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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

JOSÉ ANTONIO SÁEZ

14/3/2025

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Entrevista realizada por PEDRO M. DOMENE

Mar de las ágatas

José Antonio Sáez, nacido en Albox en 1957, ha ejercido como profesor de Lengua y Literatura Españolas en su tierra natal y, como creador, ha cultivado la poesía (sobre todo), la narrativa —ahí anda la colección de relatos Las puertas del cielo (2020)— y el ensayo crítico. Entre su vasta obra poética, destacan títulos como Árbol de iluminados (1991), Las aves que se fueron (1995), Libro del desvalimiento (1997), Liturgia para desposeídos (2001), Las capitulaciones (2007) o los compilados en su poesía reunida La memoria en llamas (2010-2020).
Estudioso de la obra de Miguel Hernández y Ramón Sijé, ha publicado numerosas monografías en revistas especializadas.
Mar de las ágatas (Alhulia, 2024) es su última entrega, la razón por la que queremos entrevistarle y saber todo lo que nos cuente el maestro almeriense.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Enhorabuena, José Antonio, por Mar de las ágatas, un nuevo reto. ¿Has encontrado tu voz, teniendo en cuenta que comenzaste a escribir en los años 80?
 
—JOSÉ ANTONIO SÁEZ: Es difícil para mí saberlo, aunque he de afirmar que siempre he sido fiel a mí mismo, desde mis inicios hasta el presente. Yo sé que en cada libro me he entregado por entero, aunque nunca he negado en la mía la voz de otros poetas con los que me identifico y con los que me he sentido siempre en hermandad y comunión de sentimientos o emociones. Son mis poetas reveladores a los que tampoco renuncio, porque forman parte de mi ser y estar en el mundo. Lo que somos no es totalmente nuestro, sino que en buena parte lo debemos a quienes nos precedieron y a nuestros contemporáneos. En el caso de la poesía, esta sensación se acusa y nos delata. Entiendo que cada nuevo libro no siempre tiene por qué considerarse un nuevo reto, aunque sí puede suponer un escalón más en el proceso de maduración personal y de estilo del poeta, en este caso. En los ochenta, años de la transición democrática, nuestra generación se sentía muy libre para buscar su propio camino en la pluralidad de posibilidades que ofrecía la tradición o el canon de la poesía española y universal, así es que cada uno iba definiéndose entre aquellos modelos con los que se sentía más afín, desde la generación del 27 a los novísimos, pasando por los poetas de las generaciones de los 50 y 60.
 
—ECP: El lector de su obra poética, ¿podrá objetivar su mensaje o tiende a subjetivarlo?
 
—JAS: Entiendo que el mensaje poético, al menos en mi caso, ha de ser más subjetivo que objetivo como procurador de emociones, contra lo que estaba en contra, por ejemplo, un joven Salvador Dalí, y así se lo hacía saber a su amigo Federico García Lorca. La poesía objetiva sería una poesía realista, fría, descriptiva y narrativa, una lírica de lo cotidiano o de lo histórico, urbana y a menudo superficial, vacía en la mayoría de las ocasiones, de lenguaje escasamente elaborado. Esta poesía no es la que me ha interesado a lo largo de mi vida, por lo que yo puedo decir sin complejo alguno que poco o nada me ha importado estar a las modas y a las corrientes más o menos vigentes en un determinado momento. Para mí, subjetividad ha significado siempre estar inmerso en un proceso de búsqueda personal, de ahondamiento interior, de espiritualidad, de arañar en las raíces de la condición humana, así como una actitud de humildad porque entiendo que la poesía es, en cierto sentido, revelación y como tal exige modestia para ser capaz de merecerla.
 
—ECP: ¿El conjunto de tus libros publicados hasta el momento sigue ese territorio privilegiado para plantearse una interpretación de la vida y de la intimidad más absoluta?
 
—JAS: Creo que las dos cosas. La poesía te ayuda a vivir y a ubicarte en el mundo. No se vive en poesía ocasional o circunstancialmente, sino en todo momento, de manera que ella forma parte de tu personalidad, de tu ser más íntimo. El poeta nace y se hace, parafraseando a Lorca: «Si soy poeta por la gracia de Dios, también es verdad que lo soy por la gracia del esfuerzo». La poesía trasciende la realidad y nos ayuda a sobrellevar la vida, mirándola de un modo distinto, bajo un prisma y una óptica diferente. Afirmo que la poesía nos salva y nos redime de la mísera condición humana a la que nos condena la realidad circundante, trascendiéndola, dando alas a los sueños, ordenando el caos externo y deparándonos la armonía necesaria en la vida cotidiana.
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—ECP: ¿El poeta asume que su yo poético queda inmerso en una profunda conciencia espiritual que da voz a la temática de su lírica?
 
—JAS: Para mí, y en mi poesía, esta cuestión resulta definidora, esencial e imprescindible. Yo defiendo la dimensión espiritual del ser humano como algo constitutivo nuestro, que forma parte indivisible de ese ser que somos. Una persona que no desarrolla esa dimensión anda por la vida como sesgado, como a mitad de revoluciones, sin entender verdaderamente qué ocurre a su alrededor, sin encontrar respuesta a muchas preguntas que todo ser humano se hace a lo largo de su existencia. Y también es cierto que en la definición de “ser espiritual” quiero aludir concretamente a la búsqueda del bien, la bondad y la belleza, al cultivo intelectual y de la inteligencia, del saber y de las facultades intelectivas personales que han de ponerse siempre al servicio de la sociedad. Ya ves que muchas personas, en un concepto reduccionista del problema, identifican lo espiritual con lo religioso, pero estimo que lo segundo puede ser un componente más o menos señalado de ese ser espiritual. Lo espiritual ha estado con el ser humano desde que éste se hizo presente en el planeta como fruto de la evolución. Si aceptamos que somos seres inteligentes, igualmente hemos de convenir en que somos seres espirituales.
 
—ECP: Llegado este momento, ¿tú intentas responder a ciertas cuestiones de la existencia humana con tu poesía, como si de un tratado científico se tratara?
 
—JAS: No creo. Asumo que, una vez definida la poesía como búsqueda personal y subjetiva, esto es, de respuestas vitales filtradas a través del tamiz de la razón y la conciencia: la vida, el amor, la muerte, el paso del tiempo, la memoria como recurso necesario para retener lo que nos va arrebatando el paso tiempo, la dimensión cósmica del ser humano, la trascendencia, la eternidad, etc., todas las cuestiones que nos atenazan y nos definen, para las que no encontramos fácil respuesta, pueden muy bien sentirse asistidas por los avances de la ciencia. En este aspecto, ciencia y espiritualidad no tienen por qué estar reñidas ni sentirse amenazadas la una por la otra. Pero me temo que la capacidad intelectiva humana es muy limitada para encontrar respuestas a unas cuestiones que tal vez queden fuera o en el extrarradio de nuestra razón, pero en tanto que cuestiones que somos capaces de plantearnos, están ahí desafiándonos.
 
—ECP: Un poemario como Mar de las ágatas, ¿intenta responder muchas de sus preguntas y las de una sociedad como la actual?
 
—JAS: Yo siempre he abordado la escritura y he procedido en la vida con modestia, siendo consciente de mis limitaciones y con la humildad necesaria para merecer la “revelación” o la lucidez que aporta y supone la poesía. Mis libros han sido muestras parciales de mi maduración o evolución personal, por momentáneas, de mi reflexión sobre la vida y esa dimensión espiritual del hombre a que he hecho referencia. Nada más lejos de mi intención que lo dogmático o lo inamovible. Nada más lejos de mí que la imposición o el adoctrinamiento. Cada ser humano tiene la obligación de dar respuesta a esas cuestiones problemáticas que plantea la existencia y ha de tener el valor o la dignidad de afrontarlas. En Mar de las ágatas, las cuestiones fundamentales que se afrontan son el amor y la muerte: el primero como única forma de vencer a la segunda; pues el amor es la fuerza más revolucionaria que ha existido nunca, quizá la única destinada a perdurar. Somos y seremos lo que hemos amado.
 
—ECP: ¿Se convierte este poemario en la búsqueda de una auto identificación propia?
 
—JAS: Entiendo que sí, en cuanto afecta a la sinceridad y verdad que hay depositadas en él, como en todos mis libros; si bien soy consciente de que puede ser un libro más literaturizado, más metapoético, más elaborado literariamente y, por consiguiente, algo más logrado, artísticamente hablando. Mas no exclusivamente en él, pues en todos y cada uno de mis libros he obrado de manera semejante; si bien, el adiestramiento en la escritura durante casi toda mi vida puede haber dado algunas muestras de maduración o evolución personal y artística en este caso concreto.
 
—ECP: ¿Mar de las ágatas se estructura desde la génesis misma en que se van generando los poemas?
 
