LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ANTONIO BARNÉS VÁZQUEZ. NUEVO HUMANISMO PARA LA ERA DIGITAL (Dykinson, Madrid, 2022) por JAVIER GARCÍA GIBERT Nuevo humanismo para la era digital es una miscelánea de temas variados e interesantísimos, iluminados desde distintos ángulos (literarios, lingüísticos, antropológicos, sociológicos...), aunque todos bajo una perspectiva inequívocamente humanística. Muy esclarecedores son los distintos discursos reflexivos del libro (el valor de la palabra frente a la imagen, la crítica a las ideologizadas “dialécticas bipolares”, la diferencia entre los conceptos clásico y actual de la felicidad, la distinción facere/agere para la valoración de la noción de progreso...), y también resultan clarificadores muchos textos de la “tradición” incluidos en la obra, así como algunos ejemplos concretos para apoyar las reflexiones (pienso, por ejemplo, en el instructivo experimento de clase que el autor describe en las páginas 62-63 para mostrar a los alumnos el “misterio” de las palabras). Y verdaderamente no resulta difícil establecer una rápida complicidad con los puntos de vista de Antonio Barnés y con el carácter militante de su libro frente a los peligros y visajes anti-humanísticos de nuestra época: la vanidad narcisista del universo digital, el despropósito de la identidad fluida, el neopuritanismo totalitario de la (in)cultura de la cancelación, etc.
Como ya hemos apuntado, el autor introduce y comenta en su libro algunos textos de la tradición literaria para apoyar su argumentario humanístico (Sófocles, Séneca, San Agustín, Garcilaso, Shakespeare, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez...), aunque sea la obra de Cervantes, especialmente El Quijote, el principal referente con el que se establece un permanente diálogo. Los textos, pasajes y temas cervantinos dan así un oportuno contrapunto textual y temático a las reflexiones del libro: las reconvenciones del canónigo a la credulidad de Don Quijote, el famoso discurso del hidalgo manchego sobre la Edad de Oro, la novelita intercalada de ‘El curioso impertinente’, la presencia del tema de América en el escritor alcalaíno...
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FRANCISCO J. CASTAÑÓN. TIERRA LLANA (Vitruvio, Madrid, 2022) por PEDRO ALCARRIA VIERA “...Somos ya horizonte, / materia y lenguaje de esta tierra llana” Tierra llana es una nueva entrega de la obra poética de Francisco J. Castañón, periodista y escritor de larga trayectoria, con una producción que incluye incursiones no sólo en el campo de la lírica, sino también en el del ensayo o la divulgación científica. Aquí, sin embargo, regresa a ese hogar puro de la palabra para dar cauce a una serie de meditaciones asomadas al presente y urgidas por la vida, para construir una forma de defensa del hombre contra la violenta agresión del mundo actual. Con este propósito, Castañón elige un escenario predilecto que es a la vez campo de batalla, espacio mental y alter mundus. La elección particularmente inspirada del árido paisaje castellano hace bascular al lector entre dos impulsos: uno pausado, meditativo, atemporal, lleno de íntimo recogimiento y otro más abarcador, de combativa contemplación de la realidad, que parece recorrer con una desesperanza refrenada por el compromiso, para transmitir el desencanto que le causa el presente y tanta belleza amenazada que nos rodea. Como señala en su preciso y esclarecedor prólogo el poeta Alfonso Berrocal: «Rasgos de un lugar, según evoluciona el poema, que se ofrece como todavía a salvo —o donde es posible salvarse— de la común catástrofe económica, política, ecológica, y que nunca debería entenderse como lugar de evasión, sino más bien como lugar de serena esperanza frente a nuestro presente devorador». Una magnífica forma de situarnos en unos poemas en los que Castañón ha destinado la misma minuciosa atención al plano general que al detalle, para explicarse y explicarnos la vida, eligiendo los tres estadios que pautan el libro: la constatación de la frágil contingencia de nuestro presente (Vistas a un presente afilado), la añoranza por el pasado (Pistas en el pasado) y la toma de posición del poeta ante el incierto futuro (Un mañana agitado de futuro). Todo ello proyectado en un paisaje que se nos antoja a primera vista primordial e inmutable pero no obstante, amenazado y en donde van surgiendo pistas sobre el desastre en curso. Como el de la alarmante despoblación del territorio: «En lo alto un ave vuela / en círculos concéntricos, / preguntando al aire / cuándo regresará la gente». En este tríptico de presente pasado y futuro que conforma Tierra llana, la mirada profundamente plástica de Castañón se despliega amplia, entre la observación más costumbrista y la honda cavilación por el devenir del hombre, pensamiento que se hace orografía sobre el llano manchego. Una entonación franca, de eco clásico que nos evoca y despierta el recuerdo de grandes voces de nuestra literatura —Azorín, Machado...— con la que Castañón desgrana poemas límpidos, versos decantados de artesano: «Tierra que en estas horas / hago mía, / donde busco palabras inéditas / con las que rehabilitar el mundo, / mientras piso firme / este suelo que paciente espera / colmar la vida con la flor / púrpura y azul de la lavanda». Sus descripciones de esos paisajes, donde el tiempo parece espesarse en materia, son precisas y desbordantes, pero en tales escenarios de recogimiento está lejos de volverse autocomplaciente la expresión. En la humildad del campo llano adquiere el poeta conciencia de la pretensión inmanejable, obsesionada y quijotesca con que el poema quiere capturar lo efímero, antes de que el hombre llegue a su fin y se esfumen por igual percepción y experiencia: «...lo que fecunda la emoción del canto, / cuyo objetivo es plantar cara / a la caducidad de este vivir / codiciado, quebradizo». Espacios desiertos y amplios de Tierra llana —frontera donde se encuentran los mundos opuestos pero interdependientes del campo y la ciudad— que tienen la capacidad de producir una reverberación emocional en el espacio de la página. Se trata de un mundo árido, pero firme y fiel que hace visible la esencia de las cosas. Para ello, echa mano Castañón de todo su oficio, con variedad de formas líricas, y densidad metafórica, acudiendo profusamente al poema en prosa, jalonando el libro de referentes literarios mediante una atinada elección de citas... Todo ello, sin embargo, alejado de la miscelánea, en una forma cohesiva, entre el manifiesto desolado, el testimonio, la observación, la meditación y el augurio: «Aire a modo de proclama, escrita con el furor / de un mal herido / y el dolor de tierras / por la mano del hombre / desahuciadas».
