Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Anti-folk Por diversas circunstancias que no tienen justificación alguna, esta entrevista se realiza al autor de Anti-folk (La Garúa, 2021) tres años después de su publicación. Adrián Bernal, alicantino adoptado por la musa Barcelona, ha aprendido a tomarse con calma la velocidad de la poesía y sus cauces. Bajó a Albox (Almería) la pasada primavera con motivo del galardón Martín García Ramos y tuvimos un encuentro en el que casi me meto debajo de una mesa por postergar tanto esta conversación. Al final, perdí la vergüenza y le pregunté si aún estaba dispuesto a responderme algunas preguntas sobre Anti-folk, a pesar del tiempo transcurrido. La serenidad que le ha dado su experiencia vital se refleja en su cara y me contestó afirmativamente. Como dice el refrán popular, nunca es tarde... Gracias de verdad, Adrián. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: No te habría hecho esta entrevista ya si las inquietudes sobre Anti-folk no siguieran vigentes. El hecho de que la poesía esté tan alejada de la urgencia periodística, ¿lo ves, a la larga, como una ventaja? —ADRIÁN BERNAL: En realidad lo veo como algo inherente a la práctica artística. La creación literaria requiere tiempo, dedicación, reflexión... Sin duda, se puede escribir rápido —y bien—, mucha gente es capaz de hacerlo, pero hay libros que imponen su propio ritmo, y Anti-folk fue uno de esos libros. Coincido contigo en que ese tempo particular del discurso poético, que permite cierto distanciamiento de la actualidad, se puede entender en parte como una ventaja respecto a otros géneros más condicionados por la inmediatez del presente. La poesía, al contrario que el periodismo, no busca proporcionar respuestas; más bien se encarga, si es que se encarga de algo, de plantear preguntas nuevas. Y pienso que ahí reside precisamente su urgencia: en su capacidad para decir lo que no se ha dicho, para articular lo inesperado, para rechazar el lenguaje del poder como lenguaje cotidiano. Tampoco escapa la poesía, por otro lado y a pesar nuestro, a otro tipo de urgencia, la que impone el mercado y la dictadura de la novedad. Si la mayoría de libros de poesía pasan fugazmente (si es que pasan) por librerías y medios especializados, es bastante difícil que esas preguntas de las que hablábamos antes, esas inquietudes que el poemario genera, como dices tú, por muy vigentes que sean, encuentren interlocutores. —ECP: ¿La poesía, en este sentido, llama al sosiego o a la sublevación? —AB: La poesía nunca apacigua. Quizás no subleve en el sentido, digamos, revolucionario de la palabra, pero para mí la poesía es por definición una negación del estado de las cosas; una negación que a menudo se representa como una relación de ausencias, de un diálogo con nuestros fantasmas. De un tiempo a esta parte me interesa mucho eso que Jacques Derrida bautizó como hauntología, que vendría a ser una filosofía de lo espectral, es decir, de lo que ya no está, pero aun así, de algún modo, persiste. Y me interesa especialmente la interpretación que han hecho del concepto críticos culturales como Mark Fisher o Simon Reynolds, que vieron en determinadas propuestas musicales británicas de inicios de siglo una nostalgia sonora colectiva, pero más que una nostalgia del pasado —consustancial a eso que se ha venido llamando posmodernidad y que no deja de ser una sentimentalidad impostada y reaccionaria al servicio del mercado— es una nostalgia de lo que no fue, un recordatorio de los futuros posibles, cancelados por un capitalismo que se proclama no ya el único sistema posible, sino el único imaginable. Creo que la poesía es siempre hauntológica (o casi, en el Estado español ha sido precisamente esa sentimentalidad reaccionaria la que ha dominado durante las últimas décadas la producción, nunca mejor dicho, poética, pero ese es otro tema). Toda poesía convoca a nuestros fantasmas --Anti-folk, al menos, está lleno de ellos—, a nuestros vencidos, para recordarnos que mientras haya memoria nada está perdido. Volviendo a la pregunta, entonces, concluiría que sí, que en esencia