—JAS: La verdad es que, en mi caso, la génesis de los textos precede a la estructura del poemario. Una vez que el poeta considera que ha reunido el material necesario para el libro, pasa muchas horas procurando entender los lazos que vinculan, temática y emocionalmente, los poemas, seleccionando aquellos que muestran una mayor vinculación temática y estilística y desechando otros. De esa reflexión profunda nacen las partes en que se agrupan los poemas en el libro e incluso el orden de los mismos en cada parte o el mismo orden de las partes, que no es el cronológico en el que fueron escritas, el número de poemas que se integra en cada parte, etc. La estructura del libro resulta así una cuestión muy importante en el resultado final que llega al lector.
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Con Jon Juaristi en una edición del premio Martín García Ramos (Albox)
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Con Pedro M. Domene y otros en torno a José Hierro en los legendarios encuentros de Oria
—ECP: Por consiguiente, ¿qué le da la unidad prevista al conjunto?
 
—JAS: Entiendo que es fundamental la temática, pero también el tipo de versificación utilizada, la rima y el ritmo, la vinculación entre los poemas ligada a la estructura del volumen, el cuidado de los detalles en la labor editorial (la tipografía, el interlineado, los espacios en blanco, la belleza y atracción de una buena cubierta, etc.), todo contribuye a esa unidad y belleza que supone el logro del conjunto en una obra culminada. Y quizá la suerte de haber caído en buenas manos editoras que siguen el itinerario adecuado.
 
—ECP: A tenor de los poemas que integran la primera parte, “Fuente de las lágrimas”, ¿este mundo sigue siendo vanidoso y un auténtico valle de lágrimas?
 
—JAS: Creo que fue Carlos Bousoño quien transmitió a la prensa algunas de las últimas palabras del poeta Vicente Aleixandre en su lecho de muerte: «La vida es un dolor», dijo al parecer el gran poeta y premio Nobel de literatura. El título de la primera parte está vinculado, en efecto, con la vida, que es fuente de lágrimas; pero es justo reconocer que ese título me llega a través de “Aynadamar”, Fuente Grande, en Alfacar, la fuente de las lágrimas en árabe, relacionada a su vez con la muerte del poeta granadino Federico García Lorca. No podemos separar la vida del dolor y la alegría, aunque parece que en ella son más los pesares y tristezas que las alegrías. En cuanto a los halagos de la vida, la sociedad o nuestros semejantes: «Vanidad de vanidades», que dice el capítulo uno del Eclesiastés; si bien a todos nos agrada que se nos quiera, más que la fama o el éxito, siempre perecederos.
 
—ECP: Sin embargo, en la segunda parte, “Arpa de David”, ¿nos propones perseverar con esa máscara humana que sigue tan vigente?
 
—JAS: Yo veo esta segunda parte más como un tránsito hacia la tercera. Quizá por eso mezcla poemas que bien podrían haberse acomodado, en algunos casos, en la primera o en la tercera. Pero siempre he sentido una especial atracción por esta estructura del libro en tres partes, de manera que la de en medio hace de bisagra o gozne entre la que le precede y la que cierra. Juego bastante con los símbolos y las metáforas a la hora de expresar lo que quiero decir o exponer, que son preocupaciones y reflexiones constantes en mi vida, de alguna manera difíciles de resolver. En algo el lenguaje se vuelve alucinatorio, visionario quizás, más anclado en el pesimismo que en el optimismo respecto al futuro de la especie y la capacidad humana para resolver sus problemas de convivencia, justicia, solidaridad, etc.
 
—ECP: ¿Intentas una mirada crítica a un presente que se mira en el estilo lírico más clásico donde la metáfora sustenta el valor de los versos?
 
—JAS: Lo de la mirada crítica sobre el presente es cierto, aunque no todos los lectores, e incluso críticos literarios, son capaces de verla. No obstante, está ahí. Lo de hacerlo con un estilo lírico clásico, admito igualmente, que mi formación primera fue fundamentalmente así, pero no solo. Creo que ese estilo permanece, sin duda, en toda mi poesía, pero no exclusivamente. Don Emilio Orozco Díaz, catedrático de Literatura del Siglo de Oro en la Universidad de Granada, nos enseñaba que la mejor poesía española había resultado siempre de la combinación entre la tradición y la novedad. Esa máxima la he tenido muy presente en mi trayectoria literaria, sin caer exclusivamente en la imitatio de los modelos, tal y como se entendía por los renacentistas. De modo que tradición y novedad. Y revertir los modelos, volvernos del derecho y del revés, darles la vuelta.
 
—ECP: ¿Hemos sido expulsados de un Edén al que nunca más volveremos?
 
—JAS: Bueno, parte de mi poesía ahonda en el tema del paraíso perdido. Ese paraíso está ubicado fundamentalmente en el mundo de la infancia, entre las personas y los lugares que nos cuidaron y nos enseñaron a ver el mundo donde nos ubicamos y que constituyen nuestros referentes, nuestras señas de identidad primeras, las cuales llevamos con nosotros durante toda la vida. Pretender el regreso, en efecto, es inútil. Cambian los lugares y se van las personas que nos cuidaron y a quienes amamos o que nos amaron. Nada permanece, ni siquiera el paraíso de la infancia. Todo en la vida está en continua mutación.
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—ECP: ¿Pretendes que el lector se pierda, como tú, en un mar de vasta profundidad?
 
—JAS: Yo no me siento perdido en ese mar. Lo que sí acepto es que algunas o muchas de las preguntas que nos hacemos a lo largo de la vida puede que no tengan respuesta, entre otras cosas porque los seres humanos y su razón resultan limitados. Sólo podemos aspirar a un dedal de luz, a un chispazo que nos produzca algo de lucidez y así llegar a intuir algunos aspectos de la condición humana, pero muy raramente obtener certezas en nuestras respuestas. Insisto en que la preocupación por la búsqueda, la reflexión y la crítica son cuestiones irrenunciables en la vida de cualquier persona, que tenemos el deber de afrontar porque, de lo contrario, pasamos por la vida vegetando o como seres meramente vegetativos.
 
—ECP: En “Arcos florales”, ¿un poeta como Federico simboliza la expresión de la belleza?
 
—JAS: Sin considerarme un poeta lorquiano, sé que en este libro hay varios “guiños” conscientes, y por tanto buscados o deseados, a Federico García Lorca. Algunos de ellos han salido ya a relucir y otros van las citas y en algunos de los sonetos que se integran en esta tercera parte, los titulados ‘Cuatro camelias blancas para Federico’, en algo influidos, seguramente, por los muy bellos Sonetos del amor oscuro. Lorca es en sí mismo expresión de la belleza y la gracia que encierra el amor, el erotismo, la alegría, la magia del lenguaje, la maravilla del ritmo y la metáfora, el drama, en suma, de la vida y la muerte.
 
—ECP: ¿Mar de las ágatas es su mejor expresión de ese tránsito del paso del tiempo y la aceptación sublime de un final inexorable?
 
—JAS: Ignoro si podría caber tal afirmación, aunque personalmente uno es consciente del proceso de maduración, de la evolución y depuración que su poesía puede haber alcanzado. Es una sensación semejante a la de estar más cerca de lo que se quiere expresar en los poemas a través de un lenguaje más certero, porque la poesía es ante todo un lenguaje, una forma más o menos personal de lenguaje y es el lenguaje generacional lo que bien puede caracterizar a un grupo de poetas. La vida es un visto y no visto, como en un truco de magia, y no nos da tiempo más que a ser unos simples aficionados, nunca maestros de nada. Todo, en efecto, se acaba; si bien continuamos viviendo en el corazón y en la memoria de quienes nos amaron o llevan nuestros genes. Aceptar la muerte, dijo María Zambrano, es la gran cuestión de nuestra vida. Y eso no sigue siendo fácil, por lo que resulta muy difícil prepararse para la muerte si se tiene salud.
 
—ECP: Parafraseando uno de tus libros, ¿este Mar de las ágatas, podría ser una especie de «liturgia para desposeídos»?
 
—JAS: Liturgia para desposeídos es uno de mis libros definidores. Allí quise dejar constancia de mi solidaridad con los seres humanos más desamparados y desvalidos de nuestro mundo, desde lo más próximo a lo más universal. No es un libro de poesía social, sino un libro existencial, de vivencias personales. Los desposeídos de Mar de las ágatas son aquellos a quienes van dejando desnudos y sin agarraderas a las que acogerse el paso del tiempo, la proximidad de la vejez y el presentimiento cada vez más cercano de la muerte. La desposesión, en este caso, es la de quien va dejando atrás todo cuanto constituyó su vida y sus afanes, la de quien se da cuenta de que ya no necesita casi nada para vivir o de que lo que le sirvió en otras etapas de su vida ya no le sirve, sino que va perdiendo el valor que tuvo o pudo tener.
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RAMIRO GAIRÍN

7/3/2025

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Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA
Carreteras que brillan en el bosque

Carreteras que brillan en el bosque se ha hecho con la XXVII edición del premio de poesía Ciudad de Salamanca y la editorial Reino de Cordelia ha publicado esta obra para placer de los lectores de Ramiro Gairín (Zaragoza, 1980). En este libro nos “cuenta” en verso un viaje íntimo y transformador que explora las dudas y las decisiones provocadas en el desarrollo de la paternidad. Simultáneamente, invita a la contemplación del poder, a menudo silencioso, que la naturaleza puede tener sobre el hombre. Y lo hace sin megáfono estridente ni propaganda invasiva u obscena, consiguiendo lo mismo en quien se acerque a su lectura: ¿una advertencia, una sugerencia, una llamada a la reflexión? Hablamos con él y nos lo aclara.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Podríamos definir la propuesta de Carreteras que brillan en el bosque como poesía ecologista?
 