Recorremos asimismo una polifonía de paisajes (Barbatona, La Alcarria, el Tajo...) que vemos puntuados por los detritos del progreso, lacerados por sus fauces culpables. Donde el hormigón salpica los campos perezosamente, pesadamente esclavos de la civilización. Es un paisaje severo brevemente acariciado con gracia por el agua: «Río de agua viva (...) / Agua salvavidas, trascendiendo bajo un cielo / de nubes como arcángeles / o animales fabulosos». Un mundo antiguo y abusado por el hombre, pero inmaculado en la querencia del poeta que evoca voces del pasado —parecidas a reliquias abandonadas— para contrastarlas con el paisaje amenazado por la victoria de la fealdad, manifestada en la intrusión del hombre con su voraz hábito de ensuciar el mundo. Así sucede por ejemplo en el poema ‘Club Dulcinea’ (se trata, nos aclara el propia poeta de un nightclub real), donde el tráfico carnal coincide con la prostitución del mito: «Esa nada que no se detiene y a su paso nada deja» y «Emplazamiento de rotas dulcineas y aldonzas sobreviviendo en sueños analgésicos, subyugadas por un destino ciego o arbitrario». Francisco J Castañón se adentra con denuncias semejantes en el territorio inefable del recuerdo y la melancolía, haciéndonos constatar de ese modo cómo lo personal está intrincadamente ligado a la naturaleza y la dimensión insondable del pasado. Parecida acusación la que dedica al aluvión de tecnologías deshumanizantes en forma de drones, chips, omnipresentes redes sociales, y toda la insoslayable panoplia de armas y cachivaches con las que en el presente nos asedia el “gran hermano”. Otro elemento muy vívido del libro, citando a Claudio Rodríguez, sería ese canto del caminar, esa sensación de tránsito, de ser encaminados por el paisaje, que se agudiza con la búsqueda de una pureza en el mirar, de una íntima honradez. En ocasiones el lector parece estar inmerso en una dimensión de serenidad, hasta que la mirada se detiene sobre un elemento perturbador que acentúa y tiñe la escena de una impresión de incertidumbre y desesperanza: «Ser tiempo, circunstancia y miedo, / extraña materia, un existir que abre / heridas como ortigas». De tal modo, el lenguaje de Francisco J. Castañón es rico, evocador y adquiere su mayor amplitud en ese intento de reproducir la condición física del contemplar, en ese anclaje a la observación lúcida y alumbradora: «¡Qué queda entonces / sino hacer liturgia / de un empeño!». En definitiva, Tierra llana es una descripción pormenorizada e íntima del enorme paisaje castellano, y a la vez una visión de nuestro mundo en crisis, pletórica en el contraste entre lo mínimo y lo absoluto, lo cercano y lo distante. Un canto a los elementos, seducido por la contemplación del entorno: el destello solano y la penumbra, las gradaciones del viento y la quietud absoluta del polvo, la luz del día y el infinito desfile de los soles en su ocaso. Todo lo captura la mirada poética, junto con la desesperanza y la irrupción tonal de esos escombros de la vida. Donde el recuerdo se vuelve palpable, un espacio en sí mismo, replegándose y desplegándose con el viento sobre la pisada fantasmal del poeta, mientras una nube pasa sobre todo ello con pereza indolente y compone una corona inmensa sobre el llano, «Donde habita la luz que no llega del cielo». En ese misticismo de lo cotidiano, enigmático decantarse de la memoria, que se desvanece en el color puro del poema —bien se ve, moldeado por el estudio y la reflexión meditada—, encuentra Tierra llana su espacio, ese lugar del silencio al que nunca debemos renunciar, porque sin silencio, sin vacío, las verdades no resuenan: «...silencio, viento, / misterioso resplandor que da respiro». CONCHA GARCÍA. CUOTA DE MAL (Huerga & Fierro, Madrid, 2022) por NONI BENEGAS Cuota de Mal (Huerga&Fierro 2022) de la autora cordobesa Concha García (La rambla, 1956) se suma a una importante obra literaria, compuesta de varios poemarios premiados, ensayos sobre poesía, diarios de viaje y antologías de autores de la Patagonia, una zona del imaginario de Concha, que ha hecho realidad a fuerza de recorrerla y seleccionar las voces de su poetas. Acostumbrada a leer y a presentar a su autora, me sorprende este libro que da un giro a su obra y avanza en busca de una forma que atrape algo así como “lo real”. O al menos, que registre la