LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
PURIFICACIÓN GIL. TRASPASAR EL SILENCIO (MurciaLibro, Murcia, 2025) por ANA CÁRCELES ALEMÁN Traspasar el silencio... ¿Qué hay tras el silencio? La soledad, la reflexión, la introspección; un espacio de reflexión y búsqueda. Tras el silencio está la escritura, el poema. Como significativo indicio, los cincuenta y cuatro poemas de esta cuidada edición, con portada de Carmen Molina Cantabella, van precedidos de citas de Eloy Sánchez Rosillo: «Para hallar y ordenar unas pocas palabras / que con su propia música una emoción expresen, / hice de mi vivir una extraña aventura / de búsqueda perpetua y tantas soledades»; de Francisco Brines: «Aquí, en este lugar, supo mi infancia, / que era eterna la vida, y el engaño / da a mis ojos amor»; y de Clara Janés: «Silencio y línea, y el aire aportará significado». Las tres citas orientan al lector. La vida y la escritura. Soledad y silencio. La infancia, siempre. Misterio, sutileza, verdad. Hemos de pensar entonces que Purificación Gil nos hace esta propuesta en Traspasar el silencio. La poesía como compañera del vivir, y la sinceridad de las emociones como herramienta para llegar al poema. La trama que enlaza los poemas es el tiempo --cronos y kairós—, son los días en sucesión y el disfrute de un presente que va libando en momentos recobrados de otro tiempo de placeres, juventud, deseos, dudas o confianza... El presente es la atalaya de la voz poética y también ofrece al sujeto lírico breves instantes de gozo y deseos a menudo unidos a la frustración, la añoranza y la soledad... Sobre todo, el presente le recuerda el privilegio de experimentar la vida irrepetible, la savia del instante y su luz, una luz poderosa y mediterránea que despierta anhelos y ahuyenta toda monotonía. Los títulos de los poemas son muy significativos. El poemario se abre con el poema ‘Alivio’: «Sabes con certeza que estos momentos / de luz y dicha pasarán. / Es abril y miras entretenida / los árboles y las rosas. / Cuánto alivio bajo el arce. // Sabes que todo se irá. / Nada temes. / La primavera te muestra el secreto de la vida. / Y quieres guardar aquí cuanto resucitar pretendes». Este último verso, «Y quieres guardar aquí cuanto resucitar pretendes», nos permite deducir el aire elegíaco del poemario propio de la reflexión, de la mirada al entorno, de la lección cíclica de la naturaleza, de la memoria persistente, de las pérdidas y el dolor, de los deseos incumplidos y aún urgentes... Estos versos del poema ‘Edades’ nos dan cuenta del desaliento del diario vivir: «[...] / En ocasiones me rindo / y caigo a los pies de la vida. / La eternidad se parece un poco a este verso, / a este canto que llora, como en todas las batallas. / [...] / Los días consisten en unir espíritu y vida, / pero no todas las horas son receptivas para cobijar tal deseo». Sus poemas inciden en la vida cotidiana y sus rutinas. Las inquietudes íntimas se anudan a las circunstancias del vivir y a la dolorosa constatación de la soledad, la caducidad y la muerte; sin embargo, también encontraremos el contraste del consuelo y la alegría, el valor del instante, la gracia de la rememoración y la serena contemplación de la naturaleza, imagen de renovación y trascendencia. Ya en A la luz del agua apreciamos esta temática. En este contexto, la tierra natal se convierte en sustrato lírico de la poeta, no por ser el tema, sino por conformar su mundo interior, su sensibilidad. Hemos de decir que la poesía de Purificación Gil se revela poema a poema, ofreciendo consistencia y sentido de unidad, como nutrida planta bien enraizada que se eleva y crece con el aire y la luz de su entorno. Con sencillez, la lectura de Traspasar el silencio nos conduce a poetas que se inspiran en la naturaleza —sencilla y conocida o abundosa y sobrecogedora— interiorizada como compañera lírica, como atmósfera. Recordamos poetas para los que la tierra, el mar, la luz, los árboles y los frutos, las llanuras o las sierras son el fondo necesario donde suceden los momentos de reconocimiento, de introspección, de emoción... Nos vienen de inmediato clásicos y modernos en un amplísimo recorrido temporal. Y me gustaría recordar las voces líricas de Rosalía de Castro, Gabriela Mistral, Carmen Conde; recordar a María Cegarra, Josefina Soria, María Teresa Cervantes, Dionisia García..., poetas tan cercanas para quienes la naturaleza es savia