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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

JESÚS MONTOYA JUÁREZ

15/2/2025

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Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA
Los sueños aéreos

En las Cartas a Ático Cicerón expresó el dolor y la angustia provocados por la pérdida de su hija Tulia a una edad temprana. Así lo hizo también Mark Twain en Un bosquejo de familia sobre Susy, muerta a los 25 años por una meningitis. El hijo adolescente de Wolfgang Hermann falleció repentinamente mientras dormía y el austríaco narra en Despedida que no cesa la distorsión que a partir de ese hecho domina su vida. Noches azules de Joan Didion, El nadador en el mar secreto de William Kotzwinkle, Tienes que mirar de Anna Staribonets... Son numerosas, en la tradición y en la modernidad literaria universal, las obras que tratan la onda expansiva ocasionada por la pérdida filial. Escritos en español hay monumentos como Paula de Allende, La hora violeta de Sergio del Molino, Lo que no tiene nombre de Piedad Bonnett, Mortal y rosa de Umbral o Joana de Joan Margarit. Yo diría que se trata casi de un subgénero temático.
Aunque las circunstancias pudieran parecerse, digo con alivio que no voy a entrevistar al autor de un canto póstumo, sino todo lo contrario: una revelación tras una brusca y casi insoportable pesadilla. He tenido la suerte de toparme con Los sueños aéreos (La Fea Burguesía, 2024), obra que invita a reflexionar sobre la resiliencia, el amor incondicional y la lucha constante frente a la adversidad. Jesús Montoya Juárez (Murcia, 1979) relata en verso el testimonio paternal del proceso de superación de una experiencia desgarradora: la enfermedad de su hijo pequeño, quien sufrió un daño cerebral adquirido (DCA). No sólo describe la vivencia, sino que ofrece una profunda introversión sobre el impacto emocional, físico y psicológico que una tragedia de este tipo puede generar, así como las herramientas necesarias para avanzar en medio de la oscuridad.
Seamos lobos y levantemos las orejas para escuchar con toda nuestra atención.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Qué rol jugó la escritura de Los sueños aéreos en tu proceso de sanación emocional, y cómo estás percibiendo el tránsito de la experiencia al papel?
 
—JESÚS MONTOYA JUÁREZ: Hola, Juan de Dios. Es algo a lo que le he dado muchas vueltas. Los poemas del libro surgen de la necesidad de explicarme a mí mismo una experiencia vital dura y transformadora. Una experiencia que ha tenido mucho de oscuridad —sobre todo al principio—, pero también momentos de luz. Como dice Dickens al comienzo de Las dos ciudades, cita que abre el poemario, «Era el peor de los tiempos» y «era el mejor de los tiempos». Creo que escribir este libro me ha servido para hacer recuento de todo eso. Los materiales que componen la realidad se tamizan mejor si se abordan desde la poesía. La poesía tiene eso: la pausa, la plena consciencia depositada en cada verso para ir sedimentando cosas. Escribir, estoy de acuerdo contigo, ha sido parte importante de mi proceso de sanación: una forma de dar sentido a lo vivido. Pero en la escritura se han ido colando muchas otras heridas ajenas, de muchos otros con los que nos hemos cruzado en estos años. Así que las cicatrices que recorren el libro ya no son solo mías. Los hallazgos, tampoco. Y luego está el diálogo con la biblioteca, los mitos, el tejido artístico del libro: la conciencia de que escribimos en una cadena de muchos eslabones. Poco a poco, la idea de publicar estos poemas, escritos muchas veces en cafeterías de hospitales y clínicas, ha ido cobrando cada vez más sentido. La poesía es un discurso privado, pero en cierto modo es también público. Si no pone palabras a experiencias compartidas, no vale la pena. Cuando los poemas dejaron de ser texto al paso y empezaron a ser un libro, con la reescritura, ha cobrado peso la idea de compromiso, que es una parte esencial del proyecto: compromiso con el propio trabajo literario, primero, y también en la denuncia de las costuras del sistema ante la problemática social del daño cerebral adquirido. Quiero pensar que el libro conjuga todo eso.
 
—ECP: En tu narratividad lírica usas sobre todo el verso blanco, alternando endecasílabos y heptasílabos. Esto me hace pensar que gustas de poetizar la realidad a la manera de La Otra Sentimentalidad granadina. ¿Es así?
 
—JMJ: Mi formación como escritor se dio en Granada, en sus calles y bares, en su universidad. Ese paisaje impregnó mi sensibilidad en los años en los que a uno le nace el gusanillo de la escritura. Supongo que eso marca. Más tarde, ya como profesor universitario, coincidí en el trabajo con poetas profesores, como Luis García Montero, Miguel d’Ors, Álvaro Salvador... Los leí a todos, y a algunos otros que me gustan particularmente, como Javier Egea, Andrés Neuman o Rosa Berbel, una poeta joven que leí hace poco y me parece muy interesante. No es un programa literario el mío que se ajuste a pies juntillas a esa corriente, que tuvo su momento y su lugar, pero sí creo que algo hay de esa poesía en mi forma de entender la escritura y de ejercerla. El tono conversacional del libro puede venir de ahí. En parte, también, la idea de que escribir es dialogar o mirarse en un espejo astillado. Juan Carlos Rodríguez, que fue profesor mío, crítico y padre de ese grupo poético, decía en sus clases que en el yo siempre hay un nosotros, que hablamos siempre con un lenguaje prestado que nos habla también. Esa idea de explorar una subjetividad escindida o múltiple está en mi narrativa y también en mi poesía. Con Los sueños aéreos me surgió la necesidad de construir un personaje poético que estructurase el dolor, por ejemplo. Ese yo que me cuenta lo que voy sintiendo, lo que estoy viviendo o he vivido, es un modo de tomar distancia y domesticar lo que te duele o arrasa, lo que por momentos es salvaje, sin ocultarlo ni tergiversarlo. Me hizo bien contarme a mí mismo desde esa otredad. En esto último también creo que hay un eco de esa Otra Sentimentalidad, más allá del empleo del verso blanco al que te refieres.
 
—ECP: Este poemario tiene una estructura inspirada en La divina comedia. ¿Quién es Beatriz? ¿Quién es Virgilio?
 