dificultad del lenguaje para “aprehender” con palabras y conjugaciones algo del orden de lo vivo. Es un libro compuesto de instantes, escritos a la manera de “Koans”, esa especie de “adivinanzas cifradas” de la tradición Zen, donde el maestro plantea al alumno un problema. Un problema que puede parecer ilógico o banal. Pero, para resolverlo, hay que desligarse del pensamiento racional corriente. Hay que trascender el “sentido literal” e intuir el que se oculta. Cuyo tono, en los poemas de Concha, es decir, el tono que baña la escena que allí se muestra, lo decide el título. Por ejemplo, el tercer poema se titula “Run-Run” y alude al runrún que: Como un chorro de aceite/ empapa la superficie/ del pan, del pescado,/ de la mano que unta el cuerpo/ no entero, a pedazos: el brazo,/ la garganta y ojalá las cuerdas vocales,/ parte del pie, las orejas./ Oyó tantas músicas, pero cuántas quedan. Una música pegadiza, pues, ese runrún que como aceite nos inunda y se repite en bucle en nuestra cabeza. Otro poema, el titulado “Anaquel” en alusión a los estantes de la biblioteca, comenta el sucidio de varias mujeres poetas, Sylvia Plath, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y Anne Sexton: Con ellas leo que la poesía/ puede ser un enigma cuando/ no sabes qué decir y lo somatizas/ en tu cuerpo. Y concluye el poema con esta nota que para mi lectura, ofrece la respuesta: Hace un tiempo/ albergaba una honda satisfacción/ que no era producida por nada./ Abro la ventana, noto aire,/ el sol de la calle deja ver/ millones de motas/ que se dibujan flotantes/ en el haz de luz./ El libro es inmenso, compañía para un año entero. Para que se hagan una idea de la diferencia que supone de los libros anteriores de Concha, nos ofrece en la segunda parte una muestra del procedimiento actual. Aparece un poema a la manera de un koan, el de la pagina 61, titulado “Cuadrados”, que es una suerte de construcción cubista, o en abismo con un tema dentro de otro, elíptico. Está escrito en primera persona y en presente: Tengo miedo de recordarme/ las habitaciones se arrancan de sus camas/ caminas hacia abajo/ la soledad del portero de la finca/el amor siempre es contundencia/que no deja pasar lo impenetrable. Para mi lectura, el cuadrado de la habitación se abstrae del objeto cama y señala a su vez el cubículo donde vivo, que a su vez, mientras bajo las escaleras de la finca, reaparece en el chiscón del portero que esta solo adentro, y cuya soledad repica la mía que temo recordar. Hasta que de pronto un pensamiento me revela que solo el amor blinda lo incomprensible de esta vida que vivimos, y da sentido a lo que no lo tiene. Instante fulgurante que el poema atrapa. La siguiente composición, la de la pagina 62, se titula “Nada”, y parece reescribir el poema anterior en tercera persona y contarlo en pasado. Ha salido de la habitación/ ha sentido que alguien la pensaba/ha bajado hasta la calle / se ha imaginado cómo era todo. / Ha contado las monedas,/ ha elaborado una teoría por la cual puede estar en varios lugares/ sin necesidad de estar presente/ Ha tenido la tentación de existir mientras caminaba / de tocar su mano, de cambiar de dirección,/ de matar a la bestia que los asesina./ De hundir tus manos en la sangre sobre la hierba tan verde,/goteada de brillantes momentos de lluvia/ hasta que el sol las derrita. La secuencia contada en detalle de memoria, y con la distancia que crea la tercera persona, disuelve la potencia enigmática del poema anterior que no aclara nada, apenas señala los pasos que separan al yo poético de la revelación final. Revelación que en esta composición se trasmuta en deseo de cosas por realizar. Cosas anheladas, “nada” , como el titulo indica. Sin embargo, esa nada es el estado en el cual nos movemos permanentemente. Es esa “cuota de mal” que añadimos a la sociedad con nuestra vida fantasma hecha de retales, deseos imposibles, fantasías en las que nos perdemos con tal de abstraernos de una realidad insoportable, que no atinamos a cambiar.
Un libro inmenso, que nos sitúa escena tras escena ante nuestra propia falla, pero que el hallazgo de la forma perfecta para decirse redime con su belleza y contundencia.. EUGENIO RIVERA. MEMORIAS DEL DERRUMBE (Vitruvio, Madrid, 2021) por CARMEN ORTIGOSA MARTÍN ¿Me llegó este poemario por casualidad? No, nada es casual.