nutricia, hogar, refugio, espejo y maestra. Así le ocurre a Purificación Gil. Traspasar el silencio no es un poemario bucólico o eglógico, aunque por momentos lo sea; es un poemario intimista, lírico y sensitivo donde la realidad —identificada con el momento, el lugar, la circunstancia vivida y el recuerdo— se percibe siempre a través del filtro de las emociones. Los elementos de la naturaleza no son protagonistas, aunque aportan valores sinestésicos y simbólicos al poema; serán, sin duda, un código de comunicación con los lectores, darán color al lenguaje propio de la voz poética formando imágenes de significado hondo, espiritual. Y en este sentido, resulta interesante su modo de mirar. La mirada y la luz son los sustantivos más repetidos en el poemario y es una de las claves que subrayan su actitud sensitiva y lírica. Sus imágenes resultan sencillas, casi espontáneas y la naturaleza —fondo o correlato objetivo de los poemas— aporta su belleza genuina, cercana, familiar, belleza al alcance de su mano. Sin embargo, las metáforas, metonimias, personificaciones, elipsis..., se suceden sin enmascarar el sentido último del poema. El poema ‘Mirar es el encargo’, con cita de Dionisia García («Mirar es el encargo, y nuestra vida, breve») apoya esta idea: «Si todo se quema bajo este sol de julio, / y este conceder a la mañana la palabra. // Si estos días dejan oropeles como señales, / no puedo hacer nada; / solo plantarme ante la Naturaleza, / como me planto ante el espejo, / ambos me hablan del paso del tiempo. // Ando más cansada, / dejo fluir el agua entre mis dedos... / Horas de entrega al placer de la vida. / Mirar es el encargo». El poema ‘Despensa para el invierno’, con cita sugerente de Ginés Aniorte, expresa bien esta conjunción de tiempo, afectos, recuerdos y naturaleza: «Cómo podemos decir que los días son nuestros... / No son las estaciones, la carne, ni los abrazos; / tampoco las miradas. // Mientras giran las horas de julio con su claro azul, / mientras las rosas se tuestan bajo este sol; / mientras las tardes se deshacen y se alargan con pasos rutinarios, / aspiro a retener instantes, voces, palabras, gestos... / con los que combatir las jornadas venideras de frío. // Cuanto vivo, llevo. / Cuanto dejo, olvido». El tiempo es fundamento de Traspasar el silencio. No será el tiempo temible que conduce a la vejez y a la muerte; será el tiempo causante del olvido, la nostalgia y la pérdida. También será el instante y su gozo. Para el yo poético la emoción del tiempo no requiere tanta distinción, antes bien prefiere la amalgama compleja del tiempo íntimo y vivido; así nostalgia, sueños incumplidos, pérdidas y memoria se entretejen con la atención al instante presente, como en ‘Danza del tiempo’: «Confieso haber perdido el tiempo. / Entretenida buscando ese otro tiempo... / Hoy es miércoles; este cielo / junto a algunos trastos innecesarios / que acostumbro a tener cerca / dictan que regrese al festín de días incendiados. / [...] // Mientras contemplo esta luz, / juego con la quietud de aquel paisaje, / donde todo podía haber sido, / cuando todo pudo ser más fácil, / donde la ternura de la piel se rendía al silencio. // Así, a esa desnudez primera, / que convertimos en eternidad junto al mar nuestro, / voy en esta tarde de miércoles, y única. / Como únicos y fugaces fueron aquellos azules. / Hoy retengo momentos, / entre tanto se visten de lila algunas calles de la ciudad, / la voz de Joan Manuel sigue girando, / y sigiloso el sol se retira». ‘Anillo de Atlante’ es un poema significativo donde la rutina cotidiana se une a motivos de inquietud y acaba por ofrecernos la conjunción anímica entre el entorno natural y el espíritu de la poeta: el sentimiento consolador que los renacentistas hallaron en la naturaleza y los románticos en el paisaje. Son las nubes, tan simbólicas, las que le ayudan a dispersar la íntima inquietud del presente y las circunstancias de una realidad potenciada en ese anillo y en el café cotidiano, cuando el amanecer muestra luces tenues: «En los primeros días de primavera / las ventanas son órdenes; / y con sigilo mira quien se asoma, / con la taza que aguarda. / Mientras tanto, descubre claridades. // Observa que el café se ha derramado, / y trata de limpiar el anillo de Atlante que la protege, / desde el dedo anular. // Terminado el afán, la mirada se dirige a las nubes, / y se dispersa como ellas, / con la serenidad de haber llegado.
