueden como torrentes. No cabe sino felicitar a los directores de «El orden del mundo» por esta iniciativa y por el planteamiento tanto estético como literario de la edición. La invención de la pólvora. Ciencia y poesía en la antigua China de Jesús Aguado es uno de esos libros de los que cualquier amante de la poesía oriental no tiene otra cosa que hacer sino enamorarse, puesto que el autor consigue en nosotros, gracias a la poesía, lo que muestra en estos versos dedicados a Shen Kuo: Porque eres mi norte verdadero y la brújula de mi corazón se vuelve loca cuando la aparto de tu lado. JESÚS HILARIO TUNDIDOR. EL ACONTECIMIENTO POÉTICO. LA CULPABILIDAD DE LAS IMÁGENES (Cuadernos del laberinto, Madrid, 2016) Por MANUEL GUERRERO CABRERA De principio, creo que el hombre no tiene más espejo ante sí mismo que la nada. […] Tal cual os hable, tal cual me siento y me veo ante el espejo de la personalidad, que es la propia conciencia. Con estas palabras comienza El acontecimiento poético. La culpabilidad de las imágenes de Jesús Hilario Tundidor, un documento de documentos en la que el poeta zamorano analiza, o confiesa, los motivos y el sentido de su obra. De ahí la imagen del espejo, de ahí la conciencia, que enfrenta lo pasional con lo intelectual; así, al apuntar cómo leer su poema Construcción de la rosa, afirma que se ha de hacer «como una sentimentalización de lo inteligente»: En primer lugar la elaboración de la forma orgánica, representada por la formación de la rosa desde los meristemas formadores de la flor hasta alcanzar la perfección última de la belleza; en plano paralelo de escritura se contempla un proceso creativo de finalidad concreta: la elaboración de la obra artística. Y en tercer sustrato de significación: el plano vital propio en su construcción de vida personal. Concluyendo, el poema en sí es el cumplimiento vocacional de la ora del hombre poeta como acto creativo en los ámbitos de la escritura, el Arte y el mismo vivir. Este volumen ofrece pistas de sus influencias, que no todas son literarias: Rolan Barthes, Nietzsche, Lacan, Derrida, Wolfang Iser, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Leonard Cohen… Esto enlaza con su concepto de poesía como pensamiento o pensamiento como poesía, el capítulo «primario»: El significante poético actualiza el significado del pensamiento y la actuación de aquél organiza en los espacios creacionales la representación de éste. Pero, ¿qué puede definirse como poético, como hecho lírico? El poeta nos lo revela con sencillez e inteligencia: «Vida misma que actúa en nosotros […] como llave, singularizando la experiencia humana y amplificando su contenido hasta mundos insospechados». El capítulo «Dos» está dividido en dos partes, una general sobre el poema y otra concreta sobre Mausoleo. Ambas se conjugan y nos brindan una visión de los poemas de este poemario desde el interior, una exposición, unas anotaciones que complementan la lectura de Mausoleo.