—JMJ: El año y medio que recoge el libro es una travesía. Un viaje. Desde el momento en que recibes la noticia de que tu hijo está grave y que hay que llevarlo inmediatamente a quirófano, se sueltan amarras y se despega. El primer poema, ‘Viaje a Marte’, habla un poco de eso: de dejar la Tierra, de la oscuridad silenciosa en que se cae en pleno día, de cómo a veces no hay más alternativa que atravesar sin más el vacío. Dante surgió naturalmente a la hora de estructurar el libro. Apareció en los poemas y, después, cuando empezaron a formar parte de un manuscrito, me dio su estructura. Es lógico, si se escribe una catábasis, que se dé la mano a Dante. Pero en mi libro, no hay una Beatriz en los cielos aguardando al poeta. De lo que se trataba era de volver a la Tierra. De regresar. Y Virgilio, lo tenemos claro, es cada uno de los médicos, las fisioterapeutas, las enfermeras, el personal sanitario que nos ha dado la mano para sacarlo adelante. Maricruz, Esther, Elena, Julia, Ángela, Luisa, Alberto, Manuel, Conchi, Virginia, Almudena, Karen, Sonia... La gente de La Arrixaca, de Guttmann, de las diferentes clínicas que hemos visitado. Hay un poema titulado ‘Virgilio’ que precisamente reivindica la sanidad pública y a sus profesionales. El libro es, en parte, un homenaje agradecido a quienes nos acompañaron a través del infierno y nos llevaron a casa.
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«Vamos a necesitarnos» © Libros Traperos
—ECP: ¿Qué elementos de la tradición dantesca decidiste reinterpretar o transformar en Los sueños aéreos para que encajaran con tu propia visión literaria?
 
—JMJ: Cada una de las secciones del libro se titula como los diferentes libros de La divina comedia. Pero, por ejemplo, “Paradiso” refiere un momento de serenidad que no tiene nada de éxtasis contemplativo. Por un lado, es el recuento de daños tras haber arribado a la playa, tras el naufragio, por otro, es la enumeración de nuevos interrogantes: ¿cómo continuar? ¿Cómo aprender a vivir de nuevo? No hay éxtasis feudal, ni donna angelicata, sino puro movimiento. Hay momentos de breve plenitud y fascinación que el arte o la poesía pueden ayudar a prolongar en la conciencia. Pero no cabe recrearse demasiado, pues toda arquitectura es inestable. En un poema recurro a Gibran: uno es solo un arquero que envía a sus hijos al mañana. En otro poema me pregunto si el tiempo ahora no es sino responder a una sola pregunta: “qué hiciste con el fruto que te tocó cuidar”. Tal vez sea eso lo que puede legitimarnos: la conciencia de la fragilidad. Escribir sirve para recordárselo a uno mismo cuando la tentación es olvidarlo. Como le decía a Manuel Madrid en una entrevista para La Verdad, el único paraíso al que podemos aspirar es volver a la rutina, caminar juntos, cuidarnos, darnos la mano. Apostar por los cuidados, reconocer que todos somos vulnerables y vamos a necesitarnos, creo que es hoy un mensaje bastante revolucionario.
 
—ECP: Tus referencias librescas son continuas. Esencial es el poema ‘Los libros y la noche’. ¿Hasta qué punto nos puede aliviar un libro? Lo digo porque hay gente que, en una circunstancia extrema como la que tú has vivido, no encuentra ni un gramo de consuelo en la cultura.
 
—JMJ: Hay varios ecos de Borges en el libro. Hay otro poema, titulado ‘Whitman’, en el que hay muchas referencias y citas modificadas de poetas que hablaron sobre la enfermedad, el dolor y la pérdida, y que habla precisamente de eso. «Ninguno de tus libros te ofrecía cobijo», digo en un verso, «pero hubo poesía pese a todo». La poesía, cuando los libros se cierran, se anuda siempre en la trama de la vida. Forma parte de ella. Por más que a veces no haya serenidad de ánimo o no se sepa el idioma con el cual leerla. Muy al principio, no pude leer nada, como te imaginarás, todo era un black out y absolutamente nada ofrecía consuelo. Pero el amor, cada caricia, la esperanza, el ejemplo de los profesionales que lo trataron, la entrega de mi pareja, la lucha de nuestro hijo para volver a ser él mismo —es decir, la poesía— estaban ahí. Quizás todo sea cuestión de distancia y de enfoque. También de suerte: los vientos nos han traído a un lugar desde donde podemos, ya en tierra, reconocerla.
 
—ECP: ¿Qué banda sonora se te ocurre que tendrían tu “Inferno”, tu “Purgatorio” y tu “Paradiso”?
 
—JMJ: No hay muchas referencias musicales en el poemario, pero hay mucha música en estos años de escritura. Las canciones que le gustan a mi hijo han sido la banda sonora de este tiempo de rehabilitación. Nada muy glamuroso: Ed Sheeran, Coldplay, Sebastián Yatra, Miki Núñez... Los oíamos juntos para hacerle sentir que estábamos en casa. Hay mucha música en catalán. Un idioma hermoso que nos habituamos a oír. Vivimos varios meses en Barcelona e íbamos cada día a Badalona, al Hospital Guttmann, oyendo Els Quaranta Principals. Esta sería la música de “Purgatorio” y de “Paradiso”. La música de “Inferno” sería dodecafónica. Pitidos, alarmas, zumbidos, el rumor sordo de las máquinas que nos mantienen con vida.
 
—ECP: Después de leer ‘Otro poema’ me pregunto qué hay detrás de la esperanza, la cual, por cierto, es la última palabra del libro. ¿Qué hay, Jesús?
 