Me sumerjo en su lectura desde ‘Todo ha acabado’ hasta ‘Volveremos con el aplastante optimismo de los vencidos’. Este poemario no tiene prólogo ni epílogo, el lector tiene que someterse a la lectura en su desnudo de palabras, sin la necesidad de partir de algo ya mencionado. No tiene apartados tampoco, los poemas se suceden unos tras otros, sin sosiego, ni orden preestablecido. Me atrevo a decir del poemario lo que me produce o lo que me inquieta, el autor ya lo compartió con el deseo de provocar en el lector algún sentimiento. Él ya dejó en el papel su vertiente de dolor y se ha redimido, dejando al lector indagando qué tiene de complicidad con esas páginas y lo que le provocan. El poeta se derrama sobre el papel, palabra a palabra, llamando mi atención con su soliloquio de dolor. Nos da cuenta de sus lecturas y poetas preferidos, en los epígrafes de muchos de sus poemas. Camina página a página sobre la estructura de este libro, que seguro no programó, salió espontáneo desde el inconsciente del poeta, desea ser leído y comprendido. O no, solo escribió para restañar heridas. Paseo por este poemario de portada negra como la noche sin luna, del salón al patio, y lo dejo a veces abandonado en cualquier rincón de la casa. Después vuelvo a él, la curiosidad y la desolación me alborotan, pero me duele que estemos hermanados en la orfandad. Entro en conversación con el poeta. Me dice: «muero vivo / bajo mi muerte desnuda». Así se desgarra en su dolor mientras sostengo sus palabras: «tu cuerpo se abre / con la elegancia de la flor última». El erotismo y el deseo se mezclan en un deseo íntimo inalcanzable: «solo los crueles juegan / al dulce juego de la crueldad». La crueldad muerde la carne y la macera, peor es cuando muerde las entrañas y deja un poso amargo: «anidan mis muertos relojes». El tiempo inexorable acaba con todo: «nadie se acuerda ya de aquel zapato / Nadie / de ti / ni de mí. / Nadie». Al poeta le duele el olvido, la fugacidad de la memoria. La rapidez con la que nos sustituyen, en un mundo despiadado: «Es posible que lo soñara». Para poder desdoblar el terror el autor recurre a los sueños, para dudar de tanto espanto. Ayer se quedó el libro al borde de una jardinera. Me fui a la cama con el corazón en vilo. Me desperté varias horas después. El ruido del riego automático me puso alerta, dejó gotas de agua sobre el poemario, como lágrimas lentas: «Ya queda todo dicho». Eso cree el poeta, pero sigue con su soliloquio de añoranzas y nunca llega al convencimiento de su soledad. Así, avanzo página a página, unas veces vuelvo al principio y otras me paso varios poemas para restañar el ávido sentir de la pérdida. Algunos días abandono el poemario y le soy infiel con Neruda o Mayakovski. Vuelvo otra vez a la lectura. Hace más de un mes que lo abandoné en una estantería y el polvo creó una fina capa protectora sobre su lomo mientras me dediqué al cuidado de los míos, a la nueva publicación, a los disgustos humanos, a la reflexión sobre cada cosa que me ocurre, con lo que me rodea... Cosas cotidianas. El poeta anida en el tiempo, se cura entre las flores y desata todos los sentimientos en un compás de espera sobre el camino. Todos nos iremos, no estarán o no estaremos, partiremos hacia un agujero negro. Dejaremos tantas cosas por decir, por besar, por vivir, por hacer... ¿Habrá algún lugar donde ir? ANTONIO SÁNCHEZ GÓMEZ. DERROTERO (Sigilo, Madrid, 2022) por ANTONIO ORIHUELA Derrotero es la primera novela del extremeño Antonio Sánchez; en la misma un grupo de defensores ambientales ecuatorianos deciden, ante la escasa operatividad de los cauces legales, explorar vías como el sabotaje contra la industria extractiva que está destruyendo la Amazonía. Con una prosa tan rotunda como ágil, se nos construye una novela que te atrapa desde las primeras páginas con un fondo de verdad fruto del profundo conocimiento que el escritor tiene tanto del paisaje que describe como de la impunidad con que las grandes multinacionales extractivistas actúan en los países latinoamericanos. La novela no es solo un alegato de la acción directa de unos pequeños David, defensores de unos ecosistemas selváticos frágiles y degradados por la rapacidad de esos modernos Goliats que son las corporaciones petroleras, sino un viaje por un paisaje, el amazónico, donde el tópico infierno verde palidece ante el infierno que el expolio salvaje de los recursos del sur global está causando en los territorios afectados por sus ciegos zarpazos.
Trazada a modo de novela de aventuras, lo que la hace aún más atractiva, nuestros protagonistas se internan en la selva en un viaje por el río Napo, un afluente del Amazonas ecuatoriano, en el que van conociendo, de primera mano, todo tipo de malas prácticas extractivas, hechos que hieren su sensibilidad ecologista ante los desmanes que contemplan, al punto que deciden actuar para neutralizar estas actividades, con un objetivo claro, intentar frenar el desastre medioambiental que los rodea por todas partes. Antonio Sánchez es capaz, con su verbo ágil y su escritura desnuda, de dar consistencia y solidez no solo a unos protagonistas perfectamente caracterizados por su habla local, su manera de comportarse, sus vivencias y su conciencia medioambiental, sino también de pintarnos un inmenso lienzo pleno de cromatismo, sonoridad, olor y humedad, transmitidas de forma contundente y veraz, al punto de hacernos