En contraste, el capítulo «Tres» que contiene una epístola, en un tono muy distinto al ensayístico del anterior. En esta carta, podemos acceder a convicciones, pensamientos u opiniones de Hilario Tundidor sobre su propia trayectoria; por ejemplo, nuestro poeta no cree que su poesía pueda encuadrarse en grupo o generación alguna, sus impresiones sobre Junto a mi silencio con el que consiguió el Premio Adonais en 1962, lo poco valioso de la poesía social (salvo la de Blas de Otero), la creación de Pasiono y Tetraedro, las mujeres que han marcado su vida, entre otros asuntos. La obra se completa con un repaso a su bibliografía, en la que selecciona varios trabajos de crítica, que, de consultarlos, nos ofrecerán otra visión de nuestro poeta; porque en La culpabilidad de las imágenes tenemos al Jesús Hilario Tundidor más apasionado y más intelectual, capaz de enfrentarse a su imagen en el espejo para hablar de su obra con conciencia crítica y abriendo sus versos a sus influencias y motivos vitales. En verdad, así habla él mismo de la creación poética: Nace de la necesidad de expresarse que condena y dignifica al hombre, y vive del origen remoto de la voluntad sobre estas emociones. JESÚS URCELOY. VISIBLES E INVISIBLES (Cuadernos del laberinto, Madrid, 2015) por MANUEL GUERRERO CABRERA A nadie se le escapa la pasión literaria de Jesús Urceloy (Madrid, 1964). Autor, entre otros títulos, de Libro de los salmos (1997), Berenice (2005), Diciembre (2008), Misa de Réquiem (2012), La biblioteca amada (2012), Matar en casa (2013), El pie sin huella (2014, novela escrita con otros siete autores) y Visibles e invisibles. Falsa antología de poetas verdaderos (2015). Es miembro fundador y colaborador de la decana revista cultural en internet Ariadna-rc.com, también es miembro de XATAFI (Asociación de amigos de la ciencia ficción en España) y de la Tertulia Holmesiana de Madrid. En 2004 ganó el I Premio de Haikus de la RENFE, en 2008 ganó el Premio de Microrrelatos del Ayuntamiento / Feria del Libro de Madrid y el III Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro, de la Fundación José Hierro. Ha sido finalista del Premio Nacional de la Crítica (2001) y del Premio Nacional de Poesía (2006). Por ello, Visibles e invisibles. Falsa antología de poetas verdaderos es una manifestación expresa de admiración a una buena –en amplitud de su significado– nómina de autores actuales, pues Jesús Urceloy se vuelve camaleónico y les dedica un poema escrito bajo el signo del estilo de cada uno, además de imaginarlos en una situación, a modo de motivo central o inspirador del poema. Valga el ejemplo de Javier Lostalé que «contempla la claridad» y que, sin duda, hubiera firmado estos versos: los pasos de los árboles que afinan su copa al caminar contra corriente, y un despertar valiente cuando las rosas por amor se inclinan. O el gran poema que dedica a Isla Correyero, quien «se piensa un guion para un corto y le sale en endecasílabos»:
Llevo toda la tarde con la caja de clínex: una angustia insoportable me tiene destrozada. Menos mal que has llamado. Te juro que no sé lo que me pasa… Qué se creen esos tíos de mierda. Ven, estoy muy sola… En efecto, Urceloy no es solamente un buen lector de poesía actual, sino también un brillante intérprete de la misma, pues reflexiona, considera y hace suya el modo de la escritura de sus coetáneos, con el fin de rendirles merecida consideración, como hemos dicho anteriormente. Otro de los aspectos fundamentales de esta Falsa antología de autores verdaderos es la presencia de autores conocidos (los dos anteriormente citados, Luis Alberto de Cuenca, Félix Grande o Amalia Bautista, entre otros) junto a los que no lo son, «poetas excelentes y no se merecen un gramo más de olvido», en palabras de Urceloy. De ahí el título: Visibles e invisibles. Por traer otros dos poetas menos conocidos, en correlación con los ya expuestos, rezando desde el nacimiento del río Ebro Juan