—RAMIRO GAIRÍN: En primer lugar, Juan de Dios, permíteme que te agradezca mucho esta entrevista, y que me hayáis abierto la puerta de esta casa ya mítica de la literatura que es El coloquio de los perros. Respecto a esta primera pregunta, yo creo que el talante ecológico o ecologista que se puede rastrear en estos poemas es una consecuencia, un espíritu, más que una intención. Yo soy un ecologista convencido, en mi familia intentamos ser muy conscientes del entorno y su fragilidad, y actuar en consecuencia, pero en poesía trabajar con poemas ideológicamente orientados me parece que es muy difícil. Y pocas veces funciona. Estos poemas los ha escrito un ecologista, pero hablan de su vida en el Pirineo, de cómo su amor y su hijo crecen, después de la mudanza de la ciudad al pueblo, en un ambiente rural y montañero, de cómo se construye esta familia y su lugar en el mundo, de cómo estos escenarios le enseñan contemplación y quietud... Y, claro, en una poesía que canta a este nuevo mundo, a este lugar y esta vida a la que hemos llegado, es inevitable que desde los poemas escurra, gotee, el deseo de conservarlos, de cuidarlos, de protegerlos.
 
—ECP: El asombro continuo ante la belleza difícil e incansable de lo que nos rodea es una constante que se respira en tu obra. ¿Te sientes conectado al árbol familiar de poetas vivos de la contemplación y la revelación como, por ejemplo, Eloy Sánchez Rosillo, aunque estos se muevan en contextos urbanos?
 
—RG: Has mencionado a uno de mis poetas de cabecera, Sánchez Rosillo. Me siento conectado con poetas de este árbol de la contemplación y la revelación, también de la naturaleza, porque los he leído mucho, los poetas de esta línea son algunos de mis poetas favoritos, como Fermín Herrero, Corredor-Matheos, Ángel Gracia, Antonio Manilla... Pero también anteriores, clásicos americanos como Emily Dickinson y Whitman, cantores de la naturaleza y de lo pequeño, de lo sagrado que hay en lo cotidiano. El Machado de los Campos de Castilla. Y mucho más atrás, Horacio y Fray Luis, a los que vuelvo continuamente, a los que me traje, por supuesto, a la casa de la montaña. Y gente más joven, que está escribiendo y ha escrito desde lo rural o periférico, desde el campo, como María Sánchez, Ángela Segovia, Manuel Astur. Y el haiku clásico japonés y sus maestros, pero también algunos haijins actuales de nuestras letras que cantan mucho a la naturaleza y al instante, o a la montaña, entre otros temas más heterodoxos, como Antonio Moreno, Vicente Gallego, Joan de la Vega, Susana Benet, Emilio Gavilanes, Aitor Francos, León Molina. Ojalá dentro de un tiempo pueda ser considerado digno de un club tan variado pero selecto; de momento, me conformo con que sean influencias que permean, e incluso dejan rastros identificables —como has detectado tú— en la obra del devoto lector que soy.
 
—ECP: Eres natural de Zaragoza y te has hecho ingeniero en Madrid. Ahora resides en Fiscal, pueblo del Pirineo oscense. Por la información en la solapa de tu libro, parece que esa mudanza al medio rural es deliberada. ¿Es una apuesta, una huida, un experimento?
 
—RG: Sí, es un cambio de vida deliberado y es, por tanto, una apuesta. Es una apuesta, además, porque las diferencias son notables con la vida en una ciudad que tenga todos los servicios, donde no tienes que ir a localidades vecinas al médico especialista, o a un supermercado, por ejemplo. Ir a vivir a un lugar en el que no tienes raíces te puede salir mal, puedes no encontrar tu sitio. Es apuesta también en cuanto a que dejas en la ciudad amigos y familia, que a veces no entienden el cambio. Pero por suerte nosotros estamos encantados y, de momento, tenemos claro que ojalá podamos seguir aquí muchos años, criar aquí a nuestro hijo, al menos que disfrute de esto todo lo posible durante su infancia, y pueda luego decidir si quiere hacer aquí su vida, o en otro lugar. Es emocionante verlo jugar y correr por el pueblo, los prados, los caminos toda la tarde, después del cole, y caer rendido en la cena, dormirse en la mesa de puro y feliz agotamiento.
 
—ECP: Qué extrañamente bello es tu poema ‘Merecer los topónimos’. Si pudieras imaginar el lugar ideal para pasar el resto de tu vida con tu familia, ¿qué nombre le darías?
 
—RG: Muchas gracias por lo que dices del poema, es uno de mis niños bonitos del libro, y pocos me hablan de él, jajaja. Creo que cuando escribí ese poema, supe que ahí había un libro. A ese lugar ideal soy incapaz de ponerle nombre. Realmente, ya lo tiene, y es Fiscal, el nombre del pueblo pirenaico en el que vivimos. No es ideal, porque ningún lugar real lo es, pero sí es nuestro lugar en el mundo ahora mismo. Al lugar ideal no sabría ponerle nombre porque me cuesta horrores hasta titular mis poemas y mis libros (aunque, en este último, creo que he acertado). Prefiero merecer los topónimos ya existentes para los lugares que descubrimos, los nombres reales de los sitios a los que llegamos, y ser digno de ellos.
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—ECP: Citas con frecuencia a Louise Glück en tu libro. ¿Qué aspectos de su obra te resuenan de forma particular?
 
—RG: Mi poética, creo, está bastante alejada, pero su lectura, la inmersión en su atmósfera, fue una influencia mientras trabajaba en estos poemas, y me ha resultado todo un descubrimiento. Vida de pueblo, del que proceden las citas, me interesó antes de venirnos a vivir, y lo reservé para leerlo aquí, por lo que leí antes bastantes de sus otros libros; la he leído casi completa. Como decía, me gana la atmósfera que crea en sus poemas, el ambiente, cómo el poema te envuelve. Pero es que, además, hay bastante naturaleza, hay continuamente campo, mucha botánica, jardín, árboles, senderos, flores, pájaros, mucha tierra, ciclos, estaciones, la difusa línea entre lo urbano y lo rural, como elementos fundamentales de sus escenarios poéticos; o, mejor, de la necesaria información y andamiaje del poema, hable este de lo que hable. Y también, como ocurre en la mía, en la suya hay bastantes acontecimientos biográficos convertidos en poesía, hay mucha presencia de la familia, de su construcción y desconstrucción, de la importancia de la infancia. Y tiene otra cosa que también aparece, quizá por primera vez, en mis poemas de este último libro: el merodeo, la yuxtaposición de temas en el texto, ese camino que hacen los poemas a la vez que el lector para hablar de varias cosas con afán integrador.
 
—ECP: Asoma también en el poema ‘El otoño o los límites del lenguaje’ la idea de que lo más verdadero que escribió Umbral fue el libro de duelo por la muerte de su hijo. ¿No es uno de los pilares del tuyo los misterios de la paternidad?
 
—RG: En esos versos iniciales de ‘El otoño o los límites del lenguaje’ que a ti te han llevado a Umbral, estaba pensando también, por ejemplo, en Sergio del Molino y La hora violeta. Y sí, por supuesto, uno de los pilares de mi libro es la paternidad: sus asombros, sus gozos, sus misterios, sus desvelos... La paternidad o, más bien, la creación consciente, respetuosa, de una familia con mi mujer es la gran aventura de nuestra vida, y no puede quedar fuera de mi poesía. Creo, además, contra la opinión negativa que a veces he visto escrita sobre la moda de la paternidad o la maternidad en la literatura reciente, que puede ser el Tema en el que se reúnen y subliman los grandes temas de la poesía. Si la poesía debe abordar los grandes asuntos (el amor, la muerte, el paso del tiempo...), todos ellos alcanzan, al menos en mi experiencia, un grado mayor de profundización, un escalón definitivo, cuando llega la paternidad: ahí aparece el amor más grande que la vida, ahí aparece, de verdad, el paso del tiempo (ahí se pone el cronómetro a cero y empieza a correr el tiempo), así aparece de forma madura e irreversible la muerte al fondo de la escena. Y en la mirada del niño aparece la espiritualidad, la transcendencia de ver todo por primera vez, de que todo sea otra vez irrepetible y sagrado en el más amplio sentido de esta última palabra.
 
—ECP: Conozco un autor cordobés, Antonio Luis Ginés, que atiende, distingue y goza el piar de diferentes pájaros. Lo aprendió al criarse en Iznájar, su pueblo natal. ¿Qué crees que aporta al oído de un poeta ese conocimiento?
 
—RG: Creo que saber leer la Naturaleza es un aprendizaje fundamental para el oído de un buen poeta. O, por no ponerme absolutista o sectario, para los poetas que a mí me interesan. Saber leer sus ritmos, sus colores, su complejidad bajo la aparente sencillez, su equilibrio y su fragilidad; o, por supuesto, el canto de los pájaros, el siseo de los animales que se esconden en la espesura, los vientos y las diferentes maneras de llover, el sonido de la nieve cayendo —que existe y es un regalo de los dioses—. Saber todo eso, interiorizarlo (algo de lo que yo aún estoy, claro, muy lejos) dota a los poetas de una dicción especial, de una serena música singular a la hora de decir. Y creo que por eso me gustan tanto los antiguos, que no habían cortado aún el cordón umbilical con la Naturaleza.
 
