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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

MANUEL GARCÍA PÉREZ

28/6/2025

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Entrevista realizada por LUISA PASTOR

El Café del Poeta: charla con MANUEL GARCÍA PÉREZ

El 11 de mayo, con luz de domingo, me espera en una de las mesas del Café del Poeta, frente a mi casa, Manuel García Pérez, para hablar de su último poemario, Vida y época de la ausente Eileen, elegantemente editado por la editorial Renacimiento tras resultar ganador en el XI Premio de Poesía Juana Castro.
Cuando llego, con tan solo cinco minutos de retraso, él ya ha apurado su café. Estoy acostumbrada, como vieja amiga suya que soy, a sus velocidades. Yo me pido mi vermú de siempre, que paladeo y me dura toda la conversación. Eso es lo que me gusta de tenerlo como amigo: nuestra complicidad, adornada con el sello de lo que es distinto. Al día siguiente, el libro se presenta en Orihuela y yo estaré a su lado. Trata de no concederle demasiada importancia, pero sé que es verdaderamente significativo y reafirmante para él.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Cómo viviste y vives la experiencia de resultar premiado y publicado por Renacimiento, una editorial tan importante en el panorama poético nacional? Sé que no frecuentas demasiado los concursos. ¿Qué te movió a participar en este?
 
—MANUEL GARCÍA PÉREZ: Pertenezco a una generación de escritores a los que publicar un libro le fue prácticamente imposible a finales de los noventa especialmente, porque los recursos en las editoriales, los procesos de industrialización, las ayudas y subvenciones, los requisitos y los criterios de calidad eran más que restrictivos. Que una editorial pequeña pudiese publicarte, tal y como sucedió con mis dos primeros poemarios, era un éxito mayúsculo. Con la llegada de la autoedición, Amazon y muchas subvenciones europeas, es raro que cualquier persona con inquietudes creativas no tenga ya publicado un libro.
Además, llevo muchos años también reseñando obras literarias en diversos medios y, en esta última década, la nómina de escritores es infinita y los criterios de calidad han saltado por los aires, pues los editores en poesía están buscando creadores que, si bien demuestran talento, responden antes que nada a estereotipos de prestigio político y mediático, no tanto a estándares de innovación o trascendencia creativas.
De repente, me he encontrado con autores que, sin apenas trayectoria, han logrado publicar en varias editoriales con amplia distribución. Por esa razón, necesitaba saber en qué lugar estaba yo después de estos años y me la jugué presentando este poemario a dos concursos internacionales donde la objetividad estaba por encima de la influencia de editores y las necesidades del mercado.
Opté por el Premio Juana Castro y concursé con el convencimiento de que enviaba un trabajo meditado y con una unidad temática clara. Y, aunque los premios no signifiquen nada en muchos de los casos, el hecho de que lo ganase y me publicase Renacimiento me han valido al menos para reafirmar que mi trayectoria, desde hace muchos años, presenta una progresión estética y reflexiva, que responde a un constante trabajo de revisión y mejora de mis textos.
 
—ECP: En la primera charla que mantuvimos tú y yo acerca del libro, me comentaste la influencia de la escritora Ottesa Moshfegh. De esta autora el New Yorker hizo una reseña en estos términos: «Posiblemente, la escritora americana más interesante a la hora de escribir sobre el hecho de estar vivo cuando estar vivo es un suceso terrible». Una musa oscura, Manuel.
 
—MGP: Me gusta explorar la literatura contemporánea a través de aquellos autores que son hijos de su tiempo. La ficción que mira constantemente al pasado o aquella que se recrea en otras posibilidades de mundo no me interesan. Me inspira mucho más detenerme en narradoras como Moshfegh que analizan los problemas sociales y filosóficos de nuestra coyuntura, que profundizan y matizan el sentir y la preocupación de los sujetos anónimos que experimentan la soledad, pese a vivir en la metrópoli o en las capitales.
Ese contraste entre la gestión de la depresión y la hiperestimulación de las ciudades forma parte del espíritu de este libro. Y Moshfegh, como Lorrie Moore, han sido influencias determinantes para la estética de Vida y época de la ausente Eileen.
 
—ECP: Estamos, Manuel, ante un poemario marcadamente culturalista. Hay referencias a pintores, compositores, intérpretes de cine, instrumentistas, hombres y mujeres que conforman un tejido cultural más bien marginal o elitista, podría decirse, hasta el punto de que puede resultar en cierta medida hermético. Imagino que tú eres consciente de ello. ¿Es un riesgo calculado? ¿Una provocación al lector?
 