Hospital recibe el testimonio literario en estos tres versos formidables: Todo el dolor y todo cuanto amé y todo cuanto soy ya estaba escrito en las manos abiertas de mi padre. Y David Foronda, a propósito de la lectura de Pórtico de Frederik Pohl: La eternidad consiste en un segundo, sólo un segundo sin cerrar los ojos para volver –ya muerto– a su perdón. Félix Grande, Javier Lostalé, Ángel Guinda, Ana Rossetti, Enrique Gracia Trinidad, Luis Alberto de Cuenca, Marisol Huerta, Julio Martínez Mesanza, Rafael Pérez Castells, Fernando Beltrán, Hipólito García “Bolo”, José Luis Morante, Antonio Polo, Isla Correyero, José Cereijo, Juan Carlos Mestre, Luis Felipe Comendador, Carlos Tejero, Manuel Moya, Ángel Rodríguez Abad, Jesús Cuesta, Amalia Bautista, Pedro Díaz del Castillo, Jaime Alejandre, Julio Castelló, José Antonio Rodríguez Alva, Juan Hospital, Álvaro Muñoz Robledano, Eduardo García, David Torres, Francisco García Prados, Román Piña, Antonio Luis Ginés, Juan Manuel Navas, María José Cortés, María Eloy, Pablo García Casado, Iñaki Carrasco, Gonzalo Escarpa, Julio Reija, Sebastián Fiorilli, Aarón García Peña, David Foronda y Antonio Rómar. O, dicho de otra manera, Jesús Urceloy, en una honrada manifestación de amor a la poesía actual. Mª JESÚS SOLER ARTEAGA. ANTES DE QUE OLVIDES (Anantes, Sevilla, 2016) por MANUEL GUERRERO CABRERA Como si de un aviso se tratara, Antes de que olvides llega después de cinco años de la publicación de Carta lunar. Como un afortunado encuentro con alguien con quien no coincidías en bastante tiempo, sus versos aparecen «como una pequeña luz a lo lejos, / como una esperanza que crece», porque «quedan grabados los detalles / […] que nos mantienen vivos». Además de los títulos antes citados, Mª Jesús Soler Arteaga (Sevilla, 1977) es autora de los poemarios Recóndita armonía (2010), Las horas muertas (2008) y Ciudad imposible (2005); ha participado en varias antologías, como Poesía viva de Andalucía (2006) y Homenaje a la Generación del 27 (2009) y ha colaborado en distintas revistas (Ágora, Mester de Vandalia, Saigón, Cuarto Creciente, etc.); ha obtenido el premio Voces Nuevas 2007 y el VI Premio Noches del Baratillo con el antedicho Recóndita armonía. Bien justo y merecido es destacar aquí su labor de investigadora de la literatura femenina (Carmen Conde, Elena Soriano, etc.) Los poemas de Antes de que olvides se agrupan en cuatro partes (La luz, Las palabras, Un lugar, Los paseantes) y cada uno nos lleva desde su título a París, un paseo poético para el amor, los cafés, las bibliotecas, el río, porque Después de atravesar la noche, los mapas, las señales, la tierra y los paisajes, saldremos a la luz. […] brotaremos como palabras de amor en las aceras. (‘Gare D’Austerlitz’) La luz es uno de los elementos esenciales del poemario y a ella pertenece la primera parte. La poeta establece toda una definición de lo que somos desde los primeros compases del libro: Luz. Somos luz. Éramos luz. […] lo que un día nos arrancaron porque era luz. (‘Notre-Dame’) Lo que somos, lo nuestro, todo lo que cabe en un nosotros es luz: La sensación oscura y penosa de estar siempre fuera de sitio, en un lugar que no podemos llamar nuestro, […] Luz del día al romperse la noche. (‘Châtelet’) Y, por supuesto, el nosotros, el tú y el yo, dando sentido a un límite de tiempo: Hay un instante de triunfo, el momento en el que tus ojos despiertan a la luz del día. (‘Triomphe’) O, cuando el tiempo ya se ha consumido, como en ‘Père-Lachaise’, que alude al cementerio parisino, obviamente, desde la muerte, pero también desde el amor y el dolor, en uno de los mejores poemas del conjunto: Si alguna vez la vida nos separa que sea yo quien caiga en el olvido, quien me adentre en las calles de Père-Lachaise […] quien pregunte a sus habitantes por el tiempo perdido. En la segunda parte del libro, Mª Jesús Soler nos deja las palabras para proseguir el paseo; evidentemente, las palabras de cada