Entrevista realizada por ROCÍO PINTADO NAVARRO La trama de los días Entrevistamos a Ramón Bascuñana con motivo de la publicación de La trama de los días (Renacimiento, 2024), obra ganadora del X Premio de Poesía Juana Castro. No es ni mucho menos el primero, ni el premio ni el poemario, pues el prolífico alicantino, licenciado en Geografía e Historia y autor también de dos volúmenes de relatos, encara la sesentena de su vida con un considerable palmarés y más de veinte títulos de poesía a sus espaldas. La que nos ocupa ahora constituye su faceta literaria aparentemente dominante, y decir aquí “aparentemente” no es una expresión baladí, pues nos esperan en los próximos tiempos de este poeta fecundo unos cuantos trabajos que caminan por géneros alejados de lo lírico. La trama de los días nos ofrece unos versos que definen y resumen una completa teoría personal de la existencia y que dan forma a un libro a la vez melancólico y hermoso, lúcido y desolador, íntimo y universal. Quizá por encima de todo o como consecuencia de todo lo anterior, particularmente cálido y esencialmente humano. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Qué cabe esperar (o, incluso, temer) de una entrevista a un poeta? —RAMÓN BASCUÑANA: Temer lo inesperado, sobre todo el silencio, que es una forma de respuesta bastante categórica; y esperar, pues quizás no esté a la altura de las preguntas o bien esté por encima de las preguntas. En ambos casos la entrevista carecerá de interés. Aunque la regla de oro en las entrevistas, como asegura Cioran, es «dejar una imagen incompleta de uno mismo». Y, a ser posible, contradictoria, porque la contradicción es la sustancia esencial del poeta. —ECP: «Poeta y narrador por libre», proclama su perfil de Instagram. ¿Dónde empieza y dónde acaba realmente ese ámbito de libertad? —RB: Pues acaba y empieza donde empieza y acaba el poeta. Ser poeta o ver el mundo desde la perspectiva de alguien que se considera poeta, o sea, alguien que se siente incómodo en la realidad que le ha tocado vivir y que necesita replantearse esa realidad y crear un mundo en el que pueda vivir con sus propias reglas, implica tener absoluta libertad, aspirar a ser Dios, un pequeño dios, capaz de levantar un territorio interior, cuyo mapa exterior son los poemas. Desde ese punto de vista el poeta es un solitario, un marginal y un marginado, un eremita, un francotirador, un outsider. Por eso dan tanto miedo al poder y a lo establecido. Porque la libertad intrínseca que implica ser poeta, asusta al poder en todos sus ámbitos (cultural, social, político...), porque el poeta se sale de la norma, se sale de lo que se considera normal y va contra las reglas, la mediocridad, y esa falsa creencia de que todos somos iguales y hemos de pensar y hacer lo mismo, como autómatas. Vivir en sociedad conlleva tener reglas y normas, pero las reglas son las vendas que constriñen la libertad del ser humano. Si uno se siente cómodo y feliz con el papel que le ha tocado en suerte en el gran teatro del mundo no necesita escribir poesía. Pero lo malo es que el ser necesita, además de ser feliz, creer que es libre, y escribir poesía es un acto de suprema libertad, y lo que es peor es que hay mucha gente que tiene una visión romántica y poco rigurosa del concepto de poeta. Y así nos luce el pelo. —ECP: En Fedro, uno de sus famosos Diálogos, Platón pone en boca de Sócrates —de una manera que hoy día nos hace sonreír— la expresión del miedo antiguo a la escritura: un auxilio extraño (dice el filósofo), una tecnología capaz de hacer despreciar la memoria y provocar el olvido en las almas de los que la conozcan. Usted ha dicho que la buena poesía sobrevive incluso en las fotocopias, y lo ha hecho en una red social, en la que escribe con asiduidad. ¿Es la conveniencia de aprovechar para darse a conocer y promocionar su obra o realmente estos tiempos cibernéticos son buenos para la lírica? —RB: Creo que ni lo uno ni lo