por ANTONIO COSTA GÓMEZ Ahí lo tenéis, es un poeta colombiano dando vueltas por París, una especie de maldito bien arropado, un Bécquer que no pasa hambre, un hombre de la alta sociedad americana que decide pasar sus años parisienses, alguien que todavía alucina al mundo con su Nocturno, uno de los poemas más perturbadores de la literatura, que no es como los Nocturnos de Chopin, sino una locura concebida en la noche y sobre la noche, un poema que habla de él y su hermana convertidos en sombras, en una comunicación onírica y desbordada, en una especie de frenesí musical, él y su hermana perdidos en la musicalidad desenfrenada de la noche, en medio de ritmos obsesivos, que se acercan al borde del infinito, que se tocan por medio de sus sombras alargadas igual que los versos del poema se alargan de una forma enrarecida en medio de prolongaciones y repeticiones, como dos espectros enloquecidos por la música y la noche, que adelgaza al máximo las posibilidades del lenguaje, que habla de contactos espectrales y doblemente espectrales, que saca toda su mística a las palabras y toda su capacidad visionaria: «una noche, / una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas, / y las sombras de los cuerpos que se encuentran con las sombras de las almas», una vez fui a ver su tumba en el cementerio de Bogotá y un guardia me llevó hasta ella y me dijo que siempre estaba rodeada por marihuaneros y gente rara, eso quiere decir que el aura de Silva sigue funcionando de algún modo, es interesante que la poesía funcione todavía, tal vez no era marihuana sino el propio efecto de la poesía simbolista de Silva, que actúa en los sentidos del mismo modo que los poemas de Rimbaud o de Baudelaire, a mí siempre me alegra que la literatura coloque a alguna gente en alguna parte, gente rara, por supuesto, como decía el guardia, por si acaso yo puse la cara más formal que pude, mientras por dentro me subía otra vez el veneno y la intensidad del ‘Nocturno III’: «y tu sombra / fina y lánguida / y mi sombra / por los rayos de la luna proyectada / sobre las arenas tristes / de la senda se juntaban», pero incluso esa noche era una crisis, era un intento loco de comunicación absoluta, era un fracaso impresionante, como el del cónsul de Lowry cuando está rodando en el tiovivo de Cuernavaca y quiere que en unos instantes le llegue todo. García Márquez en un prólogo evoca los días intensos de Silva en París, conoció las novedades científicas, escuchó las conferencias de Charcot, conoció a otros poetas simbolistas, conoció a Mallarmé, leyó Al revés de Joris Karl Huysmans, se inspiró en su religión del arte, visitó seguramente el Templo de la Sibila, en el parque Buttes Chaumont, donde hace siglos Villon cantaba a los ahorcados, donde se reunían esoteristas y místicos, se anticipó a Breton y los surrealistas en evocar los espíritus, vivía en el número 7 de la rue Pigalle, por debajo de Montmartre, de diciembre de 1884 a noviembre de 1885, le daba vuelta a su famoso Nocturno, ahora no hay ninguna placa que lo recuerde, sus amigos no se han acordado de ponerla, más arriba en el Hotel des Artistes sí se acordaron de ponerla los amigos de Mário de Sá-Carneiro, el precursor de Pessoa que escribió antes de matarse a los 23 años: «Yo no soy yo ni soy otro, / soy cualquier cosa intermedia», cerca de allí Gustave Moreau, en la rue de La Rochefoucauld, Silva lo visitaba con frecuencia cuando no iba a las tertulias de Víctor Hugo en la calle Torre de las Damas, en la planta baja hablaba con él o lo miraba pintar, pero a veces subían por la escalera de caracol a la planta de arriba, como si subiera la escalera iniciática que pintó Burne Jones, y arriba se encontraba con misterios del conocimiento, se encontraba con Salomé, con las sirenas peligrosas, con las esfinges, con Orfeo inventando la música, Moreau destilaba el simbolismo de los clásicos, visitaba el pantano de los sueños, aquel barrio se llamaba Nueva Atenas y Moreau extraía la magia de lo clásico, y la protagonista de la novela De sobremesa de Silva se llamaba Helena, tenía remotamente algo de la Helena del Fausto de Goethe, representaba el ideal de la belleza inalcanzable, mezclaba lo clásico y lo cristiano, en la casa de Víctor Hugo recibía a los escritores Madame Duchesnoy, seguramente era una especie de Helena con inquietudes y Silva se sentiría asombrado, Ary Schefer también vivió cerca de allí, recibía en su palacete con pabellones y jardín a George Sand y a Chopin, Chopin compuso unos Nocturnos tan apasionados como los de Silva pero muy distintos, Ary Scheffer se adelantó