—ECP: Si, como expresas, la civilización está constantemente en movimiento, ¿debemos estar preparados para una frenada brusca o un choque frontal? ¿Contra qué?
 
—RG: La verdad es que, como ecologista, como padre, como animal político que ha intentado siempre estar atento a su mundo (aunque uno de mis objetivos al venirme aquí ha sido alejarme de la tiranía de la actualidad), creo que estamos abriendo una nueva era que no sé muy bien qué nos va a traer. O, más bien, pienso frecuentemente en qué le puede traer a mi hijo. Nosotros, sus padres, a fin de cuentas, tenemos media vida echada y contamos con nuestras herramientas y refugios en los que conservarla si quieren llevársela por delante tal y como la conocemos. Pero la generación de mi hijo creo que se va a mover entre la necesidad de un fuerte ajuste de expectativas, un decrecimiento o alguna fórmula similar, la convivencia con graves problemas individuales de identidad, de saber quién y qué se es, de capacidad de maniobra moral, y la irrupción de una Inteligencia Artificial que puede modificar muchos aspectos de su vida (ojalá sólo sea de la vida práctica, y para bien) y de la actividad creadora, hasta dejarlos irreconocibles para las generaciones precedentes. Pero confío en ser un mal visionario, jajaja.
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Padre e hijo en una arboleda singular de Aragón
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La Mosquera de Oto (Huesca)
—ECP: En tu poema ‘La otra sentimentalidad’ parodias —yo diría que incluso haces autoparodia— la gloria literaria. ¿Qué te impulsó a jugar con esta ironía?
 
—RG: Creo que es muy importante huir de la solemnidad, del excesivo engolamiento de la poesía; y que la ironía, la autoparodia, algunas notas de humor, manejadas con cuidado y en dosis pequeñitas, deben entrar a formar parte del universo de la poesía y ser material que aligere y a la vez ayude a profundizar en lo que se quiere cantar.
 
—ECP: En ‘Antes del túnel’ escribes: «empieza en la muñeca / el reloj a bailarme, / como si me estuviera adelgazando, / como si de repente a la correa / le sobraran los últimos agujeros». ¿Surgen a veces tus palabras no sólo del pensamiento, sino también de una suerte de vibración, como si algo invisible guiara tu escritura?
 
—RG: Algo así ha ocurrido especialmente en este poemario. Normalmente el poema surge con un chispazo, con dos o tres versos que llegan a tu cabeza no se sabe muy bien cómo, y va creciendo ahí de forma más o menos rápida. En este caso, han sido más numerosos esos versos iniciales que han venido, han llegado tiradas de versos, estrofas, ha salido más a borbotones, un poco torrencialmente. Luego, cada poema ha ido creciendo en días sucesivos, se ha completado semanas, algunas veces, meses después. Y, aunque los he trabajado mucho, como suelo hacer, los he leído mucho en voz alta, caminando, los he escrito en repetidas ocasiones a mano para darles forma, he tratado de controlar menos sus imágenes, su discurso, porque en otras ocasiones he sido más obsesivo a la hora de recortar y pulir.
 
—ECP: Personificas a la nieve en ‘A la mañana siguiente’. ¿Qué crees que diría la nieve a los humanos si pudiese hablar?
 
—RG: No creo que le interese mucho hablar con nosotros, que le despertemos curiosidad. No nos entiende, ni entiende lo que hacemos con ella. A la nieve le gusta hablar con los pájaros, sentir casi sin notar sus patitas dando saltos sobre ella. Y balancearse en las ramas de los árboles, y deslizarse por las laderas formando avalanchas; con eso se lo pasa en grande, aunque también se hace daño. Le gusta jugar sin nosotros.
 
—ECP: ¿Es el paso del tiempo un jabalí mojado y negro en la pradera?
 
—RG: Lo es. Un jabalí añoso, al que las lluvias van oscureciendo la piel, y que sabes que está cerca, incluso con su familia, cuando te asomas a la ventana y ves la pradera y el bosque y la montaña. Cuando cierras las contraventanas para acostar al niño y ya no se ve nada... sabes que ronda por ahí; a veces los perros de algún caserón vecino ladran por la noche, o alguna vaca muge, o relincha algún caballo, porque merodea por ahí ese jabalí. Que no busca hacer daño, sólo comer y vivir. Que ya no sirve para ser cazado.
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ALFONSO GARCÍA-VILLALBA

5/3/2025

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Entrevista realizada por JAVIER TORTOSA

La nueva subjetividad

Compartir tiempo y espacio con Alfonso García-Villalba siempre es emprender un viaje. Un viaje del que regresas con una sonrisa, con la sensación de que ha valido la pena, de que tu maleta está más llena que cuando partiste. Desde la sencillez que sólo otorga un sólido bagaje, el surrealismo en el que bucea sin complejos y con unas dosis de ironía altamente recomendables, Ageuve consigue despertarte continuamente nuevas miradas con las que percibir una misma realidad. Lo mismo sucede con su literatura; su último trabajo es una prueba fehaciente. De todo esto estuvimos charlando no hace mucho.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: La nueva subjetividad (Franz, 2025) es tu cuarta publicación en solitario desde que debutaras con Esquizorrealismo, y si hay algo que cualquier lector que se haya aproximado a tus textos diría es que estos son inconfundibles, que resulta imposible no reconocerlos. En mi opinión, esa debería ser la aspiración de cualquier creador: conseguir tener una voz propia, llegar a moldear un universo particular. ¿No lo crees así?

 —ALFONSO GARCÍA-VILLALBA: A decir verdad, no sé cómo empezar a responder esta pregunta y creo que me voy a extender un tanto para poder hacerlo, para poder llegar a decir algo que responda a lo que me planteas. Así que te pido que seas paciente, lo cual te agradezco de antemano. A ti y a cualquiera que vaya a leer esta entrevista, de veras.
 
—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Hemos venido sin limitación de hora, a jugar con todas las consecuencias. Adelante.
 
—AGV: Empiezo entonces. Publiqué Esquizorrealismo en junio de 2014, han pasado ya casi once años de eso y todo cambia en un período de tiempo como ése. Todo. Cambia la política, cambia la piel. Tu madre, tu familia, tu reflejo en el espejo. Unos mueren, otros nacen. Te divorcias, te mueres, triunfas o nada de eso. Cambia el futuro, cambia la literatura, el cine, la tele, la geopolítica, los periódicos en papel. Tus propias manos o el recuerdo que tenías de ti cuando ves una fotografía que alguien te tomó hace diez años o más en algún cumpleaños o en algún encuentro con amigos o con la familia. Y pierdes amigos y conoces a otros y te encandilas y te decepcionas, también te decepcionas. Cambia el comportamiento de las personas a las que amas o amabas. Tu propio comportamiento en relación a las personas a quien quieres o se suponía que querías o apreciabas o lo que fuera. Es algo que, de algún modo, te hace pensar que todo es una mierda y nada es permanente, aunque esa variabilidad de las cosas es también apasionante y fascinante, además de deprimente y un tostón. Cambia todo, sí, aunque no queramos darnos cuenta de ello o nos creamos la falacia de que todo sigue igual dentro de nosotros o en los demás. Mentira. Sin embargo, vivimos en una gran paradoja y, a la vez que todo cambia, de algún modo, todo sigue siendo más o menos igual. Paradoja, vale, contradicción, lo que sea. Los mismos deseos, las mismas formas de aburrirte o emocionarte, los mismos errores, las mismas cagadas. Seguro que incluso ya la he cagado diciendo todo esto... y, en cambio, creo que cambia mucho lo que lees y, al mismo tiempo y como te digo, no cambia tanto todo porque de algún modo, por poner un ejemplo que tiene que ver con la lectura y la escritura que es lo que nos importa ahora mismo, siempre hay una corriente subterránea común en los libros que compras o sacas de la biblioteca y que lees y eso supongo que influye en la escritura que uno hace. ¿No? Pero lo importante es que hay cambios en las cosas que lees, ésa es la cuestión. Aunque, a veces, puedas pensar que no, como hace un momento te estaba diciendo. Creo que es así. Al menos si estás un tanto despierto y no quieres convertirte en una momia... ya sea leyendo, ya sea escribiendo. Teniendo en cuenta esto, creo que mi escritura en la actualidad nada tiene que ver con aquella de Esquizorrealismo u Homoconejo y es distinta incluso a la de Signos herméticos.
 
—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Pero, aún siendo todas distintas, sí que hay una esencia estructural en ellas ¿no?
 