otro. Siempre han sido malos tiempos para la lírica. Antes por unos motivos y ahora por los mismos motivos, agravados por otros añadidos. Actualmente con las redes sociales y algunas editoriales que se han lanzado a publicar poetas cuyos libros te los encuentras un año después en las librerías de segunda mano, lo que implica que su recorrido poético es corto, aunque para las editoriales que los propugnan el saldo es positivo, porque los venden a buen precio, aunque luego los que los compran y los disfrutan o los padecen se deshagan de ellos a precio de mercadillo, nada más comprobar el escuálido contenido. Por eso pienso que hay mejor poesía en algunos fanzines fotocopiados que en muchos “poemarios” que parecen objetos de lujo para adolescentes anhelantes de respuestas. O que sólo aspiran a que los poemarios les confirmen y refuercen sus intuiciones. También hay mucha mala poesía en los grupúsculos poéticos proclives a la masturbación poética compartida o sea, que se dedican alabarse y reseñarse entre ellos y parece que no exista vida literaria más allá de ellos mismos, de sus camas y sus camarillas. Con respecto a lo de promocionar mi obra, hace tiempo que desistí de ello. Me refiero que cuando comencé a publicar hace casi treinta años, sí que pensé que había alguna oportunidad de tener una carrera literaria, sea eso lo que sea, ahora me conformo con publicar sin que me cueste dinero, con hacer algunas presentaciones en lugares no demasiado alejados de mi zona de confort y con que salga alguna reseña de mis libros, y estas dos últimas cosas, la búsqueda de reseñas y las presentaciones las hago sobre todo pensando en las editoriales que o bien han confiado en mí y apostado por mi obra o bien, debido a los premios que he ganado, han publicado alguna de mis obras. Opino que los poemarios deberían ser anónimos y venderse sólo por el contenido. Nadie debería comprar un poemario porque es de un determinado autor. —ECP: Se me ocurre una hipotética situación de aprendizaje para mis alumnos de Bachillerato: incardinar a Ramón Bascuñana en alguna corriente de la poesía de los siglos XX y XXI. Y me imagino a los estudiantes disponiéndose a investigar y documentarse para ejecutar la tarea y dándose cuenta enseguida de que lo poco que en este sentido encuentran del poeta sobre el que se les pregunta es que no se adscribe a ningún movimiento ni a ninguna generación poética y, por más que leen poemas suyos, no saben cómo enfocar el trabajo. ¿Qué les contaría si se prestara a echarles una mano? —RB: Interesante pregunta. Compleja respuesta. Podría pensar en mi poesía como en un árbol, como en un árbol genealógico con raíces, tronco, ramas y frutos. Si buscamos las raíces, estas se hunden en la poesía culturalista y mucho más atrás, pero no sólo en ella. Hay raíces que beben de Cernuda y de Juan Gil-Albert, raíces que beben del grupo Cántico de Córdoba: de Julio Aumente, Pablo García Baena, Vicente Núñez, Juan Bernier y en algunos poetas extranjeros como Edgar Lee Master, E. E. Cummings o Kavafis... En la parte del tronco están principalmente Jorge Luis Borges, José Hierro, José Ángel Valente, Francisco Brines y José María Álvarez. De este tronco parten ramas que se van extendiendo por Pere Gimferrer, Sylvia Plath, Luis Antonio de Villena, Ángel González, María Victoria Atencia, Juan Luis Panero, Luis Alberto de Cuenca, Karmelo C. Iribarren y unos pocos poetas de la poesía de la experiencia. A todo esto, habría que añadir algunas gotas de ironía y bastantes de pesimismo existencial. Los frutos poéticos de este árbol son poemas aparentemente de lectura fácil, como diría Cristina Morales, pero engañosa, porque tienen varias capas de lectura, como las cebollas, y según quieras profundizar vas a sufrirlos o disfrutarlos más o menos. Evidentemente, como he dicho en la pregunta anterior, si el poeta no se quiere aborregar, amansar y corromper, debe huir de los refugios comunitarios y tiene que ser un certero