Por Roberto Alba Miguel de Juan (Plasencia, 1975) es un autor novel, que no nuevo, cuyas pretensiones siempre fueron secretas y personales. Tras foguearse durante años en las arenas movedizas de las redes sociales, dio vida a su blog “Ausencia de Héroe” en 2012 como tú, yo o tantas otras personas; la diferencia es que el lugar al que se llega aún sigue siendo terreno fértil, aun acogiéndose al regadío por goteo en cuanto a actualizaciones se refiere. Esa tenacidad tenue nos da una idea del carácter contradictoriamente romántico del autor. Tras obtener de todo ello cierta repercusión y algún que otro certamen, Miguel, se lanza a la página impresa con un delicioso volumen misceláneo, ligero y amarillo. “Hoy el cielo es muy azul, pero no se lo digas a nadie” se publica en el proyecto editorial Farraguas y recopila textos escritos entre 2012 y 2022. Sortean a las piezas literarias sobrios dibujos y collages en blanco y negro que se incrustan sin estridencias en las páginas como parte del discurso casual que sigue al leitmotiv del sello; este no es otro que la definición de la palabra que lo nombra: “desaliñado… de ideas confusas y desordenadas”; o, en su vertiente lusa (que suena mejor) “desasistido de criança, negligenciada, mais dá ternura”. La literatura de Miguel de Juan me llama la atención por su ausencia total de pose, no ya intelectual o literaria, sino de ningún tipo, su naturalismo urbano trufado de referencias que comparto en gran medida y el difícil equilibrio que consigue a la hora de conjugar lo vulnerable en lo temático con la crudeza en su expresión. Piezas poéticas llenas de vida y verdad que apuestan al despiste genérico y a la inmediatez lectora. Nos reunimos con Miguel en una cálida tarde madrileña secuestrándole más tiempo de la cuenta de sus quehaceres familiares. Nos comenta que ni siquiera ha presentado su libro, a ver si con esta entrevista se anima. Seamos sutiles e invitémosle a una cerveza. EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Cómo nos tomamos la cuestión genérica en este libro? Como ya sabes, para mí se trata claramente de un poemario, pero, aunque no importe mucho, nos debemos al hipotético lector y habrá que avisarle: ¿es este un libro de poesía o se equivoca el entrevistador para variar? MIGUEL DE JUAN: Jaja, no, no te equivocas en absoluto. Aunque lo primero que deberíamos preguntarnos es qué es la poesía, y eso nos daría para un par de ensayos por lo menos. Creo que Hoy el cielo es azul pero no se lo digas a nadie es un poemario en toda regla, al menos es lo que he intentado. Por ejemplo, hay relatos cortos que empezaron siendo poemas y viceversa. Es decir, todo es poesía, independientemente de la forma que tengan. Fue uno de los procesos más difíciles y también más bonitos: “convertir” esos pequeños relatos en versos, hasta conseguir que encajaran en el conjunto y conseguir también una prosa poética vertebrada, o al menos una poesía en prosa con sentido propio y distinto para cada lector. En todo caso, creo que debemos entender la poesía como una intención de expresar y de comunicarse con el que está al otro lado. He perseguido que el libro tenga estructura y una coherencia narrativa, estilística y diría que casi espiritual; que transmita al lector sensaciones y emociones intensas y diferentes, independientemente de la estructura formal, a la cual sí que doy una gran importancia; en algunos poemas la forma es más importante que el fondo. Es un poco como las canciones de Nirvana que gritábamos cuando éramos más jóvenes: hacíamos pogos, bailábamos, reíamos, sudábamos, nos llegaban al alma, sin quizá ni siquiera saber lo que decían las canciones de Cobain. A lo que voy es que muchas veces la cadencia, la tesitura, la forma, la sonoridad, el ritmo y la emoción pueden disociarse del propio contenido o significado de los textos. Pero también tiene que haber punch, un golpe a los higadillos, un lenguaje directo y contundente. Una mezcla de todo lo anterior, ese es fondo y la forma. Sí, creo que definitivamente de eso va la poesía. ECP: ¿Cuál es su génesis? Se nota la urgencia de las redes sociales ya vintage en los que el