En Traspasar el silencio, algunos poemas son más extensos y desarrollan una anécdota sutil; otros son sólo el chispazo emocional de un momento. Color, luz y oscuridad —fundamentalmente— se combinan para aportar sensaciones visuales y cierto halo romántico a poemas como ‘Desasosiego’: [...] «Oculto anda el desasosiego / en el umbral de esta noche; / la misma que rodea el paisaje, que ya no deja ver». O como ‘Dadme la noche’: «Qué ha quedado en las cenizas, / tras la ceremonia. [...] Para qué tantos sueños. / Para qué tanta noche». O como ‘Nocturno en Budapest’. Otras veces el contraste levemente sugerido crea la emoción lírica: «Este día en la ciudad se salva por la luz que amanece / y el recuerdo que guardo de ayer bajo la celinda. / Sus ramas más altas rozaron mis cabellos; / hoy hacen que merezca la pena caminar sobre el asfalto». (‘Suficiente’). También la escritura del poema está unida a los conceptos y motivos de la temporalidad. Las metáforas de ‘Apenas nada’ nos hablan de esa correspondencia entre vida y poesía: «En las manos sostengo los días ya pasados. / Son más frías las horas / y la luz no se detiene. // Mi vida pliego en los astros, / sin ser yo, ni nadie; / apenas nada. / Mas cómo dejar de lado todo el tiempo. / ¿Ya no es mío? / ¿A quién pertenece? / La ceguera presente me conduce al fondo del poema». Esta misma idea agrupa los poemas que evocan y homenajean a poetas: ‘Estos días azules’, ‘En casa de Miguel Hernández’, ‘San Nicolás 13’, ‘Mirar es el encargo’, ‘La música de unos versos’ o la cita final de José Luis Martínez Valero. Los motivos y subtemas son muy variados en Traspasar el silencio, y el resultado es muy rico, así en ‘Todo luz’ naturaleza y tiempo, mar y sueños se cruzan en juegos metafóricos, en ‘Boceto para una tarde de mayo’, interesa la perspectiva parcial de la voz poética y los efectos cinematográficos, en ‘Ruido de ciudad’ encontramos el poema urbano con nostalgia de la huerta idílica, su silencio, su delicado despertar con sonidos de agua y pájaros..., en ‘Jugar con el tiempo’ se logra el bucolismo sobre la anécdota del atraso de la hora y el oscurecimiento de la tarde. En el poema ‘Octubre, y ya no estás’, encontramos el ritmo logrado a partir del léxico pues los sustantivos que marcan tiempo y luz imponen un mundo de sensaciones: rosales, primavera, octubre, tarde, noche, casa; y los adjetivos encendidos, oscura, apagada, fría, extraña, con el resultado de canto elegíaco. También aparece la trascendencia y la duda en ‘Dímelo con palabras’: [...] «¿Y de nosotros? / Qué sabemos aun viendo. ¿Qué sabemos del pájaro y su vuelo? / ¿De la luz que ilumina nuestros ojos? / Las palabras ayudan, / abracemos con paz este misterio». Traspasar el silencio está escrito en versos libres. La lectura en voz alta resulta armoniosa y serena; los versos libres encuentran su armonía en la selección del léxico, en las isotopías del tiempo, la naturaleza, el silencio y la soledad, en la eufonía de las palabras, en la mesura de las imágenes, en la sintaxis clara y ordenada, en el ritmo de pausas y acentos. Observamos que los poemas se acortan y adensan según avanzamos en la lectura. Lo anecdótico se diluye, se lamina la sutil narración y queda solo la sensación última y su emoción, y junto a la emoción, el conocimiento preciso y fundamental, es decir, lo vivido y su huella en la memoria. Así, el último poema de tres versos, ‘Epílogo’, se asemeja a las sentencias que recogen el poso de un proceso de conocimiento interior, verdadera sustancia de Traspasar el silencio: «Hay noches oscuras en las que el alma está sola. / además, es dueña de dicha soledad. / Me fío de ella y espero...». Purificación Gil se muestra dueña de un lenguaje personal, dúctil y cuidado, capaz de sugerir formas más íntimas y sensitivas de abordar la realidad y la memoria del tiempo, esto es, la vida misma. Serenidad, gratitud y delicadeza están muy presentes formalmente en Traspasar el silencio. Este segundo poemario nos muestra una poeta segura, con un mundo lírico personal. Traspasar el silencio no parece un segundo libro sino la consolidación de una voz lírica interesante, con una trayectoria ya afirmada y por continuar, esto nos permite esperar de la poeta obras futuras en la que podrá mantener los rasgos diferenciadores que la identifican.