toda poesía subleva o, como escribió Juan Gelman, que toda poesía es hostil al capitalismo. ¿Acaso no sigue siendo un fantasma, aquel que recorría Europa, el mayor miedo del capitalismo? —ECP: Antes de entrar propiamente en el libro, el lector halla un buen saco de citas —nueve en total— que van de Dante a Patti Smith, todas elegidas argumentativamente con mucha precisión. Parecen una especie de mapa del tesoro, ¿no? —AB: Yo las veo más bien como pistas. En los primeros borradores, Anti-folk se presentaba como un manuscrito encontrado. Finalmente descarté la idea, pero mantuve algunos indicios que le dan al texto cierta atmósfera policíaca, implícita en la tradición poética que va del flâneur al detective salvaje («¿no es cada rincón de nuestras ciudades el lugar de un crimen?», se preguntaba Walter Benjamin a propósito de las fotografías de Eugène Auget). De todos modos, me gusta mucho esta comparación que propones con el mapa del tesoro, que no deja de ser, como el manuscrito encontrado, un recurso literario, popularizado en el caso del mapa por la novela de aventuras romántica y posromántica. Además, el mapa del tesoro es en realidad una especie de antimapa, lo contrario de lo que un mapa suele ser. Históricamente, los mapas han sido dispositivos mediante los cuales el poder ha resignificado en su beneficio el territorio. El mapa del tesoro, en cambio, se basa en la subjetividad compartida, en la conspiración entre iguales y a menudo en el simple azar. Anti-folk aspira a ser esa clase de antimapa, aunque cuando lo escribía no pensaba tanto en los piratas como en los situacionistas y en eso que, con algo de sorna, llamaron psicogeografía: la ciudad como un mapa emocional que se interpreta desde los espacios de vida y resistencia. Y como ocurre con toda experiencia vital, nuestro estar en el mundo está mediado por lo que leemos, escuchamos o vemos; por la cultura, que es la leyenda de ese mapa. Sin embargo, ¿qué sentido tienen los mapas, incluso aquellos trazados para la conspiración, en la época de Google Maps? Hemos pasado, como afirmaba Gilles Deleuze, de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control: somos nuestros propios carceleros y le indicamos a la máquina en cada momento, con sus herramientas, en su lenguaje, dónde encontrarnos. Supongo que por eso —y digo supongo porque no lo había considerado hasta ahora— el protagonista de Anti-folk se mueve por la ciudad sin teléfono móvil, escribiendo poemas a mano, traduciendo las calles en citas y canciones, siendo testimonio de una forma de entender la ciudad que está siendo obligada a desaparecer, pero no desde esa nostalgia reaccionaria de la que hablábamos, sino desde la rabia, el rencor de clase y el deseo de traer de vuelta a los muertos que nos asedian, a los fantasmas que nos recuerdan (en un dialecto «que solo entienden los poetas / muertos y los cantantes de rock & roll») lo que pudo haber sido, lo que todavía podría ser. —ECP: ¿Qué clase de viaje es Anti-folk? ¿Un viaje por la noche? —AB: Es literalmente el clásico descenso a los infiernos —la Comedia es el referente principal y evidente del poemario—, pero a la vez es un viaje a la ciudad interior, un inner city blues a la manera de Marvin Gaye. Un viaje por los barrios empobrecidos, la especulación urbanística y los desahucios; un viaje a los lavados de cara institucionales, a las políticas del olvido, a la brutalidad policial. Quería mostrar en ese mapa imposible que mencionábamos antes los fuegos que, como los herejes que describe Dante, continúan ardiendo incluso tras su muerte, a pesar del esfuerzo incesante de la distopía liberal por absorberlos o destruirlos. Ese es el infierno de Anti-folk, el nuestro: uno que no entiende de alegorías ni metáforas; que todo lo convierte en mercancía; que castiga la pobreza como el peor de los pecados; que no se adentra en la tierra, sino que se expande, expulsando a una periferia sin fin todo lo que su algoritmo no es capaz de procesar. —ECP: Hay cierto coqueteo con la prosa. Yo he tenido la sensación, habiendo leído tu obra anterior, de que tu predisposición creativa para este