francotirador que dispara desde la intemperie de su soledad. —ECP: Corríjame si me equivoco: La trama de los días es su vigésimo cuarto poemario. Entre Claudio Rodríguez, que sacaba un libro cada 10 años, y usted... —RB: que suelo sacar alguno de vez en cuando si se tercia algún premio, existe una distancia, pero no creo que sea cualitativa ni cuantificativa. Creo que se trata más de una manera de entender y trabajar la poesía. Se trata más de los tiempos de gestación de los poemarios que del rigor. Hay poetas que necesitan tiempo para convivir con el poema, le toman cariño, lo acarician, lo miman, se enamoran de él, lo tallan una y otra vez, obsesivamente, como hacía Juan Ramón Jiménez, les cuesta dejarlo. Otros, como creo que es mi caso, escribimos sin cesar, día a día, cotidianamente, y como si buscásemos desprendernos del poema, vomitarlo, sacarlo fuera y dejarlo que viva su vida sea cual sea. Claudio Rodríguez publicó su primer libro con 18 años y su último poemario ocho años antes de morir con 65. Yo ya tengo 61 años, comencé a publicar con treinta y pico de años, aunque llevaba escribiendo desde mi adolescencia y quizás mi ritmo de publicación ha sido algo acelerado, pero ha dependido siempre de los premios que he ganado, porque las editoriales nunca han apostado por mí, y mira que lo he intentado. De todas formas, no soy el único caso de poeta que publica con asiduidad. Verónica Aranda, por ejemplo, que apenas tiene 48 años, ha publicado más de una docena de poemarios; Pedro López Lara, que no había publicado nada hasta hace unos años, en cinco o seis años ha publicado ocho o nueve poemarios, o Begoña M. Rueda, que va casi a poemario por año. Si la calidad y la rigurosidad de los textos es alta, no veo ningún problema en ser un poeta fértil y generoso. —ECP: Véndale al lector este último libro suyo en una frase. —RB: Soy mal vendedor, pero creo que La trama de los días es el poemario perfecto para la gente a la que le gusta la poesía aunque piense que la vida carece de sentido. —ECP: La trama de los días es un texto crepuscular, un tempus fugit, un vita flumens de principio a fin, a pesar de que su autor es aún joven. —RB: Gracias por lo de joven, pero lo de joven es relativo, a no ser que los sesenta sean los nuevos treinta. Pero independientemente de la juventud numérica, hay poetas que nacemos viejos o que nuestra visión del mundo es existencialista y pesimista, o en cierto modo está teñida de un realismo descarnado, que no busca embellecer con adornos el cadáver de la vida. En eso me aproximo a Brines, que en su primer poemario, Las brasas, publicado con 28 años, ya parecía un poeta maduro. Me temo que soy de los que opinan que siempre escribimos el mismo libro con ligeras variantes. Mi primer libro, Quedan las palabras, con el que gané el premio Miguel Hernández, ya contenía el resto de mi obra y de mi forma de entender la poesía y la vida. Con respecto al tiempo, estoy muy de acuerdo con el verso de Caballero Bonald que afirma que «Somos el tiempo que nos queda». —ECP: La muerte está muy presente en estas páginas: ¿Qué importa que la vida no sea más que un viaje / desde un vientre fecundo a la profunda fosa // Cualquier excusa sirve para escapar a tiempo / sabiendo que la muerte va siguiendo tus pasos // Son líneas paralelas cuyo punto de encuentro / no es el infinito sino que es la muerte. ¿Sirve como recurso poético o verdaderamente piensa mucho en ella? —RB: La verdad es que pienso bastante en ella. Siempre ha sido así. En alguna entrevista creo que comenté que soy tan optimista que soy de los que opinan que comenzamos a morir desde el mismo momento en que venimos al mundo. Vivimos de alquiler o de prestado. Siempre vivimos en tiempo de descuento. La mayoría de la gente se empeña en ver la vida como un lugar divertido, repleto de oportunidades, de momentos sublimes, e intenta darle un sentido. Yo opino que la vida carece de sentido, o yo no se lo encuentro, aunque