uno más con ellos, partícipe también de esta aventura selvática y arriesgada que nos proporciona una valiosa información sobre unos hechos que pasan completamente inadvertidos para las sociedades ricas del norte y que debieran hacernos reflexionar sobre el verdadero costo de las energías fósiles que consumimos con total despreocupación de la maldición que significan para estas regiones expoliadas por las grandes multinacionales. Una apuesta editorial arriesgada y valiente que, como todo fragmento de verdad necesario, solo podremos encontrar en proyectos independientes como Sigilo, pues las grandes editoriales ya sabemos que están para otra cosa. Por todo ello Derrotero es mucho más que una novela, es una denuncia que viene a ocupar un lugar al que, las sociedades del primer mundo, desinformadas y desmovilizadas, hedonistas y ególatras, renunciaron hace tiempo, un lugar más allá de la literatura que nos habla de tomar conciencia de los costes reales del progreso y la necesidad, por el bien nuestro, por el bien de las comunidades indígenas y por el bien del planeta, que tenemos de desandar lo andado, de decrecer, de intentar parar la impredecible catástrofe ecológica en ciernes. ISABEL CASTELAO-GÓMEZ. ABRIL (and the cruellest months) (Ya lo dijo Casimiro Parker, Madrid, 2022) por NATALIA CARBAJOSA Con una maquetación bellísima presenta en esta editorial madrileña la profesora de literatura y poeta Isabel Castelao-Gómez un libro complejo, lleno de preguntas sobre la identidad y enraizado tanto en la realidad más íntima y acuciante como en los textos que conforman su bagaje académico. El resultado no es, ni mucho menos, una colección de poemas difíciles de leer (al menos en apariencia), ni siquiera cuando las dos lenguas que maneja su autora, el inglés y el español, se van dando mutua réplica. Su apuesta reside más bien en la búsqueda de sí misma desde el ser que duda, que se sobrepone al agotamiento provocado por los roles sociales y familiares y las obligaciones domésticas y que, a pesar de todo, ocupa su lugar en el continuo poético del que se sabe parte. Aunque parezca una contradicción, dicha voz, antes que como lamento o reivindicación, resuena en un tono decidido en medio del caos: aquí estoy y esta es mi palabra, se desprende de sus versos. No pido, sino que tomo lo que es mío. La referencia más obvia del libro, visible en su título y en su sección central, es La tierra baldía de T. S. Eliot. En el primer centenario de su publicación, este poema sigue constituyendo el paradigma del sujeto desestructurado en el que nos ha convertido a todos la sociedad contemporánea. Castelao-Gómez feminiza la aflicción que verbalizó el gran poeta: Abril es el mes más cruel porque los bulbos que permanecen ocultos en la tierra en el invierno, bajo la nieve, en el fondo preferirían no tener que salir y, con ello, arriesgarse a vivir, asumir sus contradicciones. Cien años después, la poeta-madre revive la verdad dolorosa de esos versos en un nuevo registro: Abril no tiene género polilla padre que se posa en las ramas del deshielo en cuerpos abiertos que reciben de varón y dan de siembra Otra de las referencias claras de Abril, sobre todo en la primera sección, es Adrienne Rich, la poeta que, con sus múltiples ensayos (el más conocido, Of Woman Born), fue pionera en la reflexión sobre los retos con que se enfrentan las artistas cuando se convierten en madres. Al margen de las cuestiones lógicas de intendencia (no por ello menores), la falta de confianza en el propio talento y las propias fuerzas se vuelven de pronto una cuestión no solo práctica, sino también filosófica. Esta idea se cuela en los versos de Castelao-Gómez y se eleva sobre el mundo material, pero sin perderlo de vista ni un solo minuto: «tocando la esencia de los objetos que usamos / con palabras rotas»; «Todos los poemas no escritos / reverberan en la cocina»; «Anti-Hamlet femenino / en vez de calavera / pañal y lápiz en tu mano...». En otro apartado del libro se advierte la huella de los poetas de la generación Beat, aquellos que trataron hacer con sus vidas en constante movimiento una obra artística en sí. La presencia de Elise Cowen y la pareja Jack Kerouac/Joyce Johnson en sus páginas ofrece el contrapunto a la estasis de las raíces apenas visibles de Abril, a la vez que imprime ritmo jazzístico y desinhibición a las composiciones concretas que inspira: «not eating / but seeing / not wanting / but seeing...». Componen estos poemas la sección final del libro, la más lúdica, y en cierto modo le dan un sentido cronológico/biográfico al conjunto, desde la parálisis inicial hasta la liberación final (como si, en efecto, de un personaje eliotiano que finalmente encontrase una salida se tratara). Entre medias, la sección “El verano de la crisálida” comienza a activar las señales de cambio, a veces en forma de malos presagios, como en el hermoso poema ‘Dead animals’, o cuestionando las fórmulas heredadas de los modos de pensamiento que han llevado a la poeta a la inacción (como sucede en ‘Alquimia revertida’ o ‘Postmodernidad’). Sorprende esta sección intermedia con una fuerza expresiva que ha ido construyéndose a lo largo de las páginas anteriores para ganar en intensidad; con una voz despojada, antinarrativa, lírica y reflexiva a la vez:
dance, life attuned flow guiding inertia to find attuned rhythm momentum Al margen de estas y otras influencias declaradas, la poesía de Isabel Castelao-Gómez está llena de aquello que la poeta portuguesa Sophia de Mello llamaba “estado de escritura”: nunca, ni en medio del agotamiento y la desolación, se pierde el sentido de alerta, de escucha, de hasta qué punto la escritura, aun cuando no termina de llegar, y cuya ausencia nos hace dudar de nuestra misma existencia, nunca deja de ofrecernos una manera de ser y estar en el mundo: «Escribo para ser / I write to be / Si no escribo no soy». En sus fluctuaciones entre el “yo” poético y el biográfico, además, esta especie de retrato oblicuo de la madre-artista marca una entrada en la vida adulta, aquella en la que las batallas gratuitas y teóricas ya no son posibles: «Bye bye Malasaña / microcosmos gentrificado / embriagador de color». Entre esos dos mundos (la vida y la literatura), afora también en Abril la visión cósmica y telúrica de la existencia como justa rúbrica a la aproximación parcial a la realidad de las otras: «En la vida biológica permanecí, / sin sacar los pies de la tierra, resistiendo en ser sin más. / Vuelve el agua, creo, luego el mar y el cielo». Vuelven las raíces enterradas en la nieve a brotar, claro que sí, y crecen hojas en los libros; y la palabra, a pesar de todo, se renueva, y entiende entonces que el dolor no ha sido en vano. VIOLETA NICOLÁS. HIELO CON ESPINAS (Franz, Madrid, 2022) por ALFONSO GARCÍA-VILLALBA FABULOSO OASIS DE PALABRAS Nada es perfecto pero todo es bello (...y las poetas besan mejor). Nada es perfecto y todo es bello aunque el desaliento y la desazón existan. Al igual que el temblor o la luz o la trepidación. Todo eso que parece recombinarse y hacerse espectro o alien en las páginas de Hielo con espinas. Incluso (hacerse) piel / cuerpo / espasmo: (...) hazme coincidir con el cuerpo te lo pido que la letra sea de mi cuerpo que yo escriba y escuche ¿puede ser eso? ¿puedo ser? Nada es perfecto y todo es bello o (en ocasiones) una suerte de mal sueño. Algo semejante parece susurrarnos la brisa que producen las páginas de este libro según las pasas: según las yemas de tus dedos son las primeras que la sienten y acunan sus signos. Luego (date cuenta) tu respiración hace por llevar esta brisa hasta el centro cálido y palpitante de tu corazón: curiosamente se opera una transformación en el ritmo cardíaco a partir de tal brisa, a partir de ese aire en movimiento que desaloja y reordena moléculas o formas de visión. La cabeza (bajo tales circunstancias) no importa: es un elemento de naturaleza secundaria. [Déjala, ponla a un lado] Saliva, caricias o sed son más relevantes y (entonces) a la cabeza no viene (o no debe venir) ningún pensamiento racional al leer Hielo con espinas (no es necesario que ocurra y si así fuera, sería deseable y loable sabotear tal debilidad lógica: no obstante, tal afirmación no es dogma ni precepto y cada quien hace según estime). El entendimiento, la comprensión son (por lo general) conceptos sobrevalorados en determinadas circunstancias: la ausencia de pensamiento racional es una cosa bella e hipnótica. Hielo con espinas es hipnótico y bello y la descomposición de la sintaxis o del ritmo (en sus páginas) es justa y necesaria: abruma dulcemente y cautiva (igual que «el punto de fuga se hunde en la piel»). [Sácate la cabeza, ponla a un lado, eso es. Comprender es un bien (tal vez un mal) superfluo y prescindible. La cabeza, el seso es irrelevante aquí: el cuerpo, en cambio, no lo es. Tampoco la saliva: tampoco la sed] Si habitas (aunque sea temporalmente) las secciones de este artefacto poético (Estallidos, Mutante, Cuerpo Menhir), solamente brotarán trifolios/emociones/enajenamiento_e_iluminaciones que (a veces) se traducirán en palabras que (en zig zag) flotarán en el interior del plexo solar o en el aliento o en tus ojos: ahí se quedarán (idénticas a «hebras de luz» que, a decir verdad, buscan tu piel: son caricias).
Y serán palabras tales como: Brillante – Refulgente – Líquida Acuática – Brisa – Aire – Puzzle Juego o trébol - Inspiración /Espiración Aliento y temblor o cierta vibración Fragilidad hipnótica [Quizás] esferas o significados que huyen [Tal vez] un cuerpo Una mano Fabuloso oasis de palabras [«¿Qué quieren decir los poetas?», preguntará alguien algún día como alguien ya preguntara alguna que otra vez en tiempos remotos (o no tanto, tal vez ahora, mañana, a cada momento): deja (pues) la cabeza a un lado si escuchas esa pregunta] Escribir sobre un texto es (a veces) una tarea inhóspita. Incluso una traición. Una errata total, desliz. [¿Lo vuelvo a decir? Sácate la cabeza, ponla a un lado] La palabra (estas palabras) no puede(n) decir lo que ya está (de modo excelente) tejido y fabulado (y todo este discurso ni siquiera es redundante sino prescindible). Escribir sobre Hielo con espinas sea (tal vez) inasequible (aunque deseable). Si acaso sea más fácil sentir sus páginas, las palabras que se enredan en pupilas y ritmo sanguíneo. Sentir (tal vez) el verbo o la brisa: la palabra que se hace clímax y «aúlla tréboles» (Violeta Nicolás dixit). PEPA PARDO. MAMÁ Y LAS ENCICLOPEDIAS DE ARTE (Los Libros del Mississippi, Madrid, 2022) por PEDRO GARCÍA CUETO Navegar por este libro de la afamada escritora asturiana Pepa Pardo es hacerlo por el lenguaje, por el tejido que contiene la palabra, por el eco que deja la mirada de una mujer que contempla a su madre como si fuera un espejo de sí misma.