libro era más flexible, menos rígida. ¿Fue así? —AB: Siempre me han interesado las posibilidades rítmicas y plásticas de la prosa, pero siendo un poeta que en general abusa del verso libre y el versículo (que ya facilitan la experimentación en la escritura) mis incursiones habían sido relativamente puntuales. En cambio, en Anti-folk predomina el endecasílabo, un metro que acompaña bastante bien el tono y la intención del libro, pero que en ocasiones me resultaba demasiado rígido. Necesitaba, por tanto, un contrapunto; aquí entra la prosa, que equilibra el conjunto no solo formalmente, también a través del contenido, ya que los textos en prosa (que pretenden ser una especie de cara B de los poemas en verso) juegan con diferentes registros, que van desde lo poético en sentido más o menos estricto a lo ensayístico y lo metaliterario, pasando por borradores o simples anotaciones. Sí hay una voluntad de —por expresarlo de algún modo— romper el poema, pero también es verdad que en Anti-folk hay un trabajo previo muy intenso sobre la estructura, ya que cada uno de los diez cantos que lo conforman es, simultáneamente, un círculo del Infierno, un distrito de Barcelona y una canción de un presunto disco de versiones (que, de hecho, da título al poemario). Hasta que estas correspondencias no estuvieron definidas, y eso me llevó bastante tiempo, no me centré en la redacción del libro como tal. O sea, que el proceso de creación no fue nada flexible, pero a pesar de ello —o quizá gracias a ello— el resultado sí lo ha sido. —ECP: En el ‘Canto cuarto’ juegas con la intertextualidad con resultado mágico y mortal. No solamente es en este canto, pero querría preguntarte por eso, por cómo planteas el ensamblaje de voces. —AB: Para mí, escritura e intertextualidad son dos cosas inseparables, aunque es verdad que antes de este libro la intertextualidad aparecía en mi poesía de una manera casi refleja, como una influencia más o menos tácita de mis lecturas y filias. En Anti-folk hay un tratamiento mucho más consciente y meditado, al servicio del poemario, de la relación entre textos. Fundamentalmente por todas esas capas (literarias, musicales, urbanas) de significado que se van acumulando, pero más allá de estos subtextos fáciles de reconocer y que constituyen la base del libro (la Comedia, los barrios de Barcelona, las versiones...) quería lograr una polifonía que reinterpretase el periplo de Dante y Virgilio por el Infierno. Me explico: si en la Comedia los condenados se van relevando para sorprender al narrador con el relato de sus penas, en Anti-folk los espectros se comunican (en un sentido doblemente fantasmagórico: el dantesco y el hauntológico) a través del MP3 del protagonista y de las citas que, como decíamos, la ciudad le sugiere a este. Para conseguir esto me centré en el montaje —«el arte de citar sin comillas», que decía Benjamin—, un poco al estilo, tan demodé como aún modernísimo, de las sinfonías urbanas cinematográficas, pero sobre todo quería que las referencias funcionasen como samples. Por eso las citas (excepto en los epígrafes iniciales, que buscan enmarcar el libro temática y estéticamente, como comentaba antes) no están acreditadas, solo marcadas con cursiva, no tanto para identificarlas como para imitar esa textura diferente que el sample aporta a una grabación. El caso concreto del ‘Canto cuarto’, de todos modos, es un poco distinto, ya que, a pesar de encajar muy bien y de contribuir a la pluralidad de voces, ‘Tannhäuser Blues’ era inicialmente un texto independiente —un conato de poemario, de hecho— que acabó integrado en el corpus de Anti-folk como una de esas caras B. Por eso, para subrayar esa separación, decidí que este texto estuviera específicamente firmado por el protagonista del libro. —ECP: ¿Podría escribir Anti-folk alguien que no fuese músico?