lo busque, y sostengo que venimos al mundo para morirnos. Tengo un poema titulado así: «Para morir nacidos». Y mi tendencia pesimista respecto al tema se ha acentuado últimamente, ya que mis padres han fallecido en los últimos años, en 2021 y 2023. La orfandad te deja claro que el siguiente de la lista frente al paredón de fusilamiento de la muerte eres tú. Ya nada se interpone entre ella y tú. —ECP: La poesía es una forma de no ser feliz, dice un verso de Miguel d’Ors. La infelicidad es el estado poético por excelencia, parece confirmar Ramón Bascuñana en uno de los poemas de la primera parte de este poemario. Otros tres, de la última sección, son ‘El extranjero’, ‘El vagabundo’ y ‘El eremita’, que también remiten a la tristeza, a la soledad, a la inadaptación, al desarraigo... Comer en cualquier parte y visitar museos, / donde compro postales que me envío a mí mismo / a una casa vacía, donde no habita nadie // He pasado penurias, hambre, calamidades. ¿Hay siempre más belleza en el dolor, bajo cualquiera de sus formas? ¿Podría encontrar versos suyos fundados en todo lo contrario? —RB: Creo que la poesía, la buena poesía, la que perdura, la que nos toca la fibra, nace de la herida y la herida es dolor. Mi amiga Carmen Juan escribió un poemario titulado Amar la herida, publicado en La Bella Varsovia. Y yo identifico la herida como una metáfora de la propia poesía. El poeta escribe siempre desde un lugar solitario, a la intemperie, y escribe siempre contra algo, sea el mundo o sea el mismo. Si uno fuera feliz, si yo fuera feliz y tuviera una vida plena y dichosa, me dedicaría a vivirla, no intentaría escribirla; porque entonces sería como esos turistas que van a una ciudad y en lugar de verla al natural y vivirla, se dedican a fotografiarla o a verla a través del móvil. La felicidad se vive, no se canta en hexámetros. No pienso que haya más belleza en el dolor, simplemente el dolor nos agudiza la mirada, la felicidad nos la enturbia. No se trata de buscar la belleza, sino la verdad. No hay poemas gozosos en mis libros, pero sí bastantes versos irónicos que se aproximan a la sabiduría de la felicidad. En el fondo, todos los poetas son infelices, aunque cada uno lo sea a su manera. —ECP: Berlín, Trieste, Grecia, Roma, Lisboa, Morón de la Frontera... La segunda parte del poemario se titula “Lugares de paso”: Volver es alejarse / del lugar al que estamos destinados. ¿Es la poesía un obligado repaso de geografías transitadas o es que es más fácil invocar a la musa cuando evocamos el viaje, sea este interior o no? —RB: A la musa basta invocarla para que se largue de paseo. La poesía es un cierto o un incierto modo de mirar el mundo y por lo tanto es contemplativa y reflexiva. La vida sin metáfora alguna es un viaje quevediano de la cuna a la tumba. Nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar. La vida es movimiento, la quietud es muerte. Y la poesía es un acto a caballo entre el movimiento y la quietud. Exige una mirada atenta e introspectiva al mismo tiempo. Una mirada hacia fuera y hacia dentro. En este poemario hay viajes inventados y viajes reales. La poesía se encuentra en ambos. El viaje a Morón de la Frontera o el poema dedicado a Nefertiti en el Museo de Berlín son experiencias reales. Trieste o Lisboa pertenecen al ámbito de la literatura. —ECP: Me han parecido especialmente conmovedores y muy certeros los homenajes que suponen los poemas ‘Retrato apenas esbozado de Zenobia en Puerto Rico hacia 1955’ (Está segura de una sola cosa: / el poeta se enamoró de su risa clara); ‘En la muerte de Julio Aumente’ (Se deslizó feliz —sin otro anhelo / que gozar en la tierra de su cielo--); ‘Desde una buhardilla de París Cioran medita’ (Tan solo soy un hombre que medita / un hombre insatisfecho) y ‘Antonio Machado a orillas del Duero’ (para evocar al hombre vencido y derrotado / que presiente su muerte en un país extraño). ¿Qué significan para usted estos cuatro nombres?