—JMJ: La nada. La garganta, llena de piedras. El vacío. Una realidad que es un poco como vivir en el mundo del revés de Stranger things. El poemario es una reflexión sobre la naturaleza de la esperanza. La física dice que, en ausencia de una fuerza opuesta ejercida sobre los cuerpos, estos se mueven indefinidamente en el espacio. La esperanza es eso: aquello que detiene la inercia. «Esperanza homicida», la llamaba Sor Juana Inés de la Cruz. Lo cierto es que un tiempo se puede continuar atravesando el vacío. Y, por desgracia, hay mucha gente que no encuentra la forma de recomponer la esperanza. Pero tarde o temprano hay que rearmarla, redirigirla, dejarse arrastrar por esa fuerza, sea por tierra pedregosa o fango, aunque nos duela, aunque nos dejemos la piel en el camino. En el libro, imagino la esperanza como una cabalgadura indómita, como un monstruo que se alimenta de las entrañas de uno, cruel o inmisericorde, pero que, a la vez, te permite recorrer distancias inabarcables, atravesar desiertos o lugares inhóspitos. Hay que saber  domesticarla y tenerla por amiga. Supongo que la esperanza es la gasolina del ser humano. Un mar de fondo. No tiene nada que ver con la ilusión o con lo ilusorio. La esperanza es un lenguaje antiguo que se aprende. No sé bien cómo se hace. Hubo un momento en que me subí a lomos del monstruo. Me dejé devorar por él. Y regresé.
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Con Amor Costa en Libros Traperos (Murcia)
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Firmando ejemplares © El Paseo de los Libros
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Con Mª Mtez Azorín en El Paso de los Libros (Yecla)
—ECP: La segunda parte, “Purgatorio”, es la que más se presta al reto estético. Se nota que pones toda la carne en el asador, consiguiendo una mezcla exacta y triunfante de hondura y juego. ¿Son poemas escritos directamente en los hospitales o han sido elaborados a posteriori en casa?
 
—JMJ: Depende. Hay algunos que salieron casi en su versión definitiva en la sala de espera frente a un quirófano, como ‘Elefante’. Otros, la mayoría, en muchas cafeterías donde me gusta escribir, esperando a que mi hijo regrese de alguna terapia. Escribo, de hecho, mejor con el ruido y el ajetreo que en el escritorio de casa. Los aromas, el murmullo, la música, si la hay, la gente que me rodea, todo eso que nunca es lo mismo me ayuda a menudo a concentrarme. Muchas veces el poema parte de una anécdota vivida. Una vez vi en la terraza de una cafetería, en un hospital de rehabilitación, a una pareja bailando. Al fondo, lejos, sin saber que los mirábamos, bailaban como pisando terreno quebradizo. Él había sufrido un ictus, se le notaba una hemiparesia. Bailaban los dos con mucho cuidado de no caerse o tropezar el uno con la otra. Y era algo hermoso. A través de ellos dos me dio por pensar que el mundo entero bailaba también. Esa anécdota pasa al poema. La frescura de escribir en la calle me estimula, aunque no siempre lo hago. Después, en casa, reescribo, corrijo, modifico. Me gusta esa vieja idea del poeta como un pintor de la vida que pasa. La poesía como fotografía. Es algo que no se puede hacer con la narrativa. Los primeros poemas que escribí están en “Purgatorio”. Algunos son casi simultáneos a la anécdota que describen. Los poemas de “Inferno” vinieron después, cuando pude examinar ese tiempo doloroso del principio y sostenerle la mirada. “Paradiso” es la parte más reciente. Sus poemas son de cuando ya parecía tener claro que se abría paso un libro. El primer poema, ‘Viaje a Marte’, es antiguo, tiene que ver con las preguntas que surgieron con la enfermedad de mi padre. Lo he reescrito ahora. Creo que como prólogo funciona bien. Hay experiencias que saltan unas en otras, como animales acuáticos, y alcanzan el presente con sus ondas concéntricas. El último, ‘La esperanza’, lo escribí después del resto. Cuando me di cuenta de que necesitaba un cierre o un epílogo.
 
—ECP: Me consta que eres un hombre de fe. Sin embargo, me ha parecido leer la palabra “dios” sólo una vez, y en minúscula. ¿Por qué?
 
—JMJ: Hay mucha fe en el libro, pero no necesariamente religiosa. Uno es más creyente cuantos más motivos encuentra para creer en el ser humano. En el poema al que te refieres, digo que no es dios sino el dinero lo que obra los milagros, un  modo de denunciar la falta de recursos públicos para tratar el daño cerebral adquirido. Hay quien se da muchos golpes de pecho, pero consiente en que se deterioren los servicios públicos, que son los que nos salvan cuando vienen mal dadas. Para que existan los milagros hay que creer. Y creer significa dinero: apostar como sociedad por la inversión en sanidad, en ciencia, en dependencia. Muchos enfermos mueren en lista de espera sin cobrar una prestación que es su derecho, por ejemplo. Estamos fallando a los más vulnerables hoy. Mañana seremos nosotros.
 
—ECP: El aroma del café impregna las páginas finales del libro, como ocurre en Joana, ¿Eres consciente del paralelismo, la deuda o lo que ha podido inspirarte ese poemario de Joan Margarit?
 
—JMJ: El café, como ya te he dicho, forma parte de mi rutina de escritura. En un libro anterior, El tiempo real, al que tengo mucho cariño, tengo tres cuentos que giran alrededor del café. El caso de Joan Margarit es tremendo y no es parangonable con mi caso. Aunque en su poesía haya hospitales, discapacidad y batas blancas. No obstante, hemos conocido padres con casos complejos que han atravesado experiencias que pueden parecerse a la suya.  Margarit son palabras mayores. Es fascinante cómo habla con pulso sereno de una cotidianidad terrible, donde están el dolor, el miedo, la angustia como padres, pero también la ternura, el amor a su hija, los afectos... Y lo hace con contención, con enorme honestidad y sin retórica ninguna, logrando un vuelo poético maravilloso. En mi poesía hay referencias y mitos a través de los cuales expresarme, pero también huyo de una retórica excesiva. Un tema como este exige cierta desnudez expresiva. Vaciar la lengua. Traer al poema las palabras que se usan en los centros sanitarios, por ejemplo. Yo no pensaba en Margarit cuando escribía, aunque quizás ha podido haber una influencia tácita. Ojalá.
 
—ECP: ‘Definición de vuelo’ es la versificación del alivio que asciende a un clímax de satisfacción paternal. En la poesía contemporánea está casi mal visto cantar la alegría, pero se puede y se debe, ¿no?
 