La madre se convierte en un espacio cerrado, que contrarresta con la luz de fuera, con la naturaleza ardiente que clama en su mirar. Como muy bien dice el gran poeta Alejandro Céspedes en el prólogo, «la madre solo existe porque la hija nos dice lo que hace, y la describe como un objeto más de esa realidad austera y de esos recuerdos que la autora reconoce imaginarios». No sabemos muy bien qué hay de verdad y ficción en estos pensamientos, en esta especie de memoria lírica de una mujer que contempla enciclopedias de arte, como si fueran espacios de la infancia. Se recurre entonces a la infancia, lugar edénico que cobra aquí altura, porque solo en la niñez existió la felicidad. Pepa Pardo crea un cosmos que nos atrapa: «Hace tres días que la niebla ha bajado sobre el arenal de San Lorenzo y con un repentino temblor de inquietud me invade la sensación de estar aislada del mundo, exiliada tras una barrera de impenetrable soledad». La soledad es como un espejo donde mirarse y la naturaleza un lugar idílico, ese locus amoenus medieval que nos hace sentirnos vivos. Cuando la vida es espejo de la inexistencia, el paisaje exterior es anunciación, es levedad que nos convierte en seres alados, en plena ascensión. Para llegar a tal grado de elevación hace falta que el lenguaje se haga cuerpo, porque toda prosa que imanta a nuestra mirada es un retrato de nuestra corporeidad. Pepa Pardo sabe que la casa es lugar de refugio, pero que la ilusión vive fuera: «Mi casa es gigantesca cuando llueve y sopla el viento, un lugar sublime hecho de vapor de nubes y vuelo de gaviotas, el mar se eleva como un suspiro en la tormenta y salta por encima de la barandilla del paseo». Y habla de cuerpo cristalino, porque solo se eleva el que sabe que ya ha pasado la niñez y en el paisaje está nuestra temporalidad, que nos hace inmortales solo un instante, para derrocarnos de nuevo en nuestra futura muerte. Y del interior, que es la casa que respira, no la casa encendida de Rosales, sino donde no vive ya la existencia plena, sino la sombra que va tejiendo la muerte. La descripción de la madre nos asombra, porque Pepa Pardo es entomóloga y disecciona la simbiosis del cuerpo que ya pierde su existir: «Mamá está en la cama, vestida. Se queja de los reclamos telefónicos que intentan vender productos, la nueva tarjeta de El Corte Inglés. Está un poco amarilla quizás por el efecto de un jersey desangelado y escaso de luz, tumbada sobre un cojín blanco, los brazos cruzados sobre el pecho y las gafas de ver casi ocultas por el cuello de cisne del jersey». El hecho de describirnos a la madre en esa posición nos aventura en la muerte futura, porque lo vivo está fuera, en el entorno que respira el monte, en los pájaros que incendian el cielo. Es una narrativa llena de poesía. Hay luz y sombra en este libro donde aparece en la cubierta una Marlene Dietrich que parece esperar al amado mientras sostiene un cigarro. El estado de espera, de permanencia en la luz que un día será sombra. La imagen en blanco y negro resalta un tiempo ido, pero lleno de encantamiento. Para Pepa Pardo, como si la imagen se deslizase ya por su quietud, el tiempo se consume, la vida se nos va, pero aún queda la luz del exterior, el pleno amanecer del mundo que no debemos olvidar antes de irnos para siempre. OLGA TOKARCZUK. SOBRE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS (Siruela, Madrid, 2019) Traducción: Abel Murcia
ABEL SANTOS. ALGO TE QUEDA (Vitruvio, Madrid, 2022) por PEDRO ALCARRIA VIERA Abel Santos (Barcelona, 1976) es un poeta puesto a prueba como pocos, autor de una obra trabada y sólida, tras más de dos décadas de escritura coherente en su estilo e intereses temáticos. Algo que lo distingue entre tantos diletantes e impostores como pueblan actualmente el panorama literario. Es creador de su propia fórmula, que él define como realismo bastardo, en referencia a su proceso de formación poética, en el que la toma de contacto con sus referentes y en ocasiones “padres” literarios (Bukowski, Roger Wolfe, Raymond Carver, Luis García Montero, Karmelo C. Iribarren...) actúa como correlato de una vida llena de naufragios, marcada por la ausencia del padre real, la caída en las adiciones, las miserias de un trabajo sin expectativas o los reveses del corazón. La primera mañana del 2021 / —tan deseada y prometedora— / me dijiste que querías divorciarte. En Algo te queda, libro finalista del XXIV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, se sumerge por completo en el escenario íntimo de su propia tristeza, al relatar el proceso de duelo del divorcio que ha afrontado recientemente. Una ruptura que abre el libro a modo de aldabonazo, haciéndonos partícipes de su propio estupor y logrando que el lector se sienta testigo a tiempo real de ese viaje por el dolor de la pérdida, que tan gradualmente se atenúa, sin jamás desaparecer por completo. Una pena en observación, alimentada con noches de insomnio, fotografías de tiempos mejores, arrepentimientos, reproches, recuerdos agolpados y la presencia omnipresente del hijo amado, única certeza y asidero ante la desolación. Mi hijo / ya va teniendo expresiones. / ¿Acaso podía él sospechar, / cuando estaba en el vientre materno, / lo que iba a encontrarse en este mundo, / este mundo que también es un útero, / pero de asfalto y cristal? Continuación natural, y al tiempo indeseada e inesperada de su anterior libro, el diario amoroso en verso titulado El camino de Angi, Algo te queda es una exploración profunda de la extremada fragilidad de toda certeza, del abismo que se agazapa bajo el aspecto de la felicidad. De los riesgos que acarreamos cada día en forma de deseos y emociones. Un retrato de un hombre en su madurez, llegado