—AGV: ¡Claro! Como te decía, hay algo que permanece, al igual que siguen dentro de cualquiera esos deseos y esos errores y esos aburrimientos y todas esas cagadas que, de vez en cuando, nos perturban y nos quitan el sueño momentáneamente. Y tal vez sea ahí, en la escritura y en los deseos y en los aburrimientos que experimentamos, donde hay cierta continuidad y constancia, donde hay cierto anhelo por terminar escribiendo algo que, a la vez que es diferente, termina por tener algo que siempre está ahí y es reconocible y no cambia, algo que tiene que ver con ser muy riguroso y obsesivo a la hora de escribir, algo que tiene que ver con intentar llegar más lejos y no quedarte contento a la primera y seguir buscando la mejor manera de expresar lo que vas sintiendo a cada momento, en 2014 o en 2025 o dentro de diez años, si es que sigues vivo. La cuestión es que, básicamente, escribo lo que me apetece y lo hago así porque no puedo hacerlo de otra forma. Será por eso que, como dices, mi voz o lo que escribo es reconocible... o quizás es que, al final, siempre me sale lo mismo, aunque sea distinto cada vez, y es posible entonces ver una escritura común en un universo literario que no sé si deseo que sea único o simplemente me sale así. De todos modos, no todo el mundo se da cuenta de que sucede tal y como tú dices en tu pregunta. Creo. Pienso. No sé. ¿Qué crees tú?
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—ECP: Bueno, mi reflexión no iba tanto en el sentido de contar siempre lo mismo, sino de hacerlo de una manera característica (que no repetitiva). Yo creo que Ageuve tiene una voz muy personal cuando habla y también cuando escribe.
 
—AGV: Te entiendo, te entiendo. Tal vez no he sido lo suficientemente claro al responderte y, de algún modo, coincido con lo que dices y, al final, siempre hay elementos, cierta atmósfera o una voz, una escritura que es reconocible. Creo que es inevitable, al menos para mí.
 
—ECP: Dice N, el principal personaje, que «escribir no es contar historias sino todo lo contrario». En este sentido, ¿qué es La nueva subjetividad?, ¿un engranaje?, ¿un ente con vida propia?, ¿una mutación?
 
—AGV: Eso que dice N es algo que escribió Marguerite Duras en La vida material. O sea que N es un impostor y no es nada original, ni falta que le hace. Igual que yo, que no soy nada original y soy un farsante como N. Y tal vez esto que digo ahora mismo es algo que me apetece decir en este momento y puede ser completamente mentira en otro, puede ser mentira mañana y no pasa nada, no pasa nada si es así, porque escribir tiene que ver con inventar, de eso va el asunto... y escribir no tiene nada que ver con contar historias porque escribir puede tratar de otros asuntos, de otras cuestiones. Y tal y como lo expresa Marguerite Duras lo siento yo, por eso cogí e hice que N dijera en el libro algo semejante. Creo, o más bien siento, que escribir tiene que ver con crear sensaciones, atmósferas. O, al menos, es la forma en que yo siento cuando escribo, aunque pueda leer cosas que nada tienen que ver con lo que hago en mi escritura, nada que ver con crear sensaciones, atmósferas.  Nada que tenga que ver con la lógica, con la razón. Al igual que sucede con la música. Creo que es deseable que la escritura, al menos en mi caso, tenga más que ver con la música o con aquello que te puede sugerir un cuadro. Aunque luego pueda ponerme en modo ensayo y reflexionar sobre cosas que sean, aparentemente, profundas [Risas].
 
—ECP: Entonces, según esto que dices, ¿qué papel debería jugar la literatura?
 
—AGV: Lo habitual es que demandemos a la literatura una historia que se articule en torno a cierta lógica que, desafortunadamente, casi siempre tiene que ver con la linealidad narrativa. Y eso puede estar bien para cierto tipo de lectores o para cierto tipo de autores que se sienten a gusto con esa forma de proceder en su escritura. En mi caso, si me pongo a escribir, prefiero hacer otra cosa. A mí ese tipo de proceder, la lógica, la linealidad narrativa o la creación de personajes con cierta psicología es algo que no me interesa a la hora de escribir, me aburre de una forma que puedo decir que me resulta absolutamente letal y alienante y que me mataría si procediera de tal modo en mi escritura. Pero eso que digo tiene que ver conmigo, sólo conmigo, con la forma en que siento ese tipo de literatura. Lo que sienta cualquier otro con eso que a mí me mata y aburre y produce náusea me parece completamente respetable, pero yo no lo quiero para mí. Básicamente lo que quiero decir, después de tanta tontería y rodeo, es que yo no escribo historias, sino que hago todo lo contrario. Eso creo. Eso deseo hacer. No contar nada, sino dar vueltas. Porque, en realidad, nuestra vida es un dar y dar vueltas alrededor de lo que nos pasa y no avanzamos, no vamos a ningún sitio y nos quedamos siempre igual, aunque antes te haya dicho que todo cambia. Fíjate tú qué paradoja... y ésta es la segunda vez que empleo la palabra paradoja hablando contigo... Pero, a decir verdad, lo único que cambia en nuestra vida son los escenarios, las formas. Por cierto, ¿cuál era tu pregunta?
 
—ECP: Hablaba de si considerabas La nueva subjetividad como una especie de mutación entre objeto inanimado y ser vivo.
 
—AGV: Sí, podría decirse que así es. Diría que La nueva subjetividad o la escritura de La nueva subjetividad tuvo algo de organismo autónomo y con vida propia tal y como dices, porque según escribía sentía que la escritura se comportaba de forma errática y con voluntad propia. Yo me dejaba llevar, aunque pudiera tener cierto propósito, aunque pudiera tener una intención hacia donde dirigirme. Algo que siempre termina por darme igual, de modo que me dejo llevar por la deriva igual que cuando doy un paseo. Pero, al igual que las dunas que aparecen en el libro y que se mueven según el viento y que parecen no tener voluntad, aunque en cierto modo puedan tenerla, estas dunas, las dunas de La nueva subjetividad, se mueven al dictado del viento, que es algo parecido al azar, un sistema nervioso externo que hace que hagamos lo que terminamos por hacer en nuestro día a día. Creo que nunca decidimos o que, sencillamente, nos dejamos llevar y no elegimos y dudamos y vamos saliendo al paso. Siempre es así. De modo que lo que escribía, según avanzaba en la escritura del libro, se iba componiendo de forma caprichosa aunque meditada. O sea que he dado bastante espacio al azar. Porque todo lo que uno piensa puede cambiar de pronto y no vale nada, de repente no vale nada ninguna cosa y tienes que dejarte llevar por la sorpresa y que la sorpresa o lo inesperado te folle a conciencia y tú te dejes hacer. En la escritura y en la vida. Y aceptarlo y tomarlo como un regalo o como una condena en algún momento. De modo que la escritura de La nueva subjetividad fue cambiando igual que cambian las dunas que aparecen en sus páginas y que avanzan y avanzan y se mueven sin que puedas controlarlas, sin desear tener ningún tipo de control sobre ellas. Dejarte llevar, ésa es la cosa, tanto en la escritura como en la propia lectura del libro. Dejarte llevar sin olvidar hacia dónde deseas llegar en lo que escribes. No sé si me explico, seguramente no. Todo respondía en la escritura de este libro a cierto plan, pero el plan podía ir mutando, ir moviéndose de un lado a otro. Pero si utilizo la palabra plan he de reconocer que nunca tengo un plan, si acaso tengo una imagen o un lugar, unas cuantas palabras que, de pronto, me vienen y a partir de ahí voy haciendo y voy dejándome llevar. Igual que haces en una fiesta en la que hay alcohol y diversión y cosas mágicas de por medio. Así que en La nueva subjetividad me he dejado llevar, como siempre he hecho. Me dejo llevar y a cada tanto me sorprendo y cuando algo así sucede mientras escribo yo no puedo hacer más que rendirme a la inercia que el propio texto va tomando y flipar igual que cuando suena una canción en una fiesta con amigos y te pones a bailar con ellos y, de pronto, sientes que todo tiene sentido aunque luego pueda ser que no lo tenga. El sentido es siempre pasajero, no lo dudes. Pero la cuestión es que si ves que las cosas no funcionan como debieran, te pones en modo cirujano plástico de la escritura y defines con un buen bisturí el itinerario de la escritura a seguir dentro del caos que, previamente, haya podido crearse. Si es necesario, te pones en modo matarife o carnicero y cortas y amputas todo lo que sea necesario, todo aquello que sea excrecencia, materia sobrante.
 
—ECP: Como un jardinero japonés con sus bonsáis...
 
—AGV: ¿Y qué es un bonsai sino una mutación premeditada?
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Coloquiando © Javier Tortosa
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Ageuve
—ECP: La infinidad de referencias y fragmentos de obras de otros autores son una parte fundamental de la estructura del libro, de tal manera que se llega a percibir (o al menos así me ha sucedido) como una obra construida sobre un constante sampleado de textos que utilizas como base para crear tu propio ritmo. ¿Esto es así?
 
—AGV: Sí, sí. Así es. ¿Pasa algo? [Risas]
 
—ECP: ¡Jajajaja! No, al contrario. Me parece un ejercicio maravilloso.
 