—JMJ: En poesía, y en literatura en general, no se “debe” nada, pero se puede todo, me parece. En el libro funcionan algunos mitos como leitmotivs, mitos que invierto o modifico. Está Pandora. Está el Minotauro. Están Ícaro y Dédalo. Dédalo es aquí un padre doliente que toma la palabra en varios poemas para desearnos, sin embargo, un proyecto de vida. «Constrúyele unas alas». La moraleja no puede ser no vueles para evitar caer al mar. Debe ser inténtalo, vuela, sigue volando toda una larga vida. Las cosas pueden salir bien. ‘Definición de vuelo’ recorre lo que para mí ha sido volar en este tiempo. Los pasos que ha ido dando mi hijo hasta su recuperación. Reivindico un poco una perspectiva que reconozca que cada pequeño paso para muchos chicos y chicas con discapacidad es un tremendo logro, casi como volar. Pues en el caso del daño cerebral se parte muchas veces de expectativas cercanas a cero. Si la vara con la que medimos los logros de muchos niños en clase, en el trabajo, con los amigos, etc. está demasiado alta, pasan desapercibidos, los discriminamos y aislamos porque no se acompasan al resto y les robamos sus derechos. Lo hacemos desde pequeños, por ejemplo, cuando marginamos a un compañero porque, por la razón que sea, no juega bien al fútbol o es más lento que los demás. Y eso nos perjudica, porque nos perdemos una lección: el reconocimiento real de su esfuerzo. La lucha por superarse de muchos de estos chicos es admirable y los eleva por encima del resto. Eso tiene que volverse algo inspirador. Una lección que nos puede hacer mejores.
 
—ECP: Obviamente, hay un cambio de horizonte vital después de este largo proceso. ¿Los sueños aéreos, en algún sentido, representa un cierre o un punto de partida para ti?
 
—JMJ: Quería terminar el libro y publicarlo con la idea de cerrar una etapa. Un poco como un exorcismo. De algún modo, Los sueños aéreos clausura un tiempo de urgencia, un mundo submarino inolvidable que queda encerrado en sus páginas. Lo que escriba en adelante será ya otra cosa, un proyecto nuevo, otro recorrido. Pero una cosa que he aprendido al escribir este libro es que quizás nada se deja definitivamente atrás. Nada hay que asegure que el dolor que has vivido te haga inmune ante el dolor futuro, y por lo mismo, tampoco hay nada que asegure que la alegría que sentiste en un momento dado vaya a eclipsar las alegrías que hayan de venir. Siempre habrá días de ganar y días de perder. Ni el miedo se termina, ni la lucha concluye. Pero tampoco el aprendizaje, ni el eco liberador de haber conocido esa fragilidad radical. Espero que la poesía me siga acompañando, ofreciéndome la pausa para encontrar algo de luz. Pensándolo mejor, si Los sueños aéreos es mi primer poemario, es también un comienzo. El inicio de un camino que me brinda oportunidades como esta, tan grata, de charlar contigo.
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GINÉS SÁNCHEZ

14/2/2025

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Entrevista realizada por JUAN ANTONIO LÓPEZ RIBERA

El borde cortante

A Ginés Sánchez (Murcia, 1967) le va la marcha. Quien lea sus novelas, se dará cuenta de que la complacencia no es su terreno de juego. Sus personajes siempre cargan con mochilas muy pesadas. Su futuro no va ser mucho mejor que su pasado. Los márgenes son su hábitat natural. De hecho, el lema de Ginés es que sus personajes han nacido para sufrir. Ahora nos llega El borde cortante (Tusquets, 2025), su octava novela, y en ella nos encontramos con tres (para nada típicas) adolescentes que deciden hacer una escapadita de fin de semana y respirar la libertad más allá de su internamiento psiquiátrico. Pero, obviamente, la cosa no va a ser tan fácil como parece. Porque para eso estamos en una novela de Ginés. Quedan ustedes advertidos.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Podría decirse, Ginés, aquello de que eres un escritor tardío. Publicaste tu primera novela a los 45 años. Ahora bien, en doce años has publicado ocho novelas (sin contar tus incursiones en la narrativa juvenil), y eres uno de los autores más reconocibles de la Región de Murcia y de tu editorial, Tusquets. ¿Cómo valoras tu trayectoria hasta el momento? ¿En qué se diferencia el Ginés de Lobisón del de El borde cortante?
 
—GINÉS SÁNCHEZ: ¿Tardío? Puf, un montón. Y, sobre la trayectoria, pues espectacular [risas]. No, en serio, la verdad es que no sé si cuando empecé me imaginaba estar todavía a estas alturas por aquí. Y desde luego no me imaginaba haber escrito todos estos libros. Tampoco pensaba que, llegado el caso de escribirlos, sería a estas alturas tan poco millonario [risas]. Entonces, muchos libros y pocos millones. Luego, si nos ponemos serios, pues considerándome un absoluto privilegiado. Porque sigo pudiendo escribir libros que a mí verdaderamente me gustaría leer. Y, además, me los publica gente de grandísimo prestigio. Y, además, hay gente a la que le gusta lo que escribo. Poco más se puede pedir.
En cuanto a las diferencias entre los Gineses. Pues más años significa más libros leídos. Y más horas de práctica. Significa, además, libros leídos de otra forma. Más profesional, tal vez. Más con consciencia de los recovecos, de las tramas que hay debajo de las tramas. De los submundos. Eso, al final, te da una visión de conjunto mucho más profunda. De pronto, sabes, o intuyes, mucho mejor lo que estás haciendo. O ves más posibilidades de las que veías al principio. De modo que te atreves con más cosas. O con cosas más complejas de las que te atrevías antes. Aparte, también están las clases en el Club Renacimiento. Ahí se genera un proceso de repensamiento del todo desde la base. Un replanteamiento del oficio.
 
—ECP: Mari Cruz Goebbels, Litolbely Spears y Carrie King. Los nombres de las tres chicas protagonistas en El borde cortante, de entrada, prometen. ¿Qué fue antes, el personaje o el trauma? ¿Cómo afrontas la construcción de personajes tan complejos a nivel psicológico?
 