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DOLORS FERNÁNDEZ GUERRERO. LA MEMORIA DE LA PIEL (Vitruvio, Colección Baños del Carmen, Madrid, 2025) por BLANCA ESTELA DOMÍNGUEZ A ese tigre... lector agazapado que espera su poema. La memoria de la piel es un libro precioso y preciso. Lo primero lo evoco de sus imágenes. De su estética cuidada. Lo segundo lo digo por el manejo del lenguaje: recurre a las formas clásicas. Y esa estructura métrica tradicional le da precisión y concisión a las ideas. Dolors hace del amor el tema central de sus poemas. Idealismo y relativismo poéticos estrechan convivencia. Como en el poema ‘El hueco’: «Todo está bien como está / y el resto no existe; / es ausencia superflua / de la nada. / El confort de los ciegos / es intuir la nieve a lo lejos, / a pesar del falso unicornio, / que con sonrisa cruel, / —ágil, astuto, carroñero— / persiste en seguir bajando / desde la cima del cerro / para ahondar aún más / el vacío / de mi hueco» (pág. 27). En este poema y en otros cuantos identificamos un “yo” poético, visión subjetiva del poeta que dialoga, propone y seduce a lectores con su contención emotiva y abstracta. «Me dueles tú, / aunque no existas más que en mí / o con más precisión, / en mi yo hecho añicos» (pág. 34). El libro tiene un Accésit Premio Vitruvio de poesía. Es un volumen dividido en cinco partes. La última pertenece a los sonetos. Es de mi particular agrado el soneto titulado ‘A ese tigre’: «A ese tigre rayado de espino, / —eléctrico temblor en cada abrazo— / regalo sin aliento mi regazo, / pasión quebrada en el cristal del vino»... (pág.62). A continuación, reproduzco ‘Infancia’, poema demoledor, perverso, ubicado el término en el marco religioso, desviación de la voluntad divina: «Con tu afilada navaja, padre, / hice un corte limpio, / recto, profundo / en la carne del dragón. / La cabeza, separada del resto, / se estremeció. / Fue el movimiento empírico / de una lagartija en llamas. / Triste carambola del azar, / ponerla en mi camino / fue un cuento de princesas». En La memoria de la piel Dolors cultiva los metros clásicos, pero también experimenta con la musicalidad, al estilo de un Nicolás Guillén como si fuera español: reelabora ritmos, léxico y formas expresivas del habla y los escribe a ritmo de canción. Así el poema ‘Invicta’: «Y la música de las esferas / tan celeste, tan pueril, / que, sin alas, / sueña volar / sin pensar que... / Tú, te, ti / ni yo ni ná, / ni yo ni ná...». En el siguiente poema del libro, ‘Levedad’, experimenta con la poesía visual y explota la polisemia semántica. La memoria de la piel es acción y fantasía en su estructura poética, es también el espacio —paraíso, un territorio perdido, pero recuperado— a través de la palabra. Mª ANTONIA GARCÍA DE LEÓN. DESDE MI TORRE DE ADOBE (Ondina, Madrid, 2025) por ENRIQUE GRACIA TRINIDAD UNA TORRE QUE NO ES DE MARFIL Un escritor, escritora en este caso, es quien escribe literariamente para que cualquiera pueda leer. Esto no es una redundancia, sino el deseo de dejar las cosas claras. Da igual que se escriban novelas, poesía, ensayo, teatro, cuentos, artículos, biografías o paliques, todo es literatura. Y a los que cuando oyen la palabra escritor entienden sólo novelista, hay que darles una colleja para que espabilen.
En este libro que desde su torre escribe María Antonia García de León hay una literatura que se atreve con todo y que sirve para que cualquiera se sienta a gusto en las páginas. Lo avisa al comenzar diciendo que «todos somos un lugar de encuentro»; y, fiel a sí misma, se mueve y nos hace movernos por multitud de lugares, aspectos, personajes, sensaciones. Va desde la Quinta Avenida de Nueva York a las calles y campos de su querida patria manchega. Desde la niña que jugaba al periodismo con su Olivetti azul a la butaca del cine en el festival de San Sebastián donde «se apaga la luz y comienza la vida», que decía Antonio Drove. De las páginas del TBO a las de Vargas Llosa, pasando por el inabarcable Quijote de La Mancha. De Emilia Pardo Bazán a Beatriz Villacañas. De la «España de papel de estraza» de la postguerra con las mujeres calladas y en casa hasta El peligro de estar cuerda de Rosa Montero o las “escrilobas” de Cristina Galán. Desde Egeria, aquella primera gran viajera, que salió de la Galicia hispánica para recorrer buena parte del mundo conocido entonces a esa otra gran viajera actual, la escritora y fotógrafa Gloria Nistal, que ha recorrido más de medio mundo, mucho más grande ahora. De Cristina García Rodero y sus fotos de la España oculta a Marina Abramović provocando la agresividad de la gente en una perfomance. Y en su condición de manchega decidida, del mismísimo Alfonso X en la plaza Mayor de Ciudad Real, con los coches casi rozándole las espaldas, a la plaza de Almagro abarrotada de amantes del teatro buscando entradas para el Corral de Comedias. Esta articulista nuestra, esta doctora en Sociología y profesora universitaria dejó dicho: «siempre habitó en mí una periodista in