poema, de cada imagen, de cada sensibilidad, las escritas y las habladas: Será como decir amor en todos los idiomas. (‘Shakespeare& Co.’) Las palabras son las que permanecen contra el olvido, como ‘Les invalides’ o ‘Montparnasse’, las que construyen lo cotidiano como poesía, como ‘Place du Tertre’ o ‘Jardin des Plantes’, al que pertenecen estos versos: Sonríes en las sílabas que no habitan mis versos cuando la vida se convierte en algo más que unas pocas metáforas y unas páginas hilvanadas. La visita continúa con la sección de “Un lugar”, en la que ‘Orsay’ nos habla de que la ciudad no nos pertenece, porque se transforma del mismo modo que nosotros; que llama al recuerdo en ‘Rivoli’, ‘Seine’ o en ‘La Bastille’, siempre acompañado de la pesada losa del tiempo («Han pasado veinte años / y ahora es tu sombra la que deambula / por los pasillos y se sienta / a la cabecera de aquella mesa»). Los paseantes «de lo vivido y lo venidero» completan el camino por París. Sentimos lo andado, porque «estos pies doloridos y cansados / son la muestra prosaica / de la vida como camino»; un trayecto que decidimos realizar con esta lectura y que nos deja tantos recuerdos… de manos enlazadas, dos nombres que se anudan cuando la eternidad se difumina efímera y vana cada atardecer. El amor se vuelve sutil erotismo en la parte final del libro: cuando los que pasean se abracen al miedo que los ahoga, cuando los amantes enlacen sus manos y también sus cuerpos. (‘Bois de Vicennes’) Este poema es el cierre del libro, que supone un brillante broche final, por las connotaciones recibidas en el poemario, por la sugerencia final, en palabras de la prologuista Anabel Caride «no podrían ser mejor epílogo para la obra completa»: El jardín en silencio, la ciudad y su historia, la noche y los amantes aguardan una palabra de amor prendida en un instante de vida. Como insinuábamos al comienzo, Mª Jesús Soler es una poeta con un largo recorrido de títulos, que no nos agotan; con esto quiero decir que Antes de que olvides no solamente se realiza sobre París, sino también sobre las logradas imágenes que la autora construye y a la que nos tiene tan acostumbrados: Aquellos fueron buenos tiempos, la gente, el río, los poemas perdidos en el fondo de la memoria, al otro lado del espejo del agua, como esta tarde y el susurro del río. Pero, además, las estructuras bimembres (alguna trimembre) y los paralelismos aportan ritmo, una musicalidad natural a sus poemas; que se complementa con el uso reiterado del relativo, que consigue envolver la idea en el desarrollo de cada verso:
con la certeza y la esencia del tiempo, con la nostalgia de la tierra que va quedando atrás. Mª Jesús Soler abría el poemario con una cita de Baudelaire, quien escribió en ‘Confesión’, en boca de una mujer que lo acompañaba: Que tout craque, amour et beauté, Jusqu'à ce que l'Oubli les jette dans sa hotte Pour les rendre à l'Eternité! El instante de vida, el amor, el recuerdo, la vivencia. Antes de que se olvide, antes de que vuelva eterno, todo se ofreció en París. MANUEL GUERRERO CABRERA. LAS SALINAS DEL ALIENTO (Cuadernos del laberinto, Madrid, 2015) por FRANCISCO MOYA ÁVILA Todo está en silencio. Nada se mueve en la habitación hasta que de repente un temblor resuena por encima del mundo atravesando la pantalla, las miradas vidriosas y la sonrisa impertérrita tejida a lo largo de tantos meses. Como si fuese cosa de magia, la vida surge abriéndose paso a través del camino que marcan tres inexplicables fases: primero vino el eco, luego el latido delator y por último una vida nueva que al fin nace. Así comienza Las salinas del aliento, como un huracán de tiempo concentrado en ese maravilloso instante en el que la paternidad coge de la mano su informe cuerpo y se desnuda ante unos ojos inexpertos y temerosos de estar a la altura de semejante reto. Y así va Manuel Guerrero Cabrera, ahora más que nunca poeta desde la cuna, hilando los versos que marcan