—GS: Para mí, en este tipo de personajes, siempre es primero el trauma. Es parecido a lo que explica Litolbely sobre sí misma y la piedra en el camino. Yo lo hago, más o menos, porque no siempre es idéntico, de la siguiente forma: Quiero un personaje que tenga un problema en concreto. Supongamos una esquizofrenia. Establezcamos entonces cual sería su ideación. Y después busquemos cuáles son los motivos que generan esa esquizofrenia. Para que así el trauma no sea una causa, sino un efecto. Y después sigamos buscando. Porque los personajes no existen, lo que quiere decir que serán como nosotros queramos. Entonces, tracemos un personaje al que sea verosímil, o adecuado, que le suceda ese hecho que va a dar lugar a la esquizofrenia. Y, por supuesto, pensemos en cuales son los efectos a posteriori en su vida.
Entonces, yo lo que hago es estar todo el tiempo preguntándome y ajustando. ¿Qué quiero que haga el personaje una vez que empiece la historia? ¿Cómo quiero que termine? Entonces ¿qué le pongo aquí y allá para que, al final, haga lo que yo quiero que haga?
Y hay que pensar que, claro, muchas veces, o algunas, uno no sabe exactamente qué es lo que quiere que haga el personaje. O tiene solo una idea muy vaga. Entonces, uno escribe y va vigilando, vigilando, vigilando.
Pero, simplificando, para mí primero es el trauma. Y después las facetas que se van “pegando” en torno a él.
 
—ECP: Quizá el más llamativo de los recursos de caracterización de los personajes en El borde cortante sea el lenguaje, que se convierte en una puerta fundamental para entrar en el mundo de las protagonistas. Me interesa mucho saber cómo trabajaste ese aspecto de la novela.
 
—GS: Bueno, yo soy muy obsesivo en el tema del lenguaje. Me gusta que los personajes hablen como “deberían” hablar. Y me gusta que cada uno tenga su propia voz que sea diferente de la de los demás personajes. Ello, claro, te complica la vida bastante de inicio. Aunque luego es apasionante y divertidísimo. Entonces, claro, hay, lo primero, una fase de inmersión en el lenguaje. Una fase de, llamaríamos, oreja-esponja. En esa fase tratas de “pegarte” en todo lo posible a la forma de hablar de los personajes. Acá con el añadido de que se trataba de adolescentes. En este caso lo que yo hice fue pasarme largas horas haciendo el Forrest Gump. Esto consiste en que te sientas en un banco cerca de donde hay un grupo de chavales hablando y pones la antena. O lo haces en el autobús (los buses son maravillosos para esto, ojalá en Murcia hubiera metro) o lo haces en una terraza mientras simulas tomarte un café. Entonces ¿cómo hablan?, ¿qué piensan de determinadas cosas? Eso lo primero. Y luego está el segundo problema. Y es que tus personajes tienen que ponerse a “actuar”. Con sus propias personalidades y sus propios problemas. Entonces, claro, ahí ya vas más a ciegas. Y, de alguna manera, lo haces. También pasó en este caso que, a base de oír a los adolescentes hablando, ellos mismos terminan por darte el pie. Es como si ellos te dieran ya el inicio de las conversaciones. En modo “empezamos desde aquí y luego ya vemos quien es cada una”. Eso pasa con bastante frecuencia. Aquí, desde luego, ha pasado.
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El borde cortante
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El borde cortante Contraportada
—ECP: Creo que te has propuesto reducir al máximo al narrador. La trama es más pausada, parece que no hay prisa por arrancar, y dejas hablar mucho a los personajes. Diálogos que funcionan a la perfección, como en todas tus novelas anteriores. ¿Es así? ¿Hay una intención por tu parte de, diríamos, diluir el narrador al máximo en esta novela?
 
—GS: Sí, aquí pasa un poco lo que decía antes. Eso de que, con los años, tienes visión de conjunto y puedes hacer más cosas. Y aquí ha pasado eso. Tal vez sea, de mis novelas, la más de “dejarse ir” de todas. Y era que, de pronto, era muy interesante dejarlas a ellas a su aire. Encontré que así conseguía que ellas se presentaran ellas mismas y que el lector se sumergía en la atmósfera que ellas estaban creando. Y sí, soy muy fan de los diálogos.
En cuanto a lo de diluir al narrador, totalmente. Odio esas novelas que no hacen más que decirte “Paquito era un iconoclasta tardío que sentía que la vida lo arrastraba como un torrente de desolación. Todo ello como consecuencia de la coyuntura que lo atravesó veinte años atrás”. Pues mire, no. En mis novelas, no. En mis novelas eso será contexto. O sea, será algo que yo sabré del personaje. Pero estará escondido. Y dejaré que sea el lector el que se dé cuenta de eso. O no. Y, sobre todo, dejaré que sea el lector el que juzgue a mi personaje. Mis narradores no lo harán. Y yo, desde luego, tampoco. Porque ninguna reflexión que haya en ninguno de mis libros es atribuible a mí. En mis libros, lo que yo opine o piense no importa. Y no figura.
Entonces, siempre tenderé a diluir al narrador. Incluso cuando el narrador sea una primera persona. Mis primeras personas, que no son tantas, son, si alguien se fija, muy poco “reflexionadoras” y muy “actuantes”. Esto, en realidad, es muy aplicable a todo lo que yo escribo. Es decir, reflexión, sí, o algo. Pero siempre a través de la acción. Al final uno es muy “rulfero”. Y no puede, ni quiere, evitarlo.
 
—ECP: Abramos campo, como dirían estas tres chicas. ¿Es esta una novela sobre la incomunicación? ¿Sobre el deseo de estar juntos y a la vez sobre las cosas que nos separan? Lo digo porque las tres chicas comienzan siendo una piña y poco a poco vamos viendo, a pesar de la proximidad física, cómo sus caminos son muy distintos.
 
—GS: Bueno, aquí hay un círculo vicioso. Que es el de enfermedad mental-incomunicación-soledad. Puesto en ese orden. Es un poco lo que explica Mari Cruz en un momento dado sobre probarse unos vaqueros. Es: de pronto te ves raro, te das cuenta de que no eres como los otros. Ves o sientes cosas que son distintas. Entonces, empiezas a probar cosas. En modo “voy a ser así a ver si no se dan cuenta, o parezco normal”. Y lo controlas, pero has dejado de ser tú y te vas instalando en el caos. Y te vas alejando de los demás. De pronto ya no sabes cómo comunicar con los otros, como contactar. Entonces, te vas alejando, tu mundo se va haciendo cada vez más pequeño.
          Y, luego, sobre la piña. Yo diría aparente piña. La impresión que yo tengo es que, las tres, situadas en un contexto más normal, ni se hablarían. Entonces, sí, hay eso, una necesidad de compartir con alguien, de sentir que formas parte de algo. Aunque, por dentro, sepas que no. Y creo que no hace falta escribir muchas novelas ni imaginar muchas cosas para saber de qué estamos hablando.
 