—AGV: Este libro no habría podido ser sin la colaboración de otros libros. Sin haberlos leído, sin haberlos sentido, sin haberlos vivido. Sin haberlos subrayado, sin haber escrito en sus márgenes. Sin haberlos compartido con otras personas, sin haber hablado sobre ellos. En parte, mi escritura en La nueva subjetividad se ha estructurado a partir de la lectura de otros textos, a partir de la escritura de otros autores y de lo que he disfrutado con ellos, a partir del descubrimiento o redescubrimiento de su escritura o de la sintonía que he experimentado con libros de otras personas que sentía como propios, cercanos. Eso de leer para aprender cosas que nada tienen que ver contigo es una forma de lectura y, sin duda, es la ostia, pero siempre me ha parecido de una hipocresía vanidosa y doctrinal decir que siempre sucede así cuando leemos. Como si alguien te dijera: tenemos que aprender y salirnos de nosotros mismos y siempre igual y nada de reconocernos en la escritura de los otros. Es que proceder así, afirmar de esa manera, es un poco falsear las cosas. Porque, en realidad, ¡casi nunca nos salimos de nosotros mismos! ¡No queremos! ¡Es lo que menos nos gusta hacer! Y yo, tengo que decirlo, leo para comprenderme. Y por proceder así, seguramente, soy un egoísta. Sí. Yo leo para comprenderme y encontrar en otros todo aquello que no consigo articular por mí mismo de forma racional y que, previamente, ya sentía o intuía. Algunas veces me encuentro con algún libro que me dice cosas que no imaginaba o que no pensaba. Pero esas ocasiones son las menos. Y lo que tengo que decir también es que, si me he servido de la escritura de otros, ha sido para poder articular lo que ya sentía o estaba dentro de mí. Eso que digo que ya intuía. O sea, que puedo ser un perfecto homo sampler, no hay duda, pero lo que escribo es algo que ya hervía dentro de mí. Decir que es lo contrario sería un acto de falsedad radical. De modo que, volviendo a lo que estaba diciendo antes, canibalizo la escritura de otros. O las imágenes de otros, los pensamientos. Por supuesto. Pero a mi bola. Filtrado por mí o por mi sensibilidad. La música popular lo hace constantemente.
 
—ECP: Sí, a eso precisamente me refería.
 
—AGV: Claro. ¿Por qué no habríamos de hacerlo las personas que escribimos? DJ Shadow lo petó en los noventa sampleando a Giorgio Moroder, por ejemplo, y a muchos más. Hay miles de ejemplos. Siempre. ¿Por qué no hacerlo en el ámbito de la literatura si Francis Bacon tomó como modelo al propio Velázquez para trascenderlo? ¿Por qué no puedo yo mismo intentarlo? ¿Por qué no voy a poder yo tirar de Julia Kristeva o Garcilaso de la Vega pasando por Mark Fisher o Bruce Bégout, Baudrillard o Margo Glantz y Giordano Bruno para componer un artefacto literario que, teniendo en cuenta la tradición o la no tradición, pueda articular un discurso que los tenga en cuenta para hacer algo que ojalá pueda ser asimilado y comprendido por otros fuera de su contexto original? Este libro no existiría sin todas las lecturas que hice para emprender su proceso de escritura, no me cabe duda, y siempre que escribo es inevitable que floten las lecturas que he hecho a lo largo de los años o las lecturas que, a conciencia, he emprendido para conseguir articular el libro que deseaba escribir. Y en esta ocasión lo que deseaba escribir no podía apartarse de toda una serie de lecturas que había hecho, en algunos casos, de forma inconsciente para terminar por escribir La nueva subjetividad o bien de lecturas que hice según escribía el libro y que consideraba que podían hacer crecer el texto, mi escritura. Incluso de lecturas que llegaron después y que ya estaban en mi escritura por alguna razón junguiana del destino o por pura sincronicidad, por pura sintonía con el cosmos.
 
—ECP: ¿Tiene también lo anterior que ver con la idea de que todo se repite, de que cualquier cosa que pensemos o digamos ya lo hizo alguien antes?
 
—AGV: Todo lo moderno ya se ha dicho. O bien es necesario ser clásico para ser rabiosamente moderno. Supongo, espero, deseo que estas palabras respondan lo que me preguntas. O bien puedo añadir: todo es nuevo, todo es viejo. Y lo viejo es arrebatadoramente nuevo y bello y moderno. Y es fantástico que sea así.
 
—ECP: Ya que has mencionado la música, tengo que decirte que, para preparar esta entrevista, hice una relectura del texto con el fondo de la banda sonora que aportas en uno de los epígrafes. No hay duda de que el ritmo y la cadencia de los renglones provienen en gran medida de la música que escuchabas mientras escribías ¿es La nueva subjetividad, de alguna manera, un texto sinfónico?
 
—AGV: Puede que sea un texto en cierto modo musical. Siempre procuro que el ritmo condicione aquello que escribo. Adaptar estrategias propias de lo poético al ámbito de la ficción o del ensayo y hacer que el texto vibre o se mueva tal y como podría hacerlo la música. Siempre opero de tal forma cuando escribo y en esta ocasión la música ha sido tan relevante como en mis libros anteriores. Sin embargo, para la edición de este libro he considerado oportuno incluir, además de una bibliografía debido al carácter ensayístico que también anima La nueva subjetividad, una discografía. Y lo he hecho por dos motivos. Por un lado, porque considero tan importante la música escuchada en su escritura como las lecturas que haya podido hacer en paralelo a aquella. Por otro lado, porque sentía que era necesario compartir con los lectores esas composiciones, esos discos que han influido en mi escritura y que la han ido modelando y modulando.
 
—ECP: Hablemos de geografía, un tema recurrente en nuestras tertulias etílicas. La influencia del entorno, de los materiales, de las formas geométricas que nos rodean, de la potencia con que inciden en los estados de ánimo o, incluso, en el devenir de los acontecimientos. ¿Lo crees así? ¿Qué papel juega este hecho en la construcción de tus historias?
 
—AGV: Yo creo que escribo a partir de los lugares, de imágenes que siento en determinados lugares. Puede que sea una de las formas en que empiezo cualquier proceso de escritura. Veo un lugar, siento ese lugar y entonces experimento el deseo de escribir sobre ese espacio y ese espacio termina por influir, condicionar o modular y modelar aquello que escribo... aunque luego termine por inventarme incluso lo que siento en esos espacios o fantasear, imaginar cualquier cosa que nada tenga que ver con la realidad. Hace un par de días estuve caminando por el Paraje de la Naveta y la Rambla de las Grutas, cerca del Puerto de La Cadena, a pocos kilómetros de donde vivo en Murcia. Nunca había estado allí y sé perfectamente, soy consciente de que ese paisaje aparecerá en lo próximo que escriba e influirá en mi escritura y la condicionará y la modelará. Lo sé. Cada vez más siento que cuando empiezo a escribir algo lo hago porque me he enamorado de un lugar y de su energía y me digo: tengo que escribir algo que se desarrolle en este sitio. No puedo evitarlo. Aunque sea un resort con campo de golf en medio de algún páramo del sureste de España, donde vivo. Siento incluso la necesidad de escribir en esos sitios que, de algún modo, terminan por fascinarme y es un deseo que queda latente y, finalmente, se traduce en lo que escribo. De algún modo siempre termino por escribir sobre los mismos lugares que me llevan hipnotizando desde hace años o procuro que todo lo que escribo se desarrolle en esos mismos sitios de siempre. No sé por qué pasa así, no puedo evitarlo. Tal vez sea porque siempre termino por ser reincidente en lo que me gusta o deseo y me acerco a los sitios donde me siento cómodo o me producen algún tipo de satisfacción que va de lo físico a lo cósmico o lo espiritual. Por eso nunca escribo nada que tenga que ver con la ciudad en la que vivo y en mi escritura huyo de ella por lo general, si bien tal vez en lo próximo que escriba estará presente... Debe ser que siento algo que no puedo evitar y que me lleva a desarrollar las historias que no escribo, porque nunca escribo historias como he dicho antes siguiendo el rollo de Marguerite Duras, desarrollar mis historias, esas que no son historias, en el mismo territorio aunque me suceda que, cada vez que viajo, sienta la necesidad de ubicar alguna de mis escrituras en ese lugar donde temporalmente me encuentro. Amberes, Londres, Ciudad de Guatemala. Cualquiera. No obstante, al final, no termino por ubicar mis historias en esos lugares donde he podido pasar ciertas temporadas de mi vida, porque siento la necesidad de escribir sobre los lugares donde visito de forma habitual o por donde paso y con los que siento una afinidad que resulta sagrada, lugares que frecuento y por los que experimento la necesidad de escribir acerca de ellos, de modo que sea posible crear territorios mitológicos a través de mi escritura en ellos, territorios mitológicos que están en la periferia de los grandes mitos, fuera de estos grandes mitos.
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Devoción por David Lynch
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El nuevo collage subjetivo
—ECP: ¿En algún desierto, quizás?
 