—MGP: Necesitaba crear un crisol de estímulos en los que esa soledad profunda y desesperada contrastara con el flujo interminable de códigos y señales que la modernidad y posmodernidad representan. La globalización ha sido una globalización económica, cultural, del ocio incluso, étnica y tecnológica, pero también vivimos la globalización del individualismo y las enfermedades mentales.
Y esto último son procesos destructivos, porque son íntimos, inéditos para quien los sufre, e intransferibles. La globalización también ha conllevado la resignación y acatamiento de que la soledad es un mal consustancial a las bonanzas de esta realidad donde la música, la literatura, las redes sociales, las plataformas audiovisuales, por ejemplo, fluyen a nuestro alrededor sin fecha de caducidad; un mundo virtual que nada tiene que ver con las realidades del espíritu. Mis referencias culturales en el poemario no hacen otra cosa que ahondar en su banalidad frente a mujeres destruidas y abandonadas a su suerte.
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El autor en la cantina del IES Thader (Orihuela) © María Durán
—ECP: Explícanos la génesis de esta obra, ¿qué hay detrás de esta misteriosa Eileen Dunlop, que, como San Agustín, se ha convertido en una incógnita incluso para sí misma? ¿Cuál es su historia? ¿De dónde viene para acabar deambulando, como sonámbula, por tu poética? ¿Tiene algo de «mujer rota», en términos de Simone de Beauvoir?
 
—MGP: A partir de mis lecturas de Otessa Moshfegh, y especialmente de la lectura de Mi nombre era Eileen, diseñé una biografía ficticia basada en algunos aspectos secundarios del perfil de la protagonista de Moshfegh.
Conforme escribía el poemario, Eileen se iba pareciendo más a los personajes que suelo crear en otros de mis textos, porque el estigma de la autodestrucción empezaba a hacer mella en su realidad carnal y psicológica. Es una mujer rota, tienes razón, una mujer rota que se niega a aceptar el acabamiento, que asume que los ansiolíticos y los antidepresivos pueden mantenerla a flote y que, pese a la adversidad, prefiere el conformismo a desaparecer.
 
—ECP: A la co-protagonista o antagonista, la presenta Eileen a través de un orfidal, en estos términos: «Me cogió la mano / y la miré sin parpadear a la cara. / No sé todavía / si era realmente hermosa. / Elogié la vegetación, / nuestra historia, / la vegetación que medra / alrededor de Rebeca». ¿Qué puedes contarnos de ella y de la toxicidad que esconde bajo su albornoz?
 
—MGP: Todas las relaciones anteriores le han fallado al personaje principal de mi poemario, incluso su madre. Eileen no puede creer en el amor. Para alguien como ella, el amor es desencanto y derrota, una ilusión almibarada con obsolescencia programada.
Sin embargo, en su comprensible búsqueda de la compañía, Rebeca es su alter ego, una representación de ella misma, de una mujer también aniquilada por la incomprensión y la ausencia. A ellas solo les queda el sexo y el acompañamiento, una clase de sororidad que no va a construir nada, pero que al menos les sirve para llevar sus duelos personales con pragmatismo.
 
—ECP: Quien te conoce, advierte que en este libro se mantiene una línea constante en tu producción: la existencia asomada a un permanente abismo o lado oscuro, la identidad asociada al dolor. De hecho, entre las citas que encabezan el poemario podemos reconocer a dos poetas ciertamente tanatoestéticas (como Eileen), dos de las poetas suicidas más famosas de la poesía contemporánea: Anne Sexton y Sylvia Plath. ¿Podríamos llegar a decir que es tu gran obsesión?
 
—MGP: En mi poesía, existen dos constantes fundamentales desde hace muchos años: la violencia como categoría filosófica y la aceptación de la muerte como un síntoma de padecimiento que es consustancial al hecho de ser hombre. Sé que hay una gran fascinación reciente por la poesía de Sexton, una fascinación que está vinculada a su suicidio, como en el caso de Plath.
Pero siendo sinceros, no hay nada fascinante, una vez que sales de su literatura. Plath y Sexton estaban enfermas. Eran mujeres enfermas, con vidas donde el sufrimiento fue atroz. La relación creativa entre patología y escritura es demasiado atractiva, lo sé, y de eso me aprovecho, pero en mi poemario también se comprueba que Rebeca y Eileen están gobernadas por la culpa y, sobre la culpa, la ansiedad como síntoma de patologías feroces. Detrás de la seducción de estos escenarios, solamente hay sufrimiento y el vacío más absoluto.
 