—AB: Al contrario, pienso que alguien que de verdad fuese músico no necesitaría escribir poesía. Yo escribo porque no sé cantar y apenas soy capaz de aporrear algunos instrumentos. Mis aproximaciones a la literatura —como autor, especialmente, pero también como lector— persiguen esos destellos, esos temblores que en ocasiones se vislumbran en la música; usando una expresión de Fisher, «la anticipación de un mundo radicalmente transformado». En ese sentido, sí, alguien que no entienda así la música, y la poesía, no podría haber escrito, para bien o para mal, algo parecido a Anti-folk. —ECP: Tu ‘Canto sexto’ me provoca, de nuevo, el dilema de si la lucha social debiera tener, al menos, un barniz de alegría. Entonces, Adrián, dime. La protesta... ¿Con baile o sin baile? —AB: Pues lo cierto es que yo tampoco lo tengo claro. De hecho, ese canto es un texto construido a partir de una traducción bastante libre (y tirando a regulera, porque el traductor soy yo) de la letra de ‘Dancing in the street’ de las Vandellas, y de fragmentos de diversos artículos de prensa sobre los disturbios que sucedieron al desalojo del centro social okupado Can Vies en 2014. El poema se debate, creo que sin llegar a ninguna conclusión, entre esa visión tan soul de la protesta como fiesta, por un lado, y las consecuencias de la violencia institucional, por el otro. Generacionalmente, mi educación política pasa por el movimiento antiglobalización de finales de los noventa y principios de los dos mil, para el cual lo insurreccional y lo carnavalesco van de la mano, pero en ocasiones no deja de resultar frívolo ese enfoque lúdico de las luchas sociales. ¿Quién va a tener ganas de ponerse a bailar ante los feminicidios, ante las muertes en el Estrecho, ante el genocidio del Estado de Israel en Palestina? Incluso si, en otros contextos o por el motivo que sea, nos sentimos interpelados al baile, ¿tiene sentido siempre hacerlo? Pienso que a menudo aquella famosa frase atribuida a Emma Goldman se formula desde el escapismo, y que podría leerse también al revés: si no es nuestra revolución, quizá no deberíamos bailar. —ECP: ¿Podría decirse que Robert Johnson, Langston Hughes y John Coltrane forman la Santísima Negritud de esta comedia divina que es Anti-folk? —AB: Si hay que darle forma de trinidad, veo más a Little Richard como el Hijo. Langston Hughes sería, probablemente, uno de los evangelistas. En cualquier caso, hablando de fantasmas y de músicos muertos, ¿qué otra cosa es el Espíritu, The Holy Ghost, sino esa presencia invisible que recorre la música afroamericana, y por extensión toda la música popular, desde el blues hasta el rap y más allá? Volviendo por enésima vez a Walter Benjamin, en Sobre el concepto de historia se dice que sin la teología, sin un impulso mesiánico que repare las injusticias presentes y pasadas, que reconozca a nuestros muertos (¿no es esto, también, hauntología?), la perspectiva del materialismo histórico (a saber: la historia no como historiografía, sino como memoria de los vencidos) está condenada al fracaso. En el blues veo ese mismo impulso mesiánico, que arrastra y renueva generación tras generación la promesa de redención; el definitivo ajuste de cuentas con los vencedores, porque, ya lo sabemos: «ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer». —ECP: Despides el ‘Canto séptimo’ de esta manera: «así que corremos hacia el infierno, / pero ya estamos en el infierno, / así que corremos hacia el diablo / y su oferta y su cruce de caminos». ¿Es la frontera una condena? —AB: Las fronteras son una condena terrible para las personas que las cruzan a un coste altísimo, para quienes mueren en el intento, para quienes se quedan atrás. Es cierto que los espacios fronterizos pueden ser, han sido, a veces, zonas de mestizaje y de transformación; lugares, como decíamos líneas arriba respecto de la poesía, donde se articula lo inesperado. «Vivir en los bordes», señala Gloria Anzaldúa, «no es cómodo, pero es el hogar». En nuestro caso, no obstante, desde nuestro privilegio de individuos no atravesados por la frontera, desde esta Europa neofascista de Frontex y Mare Mortum, la única poesía que puede ofrecernos la frontera es la de su disolución.
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El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