—ECP: En esta novela das mucha importancia a lo sensorial y a lo onírico. Por esas vías nos introducimos, como lectores, en un tema tan espinoso —y complicado narrativamente— como la enfermedad mental. Me gustaría que nos explicaras cómo te sumerges en ese campo, cómo lo abordas, incluso si hay algún autor, libro o fuente de cualquier otro tipo que te haya sido de especial ayuda o inspiración.
 
—GS: Digamos que lo sensorial y lo onírico forman parte de mi bagaje desde siempre. Soy muy obsesivo con eso. Y piensa que yo no quiero “explicar” como se siente el personaje. Sino que lo que quiero es que se “vea” como está el personaje en ese momento de la narración. Que el lector, en la medida de lo posible, lo sienta con él. Ello te lleva, inevitablemente, a lo sensorial. Porque no queda más remedio.
En cuanto a sumergirse en este campo. Bueno, cada vez es distinto. Me acuerdo, con Lobisón, que yo pretendía hacer un autista y, aparte, un esquizofrénico paranoide grave. Y no encontré a nadie que pudiera orientarme con los autistas. Y, sobre los esquizofrénicos, lo encontré en libros. Y ahí, más o menos, salí adelante. Esta vez, en cambio, he sido más profesional y he contado con ayuda sobre el terreno en modo de entrevistas con personas que tenían edades y problemas semejantes a los de mis tres chicas. Fue algo terriblemente duro, pero terriblemente hermoso. En realidad, después de ellas ya no hacía falta ninguna inspiración más para el libro.
Hay que pensar, por ejemplo, que yo no sé, verdaderamente, cuál es el diagnóstico de ninguna de las tres. Era algo que me preocupaba al principio. Pero, luego, llegó un momento en que me di cuenta de que no importaba. Que lo importante eran las sensaciones y las frases que ellos habían dejado en mí. Que tan amablemente me habían regalado.
 
—ECP: En un momento de la novela, Mari Cruz afirma que un loco es alguien que se conoce muy bien a sí mismo, pero al que nadie entiende. Y entonces suelta la que para mí es la frase más terrible y hermosa de la novela: «Si pudiera ser con alguien como yo de verdad soy, aunque no fuera más que una hora al día, me curaría». Hablábamos antes de incomunicación, de enfermedad mental. ¿No son todas ellas derivadas, en el fondo, de la soledad? ¿No te parece que la soledad, paradójicamente, es casi un signo de nuestro tiempo, de esta sociedad hipercomunicada?
 
—GS: Es otra vez el círculo vicioso. Y sí, vivimos en una epidemia de soledad, que se irá agravando. Y no hablo ya de lo que decía Serrat en la canción. Aquello de “nadie conoce al vecino”. Eso ya está superado y nadie pretende conocer al vecino. Ni le importa. Me refiero a, por ejemplo, ¿quién va a tener tiempo de verdad de cuidar a los ancianos de dentro de diez años o de veinte? ¿Quién va a tener dinero para meter a los ancianos de dentro de treinta en una residencia? ¿Terminaremos como los ancianos japoneses, que roban en los supermercados para que los metan en la cárcel y así tener para comer y un poco de compañía? Entonces, soledad, mucha.
Y luego la hipercomunicación y la época. Yo creo que eso es más bien una etiqueta. O lo aparente. Porque, al final, decimos que estamos tan comunicados porque tenemos los telefonitos inteligentes e internet. Pero yo creo que en lo que estamos es en una época “chupeta”. Porque ¿qué pasa con el teléfono? Pues que es muy cómodo. Tú solo tienes que bajar tu atención hasta el punto de “atención pasiva” y te pones con él. Y él te da lo que tú quieres ver, lo que el algoritmo ya ha determinado que quieres ver. Entonces, te pones la chupeta y ahí estás un rato. Dopaminando tranquilamente con tu cerebro pasivo. Y con internet pasa igual. Porque todos hemos aprendido a usarla a favor de nuestros fines. Es decir, yo “quiero” que la tierra sea plana. Entonces, entro a las páginas en las que ya sé que me van a decir justo eso. Y me reafirmo en mi otra chupeta.
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Ginés Sánchez e hijos
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«Que el lector juzgue a mi personaje. Mis narradores no lo harán»
—ECP: Dos chicas huyen, con el apoyo de una tercera, de un psiquiátrico. En busca de la libertad y, en el fondo, en busca de un mundo propio donde instaurar sus propias reglas. Quieren aislarse del exterior y buscar un refugio al margen de todo. ¿Podemos decir que en El borde cortante subyace una reflexión sobre el oficio y el mundo del escritor, o me he puto flipado demasiado con esta última pregunta?
 
—GS: Huyen en busca de la libertad, pero de un modo transitorio. Es decir, no se han fugado, han hecho un break para estar de chill un fin de semana. Entonces, no han roto con todo.
Y sobre lo de la reflexión sobre el oficio de escritor, bueno. Indudablemente, si se le dan las suficientes vueltas a cualquier cosa se puede llegar a casi cualquier conclusión.
Pero podemos, si quieres, reflexionar un poco sobre el oficio. Entonces, si partimos de la base de que cada persona es un punto de vista único y exclusivo de la realidad, podríamos decir que cada persona es un universo en si mismo. Y eso podría decirse, también, de alguna manera, de cada personaje de ficción. Entonces, sucede que, durante la escritura, se llega a momentos de concentración que permiten identificaciones con el personaje que son muy superiores a los que sienten los actores respecto de los suyos. Entonces, hay momentos en los que, al menos algo, estás saliendo de ti y estás siendo ese otro. Y estás pensando como él. Y viendo el mundo a través de él y no a través de ti.
Entonces, no lo sé. Tal vez escribir sea eso. Aislarse en otros universos. Pero tal vez no sea aislarse, sino huir. O tal vez no sea huir, sino viajar, curiosear, bichear, jugar a ser.
Lo bueno de todo esto es que, en el fondo, no tiene importancia. Porque para mí puede ser un día una cosa y otro día otra diferente. Y para el que esté escribiendo la novela en la mesa de al lado será otra distinta. Y todas y cada una de las formas valdrán. O podrían valer.
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GINÉS RECHE