—ECP: Hablemos de los fármacos. Además del sueño, que es el fármaco reparador por excelencia, la medicación psiquiátrica tiene una importante presencia, facilitada por una terapeuta freelance, la doctora Tutle. Desde el Orfidal al litio, pasando por el Valium o el Infermitirol, que aparece en ‘Acampada en Michigan’.
 
—MGP: Creo que es uno de los motores del relato que constituye este libro de poemas. El fracaso y la frustración sólo son subsanables desde la resignación asumida desde un proceso interior de deshumanización que la propia adversidad ha tramado para Eileen. La adicción a las drogas se convierte en una experiencia cotidiana, en una tabla de salvación momentánea, porque ese alivio sintomático tiene fecha de caducidad y es ahí donde empieza la autodestrucción, lo insalvable; el pretexto de vivir sencillamente por vivir. Esa es una de las reflexiones que explora este poemario. Vivir para nada.
 
—ECP: En el poemario, se reflejan muchas de tus inquietudes, el melómano que eres, por ejemplo, no sólo por las referencias a grupos musicales, como los Moldy Peaches o cantantes concretos, como el islandés Ouse, a quien dedicas una oda, por cierto, sino también por el empleo de un lenguaje musical, que da títulos a poemas como  ‘Rebeca’s blues’. ¿Qué aporta esa música, que también es, en muchos casos, alternativa y rara, a tu trabajo como escritor y al propio trabajo lector?
 
—MGP: Es fundamental para lograr la verosimilitud en un poemario eminentemente urbano. Las resonancias minimalistas de Stetson y la presencia de los Moldy Peaches intervienen en una contextualización que aproxima a Eileen a la carnalidad, porque, pese al simbolismo y las metáforas, nuestra protagonista es una mujer, no es una alegoría o un trasunto semántico. De hecho, en Eileen no se idealiza nada en absoluto. Al contrario, se describe el inframundo de una mujer carnal a la que la soledad la cerca y asfixia. Y la música, además de aportar verosimilitud, es una falsa condición ambiental donde se disimula ese declive.
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Luisa Pastor y Manuel García Pérez 'coloquiando' © Álvaro Giménez
—ECP: No puedo hablar contigo de este libro ni de nada, por otra parte, sin que aparezca el tema del cine, otro elemento fundamental en las páginas de este libro. De hecho, la historia de Eileen y Rebeca sirve de base a una película, en la que la propia autora intervino como guionista. ¿La has visto? ¿Hay algo de ese film en esta obra?
 
—MGP: No he visto la película, porque no quería contaminarme en la revisión de las galeradas. Eileen tiene su origen en la narrativa de Moshfegh, pero no es la Eileen de la narradora. Es mi Eileen, una mujer que, con el paso de los meses, se parece cada vez más a esas madres, abuelas y tías que han tenido que afrontar solas la pérdida de los suyos, la viudez, y ser cuidadoras de padres y madres incapacitados por la enfermedad o la senectud.
La presencia de estas mujeres en mi poemario, pese a vivir en Estados Unidos, se asemeja a toda una generación de luchadoras silenciosas que sólo salían de casa para trabajar, haciendo de la invisibilidad su más preciado don.
 
—ECP: Los paraísos artificiales, y muy en particular, el alcohol, sirven como escape ante la realidad pero persiguen como una maldición, una condena, convertida en ‘Primer mandamiento’, como sugieres en este hiperbreve poema, que dice tan sólo esto: «Se entregaba a la ginebra / como el solitario pájaro de Yeats al fuego». ¿Una realidad sórdida puede generar imágenes tan bellas como esta?
 
—MGP: Sin espacio público, no hay humanidad. La mujer que representa Eileen es la que trabaja fuera y vive en casa la mayor parte de su tiempo. Si sale para relacionarse con los otros, lo hace emborrachándose o acostándose con hombres que afectivamente no le dicen nada. El alcohol borra, olvida y extingue esa condición promiscua y mórbida en mujeres que no tienen otra opción de ser visibles, de participar de lo público, pero, ¿a qué precio? Al precio de lo que vale una botella para poder regresar a casa sin remordimiento.
 