CAMARASA, RAFAEL CARBAJOSA, NATALIA CARIDE, ALBERTO CARRILLO, VIRIDIANA CÉLINE CEREZUELA, ANA CERVERA, RAFA CHEJFEC, SERGIO CHEJFEC, SERGIO [5] CHESSA, ALBERTO CHESSA, ALBERTO [Anatomía de una sombra] CHICO, ÁLEX CISNERO, ALBERTO COMAN, DAN CONTRERAS, NADIA CORTINA, ÁLVARO CRUZ, GINÉS DELGADO, DESIRÉE DÍAZ, ANA CLAUDIA DÍEZ, JOSÉ MANUEL DOMINIQUE A ELENA PARDO, CRISTINA ELKOURI, RIMA ESPEJO, JOSÉ DANIEL ESPEJO, JOSÉ DANIEL [Perro fantasma] FONT, VIOLETA GALÁN, JULIO CÉSAR GALÁN MOREU, SALVADOR GALÁN MOREU, SALVADOR [No fall] GALINDO, BRUNO GALLARDO, JOSÉ MANUEL GALLUD, EVA GALVÁN, ANI GAMBOA, JEYMER GARCÍA, CONCHA GARCÍA, DIEGO L. GARCÍA JIMÉNEZ, SALVADOR GARCÍA LÓPEZ, ERNESTO GARCÍA MELLADO, ISABEL GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARRIDO PANIAGUA, RODRIGO GASS, CARLOS GINÉS, ANTONIO LUIS GINÉS, ANTONIO LUIS [Antonov] GÓMEZ, MACARENA GÓMEZ BLESA, MERCEDES GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO [QUIROMANTE] GONZÁLEZ LAGO, DAVID GRACIA, ÁNGEL GROZO, DANIEL GUERRA NARANJO, ALBERTO HENDERSON, DAIANA HERNÁNDEZ, GALA HERNÁNDEZ, JULIO HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [EL DOLOR DE LOS DEMÁS] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [ANOXIA] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [TIEMPO POR VENIR] HERNÁNDEZ BUSTO, ERNESTO IRIBARREN, KARMELO C. JORGE PADRÓN, JUSTO KASZTELAN, NURIT LADDAGA, REINALDO LAYNA RANZ, FRANCISCO LEZCANO, YULEISY CRUZ LINAZASORO, KARLOS LLOR, DOMINGO LOBATO, FLORA LÓPEZ, PABLO LÓPEZ AGÜERA, FULGENCIO ANTONIO LÓPEZ KOSAK, ANDREA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA [Qué mundo tan maravilloso] LÓPEZ POMARES, ALEJANDRO LÓPEZ SANDOVAL, DAVID LÓPEZ SORIA, MARISA LOUZAO, ALICIA MACHUCA, LUIS MAESTRO, JESÚS G. MALAVER, ARY MANUELA, ADRIANA MARGARIT, LUCAS MARÍN, MARÍA MARÍN, MARIO MARÍN ALBALATE, ANTONIO MARQUARDT, ANJA MART, BLANCA MARTÍ VALLEJO, MAITE MARTÍN, RUBÉN MARTÍN GIJÓN, SUSANA MARTÍN IGLESIAS, VÍCTOR MARTÍNEZ CASTILLO, ANA MENDOZA, NURIA MESA, SARA MICÓ, JOSÉ MARÍA MIGUEL, LUNA MIRALLES, INMA MOGA, EDUARDO MOLINO, SERGIO (DEL) MONTEVERDE, JULIO MONTEVERDE SÁNCHEZ, CONCEPCIÓN MOR, DOLAN MORALES, JAVIER MORANO, CRISTINA MORENO, ANTONIO MORENO, ELOY MORENO, JAVIER MORENO, SEBASTIÁN MORENTE, ESTRELLA MOYA, MANUEL MUÑOZ, MIGUEL ÁNGEL NAVARRO, ÓSCAR NETO DOS SANTOS, MANUEL NIETO, LOLA NORDBRANDT, HENRIK NUÑO, SIHARA OLMOS, ALBERTO OREJUDO, ANTONIO ORTIZ, DEMIAN ORTIZ ALBERO, MIGUEL ÁNGEL PALOMEQUE, AZAHARA PAPELES DEL NÁUFRAGO [Antonio Lafarque y Aníbal García] PARDO VIDAL, JUAN PARRA SANZ, ANTONIO PEÑA DACOSTA, VÍCTOR PEÑALVER, PATRICIO PEÑAS, ESTHER PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Querida hija imperfecta] PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Las sumas y los restos] PÉREZ LEAL, AGUSTÍN PÉREZ MONTALBÁN, ISABEL PERONA, JESÚS PICÓN, EMILIO PRADA, JUAN MANUEL DE PRUDENCIO, JESÚS PUJANTE, BASILIO PUJANTE, MANUEL QUIJANO SÁNCHEZ, EDUARDO RÍOS, BRENDA RIVAS GONZÁLEZ, MANUEL ROBLES, SALVA RODRÍGUEZ, ALFREDO RODRÍGUEZ, ALFREDO [Urre Aroa] RODRÍGUEZ, ALFREDO [Días del indomable] RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, ANTONIO RODRÍGUEZ PAPPE, SOLANGE ROMERO MORA, J.D. ROMERO MORA, J.D. [En el desvarío] ROSADO, JUAN JOSÉ ROSSELL, MARINA RUDEL, JAUFRÉ RUIZ GUERRERO, Mª CARMEN SALSE BATÁN, ALEJANDRO SÁNCHEZ, GINÉS SÁNCHEZ, GINÉS [2096] SÁNCHEZ, GINÉS [MUJERES EN LA OSCURIDAD] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [El nudo] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [FACTBOOK] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LA CADENA DEL FRÍO] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LOS QUE ESCUCHAN] SÁNCHEZ GÓMEZ, MARISOL SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS [Pastillas debajo de la lengua] SÁNCHEZ MENÉNDEZ, JAVIER SÁNCHEZ ROBLES, MIGUEL SÁNCHIZ, ANTONI SANTOS, ABEL SCHWEBLIN, SUSANA SEÑOR, RUBÉN SERRANO, PABLO SORIANO, ADA SUANE, SAÚL TRIGUEROS, SARA J. ÚBEDA, ANABEL URÍA, JUAN MANUEL VAL, FERNANDO DEL VALDÉS, ANDREA VALERO, MANUEL VALLÈS, TINA VARAS, VALENTINA VEGA, MIGUEL VERA FIGUEROA, ALBA VICENTE, TERESA VICENTE CONESA, FRANCISCO VILA-MATAS, ENRIQUE Hemeroteca
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