—AGV: Supongo que mi lugar es la periferia y que la periferia condiciona cierto tipo de disidencia natural u obligada y que, en mi caso, tiene que ver con los desiertos que rodean el lugar donde vivo y que nadie se atreve a llamarlos de tal manera aunque son páramo puro, tierras baldías y secas y que, no sé por qué, me hipnotizan de siempre. Así que, indudablemente, el territorio condiciona todo aquello que escribo. Todo lo que mis ojos ven o mi cuerpo siente termina por filtrar en mi escritura, condicionarla, modelarla. Desde un páramo cerca del aeropuerto de Corvera en Murcia o una playa contaminada próxima a la ciudad de Cartagena como puede ser El Gorguel o Portman. Todos esos paisajes impregnan mi cuerpo y no puedo más que traducirlos en mi escritura en una suerte de transcripción híbrida de ficción y ensayo o poesía y delirio que, de alguna manera, se acerca al pensamiento de los nuevos materialismos o a la Materia vibrante de Jane Bennett. De hecho, siento que el verdadero protagonista del libro, de La nueva subjetividad, es eso que tú llamas entorno, pero que yo preferiría llamar paisaje o territorio, y que es pura materia vibrante, valga la redundancia con permiso de la Bennett. Soy consciente de que en todo lo que he escrito, desde Signos herméticos de una nueva melancolía hasta La nueva subjetividad, el escenario donde se mueven los personajes es esencial. Pero, en esta ocasión, en este último libro, es el territorio lo más relevante y aquello que determina todo proceso narrativo si es que en lo que he escrito en La nueva subjetividad hay algo de narración porque, si te soy sincero, creo que aquí no hay nada de eso o si lo hubiera, sería de forma completamente híbrida y alocada.
 
—ECP: Al hilo de esto último que dices, hay una frase que se repite en varias ocasiones a lo largo del libro: «la linealidad con final es lamentable». Es evidente que en tu escritura siempre huyes de una exposición ordenada desde un punto de vista espacio-tiempo; yo describiría tu forma de narrar como helicoidal, una suerte de espirales entrelazadas. ¿Estás de acuerdo?
 
—AGV: Siento que mi escritura nada tiene que ver con la linealidad. Es más que evidente si consigues aguantarme leyendo unas decenas de páginas de cualquiera de mis libros. De ahí que diga o escriba que la linealidad con final es lamentable. Toda apariencia de linealidad o continuidad es puro engaño porque, al final, queramos o no, siempre estamos a vueltas con las mismas cosas cada día. Es por eso que juego con los bucles, pero no lo hago por una cuestión formal, sino que lo hago de tal modo porque dudo mucho que nuestra propia vida o nuestra identidad tenga algo que ver con la linealidad tal y como te estoy diciendo. Nos colgamos de historias que nos montamos en nuestra cabeza, de pensamientos que hacen loop dentro de la conciencia o, sencillamente, nuestros cuerpos se acostumbran a determinadas acciones o adicciones. Toda linealidad es ilusoria entonces. Y pasan los días y vivimos dentro de bucles que tienen que ver con las rutinas o con nuestros pensamientos que, en ocasiones, no avanzan sino que se enredan del mismo modo en que la cabeza de un paranoide pudiera ser diagnosticado como tal. Así que, si tengo en cuenta todo esto, no puedo hacer más que considerar la escritura como un dar vueltas sobre las mismas cosas y eso no está mal, creo que no está mal. Es lo que hay, sin más. Y lo que termina por tener más importancia en nuestra realidad no es tanto aquello que hacemos sino lo que pensamos acerca de aquello que hacemos. De ahí que mi escritura sea como el pensamiento. Y no es que mi escritura pretenda imitar el pensamiento, sino que mi escritura es mi pensamiento. No lo imita, es tal cual. Total, que mi escritura es mi pensamiento y el pensamiento es siempre narración, aunque no estemos acostumbrados a ver el pensamiento de esa manera. Mi pensamiento es un bucle que deviene narración. El de otras muchas personas probablemente también, aunque no quieran siquiera confesárselo a sí mismos. Y mi pensamiento no avanza, se cuelga. Eso pasa. Nada tiene que ver con un proceso lógico. Mi forma de razonar es esencialmente emocional, por lo que supongo que no soy en absoluto racional. Y entiendo que por no ser racional habito en esas espirales de las que hablas en tu pregunta y soy incapaz de escapar de ellas, incapaz de escapar de mi pensamiento por mucho que, a lo largo de mi vida, haya deseado ser más zen de lo que soy [Risas]. Así que me cuelgo de los pensamientos que me habitan y creo que, por una cuestión absolutamente narcisista —y no pasa nada porque sea así—, en la actualidad es necesaria una literatura de ficción donde el pensamiento sea narración. Todo lo demás será opio lector, puro narcótico o cosas que ya conocemos y que nos inducen al aburrimiento.
 
—ECP: Estoy de acuerdo en lo que dices. De hecho, pienso que afrontar La nueva subjetividad desde la razón, desde la literalidad, es comprar todas las papeletas para fracasar en su lectura. Es más, según tus propias palabras, «el lenguaje humano se compone de palabras inútiles, enunciados imperfectos».
 
—AGV: Creo que sí y creo que tiene que ver con lo que ya te estaba diciendo. Considero que se puede llegar más lejos en los efectos que un texto puede tener en la percepción del lector si dejamos atrás los prejuicios que vienen determinados por la costumbre que un discurso narrativo convencional puede ofrecernos. Yo todo el tema de la confusión entre vigilia y sueño creo que tiene que ver con algo que está fuera de la literatura y que es algo tan sencillo y tan complicado como la vida. En literatura yo puedo mezclar vigilia y sueño y, a la vez, no diferenciar entre vigilia y sueño porque en literatura tales conceptos no es necesario diferenciarlos y ambos pueden convivir en un mismo plano de forma completamente normal. Es decir: no son dos mundos separados, sino que conviven, porque en la literatura aquello que dice el narrador puede ser comprendido o aprehendido como verdad y ya está, no hay nada que discutir al respecto. Incluso en la vida misma, si fuéramos conscientes del carácter matérico de los sueños, tampoco necesitaríamos de este tipo de dualidad y lo entenderíamos todo como un continuum.
 
—ECP: ¿Piensas entonces que la creación de atmósferas, la difuminación de la línea entre sueño y vigilia, permite llegar más lejos que una narración convencional?
 
—AGV: El problema o la cuestión que me planteas es si deseamos dejarnos hacer por un tipo de escritura que va más allá de la cotidianidad. Si deseamos que una narrativa no convencional o al uso nos lleve hasta territorios emocionales para los que no es que no estemos preparados, sino a los que no queremos llegar. Sinceramente, creo que la escritura que pretendo articular desde Esquizorrealismo hasta La nueva subjetividad no es tan compleja como pudiera parecer. Creo que lo importante a la hora de leer un texto consiste en dejarse llevar, al menos en lo que yo escribo, y no todo el mundo quiere experimentar, no todo el mundo está dispuesto a meterse en algo que no entiende o no puede controlar. Cuando no controlar o no entender completamente es una de las experiencias más estimulantes que podamos sentir. Lo más fácil y sencillo es repetir aquello a lo que estamos acostumbrados, porque es lo que hay que hacer y es lo que comprendemos y lo que nos han dicho que es comprensible y consumible. Yo apuesto por no comprender, estoy cansado de comprender, no quiero comprender más. Por eso siempre he sido absolutamente devoto del cine de David Lynch o de películas como Paprika o El viaje de Chihiro, en las que estoy completamente indefenso desde una perspectiva lógica. Porque tanto estas películas como el cine de Lynch siempre me han llevado hacia territorios que no sentía que necesitaba comprender de forma racional, sino sentirlos del mismo modo en que puedo sentir una canción. Ya sea un tema de Susana López o Coil o quedarme pillado mientras contemplo el Jardín de las delicias del Bosco. Hace poco hablaba con alguien acerca de La Anunciación de Fra Angélico y podemos preguntarnos qué hay que comprender en esa imagen. Nada, no hay que comprender nada. Hay que dejarse llevar por el color y por esa cosa tan fascinante de quedarte preñada por dios o el Espíritu Santo sin haber conocido a hombre alguno o que te digan que va a suceder así. Hay que sentir la imagen y hay que sentir la palabra. Solamente eso. Ésa es la forma en que debemos proceder con ciertas literaturas. La razón y la lógica están sobrevaloradas y debemos articular otras formas de percepción de la literatura, otras formas de afrontar la lectura. Más aún cuando la literatura puede ser una manifestación de la sensibilidad que va más allá de la política o la filosofía, porque no es necesario que, dentro de la literatura, la razón codifique nuestros pasos como lo hacen aquellas, sino que, en la literatura, somos nosotros quienes podemos servirnos de ella, de la literatura, para nuestro propio goce y disfrute más allá del entendimiento. Todo lo demás es mierda lobotomizante. Todo lo demás es un engaño que procura teledirigir nuestras emociones. Lo que pensamos, lo que deseamos.
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Las nuevas lecturas subjetivas
—ECP: Ya que mencionas a Lynch, y en el libro también haces referencia explícita a Godard, Varda... Es indudable que tu cultura cinematográfica rezuma en las páginas de este libro. ¿Se trata de una influencia inconsciente o acudes a ellos de manera voluntaria en tu proceso creativo?
 
—AGV: Sale solo, no puedo evitarlo, supongo. En La nueva subjetividad resulta que hay alusiones directas a algunos diálogos de Godard y a ciertas escenas de Varda. Aunque más que diálogos de Godard, tendría que decir que es un monólogo de Anna Karina en Made in USA. Un monólogo fantástico por el que parece que no pasa el tiempo. Y las cosas que saco de Varda, las alusiones a una película en concreto, aparecen en notas al pie dentro del libro. Las notas al pie son algo a reivindicar y tienen una importancia que, con frecuencia, pasa desapercibida. Y supongo que Lynch planea sobre el texto también como una nube aunque si sucede así es de forma completamente inconsciente, no intencionada, no lo sé. No obstante, creo que hay poco Lynch en este libro. Tal vez estaba más presente en Homoconejo y Esquizorrealismo.
 