—ECP: Pintalabios de color carmesí, rímel corrido, delineador blanco para los párpados. Podemos hablar de una cosmética del dolor, ¿no?
 
—MGP: Creo que hay un ritual de muerte y sacrificio en el hecho de que mujeres como Eileen se maquillen. En el fondo, están perdidas y rotas, así que la cosmética intenta disimular ese daño constante que las va erosionando.
Nada puede herir más que aparentar lo que uno no es, así que el maquillaje no es un maquillaje para fascinar, sino para consolidar la devastada autoestima que las gobierna. Un maquillaje tribal, de cazadora, o de presa que va a ser sacrificada. Las pinturas y los tintes, además, se diluyen y se borran, dejando un rastro zafio sobre la piel, solapando y ocultando contornos, perfiles, miradas. El maquillaje de varios días hace que la identidad del yo desaparezca.
 
—ECP: El sentido espiritual que tiene esta propuesta de desconexión a través del sueño en ‘Mi año de descanso y relajación’ prepara también al lector para la entrada de un léxico de carácter ya declaradamente religioso. Ya al principio de la obra encontramos, por ejemplo, una ‘Oración para Colin Stetson’, famoso saxofonista y compositor estadounidense, y conforme se va cerrando el libro, se suceden referencias a Dios, los cielos, mandamientos varios y otras bendiciones, llegando incluso a poner el broche final un salmo y una monición de salida. Igual que he hablado antes de una cosmética del dolor, ¿podríamos decir también, como advirtió Tolstói en sus diarios a propósito de la muerte de su hijo, que el dolor comporta cierto misticismo, nos eleva espiritualmente el martirio?
 
—MGP: No quise renunciar a una de las características fundamentales de mis poemarios anteriores y es ese sentido religioso y ritual que tiene la poesía tal y como yo la concibo. Pese a ser un poemario realista e inspirado en las metrópolis, la estructura, el simbolismo y el lenguaje pertenecen a una concepción de la poesía como una oración, un mantra, una fórmula propia del exorcismo.
Rebeca y Eileen son personajes que dialogan con sus demonios a diario. Son mujeres, además, que no van a ser salvadas y que han dejado de tener esperanza. Por esa razón, hay un misticismo del mal y del bien en los textos, una aproximación a la catarsis desde la ejemplaridad de estas mujeres de carne y hueso, en las que el fatalismo y la perdición son ya una realidad. Agarrarse a Dios se ha convertido en una ilusión para ellas y la vida es ya un valle de lágrimas del que no van a salir, ni lo pretenden.
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Entrevista en el Café del Poeta (Orihuela) © Álvaro Giménez
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ALBERTO CHESSA

20/6/2025

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Entrevista realizada por AMANDA ZAMORA DEL BAÑO

Non finito

Non finito (La Pipa de Kif, Madrid, 2024) es aquella obra incompleta o imperfecta. Una corriente artística, pero que parece que define a la propia humanidad. Alberto Chessa (Murcia, 1976) abraza a esos lectores que huyen de la perfección poética y la genialidad creativa. Su obra repasa treinta años de escritura y nos muestra la existencia con sus idas y venidas. A lo largo del poemario, te sentirás copartícipe de una vida o de varias; o, incluso, abandonarás el protagonismo de la tuya propia para convertirte en un personaje más. Esta obra es el comienzo de la reflexión interpersonal.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Crees que esta obra recoge definitivamente tu experiencia y creaciones como poeta?
 
—ALBERTO CHESSA: Hombre, «definitivamente» y «non finito» parece que no se llevan del todo bien, ¿verdad? No cabe duda de que esta antología (o antilogía, como yo prefiero llamarla) supone un alto en el camino, una preciosa oportunidad para reflexionar sobre lo que uno ha venido haciendo con los versos (a veces, me temo que también cometiendo) y también para conocer mejor a ese otro que habla por ti, pues firma con tu nombre, pero no es exactamente tú. De ahí a conferirle un cariz de definitivo a esta gavilla de poemas hay un trecho inmenso que sinceramente ni siquiera me planteo.
 
—ECP: ¿Por qué describes esta obra como una “antilogía”?
 