texto era casi todo (blogs, fac…ook, tu..blr (paso mil de mencionarlas), ¿me equivoco? ¿De dónde viene luego la idea de trazar un sutil hilo invisible que dé a los retazos esa entidad tan propia? ¿Qué método has seguido, más allá de la intuición, en el ganchillo que uniforme el patchwork? Me interesa mucho tu proceso de edición o montaje ya que su coherencia y la continuidad del libro me parecen muy logradas. MdJ: El blog comenzó como una forma de reunir todo lo que estaba escribiendo, motivado en cierto modo por algunos cursos de escritura que realicé por aquel entonces, y en cierto modo también como una forma de exponerme y obligarme, de alguna forma a tener una continuidad y el mínimo de calidad exigible, de ahí como dices de la importancia de las redes sociales, de donde sí que obtenía una respuesta de los lectores, en forma de likes, comentarios, etc., y eso me gustaba, pero no lo llamaría exactamente urgencia. Más bien diría que el hecho de publicar en redes sociales de manera más o menos inmediata se debió a una especie de incontinencia creativa; a veces las ideas surgen y tienen que salir de inmediato, aunque luego se pulan, se corrijan y se mejoren, pero sentía la necesidad de que ese chispazo no se perdiera en el intento o en el cosmos. Por cierto, uno de los textos que finalmente se quedó fuera de la selección se llama Urgencias y turgencias, que me parece un título bastante bueno y en cierto modo relacionado con lo que digo. En cuanto a tejer la estructura, una de las cosas que me obsesionaron desde que empezó el proceso de edición fue que el lector observara y sintiera que había coherencia, y al principio me resultó complicado. ¡Hay que tener en cuenta que hay textos desde el año 2010 hasta el 2023, casi nada! Dicen que en ese tiempo, unos 13 años, los seres humanos hemos cambiado hasta dos veces todas las células de nuestro cuerpo, así que imagínate lo que puede haber cambiado el estilo, aunque espero que no la esencia. La esencia, eso es lo que más me importa. Entonces ahí, en ese periodo largo de tiempo, hay cambios de estilo, textos más largos, más cortos, inquietudes y preocupaciones diferentes, etc. Al margen de la intuición, el montaje fue largo y algo discontinuo, con muchas, muchas selecciones de textos. Al ser un proceso tan dilatado en el tiempo, seguía escribiendo mientras tanto, por lo que siempre había más y más de dónde escoger y también, paralelamente, iba madurando, cambiando (y creo que perfeccionando) mi proceso y estilo de escritura, por lo que realmente estoy muy contento y me alegro mucho de que observes esa coherencia y continuidad que tanto me costó, y que, como te digo, me obsesionó desde el principio. ECP: Dice Vila-Matas, en una entrevista precisamente, que la manida pregunta de qué es y qué no autobiográfico en un libro tiene, para mal, más sentido hoy que nunca. Yo creo, como él, que la llamada autoficción es una etiqueta tonta o perezosa que solo tiene la razón de ser de la manía de etiquetarlo todo; no obstante, ¿dirías que tu libro está tan plagado de la realidad que te rodea que puede merecer ese sello (en plan bien claro)? ¿Cómo te planteas la relación entre ficción y verdad? MdJ: Ahí has tocado algo muy importante para mí. Tengo claro que en todos los géneros literarios, las experiencias vitales y autobiográficas son muy importantes, más aún en el género más íntimo de todos, la poesía. Así que, ¿cómo no va a tener componente autobiográfico mi obra? En mi opinión la poesía, en cuanto a su condición de verdad, ha de ser, al menos en su parte nuclear, confesional. Claro que tiene un componente autobiográfico innegable, aunque algunos autores se empeñen en negarlo, o en llamarlo autoficción, como dices. Cómo lo disfraces luego es otra cosa, y ahí es donde entra el talento de cada cual. Dejando claro esto, también es cierto que muchas veces ese sentimiento o experiencia que sí es claramente autobiográfica puede que haya sido solamente una punzada que duró un instante y que luego se convirtió en poema pasado por los tamices de otras experiencias o simplemente del tiempo. Y luego, ese sentimientos de uno pasan a ser del