los tempos de un sueño hecho niña y con nombre de tango: Malena. Cuando leemos poesía a menudo creemos que, al igual que el resto de géneros literarios, la ficción envuelve por completo las letras, y aquello que leemos no es más que la prolongación de una imagen, de una duermevela cotidiana, o de una imaginación desbordante que por azares del destino alguien posee la impagable capacidad de traducir los sentimientos en palabras. Sin embargo, en muchas ocasiones los versos se llenan por completo de experiencias que dan sentido a cada una de las estrofas, configurándose así una poética vital que sin duda despierta nuestros más escondidos recuerdos transformándose en un cuerpo, en una risa que juguetea por el pasillo, jardín de nuestra infancia, o en una mirada a quemarropa que cubre todas las naciones de la tierra. De esta forma, caminando por la ciudad de los abrazos y el fuego, la pena al ritmo del bandoneón colorea el son que envuelve este poemario de sueños, de miedos y de esperanza, donde la herida de la vida se abre y cierra lentamente, al mismo tiempo que una mirada de sol descubre su desangelado cielo. Ahora sí, los versos vuelan solos por la habitación, por las calles y las avenidas, y las historias que contamos surgen detrás de todas y cada una de las esquinas donde somos poetas de cada día. Jugamos a no saber quiénes somos, a que tú no estás, e incluso a guardarnos en un cajoncito de trigo, donde el vientre retumbe sobre el oído dormido, anhelante y callado. Finalmente poco a poco pasan las horas y las semanas, y luego los meses como olas de un mar cuya espuma te atrapa en una espera finita y lejana, bajo las notas musicales de las adelfas del tiempo negro y la voz blanca. Y aún diciendo tu nombre no estás. Aún no. De repente llegas, y todo cobra sentido. Todos vienen a verte y tú estás ahí tan inocentemente dormida, sin saber que ya nunca te perderemos de vista. Ya no duele el mundo, sino la vida de un padre que empieza a sentir su corazón latir en dos mitades, una en la sal de recuerdo, y otra en los brazos de una mariposa que lucha contra el viento. Todo es esperanza, y alegría y pavor al ritmo continuo de un baile, donde cada golpe de pecho aún dejando sin habla, refuerza el ánimo de dos valientes ante cualquier espina que se clave. Esta no es mi voz, ni tampoco la de tu padre, sino la de aquellas salinas del aliento que un día, tiempo atrás, nos regalaste. Con una temática sobre las luces y sombras de la paternidad, el recuerdo del tiempo atrás vivido, y la esperanza en el futuro de una vida que al fin nace, Manuel Guerrero Cabrera se inserta en una corriente literaria que canta a los pequeños del alma, infantes del mundo actual que tanto nos define y gobierna. Usando una métrica donde destaca por encima de todo la asonancia de sus rimas, el poeta cordobés nos deleita con este poemario donde el sentimiento traspasa las paredes invisibles del papel, colándose en las vidas de cada uno de sus lectores, para traer a la luz de lo vivido, todos y cada uno de los recuerdos que permanecen recogidos en lo más profundo de nuestro pensamiento. De esta forma, padres e hijos sienten como los años que han pasado regresan cargados con las vivencias que más los marcaron, convirtiéndose así Las salinas del aliento en una obra por y para la vida, ya sea de ayer o de hoy, ya sea de jóvenes o ancianos. Un libro donde los ecos de nuestra poesía también tienen su protagonismo, y donde la música negra y el tango argentino cubren por completo el caminar pausado por sus páginas. Como un adiós desnudo, el eco de tu nombre…