—ACH: Mucha gente ha pensado que es un neologismo que me saqué de la manga. Ya me gustaría. En realidad, el vocablo existe, está acuñado y, si nos ponemos reglistas, te diré que incluso viene recogido en el Diccionario de la Academia. Ahí se le da la siguiente definición: «Contradicción entre dos textos o expresiones» (la misma definición, por cierto, que ofrece María Moliner). Quiero pensar que mi poesía se discute a sí misma continuamente, pues bebe sin empacho de la paradoja, la antítesis, una suerte de juego dialéctico expresado a modo de réplicas y contrarréplicas. Como, además, en este caso el antólogo fui yo mismo, el resultado de seleccionar unos poemas de épocas dispares y ponerlos a dialogar (quizá mejor, a discutir) en el mismo volumen no podía más que obligarme a estampar al frente esa falsa metátesis de antilogía por antología. (Lo de metátesis, claro está, es un ramalazo pedantesco de filólogo a la violeta).
 
—ECP: ¿Crees que la obra de un poeta termina en algún momento o es eternamente “non finita”?
 
—ACH: Te respondo con unos versos de José Hierro que tu pregunta me ha traído de inmediato a la mente: «Mi Obra, dices. Olvidas / que vida y muerte son tu obra».
 
—ECP: En muchos poemas se aborda el tema de la poesía y su escritura. ¿Por qué la metapoesía es tan importante para ti?
 
—ACH: No creo que sea posible no reflexionar sobre la propia materia que nos atañe cuando abordamos un trabajo llamémoslo creativo o artístico. Escribir poesía es, antes que nada, preguntarse qué es la poesía o, con algo más de modestia, qué pretende decir ese poema que anda moscardoneándote. Y aquí, como en cualquier otra expresión estética, el qué es también el cómo. Otra cosa es que exista en sí mismo un tópico literario o motivo recurrente al que podemos referirnos como poema metapoético. Y en él, como en cualquier otro leitmotiv, hay muestras excelsas y también nonadas vergonzosas. Hay poetas que no dejan de dar la matraca sobre el poema que no se deja escribir (¡como si no lo estuvieran escribiendo ya!) y también hay poetas que se valen de lo metapoético para endosarnos el enésimo autorretrato narcisista. Como puedes suponer, no es mi intención incurrir en ninguno de estos dos pecados, aunque jamás he tirado la primera piedra.
 
—ECP: ¿Has recurrido al italiano en tu escritura alguna vez?
 
—ACH: Certo! ¿Quién te lo ha dicho? ¡Malditas fiestas del Erasmus en Cerdeña! Si lo llego a saber, no hubiese ido dejando por ahí aquellos versos deleznables fechos al itálico modo.
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Con su editor José Alcaraz © La Montaña Mágica

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Coloquiando con Chessa © La Montaña Mágica
—ECP: ¿Qué poema dirías que falta en este libro y por qué?
 
—ACH: Pues ese poema que uno siempre ha querido escribir (huelga aclarar que sublime) y los dioses no han querido todavía concederme. Te invito a que repares en ese «todavía»: la vanidad también se alimenta de futuribles.
 
—ECP: ¿Piensas que el lector se convierte en partícipe de la vida del poeta cuando este comparte sus experiencias personales, o se mantiene siendo un mero espectador?
 
—ACH: Depende del lector. Depende del poeta. Depende del poema. Pessoa hablaba de «drama en gente»: esa pluralidad de voces con la que todo gran poeta convive en su interior puede, de hecho, articularse en una monodia que un lector particular interprete como una confesión al oído. A mí, en cualquier caso, no es algo que me preocupe en exceso. Eso de que uno cuando escribe postula un lector ideal... Sí, claro; y precisamente por ser ideal es por lo que al lector real no hay manera de postularlo, por mucho que haya quien afirme que escribe para dirigirse a sus lectores. Mi compromiso es con la página, que trato de pergeñarla lo mejor posible. Y obviamente me gusta pensar que esa página va a ser leída con provecho y ojalá que un algo de complicidad. Pero esto último no está en mi mano.
 
—ECP: ¿Volverías a hacer una antología dentro de algunas décadas?
 
—ACH: Gracias por augurarme una vida longeva. ¡Algunas décadas! Acabo de cumplir 49 años. Unas «décadas» (así, en plural) me temo que me plantan ya en la vejez. Pero es verdad que José Alcaraz, el artífice de esta correría (y a quien le estoy agradecido siempre), seguirá siendo un mancebo para entonces. De modo que sí: si él quiere y me lo propone, sacaremos Finitissimo en torno a 2085.
 
—ECP: ¿Hay algún poema que hayas escrito recientemente y que te hubiera gustado que estuviera en esta obra?
 