6/2/2025

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Entrevista realizada por ANTONIO MARÍN ALBALATE

Cuando el tiempo

El almeriense Ginés Reche (Oria, 1966), es poeta y gestor cultural. Fundador y coordinador de los Encuentros de poetas almerienses desde 1991 a 1998, en los cuales participaron relevantes escritores, poetas y críticos literarios del panorama nacional, hasta ahora había sacado a la luz Huésped extraño (2007) y Otras causas (2016). El pasado otoño Cuando el tiempo fue publicado por Los Libros de la Frontera, dentro de su colección de poesía El Bardo.
Escribe Antonio García Soler en la contraportada de esta tercera entrega poética: «“Cuando el tiempo”, “Cuando el amor”, “Cuando la vida”, de Ginés Reche, aborda de manera cercana, actual e inteligente los temas que Miguel Hernández llamó las tres heridas. Vida real escrita en versos ajustados a los tiempos que vivimos, con palabra precisa —cada montaña / crece con la sospecha / de árbol centenario, (...) cada paso nos dice / lo poco que anduvimos—, heredera a la vez de la semántica de la mejor tradición, filtrada por Juan Ramón Jiménez y los poetas del 27, hasta las voces más definidas de la poesía contemporánea».
La entrevista que sigue tiene su origen en la presentación de Cuando el tiempo el viernes 10 de enero de 2025 en la estupenda librería La Montaña Mágica de Cartagena.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Abre este libro una dedicatoria: «A los que son en mí: tiempo, amor y vida». De ahí surgen sus tres apartados: “Cuando el tiempo”, “Cuando el amor” y “Cuando la vida”. Acaso como un reloj de arena cae el tiempo en tu escritura. ¿Qué nos puedes decir de su peso y su paso, tan implacable, ante tus ojos de poeta?
 
—GINÉS RECHE: La opinión que puedo tener de poeta es la opinión que puede tener cualquier persona que ya ha cumplido ciertos años, que el tiempo es más escurridizo de lo que nos pensamos, porque cuando eres joven todas estas reflexiones ni se te pasan por la cabeza. Ese enemigo imaginario e invisible que es el tiempo, cada día que pasa, desde su trinchera nos va eliminando poco a poco. Empieza con las arrugas y las canas, después empieza con pequeños problemas de salud, así va desplegando su arma de aniquilación masiva hasta el final. Es muy acertado lo que decía Caballero Bonald: «Somos el tiempo que nos queda».
 
—ECP: En el poema ‘Hubo tiempo’ escribes: «Y vivir una breve eternidad. // Mar inmenso, / agua salada, / lejanos días. // Hubo también / olas que agonizaban». Como dijo alguien: «La esencia de la brevedad radica en la capacidad de condensar significados en pocas palabras. Un poema corto no solo se trata de ser breve, sino de ser impactante». ¿Qué opinas tú?
 
—GR: Yo me siento más cómodo en los poemas breves, minimalistas, que con un poema largo. Pero como lector, también disfruto leyendo un poema extenso, mientras esté bien escrito, que no tenga un exceso de adjetivos y florituras, que pueden asfixiar al poema, y te pueden alejar de su esencia. Así que expreso mi máximo respecto sobre la estructura del poema, mientras me transmita algo y tenga una cierta calidad.
 
—ECP: Parafraseando el título de un poema contenido en Cuando el tiempo... ¿Es el amor una «eterna recreación»?
 
—GR: Eros es muy consciente del amor con los padres, y sobre todo con los hijos, pero con la pareja a veces se despista, por eso tiene una carga emocional y de sensibilidad especial, esa «eterna recreación», el valor del amor en su estado puro. Y siempre cuidándolo y mimándolo.
 
—ECP: Contando Cuando el tiempo, has publicado tres libros de poesía. Esto quiere decir que vas sin prisa alguna por la senda del parnaso. Dices que te consideras, antes que poeta, lector. ¿Qué opinas de quienes dicen preferir lo contrario para no “contaminarse” de sus lecturas y así escribir con más “originalidad”?
 
—GR: Que ya están contaminados de un poco de prepotencia. Es muy importante leer poesía, sobre todo a los grandes clásicos y la poesía que se ha ido escribiendo a lo largo de todos los tiempos, para tener un conocimiento práctico, y después ya marcas tu propia línea, aunque en la poesía, como en las demás expresiones artísticas, está casi todo inventado. Pero creo que es más importante, antes de hacer una obra con una cierta frescura y novedosa, que le llegues al lector y tus poemas transmitan una conexión emocional.
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—ECP: El último apartado del libro, basado en una cita de Pedro Salinas, se abre con un título que lo dice todo: “Qué alegría, vivir”. Esto me lleva a recordar al gran Pepe Hierro y su libro Alegría, donde en el poema ‘Fe de vida’ nos dice: «Sé que si busco al que fui / no lo encontraré. // Pero estoy aquí. Me muevo, / vivo. Me llamo José / Hierro. Alegría (Alegría / que está caída a mis pies). / Nada en orden. Todo roto, / a punto ya de no ser. // Pero toco la alegría, / porque ante todo esté muerto / yo aún estoy vivo y lo sé». Tú también, poeta. Quizá por eso, como dijera Miguel Hernández, a veces sonríes con la alegre tristeza del olivo. Leo en tu poema ‘Juguetes’: «Amigos / y familiares se nos van cayendo, / como hojas». Tengamos aquí un añorante recuerdo para nuestro querido Nacho Para, que se nos fue, como del rayo, con el pasado año. ¿Qué hay de la vida, Ginés? ¿Cómo siente su latido el poeta que te habita?
 
—GR: La vida la miro con cierta positividad, a pesar de esos rasgos del tiempo escurridizo, siempre está su plenitud en los momentos felices que hemos vivido, y en un presente y futuro lleno de proyectos de esperanza. Y hay que dar gracias a la vida por tenerla y permitirnos disfrutarla. Y sin olvidar que también somos “juguetes” de ella.

—ECP: ¿De qué nos salva la poesía, si es que nos salva de algo?

 
—GR: No creo que la poesía nos salve de grandes cosas, pero ayuda a comunicarte con personas que pueden vivir y sentir las mismas experiencias que tú, e incluso puede ser un refugio terapéutico, y también, aunque la poesía no llegue a ser tanto como una “arma cargada de futuro”, despierta la conciencia ante la barbarie que se ha hecho a lo largo de la historia. Esta es mi modesta y humilde opinión.
 