otro una vez que pasan a la pantalla del ordenador y se alejan más y más a medida que los textos pasan de mano en mano y que pasa el tiempo, hasta que a veces las punzadas, el sufrimiento o alegría quizá dejan de pertenecer a ese alguien que una vez escribió algo cuando estaba tan jodido, o tan contento, o tan borracho o tan confuso que vomitó unas estrofas que se perdieron más allá de Orion y por las que ahora me preguntas. Al principio me preocupaba el qué dirán: ¿qué va a pensar tal o cual persona concreta cuando lea estos poemas y quizá se vea reflejada en ella? Pero los poemas, como leí en una ocasión, no los escribimos ni para los amigos, ni para las amantes ni para las madres; los escribimos para gente que no conocemos, aunque a veces cueste huir del miedo al juicio de personas cercanas. ECP: En el mismo apartado, te debo decir que se desprende de tus textos: a) una querencia por momentos malos, o difíciles, y b) un interés en mostrar todas las facetas vitales (belleza, aburrimiento, sorpresas, amor, desamor, odios…) que dichos momentos son capaces de contener, ¿voy bien? ¿Es la estabilidad personal enemiga de la creatividad artística? MdJ: Mmm, no vas mal, pero creo que vas bien a medias. Me explico: no tengo querencia por los momentos malos o difíciles, aunque es cierto que me resulta más natural escribir sobre los momentos difíciles, porque creo que todo aquello que desgarra es más fácil de plasmar. Lo difícil es contar bien la alegría, quizá porque es más efímera. La desgracia es más poética que la dicha; es también una especie de exorcismo para liberarte y poder vivir la vida, una vez exorcizados los males, con alegría. En cuanto a la estabilidad, te soy claro y directo: sí, en mi opinión, la estabilidad emocional es menos creativa para el escritor. En mi caso, por ejemplo, he sido padre hace dos años y es un factor que hace disminuir la fluidez y en cierto modo la creatividad, porque tus prioridades cambian, tu tiempo disminuye y tus neuronas merman por la falta de sueño. Actualmente estoy explorando otra forma de hacer poesía; no escribir tanto desde la rabia o las pulsiones, aunque si te soy sincero no me está resultando fácil. También tengo mucho más presentes otros aspectos como el miedo a la muerte y el constante del paso del tiempo. Eso es algo que por momentos me perturba, y que se manifiesta de manera mucho más fuerte que antes. También el temor a que, a tus seres queridos, y a ti mismo, les pase algo es mayor que antes, especialmente desde que soy padre. Los temas de referencia van cambiando con el paso del tiempo. En todo caso, se escriba desde el lugar que se escriba, la poesía debe ser reivindicación, ya sea emocional, sexual, política o existencial. Es necesario desnudarse y atreverse, no ser autocomplaciente. ECP: Me consta que has asistido talleres de creación literaria (relatos, seguro, ¿de poesía también?…) ¿Qué opinión te merecen? ¿Cuál es tu experiencia con ellos y qué influencia han tenido a la hora de pergeñar este libro? MdJ: Sí, he asistido a talleres de literatura, concretamente a dos: uno en el Hotel Kafka, impartido por Eloy Tizón, y otro sobre relatos cortos, creo recordar, en la Escuela de escritores, no me acuerdo de quién lo impartía. Ahora que lo pienso, asistí a otro seminario de un día, y tampoco me acuerdo bien. Sí que me sirvieron, especialmente el primero, que consiguió que me esforzara en corregir el estilo y en prestar algo más de atención formal a mis textos. Y sobre todo a tomarme un poco más en serio y darme cuenta de que escribir me gustaba de verdad. Recuerdo la anécdota de cuando el primer día del curso nos preguntaron por nuestras influencias; se sorprendieron cuando hablé de Stephen King, Paul Auster, Charles Bukowski y Brett Easton Ellis. Te hablo de hace 20 años casi. Claro, yo me sentí totalmente fuera de sitio porque allí todo era un poco más "elevado”. No volví a hacer más cursos aparte de esos. Pero estuvo bien. ECP: Foster-Wallace, insigne profesor de escritura creativa en varias universidades norteamericanas, solía establecer una contundente comparativa entre lo sólido de preparar clases sobre