—ACH: No. Tenía un libro prácticamente acabado cuando preparé la antología, pero no quise que entrara en ella nada que no hubiera sido antes publicado. Otra cosa es si cambiaría ahora la selección, o algunas partes de ella. Y la respuesta... La respuesta... Me la guardo.
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ANTONIO PARRA SANZ

18/6/2025

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Entrevista realizada por JESÚS BOLUDA DEL TORO
Gomes & Cía

Después de tres entregas de la serie de Sergio Gomes, regresa Antonio Parra Sanz con Gomes y Cía. (MAR Editor, 2025), un volumen de relatos que acoge siete casos de su detective, en los que rinde homenaje tanto al género como al formato breve, que no siempre es muy practicado por los autores “negros”.
En Gomes y Cía. Parra Sanz nos ofrece, en realidad, siete fogonazos de una realidad oscura y reconocible. Casos que huelen a calle mojada, a desconfianza, a cicatrices. Y en el centro de todo, ese investigador cincuentón, irónico, cansado del mundo, pero aún dispuesto a revolverlo cuando la justicia lo reclama, aunque sea con los nudillos pelados.
Gomes no es un héroe. Ni falta que hace. Es un hombre que observa, que deduce, que sufre y que se equivoca. Es también una conciencia crítica que no predica, sino que actúa. Y en ese gesto —pequeño, tenaz, incluso torpe a veces— reside su dignidad.
Estos relatos nos devuelven a una Cartagena negra y palpitante, llena de recovecos morales, pero también de humanidad. Porque eso es lo que distingue la prosa de Antonio Parra: su capacidad para convertir cada historia en una pregunta incómoda, en un espejo oblicuo donde no siempre nos gusta vernos reflejados.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Sergio Gomes no es un detective al uso. Tiene cicatrices, ironía y una manera muy personal de mirar el mundo. No parece buscar la gloria ni la redención, y sin embargo actúa. ¿Cómo se gestó este personaje? ¿Qué vacío vino a llenar? ¿Y qué querías explorar tú, como autor, a través de alguien como él?
 
—ANTONIO PARRA SANZ: Gomes nace como protagonista de lo que iba a ser un relato breve, y que después se fue extendiendo hasta convertirse en la primera novela de la serie, Ojos de fuego. Era un instrumento para servir de contrapunto a una femme fatale que protagonizaría el relato, pero poco a poco fue creciendo, y hasta me arrebató la voz narrativa de aquel texto, para hacerse con ella y contar él mismo una historia que a la postre se convirtió en el estreno de una trayectoria mucho más larga.
 
—ECP: Desde Marlowe a Carvalho, los detectives de novela negra han sido siempre espejos rotos de su tiempo. ¿Qué elementos del canon del género negro heredó Gomes y cuáles rompiste a propósito?
 
—APS: Gomes le debe todo a esas dos figuras capitales que mencionas, porque, además, sus historias deberían ser de obligada lectura para cualquiera que desee escribir novela negra, sería un pecado hacerlo sin conocer a Vázquez Montalbán y a Raymond Chandler. Ellos tienen la culpa de que yo me aficionara al género de tal forma que ahora no concibo pasar un día sin leer novela negra, y también me inculcaron una manera muy peculiar de narrar, pero sobre todo una manera muy peculiar de mirar el mundo y la sociedad en la que ha de moverse un detective, con esa sensación de derrota, el cinismo, la tozudez..., en fin, los rasgos que han ido caracterizando al propio Gomes.
 
—ECP: Todo personaje es una mezcla de invención, memoria y lectura. ¿Tiene Sergio Gomes algo de ti, de personas reales, de otros personajes?
 
—APS: Después de tantos años juntos, estamos mutuamente contaminados, aunque uno intenta alejarse todo lo posible de él a la hora de la escritura, por eso le dejo la voz narrativa. Ya hemos hablado de algunos rasgos comunes que comparte con Marlowe o Carvalho, lo demás es cosa suya, supongo, una infancia vinculada al abuelo, un trabajo ingrato, un divorcio a cuestas, inseguridades sentimentales, mucho vodka, mucho tabaco... Cada vez nos parecemos menos, salvo en la intolerancia a la hipocresía y a las injusticias. Y luego está la trampa de la literatura, claro, la que nos lleva a construir a los personajes con lo que somos, lo que leemos, lo que recordamos o lo que vemos en otros, pero intento que él tenga también su propio equipaje, y que no se alimente únicamente del mío.
 