ese momento en que la edad ya no parece referir tan sólo un número sino un balance y un resumen de nuestros logros. Yo estaba / enamorado de mi futuro / cuando te empecé a escribir. / Pero no termina, / de pasar nada, / la nada / no pasa. La nada / está justo aquí. Plasmado todo ello en versos que se sienten como el eco disperso de antiguas declaraciones de amor, apesadumbrados en su incesante voluntad de auto interrogación, resonantes en el vacío, indeleblemente marcados por un triste corolario: tal es el destino de los amantes. Siempre / decimos adiós. // Siempre duele. En esta poesía espontánea, íntima, cercana y corporal, asistimos a una vuelta más en la espiral con la que Abel describe los ascensos y descensos que van tejiendo la trama de la existencia, poniendo sobre blanco cómo casi siempre nos es esquiva la suerte y cómo en ocasiones nos traiciona el amor. Así es el amor. Así es amar: // ata a dos pájaros juntos; / durante un hermoso tiempo creerás / que tienen cuatro alas; // y se partirán / de risa en / su jaula de oro; / pero / no / podrán / volar. Debo decir que a mi juicio los poemas sobre las penas del corazón tienden a ser una colección de tópicos intercambiables, pero los de Algo te queda llegan a ser muy hondos por momentos, perfilando en ocasiones el saber sopesado y particular del poeta, una serie de reflexiones forjadas a partir de la experiencia, la principal de las cuales se me antoja la siguiente: Que el revés y la pérdida no solamente son parte de la vida, sino que nos recuerdan que estamos en el mundo con todas sus consecuencias, y que tenemos una responsabilidad con los demás. Casado. / Y recién divorciado. / Y padre de un hijo. / Compartiendo ilusiones, / pero sobrio / desde hace una década. Y por eso en estos poemas el tono lírico surge de su resistencia a poetizar el fracaso. Yo te juro que me niego a darme por vencido / y a llamar poesía a la oscuridad. Es difícil esclarecer cómo se convierte alguien en poeta. Quizá se trate simplemente de que hay gente que sabe mirar. Y así es en el caso de Abel, un observador agudo que ha decido enfocar en sí mismo su facultad de penetrar en las cosas, y que sabe componer poemas de pincelada rápida. Un poeta que en este libro hallamos en una faceta menos descriptiva que en otras obras, más meditada e íntima, esquivando el lirismo sensiblero al que podría prestarse el tema. Antes de hacerme ceniza / deja que me invente los veranos: // tú y yo seguimos juntos en la vida; // por la Rambla Principal / bajaremos hasta la Playa del Faro / jugando con nuestro hijo, / salpicados por su risa; Un libro que converge con los anteriores de forma congruente, no sólo porque persiste en el estilo propio de Abel (un estilo sustentado en el uso de verso claro con irrupciones muy medidas de lo coloquial, sin una métrica estandarizada, pero cuidado y rítmico), sino porque parece proseguir y definir con nuevos trazos la realización de ese retrato de un hombre en verso que en definitiva está esbozando con sus sucesivos poemarios. Una reconstrucción descarnada, honesta y en ocasiones inmisericorde de su propia vida. Caminas, / otra vez solo por la ciudad / de los errores, / recordando al ángel azul / que despertó / este corazón / que planeaba ser piedra. Abel Santos se nos muestra aquí como un hombre con la mente atrapada en el pasado y el alma rota. Se reconocerá en ello todo el que haya sufrido una de esas catástrofes del corazón. Comúnmente todos estamos indefensos ante estas circunstancias. Solo el artista, en este caso el poeta, tiene la posibilidad de pronunciar la última palabra, ese ensalmo que es la obra de arte, para de forma testimonial y vicaria poder sellar el pasado y redimirlo. Porque como expresa magníficamente en uno de estos poemas: el recuerdo es ese lugar entre lo vivo y lo sagrado. y sin furia, / miro hacia atrás, / y sé, que tú, estás allí, / entre lo sagrado y lo vivo, Para lograr la realización de ese propósito, en Algo te queda conviven los contrastes. Es al mismo tiempo un ejercicio literario modélico, distanciado, ejemplificador de los padecimientos de una ruptura emocional, y una recreación subjetiva y emocionante de la propia vivencia, experimentada desde la piel. De este modo, partiendo desde lo concreto, es como se logra plasmar lo universal. porque venimos a la tierra a amar / venimos a la tierra a amar / y a ser amados / y nos equivocamos del todo / nos equivocamos del todo / cuando no amamos Algo te queda será un libro difícil de superar para Abel Santos, hay en él un nuevo acento que los lectores más torpes podrían confundir con el cinismo, una voz que bajo la apariencia de una aceptación resignada insinúa una ética, un deber autoimpuesto: el de persistir, el de permanecer en la brecha y no bajar los brazos acobardado ante la vida. Creo que en este libro Abel Santos empieza a pronunciar un propósito de reconciliación con su pasado, tan lleno de aflicciones. Que una toma de posición personal y ética, parece abrirse camino en su poesía. Tanto tiempo / esforzándote en cerrar las cicatrices / que marcaron / tu último amor... // Y ahora, / vuelves a abrir, seriamente, / de par en par, tu corazón, / para que alguien robe / la paz y el olvido / que entre lágrimas conseguiste. // Y te jode, / y no pillas el chiste, // de que lo único que sabes hacer / —sin duda ni error— / realmente en esta vida / sea amar, // y autodestruirte. El poeta comprende en estos versos que el dolor y la pérdida son inevitables, que estaremos expuestos a ellos mientras pertenezcamos al recuento de los vivos. Finalmente, a pesar de todo su sarcasmo y su piel curtida por el infortunio, acepta y abraza la vida.
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