—ECP: ¿Otra cerveza?
 
—AGV: Venga.
 
—ECP: Sigamos. Sabes que, haciéndote yo esta entrevista, no podía faltar nuestra pequeña dosis de Mark Fisher. Él argumenta que el éxito del capitalismo radica en su capacidad de adaptación, en carecer de forma propia y amoldarse, como una gelatina, al entorno que lo rodea. ¿Ha influido esta concepción (la de masa viscosa) en la distopía sobre las dunas en la que transcurre La nueva subjetividad?
 
—AGV: A ver, creo que aquí las dunas, sin ser viscosas, son una presencia que lo invade todo. En ese sentido se adaptan al entorno y fagocitan cualquier cosa que encuentran en su camino. Su avance es inevitable e implacable, no puedes escapar de él. Tal y como sucede en La niebla de John Carpenter. Me interesa la idea de algo que termina por invadirlo todo. Ya sea el agua, la niebla, la arena o el fuego. Sin haberla tenido en mente a la hora de escribir, no puedo dejar de pensar ahora mismo en la novela Hola América de Ballard y es curioso que piense en este libro porque no me gusta mucho, aunque hay ciertas coincidencias con el tema de la arena y el desierto y las dunas que lo ocupan todo. En cuanto a Fisher, no creo que haya tenido mucho que ver con esto. Si Fisher tiene cabida aquí es por otras cuestiones. Si Fisher tiene cabida aquí es por cosas que giran en torno a futuros cancelados y fantasmas que están cerca de ti y no te dejan y te consumen, cosas que ya estaban flotando en Signos herméticos de una nueva melancolía. Creo que Fisher aquí está más controlado que en ese libro, aunque para cuando escribí Signos yo no había leído nada de Fisher. Después de la publicación de Signos, leí a Fisher y de pronto fue algo así como: ¿qué está pasando aquí? ¿He escrito una novela hauntológica sin saber nada sobre la hauntología? Creo que esta vez me ha sucedido igual pero con los nuevos materialismos [Risas]. Y todo el rollo de la masa viscosa o, más bien, de un entorno o un territorio que te influye y condiciona está muy relacionado con las reflexiones que puedes encontrar en libros de autoras como Tripaldi, Bennett o Barad. O sea, con los nuevos materialismos a los que ya aludí antes.
 
—ECP: El libro concluye con una sentencia tuya, familiar para los que te seguimos en redes sociales: [AMA] [DESTRUYE] ¿es lo mismo?
 
—AGV: ¿Tú que piensas?
 
—ECP: Bueno, yo creo que el acto de amar es demoledor por naturaleza, ¿no? En cualquier tipo de amor. Siempre hay un antes y un después. Amar es intercambio, osmosis, amalgama, grietas. El ser pre-amante desaparece como tal. El pre-amado, también. Nadie vuelve a ser el mismo. No digo peor, ni mejor. Digo diferente. En ese sentido, sí, sin duda. Amar es destruir.
 
—AGV: Pues eso. Creo que coincidimos en lo que dices. Supongo. Si pienso en [AMA] [DESTRUYE], pienso en pintadas por la calle. Si pienso en [AMA] [DESTRUYE], pienso en Vicente Aleixandre. También en él. He hecho pintadas por la calle con esas dos palabras. [AMA] [DESTRUYE]. Pienso que tiene que ver con el hecho de entender el amor con una forma de destrucción, con romper con todo, con quemar las naves, con acabar con todo lo que se supone que tenemos que hacer. Tiene que ver con una forma de amar que destruye todos los afectos de antes o parte de éstos para crear nuevos afectos, nuevas situaciones. Supongo que tiene que ver con amar dejando atrás la cotidianidad y liarse la manta a la cabeza y crear un nuevo orden emocional en plan nazi de los afectos o en modo nihilismo de las emociones. Quizás sea solamente un eslogan o una forma de seducción. Un eslogan o la seducción son en realidad lo mismo, ¿no crees? Algo superficial tal vez, seguramente. He hecho pintadas con [AMA] [DESTRUYE] en algún sitio por el que probablemente sería susceptible de ser multado. He hecho pintadas con esas dos palabras incluso en alguno de los lugares por donde se mueven los personajes que aparecen en La nueva subjetividad. E igualmente eso supondría la posibilidad de ser multado. [AMA] [DESTRUYE]. Me parecen dos palabras que combinadas pueden resultar paradójicas pero que, en realidad, se retroalimentan y juntas resplandecen. Si pienso en [AMA] [DESTRUYE], pienso en Vicente Aleixandre. Ya, ya. Ya lo he dicho antes, lo sé, pero quiero repetirlo. Y esto tiene que ver con su poema La destrucción o el amor. Y en el caso de Aleixandre esa conjunción “o” no supone una disyuntiva sino una identificación, es decir, que el amor se identifica con la destrucción, son la misma cosa. De modo que amar es destruir. La destrucción de lo que uno es por amalgamarse con el otro y confundirse y enredarse y mezclarse. Física y emocionalmente. Todo muy guay sobre el papel pero que puede ser una cosa muy de flipados. No obstante, está bien tener un eslogan. ¿Por qué no? [AMA] [DESTRUYE] es simplemente la expresión de un momento de delirio y enajenación, de un momento de contento y resplandor en el desierto, un momento de contento y resplandor en el desierto a través de la huida. ¿Sabes que La nueva subjetividad trata sobre la huida? En realidad, solamente trata va de eso. De huir, de escapar.
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Nueva pizarra subjetiva
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Luis y Olvido, la única verdad en lo fabuloso
—ECP: Estamos terminando y creo que no deberíamos dejar de hablar de Franz, la editorial con la que repites después de Signos herméticos de una nueva melancolía. ¿Qué tal tu experiencia con ellos? ¿Es importante la existencia de editoriales valientes que apuesten por textos menos convencionales?
 
—AGV: ¿Qué te voy a decir? Alucino con Franz, alucino con Christel. Con el modo en que se entrega a su trabajo como editora. Estoy absolutamente prendado con su modo de editar, con el nivel de exigencia que tiene hacia sí misma y con su rigurosidad con los textos con los que trabaja y con la edición de éstos. Y me siento muy cómodo con ese nivel de exigencia que te digo y no ya para conmigo, que lo tiene evidentemente, sino para consigo misma. Encomiable, de veras. Trabajar con ella, publicar con ella, es hacer que tu escritura crezca y llegue a un sitio mejor. Yo soy muy riguroso y exigente conmigo mismo en la escritura y es tan satisfactorio encontrar a alguien con quien coincides como Christel que no puedo más que sentir gratitud por estar cerca de ella y compartir horas de trabajo y revisión en las que ambos intentamos mejorar lo que tenemos entre manos. Y siempre es así, siempre. De hecho, cuando queda preparada y finalizada la edición del libro, siento que la echo de menos y busco algún pretexto o excusa para hablar con ella. La delicadeza y elegancia que siempre imprime a sus libros es algo que me hace sentir muy feliz y orgulloso de poder publicar con ella. Con Signos herméticos de una nueva melancolía fui muy feliz durante todo el proceso que pasamos juntos revisando el libro y en esta ocasión me he sentido igual. A veces llega a ser obsesivo, pero creo que la obsesión es necesaria. Ballard lo decía, para escribir hay que tener una obsesión. ¡Y para editar también! Y aquí es cuando las obsesiones confluyen y las obsesiones se vuelven algo tan pero tan bello que las palabras se me quedan cortas... Y una cosa muy pero que muy importante: Christel siempre aporta, siempre da soluciones. Y todo eso con una sonrisa, con gran complicidad, con el ánimo de salir adelante y mejorar. Siempre hay algo que mejorar, siempre. Y sentir y saber que la persona que va a publicar tu libro siente del mismo modo es indescriptible y fabuloso. Franz es pura guerrilla, guerrilla literaria y editorial que trabaja desde la más absoluta disidencia, desde la periferia del mundo editorial que tan autómata puede ser por momentos. No imagino un lugar mejor para publicar aquello que escribo con tanta dedicación durante meses y meses o años porque su dedicación para con sus autores está más allá de lo que cualquiera pueda imaginar.
 
—ECP: Por último y no por ello menos importante: ¿todo fatiga... menos Luis y Olvido?
 
—AGV: Luis y Olvido son seres adorables. Seres encantadores de once y nueve años ahora mismo que tú y yo conversamos. En el libro aparecen con otras edades porque eran más pequeños en el momento en que escribía. Luis y Olvido son personas que no producen fatiga y que respiran y lloran y comen y sueñan y que hablan sobre la nada en las páginas de La nueva subjetividad. Luis y Olvido son mis hijos y se han colado con sus propios nombres en las páginas de este delirio del que estamos hablando, no pude evitarlo. Son lo único verdadero dentro de la escritura de un libro donde todo es fábula. Ellos, en cambio, no lo son, son absolutamente reales. ¿Quieres preguntarme algo más? Pero que sea fácil, que si no me pongo y no paro.
 
—ECP: Brindemos por ellos, pues. ¿Pedimos la última?
 
—AGV: La penúltima, mejor.
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    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

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