Un momento después queda la tierra ungida Por la lluvia callada que me deja tu aroma. Tu melena de novia trae un recuerdo inútil. La tristeza de siempre trenza remordimientos. LUIS ÁNGEL RUIZ. CISNES DE CRISTAL (Manantial, Ayuntamiento de Priego de Córdoba, 2015) por MANUEL GUERRERO CABRERA De Confucio es la cita de que «los hombres se distinguen menos por sus cualidades naturales que por la cultura que ellos mismos proporcionan». Esto mismo debiera aplicarse al poeta palentino, afincado arraigadamente en Lucena, Luis Ángel Ruiz, por el modo personal de la cultura sobre literatura rusa que ofrece en Cisnes de cristal. Además de esta obra, ha escrito también Allá tras la arboleda, Un viaje azul desde la luna y El péndulo; todas propuestas distintas y, al mismo tiempo, muestra de la cultura que brinda este autor en cada uno de sus escritos. Cisnes de cristal se presenta en tres partes, no claramente diferenciadas, que resultan un gran homenaje a la poesía rusa. La primera contiene una serie de poemas dedicados a los siguientes autores: Alexandr Blok, Marina Tsvietáieva, Anna Ajmátova, Andrey Biely, Boris Pasternak, Osip Mandelstam, Alexandr Pushkin y Mayakovsky. En clave de distinción, toda una muestra de la variedad poética de Rusia, desde el Romanticismo de Pushkin o la maestría de Blok al vanguardismo de Mayakovsky. Luis Ángel Ruiz construye poemas con imágenes atrevidas, como «el riñón sinfónico de los faroles» de afinidad visual o «el humo de la rosa» de evocación clásica, y coherencia en la disposición poética: En el pericardio sensual de un cielo verde cetáceos cantarines y siluros prodigiosos miran hacia arriba bebiéndose el océano perdido […] Flamencos verdes con sonidos a púrpura vendimian, en otoño, las viñas abultadas de sus versos. El primer verso da vida a un color, el verde, que impregna todo hasta el final con «flamencos verdes». Otra muestra de este ingenio de coherencia estructural es el dedicado a Mayakovski, en el que algunos versos aparecen en dos bloques, resultando con ello la construcción de un doble poema: el que agrupa todos los versos y el que solamente se compone con uno de los bloques.
Las rojas vagonetas se partieron porque el me-tal tal de los raíles era la carne y la carne se pudre casi siempre en el hermético color de una bandera. El poemario toma un rumbo distinto con la sección llamada «La lámpara mágica», cuyo títulos nos recuerda a una de las obras de Marina Tsvietáieva, presentada de modo epistolar con la atención de alterar las fechas en el tiempo (1880, 1892, 1889, etc.) y el lugar (Moscú, Bolshói Fontán, San Petersburgo, etc.), para hacernos mostrar, en verdad, un viaje interior desde Sevilla por la literatura rusa que cada día se ofrece de manera diferente mediante distintas destinatarias: «No conviene preguntar quiénes somos, porque cada día somos alguien diferente: hoy me llamo Beatriz; ayer, Clara; mañana, quién sabe». Prosa poética, en breves palabras, de sugerentes matices y metáforas definitivas, valgan estos dos ejemplos «Ya están las gaviotas picándome las yemas de tu pétrea sonrisa», «la savia del almendro me limpia los pómulos con los siglos de tus versos»… Junto a esto, lo más llamativo es la alusión a diversos autores rusos, como los mencionados Blok y Biely. Y pone el broche una tercera parte con poemas dedicados a los siguientes autores rusos, unos fallecidos recientemente, Joseph Brodsky y Olga Fyódorovna Bergholz; otros, en la primera mitad del siglo XX, Velimir Jlevnikov y Vsévolod Meyerhold. Los dos últimos poemas tienen por nombre «Sevilla» (dedicado al escritor Serguei Yesenin) y «Rusia», uno de los grandes aportes de este libro y, sin duda, un excelente final para este libro, con el que el autor nos deja un sobrecogedor buen sabor de boca. «Rusia» es un homenaje a la nación, Historia y Cultura de este país, traída de la mano de Luis Ángel Ruiz, de quien ya avisamos que se distingue por todo lo que nos proporcionaba: No más Gulag, querida Rusa incierta, ni sangre turbia enloquecida: Vida. ¡Cuánta grandeza en la palabra, cuánto pentagrama de amor en el lago de un cisne, cuánta danza severa y dúctil! ¡Cuánta! Recemos simplemente la grandeza estival de izar de nuevo un estandarte porque hubo una vez un sueño llamado Rusia. |
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