cualquier materia de ciencias o humanidades y lo leve de impartir este tipo de cursos, ¿estás de acuerdo? MdJ: Nunca he impartido clases sobre humanidades o ciencias, pero sí puedo asegurarte que estos cursos eran leves, sin llegar a ser insoportablemente leves. Ya que has citado a ese magnífico escritor que es Foster-Wallace, algunos de estos cursos son como la broma infinita: si sigues en el máster (6.000 euros por aquel entonces) te prometemos la edición de tu libro y blablablá. También es verdad que eran otros tiempos en los que publicar era más difícil. Pienso que a escribir se aprende leyendo, escribiendo, dedicando tiempo, siendo constante, y corrigiendo. Corrigiendo muchas veces. Y borrando las palabras vacías, cambiando de orden la frase veinte veces. Los cursos pueden ser un añadido y una motivación, y también pueden servir para hacer contactos, pero creo que tienen su momento. ECP: Las pérdidas - amorosas, aclaro - son como la gota malaya, dices en un poema que me encanta, aludiendo a la confusión, o involuntario hallazgo, del expresidente Felipe González que, como bien explicas en el propio poema, logra mezclando las expresiones “gota china” y “bota malaya”. No te sé explicitar qué supone leer algo así para mí, que asocié el poder durante toda mi larga infancia con esa figura (cada vez más oscurecida). Desarrollar una comparativa retórica para referirse al desamor a partir de una de sus mediáticas ocurrencias me ha hecho reír y conmovido al mismo tiempo. Una sádica sorpresa como poco, te aseguro. A lo que iba: ¿cómo te planteas la escritura sobre esos grandes, eternos, temas, el amor en este caso? ¿Te vale el chascarrillo generacional para sacudirnos la afectación de encima? Ya sé qué “vale” pues bien lo demuestras en este fantástico poema, pero háblame de esas armas secretas tuyas, por favor. La copa Korac, o Bósforo serían otros ejemplos de este proceder tuyo. MdJ: ¡Muchas cosas me preguntas! Lo de la gota malaya por ejemplo se me va ocurriendo a medida que se va desarrollando y va cogiendo fuerza al poema. Llega un momento en que la imagen de alguien sufriendo y soportando esa gota amorosa de sufrimiento (en esos momentos, incurable) me retrotrae a la expresión famosa y enlazo con Felipe González. Y así me pasa con otros muchos poemas. En este caso de la bota malaya me da la oportunidad de hacer algo de distensión en medio de tanta solemnidad. Los poemas que escribo se van construyendo a veces a medida que se van materializando, una estrofa llama a la otra, como si fuera una especie de escritura automática. Y todo se acaba mezclando hasta intentar conseguir un final lo más redondo posible. Y por supuesto que soy fruto de mi generación; tengo muchísimos referentes culturales que me han convertido en lo que soy actualmente. Un ejemplo muy claro es la Copa Korac a la que haces referencia; recuerdo de pequeño en la tele partidos de la antigua Yugoslavia y de cómo los comentaristas a veces menospreciaban la Copa Korac; incluso la señal de TV solía ser mala y oscura. Pero me maravillaba. Me parece que las batallas y las luchas aguerridas que libraban los jugadores se parecían mucho a las batallas amorosas, al final todos perdían en medio de un ambiente hostil. Me gusta mucho realizar metáforas con elementos reales y reconocibles, que se salgan del habitual realismo sucio y que aporten al lector su propio recorrido sentimental. ECP: Creo que eres un poeta que usa muy bien las palabras pequeñas e invariables: las conjunciones, preposiciones y conjunciones. ¿Por qué comenzar el poema con Que no hay nada más bello que las causas perdidas y no con no hay nada más bello que las causas perdidas, más aforístico y sensato? ¿A qué ese Que tan inicial y rompedor? Cuéntanos. MdJ: Es genial esta pregunta y es estupendo que te hayas fijado en este tipo de cosas. En este caso concreto lo cambié al menos unas 20 veces. Lo leía un día y me parecía perfecto, y al día siguiente me parecía que el poema no tenía ningún sentido sin ese Que. Qué digo al día siguiente, al minuto siguiente. Y lo mismo me pasa con otros muchos poemas. Doy mucha importancia a poner una coma, un punto