—RB: Esto es como una brújula que apunta en cuatro direcciones diferentes. Soy una persona a la que le interesa todo, aunque a veces no puede llegar a casi nada. De Zenobia me atrae que, siendo una mujer que en muchos aspectos era más interesante que Juan Ramón, fue opacada por la figura de este. El poema es una reivindicación de ese tópico de que detrás de un gran hombre siempre hay una mujer. En este caso la mujer es incluso más grande que el hombre al que sostuvo. Julio Aumente, del grupo Cántico, no es de los poetas más valorados, pero tiene una poesía rara y exquisita, secreta, un tanto al margen, que a mí me atrae mucho. Por Cioran tengo debilidad. Una forma de renunciar al mundo para decir el mundo, para pensarlo desde el borde mismo del abismo. Me emociona la certeza de su clarividencia. Escribió aquello de que «Cuanto más leo a los pesimistas, más amo la vida». Con Antonio Machado tengo un sentimiento encontrado. En él se gesta toda la poesía moderna que vendrá después, es uno de los perdedores de la guerra, pero me temo que se le ha ensalzado en exceso, quizás para contraponerlo a su hermano Manuel, que también se me antoja un poeta excelente. El mal poema es un poemario perdurable. —ECP: Volviendo a la cuestión del paso del tiempo, asegura Manuel Vicent que el tiempo no existe, el tiempo son sólo las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada (...) Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son (...) venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina. Que te pasen cosas distintas, como cuando uno era niño. Después de un año en el que han pasado demasiadas cosas distintas pero indeseables y más de un embrollo real, ¿qué venenos aceptables querría que le trajera al mundo la trama de los días de 2025? Y, remitiéndome al primero de sus versos en este libro, ¿adónde espera que le lleve realmente este viaje a parte alguna o ninguna parte? —RB: Uno va a la deriva y acabará al final donde lo arrastre la corriente. El horizonte social, político y demás es descorazonador y altamente intranquilizador. En lo personal, como he dicho antes, desde la muerte de mis padres me ha quedado una sensación de naufragio. Y en mitad de un naufragio uno se limita a sobrevivir, a intentar alcanzar la costa, si puede, o a nadar entre dos aguas con el mínimo esfuerzo posible. El esfuerzo y las fuerzas se reservan para intentar no hundirse y permanecer a flote. Han sido tres años de desidia y apatía, en los cuales he sobrevivido aprovechando los restos del naufragio, pues mis últimos poemarios publicados en Pre-Textos, ediciones Trea o Renacimiento son poemarios que ya tenía escritos. Poesía escribo poca y a salto de mata, aunque me he concentrado en mi vertiente narrativa, un tanto opacada por mi poesía. No hay que olvidar que he publicado dos libros de relatos. Tengo tres proyectos en marcha: un texto entre el ensayo y la crónica familiar sobre el concepto de orfandad; una especie de homenaje a David Markson, un novelista que es cualquier cosa menos un novelista, y como muchas amistades me han sugerido que escriba un libro de viajes sobre mis avatares por toda la geografía nacional en mis casi treinta años de viajero obligado por asuntos literarios, estoy recopilando mis viejos diarios y recortes de periódicos de mis viajes a lugares tan variopintos como Higuera de la Sierra o Fabero, por si me decido a escribir sobre el tema. De todas maneras, conservo cuatro o cinco poemarios inéditos en busca de solícito editor o de premio prestigioso que los visibilice. —ECP: No será para dentro de mucho, por tanto, la publicación de su próximo poemario. —RB: Mi próximo poemario ya está aquí sin estar aquí. Está sin estar en sí. De momento estoy moviendo y presentando La trama de los días, porque considero que es un poemario que representa con bastante exactitud mi manera de mirar y comprender la realidad. Habrá a principios de año una presentación en Valencia, otra en Elche y una en Orihuela. Pero lo cierto es que ya tengo poemario nuevo, titulado Disculpen las molestias, que obtuvo el premio Rei en Jaume en castellano, convocado por el Ayuntamiento de Calviá, y ya está publicado. Puede que con los ejemplares que me han entregado haga una única presentación antes del verano, porque mucho me temo que lamentablemente será un poemario difícil de conseguir a través de librerías en la península, a pesar de haber sido publicado por una editorial.
1 Comentario
6/1/2025 07:55:28 am
Una excelente entrevista, tanto por las preguntas como por la densidad e inteligencia de las respuestas. Enhorabuena.
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ENTREVISTAS
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