al simbolismo y también encontró el misterio dentro de los motivos clásicos, muy cerca, en la rue Frochot, Tristan Corbiére dormía en un arcón porque no tenía cama, venía de Bretaña en busca de una fama imposible, estaba tan delgado que le llamaban “el ángel de la muerte”, estaba enamorado de la novia de su mejor amigo y se burlaba de su propio amor, jugaba desgarrado con sus sentimientos de soledad y nostalgia, tal vez el Silva terrateniente de América se fijó en una taberna en el bretón hijo de marineros muerto de fracaso y vio en él su misma insatisfacción. Al volver a Colombia Silva escribió otra obra alucinante sobre la noche, sobre París y la noche, la novela De sobremesa, la estructuró muy bien, la planteó como unas confesiones a sus amigos después de cenar, ya han cenado y están tomando copas, están metidos en la noche, José Fernández les lee trozos de un diario, les cuenta que una noche en un restaurante de Ginebra vio a una muchacha de quince años que viajaba con su padre, se empeñó como un poseso en buscarla, la distinguió tras la ventana de un hotel y le tiró un ramo de rosas, ella se las devolvió sin una palabra, después descubrió que la joven era la condesa Helena de Scilly, nunca consiguió verla más, pero fue tras su visión por toda Europa en una peregrinación enloquecida, gastó grandes sumas, hizo enormidades por conseguirla, su médico le dijo que la imagen que amaba era algo del inconsciente, era la Anunciación de Fra Angelico que se expuso unos años antes en Londres, había fundido a la niña condesa con la Virgen italiana, pero Fernández no se convenció, siguió buscando y años después la encontró en un cementerio, solo era un nombre, solo quedaba el sabor de su nombre, el Fausto colombiano encontró a la Helena esfumada, el personaje soñó durante años con una visión erótica y mística, la persiguió como a las Ideas de Platón y como a la Helena de Goethe, llevó una vida de relaciones eróticas y de lujos decadentes, lo probó todo, París era para él como Cuernavaca para el cónsul de Lowry, que es otro Fausto desquiciado, con su tequila y sus máscaras frenéticas, estaba al tanto de toda la Europa de entonces, bebió el vitalismo de Nietzsche y Schopenhauer, probó las alucinaciones de la demencia de Maupassant, tragó los sueños prerrafaelistas de Rossetti y Burne Jones, conoció a la rusa Maria Bashkirssef, que antes de morir a los 23 años tenía unas ansias de vivir inagotables, después imaginó convertirse en un caudillo nietzscheano de Colombia dilapidando su enorme fortuna. García Márquez dice que a la novela le falla la evocación de los nombres, José Fernández suena muy vulgar, y la sensación de realidad, pero su idea central es a ratos fascinante: un poeta que persigue por toda Europa a su Helena faustiana, reúne la cultura clásica con la cultura simbolista, busca con embriaguez una plenitud agónica como Lowry en México, y la encuentra cuando ya está fuera de su alcance, como suele ocurrir, y al final solo queda el perfume, De sobremesa es una visión después de cenar, es una obra sobre la noche y la sinceridad, sobre las visiones sin cortapisas, es un soltarse en la noche como en las crisis, como Céline o como Lowry, los personajes están ya metidos en la noche y el protagonista les cuenta su búsqueda apasionada en un momento crítico, Fernández dice que ya no puede escribir más, pero sus amigos le dicen que lo intente con toda su fuerza, Silva concibió un Fausto cansado que sueña con lo que soñó en Europa, y realizó una gran creación al hablar de sus problemas para crear, igual que Lowry, Lowry habla de algo parecido, sus personajes están paralizados, tienen una crisis de expresión, en Bajo el volcán, Bécquer también nos cautivó al hablar de sus problemas creativos, de cómo arrebatar lo que está más allá del lenguaje con el limitado lenguaje, y también Silva, como a Bécquer y a Lowry, se le perdieron sus obras y tuvo que reescribirlas, los tres perdieron sus obras, pero recuperaron el perfume, Silva las perdió en el barco en que regresaba de Venezuela a Colombia pero tenía en la memoria su atmósfera, y poco después, muy joven, se mató de un tiro, su vida fue una pura crisis como la de Lowry, un soltarse en la noche como Céline, tal vez porque no encontró su Helena como Fausto, Helena era lo que estaba más allá, lo que no alcanzaban sus palabras, soñó con su Helena en París y quiso agarrarla a su hermana en su Nocturno, quiso tocar su plenitud igual que Lowry en Cuernavaca, y solo triunfó en el fracaso desgarrando el lenguaje.
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