y coma o dos puntos, a una palabra antes o después, a un adjetivo más o menos. Creo que ahí estriba la diferencia entre un buen poema, un poema mediocre o un poema infumable. El mensaje es importante, pero las comas, los punto y comas y en qué momento exacto separas una estrofa de otra aún lo son más. Poner una preposición o no ponerla, quitar todas las comas de golpe, cambiar una de sitio, o alterar el orden de las palabras o las frases. Disfruto muchísimo con ese juego. ECP: Y ya puestos: ¿cuáles son las causas perdidas dónde Miguel de Juan encuentra más belleza? A ver, tus favoritas o aquellas que se te vengan primero a la cabeza. MdJ: Yo mismo soy una causa perdida. Me has preguntado lo primero que se viniera a la cabeza, ¿no? Pero lamentablemente he de decirte que en mí no encuentro belleza. La encuentro en los detalles insignificantes que percibo en nanosegundos y desde ahí construyo las historias. Creo que belleza definitivamente está en lo fugaz, en los detalles, en los chispazos y hay que atraparla a tiempo. La belleza, ya sea física o espiritual, es el imán que une todas las cosas, de la vida o de la muerte, del amor o del desamor. El mundo actual con sus guerras, sus desastres medioambientales y sus extremismos también es una causa perdida. Y ahí tampoco encuentro belleza. ECP: Me pareces mucho más compasivo y benevolente cuando encaras piezas que surgen desde la amplitud y dialogan con lo humano, como Extraño rumor, que con aquellas que dialogan contigo mismo o visitan tu (bien parapetada) biografía, como Vendaval o Cinco vinos, por ejemplo. ¿Lo admites? ¿Te interesa el fracaso como actitud de la voz poética? ¿Cómo hacerlo sin caer en el desuso de la pose? MdJ: El fracaso me parece uno de los ejes vertebradores de la poesía. Sin fracaso no habría ni científicos ni inventores, pero sobre todo no habría ni un poeta decente, jajá. Respecto a la pose, la detesto (aunque puede pensarse que es algo que va implícito en el oficio de escritor) a pesar de que hay quien pueda pensar que tanto desamor, sufrimiento y exageración es caer en una pose. Creo que a veces se exagera demasiado la desdicha en la vida real, por mucho que sea más poética. Deberíamos quitarle hierro al amor romántico, aunque sin caer en la superficialidad o en la subcultura. ECP: Finalmente, claro, te he de preguntar por tus referencias más puramente literarias, no tan nítidamente presentes como las sociales y pop que ya hemos comentado por aquí. ¿Quién has leído más, o de manera más provechosa, y que te han enseñado para configurar tu propia obra? Me valen temas, andamiajes, posturas éticas… Son tus referentes, Miguel: tú mandas. MdJ: Con mis referentes en poesía me pasó una cosa curiosa: me empezaron a interesar determinados autores y comencé a leer poesía de forma regular después de empezar a escribir, no antes. Si me preguntas por mis referentes, me fijo mucho en la generación del 50: Ángel González, Gil de Biedma, Carlos Barral, Juan Luis Panero… Pero antes de todo eso leí mucho a Charles Bukowski, quizá una de mis mayores referencias. Y también a Salinger, Carver, o los antes mencionados Stephen King o Easton-Ellis. Me interesaron mucho también William Burroughs y Allen Gingsberg. También mamé mucho de la que fue llamada "generación Kronen" en España: José Ángel Mañas, Ray Loriga…, aunque ahora lo vea como algo lejano. Obviamente el 27: Lorca, Cernuda, Machado, Salinas…, pero eso son palabras tan mayores que uno no los puede reconocer ni como influencia. Otros poetas que me entusiasman son Luis García Montero y Javier Egea... casualmente los dos de Granada, como los Planetas. Algo tendrá Granada para tener tanto talento poético; me han influido mucho las maravillosas revenge songs de estos últimos. La música es muy importante, en lo lírico, otros grupos españoles como la ironía, elegancia e inteligencia de Astrud y el sufrimiento existencial de Nacho Vegas. En la cadencia, los cambios de ritmo y la improvisación de Coltrane, o la actitud de grupos como Nirvana, Stone Temple Pilots o The Smashing Pumpkins. Como ves todo muy homogéneo jajá. Pero ahí está la gracia de la poesía y de la