—ECP: ¿Cómo surge en ti el poema?
 
—GR: El poema siempre me ha surgido por algunas circunstancias emocionales. Este último libro, Cuando el tiempo, lo escribí en plena pandemia. Y el germen principal de estos poemas surge en la reflexión sobre el tiempo y la vivencia de su tránsito hacia el final.
 
—ECP: ¿Tienes algún ritual a la hora de escribir?
 
—GR: Sinceramente, no tengo ningún ritual especial cuando surgen esas ideas rumiantes en la cabeza que comulgan con la emoción del corazón, o sin él, jeje. Si la pereza no me supera, lo intento plasmar en un poema. Tengo que reconocer que yo soy muy gandul para escribir, disfruto más leyendo un libro de poesía, por eso digo siempre que soy más bien lector, que poeta.
 
—ECP: Últimamente salen nuevas editoriales de debajo de las piedras, la mayoría de autopublicación. ¿Qué opinión te merecen? ¿No crees que habría que respetar más a los árboles?
 
—GR: Me parece bien que quien tenga un interés en publicar su obra literaria pueda hacerlo, y el lector que decida. Habría que respetar la ilusión que tenga cada uno, porque esos después vivirán la afición a la literatura, y eso siempre es bueno. Y ya el tiempo nos pondrá a cada uno en nuestro sitio. Con lo que no comulgo es con los que escriben poesía y dicen que nunca han leído un libro, ni siquiera los clásicos.
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Albalate coloquiando con Reche © Diego Carrillo
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Ginés Reche © Isabel Martínez García
—ECP: Aquellos encuentros de poetas almerienses en Oria de los años 90, que tú organizabas, fueron muy reconocidos. ¿Cómo los recuerdas ahora? ¿Sientes nostalgia? ¿Volverías, si se diese la oportunidad, a darles una segunda vida?
 
—GR: Los recuerdo con mucha nostalgia y emoción, por el entusiasmo e interés con el que participaron y colaboraron todos, desde las instituciones a los participantes, asociaciones y voluntariado. En un pueblo pequeño como es Oria, con recursos económicos limitados, ese esfuerzo fue importantísimo. Y también fue satisfactorio poder contar con la participación en este proyecto con importantes escritores, poetas y críticos literarios del panorama nacional. [...] Hoy sería bastante más complicado llevarlo a cabo, por muchas circunstancias, pero principalmente porque quizás no haya ese interés que había antaño. No obstante, sería una idea muy interesante de recuperar.
 
—ECP: ¿En qué proyectos andas metido actualmente, al margen de seguir leyendo?
 
—GR: Ahora, por lo pronto, el único proyecto literario en que estoy metido es dar a conocer este Cuando el tiempo y compartirlo con los amigos y lectores a los que les pueda interesar. Para los que no somos conocidos, compartirlo con ese mundo de amistad literaria es muy especial y entrañable. Es la más importante recompensa: disfrutarlo con las personas que tienen las mismas aficiones que tú y a los que les ha pellizcado la emoción con un poema tuyo.
 
—ECP: Muchas gracias, poeta y amigo Ginés Reche, por el tiempo de tus respuestas y que tu libro siga vendiéndose tan bien como ahora. Y como bien escribes en el poema ‘Cosecha’: «Hagamos tiempo / para que los abrazos tengan / su denominación de origen».
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    ENTREVISTAS

    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

    3SPADA
    ABAD, TRIFÓN
    ACERETE, ALBERTO
    ADALID, LUIS G.
    ADÓN, PILAR
    AGUILAR RODRÍGUEZ, ANTONIO
    ALBARRACÍN, JAM
    ALCOLEA, MARINA
    ARBILLAGA, IDOIA
    ARMENTA MALPICA, LUIS
    BALLESTERO, SALOMÉ
    BASCUÑANA, RAMÓN
    BATRES, IZARA
    BEATRIZ, JUAN [de]
    BELLIDO, ÁLVARO
    BELLIDO, ÁLVARO
    [Spam]

    BELTRÁN VERDES, ESTEBAN
    BERMÚDEZ OLIVARES, JOSÉ JOAQUÍN
    BERNAL, ADRIÁN
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    BOCANEGRA, JOSÉ
    BORGOÑÓS, IGNACIO
    BORGOÑÓS, IGNACIO
    [Un hombre desnudo]

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    CABEZAS, ISMAEL
    [Música que escucharé cuando hayas muerto]

    CABEZAS, ISMAEL

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    CANO, LEONARDO

    CARBAJOSA, NATALIA

    CARBAJOSA, NATALIA
    [traducir... poesía]


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    CARRILLO, MARÍA ENCARNACIÓN

    CARRILLO, VIRIDIANA

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    CHEJFEC, SERGIO
    [5]

    CHESSA, ALBERTO

    CHESSA, ALBERTO
    [Anatomía de una sombra]


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    COMAN, DAN

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    CRUZ, GINÉS

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    DÍEZ, JOSÉ MANUEL

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    ESPEJO, JOSÉ DANIEL

    ESPEJO, JOSÉ DANIEL
    [Perro fantasma]


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    [La nueva subjetividad]


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    GINÉS, ANTONIO LUIS
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    HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL
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    LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA

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    MARÍN, MARÍA

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    [Lo que se hunde]


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    ORTIZ, DEMIAN

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    PAPELES DEL NÁUFRAGO
    [Antonio Lafarque y Aníbal García]


    PARDO VIDAL, JUAN

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    PEÑA DACOSTA, VÍCTOR

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    [Querida hija imperfecta]


    PÉREZ CAÑAMARES, ANA
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    RODRÍGUEZ, ALFREDO

    RODRÍGUEZ, ALFREDO
    [Urre Aroa]


    RODRÍGUEZ, ALFREDO
    [Días del indomable]


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    RODRÍGUEZ PAPPE, SOLANGE

    ROMERO MORA, J.D.

    ROMERO MORA, J.D.
    [En el desvarío]


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    SÁNCHEZ, GINÉS [2096]

    SÁNCHEZ, GINÉS
    [El borde cortante]


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    SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO
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    SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO
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    SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO
    [La cadena del frío]


    SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO
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