pectore», y en esta colección de textos lo deja muy claro. Una colección que lleva La Mancha como decidida espina dorsal, al estilo de la Avenida de las Tinajas de Valdepeñas que a María Antonia le hace volver a la infancia recordando aquella otra avenida de esfinges egipcias en los decorados ptolemaicos de Cecil B. de Mille. No es anecdótica la presencia manchega en gran parte de estos artículos. Su autora repite siempre que da gracias al cielo por haber nacido en una tierra abstracta que le permite ser de todas; incluso llevando la contraria a su admirado Almodóvar, cuando afirmaba ser manchego, pero que «en La Mancha la vida no tiene sentido». Se pasó tres pueblos el cineasta calzadeño. Y esa vocación le hace pasear a María Antonia por América con aquel espíritu de Rubén Darío cuando escribió: «Soy americano de España y español de América» y se hace eco, sin nombrarlos del todo, de aquellos versos de Joaquín María Bartrina (Oyendo hablar a un hombre, fácil es / acertar dónde vio la luz del sol: / si alaba a Inglaterra, será inglés; / si os habla mal de Prusia, es un francés; / y si habla mal de España, es español), aunque los recuerde a través de Sánchez Dragó, que tituló un libro suyo con el último verso. Por cierto, la vocación viajera no deja de aparecer en estos artículos. No en vano nos asegura María Antonia que «el viaje es metáfora de vida. El viaje es búsqueda de felicidad, de conocimiento. El viaje es separación, alejamiento, y también esperanza de volver. El viaje es perderse en lo ignoto». Y remata rotundamente: «El mundo es una geografía». Otra característica de nuestra escritora es su compromiso con el feminismo de mejor corte, aquel del esfuerzo y la lucha por la presencia y los derechos. Por eso podemos leer en estas páginas declaraciones como esta: «Adiós a las hijas de Bernarda Alba, el patriarcado está herido de muerte, adiós a la idolatría del hombre. Ni popes, ni vacas sagradas de la cultura, ni decanos, rectores, editores, etc, nos impondrán su modelo, nos ahormarán en su molde. Somos una nueva civilidad ante un cambio social sin parangón. Es el momento, porque las mujeres “asilvestradas”, fuera del canon, fuera del poder, guardamos un tesoro de libertad y originalidad para el mundo». Amigo lector, no dejes de entretenerte sin prisa en estas páginas. Plagiando a su autora, te diré que el tiempo perdido en su lectura será en realidad el tiempo recobrado. Y me despido de ti como lo hace ella en el último artículo del libro, al mejor estilo franciscano: Paz y bien. ALFONSO GARCÍA-VILLALBA. LA NUEVA SUBJETIVIDAD (Franz, Madrid, 2025) por RUBÉN BLEDA EL LIBRO QUE SE PROTAGONIZÓ A SÍ MISMO Si tienes una idea para una novela, puedes escribirla sin más. Puedes usar las estructuras y recursos estandarizados en el Super Flaubert Fiction System, cuyas claves te serán suministradas por cualquier manual de escritura creativa. Puedes también, más plausiblemente, experimentar, investigar las formas y fórmulas literarias capaces de expresar tu idea como un gesto expresa una emoción, logrando la más intensa identificación posible entre texto y estilo. Lo que nunca esperas es que la escritura sobrepase tu idea en su avance autónomo y sin rumbo, que la degluta, que la fagocite junto con todo aquello que le va saliendo al paso, tus lecturas, tus experiencias, tus pensamientos, tu presente; lo que nunca esperas es que el libro se convierta en su propio protagonista. La Nueva Subjetividad, antes de serlo, iba a ser una novela pastoril distópica donde el locus amoenus, elemento fundamental del género, escenario idílico para los amores destinados a perderse como el propio paraíso, movilizando la evocación nostálgica del pastor/poeta, era subvertido: el amable jardín daba paso a un hotel de carretera en medio de un desierto amenazante, con dunas que avanzaban a lo lejos, o retrocedían, moviéndose de manera imprevisible, tragándose urbanizaciones, tramos de autovía, campos de golf. Pero estas dunas resultaron ser peligrosamente persuasivas. La escritura se fundió o se aglutinó con ellas, generando un organismo literario que ya no contaba una historia (parafraseo a Margarite Duras) sino todo lo contrario. ¿Cómo sucedió esto? (He aquí mi rebeldía contra el libro, mi traición: trataré de explicar diegéticamente el desarrollo de un proceso literario que constituye, en sí mismo, una deserción radical de las lógicas narrativas). En la ficción inicial, N, Nemoroso distópico, recluido en la habitación del hotel, recuerda las horas pasadas allí con Panamá, su amante desaparecida. Se abandona al bucle melancólico de los pensamientos para sustraerse al dolor de la ausencia. En esta voluntaria fuga de sí, la conciencia del autor/personaje queda adormecida, entra en una baja frecuencia que activa o pone de manifiesto la asimilación entre lo humano y las formas de vida que consideramos inertes (el virus, la bacteria) y sus interacciones no voluntarias (el contagio, el vaivén). Del mismo modo sucede con el debilitamiento del yo, que incita o deja libre campo a las expresiones del inconsciente. El recuerdo y el pensamiento cobran autonomía. Un sistema nervioso exento empieza a mover la escritura, como el viento mueve las dunas. Escritura y dunas empiezan a comportarse de la misma manera: Las dunas son destrucción, renacimiento y melancolía; imaginación de la naturaleza que, a través de la arena, se dedica a la escritura. Una vez articulada esta sincronicidad entre la escritura y las dunas, resultó indisoluble: el libro ya no obedeció a propósito alguno, salvo a su propia pulsión. Una pulsión que se sintetiza en dos verbos integrados, intrínsecos, sístole y diástole del corazón cerebral de esta nueva especie literaria:
[AMA] [DESTRUYE] Así es como el texto se convirtió en lo que es ahora: una máquina sonámbula, esfera ingrávida que cambia de forma y que se expande o retrae. Corporalidad léxica que rehúye la forma definida y definitiva. La Nueva Subjetividad, escribe Alfonso García-Villalba, es la subjetividad que tiende a la abolición: el sujeto/control de la enunciación queda abolido; el texto se descentra, se libera. Los contornos entre discurso y ficción desaparecen y sobreviene el caos: lo indiferenciado. Actores y actos de aquella protonovela pastoril distópica quedan/perduran en las páginas de La Nueva Subjetividad como material inconsciente no reprimido. Son neurosis, fantasmas invocados por una actividad mental que adopta la dinámica de la infección, cuyo resultado es repetición, el bucle. Flotan, vuelven. Queda el hotel, donde N vive o recuerda las horas pasadas con Panamá. Pero N no sabe si es personaje o es narrador; Panamá tampoco sabe si está o ya ha dejado de estar. Un teléfono suena pero nadie contesta. Quedan las carreteras y el desierto, queda Egeo, la nueva amante de N, aunque bien podría ser anterior a Panamá, porque el avance del tiempo no es lineal; el tiempo es también monstruo, duna de muchas dunas que se mueven simultáneamente desde todas partes, sin una finalidad concreta. Nada tiene un plan. La vida no lo tiene. El amor tampoco. La escritura, ídem. Nuevos elementos aparecen, incorporados/asimilados por el avance/devenir de la escritura/duna. Fragmentos de Bruce Bègout que reflexionan sobre el espacio de una habitación de hotel o de Julia Kristeva en torno a la melancolía. El texto se alimenta de sí mismo, se agranda desde su adentro. Como las dunas, arena que crece arena. Las citas y digresiones ensayísticas actúan como funciones corporales, formas químicas de comunicación. La Nueva Subjetividad, escribe Alfonso García-Villalba, es mutación, y de ella no escapa el propio autor, que ingresa en el libro como materia movida y movilizada por las dunas, traído por ellas a la superficie y sepultado por ellas de nuevo, en contracciones musculares, digestivas. La escritura, el escritor y lo escrito se amalgaman en una misma deriva. El libro entra en un ensimismamiento hacia afuera. El libro se escribe con todo el cuerpo, con todo su cuerpo, que es el paisaje desértico del sureste español y todo lo que hay en él. El libro se protagoniza a sí mismo, se auto(de)construye, revelando los procesos de entrada y gestión de la información, los órganos y conductos implicados. El proceso cognitivo/literario se materializa. Sucede lo mismo cuando insistimos en la materialidad de lo digital: para construir los dispositivos digitales hacen falta minerales, tierras raras. Para albergar la información, centros de datos. Para la transmisión, cable. Imaginamos los flujos en internet como una especie de telepatía, pero no. Conviene refrenar nuestro sempiterno anhelo de trascendencia, visibilizando los procesos y soportes materiales que todo lo posibilitan. Nada es inmaterial. El pensamiento no lo es. La Nueva Subjetividad, ídem. Advertencia: si notan cómo el ritmo narcótico de las palabras les hipnotiza y les induce a una deriva de pensamiento inconsciente, a una fuga del intelecto, ¡despierten! Relean con atención los últimos párrafos: puede que se hayan perdido alguna frase digna de subrayado. ANTONIO CRUZ ROMERO. LA CONJURA DE LAS TABERNAS (IEA, Almería, 2025) por MIGUEL VEGA El Instituto de Estudios Almerienses ha publicado en el inicio de este 2025 una nueva entrega de la prosa del escritor y traductor Antonio Cruz Romero (María, Almería, 1978). Se trata de la novela La conjura de las tabernas, un extraordinario ejercicio de creatividad lingüística para poner en pie un universo ficticio tan original como fascinante. El texto de la contraportada nos apunta algunas de las claves: «Esta es una novela negra y un thriller político, una historia-ficción insertada en una novela que presenta datos históricos fehacientes; es una novela coral, surrealista y también realista; un wéstern moderno y una novela costumbrista que bebe del tremendismo y es, al mismo tiempo, posmodernista; un roman à clef y una novela experimental que, como no podía ser de otra forma, busca experimentar con el lenguaje». Lo que nos relata esta novela es la historia del pueblo imaginario de Terra