vida. Me interesa también mucho el aspecto social de la poesía: la poesía como arma de autodefensa en estos tiempos convulsos y extraños que vivimos. Hay que posicionarse y luchar contra toda esta horda de liberalismo extremo y egoísmo que nos ha dejado, entre otras muchas cosas, la pandemia. La sociedad ha cambiado enormemente en los últimos años. No digo que la poesía pueda hacer de ella un mundo mejor, pero al menos no lo jodamos más. Dejemos a nuestros hijos algo decente, al menos. Textos escogidos de “Hoy el cielo es muy azul, pero no se lo digas a nadie (Farraguas, 2023) La gota malaya Pues no: la piel no es como la de una ballena blanca, gruesa, impenetrable, hermética y aceitosa; ni tampoco uno a todo se acostumbra, como al vino caliente o a la Cruzcampo. (y a veces, sólo a veces) Fui un galgo abandonado en Toledo, y puede que haya llorado como la Callas recordando a Onassis: mas mil veces que te perdí, otras mil que me repuse. La prueba, fehaciente, es que aquí sigo. Pero admitámoslo: las pérdidas en el amor no son nunca inocuas, aunque tengamos escaras en la piel, el culo pelao y las mejillas desteñidas por la sal de las lágrimas. (muy al contrario) Las pérdidas son como la gota malaya término que, erróneamente, acuñó Felipe González mezclando los términos gota china y bota malaya. Gota o tortura china: una gota de agua que cae del techo, y que poco a poco va horadando la piel del cráneo del reo. Así que no nos queda otra que aguantar la maldita gota china o malaya (oriental, en todo caso) que horada el corazón y las entrañas, y que duele, vaya que si duele. Pero, incluso tras estas adversas circunstancias, el cuerpo humano no se rinde, pues mientras estemos vivos, intentaremos desviar esa gota que se dirige inexorablemente al centro del cráneo. Y sacaremos la lengua, intentando atrapar la gota (flip) como el camaleón a la mosca, para aplacar la sed de vida y de futuro, soportando las pérdidas del camino, lleno de piedras, romero y espigas, y sabiendo que el azar es presumido y que la vida se embarra en el trayecto. Dejando pequeñas marcas que ocultamos bajo la ropa: usando cada vez jerséis más gruesos para que nadie descubra nuestro pequeño gran secreto. (schhhh, la herida) Mientras tanto, seguimos haciendo la senda y el cariño, recordando lo bonito que fue, el hermoso sendero que tuvimos: mas el sotavento es imprevisible, y sólo dios sabe adónde nos llevará, porque imprevisibles son también los temporales en estos tiempos de cambio climático y ventiscas. Y con todo ello les digo: que me sigo cagando en el puto amor romántico, fatídico invento de poetas y de literatos ahogados en absenta, y que —por favor— no nos roben lo bailao, que de nada sirve, ni tampoco la ilusión ni la sonrisa al infinito perdida. Vendaval La metaincapacidad de la hoja en blanco llevada al teclado y a la pantalla. La metahistoria. Qué pena no tener una botella de algo en el cajón. Como si sirviera de algo para el caso que nos ocupa. Como si no te llegara la sangre a la cabeza. Como si no llegara la sangre al río. Siempre será mejor que llegue la sangre al río a que no te llegue la sangre a la cabeza. Admitámoslo. (Se admite, señoría). Esto último significaría que me estoy ahorcando. Y no es verdad. Ni sería plan. Quedémonos en el hecho de que hace sol y de que no llegó la sangre al río. Parece abril. Las chicas han despertado de su letargo y yo del mío. Sus faldas tienen vuelo y con este aire todo es posible. Hay cristales transparentes ahí arriba. Al final tendré que inventarme esa botella de algo del cajón y brindar por días como este, en los que enero parece abril. Y quizá, disimuladamente, mire a través de los cristales aprovechando este bendito vendaval. Perseidas
Hoy, súbitamente, me di cuenta de que empecé a olvidarme de tu voz. Es a la vez triunfo y desastre, escozor y alivio en un mundo de vendas blancas y humor acuoso. Suena tu voz ya deslavazada susurrando te quiero, detrás de aquellas montañas cubiertas de niebla hoy. Como tan lejos, como tan dulce, como aquella perseida que pasó cuando estabas mirando al suelo.
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