—ECP: Ahora que hemos conocido al protagonista quiero preguntarte por otro personaje silencioso que lo acompaña en cada historia: Cartagena, porque es mucho más que un decorado en tus novelas. Como te podría preguntar Jesús Quintero: Antonio, ¿qué tiene Cartagena que no tenga Chicago, Baltimore o Londres?
 
—APS: Hace ya mucho tiempo que la novela negra huyó de la exclusividad de las grandes ciudades, y demostró que cualquier entorno puede acoger una trama criminal. Cartagena es una ciudad llena de contrastes, empezando por su historia y por los avatares que ha tenido que sufrir, la presencia militar, las crisis industriales, las remodelaciones urbanísticas... Ahora es una ciudad diferente a la que yo conocí, y un escenario lleno de posibilidades, por la herencia histórica, por el puerto, por sus costumbres, y sobre todo es la ciudad que me acogió y la que ahora mejor conozco, y en la que vive Gomes, así que ubicar las tramas en ella era una consecuencia natural.
 
—ECP: El puerto, los barrios, las contradicciones sociales... Todo parece empapar los casos que afronta Gomes. ¿Hasta qué punto los conflictos de la ciudad moldean el tipo de historias que cuentas?
 
—APS: Como comentaba, esta es una ciudad muy viva, a pesar de lo que sigan diciendo algunos agoreros, y en esa vitalidad resaltan también las tradiciones, algunas más potentes que otras, y también los vicios, que suelen ser los que más me interesan. Por otro lado, no concibo la novela negra sin una visión crítica de la sociedad, este género no consiste solo en el juego investigador, también tiene la obligación de ejercer la crítica social, porque sus tramas vienen provocadas casi siempre por aquello que no funciona bien entre nosotros, llámese poder, dinero, política...
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Firmando ejemplares
—ECP: En un género como el negro, que suele caer en fórmulas universales, tú apuestas por lo cercano, por el caso que podría haberle ocurrido al vecino de enfrente. ¿Crees que el caso narrado con un lugar tan a mano gana fuerza?
 
—APS: De alguna manera creo que el lector se siente más atraído por un caso que le resulte más cercano, que tenga a mano, incluso que haya visto en los medios, y ahí la realidad siempre termina ganándonos la partida. En cualquier caso, el germen de cada investigación surge de confines remotos, aunque siempre hay sugerencias flotando por el ambiente: corrupción, marginación de los mayores, malos tratos, no me digas que no son temas que todos tenemos delante a diario, ahí es cuando llega Gomes y elige el caso en cuestión, y a mí sólo me queda prestarle la pluma.
 
—ECP: Hablemos, por encima, de Gomes y Cía. Son siete relatos como siete son los pecados capitales, o las Bellas Artes o las maravillas del mundo. Gomes viene de la novela, pero aquí ofreces historias más breves. ¿Te lo pedía el personaje o el momento?
 
—APS: Las historias van llegando a su aire, con su cadencia y su contenido, y se almacenan en esos cajones que tenemos en la mente, acomodándose hasta terminar de construirse. Después ya sólo queda valorar si han crecido lo suficiente como para convertirse en una novela o se guardan toda su fuerza para un disparo de distancia más cercana. En muchas ocasiones el secreto consiste en no hacerse demasiadas preguntas, como la que me surge ahora, al hilo de la tuya: ¿alguno de estos relatos podría haber crecido hasta ser una novela? Pues sí, alguno sí; otros, en cambio, nacen y terminan para ese formato más breve, y extenderlos sería hacer algo artificial, forzado. También puede ser cosa del momento, con estos relatos curo el síndrome de abstinencia de una historia más larga de Gomes, esperando el momento en el que volvamos a hipotecarnos a más largo plazo.
 
—ECP: ¿Qué te permite el relato que no te permite la novela?
 
—APS: Esa inmediatez de la que hablaba, el crear la historia en la cabeza de principio a fin, casi incluso con la frase inicial y la final, sabiendo quién ha hecho qué, cómo lo ha hecho y de qué manera Gomes lo va a resolver, si es que lo resuelve. Y eso no significa que no haya un intenso trabajo previo de planificación, personajes, hechos, que lo hay, pero sin dejar el resquicio a otros hilos, como ocurre con la novela. Además, no puedo sustraerme a la pasión por el cuento, siempre la he tenido, como lector y como escritor, porque así empecé en esto de la literatura, y de paso, reivindico también el papel del relato negro, porque no es algo que practiquen muchos de mis compañeros, salvo en alguna antología colectiva. En muchos aspectos sigue siendo el hermano pequeño y olvidado, y eso hay que solucionarlo.
 