Nivis en una hipotética III República española, feroz y represiva, y de los personajes que allí habitan. Como los brazos de tierra de un delta que se extienden hacia el mar, la trama de la novela avanza desarrollándose en varias vertientes. Podríamos comenzar hablando de la dualidad historia-ficción. Los períodos visitados por el narrador son, fundamentalmente, la II República y la Guerra Civil. Emplea para ello brochazos rigurosos, al margen de tópicos y de consignas repetidas casi por inercia, pero se desmarcan del mero tratado histórico porque casi todos los nombres de los protagonistas implicados en aquellos acontecimientos están utilizados en clave: Corto Mulero, Cabezón Neckguards, The General, José Flavia, etc. Se entreveran con estas recapitulaciones de nuestro pasado las notas costumbristas de la vida en Terra Nivis, esta sí materia absolutamente ficticia con personajes debidos a la imaginación del autor. Las estampas del discurrir diario en Terra Nivis son detalladas y de un exigente realismo: los aromas de los paisajes rurales, los sonidos de los afiladores ambulantes, el colorido de las fiestas navideñas, los particulares ambientes de las tabernas (Taberna Moby Dick. Atardecer de invierno, truenos y relámpagos y partidas de giley y brisca al filo del afilado anochecer). Otro elemento omnipresente en la novela es el culturalismo: quiero referirme con ello a las continuas y jugosas referencias a distintas artes como la música, la literatura o el cine, que aderezan aquí y allá las páginas de esta narración. Sin obviar, por supuesto, otros campos culturales como la gastronomía y los alcoholes, o breves guiños a la tauromaquia y al boxeo. Veremos desfilar, de manera imprevisible, nombres como los de Agustín de Foxá, Ortega y Gasset, Billie Holiday, Agustín Lara, George Orwell, Arthur Cravan o actores del Hollywood clásico representados en las figuras de Humphrey Bogart, Edward G. Robinson o James Cagney. Mención aparte merece el homenaje personal, en la página 204, al malogrado poeta neerlandés Menno Wigman, bien conocido del autor, que por obra y gracia de la literatura aparece en una taberna de Terra Nivis escribiendo un poema. Y es que, junto al costumbrismo más sabroso, también tienen cabida en estas páginas lo fantástico y lo experimental, en la más pura línea del Torrente Ballester de La saga/fuga de J.B. La parte III se abre con una obertura un tanto misteriosa escrita con la ausencia deliberada de los signos de puntuación, pero se trata de un recurso literario más de los muchos y variados de los que se sirve Antonio Cruz en esta novela; la escena en cuestión quedará perfectamente aclarada en el discurrir posterior de la trama. Otro recurso empleado en esta parte III, la más audaz en cuanto a innovaciones, es la inclusión de un fragmento formalmente concebido como un texto dramático, incluso con un curioso listado de los dramatis personae. Hay, además, varios elementos que resquebrajan el realismo costumbrista de la vida cotidiana de Terra Nivis, como esos filósofos fantasmales que aparecen y desaparecen del modo más arbitrario o, por añadir un segundo ejemplo, la figura de Julio César haciendo acto de presencia justo antes de la primera reunión de los conjurados (de ahí el título de La conjura de las tabernas). Por cierto, estos singulares personajes muestran un cierto aire de familia con esas hermandades etílicas que deambulan por La fuente de la edad, la novela cumbre de Luis Mateo Díez. Se aprecia también la experimentación en el uso del lenguaje, principalmente en la creación de neologismos con palabras compuestas: suegríbora (fusión de suegra y víbora) o naranjanaranjado, pueden servir como ejemplos ilustrativos de estos neologismos que florecen por toda la novela. En general, el gusto por un rico manejo del idioma, acudiendo a los registros cultos y populares (a veces incluyendo también el registro manifiestamente vulgar), es uno de los alicientes de esta obra: el autor ha huido en todo momento del estilo plano o neutro en el lenguaje empleado. Destacan otros aspectos de La conjura que merecen ser mencionados. Por un lado, está la indudable maestría que se precisa para manejar a los numerosísimos personajes que comparecen en las páginas de este texto narrativo (el novelista malagueño Antonio Soler ya comentaba esta circunstancia a propósito de su novela Sur). La mayoría de ellos estupendamente caracterizados; algunos de manera brillante, como es el caso de Damacio el Cura, Dick el del Puerto Nogalte o el exquisito Giroux, probablemente mis tres personajes favoritos. Por otro lado, también descuella el uso de los diálogos a lo largo de toda la novela, verdaderos catalizadores de la vida en Terra Nivis y que fluyen con una frescura digna de encomio: humorísticos y filosóficos, culturalistas y rurales, rítmicos y sincopados; la paleta es riquísima. Antonio Cruz es, como todos sabemos, un cultivador constante del género poético, por lo tanto, en un ejercicio de coherencia literaria nos deja buenas muestras de ello en esta novela. Poemas y canciones adornan toda la obra: cantinelas de la infancia, himnos patrióticos, zarzuelas, corridos mexicanos, la balada de Finnegan’s Wake, versos de Francois Villon..., hasta cantares sefardíes. Pero el lirismo de mayor belleza podría encontrarse en las descripciones paisajísticas; son maravillosos los cambios de estación en Terra Nivis:
(...) el verano secó la yerba, la plaza se llenó de carcajadas de niños, de sonatas de ranas y el agua continuó cayendo con su eterna melodía; pero la plaza se vació y desparecieron los gritos, y el cielo se pobló de nubes carbonizadas; llovió y el otoño se instaló de nuevo en Terra Nivis y en el alma de sus moradores. El final de la novela lo titula el autor ‘Epílogo: Lázaro’, un final construido en base a una carga sentimental que cierra la historia de manera ejemplar y que no tengo reparos en considerarlo como uno de los más valiosos aciertos de este texto tan complejo. Tal vez porque en la actualidad no se prodigan en las obras narrativas esos finales que resulten satisfactorios para el lector. Pues bien, teniendo en cuenta toda la calidad literaria exhibida en estas páginas, a quién no le apetecería mezclarse con estos habitantes ficticios de Terra Nivis y beber con ellos en alguna de sus tabernas, la de Moby Dick, por ejemplo: Dick el del Puerto Nogalte era rubio, espigado y de origen británico, y bautizó así al garito por su amor a la novela de Herman Melville, y hasta se tatuó a lo largo del brazo una ballena blanca (blanca decía él, pero en su caso era negra) y debajo la inscripción “Call me Ishmael”, “Llamadme Ismael”, que era como daba comienzo el libro que Melville escribió y como a Dick le hubiese gustado que su santa anglomadre lo hubiese bautizado: Ishmael. Dick mezclaba su lengua inglesa con el cristiano, alterando la pronunciación como le salía del alma, y decía “farmero” en lugar de granjero, “plombero” en vez de decir fontanero, “hamon” cuando lo que quería ofrecer era jamón, “marciano” si era murciano o “champiñón” para referirse a campeón. La decoración de Mobydick era marinera, con dibujos y pinturas de gigantescos animales marinos sobre las paredes: yubartas, ballenas azules y de Groenlandia; del techo colgaban unas barbas de ballena y varios arpones, y en las paredes varios timones. Pero la alegría de la taberna era la mujer del inglés, Lola la Pelirroja, natural de Puerto Gádir, de anchas caderas y exuberantes pechos, pelos en las axilas, gracejo andaluz y excelente cocinera. En Mobydick la variedad de vinos era escasa, y sólo se bebía tinto o vino blanco, pero la particularidad es que se podía degustar cerveza directamente ordeñada de un barril o, si se prefería, cerveza en botellín: «Las meadas de cerveza son especiales y diferentes a las del vino, y el chorro produce una espuma única e inconfundible, casi onírica», detallaba Dick el de la taberna Mobydick, aunque esta no es sino la traducción del galimatías que suponía su forma de hablar. JOSÉ MARÍA HIGUERA. DESECHOS (Averso, Córdoba, 2025) por MANUEL GAHETE UNA BOFETADA EN NUESTRA CONCIENCIA Muy en la línea de la poesía urbana, Desechos reúne todas las virtudes para conectar con un profuso grupo de lectores. La descarnada realidad que rezuman los textos de este libro no enturbia la transmisión de una verdad que interpreta cabalmente el sentido de la poesía. La emoción supera con creces cualquier pensamiento atrabiliario forjado siempre sobre un mensaje directo alumbrado por un revelador acento crítico; por un aura de verdad que nos convierte en víctimas y cómplices del entorno hostil, vacío y carente de motivaciones al que nos somete la existencia.
Nada queda deslavazado en el discurso. Todo se encadena y armoniza para alcanzar, a través de los sentidos, las razones del corazón. Y de la misma manera, atendiendo al pensamiento de John Locke, cimentado en las teorías de Aristóteles y Tomás de Aquino, nada hay en el intelecto que antes no hubiera pasado por los sentidos. Inteligencia y sentimiento devienen mancornados para construir sobre el derrubio moral de la conciencia una arquitectura sólida donde se sustenta el poema. Solo desde este conocimiento es posible trascender la materia para convertirla en crisol fulgente de la imaginación y el espíritu; el equilibrio necesario entre lo vivencial y lo esencial que, como afirmaba Antoine de Saint Exupéry, siempre es invisible a los ojos. Desechos compendia la historia de nuestra época, transida de irracionalidad, desesperanza y espejismos; una historia que no evita sumergirse en los abismos de una sociedad desconcertada y, aún más, los desvela sin enconamiento; una historia que es nuestra historia contada con un tono equilibrado y sereno, proclive a huir del arrebato enfebrecido y el clamor sin mesura: «Cada uno se construye en lo que puede... / Ser feliz puede ser recomponerse, / zurcir con los harapos que nos quedan / aquello que nos nombra / llevando por abrigo apenas nada». |
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