—ECP: ¿Hay algún relato de los que hablamos hoy que te haya supuesto un reto, o que haya fluido de forma especial? ¿Alguna historia te dejó más poso que otras?
 
—APS: Bueno, hay dos que han influido un poco más, ‘Cuestión de querer’, porque tiene una base real y por desgracia muy común hoy, como son los malos tratos, y el que cierra el volumen, ‘Cobi 92’, porque con él quise enfrentarme al reto de no tener un narrador, sino armar el relato a base de los testimonios de los propios personajes, y que fuera el lector quien tuviera que reconstruir poco a poco los hechos. En cuanto a lo del poso, cuando terminé la relectura sentí que el primer cuento, ‘Alcolea’, cada vez me resultaba más intenso, imagino que será por el paso del tiempo, cuando el lector lo lea entenderá esta respuesta.
 
—ECP: Volviendo a lo psicológico en Gomes, sabemos que es un tipo cínico, pero que no ha perdido el sentido de la justicia. ¿Dónde está el límite entre el desencanto y el compromiso? ¿Cómo evoluciona a lo largo de los relatos, aprende o se limita a resistir?
 
—APS: Desencanto o compromiso, esa línea es muy tenue, y cada vez se va volviendo más fina, tendrías que preguntarle al propio Gomes, él siempre se compromete hasta el final, eso es cierto, y a veces le sale caro, pero está en su naturaleza, otra cosa es que se vaya desencantando con el ser humano, como creo que nos pasa a todos a medida que vivimos más cosas. Gomes es un resiliente, aunque él renegaría de esa palabra, pero lo cierto es que está hecho para resistir y levantarse aun cuando parece que le hayan dado de verdad, imagino que será por su propia testarudez, en cuanto a lo de aprender, a palos y despacio, pero algo va aprendiendo.
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Con Jesús Boluda del Toro

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Contando a Gomes
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Presentación en el hotel Los Habaneros (Cartagena)
—ECP: La forense Silvia Férez es su contrapunto emocional, ¿qué papel juega en la vida de Gomes?
 
—APS: Un papel mucho más importante de lo que él quisiera reconocer, aunque no es tonto y lo va sabiendo. Hablamos de un hombre con graves carencias emocionales, que arrastra un divorcio peculiar y a quien una mujer austriaca le rompió por dentro. Ha sobrevivido a base de relaciones esporádicas o de sofá y ha seguido solo, hasta que Férez lo encontró en La mano de Midas. Por cierto, que fue un encuentro de dos trenes a punto de descarrilar, porque ella también carga con su mercancía amarga, pero tuvo las cosas más claras que Gomes y se ha convertido en alguien necesario para el detective, aunque el orgullo de este le lleve a veces a negarlo, pero lo hace con la boca pequeña.
 
—ECP: Para ir terminando, una pregunta sobre el proceso de escritura de este libro: ¿qué tal es trabajar con un personaje al que conoces tan bien como Gomes? ¿Cambia algo a la hora de desarrollar nuevas tramas?
 
—APS: Después de tanto tiempo, y de conocernos bastante bien, sabemos de qué pie cojeamos ambos y eso ayuda a que la convivencia sea, al menos, respetuosa. Es un tipo con el que te puedes sentar a tomar una cerveza sin que te haga preguntas absurdas, y así es fácil darle la palabra, porque el tono nunca se pierde. Eso sí, cuando decide que tenemos que trabajar, suele ser bastante impaciente, y yo casi termino por agradecerlo, porque a veces soy un tanto caótico a la hora de ponerme a escribir. Lo que sí he visto gracias a estos relatos es que él está algo cambiado, lo de la edad está generando algunas diferencias en su carácter, así como la ciudad nueva y la relación con Silvia, todo contribuye a provocarle pequeñas modificaciones de conducta. Veremos hasta dónde le lleva eso.
 
—ECP: Gracias, Antonio, por abrirnos las puertas del despacho de Gomes, por recordarnos que tanto la novela como el relato negro siguen siendo un terreno abonado para contar y conocer las zonas grises de la realidad, y también de nosotros mismos. Nos llevamos un libro con siete relatos y un protagonista que, aunque no lleva capa ni espada, sigue luchando contra lo que no debería permitirse.
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    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

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    Paco Paños Garcia
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